La historiografía militar ha calificado desde siempre la batalla del Marne como el punto de inflexión de la «guerra de movimientos»; en el Frente Oeste durante 1914. La guerra de movimientos se caracterizó por el rápido avance de ejércitos descomunales a través de los diferentes países en los primeros meses de guerra. Pero, ¿Fue el Marne tal punto de inflexión en el oeste? En este artículo se desgranan estas sangrientas jornadas y sus precedentes intentado buscar una respuesta a esta pregunta, además de a otras cuestiones de índole militar técnico.
Antecedentes, batalla de las fronteras (7-23 de agosto)
Tras la declaración de guerra entre las diferentes potencias, los ejércitos de estas se lanzaron a los combates que se preveían rápidos, poco sangrientos y decisivos. La mentalidad militar de la época no se correspondía en gran número de ocasiones con la realidad bélica.
Los principales avances de ejércitos se dieron, como es sabido, en Europa; siendo otros frentes un tanto “secundarios”, aunque tuvieron su igual importancia para la posterioridad. Para conocer los antecedentes de la batalla del Marne hay que centrarse por supuesto en el oeste y más específicamente en los primeros combates, combates englobados en lo que se conoció como la «Batalla de las Fronteras».
Pasada la primera quincena de agosto, los ejércitos alemanes estaban doblegando a la pequeña Bélgica. La caída del pequeño país era inevitable, no obstante, los alemanes habían encontrado una resistencia mayor de la que habían esperado, que era ninguna. Una vez comprometida Bélgica y con un pie ya casi en Francia (el verdadero objetivo de la operación), los ejércitos galos decidieron actuar y ponerse en marcha.
Hasta este momento, los franceses se habían movilizado y preparado, pero no habían realizado grandes movimientos. Los únicos movimientos realizados en estas primeras semanas fue el de la unidad del general Sordet.
Tres divisiones de caballería francesas (…), entraron en Bélgica el 6 de agosto para reconocer la potencia alemana al este del Mosa (Tuchman, 2015: 235)
A pesar de todo y del intenso reconocimiento, las divisiones de caballería francesas no pudieron disponer de esta información.
También el día 7 de agosto, los franceses lanzaron una ofensiva limitada contra la ciudad de Mulhouse (Alsacia), una de las «hijas perdidas» (Muñoz, 2014: 111) de Francia. El ataque fue dirigido por Louis Bonneau, que avanzó con tres columnas contra el objetivo en un frente de 24 kilómetros. Dos días más tarde, el día 9 de agosto, los franceses entraban en la ciudad. El generalísimo de toda Francia, Joffre, apremiaba a su subordinado a continuar adelante. La respuesta alemana no se hizo esperar y el día 13 de agosto los franceses habían sido expulsados.
Con esta primera derrota, el aclamado y “perfecto” «Plan XVII» del general Joffre comenzaba a desmoronarse. Por supuesto, la autocrítica no estaba a la orden del día y el «Papa Noel» (Ibid, p. 15) de Francia cargó contra Bonneau, que fue el primero de los muchos oficiales relevados del cargo en este mes.
Tras este sangriento ensayo, el día 14 las batallas comenzaron a sucederse de manera ininterrumpida. Ese día, el Primero y Segundo ejércitos franceses pasaron al ataque en Lorena. Sin embargo, a pesar del increíble avance alemán por Bélgica (flanco izquierdo francés) en la tercera semana de agosto, Joffre no había cambiado un ápice de su percepción del teatro de operaciones y seguía creyendo que la ofensiva principal alemana se desarrollaría contra su centro en Lorena (Ibid, p. 111). Por lo tanto, él pensaba que su ofensiva se adelantaba al envite enemigo.
Soldadito del mes de agosto, con tu pantalón de un rojo vivo, intentas pasar inadvertido, pero detrás de las amapolas no hay mucho sitio. Hacías tu entrada en la Historia disfrazado de soldado de opereta, muerto del mes de agosto – (Tardi, 2010: 94).
Los ejércitos franceses dirigidos por Castelnau y Dubail tenían dudas respecto al ataque. Dudas que habían hecho conocer a Joffre por escrito. Igualmente se hizo caso omiso y la ofensiva comenzó. Los dos primeros ejércitos franceses se enfrentaron al VI y VII ejércitos alemanes mandados por un único estado mayor dirigido por el príncipe Ruperto de Baviera. Los alemanes se habían preparado para este momento años atrás construyendo fortificaciones y líneas defensivas; así como haber realizado maniobras sobre el terreno. Terreno que paisajísticamente era bello; con colinas, bosques y numerosas corrientes de agua, pero que era territorio de difícil acceso para la tropa.
Entre los días del 19 y 20, los franceses habían sido detenidos. Dubail había conseguido mantener posiciones e incluso avanzar, pero Castelnau no corrió tanta suerte. El Segundo ejército francés fue flanqueado por los alemanes y se tuvo que retirar. Con esta retirada Dubail tuvo que hacer lo propio. La repugnancia de Dubail por tener que abandonar unos territorios que había conquistado después de varios días de duras luchas era enorme, y su antigua antipatía por Castelnau no quedó en modo alguno suavizada (Tuchman, 2015: 298).
En esos duros días para las armas francesas, los alemanes pasaron la ofensiva en Lorena. El príncipe Ruperto vio la oportunidad de penetrar en territorio galo y conseguir realizar una doble pinza. En Plan XVII se estaba resquebrajando a pasos agigantados. Las matanzas se sucedían, pero el GQG (Gran Cuartel General) se negaba a reconsiderar la estrategia a seguir. El día 21 de agosto, Ferdinand Foch, uno de los padres espirituales del Plan XVII recibió la noticia de que su hijo había muerto en el campo de batalla. Ante la consternación de sus oficiales y tras un silencio se limitó a decir “Caballeros, hemos de continuar” (Ibid, p. 299).
Ese mismo día 21 se pasó de nuevo a la ofensiva, esta vez en las Ardenas. Al amanecer del día 22, franceses y alemanes estaban en contacto en toda la línea de frente. Cuando ambos ejércitos decidieron avanzar chocaron de frente a los pocos kilómetros. Los combates que se produjeron en esta jornada fueron de los más sangrientos para las armas francesas. Durante esta única jornada, más de una quincena de combates al asalto marcarían la derrota de las ofensivas francesas en este sector (VV.AA, 2014: 29). Por lo tanto, los días 21 y 22 de agosto iban a ser determinantes para las divisiones y fuerzas enfrentadas.
La ofensiva de las Ardenas fue la gran batalla que los estrategas galos habían pensado e ideado desde hacía décadas. Un gran ataque, con cerca de un millón de hombres, avanzando por el centro alemán y golpeando su desprotegido corazón. Batalla que debía estar perfectamente compartimentada, organizada en torno a las acciones de los cuerpos de infantería y basada en rápidos ataques a la bayoneta (Muñoz, 2014: 127). Pero esta gran ofensiva se tornó en un desastre mayúsculo para los planes franceses. Las unidades de infantería con sus pantalones garance y sus capotes azules avanzaron por unos profundos bosques, cubiertos por la niebla para lamentablemente encontrarse con un enemigo que había fortificado sus posiciones al otro lado de la frontera.
Los alemanes en previsión de una ofensiva habían creado líneas de trincheras y alambradas. Los franceses en cambio no querían revelar sus intenciones, por lo que Joffre aconsejó no realizar reconocimientos en la zona para no poner en peligro la ofensiva y que se descubrieran sus planes. Por lo tanto, los ejércitos del gobierno de París desconocían e ignoraban casi todo de su enemigo. No obstante, los combates y luchas que se sucedieron en aquel lugar fueron terribles para ambos bandos, aunque los franceses se llevaron la peor parte. Los batallones se lanzaban unos contra otros combatiendo con la bayoneta calada.
Los franceses eran detenidos de manera irremediable ante las ametralladoras alemanas, mientras que algunos batallones alemanes eran aniquilados en su totalidad por los cañones de 75 mm galos. Los ejércitos franceses desplegados en las Ardenas ya flaqueaban el día 23 y viendo que sus fuerzas estaban exhaustas, Joffre ordenó la retirada de estas. La derrota en las Ardenas dejaba claro que el Plan XVII, en el que muchos habían confiado para salvar Francia y ganar la guerra, había fracasado estrepitosamente frente a una realidad bélica que costó mucha sangre. En un comunicado para Joffre, Langle de Cary le dijo que «En suma, resultados sin duda insatisfactorios» (Ibid, p. 131).
Pero en realidad los resultados eran más que insatisfactorios, los cuerpos franceses habían tenido una gran cantidad de bajas, muchas de ellas irremplazables. La ofensiva en las Ardenas costó la vida de 27.000 soldados franceses, cuatro veces más que en la famosa batalla de Waterloo. Asimismo, fue el día más sangriento de la Gran Guerra, a pesar de que siempre se ha dicho que fue el Somme. Los alemanes tuvieron cerca de 15.000 muertos, lo que también es una cifra a tener en cuenta. Sin embargo, los alemanes consiguieron rechazar el ataque y luego avanzar hacia el interior de Francia.
Mientras tanto y en la zona norte, cerca de la frontera de Bélgica se encontraba el Quinto Ejército del general Lanrezac. El viejo general seguramente fuera uno de los pocos hombres válidos que tenía Joffre, pero este tenía opiniones muy contrarias a él. Lanrezac era un militar que no valoraba positivamente el Plan XVII. Es más, al contrario que Joffre no creía que los alemanes fueran a atacar por el centro, sino por la cercana Bélgica efectuando una maniobra de pinza. Sin duda, el oficial francés predijo el movimiento de los ejércitos alemanes.
Sin embargo, sus opiniones y declaraciones no fueron tomadas en cuenta por sus subordinados y compañeros de oficio. Los franceses tenían grandes problemas para encontrar información de primera mano; su cuerpo de inteligencia era nefasto, mientras que el de los alemanes funcionaba mucho mejor y era más eficiente. Igualmente, Lanrezac acató las ordenes que Joffre le había dictado, aunque eran confusas, pues los esfuerzos galos estaban puestos en la frontera central y no en Bélgica. En los mismos días que varios ejércitos franceses se desangraban en las Ardenas, el Quinto Ejército junto al Cuerpo Expedicionario Británico se vieron envueltos en una serie de batallas igualmente duras en Bélgica.
Estas batallas se dieron en Charleroi y Mons y fueron decisivas para llegar a la situación posterior en el Marne. La batalla de Mons tiene la característica en que fue la primera que luchó el BEF (Cuerpo Expedicionario Británico) en tierras francesas. Ambos combates se desarrollaron entre el día 21 y 23 de agosto.
La batalla de Charleroi comenzó cuando efectivos del II Ejército alemán de von Bülow avanzaron con rapidez y decisión sobre el Sambre. Allí se encontraba el Quinto Ejército de Lanrezac desplegado entre Namur y Charleroi. El III y X Cuerpos estaban en el centro, mientras que en el lado derecho estaba el I Cuerpo y en el izquierdo el XVIII Cuerpo. En el flanco derecho también se encontraba la caballería de Sordet que actuaba de enlace con el BEF británico. El día 21 fue el primer día de ofensiva y el más decisivo. Tanto franceses como alemanes avanzaron hacia delante, pero los franceses se vieron superados en número y tuvieron que retirarse.
La vanguardia alemana con su gran empuje consiguió hacerse con dos cabezas de puente. Las unidades germanas del II Ejército fueron apoyadas por tropas del III Ejército de von Hausen. Con el envite alemán la caballería de Sordet no pudo aguantar en sus posiciones e inició el repliegue. Con este, se abría una brecha de 16 kilómetros entre las unidades inglesas y francesas. Brecha que era peligrosa debido a que los alemanes podían utilizarla para realizar una maniobra de flanqueo. Las fuerzas aliadas pensaban que tenían delante entre dieciséis o diecisiete divisiones, cuando en realidad estas fuerzas ascendían a treinta divisiones. Asimismo, la artillería desplegada por las unidades alemanas era superior a la inglesa y francesa.
Ese día 21 de agosto, los alemanes se lanzaron con más de 100.000 hombres contra la fortaleza de Namur, que al igual que Lieja ahora sufría en sus posiciones las granadas de dos toneladas de los grandes cañones alemanes. En el flanco izquierdo, Sir John French, jefe del BEF se mostraba tranquilo. Esa noche, después de que franceses y alemanes se hubieran batido donde todo el día, Sir John French informó a Kitchener de que no creía que se librara ninguna batalla sería antes del día 24 (Tuchman, 2015: 315). French estaba realmente equivocado y aunque se vanagloriaba de conocer la situación, lo cierto es que la desconocía por completo.
Mientras que los franceses se agarraban desesperadamente a la ciudad de Charleroi; los ingleses comenzaban su propia guerra contra el enemigo. Las tropas inglesas avanzaban por la carretera de Mons, aviadores y caballería dieron información de que los alemanes en varios cuerpos se dirigían hacia ellos. El miedo comenzó a cundir entre los oficiales del estado mayor; los alemanes con este movimiento barrerían a todo el contingente británico. El día 22 de agosto los ejércitos alemanes a pesar de su avance se encontraban con dificultades. Algunas unidades francesas intentaban echar a los germanos al otro lado del Sambre, otras resistían y otras se retiraban en desorden.
Las noticias para los franceses cada vez eran peores. El Quinto Ejército no podía aguantar la presión; los alemanes ampliaban sus cabezas de puente y estaban a la espera de tomar Namur, que caería pronto. Además, la ansiedad de Lanrezac era tan grande que rogó a sir John French que atacara el flanco derecho de Bülow; con el fin de proporcionar alivio a la presión contra los franceses. Sir John French contestó que no podía acceder a la demanda, pero prometió mantener el frente en el Canal del Mons durante veinticuatro horas (Ibid, p. 319). Los británicos el día 22 se vieron inmersos en lo que sería la primera batalla librada por un ejército inglés en el continente desde hacía casi cien años, si no se cuenta Crimea.
La batalla Mons comenzó a las 9:00 de la mañana. La sorpresa para británicos y alemanes fue mayúscula. Los británicos no esperaban entrar tan pronto en combate y los alemanes desconocían que los ingleses hubieran desembarcado en Francia. Seguramente esto fuera lo mejor que hicieron los servicios de inteligencia Aliados, el esconder la llegada del BEF. Esta vez los aliados se adelantaron a los alemanes y se desplegaron a lo largo de 24 kilómetros. Von Kluck se lanzó con su I Ejército contra los ingleses de manera frontal y sus unidades fueron destrozadas por el fuego de los Lee-Enfield británicos. A lo largo de la mañana la intensidad de la lucha fue aumentando.
Al día siguiente, el BEF recibió noticias de que el Quinto Ejército de Lanrezac había iniciado una retirada general en todo el frente. Los alemanes a su vez habían comenzado una maniobra de flanqueo, aunque se había comenzado tarde. Este hecho dio la oportunidad perfecta a Sir John French para retirarse y escapar de la trampa. La retirada se hizo bajo fuego enemigo y en medio de la confusión. Las pérdidas entre los componentes del BEF fue de 1.600 bajas, un precio mínimo por haber escapado a una destrucción segura. Las pérdidas alemanas son desconocidas, aunque está claro que tuvieron más debido a los ataques frontales. No obstante, R. G. Grant da una cifra de 2.400 bajas (Grant, 2012: 705) para los ejércitos de von Kluck.
Con la batalla de Mons se cerraba el primer capítulo que llevaría a la batalla del Marne semanas después. Los ejércitos aliados salieron derrotados de la Batalla de las Fronteras en aquel duro y fatídico agosto. Después del día 23 y el repliegue general de la mayor parte de los ejércitos franceses empezaron los días de la gran retirada. Los alemanes habían conseguido desarticular las ofensivas galas y además el crearles serias bajas. Durante la Batalla de las Fronteras; en la que participaron sesenta divisiones francesas, un millón doscientos cincuenta mil hombres combatieron, en diferentes momentos y lugares durante más de cuatro días. Las bajas francesas, durante esos cuatro días, ascendieron a más de ciento cuarenta mil; es decir, el doble que todo el Cuerpo Expedicionario inglés en Francia (Tuchman, 2015: 329).
La Retirada al interior de Francia (24 de agosto y 4 de septiembre)
Como es sabido, el plan alemán era avanzar en varias alas sobre el sector de París. El movimiento principal estaría ejecutado por los I, II y III ejércitos. Los dos primeros serían los decisivos y los que hicieran retroceder a los Aliados hasta el río Marne. El primer ejército estaba comandando por von Kluck, el segundo por von Bülow, quien Schlieffen había nombrado sucesor para comandar el ala derecha. Por último, el tercero estaba mandado por von Hausen. Von Kluck era el que tenía que realizar el recorrido más largo y su avance tenía que marcar el ritmo del avance general.
La «Gran Retirada» comenzó el día 24 de agosto por orden de Joffre, que debido a la fama que estaba ganando se le comenzó a conocer como Papá Joffre. La retirada fue simultánea en la mayor parte de todos los frentes. En el flanco izquierdo y en las Ardenas los franceses habían salido muy mal parados. En menos de un mes, la guerra a la que todos habían ido con tantas ganas e ilusión parecía estar perdida. La amplitud del desastre fue ignorada por la opinión pública hasta el 25 de agosto, cuando los alemanes anunciaron la conquista de Namur y de cinco mil prisioneros. La noticia conmovió al mundo incrédulo (Ibid, p. 332).
El gobierno de París y con la aprobación e insistencia de Joffre se retiró a Burdeos. La Ciudad de las Luces era sin duda el objetivo que buscaban las huestes alemanas. Pero a pesar de todo, para el generalísimo francés, la ciudad no era más que otro punto de apoyo a sus ejércitos. Es más, Joffre pensaba que, aunque la ciudad cayera, la resistencia continuaría en otra parte. Igualmente, todo el estado mayor sabía que París era importante y que su caída sí que podía tener unos efectos devastadores para la moral de los soldados y de los ciudadanos franceses.
La Gran Retirada mostró principalmente dos cosas: primero, el ejército Aliado había sido vencido y roto en las batallas cerca de la frontera, pero no estaba ni derrotado ni hundido. Y segundo, los alemanes ya mostraban signos claros de agotamiento. Las bajas que ellos también habían sufrido por miles comenzaban a pesar; a esto se añadía que cada día que avanzaban, cada kilómetro, estaban más lejos de sus bases de aprovisionamiento. Era, por ende, un ejército agotado que se mantenía sobre todo en la esperanza de que la guerra en el oeste acabaría cuando París cayera en sus manos.
La retirada de los ejércitos aliados fue pensaba y llevada a cabo con disciplina. No hay que dudar que los mandos para mantener esta realizaron fusilamientos y juicios contra los que tenían algún signo de rebeldía o de amotinamiento. Estas largas marchas eran un calvario para los soldados, los regimientos realizaban una media de 22 kilómetros diarios, además llevaban sin descansar días y tenían los nervios destrozados. Es más, los soldados franceses preferían combatir antes que retirarse.
La mentalidad de la tropa también cambió durante estos días. Se embriagaron con el espíritu nacional. Los soldados ahora tenían mayor moral que antes, ya no eran ataques en la frontera enemiga, sino que estaban en suelo patrio y mientras avanzaban dejaban atrás pueblos y granjas que eran francesas, lo que les insuflaba valor y coraje para volverse y combatir. En los días desde el 24 de agosto al 3 y 4 de septiembre, las unidades aliadas continuaron combatiendo. Estos combates eran breves, pero de gran crueldad. Muchas veces se debían a que las unidades en retirada eran alcanzadas y se volvían contra sus perseguidores.
Pero el cansancio en la tropa era visible. Edward Spears, oficial británico que ejerció de enlace entre ingleses y el Quinto Ejército, describió así la retirada gala:
Parecían fantasmas en el Hades, expiando con su aterradora marcha infinita los pecados del mundo. La cabeza gacha, los pantalones rojos y los abrigos azules indistinguibles por el polvo (Muñoz, 2014: 164)
Todos, tanto aliados como alemanes estaban sufriendo aquella larga marcha que los llevaría a la batalla decisiva que determinaría aquel frente y el devenir de la guerra. Otro punto a favor que tuvieron los aliados en aquellos críticos momentos fue el mismo Joffre.
Mientras todos los generales y otros mandos del ejército galo estaban derrumbados por la presión, Joffre se mantuvo tranquilo, consciente y sereno. Muchos de sus subordinados e incluso él mismo eran personas de edad avanzada. Esto hizo que la presión les afectara más. Sin embargo, esto no afectó a Papá Joffre, que utilizó estos intensos días para purgar el alto mando y poner en activo a hombres más válidos.
Aquí es donde Francia encontró al hombre que necesitaba, al jefe, al capitán, al general, que no perdía el equilibro y, en medio de aquella confusión de combates, de derrotas parciales, sabía substraerse a todas las sugestiones y, con su inalterable calma, proseguir con tenacidad prodigiosa el plan que se había formado (Rivera, 1942: 187).
Por otra parte, y como ya ha sido mencionado, los alemanes estaban en su punto culmen. El entrar en la capital francesa les obsesionaba más que ningún otro objetivo. Moltke modificó los planes originales viendo la situación en la que se encontraban. El 27 de agosto envío una directiva en la que cada uno de los ejércitos tenía una misión específica que cumplir. El I Ejército de von Kluck tendría que avanzar hacia París desde el norte, protegiendo el flanco del II Ejército de von Bülow que sería el encargado de entrar en la ciudad.
De igual modo, los ejércitos III, IV y V avanzarían y debían alcanzar el Marne por la línea de Chateau-Thierry-Epernay-Vitry-Le François, para realizar el movimiento más oriental de la gran pinza. Por último, VI y VII ejércitos al mando de Rupprecht en Lorena tendrían que avanzar si había una retirada enemiga en el frente, pues en estos sectores los franceses habían conseguido detener la ola alemana y se mantenían en sus posiciones. Moltke se mostraba optimista, en una conferencia declaró que la guerra contra Francia se encontraba en la fase final.
Pero en esa última semana de agosto los alemanes no valoraron ni calcularon bien sus propias fuerzas. En el este, los rusos se habían abierto camino por Prusia Oriental. Algo que sorprendió a los germanos, pues no se esperaban una movilización tan rápida para un ejército al que se consideraba anticuado y reaccionario. Esta repentina invasión obligó al gobierno de Berlín a retirar un cuerpo del II y III Ejército. Además, otros cuerpos tuvieron que ser dejados en retaguardia en Bélgica y en dos fortalezas pendientes de caer. En definitiva, un tercio de las tropas que deberían ir en el ataque principal no estarían disponibles en el Marne.
Entre los mandos franceses, otro gran hombre que se dejó ver y fue vital en aquellas fechas fue Gallieni, que se convertiría en el salvador de París.
A los sesenta y cinco años sufría de la próstata, a consecuencia de lo cual, después de dos operaciones, (…), carecía de ambiciones personales, era un hombre impaciente e irritable (Tuchman, 2015: 435).
El artífice de que Gallieni fuese nombrado gobernador militar de París fue Messimy, quien le insistió de tal manera que el viejo oficial tuvo que aceptar la difícil tarea que nadie quería hacer.
El día 26 de agosto el BEF se vio envuelto en una nueva batalla en Le Cateau. Los fatigados británicos realizaban jornadas de 30 kilómetros, y los alemanes se encontraban por detrás muy cerca. Ese día, el general Smith-Dorrien que mandaba el II Cuerpo se negó a seguir avanzando con la excusa de que sus hombres estaban agotados. El II Cuerpo ocupó posiciones y a las 11:00 dio comienzo la batalla. A pesar de la inferioridad numérica, las fuerzas británicas consiguieron resistir la acometida inicial alemana, merced de su preciso fuego de fusilería, tal y como ya sucediera pocos días antes en la batalla de Mons (Sáez, 2014: 104). Al final, los ingleses tuvieron que retirarse con notables pérdidas, el II Cuerpo, compuesto por tres divisiones tuvo 8.000 bajas. Asimismo, se perdieron 40 piezas de artillería por la imposibilidad de moverlas.
La batalla de Le Cateau tuvo su importancia, aunque los alemanes vencieran y no se dejaran sorprender como en Mons. El I Ejército de von Kluck se lanzó de nuevo a perseguir al BEF, pero el día que habían sido retenidos dio tiempo a la mayor parte de las fuerzas aliadas a reorganizarse. Sobre todo, el Cuerpo Expedicionario que había tenido graves bajas de sus pocos efectivos. Sir John French era reticente a seguir entrando en los combates y daba largas a sus camaradas franceses para empezar contraataques coordinados.
El día 29 de agosto se inició la última batalla que daría pie al Marne. La batalla de San Quintín se produjo tras ordenar Joffre un contraataque. Días antes el presidente Poncaire se lamentaba, ¿Caería de nuevo esta ciudad como lo hizo en 1557 ante los españoles? Las tropas seleccionadas para el ataque por supuesto salieron del ya cansado Quinto Ejército de Lanrezac. El general que había salvado el ala izquierda francesa se encontraba ante su última batalla, pues Joffre había decidido sustituirle. Los combates que se dieron a continuación fueron muy feroces y repitieron en gran medida el esquema de anteriores enfrentamientos.
Los hombres de Lanrezac lucharon contra los del II Ejército de von Bülow. Durante aquella tarde las trompetas y tambores volvieron a resonar en las llanuras. Aunque los franceses fueron obligados a retirarse una vez más, los alemanes perdieron gran parte de una compañía del 1º de Guardias en una carga a la bayoneta por un campo de caña de azúcar contra las ametralladoras francesas. Los británicos no hicieron aparición en la batalla, y eso que estaban a 10 kilómetros. El mando francés vio esto como una traición, pero los ingleses se excusaban en que sus aliados les habían tratado mal.
A partir de estos frenéticos días, el BEF, el Quinto y el Noveno Ejércitos franceses cruzaron el río Marne. Estas unidades se apostaron en la orilla opuesta los dos primeros días de septiembre. Detrás de ellos venían von Kluck y von Bulow, junto a von Hausen más a la derecha. El tablero donde se produciría la batalla decisiva se estaba terminando de colocar. Los alemanes habían vencido en casi todas las ocasiones a sus enemigos, pero estaban cerca de cumplir el plazo para derrotar a Francia. Según el plan original Francia debía ser derrotada entre los días 39 y 40 después de la movilización.
En París, Gallieni luchaba contra reloj para construir una fortaleza. Aunque Joffre al principio se había negado a defenderla, ahora la ciudad era tomada como un punto estratégico más del frente. Para su defensa, el generalísimo creó el Sexto Ejército al mando del general Michel-Joseph Maunoury. Este ejército pasó desapercibido para los alemanes, que seguían concentrados en el BEF y el Quinto Ejército. En los dos últimos días de agosto ocurrió un hecho transcendental para la campaña. Von Kluck pidió a Moltke el poder cambiar de dirección. En vez de entrar por el este en París, girar ante sus puertas para seguir persiguiendo al enemigo que consideraban “derrotado y en plena huida”.
El OHL aceptó este cambio, y considero la caída de París algo secundario, debido a que su guarnición era mínima y de poca importancia. Tras este giro, la situación comenzó a cambiar de manera drástica. Los primeros días de septiembre algunos reconocimientos franceses (caballería y aviación) vieron que los alemanes no se dirigían por la carretera hacia París, sino que las unidades avanzaban hacia el sur, hacia el río Marne. En un mapa en el estado mayor aliado se iban colocando piezas hasta que se vio claramente que los ejércitos germanos ya no amenazaban la capital.
Von Kluck, por orden directa debía avanzar de manera escalonada junto a su jefe y compañero von Bulöw, pero esto le pareció poco menos que un insulto. Entre los tres ejércitos alemanes existían huecos que había que cerrar, ya que podían ser aprovechados por el enemigo en un ocasional contraataque. Desobedeciendo órdenes directas, el general alemán cruzó el Marne y conquistó varias cabezas de puente. Por otro lado, Joffre no quería dar todavía batalla y la gran ofensiva que vislumbraba desde que empezó el conflicto aún no estaba en su mente.
No obstante, al generalísimo de Francia, en varias reuniones le enseñaron los informes del giro alemán, de que von Kluck había expuesto su flanco al Sexto Ejército y que ese era el momento para lanzar un ataque. Tras idas y venidas, Joffre aceptó el plan que le ofrecían de combatir en el Marne. Era la ocasión idónea, aunque los aliados se jugaban la guerra a la última carta. El 5 de septiembre cuando entró en la sala de operaciones para conferir las decisiones que ya habían tomado, Joffre les dijo a los oficiales allí reunidos: «Caballeros, lucharemos en el Marne» (Tuchman, 2015: 536). Se firmó la orden de ataque y se le leería a la tropa al día siguiente.
La batalla del Marne (5-13 de septiembre)
Para la batalla, los alemanes contaban con el I Ejército de von Kluck que estaba desplegado a la izquierda cerca de Betz, Coulommiers, Chateau Thierry, Lizy y a lo largo del río Ourcq. En el centro del dispositivo estaban el II Ejército de von Bülow y el III Ejército de von Hausen, entre Montmirail y Champaubert. Por último, en el flanco derecho estaban dispuestos el IV Ejército dirigido por von Albrecht y el V Ejército de Guillermo de Prusia, hijo del Káiser. Estaban situados entre Vitry le Francois y Verdún. Aproximadamente en números serían cerca de un millón de hombres.
Mientras tantos los aliados tenían situados al noroeste, cerca d´Creil y Duvy la unidad de caballería de Sordet, más a la derecha estaba el Sexto Ejército de Maunoury, cerca de Juilly y Meaux. Entre Crecy y cerca de Coulommiers estaba el indeciso BEF que al final se había decidido a combatir, aunque a su ritmo. Seguiría después el Quinto Ejército ahora al mando de d´Esperey, cerca de Sezanne, en el centro del dispositivo. Junto al mismo, en St. Gond Marshes estaba el Noveno Ejército de Foch. Finalmente, en el flanco izquierdo se encontraban el Cuarto Ejército de de Cary y el Tercer Ejército de Sarrail. Ambos colocados entre St Dizier y Verdún. Eran también aproximadamente un millón de hombres.
Con el tablero dispuesto finalmente, ya solo hacía falta mover las piezas. Los alemanes del I Ejército de von Kluck habían cruzado el Marne persiguiendo a los ingleses y franceses. Ya el día 5 de septiembre la batalla había comenzado, aunque no de manera general. Ese día el Sexto Ejército francés junto con el VII Cuerpo de Vauthier y el 5º Grupo Divisionario de Reserva de Lamaze avanzan hacia el Ourcq (cerca de París, noroeste) y contactan con las tropas enemigas del IV Cuerpo de Reserva alemán al mando de Grognau. En esta primera escaramuza, los alemanes miden las fuerzas de sus enemigos. La lucha es igualada y al final los germanos optan por replegarse a posiciones más fácilmente defendibles.
Al día siguiente (6) las unidades francesas cerca del río Ourcq son reforzadas y pasan a la ofensiva frontal contra el flanco derecho del I Ejército de von Kluck, que había quedado desprotegido después de su giro. Los soldados del Sexto Ejército de Maunoury se ven envueltos en duros y sangrientos combates de desgaste. La batalla de Ourcq se extendería durante cinco días y sin que ninguno de los dos ejércitos supiera quien iba a vencer. Maunoury pretendía cruzar el río el día 7, día en que la ofensiva general debía de estar ya en marcha. Para ello disponía de 150.000 hombres. En cambio, el general alemán Grognau solo tenía bajo su mando a 22.000 hombres. El enemigo le superaba en 6 a 1 en efectivos.
A pesar de todo, los franceses quedaron enfrascados en una ofensiva que no les reportó ganancias de terreno. Muy pronto el comandante alemán supo que se encontraba ante una ofensiva en toda regla y gracias a su artillería y correcta visión del campo supo parar el envite aliado. Al final y a pesar del derroche de valor que siempre hacían los franceses no avanzaron más de un kilómetro. En cambio, el viejo Grognau salvó al ejército alemán de la debacle que estaba asegurada con tal ofensiva. El Marne iba a ser sin duda una batalla difícil para los bandos contendientes.
El día 6 de septiembre, cuando terminaba el primer día de batalla en el río Ourcq, los ejércitos aliados apostados a lo largo de toda la línea de frente se lanzaron a la ofensiva. Aunque el Sexto Ejército había sido detenido, la llegada de nuevas unidades permitió mantener el fuego y la presión sobre los prusianos. Ante esta situación von Kluck tomó decisiones que serían determinantes para los siguientes días. Del sur, donde quería batir por fin al Cuerpo Expedicionario y al Quinto Ejército, tuvo que extraer varios cuerpos para llevarlos al norte y detener el avance francés que venía desde París. En el norte los alemanes se atrincheraron construyendo también nidos de ametralladoras.
Los franceses no cesaban en su empeño de expulsar de allí al enemigo y cargaban una y otra vez contra las trincheras con las bayonetas caladas. La metralla de los 77 mm alemanes abría espantosos huecos en las filas de los pantalones rojos. Al mismo tiempo, los cañones de 150 mm; fuera del alcance de la artillería francesa y enlazados con los observadores por líneas telefónicas enterradas, bombardeaban las zonas de concentración francesas (Muñoz, 2014: 216). En cambio, el trasvase de unidades alemanas del sur al norte produjo que en el dispositivo del I Ejército comenzara a abrirse una brecha. También empezó a abrirse una brecha entre el I Ejército y el II Ejército. En los cuales los dos hombres al mando no estaban en contacto y las comunicaciones con Moltke eran también difíciles por solo existir una línea telefónica.
Por la noche, el Quinto Ejército y el Cuerpo Expedicionario británico comenzaron a avanzar hacia el norte y lograron hacer retroceder a los alemanes que habían quedado en desventaja. Los germanos perdieron tres aldeas. Al ver esto, von Kluck tuvo que iniciar un repliegue que fue apoyado por la derecha de von Bülow con unidades de caballería. Esta caballería se vio en vuelta en intensos combates la caballería alemana, atacada por la francesa y la británica, fue cortada con graves pérdidas. En este gigantesco duelo de caballería, tomaron parte más de 60.000 jinetes (Dane, 1920: 77). Los alemanes estaban abandonando la zona del Grand Morin para trasladarse al Ourcq donde se concentraban ahora los importantes combates, que habían pasado de ser unas meras acciones, a concentrar gran cantidad de fuerzas.
Con este cambio de unidades, los alemanes empezaron a superar a las formaciones de Maunoury; que muy pronto se vio pidiendo refuerzos desesperadamente. En la madrugada del día 7 de septiembre fue el momento cuando aparecieron los taxis enviados por Gallieni. El gobernador militar de París, valiéndose de su ingenio requisó más de seiscientos vehículos. La mayoría de ellos eran civiles y se utilizaron para enviar al frente varios regimientos; y ahorrarles la caminata de más de 50 kilómetros que había desde la ciudad. En total, el convoy de automóviles llevó unos 5.000 soldados; un número bastante simbólico, pero hizo que el hecho quedara para la posterioridad. Desde el día de la puesta en marcha de la ofensiva general, todo hombre válido para combatir salía marchando en columna desde París hasta el frente.
El 7 de septiembre los duelos se volvieron más encarnizados y la batalla se alargó hasta alcanzar una extensión de más de 120 millas. Aquel tercer día de combates, le tocó el turno al Quinto Ejército de Franchet d´Esperey. La ofensiva lanzada por d´Esperey se inició y no se detuvo hasta la llegada al Marne en días posteriores. El nuevo comandante del Quinto Ejército era apasionado y también despiadado. Cuando el comandante de su XVIII cuerpo (Mas de Lattrie) le insistió en que sus soldados no podían hacer nada más para recorrer las distancias que le pedía, d´Esperey le ordenó cumplir las órdenes además de decirle “Emprenderá la marcha; marchará o morirá” (Muñoz, 2014: 190).
El ataque del Quinto Ejército se inició en un frente de 50 kilómetros, y el avance se realizó con el XVIII, III, I y X Cuerpos. El X Cuerpo se encontraba ya cerca del sector del Noveno Ejército de Foch. El general Franchet insistió en que las unidades debían avanzar unidas para no crear huecos, en contacto con las formaciones que tenían a izquierda y derecha. Gracias al fuego de los cañones de 75 mm los franceses lograron abrirse paso. A lo largo del día 7 de septiembre, las unidades de d´Esperey se hicieron con Charleville a costa de notables bajas. Igualmente, lo importante fue que las unidades aliadas habían conseguido poner en apuros a los alemanes.
El II Ejército de von Bülow se encontró en una situación difícil. Tras apoyar el repliegue del I Ejército, sus unidades no podían aguantar la presión de los cuerpos franceses. Las bajas y la falta de suministro ya hacían mella en las formaciones bajo su mando. De los 260.000 hombres disponibles al principio de la campaña, ya solo quedaban la mitad para combatir. Lo peor de todo, es que 9.000 de las bajas se habían debido a la insolación, la sed y el hambre. Fue entonces cuando el II Ejército, por orden de su comandante tomó la decisión de replegarse al norte.
Por otro lado, el Noveno Ejército de Foch recibió un ataque de varios cuerpos de la Guardia del III Ejército de von Hausen. El ataque se produjo en las marismas de Saint-Gond. La zona era de difícil acceso para la tropa y el avance complicado. Aunque el ataque puso contra las cuerdas a Foch, la situación cambió inesperadamente. Von Hausen no era tenido en cuenta y su ejército parecía más una unidad de apoyo que de avance propiamente dicho. Bülow aquel día le pidió que rodearan a los franceses y abriera brecha entre el Noveno y el Cuarto Ejércitos franceses. Pero también tuvo que acatar los deseos de Albert de Württemberg enviándole uno de sus cuerpos. Por lo que los sajones dispersaron sus fuerzas y los franceses pudieron contenerlas mejor.
Sin embargo, aquel día los británicos no acabaron de entrar en la batalla. Sir John French había tenido durante la última semana más la mirada en los puertos atlánticos para retirar su ejército que en combatir. Para por fin aceptar por fin la misión de servir como unión entre las unidades francesas, Joffre tuvo que dar un puñetazo en la mesa y reprochar al comandante inglés “¡El honor de Inglaterra está en juego!” (VV.AA, 2014: 38). El día 5 de septiembre. El día 7 su avance se limitó a iniciar el avance por el hueco que las tropas germanas estaban creando. El verdadero protagonista de la jornada fue el Quinto Ejército, el cual, aunque había sufrido numerosos reveses desde el día 21 de agosto, aún estuvo en condiciones de atacar.
El día 8 de septiembre, la batalla comenzó de manera tan sangrienta como las anteriores jornadas, pero los resultados seguían siendo igual de inconcluyentes. Hasta el momento la batalla del Marne tenía resultados muy dispares. El día 8 de septiembre, los alemanes conseguían la superioridad en el río Ourcq, donde los cañones y ametralladoras se alimentaban de unidades completas. Mientras tanto, en el centro, los británicos comenzaron a avanzar y cruzaron el Gran y Petit Morin para introducirse por la brecha creada entre ambos ejércitos alemanes. Las fuerzas de French cruzaron ambos ríos capturando Coulommiers. El Quinto Ejército también cruzó los ríos Morin y continuó avanzando hasta llegar a Montmirail.
En el flanco derecho, en el sector de Verdún, los choques entre ambos ejércitos tuvieron una importancia secundaria. Y es que como bien dice F. García Rivera (1942), la batalla del Marne puede ser dividida en tres partes. El Ourcq, Mailly y el Marne propiamente dicho; y finalmente la parte occidental o Batalla de los Príncipes en Verdún. En este frente los IV y V Ejércitos alemanes estaban delante de los Cuarto y Tercero Ejércitos franceses. Los franceses intentaron introducirse por las brechas creadas por el enemigo. Mientras tanto, los alemanes no recibieron ni si quiera ordenes de Moltke, por lo que quedaron a la espera.
Continuando con el sector de Ourcq, al campo francés llegó el 4º Cuerpo procedente del 3º Ejército de Sarrail. La unidad se había trasladado desde la extrema derecha a la extrema izquierda. La orden de enviarlo fue del mismo Joffre, que pensó que estos decidirían la batalla. Los alemanes habían ocupado Betz y Thury y se disponían a envolver el ala izquierda francesa, ala que los galos querían utilizar para envolver también a los germanos. Ante la superioridad de von Kluck el ala izquierda francesa se vio al borde del abismo. Joffre había comunicado a Maunoury la orden terminante de no ceder terreno, puesto que se reñía la batalla del Marne en toda la línea y no era posible tolerar el menor desfallecimiento (Rivera, 1942: 164).
Joffre con su enérgico carácter no se dejó doblegar por la situación. Ordenó también a su subordinado que no emprendiera acciones de importancia hasta la llegada de refuerzos. El jefe del I Ejército alemán ya saboreaba la victoria, la batalla estaba a punto de decirse a su favor y al de sus fuerzas. En realidad, la situación era bastante diferente. Aunque en el Ourcq los franceses estaban en una situación delicada, en el sur, los británicos después de lentos días de marcha, ya se habían metido de lleno en el hueco que había entre el I y II Ejército. Estas noticias alarmaron a los alemanes, sobre todo cuando se enteraron de que los ingleses incluso habían cruzado el Marne ya.
De nuevo en el frente de Foch y de Cary la situación el día 8 se había hecho insostenible debido a un ataque a la bayoneta calada alemana aquella misma noche. A primeras horas de la mañana, aunque nervioso, Foch dispuso a todas las tropas disponibles para un contraataque. Increíblemente, aunque las unidades del Noveno Ejército se separaron de las del Cuarto de Cary, el frente se mantuvo. Los sajones y cuerpos de la Guardia se introdujeron 12 kilómetros en el dispositivo francés. Aunque la situación se mantuvo a duras penas, sin embargo, los alemanes fallaron con su ataque en el sector de las marismas. La brecha no pudo entonces formalizarse.
Ya por la noche, y al día siguiente, sábado 9 de septiembre la situación comenzó a cambiar definitivamente. Von Hauser recibió noticias de su gran ataque con bayoneta. se dio cuenta de que su iniciativa no solo no había conseguido abrir una brecha en el dispositivo francés, sino que había desgastado inexorablemente a dos cuerpos de ejército situados en el centro mismo del campo de batalla. Cerca del 20 por 100 de la fuerza atacante había caído (Muñoz, 2014: 235). Por lo tanto, el día 8 de septiembre fue cuando los ejércitos alemanes estuvieron más cerca de alzarse con la victoria en el Marne.
El 9 de septiembre los ejércitos tanto aliados como alemanes estaban exhaustos. Llevaban combatiendo sin descanso desde el día 6, algunos desde el día 5. Los alemanes estaban peor todavía, pues desde el 20 de agosto no habían tenido un respiro avanzando sin descanso detrás de los enemigos que se retiraban. A pesar de todo, los soldados alemanes se aferraron al pensamiento de que los franceses estaban a punto de caer, pero el mando tenía otras ideas distintas. Desde las esferas militares, la situación era más complicada. Ese día, los británicos y el Quinto Ejército continuaron avanzando por la brecha creada por el I y II Ejército días antes.
El 9 de septiembre fue sin duda el punto de inflexión de la batalla. Desde la lejana Luxemburgo, el jefe de estado mayor Moltke estaba al borde del colapso nervioso. Ni si quiera podía tener buena comunicación con sus subordinados. Las noticias e informaciones llegaban cada 24 horas, por líneas no seguras. Tras muchos debates. Una comisión militar envió al teniente coronel Hentsch al frente para que evaluara la situación y ordenara una eventual retirada. En la zona de Ourcq, dos divisiones del IX Cuerpo y una del III Cuerpo avanzaron hacia Villers-Cotterets hicieron retirarse a la 61 división francesa. Pero el esfuerzo fue en vano, y a medio día la artillería enemiga barría a los prusianos.
A las 11:45 un mensaje radiofónico transmitió a von Kluck que von Bülow se estaba replegando del frente. El III Ejército de von Hausen también empezó el repliegue. Estos movimientos cayeron sobre von Kluck como un jarro de agua fría. ¿Quién ordenó el repliegue? No existe ninguna duda de que la decisión no pudo ser tomada por Hentsch, sino por Bülow. Es absolutamente improbable que un simple teniente coronel pudiera, no ya ordenar, sino sugerir al soldado más respetado de Prusia que iniciara una retirada de los ejércitos alemanes a las puertas de París sin haber sufrido una derrota (Ibid, p. 246). Pero la situación real era bastante nefasta para prusianos, sajones y bávaros. Aunque en el Ourcq continuaba la lucha y también en Saint-Gond, en el centro el Quinto Ejército y el BEF ya habían alcanzado el Marne y tomado Chateau-Thierry.
El día 10 de septiembre los germanos aún estaban divididos en cuanto a acatar de manera definitiva el repliegue. En el sector de Verdún los alemanes iniciaron un nuevo ataque, el resultado fue otra carnicería entre las unidades. También se tuvo que destinar 130.000 hombres para proteger la línea de ferrocarril Bruselas-Lieja por una ofensiva belga que partía desde Amberes. Estas dos acciones, sobre todo el fracaso de Verdún, dictaron el final de la batalla del Marne.
La batalla del Marne desde el Heraldo de Madrid
Desde el inicio de la guerra la prensa española se hizo eco de las diferentes noticias que llegaban de Europa. Esto fue gracias a sus corresponsales. El análisis de toda la prensa española relacionada solamente con los dos primeros meses de guerra de 1914 daría para numerosos artículos (e incluso un ensayo); por ello centraré el análisis en lo publicado por el Heraldo de Madrid entre el 7 y 15 de septiembre (nº. 8.681 al nº. 8.689) que se fijan en la batalla que hemos tratado aquí.
La portada del Heraldo de Madrid había añadido por las fechas el subtitulo «Europa en Guerra», y antes que las cuestiones nacionales, el periódico trataba todas las noticias que venían del frente. Muchas de ellas no sobrepasaban las seis líneas. La importancia del Marne es que comienza como una de esas pequeñas noticias y acaba finalmente en la portada del diario. El día 7 de septiembre se publica una columnita con el título de «franceses y alemanes». En la misma se avisa de que los alemanes y los aliados han chocado en la zona del Grand Morin, a pesar de todo, se avisa de que han sido unas jornadas muy favorables para el ejército aliado. El tono es benevolente para franceses e ingleses. No obstante, el Heraldo de Madrid era un periódico aliadofilo.
En la edición de la noche del 8 de septiembre, los combates empiezan a desarrollarse de manera más extensa. Se habla de diferentes temas en una misma columna que ya es de una dimensión considerable. Se publica que «París esta tranquilo» y dispuesta a defenderse por orden de Gallieni. El 9 de septiembre los enfrentamientos han llegado a primera plana «Alemanes y franceses empeñados en una gran batalla». Además se avisa de que «los alemanes conducen sus operaciones hacia el Valle del Marne pareciendo perseguir su marcha envolvente más bien que dirigirse sobre París».
De ese mismo modo se habla de los combates que se están sucediendo entre Meaux y Ourcq; donde las tropas aliadas han capturado incluso prisioneros. La realidad es que entre el 8 y el 9 la batalla estaba en una situación todavía inconclusa; aunque con un grado máximo de intensidad. Una curiosidad de estos dos días es que del 8 al 9 el Heraldo pasa a subtitularse de «Europa en Guerra» a «La catástrofe europea».
El 10 de septiembre amanece con «La gran batalla entre alemanes y aliados prosigue en las cercanías de París». Se avisa de dos noticias importantes; primero hay un gran desfile de tropas en la capital francesa y segundo que se combate en toda la línea. En lo referido al desfile de tropas; los redactores del Heraldo de Madrid dieron por válida una de las «fake news» más famosas de comienzos de la guerra, la ayuda rusa a los aliados. Desde agosto se corrió el rumor de que el Zar había enviado un contingente en ayuda de los anglofranceses. Por supuesto no pasó de ser eso, un rumor. En la columna del diario español afirma que, nada más y nada menos que 110.000 cosacos habían desfilado por París.
El viernes 11 de septiembre se ve que están llegando noticias de que la batalla no tiene aún un vencedor claro. La portada es clara «La indecisión de la victoria». En la edición de la noche y con el titulo de «La gran batalla continua» se comunica que los alemanes, en el flanco derecho han retrocedido 60 kilómetros. Aunque en el centro continua la indecisión. El sábado 12 se hace la gran pregunta en la portada «¿De quién ha sido la victoria?», acto seguido se reproducen dos comunicados, uno de un oficial francés y otro inglés. Los dos llegan a conclusiones parecidas; el envite alemán ha sido detenido y las fuerzas germanas estaban faltas de víveres y de sueño. También se desarrollan las operaciones de ese día; los franceses e ingleses han hecho retroceder a los alemanes y ya han vuelto a cruzar el Marne.
El 13 de septiembre los alemanes están en franca retirada; «Los alemanes siguen replegándose ante el vigoroso ataque de los aliados». Se informa de que desde ayer el ala izquierda alemana en Verdún esta iniciando un repliegue. Entre los capturados por los Aliados se encuentran cincuenta jinetes de caballería de una unidad de Ulanos. Estos se han rendido debido al cansancio y al hambre. Este suceso se cuenta en una columna titulada «La gran batalla». El 14, el Heraldo de Madrid ya habla de «La gran victoria de los aliados»; y se publica «la batalla celebrada desde cinco días se termina en una gran victoria. La retirada de los primeros, segundo y tercer Cuerpos de ejército alemanes se acentúa ante nuestra izquierda y nuestro centro».
El día 15 de septiembre la batalla se ha dado por finalizada del todo. Las noticias vuelven a versar sobre otros frentes y enfrentamientos. Aquel día la portada se muestran con un «los alemanes siguen batiéndose en retirada». Por estas fechas, el avance del Marne había llevado a los aliados a la batalla del Aisne; donde los alemanes se habían fortificado y detuvieron la ofensiva. Como se ha podido observar en estas líneas. La batalla del Marne tuvo una importancia real desde el Heraldo de Madrid. Las operaciones militares fueron seguidas de forma detenida, adjuntando incluso diversos comunicados oficiales de los aliados.
– Para los interesados en conseguir más información de los aspectos nombrados, ver los números digitalizados adjuntados en la bibliografía –
Consecuencias de la batalla
El 11 de septiembre Moltke visitó por primera vez el frente del que tan lejos había estado. Ordenó definitivamente el repliegue hacía el norte, hacía el río Aisne, otro de los tantos afluentes del río Marne. Una retirada siempre es un choque para la moral. Por ello se ocultó a la población civil y a la prensa; se les engañó con que no era una derrota, sino un repliegue para reorganizarse y volver a poner en marcha el plan para tomar París. Lo cierto es que los alemanes habían perdido la oportunidad de dar el golpe final al país galo. La victoria, y por ende, el plan Schlieffen se fueron al traste.
A parte de estas consecuencias evidentes, están otras consecuencias más traumáticas que son las pérdidas humanas. La batalla del Marne fue hasta ese momento la gran batalla de la historia. Una batalla que había concentrado cientos de miles de hombres. Durante seis días miles de esos hombres combatirían y morirían en los prados, en las marismas, en las colinas y riveras cerca de París. Las bajas fueron notables para los dos ejércitos principales; los británicos salieron mejor parados por su lentitud y poca determinación a avanzar y hacerse partícipes de la batalla que se libraba a su alrededor.
Muertos | Heridos | Desaparecidos | ||
Francia | 21.000 | 122.000 | 84.000 | |
Alemania | 43.000 | 173.000 | 40.000 | |
Reino Unido | 3.000 | 30.000 | 4.000 | |
-Total- | 67.000 | 325.000 | 128.000 | 520.000 |
Tabla de bajas durante la batalla del Marne. Fuente: Verney & Tardi (2010), Puta Guerra, Norma Editorial, p. 108. El historiador británico R. G. Grant cifra estas en 483.000 (Grant, 2012: 710).
En proporción de días y bajas, la batalla del Marne se convierte en la batalla más sangrienta de toda la Gran Guerra. Puede que esta afirmación choque con la de otros autores e historiadores, pero es una verdad matemática. En número fueron más altas las bajas que se produjeron en Verdún o en el Somme, pero fueron batallas de meses, en el Marne se combatió durante una semana.
La retirada al Aisne se hizo efectiva ya a mediados de septiembre. Los alemanes se fortificaron con trincheras, alambradas y posiciones de artillería. Los franceses no iniciaron una persecución de las fuerzas germanas en repliegue, algo que ha sido criticado severamente por algunos historiadores militares. Realmente, después de los combates, los ejércitos de París no estaban en condiciones de perseguir a nadie y el agotamiento de la tropa era evidente. Igualmente, los aliados intentaron una ofensiva a finales de mes contra las posiciones alemanas. Ofensiva que se vio frenada por las fortificaciones de estos. Fue entonces cuando los franceses también optaron por enterrarse.
No obstante, la guerra de movimientos en el oeste todavía continuó durante varios meses, hasta noviembre, fue el canto del cisne de este tipo de guerra en occidente hasta la Segunda Guerra Mundial. Los ejércitos del Káiser no se dieron por vencidos y comenzó la «Carrera hacía el mar». Esta carrera pretendía sobrepasar al contrario acercándose al Canal de la Mancha; sector donde la guerra aún no había llegado a toda su amplitud. Desde mediados de octubre hasta finales de noviembre, británicos, franceses y alemanes se lanzaron a la ofensiva; hasta que finalmente no quedó otra opción que cavar trincheras y de nuevo esperar.
El Marne también produjo un cambio en la dirección del Estado Mayor de Alemania. Moltke dimitió. El conocido como “El Joven”, en comparación con su tío, cayó en desgracia después de la batalla y fue sustituido por el frío e implacable von Falkenhayn. El nuevo jefe de estado mayor no se preocupaba por el estado de la tropa, no como su antecesor que en sus últimos días no podía aguantar el agobio y la presión de ver sufrir tanto a tantos soldados. Falkenhayn será el que ordene la campaña de Verdún en 1916, aunque eso, como dicen, es otra historia.
En el lado aliado, el Marne y las primeras semanas de guerra sirvieron para ver nacer y aparecer a nuevas personalidades en el mundo de la estrategia y la táctica militar. Pocos fueron los que aguantaron en su puesto sin ser destituidos. Del Marne saldrán líderes como Foch, Petain y d´Esperey. También fue una batalla que marcó a la siguiente generación de militares, ya que hombres Guderian participaron en la misma; así como De Gaulle en las fronteras al igual que Erwin Rommel.
Conclusiones y enseñanzas
Las jornadas del 5 al 10 de septiembre fueron calificadas como el “Milagro del Marne”; debido a que los aliados se salvaron de la derrota por el canto de una moneda. Pero ¿Realmente fue así? Si se estudian de forma detenida los movimientos de tropas, el cansancio de esta, la situación estratégica y logística de la misma se puede ver que los alemanes estaban al límite de sus fuerzas. Al contrario, los aliados, aunque seguramente desilusionado por las derrotas en las fronteras, estaban muy cerca de sus bases de suministros. F. García Rivera dice sobre esto:
¿Se debió, entonces, a la casualidad o a veleidades caprichosas de la fortuna el feliz desenlace de la batalla? Tampoco, porque si bien es verdad que concurrieron circunstancias favorables debidas a errores de los contrarios, también es cierto que el aprovecharse de las ventajas que proporcionan estas faltas es lo que caracteriza a los buenos capitanes, como igualmente que la batalla fue muy reñida y que si, en algunos momentos, pudo y debió considerarse como perdida, la resistencia sobrehumana de que dio patentes muestras el soldado francés, inclinó a su favor lo que la técnica le arrebataba, lo que la lógica le discutía (Rivera, 1942: 151).
Con lo que podemos dejar claro que el milagro no fue tan milagro, sino la batalla culmen (o punto culminante en términos de von Clausewitz) y final del avance alemán. Un hecho que se repite a lo largo de la historia militar, el avance victorioso de un ejército hasta que sus fuerzas, debido al desgaste y falta de aprovisionamiento son derrotadas en unas decisivas jornadas. Estas derrotas no significan el final del ejército, pero si del golpe inicial.
La batalla del Marne fue sin duda el punto de inflexión de 1914, y, sobre todo, fue el final de las tácticas militares del siglo XIX. Debido a su larga extensión, en los combates hubo tanto, cargas de caballería, trincheras, artillería, aeroplanos, cruce de ríos, etc. Toda la tecnología bélica existente en la época se puso sobre la mesa para intentar derrotar al enemigo de manera rotunda. En el Este, la guerra de movimientos no se detuvo, por lo que la mentalidad cambió de manera más gradual
A partir del Marne los franceses comprendieron que era necesario renovar y modernizar el ejército. En aquellas semanas, el ministerio de guerra adoptó un nuevo uniforme para tropa, el Blue Horizon; de tonalidades azules pálidas. Es un uniforme para los tiempos modernos. El pantalón rojo y el capote azul comienzan a desaparecer; aunque el pantalón se seguirá viendo hasta la primavera de 1915. Muchos han puesto en el tema del uniforme como una de las razones principales de las bajas francesas, pero nada más lejos de la verdad. Lo realmente importante fueron las tácticas y como se prepararon los combates de manera deficiente.
Para los británicos también fue la batalla que les hizo cambiar de estrategia; si es que querían ganar la guerra en la que se acababan de meter. A partir del Marne, los contingentes británicos fueron en aumento. El ejército regular también aumentó con cientos de miles de voluntarios que querían “dar la patada a los boches”. Sir John French salvó el pellejo después la victoria del Marne; pero su suerte se terminó a comienzos de 1915, cuando fue forzado a dimitir del mando.
La caballería también adoptó cambios y vio que su papel de nuevo quedaba relegado a un papel secundario. Igualmente, no se dejó de utilizar, pues el caballo era el animal por excelencia del ejército para trasladar material y provisiones a falta aún de la estandarización del vehículo a motor. Si algo se vio de manera clara en el Marne fue que comenzaba la «Era de la Artillería». De papel de apoyo a ejércitos, pasó a ser vital para las batallas. Artillería orientada con aeroplanos y avisada mediante teléfonos de campaña. “La artillería conquista y la infantería ocupa” se decía durante aquellos días de septiembre entre los militares franceses.
La Marne, como es nombrada en Francia, significó de manera clásica el final del Plan Schlieffen alemán. Aunque si somos realistas, los nuevos estudios han aportado que tal plan nunca existió como se ha contado. Es cierto que existían unas directrices, pero Schlieffen dejó ser jefe de Estado Mayor en 1906, y fue Moltke quien realmente diseñó el plan de acción para la guerra. Esto es algo que parece ser olvidado por la mayor parte de la bibliografía. Lo que sí fue un choque, y no solo para el Imperio Alemán, fue el no tener planes para una guerra larga y de desgaste.
En definitiva, el Marne fue la primera batalla moderna del siglo XX. Un enfrentamiento que puso a Europa en la era industrial militarizada. Los campos de batalla ya no se ganarían por número de infantes, sino por cañones, vehículos a motor y aviones. La superioridad numérica quedaba en un segundo plano, solo para ciertas acciones muy específicas.
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Hemeroteca Digital. Biblioteca Nacional. Páginas 858 y 859.
Una nota de agradecimiento
Este artículo quiero dedicárselo especialmente a mi querida Celia; quién me dio ánimos para introducirme al mundo de la Historia de manera profesional. Muchas gracias por tus opiniones, siempre tan sinceras y constructivas sobre las cuestiones históricas que te planteo. Y más gracias aún por aquel viaje a París en 2017. Donde, con tu dominio del francés pude tener una aproximación al campo de batalla del Marne; visitando el fabuloso Musée de la Grande Guerre de la localidad de Meaux. Visita y viaje que espero que volvamos a realizar pronto.