Fernando III el Santo, rey de Castilla y de León, fue uno de los monarcas medievales más significativos de la historia europea. Durante su mandato cambió el destino de la Península Ibérica, ya que logró reunificar los reinos de Castilla y de León, y extender la Reconquista por las tierras andaluzas. Continuando, con ello, la labor militar iniciada por su abuelo materno, Alfonso VIII de Castilla, tras la victoria cosechada en la batalla de las Navas de Tolosa frente al Imperio Almohade.
Fernando nació entre 1199 y 1201 –su fecha de nacimiento exacta, hoy en día, no está completamente definida–, en el entorno de Peleas de Arriba, pueblo ubicado actualmente en la provincia de Zamora. Fue hijo de Berenguela de Castilla –hija, a su vez, de Alfonso VIII de Castilla y Leonor Plantagenet–, y de Alfonso IX de León.
A lo largo de su reinado, Fernando III hizo gala de una formidable devoción religiosa, especialmente hacía la Virgen, y de un gran respeto por la Iglesia y sus ministros. Todo lo cual, unido a su incansable labor bélica frente al islam, lo llevaron irremediablemente a ganarse el sobrenombre de «el Santo». Apodo que, además, tomó mayor sentido tras su canonización por la Iglesia Católica (1671) durante el papado de Clemente X, bajo el reinado de Carlos II de España. Así las cosas, San Fernando se convirtió en patrón de varias diócesis y ciudades peninsulares –como Sevilla o San Fernando de Henares–, reservándose el día 30 de mayo para su festividad.
Fernando III y la sucesión castellana
Berenguela de Castilla, debido a la política matrimonial de su padre Alfonso VIII, contrajo matrimonio con su tío Alfonso IX de León en 1197. De este matrimonio nacieron cinco hijos, entre los que se contaba Fernando. Sin embargo, aunque la unión había sido permitida por el papa Celestino III, la llegada de un nuevo pontífice, truncó el matrimonio entre 1203-1204. Pues el nuevo papa, Inocencio III, era mucho más reacio y menos permisivo con las uniones entre parientes cercanos, lo que le llevó a la anulación del matrimonio.
Tanto Alfonso VIII de Castilla como Alfonso IX de León, llevaron a cabo múltiples alegaciones contra esta medida, las cuales de nada sirvieron. Sin embargo, no todo se perdió, puesto que se mantuvo la legitimidad de la descendencia surgida de la unión. Así las cosas, la pareja se vio obligada a separarse, llevándose la madre a todos sus hijos a Castilla, a excepción de Fernando que permaneció en León junto a su padre.
Tras varios años de tranquilidad, la situación de Berenguela dio un cambio radical en 1214 –diez años después de la separación de su marido y de su hijo Fernando–, como consecuencia de la repentina muerte de su padre, el rey de Castilla, Alfonso VIII. Su fallecimiento llevó la corona de Castilla a parar a manos de su hijo Enrique, quien todavía era un niño, por lo que el gobierno recayó en manos de un regente. Cargo para el que se eligió a su hermana mayor, Berenguela. Por aquel entonces:
“Fernando tenía muy remotas posibilidades de heredar ningún reino. Un hermanastro llamado como él, le antecedía en la línea sucesoria leonesa” –fallecido en aquel año de 1214–, y su tío Enrique “ocupaba los primeros puestos en la línea de Castilla”. (PÉREZ DE TUDELA 2014, p.460).
Los primeros meses del nuevo reinado transcurrieron sin demasiados sobresaltos para los hermanos castellanos. Sin embargo, a sus espaldas se fue fraguando un complot contra la regente, orquestado por don Álvaro Núñez de Lara, alférez real. Este magnate, poco a poco consiguió ganarse la confianza del voluble y bisoño monarca, logrando enemistarlo con su hermana. Tras lo cual se vio obligada a ceder el control de la regencia ante el temor a que se desatase la anarquía en el reino, algo que podría ser aprovechado por los almohades que aún se recuperaban de la derrota infringida en las Navas. Así las cosas, don Álvaro logró hacerse con el control del rey y del reino, apartando a Berenguela de la regencia y acometiendo contra todo aquel que lo desafiara.
Ante esta situación, Berenguela abandonó la corte y se refugió en Palencia, desde donde se ganó el apoyo de los Téllez, los Carrión y los Haro, entre otros. De esta forma, quedaban dos bandos bien definidos: por un lado, Berenguela junto a parte de la nobleza, las ciudades y el clero, y por otro, el rey Enrique I junto a don Álvaro Núñez y los Lara. Situación de división que rápidamente dio lugar al inicio de las hostilidades bélicas, siendo uno de los enfrentamientos más significativos el de Villalva de Alcor, población sitiada por don Álvaro.
Tras levantar este sitio, las tropas de don Álvaro fueron contra Palencia, donde cercó a Berenguela, que se vio obligada a pedir auxilio a su hijo Fernando. Seguidamente, don Álvaro decidió abandonar el sitio y descansar, junto al rey Enrique I, en el palacio episcopal de Palencia.
No obstante, la que presumía ser una estancia confortable acabó tornando en desgracia para el rey y don Álvaro, llevando al magnate castellano al inicio de su perdición. Puesto que fue aquí donde el joven monarca resultó herido de gravedad en el cráneo, al caerle una teja en la cabeza mientras jugaba con otros niños en el patio del palacio –otras fuentes señalan que la herida se produjo a raíz de un cantazo que recibió el monarca en uno de los juegos–. A pesar de la terrible herida, Enrique I no murió inmediatamente sino que fue rápidamente atendido por sus médicos personales. Quienes en un intento desesperado por salvar su vida le practicaron una trepanación en el cráneo. Técnica quirúrgica que resultó inútil, puesto que Enrique I murió el 6 de junio de 1217 a los trece años de edad.
Don Álvaro trató de ocultar la desgracia a toda costa. Para ello, trasladó el cadáver de Enrique I en secreto al castillo de Tariego. Sin embargo, Berenguela recibió la noticia de la muerte de su hermano inmediatamente, gracias a los espías con los que contaba en la corte real. Ante esto, ordenó que se trasladara el cuerpo de su hermano al panteón familiar de Burgos, y a continuación, hizo llamar a su hijo Fernando. Quien se encontraba en Toro para que se reuniera con ella de inmediato, pues el liderazgo de Castilla estaba en juego, y él era una pieza clave.
Alfonso IX de León receló enseguida de esta repentina reunión, puesto que Fernando se había convertido en su heredero y sus oídos estaban siendo envenenados continuamente por los comentarios de las infantas Sancha y Dulce –hijas del primer matrimonio de Alfonso IX con Teresa de Portugal–, en contra de los posibles planes de Berenguela para con Fernando. No obstante, el monarca terminó accediendo gracias al empeño y a la astucia de los embajadores enviados por Berenguela a la corte leonesa, quienes ocultaron hábilmente la muerte de Enrique I al leonés.
Fue en Autillo de Campos donde madre e hijo al fin se reunieron, y donde tomó forma el plan que Berenguela había estado trazando a espaldas de las cortes para alzar a su hijo al trono castellano. Sin perder tiempo, Berenguela puso en marcha su estrategia: Enrique I no había tenido tiempo de engendrar ningún hijo durante su corta vida. Por ello, jurídicamente, Berenguela, una vez muerto su hermano, quedó como heredera al trono de Castilla gracias al acuerdo de Carrión (1188). A continuación, ella fue reconocida como reina, pero en un acto solemne, cedió el título real a su hijo Fernando. En definitiva, por esta vía, el joven Fernando fue coronado como rey de Castilla entre el 2 o el 3 de julio de 1217 en Valladolid, con el nombre de Fernando III. «La ceremonia culminó con el rezo del Te Deum. La Historia se encargaría de demostrar hasta qué punto aquella acción de gracias era premonitoria de una larga etapa de prosperidad para Castilla» (PÉREZ DE TUDELA 2014, p.459).
Con lo anterior, la sucesión en Castilla quedó resuelta, pero rápidamente se desencadenaron nuevos enfrentamientos bélicos, puesto que Alfonso IX de León tras enterarse del engaño tomó partido por el bando de don Álvaro Núñez y los Lara. Finalmente, tras varias invasiones leonesas y múltiples contiendas, las beligerancias sucesorias remitieron en 1218 tras la muerte de don Álvaro Núñez de Lara en Toro.
La reunificación castellano-leonesa
La muerte del magnate castellano don Álvaro trajo aparejada la pacificación de Castilla. Situación que aprovechó Fernando III para poner en marchar de nuevo la Reconquista en tierras andaluzas, con el objetivo de consolidar los logros militares alcanzados por su abuelo materno tras las Navas y acometer nuevas derrotas a un enemigo que se mostraba en decadencia.
Entre tanto, el papa lo confirmó como heredero al trono leonés en 1218 tras la firma de los pactos de Toro, donde padre e hijo sellaban una tregua para centrarse en la Reconquista. Sin embargo, a pesar de esta firma, Alfonso IX buscó legar el trono leonés a las infantas Sancha y Dulce, pues el padre no perdonaba el engaño castellano orquestado por Berenguela.
Tras varios años de tranquilidad, la llegada del año 1230 hizo estallar el problema sucesorio leonés, como consecuencia de la muerte de Alfonso IX. De nuevo, al igual que en Castilla, ante la ambigüedad jurídica del caso se crearon dos bandos enfrentados: por un lado, los nobles que apoyaban a Sancha y Dulce, entre los que destacaba la orden de Santiago, freires que habían jurado al monarca leonés defender los intereses de las infantas; y por otro, los partidarios del monarca castellano. Ante esta situación de división, Fernando III ya experimentado en asuntos de este tipo, y para evitar un nuevo derramamiento de sangre, puso en marcha la herramienta de la diplomacia con la ayuda de su madre, suavizando la situación.
Así las cosas, Fernando III logró que su política conciliadora diera sus frutos, materializándose a través de la firma del Tratado de Valença-Benavente (1230). Concordia alcanzada en Valencia de Don Juan tras una reunión mantenida entre Teresa de Portugal y Berenguela de Castilla en dicha localidad, con el fin de evitar una lucha armada. Donde Teresa de Portugal renunció a los derechos sucesorios que ostentaban sus hijas Sancha y Dulce al trono leonés, a favor de Fernando III de Castilla, a cambio del pago anual de 30.000 maravedíes –retribución que sería suspendida en caso de matrimonio de las infantas–.
Tras la ratificación del tratado se procedió a la reunificación de los reinos y a la proclamación de Fernando III como rey de León. Retomando el legado de unidad interrumpido tras el reinado de Alfonso VII de León, conocido como «el Emperador», último monarca que había ostentado ambas coronas. Soberano que se vio obligado, antes de fallecer, a dividir entre sus dos hijos varones su herencia, dejando al infante Sancho el reino de Castilla y al infante Fernando el reino de León, quedando ambos territorios separados desde el siglo XII hasta este momento.
A continuación, entre 1230 y 1233, Fernando III de Castilla y León, dedicó la mayoría de sus esfuerzos a pacificar sus nuevos dominios y a recibir homenaje de sus nuevos súbditos. Reunificación castellano-leonesa que ponía fin a los históricos enfrentamientos fronterizos entre castellanos y leoneses.
Con la reunificación finiquitada llegó el momento de reactivar la Reconquista en tierras andaluzas frente a los rescoldos del Imperio Almohade. Así, Fernando III aprovechó hábilmente la debilidad musulmana logrando reducir su presencia ibérica al reino de Granada en pocos años. Entre 1236 y 1248 se hizo con: Córdoba, Murcia –tomada por su hijo, el infante Alfonso, futuro Alfonso X, para su padre–, Jaén y Sevilla.
Especialmente significativas fueron las reconquistas de Jaén y de Sevilla, ya que el dominio de la primera permitió el paso hacia las regiones enmarcadas en la Andalucía occidental, donde los portugueses, por su cuenta, estaban llevando a cabo una serie de importantes avances contra los musulmanes. Por su parte, la posesión de Sevilla ofreció un doble valor: el simbólico –había sido la majestuosa capital del Imperio almohade–, y el estratégico –el control del río Guadalquivir fue fundamental para el comercio y la prosperidad del nuevo reino castellano-leonés–.
La entrada de Fernando III en Sevilla el 23 de noviembre de 1248 precipitó la entrega de «Jerez de la Frontera, Medina Sidonia, El Puerto de Santa María, Sanlucar de Barrameda, Arcos de la Frontera, Nebrija y Rota, en la mayoría de los casos tras compromiso por parte de la población musulmana del pago de rentas y el reconocimiento del dominio por parte del rey castellano a cambio de la permanencia en sus casas y heredades» (GARCÍA TURZA 2014, p.482).
Con la mayor parte del sur peninsular bajo su dominio, Fernando III dedicó todos sus esfuerzos a asegurar el control sobre los territorios conquistados, poniendo en marcha un patrón de asentamiento castellano para organizarlos. El monarca con sus conquistas había conseguido limitar la expansión de sus reinos vecinos –Aragón y Portugal– hacia el sur peninsular. Imponiendo al reino de Castilla y León como la región de mayor importancia en este momento histórico. Sin embargo, la muerte –causada por un edema o hidropesía– lo sorprendió cuando preparaba una expedición militar contra el norte de la costa africana el 30 de mayo de 1252, legando sus dominios a su hijo, Alfonso X el Sabio.
Bibliografía
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