La arqueología es una de las grandes fuentes existentes para conocer el pasado junto con la historia, aunque esta relación no siempre ha sido pareja e igual. Los arqueólogos tradicionales han dependido largamente de los historiadores. Con el desarrollo práctico y teórico de este campo, la arqueología, especialmente desde la prehistoria (ajena al mundo de los documentos históricos) y la tendencia rupturista más cercana a corrientes científicas, fue desligándose como disciplina independiente de manera gradual.

A pesar de ello, todavía hoy muchos planteamientos arqueológicos no rompen con los límites que fueron establecidos desde la historia tradicional. En este artículo se aborda de manera introductoria uno de los debates existentes en la arqueología, en gran parte origen de esta larga relación con la historia, con el humilde objetivo de traer a colación algunas dudas y estimular reflexión desde un plano teórico para los lectores interesados en los estudios de nuestro pasado.

La interpretación a la hora de estudiar textos y cultura material debe ser reflexionada adecuadamente, por lo que la teoría alrededor de los métodos a utilizar ha sido siempre un tema candente en la historia y la arqueología desde sus propias problemáticas.

La división periódica de la historia, hecha desde las necesidades de la academia compuesta por historiadores, rara vez ha respondido a los requerimientos del estudio arqueológico, mucho más basado en hechos y procesos que muchas veces se salen de estos cajones impuestos. Gran parte de esta situación se debe en si mismo a la tradicional relación entre la arqueología histórica y la historia, en la que la arqueología quedaba configurada como una subalterna que realizaba estudios de campo para completar el gran relato formado por los historiadores. Los arqueólogos debían realizar sus estudios dentro de los marcos interpretativos que los historiadores les planteaban, carentes de una base propia para desarrollar sus propios planteamientos, especialmente en el caso de los arqueólogos medievales y post-medievales. La falta de posibilidad de responder a preguntas y problemas que se presentaban en el estudio arqueológico hacía patente la necesidad de desarrollar métodos propios ajenos al trabajo de los historiadores. Esta situación sobresale todavía más cuando el objeto de estudio se encuentra en las transiciones entre periodos o se trata de una transición en si misma.

Una transición histórica es, literalmente, un largo proceso en el que se produce un cambio gradual, pero también puede ser un término que hacer referencia a una ruptura o cambio repentino. A la hora de reconstruir la historia podremos hacerla centrada en hechos concretos que actúan como rupturas cortas pero fuertes (lo que daría lugar a una historia tradicional de corte político) o a procesos duraderos con efectos en diferentes aspectos de la sociedad de ese momento (que llevaría a una historia procesual de sesgo económico y social), según en qué enfoques de las fuentes nos fijemos. Los nuevos enfoques que fueron desarrollándose en la historia a partir de la mitad del siglo XX, como el marxista, hicieron más hincapié en las fuentes arqueológicas para obtener datos que las fuentes escritas no podían dar desde el ámbito socio-económico: los procesos que la historia tradicional describía se basaban en hechos políticos sin significación ninguna a largo plazo. Estos marcaban una estricta y rígida cronología y acababan por ocultar bajo su peso a procesos que desde esta visión no resultaban de importancia o interesantes.

El paso de una época a otra en esta clase de historia fue elegido con bastante arbitrariedad (siguiendo parámetros propios de la Ilustración) y con ello condicionó el estudio de unos periodos fosilizados y sin dinámica alguna entre uno y otro. La llegada de estas nuevas corrientes en la historiografía europea impulsó enormemente el estudio de estos procesos socio-económicos olvidados, y dio pie a conocer verdaderas transiciones entre diferentes sociedades y paradigmas económicos, evoluciones que modificaron a muy largo plazo el pasado del ser humano. Con todo este nuevo desarrollo, la historia empezó a poder entenderse como un gran y complejo proceso de transición continua, fluyendo en vez de fijarse en acontecimientos concretos sin excesiva importancia, pero que pueden ser incluidos en un discurso histórico complejo y capaz de tratar múltiples ámbitos de una misma realidad. No obstante, estos estrictos límites cronológicos que continúan separando la historia y todavía parecen periodizaciones inamovibles pueden resultar un tanto engorrosos para el desarrollo de una investigación que se salga de estas separaciones. Para este artículo, nos centraremos en una transición en la que arqueología e historia tienen una íntima relación.

Por razones de tradición, en la academia europea hay una tendencia a establecer una línea divisoria en el año 1500 o fechas cercanas a esta, normalmente por motivos culturales, como puede ser el Renacimiento, motivos religiosos, como la Reforma protestante, motivos políticos, como la conquista de Granada o la caída de Constantinopla, o motivos coyunturales, como la llegada de Colón a América. En el caso de la arqueología, la cual trabaja sobre procesos que no siguen muchas veces este tipo de motivos, esta división es molesta y puede acabar suponiendo un obstáculo para lanzarse a estudiar los procesos del pasado, aunque en ocasiones se necesite de marcadores y referentes cronológicos para mantener una visión algo estructurada y general para el mundo académico de la investigación. Algunos autores han criticado las mismas bases de la cronología que se suelen utilizar, como los nombres utilizados para los periodos, la elección de los cajones en los que se divide la historia o la utilización de marcadores cronológicos como el nacimiento de Cristo, hechos que se han aceptado casi siempre como algo natural y rara vez se han replanteado. Incluso la separación en siglos condiciona en ocasiones seriamente las investigaciones, al ser dispuestas como pequeñas secciones que dividen aún más la cronología.

La periodización clásica ha respondido normalmente a necesidades muy concretas y limitadas. Si se abarcaran todos los enfoques y áreas, las cronologías no darían a basto para poder recoger todas las imágenes del pasado posibles.

El recorte del periodo que se va a estudiar depende más de donde se centre la atención del investigador y sus intereses, ya que nuestra concepción de la historia cambia continuamente, y se pueden romper los moldes tradicionales en los que el pasado se ha solido basar a partir de las nuevas ideas que las corrientes procesualistas han traído. La división entre Edad Media y Edad Moderna es algo más institucional y funcional, generalizado por una necesidad de tener un referente en el tiempo, que ideológico o teórico propiamente dicho, pero continúan siendo un importante problema para los estudios de procesos que recorren este periodo.

Las pervivencias en la periodización de esa época historicista continúan existiendo respecto a la más actual, a pesar de los posibles cambios que puedan darse en dos periodos diferentes a la vez. Un buen ejemplo de ello es el estudio de hechos que ocurren desde la Edad Media hasta la Edad Moderna, en la fecha divisoria que se ha mencionado anteriormente, y lo cual incluso afecta a la propia arqueología. Esto separó en un principio a la arqueología en medieval y post-medieval de manera casi análoga a la periodización histórica, lo cual supuso el estudio separado de esas dos cronologías aunque el proceso que se vaya a analizar se encuentre entre ambos periodos. La arqueología post-procesual tuvo un gran desarrollo a partir del primero, y consecuentemente tiene una gran dependencia hacia la arqueología medieval, y viceversa. Ello se puede observar muchas veces en los estudios que se realizan desde ambas vertientes arqueológicas y desde la misma historia, ya que inevitablemente el análisis de ciertos procesos se sale del marco cronológico preestablecido: alguien que estudie la formación del estado moderno inevitablemente tendrá que tomar algunos siglos finales del Medievo en consideración, mientras que un medievalista podrá remontar sus estudios sobre las características de la servidumbre feudal hasta bien entrada la Edad Moderna, ya que pervive en gran parte de Europa por varios siglos. Es por ello que se debería crear una periodización más “individualizada y adaptativa”, según las necesidades que surgen de estudiar un proceso en concreto, basándose en un horizonte cronológico común, pero que no obligue a seguir unas parcelas de tiempo estrictas a la hora de no permitir estudios más amplios.

Las corrientes presentes pueden afectar a nuestros intereses y concepción de las cosas a la hora de investigar algo que no respeta los límites preestablecidos. En ocasiones la misma transición se puede estudiar desde dos enfoques diferentes, haciendo más énfasis en la situación previa o en la siguiente. Un buen ejemplo de ello, que tomamos para este artículo, es un importante proceso tratado con especial interés por autores marxistas, la transición del modo de producción feudal al capitalista. Este cambio prácticamente sigue una cronología propia y relativa, ya que sus límites y características según la interpretación de cada investigador.

El fenómeno del capitalismo comercial y la burguesía tuvo importantes efectos en la sociedad europea a muchos niveles y configuró el mundo moderno posterior. Se trata de una de las transiciones con mayor influencia tanto para los estudios históricos como arqueológicos.

Desde una visión claramente economicista y social, algunos de estos investigadores defienden un capitalismo temprano iniciado en la Baja Edad Media. Esta postura se defiende en una anticipada transición de una economía de subsistencia, de la que se tomaban los excedentes con varios medios de extracción fiscal, a una activa económica comercial, hasta alcanzar el cada vez más desarrollado capitalismo, tal y como se concibe en época moderna. Este hecho se considera observable a partir del siglo XII en las ciudades, cuando aparecen ciertos precedentes del domestic system, el cual se expande en adelante como forma de apropiación de los medios de producción por parte de un mercader a los maestros artesanos a través de las deudas, aunque todavía el sistema corporativista o gremial actuará como un importante obstáculo para el desarrollo de este capitalismo precoz.

Otros autores, en cambio, dan una vuelta completa con este asunto, prefiriendo hablar de un feudalismo muy longevo que pervive a través de gran parte de la Edad Moderna. El modo de producción feudal sobreviviría al periodo de la Edad Media, adaptándose y sobreviviendo a través de los siguientes siglos en un proceso de crisis y auges continuos dentro de este largo periodo. A pesar del desarrollo del capital mercantil y sus pasos a una dimensión cada vez más mundial, este se mantenía integrado en un marco feudal, con el que convivía traspasando ocasionalmente sus límites pero sin acabar por quebrarlos. La familia campesina aún se mantuvo como principal pilar de la producción, que subsiste en el entorno de la propiedad de su señor, el cual simplemente extraía los excedentes de la familia a través de las rentas aunque cada vez estuviese más alejado de los medios de producción.

En lo personal sobre este caso, debo decir que me decanto más por la visión de este último autor, ya que como él mismo afirma, el feudalismo se adaptó a lo largo de la Edad Moderna y tomó nuevas formas, que convivieron con el incipiente capitalismo, hasta su ruptura final con las revoluciones liberales (muchas veces producto de presiones provenientes de las clases burguesas relacionadas con el capital) en el caso de Europa Occidental. A pesar de ello, la servidumbre feudal pervivió con formas muy crudas durante un tiempo más. La internacionalización del mercado en auge fue todavía muy tardía y solo era observable en los pequeños o medianos casos de transacciones y actividad mercantil mientras sobrevivían reductos del feudalismo que impedían llegar a un capitalismo global tal y como lo concebimos ahora.

En relación con la arqueología, una división de la historia basada en estas características socio-económicas podría ser mucho más útil, ya que muchos investigadores se dedican al análisis de centros productivos y los procesos que estos englobarían, que la clásica historia política de grandes hechos e hitos, que rara vez encaja con las necesidades de estudios tan particulares: el arqueólogo se puede considerar que realiza trabajos con una capacidad mayor para analizar a una escala pequeña y concreta, a partir de la cual puede establecer características generales, mientras que el historiador puede construir visiones más generales a partir de las fuentes documentales. Una colaboración mutua, teniendo en cuenta la subjetividad existente en ambos investigadores así como en el autor de los escritos estudiados, dentro de un proyecto multidisciplinar y coordinado, se presentaría como el ideal para atajar esta serie de problemas y adaptar el relato histórico a las necesidades de los procesos estudiados.

Bibliografía

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