Nos adentramos de nuevo en otro sórdido top para hablar de los más peligrosos asesinos en serie de la historia, personajes crueles y sádicos que disfrutaban haciendo auténticas barbaridades  que han servido para inspirar leyendas que hoy en día aterrorizan a los más sensibles y hacen las delicias de los que, en cambio, son más morbosos.

Gilles de Rais

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El barón de Rais, (1405-1440)  nacido como Gilles de Montmorency-Laval, fue criado por su abuelo, ya que a una temprana edad sus padres fallecieron. Su tutor solo estaba interesado en continuar amasando una enorme fortuna para engrandecer a la familia, así que Gilles actuaba con total impunidad, mostrando una gran violencia, fuerza y furia desde pequeño, de hecho, se asocia su figura a una esquizofrenia y sociopatía de gran entidad. En tiempos de paz, sus peligrosas cualidades podían suponer un riesgo. Sin embargo, durante un tiempo consiguió canalizar sus filias mediante dos caminos muy de moda en aquella época: la guerra y la religión.

Era un creyente extremista, ya que imprimaba al cristianismo su visión sádica y violenta del mundo. Por otro lado, la guerra en ocasiones se mezclaba con la religión, así que juró homenaje al delfín de Francia y se encaminó en lo que consideraba una guerra santa contra los ingleses. Allí conoció una figura fundamental en su vida que, irónicamente, le insufló un mínimo de control sobre sus actos: Juana de Arco, a la que consideraba Dios. Era tal su vehemencia hacia ella que le servía de guardaespaldas, llegándose a rumorear que fue la única mujer por la que sintió auténtico amor, aunque no está muy claro si carnal o simplemente platónico. Ya que, realmente, es considerado por la mayoría de historiadores como homosexual y es que, jamás prestó atención a su mujer, una prima suya a la que raptó para tomar nupcias solo con la intención de agenciarse una serie de castillos de la familia. Tardó siete años en concebir una hija con ella porque no tenía ningún tipo de atracción hacia las mujeres.

Estuvo con ella hasta sus últimos días, cuando fue encarcelada y ejecutada, razón por la cual intentó armar un ejército de mercenarios para liberarla, pero no llegó a tiempo. Lo cierto es que a Juana de Arco le debe gran parte de su riqueza, ya que combatiendo con ella fue cuando consiguió el título de mariscal a los 25 años. Título que perdería cuando su principal valedor, el chambelán del rey, cayera en desgracia.

Acabada la guerra, solo, y con mucho tiempo libre, Gilles de Rais se recluyó en su castillo. Leyó casi todas las obras de su tiempo, ya que no se puede considerar que fuera un hombre poco culto, de hecho gustaba mucho de la música y despilfarraba su fortuna en servir de mecenas de las mejores voces del gregoriano. También montaba colosales fiestas y representaciones teatrales de sus gestas militares. Siempre era cortés con los invitados, a los que colmaba de dádivas. Al final, los usureros se harían con toda su fortuna.

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Lentamente, fue atrayendo una serie de intelectuales a su corte, personajes terriblemente siniestros que se dedicaban fundamentalmente a las «ciencias» ocultas de la época y que rozaban el satanismo.  El objetivo era conseguir todo el dinero que había perdido gracias a la magia negra. Así que junto a un ocultista florentino con el que tenía una relación sexual, empezó a torturar niños en terribles rituales. Al principio le suministraban los niños sus secuaces, pero más tarde tuvo que ir por toda Francia engatusando jóvenes para que le sirvieran como pajes. Una vez llegado el momento eran encadenados y sacrificados.

Cuando caía la noche, los niños eran violados, mutilados y finalmente brutalmente asesinados. Disfrutaba con todo tipo de vejaciones y torturas, como cortarles la yugular deleitándose del manar de la sangre. También tenía grandes fases de arrepentimiento, donde los abrazaba suplicándoles el perdón. Pero, eso luego se desvanecía y hacían concursos para ver cual era la cabeza cercenada más bonita. También gustaba de beber su sangre, clavarlos en ganchos para carne y ver como morían o escribir libros con su sangre.

También sacrificaba sus órganos para el demonio, ya que uno de sus siervos decía tener la capacidad de invocarlo durante estas fiestas orgiásticas y sangrientas.

Al amanecer, Gilles de Rais siempre se arrepentía y salía a pasear solo, sintiendo como se alejaba cada vez más del Dios en el que creyó con vehemencia y como la espiral de locura le había destruido. En esta etapa de lucidez se prometía ir a Tierra Santa a expiar sus pecados. Pero al caer la noche, el horror volvía.

Afortunadamente, el terror iba a terminar cuando fue detenido tras las investigaciones del obispo de Nantes. Francia no podía creer que su gran héroe era una persona tan terrible. Al principio se declaró inocente, pero en un arrebato de locura aceptó sus crímenes, por los que fue condenado a muerte. Pese a que se le concedió el perdón por ser par de Francia, el optó por morir en la horca por sus crímenes junto a sus compañeros de fechorías con los cuales acabó con cerca de 250 niños.

Aquí os adjuntamos su confesión:

Yo, Gilles de Rais, confieso que todo de lo que se me acusa es verdad. Es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes —niños y niñas— y que en el curso de muchos años he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos —aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto— y que los he matado con mi propia mano o hecho que otros mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados.

Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente.

Contemplaba a aquellos que poseían hermosa cabeza y proporcionados miembros para después abrir sus cuerpos y deleitarme a la vista de sus órganos internos y muy a menudo, cuando los muchachos estaban ya muriendo, me sentaba sobre sus estómagos, y me complacía ver su agonía…

Me gustaba ver correr la sangre, me proporcionaba un gran placer. Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles. Es decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba. Creí en el infierno antes de poder creer en el Cielo. Uno se cansa y aburre de lo ordinario. Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías. En el campo de batalla el hombre nunca desobedece y la tierra toda empapada de sangre es como un inmenso altar en el cual todo lo que tiene vida se inmola interminablemente, hasta la misma muerte de la muerte en sí. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza. He estado viviendo con la muerte desde que me di cuenta de que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roído por los gusanos.

Yo soy una de esas personas para quienes todo lo que está relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo. (…) Si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla.

Extraido de http://www.mundohistoria.org/temas_foro/historia-la-edad-media/asesinos-serie-la-edad-media

Peter Stumpf

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Electorado de Colonia, antiguo Sacro Imperio Romano en pleno año 1589. Un granjero alemán llamado Peter Stumpf (ya que era manco y su brazo terminaba en un deforme muñón)  fue acusado de asesinar a 18 mujeres, entre ellas dos niñas en un lapso de tiempo de 25 años. Confesó sus crímenes tras ser «interrogado» de una manera bastante truculenta.

Según su propio testimonio, había hecho un pacto con el diablo para recibir un cinturón que al ponérselo, le convertía en un terrible lobo con aspecto antropomorfo. Con sus poderes bestiales ofrecidos por Lucifer, iba a saciar su sed de sangre devorando a esas mujeres. Incluso confesó donde había guardado el cinturón, pero cuando los guardias fueron a recogerlo, allí no había nada.

El pobre Peter era un convencido protestante, razón que utilizaron los católicos para hacer propaganda en contra de los cismáticos al considerarlos heréticos. Razón por la que se piensa que realmente era inocente y que solo confesó para que cesaran las torturas.

Murió acusado de licantropía, canibalismo y asesinato. Su ejecución fue atroz, pues le ataron a una rueda que daba vueltas mientras le clavaban hierros ardiendo.

Erzsébet Báthory

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La Condesa Sangrienta tiene el mérito de ser la mujer que más vidas ha segado, 650 víctimas. Aunque es cierto que los crímenes de Báthory tienen ciertos visos de ser falsos, también hay pruebas a favor de dar veracidad al truculento relato en el que se vio envuelta esta poderosa noble.

Nació fruto de la unión entre dos primos de una de las familias más poderosas de Europa del este. Con reyes en su estirpe, estaba destinada a ser una mujer importante y recibió una educación a la altura, dominando los idiomas de sus territorios a la perfección a temprana edad. A la tierna edad de 12 años sería prometida con su primo, con el que se casaría 4 años después. La fama de los dos fue terrible, pues eran implacables con sus enemigos y sus sirvientes. Sin embargo, la estabilidad matrimonial desaparecería cuando su marido muriera, contando ella con 44 años.

Llegado este momento se dio cuenta de que el tiempo volaba y de que ella no era ya la flor joven que había arribado al castillo de Čachtice hacía ya 24 años. El temor a la vejez empezó a desembocar en una fobia y finalmente en una auténtica obsesión; quería ser joven eternamente.

La solución a la vejez se mostró evidente en la mente de Erzsébet Báthory, debía bañarse y beber la sangre de doncellas jóvenes para impregnarse de su juventud. También gustaba de ritos orgiásticos mezclados con rituales de magia negra en las que mantenía relaciones sexuales con las jóvenes y luego las mordía hasta desangrarlas bebiéndose toda su sangre como si de un vampiro se tratase.

Según la leyenda, fue al burlarse de una anciana cuando empezó todo este mal. Comenzó entonces desangrando a las sirvientas de su palacio y trayendo a más de fuera con la intención de vivir como sirvientas. Pero, al final todo se sabe, y los rumores del trágico final de todas las trabajadoras hacían que nadie quisiera participar. Es cuando empezó a matar a aristócratas y en consecuencia, cuando se empezó a investigar su figura.

Mientras tanto, apoyaba con su fortuna a su primo que estaba en guerra con algunos estados alemanes, lo que le causó bastantes enemigos políticos en Hungría. Razón por la cual empezó a ser investigada. Realmente, castigar violentamente a sirvientas era algo habitual en Europa del este, incluso matarlas.

El encargado de investigar los crímenes fue su primo y enemigo político, Juan Thurzó, que acusó a los más cercanos seguidores de Erzsébet de brujería y fueron posteriormente condenados a muerte. Al final, sola y abandonada, el rey Matías II ordenó que fuera ejecutada. Sin embargo se pospuso la pena de muerte por una prisión permanente en su castillo, donde moriría emparedada en 1614.

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Romasanta

El XIX español dio una de las primeras figuras de asesinos en serie de la España contemporánea. Es el caso de Manuel Blanco Romasanta (1809-1863). Posiblemente andrógino, este conocido personaje aterrorizó a toda Galicia durante el gobierno de Isabel II. Medía tan solo 1,37 metros y durante el nacimiento, se pensó que su madre había dado a luz a una niña, ya que sus rasgos eran totalmente femeninos.

Acusado por trece asesinatos, Romasanta se dedicó a viajar de manera ambulante por toda Galicia vendiendo remedios caseros. Trababa amistad con las víctimas, todas mujeres o niñas, y las asesinaba para luego quitarles la grasa y venderla en su tienda. Pronto la gente se daría cuenta y se iniciaría una persecución contra él, por lo que tendría que salir huyendo. Fue encontrado en Toledo y encarcelado.

Durante el caso, Romasanta aceptó los crímenes de las mujeres, pero también argumentó que realmente no había sido él. Según su versión, por la noche se convertía en un hombre lobo por un hechizo y se iba de caza para sobrevivir. Se juntaba con otros dos hombres lobos que procedían de Valencia y daban rienda suelta a sus instintos más animales perdiendo el control racional. Podría ser el primer caso de licantropía clínica de la historia pero seguramente fue una argucia para ser considerado un loco y que su pena fuera rebajada.

El juicio causó un auténtico alboroto en la incipiente prensa española. El caso fue discutido hasta por la mismísima reina, que intercedió cuando fue condenado a muerte. Un psiquiatra francés quería tratar de curar su enfermedad con hipnosis, razón por la que la condena se redujo a la cadena perpetua.

Murió en 1863 a causa de un cáncer de estómago en la prisión de Ceuta a la que había sido trasladado.

Bibliografía

Cebrián, J. and Perrault, C. (2005). El mariscal de las tinieblas. Madrid: Temas de Hoy.

Vallejo-Nagera, A. (2007). Locos de la historia. Madrid: La esfera de los libros.

https://elpais.com/cultura/2017/03/29/babelia/1490799748_942644.html

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