La memoria colectiva ha sido un tema central estudiado por historiadores, sociólogos y antropólogos desde la década de 1980 hasta nuestros días. Fue reformulado por Pierre Nora y fomentado por el Historikerstreit en Alemania, junto con la publicación de Los ahogados y los salvados escrita por Primo Levi en Italia y el estreno de la película Shoah de Lanzmann. Este proceso permitió que la memoria del Holocausto resurgiera tras un periodo de olvido y amnesia forzados en Occidente desde 1945. Esta evolución culminó en 1989 con la caída del Muro de Berlín y abrió otro proceso de recuerdo de las víctimas de los regímenes totalitarios nazi y estalinista. Sin embargo, ambas memorias fueron utilizadas instrumentalmente a partir de los años noventa por la Unión Europea y Estados Unidos para crear y legitimar sus propios valores e identidades en ausencia de un otro externo. Estos procesos no estuvieron exentos de tensiones entre las diversas, cruzadas y correlacionadas memorias de víctimas y verdugos de las diversas violencias de la segunda mitad del siglo XX hasta su solución actual, la Resolución de 2019 promulgada por el Parlamento Europeo: Importancia de la memoria europea para el futuro de Europa. Esta resolución trata de equiparar a las víctimas de ambos regímenes bajo la teoría del totalitarismo en un intento de igualar a las víctimas y consigue una mayor integración europea con los regímenes poscomunistas a través de diversos esfuerzos educativos de los estados miembros (Resolución 2019/2819(RSP)).

Este breve artículo abordará las memorias del Holocausto y la caída del Muro de Berlín como narrativas transatlánticas fundacionales y unificadoras, que son la base de la actual identidad occidental en general, y de la Unión Europea en particular, con el fin de entender cómo una perspectiva transatlántica puede ayudar a comprender mejor la interconexión entre estas dos memorias enfrentadas y correlacionadas. Este ensayo se dividirá en dos secciones. En primer lugar, se centrará en el proceso de rememoración del Holocausto en Europa Occidental y Estados Unidos; mostrando al mismo tiempo la influencia estadounidense en el proceso de olvido y posterior recuperación e instrumentalización de la Shoah. En segundo lugar, se centrará en el proceso de recuerdo colectivo del Holocausto y su transformación en religión cívica, al tiempo que los fantasmas de los regímenes excomunistas creaban tensiones y clamaban por el recuerdo de sus víctimas a ambos lados del Atlántico. Estas tensiones afectaron especialmente a la Unión Europea tras la admisión de algunos países excomunistas en 2004 y 2007, junto con los diversos intentos de crear una identidad europea común a través de diferentes resoluciones, que desembocaron en la resolución de 2019.

El recuerdo del Holocausto como memoria transatlántica (1945-1989)

Las consecuencias del Holocausto dieron lugar a una memoria completamente traumática de las víctimas y los testigos de aquel trágico acontecimiento que acabó con la vida de seis millones de judíos. Al final de la Segunda Guerra Mundial le siguió un proceso de olvido y amnesia forzada en Occidente, en el que la memoria del antifascismo jugó un papel central dejando de lado el genocidio judío, que ni siquiera tuvo un nombre propio que no fue otro que hurbn (Zylberman, 2015: 58). Utilizando el vocabulario de Trouillot (1995: 18), el discurso del Holocausto desapareció en el silencio de sus propias víctimas. Sin embargo, no todos los países pasaron por el mismo proceso de silencio. En Estados Unidos, este proceso sólo duró hasta finales de los cincuenta y los sesenta. Las razones aducidas para explicar este silencio, según Finkelstein (2000: 13) y Novick (2007: 101), fueron la política conformista de los líderes judío-americanos y el clima político de posguerra.

En este contexto, hay dos diferencias principales con el silencio sobre el Holocausto entre EE.UU. y Europa. Por un lado, el Holocausto no creó un trauma en la comunidad judío-estadounidense; y por otro, el Holocausto ya se utilizó instrumentalmente considerándolo como procomunista. Fue un silencio diferente al de Europa, donde el Holocausto creó un gran trauma en esas comunidades judías y se relacionó con el nazismo debido a la memoria antifascista y a los juicios de Nuremberg. Sin embargo, en la década de 1950, el gobierno estadounidense cambió de enemigo principal y dirigió hacia la URSS todo el odio de la opinión pública creado contra el nazismo. Algunas obras, como Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt jugaron un papel clave, pero la teoría del totalitarismo desplazó al Holocausto, al considerar a los judíos asesinados por Hitler como víctimas políticas, en lugar de víctimas étnicas (Matesanz Sanchioli, 2016: 278-279). Todo ello hizo que el totalitarismo y el antifascismo fuesen las dos teorías y memorias centrales en el mundo atlántico, complementándose, mientras que el Holocausto fue ignorado.

Este proceso de olvido sería sustituido por una dinámica de anamnesis que se desencadenaría con el juicio a Eichmann, la publicación de Eichmann en Jerusalén de Hannah Arendt y la Guerra de los Seis Días. El primer acontecimiento jugó un papel clave porque aquel juicio permitió entender el discurso del Holocausto centrándose en las víctimas, en lugar de en los verdugos, como se hizo en Núremberg. Además, los judíos aparecieron como víctimas, no como resistentes (Matesanz Sanchioli: 282). En este contexto, este último aspecto, fomentado en los años setenta en Alemania, Israel y Estados Unidos, contrastaba con el recuerdo del Holocausto en Europa del Este. Allí persistió la memoria antifascista, mientras que en Europa Occidental el Holocausto se «americanizó». La cultura política de Estados Unidos se apropió de él para pensar y difundir sus propios valores. Algunos autores, como Sznaider y Levy (2006: 153), piensan que el Holocausto fue desterritorializado y despojado de su referencia exclusiva a una perspectiva europea. Este desarrollo tuvo su precursor en la instrumentalización del Holocausto para legitimar a Israel y su política, utilizándolo como cultura industrial desde 1963. No obstante, el inicio de su ascenso como memoria pública comenzó con la publicación de la miniserie Holocausto en 1978, que posicionó el genocidio judío en la esfera pública (Zylberman, 2015: 59). Esta americanización de la Shoah alcanzaría su clímax un año después con la fundación del Museo del Holocausto en Washington. Mientras tanto, la CEE creaba su propia memoria histórica a través de grandes líderes europeos, como Carlomagno, sin aducir al Holocausto. Sin embargo, tras la crisis de 1973, los países de Europa Occidental crearon la idea de una memoria compartida y una identidad europea más allá de los principios políticos, en la que la aparición de una memoria histórica negativa basada en el Holocausto e influenciada por Estados Unidos sustituyó a la memoria positiva europea basada en Carlomagno (Sierp, 2021: 20-22).

Así en la década de los 80, el Holocausto se convirtió por fin en la principal memoria compartida de Occidente en general y de Europa Occidental en particular. Como decía en la introducción, el contexto de este resurgimiento del genocidio judío y del inicio del proceso de rememoración fue la reformulación del problema de la memoria por Pierre Nora, impulsada por el Historikerstreit en Alemania, junto con la culminación de la trilogía sobre el Holocausto de Primo Levi con Los ahogados y los salvados y el estreno de la película Shoah de Lanzmann. Y ahora, podemos añadir la influencia de la «americanización» del Holocausto, con la publicación de Zajor en Estados Unidos, y la necesidad de la CEE de crear una memoria compartida y una identidad europea.

Fue también en esta década en la que, según diversos autores, el Holocausto se convirtió en la narrativa fundacional o unificadora de Occidente (Pérez Baquero, 2021: 387; Judt, 2006: 804). Otros autores, como Traverso (2019: 47), llegan a pensar en el Holocausto como una «religión cívica» que «permite sacralizar los valores fundacionales de las democracias liberales» siendo esos valores «producto de efectos pedagógicos estatales». Otro grupo de especialistas se limita a defender que el Holocausto es un referente para definir los valores y objetivos políticos de la Unión Europea (Sierp, 2021: 24); y finalmente, otros defienden que no sólo es un mito fundacional, sino también una fuente de legitimidad simbólica y de acción política y valores (Probst, 2003: 53).

. Foto restaurada de un prisionero del campo de concentración de Buchenwald mostrando el tatuaje que le hicieron en Auschwitz. Restaurada por @RestaurandoDign.
Foto restaurada de un prisionero del campo de concentración de Buchenwald mostrando el tatuaje que le hicieron en Auschwitz. Restaurada por @RestaurandoDign. Consultada el 02 de septiembre de 2024 en https://x.com/RestaurandoDign/status/1792853463279214926

Más allá de las consideraciones personales de ciertos especialistas, la memoria del Holocausto se utilizó para construir una identidad europea a través de los efectos pedagógicos de los Estados nacionales. Estos esfuerzos se centran, como veremos, en la construcción de una cultura común del recuerdo basada en el rechazo de los verdugos, incluidas las ideologías que los impulsaron y los regímenes que les proporcionaron sus instrumentos, y en el recuerdo de las víctimas (Resolución 2019/2819(RSP): art. 7-12). Este objetivo se logró a través de diversos actos públicos de recordación, pero también con la fundación de una disciplina académica propia: Los Estudios sobre el Holocausto.

Sin embargo, si la memoria del Holocausto fue el mismo pasado cruel compartido que actuó como narrativa unificadora en Europa occidental, permitiendo la existencia de la UE durante el final de la Guerra Fría bajo la influencia y protección de los Estados Unidos; la caída de los regímenes comunistas y la integración de esos países europeos, y de sus memorias con ellos, hicieron necesaria la actualización de esa narrativa. La caída del muro de Berlín es el acontecimiento que simboliza este punto de inflexión. Si el Holocausto fue el mito unificador de la identidad europea occidental, la Caída del muro de Berlín fue el mito fundacional de la actual identidad occidental y europea, sin adjetivos, del siglo XXI, muy diferente de la del siglo pasado. Ya no es un Occidente que lucha contra el comunismo, sino un Occidente que intenta reconciliar sus recuerdos cruzados de diferentes pasados nacionales traumáticos en una gran identidad supranacional.

Contradicciones entre ambas memorias europeas (1989-2019)

Si las revoluciones viajaron a través de las fronteras nacionales durante dos siglos, como podemos ver en canciones populares de los años 60, como L’ora del fucile, así como en estudios sobre todo tipo de revoluciones que surgieron y pudieron surgir en estos dos siglos (Polasky, 2015: 19), entonces 1989 cerró un viaje internacional y monstruoso para cambiar el mundo y emancipar al ser humano. La caída del muro de Berlín significó la caída no sólo del “socialismo real”, sino también de una representación del siglo XX. La memoria de la revolución quedó sepultada bajo el recuerdo del totalitarismo. Esta historia fue contada por los periódicos estadounidenses y británicos aquel noviembre de 1989 y en cada aniversario de aquel acontecimiento. Los periódicos estadounidenses hablaban de «una transformación asombrosa», «los regímenes comunistas se derrumbaron como un castillo de naipes y… Alemania Oriental se había anclado más firmemente que nunca a las instituciones occidentales». Por su parte, los periódicos británicos utilizaron términos menos claros, como «el fin de la era de la confrontación en Europa». Sin embargo, ambos expresaron que el acontecimiento tenía un carácter «“fundacional” en el lado correcto de la historia como constitutivo de un marco moral de “libertad” y “democracia”» (Song, 2019: 1472). Los medios sociales occidentales crearon una memoria colectiva de triunfalismo capitalista que se completó con la publicación de la obra de Fukuyama El fin de la historia y el último hombre y la nueva teleología liberal propuesta por Furet. Sin embargo, esta euforia fue sustituida por la desesperación y el pesimismo debido al ascenso de nuevas fuerzas políticas neonazis y nacionalistas para llenar el vacío dejado por el comunismo (Li & Lee, 2013: 837). Había un nuevo muro metafórico en la nueva Europa que se iba a ver durante las guerras yugoslavas.

Las guerras yugoslavas fueron una encrucijada de recuerdos orientales y occidentales. El impacto de los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial en los Balcanes, junto con la caída de las utopías en el Este, hizo que Occidente cambiara tanto la forma de ver el Holocausto como la integración europea en la UE. Por un lado, los países balcánicos descubrieron «la procesión de masacres, y movilizaron los mitos ligados a una historia balcánica de dominación imperial» (Traverso, 2019: 51), mientras que Occidente vio en el recuerdo un pretexto para intervenir en la guerra: el bombardeo de Serbia se convirtió en un deber para redimir a las víctimas del gulag. Por otro lado, la caída de las utopías en el Este provocó un revival del pasado en el discurso público: toda sociedad que no puede mirar al futuro debe necesariamente mirar al pasado (Traverso, 2011: 295).

Réplica de la "Estatua de la Democracia" en Washington D. C., también conocida como el "Monumento a las Víctimas del Comunismo" por Thomas Marsh.
Réplica de la «Estatua de la Democracia» en Washington D. C., también conocida como el «Monumento a las Víctimas del Comunismo» por Thomas Marsh. Consultada el 02 de septiembre de 2024 en https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Goddess_of_Democracy_front_a.jpg

En este contexto, a partir de la década de los 90, la Unión Europea comenzó a organizar actividades institucionales para conmemorar la Shoah. Junto con estas actividades, el Parlamento Europeo aprobó tres resoluciones sobre la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto (Sierp, 2021: 24) antes de la entrada de algunos países poscomunistas en la UE en 2004. Esta admisión creó diversas tensiones sobre la memoria colectiva de Europa. Como explica Traverso (2019: 50), los antiguos países comunistas vieron el pasado como naciones víctimas del totalitarismo, dejando de lado la memoria del Holocausto. Y, una vez dentro de la UE, utilizaron el Parlamento Europeo para expresar una historia alternativa de la Segunda Guerra Mundial sin el Holocausto en el centro, a pesar de ser las naciones donde el Holocausto alcanzó su máxima barbarie. Para ellos, el centro era la equiparación del comunismo y el nazismo y, por tanto, de sus víctimas. La declaración de Praga de 2008 oficializó esta afirmación (Pérez Barquero, 2021: 394). Volvieron los ecos de la teoría del totalitarismo de Arendt, mientras que la memoria del antifascismo y la resistencia eran sustituidas por la Shoah y el gulag. A partir de 2004, la equiparación y condena de los regímenes totalitarios por parte de la Unión Europea, basada en ambas víctimas, se convirtió en una segunda narrativa fundacional para integrar a los países del Este. Algunos resultados de esta nueva narrativa fueron la resolución de 2009, que declaró el 23 de agosto como «Día europeo de conmemoración de las víctimas de todos los regímenes totalitarios y autoritarios», o la declaración de Praga en 2008 anteriormente mencionada. La resolución de 2019 es el resultado más reciente de esta narrativa.

La Representación de la Comisión Europea en España acogiendo un acto con motivo del Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto
La Representación de la Comisión Europea en España acogiendo un acto con motivo del Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Consultado el 02 de septiembre de 2024 en https://spain.representation.ec.europa.eu/noticias-eventos/noticias-0/la-representacion-de-la-comision-europea-acoge-un-acto-en-memoria-de-las-victimas-del-holocausto-2023-01-23_es

Sin embargo, todas estas resoluciones no se crearon sin muchas tensiones debido a la diferente visión del comunismo y de sus víctimas entre el Este y el Oeste (Sierp, 2021: 27). El comunismo era entendido en Occidente como un equivalente a la socialdemocracia, ya que algunos partidos comunistas hicieron su papel en la posguerra, inspirando la reforma del capitalismo en Italia o Francia, o siendo la izquierda del New Deal de Roosevelt en Estados Unidos una década antes. Mientras tanto, en Europa del Este, el comunismo se entendía como un régimen opresivo dirigido por la influencia de la URSS, sobre todo, gobernada por Stalin. Fue un régimen que construyó, con y contra el fascismo, un culto similar a la modernidad técnica con una forma radical y autoritaria de la Ilustración (Traverso, 2021: 481-492). Cuando ese régimen cayó, sus símbolos y su memoria fueron borrados u olvidados por la iconoclasia revolucionaria. Sin embargo, algunos símbolos se salvaron: Una estatua de Marx y Engels tenía un grafiti pintado en su pedestal en 1989: «Somos inocentes» (Traverso, 2021: 198-199 y 210).

Las dos Europas también discrepaban respecto a las víctimas. El Holocausto se convirtió en el paradigma del genocidio en Occidente. Según diversos autores, Occidente creó una especie de jerarquía en la que el Holocausto estaba en lo más alto, y luego, el resto de las víctimas eran una especie de reflejo de esa violencia universalizada, pero nunca igualada (Probst, 2003: 56-57; Zylberman; 2015: 62; Pérez Baquero, 2021: 393-396). Dos ejemplos serían el uso del «Auschwitz nunca más» para legitimar una intervención militar en Yugoslavia; o la concepción de la rememoración del Holocausto como una especie de duelo diplomático, una obligación que el Estado miembro tiene que cumplir para mostrar sus buenas intenciones y ganar respetabilidad ante los demás miembros de la UE (Traverso, 2011: 310). Sin embargo, con la resolución de 2019, tanto regímenes como víctimas se equiparon –aunque el Holocausto sigue siendo predominante–. Esta predominancia podemos verla en la declaración del 25 de mayo como Día Internacional de los Héroes de la Lucha contra el Totalitarismo, pues eligieron el aniversario de la ejecución del héroe de Auschwitz, Rotamaster Witold Pilecki (Resolución 2019/2819(RSP): art. 11). Además, el Parlamento Europeo sigue pidiendo a los Estados miembros que hagan esfuerzos pedagógicos para fomentar el recuerdo de todas las víctimas de ambos regímenes. No obstante, es significativo que utilicen el término «estalinismo» en lugar de «comunismo»; normalmente con la palabra «totalitario» o «totalitarismo» para referirse a la URSS (Resolución 2019/2819(RSP): art. 5, 6, 8, 10, 15 y 16).

Así, la condena del nazismo es más clara que la del comunismo, sin abandonar la jerarquía de víctimas y quizá provocada por las tensiones antes mencionadas. Sin embargo, también es significativo que la misma resolución destaque en el artículo 14 que los países postcomunistas han vuelto a la familia europea a través de su entrada en la Unión Europea y en la OTAN (Resolución 2019/2819(RSP): 14). Parece que se deja caer que la verdadera Europa, durante todo este tiempo de división por la Guerra Fría, ha sido la Europa Occidental que estuvo bajo la influencia estadounidense. Europa Oriental y Central no existían para Occidente, eran solo estados satélites bajo la influencia (u ocupación) de la URSS que había que recuperar.

Conclusiones

En conclusión, la memoria colectiva del Holocausto y de la caída del muro de Berlín y su uso educativo (o instrumental) no puede entenderse totalmente sin una visión transatlántica. Desde este punto de vista, podemos ver cómo Occidente en general, y Europa en particular –junto con las diversas memorias nacionales– han creado sus identidades (supra)nacionales a través de su propia interpretación del pasado, creando una versión “oficial” de la historia. Como dice perspicazmente Casanova sobre esta instrumentalización: «No son los hechos históricos los que se investigan y discuten, sino las interpretaciones de esos hechos que resultan más útiles a los grupos políticos y a los gobernantes para crear una versión oficial de la historia» (Casanova, 2020: 283). Occidente en general, y la Unión Europea en particular, se basan en un relato posnacional, en el que el Holocausto es una historia traumática que vincula a víctimas y victimarios, vencedores y vencidos, construyendo un pasado asesino compartido (Eder, 2009: 435 y 440). La Unión Europea es así el resultado de un proceso de paz bajo la influencia de Estados Unidos justo después de un periodo de gran violencia impactante y traumática. La caída del muro de Berlín y la integración de los países poscomunistas hicieron necesario actualizar esta narrativa, integrando sus memorias en este doloroso pasado europeo compartido que debe ser recordado.

Sin embargo, nosotros, como historiadores, debemos problematizar esta instrumentalización de la memoria colectiva. En primer lugar, porque no podemos simplificar el pasado en una visión dicotómica entre víctimas y victimarios. El dolor por las víctimas no puede hacernos ver una simple historia en blanco y negro. Debemos tener en cuenta la complejidad de las distintas violencias del siglo XX y los distintos grises que participaron en estos genocidios: desde cómplices a colaboradores, desde testigos a beneficiarios, desde indiferentes a quienes apoyaron la violencia del régimen como mal menor. La complejidad aumenta cuando países como los de Europa del Este recurren a su papel de víctimas durante los regímenes soviéticos para eludir sus responsabilidades políticas por la colaboración durante el periodo nazi.  En segundo lugar, porque debemos ser conscientes de hasta qué punto formamos parte de esos memoriales colectivos para tener una visión crítica de esos acontecimientos del pasado (Traverso, 2011: 316). Y, en tercer lugar, debemos tener en cuenta que las diversas memorias del pasado son a menudo sometidas a un uso político, que implica una interpretación particular que no es del todo veraz. De hecho, esta interpretación puede crear tanto una memoria oculta, olvidada o enterrada como una oficial para construir una nueva identidad compartida. Tal vez, el ya antiguo consejo de Hobsbawm (1997: 227) pueda guiarnos en esta problematización tan delicada: el historiador no escribe la historia para una clase, ni para una nación, ni para una identidad, ni para una minoría. Escribe la historia para todos.

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