El bandolerismo fue un fenómeno social que predominó en España durante varios siglos. Lejos de la imagen romántica y amable que la serie de televisión Curro Jiménez dejó entre el gran público, el bandolerismo llegó a caracterizarse por su violencia y sus métodos cuasi-mafiosos. En el contexto del siglo XIX se convirtió en un reflejo del fracaso de la transición del Antiguo régimen al Estado liberal.
Si para la historia han quedado los nombres y hechos de un gran número de bandoleros, este también es el caso de Julián Zugasti, que destacó en la erradicación de este fenómeno en la región andaluza. Y, más importante aún, por el legado que dejó a los futuros historiadores con su estudio sobre el bandolerismo.
Un acercamiento al Bandolerismo
El fenómeno, tal y como lo conocemos, tuvo sus orígenes en la Edad Media (si bien en épocas anteriores pueden encontrarse movimientos similares). En el Emirato de Córdoba ya hubo movimientos de este tipo, que seguirían reproduciéndose en tierras de los reinos cristianos tras la Reconquista. Entre los siglos XIII y XV el bandolerismo llegaría a convertirse en una lacra en algunas zonas de Castilla y Andalucía, al punto de haber llevado al establecimiento de instituciones como la Santa Hermadad. En sus orígenes anidan diferentes motivos, como podían ser las guerras o la pobreza, que llevaban al individuo a echarse al monte y vivir al margen del orden establecido [1].
Ya se ha señalado el periodo de auge que tuvo el bandolerismo durante algunas épocas de la Edad Media, pero ciertamente mantuvo una existencia crónica al menos hasta finales del siglo XIX. En épocas posteriores el bandolerismo hubo dos momentos en que llegó a disponer de un gran poder y actividad: entre los siglos XVI y XVII, en Cataluña, y durante el siglo XIX, en Andalucía. La Guerra de Sucesión Española (1701-1714) y la Guerra de Independencia (1808-1814) también constituyeron el origen de importantes focos de bandidaje tras la desmovilización consiguiente de los ejércitos.
El fenómeno comenzaría a ser documentado a partir del siglo XVIII por parte de los viajeros e ilustrados que en aquellos años visitaron el interior de España [2]. Durante el siglo XIX, al calor del romanticismo, se publicaron un gran número de obras que terminarían popularizando no solo al bandolero, sino también a su modo de vida y todo el ambiente social que existía a su alrededor.
Así pues, la figura del bandolero ha acabado siendo mitificada por parte de literatura, dándole esa imagen que ha llegado hasta la actualidad de hombre popular, justiciero y generoso, que luchaba contra los abusos del sistema, como una suerte de Robin Hood. La realidad, por el contrario, era mucho más sombría: tras el bandidaje subyacían la violencia, los abusos y un modo de vida «forajido» que nada tenían que ver con la lucha contra las injusticias. Su actividad constituía una auténtica lacra social que acababa afectando a la población, aparte del descrédito que suponía para la figura del Estado.
Zugasti, gobernador de Córdoba
Julián Zugasti [3], miembro del Partido Progresista, daría el salto a la vida política tras la Revolución de 1868, la conocida popularmente como «la Gloriosa». Después de haber ejercido diversos puestos en el seno de la administración del Estado —como gobernador civil de Toledo—, en 1870 sería nombrado gobernador civil de la provincia de Córdoba. En ese momento el territorio cordobés se hallaba en un contexto de grave agitación, sometido a la acción del bandolerismo, cuya actividad afectaba por igual tanto a la población como al desarrollo normal de la vida y las actividades económicas.
Zugasti llegó a Córdoba a finales de 1870, tomando posesión de su cargo. La situación que se encontró no podía ser más desastrosa. La administración del Estado, tanto a nivel municipal como provincial, no funcionaba correctamente y los pocos resortes que sí lo hacían se encontraban afectados por una corrupción endémica [4]. El problema se hacía especialmente grave por el mal funcionamiento de las fuerzas de policía y la administración de justicia, lo que entorpecía la labor represiva contra la delincuencia.
El propio Zugasti [5] expondría con posterioridad su impresión sobre la coyuntura que existía en aquel momento en la provincia cordobesa:
…gran número de crímenes impunes; muchos malhechores desconocidos para los tribunales; muchos protectores encubiertos y pertenecientes a todas las clases de la sociedad…, y miedo, terror, delaciones, corrupciones de la policía y funcionarios…, y también inconvenientes sin número que procedían del estado excepcional del país, después de una gran revolución…quebrantamiento del principio de autoridad hasta unos extremos jamás vistos; y finalmente insuficiencia absoluta de los medios ordinarios para combatir aquel desenfrenado bandolerismo que, con la insolvencia de la impunidad había crecido, como un coloso, y tomaba múltiples y diversas formas, como Proteo, bajo la levita, bajo la chaqueta, en los campos y en las ciudades.
Fuera de la capital cordobesa, la actividad de los bandoleros había dejado el control de buena parte del territorio prácticamente en sus manos, lo que les permitía desarrollar secuestros, atracos y todo tipo de actividades al margen del Estado. De hecho, el bandolerismo había alcanzado un gran nivel de organización y no se trataba ya de partidas aisladas que operaban en puntos muy concretos. En ocasiones estos grupos actuaban en connivencia con determinados sectores, llegando a existir todo un entramado social que pivotaba en torno a la figura de los bandoleros. En otras palabras, era un modo de vida.
Como el propio Zugasti acabaría descubriendo, los bandoleros contaban con la protección de importantes miembros de las élites locales y de algunas autoridades políticas en la provincia. Y no faltarían ocasiones en que sus pesquisas le llevaron a chocar con algunas de estas personalidades.
La práctica de los secuestros se había convertido en un lucrativo negocio en el que participaban potentados de la propia Córdoba, pero que en realidad formaba una red que se extendía a las provincias vecinas de Sevilla, Málaga y Granada. Esta dinámica incluía la extorsión de los familiares de los secuestrados, ya fuera mediante la tortura o mutilación de los mismos. El sociólogo y catedrático de derecho Constancio Bernaldo de Quirós, autor de una obra sobre el bandolerismo andaluz, cita el caso de un juez de Archidona (Granada) que sufrió el secuestro de una hija de corta edad, a la que los bandoleros llegaron a mutilar y, finalmente, asesinar [6].
Los asaltos a diligencias y transportes de dinero también constituían otro importante foco de actuación de estos grupos. Las vías de comunicación de la provincia, sobre todo las que transitaban por zonas con una orografía difícil (como era el caso de Sierra Morena), se encontraban totalmente expuestas a la actividad bandolera. Los salteadores gozaban de cierta impunidad por actuar en áreas poco pobladas y aisladas, lo que dificultaba su localización por fuerzas de seguridad externas. Estas circunstancias les permitían realizar todo tipo de abusos y tropelías contra la población civil, especialmente en aquellas poblaciones donde la presencia de las fuerzas de orden público era débil.
La represión
La situación existente llevó al nuevo gobernador civil, Zugasti, a organizar su propio grupo de seguridad con hombres escogidos y controlados por él mismo. Esta agrupación sería conocida como la «Partida de Seguridad Pública», que quedó constituida por cien efectivos y sujeta al reglamento de la Guardia civil [7]. Dado que dependían exclusivamente del gobernador civil, no fueron pocas las situaciones en que sus actuaciones llevaron al enfrentamiento con otras autoridades de la zona.
Bajo las órdenes de Zugasti se aplicó en numerosas ocasiones la llamada «Ley de Fugas», eufemismo empleado para referirse a las ejecuciones extrajudiciales. En ocasiones las fuerzas de orden, bajo el argumento de que los detenidos intentan escaparse, emplearon este método para la ejecución o asesinato de detenidos. Algún que otro autor ha asociado reiteradamente la aplicación de la Ley de Fugas con Zugasti hasta el punto de convertirle en creador de la misma [8], extremo que sin embargo no parece verosímil [9].
En otros casos, los sospechosos y colaboradores detenidos no pudieron disponer de derechos fundamentales como el habeas corpus, llegando a permanecer bajo custodia por tiempo indefinido. El empleo de este tipo de métodos levantó críticas incluso en Madrid: en las Cortes el entonces joven diputado Francisco Silvela criticó duramente a Zugasti, acusándolo de «saltar por encima de las leyes» [10]. Sin embargo, los mecanismos puestos en marcha acabaron dando sus frutos, pues las redes logísticas y de apoyo a los bandoleros empezaron a debilitarse. Las detenciones o delaciones de miembros llevaron al progresivo desmantelamiento de las bandas bandoleras y a una «limpieza» de los territorios donde estos grupos operaban.
La actividad represiva de Zugasti le llevó a salirse de los límites de la propia provincia de Córdoba, con las consiguientes protestas de los gobernadores de civiles de las zonas limítrofes. Esto se debía a que algunas partidas de bandoleros se movían en territorios que iban más allá de la provincia cordobesa. A pesar de las quejas recibidas, el gobierno de Madrid resolvió darle plenos poderes para poder actuar en dichos territorios.
Durante el periodo en que se desarrollaron las operaciones de represión más de un centenar de bandoleros resultaron muertos, mientras que el dispositivo logístico quedó deshecho. Ello permitió que por primera vez desde comienzos del siglo XIX el movimiento bandolero sufriera un importante retroceso. La actuación de Zugasti continuaría hasta 1873, cuando dejó de desempeñar las funciones de gobernador civil de Córdoba. Sus tres años al frente de este cargo fueron todo un record, ya que en aquella época la media de permanencia en los gobiernos civiles no pasaba siquiera de un año.
Legado
A finales de la década de 1870, tras el final de lo que se llamó el Sexenio revolucionario, la región andaluza había conocido una importante represión del bandolerismo. Aunque la actividad bandolera todavía persistía, esta había retrocedido hasta el punto de quedar reducida en torno a una serie de figuras o partidas aisladas. La acción policial de Zugasti, sin embargo, no había afectado a las principales familias que habían estado confabuladas con estos entromados cuasi-mafiosos.
Zugasti continuaría desempeñando diversos puestos políticos durante el período de la Restauración, como director general de Beneficencia y Sanidad, gobernador civil de Madrid o miembro del Consejo de Estado. También legó para la posterioridad una importante obra, El bandolerismo: Estudio social y memorias históricas, un estudio de diez volúmenes sobre el fenómeno bandolero y su alcance social [11].
Notas
[1] CARDINALE, 2009, p. 19-20, 23.
[2] CARDINALE, 2009, p. 24.
[3] Julián Zugasti y Sáenz (1836-1915) había nacido en Extremadura, si bien era de origen vascongado. Realizó estudios de derecho y llegó a ejercer como abogado. Participó en la Revolución de 1868, llegando a tomar parte en la Batalla de Alcolea junto a las fuerzas del general Serrano.
[4] MÁRQUEZ CRUZ, 1993, p. 322.
[5] MÁRQUEZ CRUZ, 1993, p. 322.
[6] BERNALDO DE QUIRÓS, 2005, pp. 164-165.
[7] MÁRQUEZ CRUZ, 1993, p. 322.
[8] Véase «Los momentos oportunos de un ministro ilocalizable», El País (7 de diciembre de 1982)
[9] OLIVER, 2008, p. 47.
[10] JUTGLAR, 1976, p. 80.
[11] BERNALDO DE QUIRÓS, 2005, pp. 149-151.
Bibliografía
BERNALDO DE QUIRÓS, C. (2005) [1931]. El bandolerismo andaluz. Valladolid: Editorial Maxtor.
CARDINALE, R. (2009). El bandolero español entre la leyenda y la vida real. Madrid: Editorial Verbum.
JUTGLAR, A. (1976). De la Revolución de Setiembre a la Restauración. Barcelona: Editorial Planeta.
MÁRQUEZ CRUZ, Francisco S. (1993). Córdoba capital. Volumen I: Historia. Córdoba: Caja Provincial de Ahorros.
OLIVER, P. (2008). La pena de muerte en España. Madrid: Editorial Sintesis.