En la primavera del año 507 los campos cercanos a Vogladum (moderna localidad francesa de Vouillé) se convirtieron en el escenario de una batalla largamente anunciada: las fuerzas del Reino visigodo de Tolosa, lideradas por su rey Alarico II, hicieron frente al empuje expansivo de los francos merovingios del rey Clodoveo. En juego estaban la hegemonía sobre la Galia y el liderazgo entre los reinos germánicos que ahora poblaban los territorios del desaparecido Imperio Romano de Occidente.
El resultado de este choque armado fue una de las mayores derrotas militares en la Historia del pueblo visigodo, si exceptuamos la sufrida a orillas del río Guadalete dos siglos más tarde (711). Un desastre que presenta paralelismos con la gran derrota romana en la Batalla de Adrianópolis (agosto del 378): la muerte en combate de un emperador romano/monarca visigodo, la aniquilación en una única jornada del grueso de sus tropas, y ser la génesis de acontecimientos de gran relevancia histórica (Saqueo de Roma/Creación del Reino visigodo de Toledo).
Alarico II y Clodoveo: dos reyes frente a frente.
Tras derrotar al Imperio Romano de Oriente en la Batalla de Adrianópolis (378), y después de vagar durante décadas por territorio imperial, el pueblo visigodo logró asentarse en las provincias gálicas de Novempopulonia y Aquitania Segunda gracias al foudus pactado por el rey Walia con el Imperio Romano de Occidente (año 416, confirmado en 418) (García Moreno, 2008: 47-49). A cambio de prestar servicios militares a Roma, los visigodos se establecieron en torno a la ciudad de Tolosa (convertida en sede regia), ocupando las fértiles tierras cercanas al río Garona. Este fue el origen de lo que conocemos como Reino visigodo de Tolosa.
Desde sus nuevas tierras en el suroeste de la Galia, los visigodos contemplaron la ruina del poder romano en Occidente durante el reinado de Eurico. El año 484 accedió al trono su hijo Alarico II, coincidiendo con una etapa de grandes cambios en Occidente. El Reino galorromano de Siagrio, enclave superviviente tras la desaparición del Imperio Romano de Occidente, fue conquistado por los francos en 486. Con esta victoria los francos merovingios ampliaron sus dominios hasta alcanzar el río Loira, convirtiéndose en unos amenazadores vecinos para los visigodos. Más tarde, Alarico II apoyó con tropas al ostrogodo Teodorico el Amalo en su lucha contra el hérulo Odoacro por el control de Italia (490). Tras la victoria del ostrogodo, Alarico II contrajo matrimonio con su hija Thiudigoto, estableciéndose lazos de parentesco entre ambos monarcas (Gómez Aragonés, 2016: 26-28).
El 494 Alarico II emprendió una política expansionista en Hispania, plasmada en el envío de tropas a tierras hispanas. Este contingente visigodo tenía la misión de asegurar las vías de comunicación entre dos enclaves de gran importancia para el control de la Península Ibérica: Zaragoza y Mérida, con Toledo como estratégico nexo de unión. El incremento de la presencia militar visigoda en Hispania bien pudo ser el origen de la Rebelión de Burdunelo en el Valle del Ebro (496), que fue aplastada con contundencia. Durante el reinado de Alarico II el incremento del número de tropas visigodas en Hispania fue constante, destinadas a asegurar el control efectivo sobre el territorio o como reacción a distintas rebeliones. La ausencia de estas tropas, generalmente grupos de aristócratas acompañados de importantes séquitos militares, tendría gran importancia de cara al combate en Vouillé.
Coincidiendo con esta rebelión en Hispania, la tensión entre visigodos y francos en la Galia terminó por estallar. Tras rebasar la frontera del río Loira, un ejército franco atacó la ciudad de Nantes, sometiéndola a asedio. La respuesta visigoda fue contundente: en el contraataque las tropas de Alarico II ocuparon la localidad de Saintes (perdida en algún momento previo) y levantaron el asedio a Nantes.
El primer asalto había caído del lado visigodo. Hubo que esperar dos años para el siguiente choque. El año 498 el rey Clodoveo se lanzó de nuevo al ataque, en esta ocasión contra la estratégica villa de Burdeos. Sus tropas tomaron la ciudad, capturando al dux Suatrio y parte de la flota anclada en el puerto. La pérdida de Burdeos supuso un duro golpe para Alarico II, además de una advertencia de la amenaza que suponían los francos para su reino. Según parece, Burdeos fue recuperada en algún momento previo a Vouillé (Gómez Aragonés, 2016: 28).
La esfera religiosa tampoco fue ajena al enfrentamiento político y militar entre ambos monarcas. La conversión al catolicismo del rey franco fue entendida por Alarico II como una grave amenaza para la estabilidad interna de su reino, ya que podría granjear la simpatía y adhesión de la poderosa Iglesia católica y la población galorromana del reino tolosano. Como respuesta, el monarca visigodo convocó un concilio eclesiástico en Agde (506) con el objetivo de mejorar las relaciones entre la arriana monarquía visigoda y los altos miembros del clero católico.
El último enfrentamiento entre Alarico II y Clodoveo, previo al choque armado en Vouillé, fue indirecto. Alrededor del año 500 estalló una guerra civil en el vecino Reino de Burgundia (correspondiente a zonas de las actuales Francia, Italia y Suiza). Los hermanos Godegiselo y Gundebando se enfrentaron por el trono, recibiendo el primero el apoyo militar de los francos y el segundo de los visigodos. Finalmente Gundebando se alzó con la victoria y el trono. En pago por su apoyo al bando vencedor, Alarico II obtuvo el enclave de Aviñón, además de la entrega de los prisioneros francos capturados durante el conflicto.
Con esta intervención en la guerra civil burgundia, el Reino visigodo de Tolosa ampliaba sus fronteras orientales, lo que suponía para Alarico II gobernar un reino más extenso del que había heredado de su padre. Pero la adquisición de nuevos territorios no se tradujo en una ampliación y mejora de las defensas, ni tampoco en un incremento de las tropas desplegadas en las nuevas fronteras del reino. Poco tardaría el monarca visigodo en ser consciente de su error.
A pesar del saldo positivo de los enfrentamientos contra los francos, Alarico II se mostraba partidario de la vía diplomática. Envió una embajada a la corte merovingia solicitando un encuentro personal con Clodoveo. Éste tuvo lugar en Amboise, una pequeña isla en el curso del río Loira, y se desarrolló en un ambiente amistoso y festivo. De este encuentro surgió un acuerdo de amistad entre ambos pueblos (502) que marcó sus relaciones en los años previos al choque en Vouillé.
Un año antes de la decisiva batalla, un nuevo levantamiento sacudió las tierras hispanas. Se trató de la Revuelta de Pedro (506), de nuevo en el entorno del Valle del Ebro (Tortosa). Esta rebelión fue sofocada rápidamente con el envío de nuevas tropas visigodas a Hispania. Algunos investigadores han apuntado la coincidencia entre los levantamientos hispanos contra el poder visigodo y las operaciones militares de los francos merovingios en la Galia: la Rebelión de Burdunelo (496) fue prácticamente contemporánea en el tiempo al primer ataque de Clodoveo al reino tolosano (asedio de Nantes), y la citada Revuelta de Pedro (506) inmediatamente anterior a la Batalla de Vouillé. Se sospecha que la mano del monarca franco estaría detrás de dichos levantamientos, fomentando con ellos el envío constante de tropas a Hispania y el consiguiente debilitamiento del dispositivo militar visigodo en tierras galas (Gómez Aragonés, 2016: 30)
Una vez presentado el reinado del visigodo Alarico II, resulta conveniente presentar a su contrapartida: el rey franco Clodoveo.
A comienzos del S. V d. C. el pueblo franco, siguiendo el ejemplo de suevos, burgundios y visigodos, se expandió por tierras de las actuales Bélgica y Norte-Nordeste de Francia en detrimento de un Imperio Romano de Occidente en claro retroceso. Los grandes centros políticos, económicos y culturales del territorio galo se encontraban en las tierras mediterráneas del sur (Arlés, Narbona, Tolosa) lo que reducía las probabilidades de que los francos alcanzasen una posición hegemónica frente al resto de pueblos germánicos.
Gracias a la enérgica labor de reyes como Childerico (464-81) y su hijo Clodoveo, los francos pudieron cambiar esta dinámica (Georg Maier, 1990: 216-217). Frente a la unidad de los visigodos en torno al monarca asentado en Tolosa, los francos se caracterizaban por su fragmentación, al estar divididos en pequeños dominios liderados cada uno por un reyezuelo o régulo. Gran parte del éxito de Clodoveo se debió, precisamente, a su capacidad de aglutinar estos grupos bajo su liderazgo, convirtiéndose en la máxima autoridad de su pueblo.
Clodoveo accedió al trono con apenas 16 años, mostrando desde el primer momento un derroche de energía, inteligencia y brutalidad. La senda que guió al merovingio hasta los campos de Vouillé estuvo marcada por la guerra, siendo su primera víctima el Reino galorromano de Siagrio. Vecino septentrional de los francos, Clodoveo tomó su capital Soissons en 486. Ya desde un momento tan temprano advertimos una de las señas de identidad de la política militar de Clodoveo: la captación y reutilización de los recursos del enemigo en su propio beneficio. Desaparecido Siagrio, gran parte de sus bucelarios (tropas montadas de élite) pasaron a engrosar las filas del ejército franco. Un aporte de caballería pesada decisivo en el futuro enfrentamiento contra los visigodos.
El siguiente objetivo de Clodoveo se encontraba en sus fronteras orientales. El año 491 atacó a los turingios, mientras en el plano diplomático aseguraba su posición a través de enlaces matrimoniales: el de su hermana Audofleda con el poderoso rey ostrogodo Teodorico, y el suyo propio con la princesa burgundia Clotilde.
Tras unos años de relativa paz que le permitieron consolidar sus conquistas, Clodoveo se lanzó de nuevo al ataque. En 496-97 derrotó a los alamanes en la disputada Batalla de Tolbiac. La historiografía sitúa tras esta batalla uno de los acontecimientos decisivos en la vida de Clodoveo y, por ende, del pueblo franco: su conversión al catolicismo. Más allá de la esfera religiosa, de gran trascendencia al convertirse Clodoveo en el ejemplo de rey católico para los monarcas francos posteriores, nos interesa su trascendencia política. Siendo la Galia un territorio habitado por una densa población galorromana, muy influenciada por la poderosa Iglesia católica, la conversión al catolicismo de Clodoveo le granjeó importantes apoyos contra la arriana monarquía visigoda.
Ejércitos en liza: visigodos y francos.
Tras conocer a los dos monarcas destinados a enfrentarse en los campos de Vouillé, resulta necesario hablar de los ejércitos que comandaban, así como de su armamento y táctica.
En el ejército visigodo de los siglos V y VI d. C. confluyen la herencia germánica y la romana: no debemos olvidar que los visigodos habían combatido con (Batalla de los Campos Cataláunicos) y contra (Batalla de Adrianópolis) el ejército romano, siendo además uno de los pueblos germanos considerados tradicionalmente como más romanizados.
A la cabeza del ejército se situaría el rey, liderando personalmente las operaciones militares o bien delegando el mando en un alto cargo de su confianza. El núcleo de las tropas visigodas estaría compuesto por la hueste real, a la que se sumarían las comitivas guerreras de la aristocracia visigoda y galorromana: séquitos armados formados tanto por hombres libres como siervos. Pese a la compleja situación religiosa, la católica aristocracia galorromana estaba integrada en el ejército del Reino visigodo de Tolosa. Avito (más tarde obispo de Vienne y santo de la Iglesia católica) y Apolinario (hijo del poeta y obispo tardorromano Sidonio Apolinar) combatieron junto al monarca visigodo en Vouillé.
La condición del ejército visigodo, un pequeño núcleo de tropas profesionales (hueste real, comitivas guerreras de la aristocracia) completado por una mayoría de siervos en armas (en gran parte campesinos) tendría su reflejo en la estacionalidad de la guerra. El tiempo de las operaciones militares comenzaría en primavera concluyendo, a ser posible, en los compases finales del verano. De este modo la guerra no interferiría en el calendario agrícola, impidiendo que los campesinos realizasen sus labores de siembra y recolección. Gran parte de las tropas permanentes y profesionales estaría destinada a la vigilancia y protección de fortificaciones, zonas fronterizas, enclaves estratégicos (Burdeos, Carcasona, Arlés o Narbona) y vías de comunicaciones.
En cuanto al armamento y la táctica, si bien existía una gran similitud entre los distintos pueblos germánicos de Europa Occidental (visigodos, francos, ostrogodos, burgundios, etc.), podemos destacar algunas particularidades en ambos contendientes.
La panoplia del guerrero visigodo estaría compuesta, en el plano ofensivo, por la lanza (desde venablos y jabalinas para infantería hasta la lanza larga a dos manos o contus para la caballería), el sax/scramasax (espada corta de un solo filo, de entre 30-50 cm de longitud), el hacha (muy extendida por su bajo coste y fácil fabricación) y una gran variedad de puñales y cuchillos. Mención aparte merecería la espada: arma por excelencia del guerrero y símbolo de pertenencia a la élite militar en todos los pueblos germanos. Se trataría de la spatha: dotada de una hoja de doble filo de entre 80-100 cm de longitud: perfecta para practicar tajos en el combate de caballería. Por su decoración y ricos materiales, nos encontramos ante un elemento de prestigio sólo al alcance de una minoría (aristócratas, séquitos armados profesionales).
Como elemento más llamativo de la panoplia visigoda encontramos el arco, cuyo uso habría adquirido el pueblo godo durante su estancia en el Mar Negro (S. III d. C.) gracias al contacto con pueblos de origen iranio (alanos y sármatas). No obstante, no existe consenso acerca de si era un arma empleada tanto por la infantería como por las tropas montadas (Daniel Gómez Aragonés) o de uso exclusivo de la infantería (Iaroslav Lebedynsky).
En el plano defensivo encontramos como elemento principal el escudo, de madera y forma ovalada, dotado de un umbo metálico con funciones tanto defensivas como de ataque. La posesión de protecciones corporales como el casco (tipo spangenhelm muy extendido) o la cota de malla/escamas sería, al igual que la espada, un signo de riqueza y prestigio por lo general sólo al alcance de la élite aristocrática y militar. Es muy probable que también se empleasen protecciones de origen orgánico (cuero, lana, fieltro) más económicas, siguiendo la tradición del thoracomacho tardoantiguo (De rebus bellicis, XV).
En cuanto a la forma de combatir de los visigodos, su esquema táctico habría sido muy similar al de otros ejércitos del periodo. El objetivo principal consistía en frenar el empuje del rival, romper el equilibrio de sus líneas y aprovechar los huecos para provocar su descomposición y retirada. La persecución del enemigo en desbandada permitiría infliguir el mayor número de bajas posible.
Para llevar a cabo este plan era preciso contar con una infantería disciplinada: capaz de resistir las acometidas del enemigo o lanzarse a la carga en el momento preciso. Sin embargo, la flor y nata del ejército visigodo era su caballería pesada. Ya fuese para desgastar las filas del enemigo con cargas de tanteo, o maximizar el daño sobre sus puntos débiles, los poderosos jinetes visigodos solían protagonizar el momento decisivo de las batallas. Así había ocurrido en Adrianópolis, cuando la carga de los líderes Alateo y Sáfrax al frente de sus jinetes greutungos y alanos rompió las líneas romanas, decantando el combate del lado godo (Lenski, 2018: 47).
En cuanto al ejército franco, su panoplia y táctica militar se asemejaría bastante a la presentada para los visigodos. Los francos también combatieron en las filas del ejército romano y se enfrentaron a él, por lo que de nuevo encontramos una unión de las tradiciones militares germana y romana.
Siguiendo la tónica general, a la cabeza del ejército franco se situaría el rey, quien contaría con su propia hueste de guerreros además de los séquitos armados proporcionados por los aristócratas francos y galorromanos. Más allá del esquema general sí debemos destacar algunas particularidades del ejército comandado por Clodoveo.
En primer lugar, su heterogeneidad étnica. Ya hemos citado la capacidad del monarca merovingio para incorporar a sus propias filas elementos de los ejércitos vencidos, especialmente unidades de caballería pesada: los bucelarios del malogrado Siagrio, jinetes alamanes, los conocidos como laeti (antiguos colonos militares de origen bárbaro, asentados por Roma en la Galia) e incluso una unidad de caballería de la región de Armórica. Este aporte de tropas montadas ha generado cierto debate sobre si la auténtica fortaleza militar de los francos estaría en una potente infantería, en detrimento de una caballería menos desarrollada y necesitada de aportaciones externas. Según los estándares militares de la época, era indispensable que un ejército contase con una buena fuerza de caballería. Clodoveo se entregó con éxito a la consecución de esta máxima, como quedó demostrado en Vouillé.
En segundo lugar, la sucesión de campañas militares proporcionó al monarca merovingio un ejército en un estado de forma excelente: bien organizado y pertrechado, de carácter multiétnico por la adhesión de unidades de los ejércitos vencidos pero a la vez sujeto a una férrea disciplina.
La panoplia del guerrero franco estaría compuesta, en el plano ofensivo, por la lanza, destacando el angón (venablo arrojadizo similar al pilum romano) empleado tanto a modo de jabalina como en el cuerpo a cuerpo; el sax/scramasax (espada corta de un solo filo) y una gran variedad de puñales y cuchillos. Al igual que entre los visigodos, la espada de hoja larga y doble filo (spatha) merecería una mención aparte como elemento de prestigio sólo al alcance de la élite guerrera. Las spathae fabricadas por los artesanos francos ganaron una fama que perduró en los siguientes siglos.
Como elemento más llamativo de la panoplia franca encontramos el hacha arrojadiza o francisca, un tipo de hacha característica de los pueblos franco y alamán. De fácil fabricación y coste reducido en comparación a otras armas, la francisca presentaba una gran efectividad al ser lanzadas por centenares contra el enemigo, ralentizando su avance o generando huecos en la línea rival antes del choque de infanterías.
En el plano defensivo, nos remitimos a lo descrito con anterioridad para el caso visigodo, al encontrar los mismos elementos: escudo de madera de forma ovalada con umbo metálico, y protecciones corporales (casco, cota de malla/escamas) fabricados con diversos materiales según el prestigio del propietario (metálicas y con rica decoración, orgánicas).
En el apartado de la táctica militar, los francos no fueron diferentes de otros pueblos de su entorno. Practicaron el combate en formación cerrada, enfrentando líneas de infantería con el objetivo de desbaratar al rival, provocando su retirada y posterior persecución. Dentro de esta práctica guerrera la formación del muro de escudos y el intercambio de proyectiles (lanzamiento de angones y hachas arrojadizas) estaría a la orden del día, así como las cargas de la caballería en momentos decisivos del combate.
El inicio de las hostilidades: primavera del 507.
Pese al acuerdo de amistad vigente entre visigodos y francos, la ambición del rey Clodoveo no había desaparecido. Durante años el monarca merovingio planificó la que sería una auténtica campaña de conquista del Reino visigodo de Tolosa. Para llevarla a cabo necesitaría aliados. El rey burgundio Gundebando debía su trono a Alarico II, pero no tuvo reparos en unirse al monarca franco para expandir su reino a costa de los visigodos. Otro aliado del merovingio fue el emperador de Constantinopla, Anastasio. Éste se comprometió al envío de una expedición imperial que desembarcase en Italia, lo que impediría el envío de refuerzos ostrogodos en ayuda de Alarico II. Estas alianzas, unidas a la reducción del número de efectivos visigodos en la Galia tras el envío de tropas a Hispania (496, 506) comenzaron a inclinar la balanza del lado merovingio.
Nuestro conocimiento de la Batalla de Vouillé se basa en la descripción contenida en varias fuentes históricas, entre las que podemos destacar dos: Procopio de Cesarea y, en especial, Gregorio de Tours. Pese a la valiosa información que nos transmiten, ambas fuentes adolecen de los mismos problemas: la brevedad en la descripción de la batalla (apenas 15 líneas en el mejor de los casos) y, sobre todo, su escasa objetividad. Ambos autores muestran un marcado talante antigoticista que, en el caso de Gregorio de Tours, se manifiesta como claramente filofranco, lo que resulta lógico por su condición de servidor de los reyes merovingios.
Podemos situar el inicio de las hostilidades en la primavera del año 507. El avance del ejército franco hacia el sur se inició con el cruce del río Loira por Tours, primer enclave en ser ocupado por las tropas merovingias. Gregorio de Tours hace hincapié en el respeto ordenado por Clodoveo a los bienes y propiedades de sus habitantes, así como las numerosas ofrendas enviadas por el monarca a la Basílica de San Martín, rogando por su victoria en esta guerra. Informado del avance franco y siendo consciente de la magnitud del peligro, Alarico II envió mensajeros a la corte ostrogoda solicitando el envío de tropas en su auxilio, a la par que reunía todos los efectivos militares disponibles.
Dejando atrás Tours, el ejército franco continuó avanzando hacia el sur hasta alcanzar el río Vienne, cuyas aguas discurrían crecidas por las copiosas lluvias de comienzos de la primavera. Este contratiempo no detuvo a Clodoveo: al día siguiente, el descubrimiento de un vado permitió el cruce de su ejército, reanudando la marcha hacia Poitiers.
El encuentro decisivo: la Batalla de Vouillé.
El destino del Reino visigodo de Tolosa iba a decidirse en los campos de Vogladum o Vouillé, a unos 20 kilómetros de la ciudad de Poitiers. Conocedor del avance de Clodoveo, Alarico II marchó a la cabeza de sus tropas, plantando su campamento a escasa distancia del enemigo. Pese a la proximidad de ambos ejércitos, el monarca visigodo se mostró reacio a iniciar las hostilidades, consciente de su escasez de efectivos. Echaba en falta las tropas enviadas a Hispania, aún estaba recabando apoyos entre los aristócratas galorromanos, y lo más importante: esperaba la llegada de las tropas ostrogodas prometidas por su suegro, el rey Teodorico.
El plan trazado por Clodoveo se estaba cumpliendo punto por punto. El apoyo a las rebeliones en Hispania habría distraído suficientes tropas visigodas de la Galia como para reducir peligrosamente los efectivos militares de Alarico II. A esto habría que sumar la mala gestión del propio monarca (dispersión de tropas por el territorio tolosano, dejadez en la renovación y ampliación de fortificaciones). En el plano religioso, Clodoveo contaba con el apoyo de los altos dignatarios de la Iglesia católica en el Reino visigodo y, probablemente, con la simpatía de gran parte de la población galorromana. No obstante, un sector de la aristocracia se mantuvo fiel a Alarico II y acudió con sus soldados a la llamada del monarca. Por último, los refuerzos ostrogodos se retrasaron bajo la amenaza de un desembarco de fuerzas imperiales en Italia, tal y como había pactado el rey franco con el emperador Anastasio.
La inactividad pronto hizo mella entre las filas visigodas. Los nobles eran testigos del saqueo impune de campos y propiedades por el enemigo, ante la indecisión de Alarico II. Según relata Procopio de Cesarea, la presión de la aristocracia visigoda sobre el monarca, reclamándole que presentase batalla de inmediato, llegó hasta tal punto de reprocharle públicamente su cobardía ante el enemigo. Poco menos que un insulto al rey. Si bien este último punto podría ser una exageración, Procopio no debe andar desencaminado acerca de estas presiones, puesto que finalmente Alarico II se lanzó a la batalla sin esperar a la llegada de los ostrogodos.
El número de fuerzas en liza nos es desconocido, pero debió de tratarse de ejércitos numerosos a tenor de lo que estaba en juego. Según las fuentes, Clodoveo desplegó sus tropas en una sólida línea de infantería, respaldada por unidades de proyectiles situadas detrás, aprovechando una pequeña elevación del terreno, y las unidades de caballería en los flancos, preparadas para lanzarse contra los puntos débiles del enemigo. Alarico II habría efectuado un despliegue similar, fiando la victoria en la resistencia de su infantería y las cargas decisivas de la poderosa caballería visigoda.
Gregorio de Tours relata que las tropas merovingias comenzaron a lanzar proyectiles contra el enemigo (suponemos angones y hachas arrojadizas), que rehuía el combate cuerpo a cuerpo. Podemos interpretar este pasaje no como una señal de cobardía de los visigodos, como intenta transmitir el autor, sino más bien un reconocimiento de la superioridad (tanto numérica como en calidad) de la infantería franca. Por tanto, Alarico II habría querido evitar un excesivo desgaste de su infantería, máxime cuando también contaba con buenas unidades para el combate a distancia (arqueros).
Tras el intercambio de proyectiles, ambas infanterías se lanzaron al combate cuerpo a cuerpo en una lucha encarnizada. Entre las periódicas acometidas de una línea contra la otra se producían cargas de caballería, intentando cada bando imponerse a los jinetes del rival. Cuando se reanudaba el combate de infanterías, los jinetes se retiraban, reagrupándose para el siguiente asalto. En esta dinámica la superioridad franca fue imponiéndose paulatinamente, cediendo terreno las líneas visigodas hasta el momento decisivo de la batalla.
El propio rey Clodoveo habría liderado una carga de caballería, encontrándose en el fragor del combate con Alarico II al frente de sus jinetes. Ambos monarcas se habrían lanzado el uno contra el otro, decididos a dirimir en un duelo a muerte el resultado de la batalla y el destino de sus reinos. Aunque las fuentes consultadas no confirman expresamente el enfrentamiento personal entre ambos reyes, este tipo de duelos fueron muy habituales durante la Tardoantigüedad y Alta Edad Media. Precisamente Procopio de Cesarea transmite abundantes ejemplos en su narración de las guerras que enfrentaron a las tropas imperiales contra sasánidas, vándalos y ostrogodos.
Tras un intenso intercambio de tajos y estocadas, Clodoveo habría herido mortalmente a Alarico II, decantando de este modo el sentido de la batalla. El propio rey merovingio también estuvo a punto de perecer. Como relata Gregorio de Tours, dos jinetes visigodos acometieron con sus lanzas, alcanzando al monarca en la espalda y el costado. La excelente calidad de su cota de malla y la velocidad de su montura evitaron la muerte de Clodoveo, que pudo huir de sus atacantes para refugiarse junto a sus jinetes.
La muerte de Alarico II tuvo un efecto devastador entre sus tropas, desencadenando la retirada y consiguiente carnicería a manos del enemigo. Las fuentes reportan que la mayor parte del ejército visigodo cayó en Vouillé, junto a un buen número de galorromanos que se mantuvieron fieles al monarca visigodo. Venancio Fortunato (obispo de Tours a finales del S. VI) describe como años más tarde todavía podían distinguirse pequeños montículos en el escenario de la batalla, formados por los cuerpos de los caídos en combate. Más allá de una posible referencia al elevado número de muertos en esta batalla, podría tratarse de una descripción de túmulos funerarios levantados en honor a los caídos. Quién sabe si el propio Alarico II, muerto en combate de forma honorable, descansaría en uno de ellos.
¿Qué causó la derrota visigoda en Vouillé? A tenor de los datos de que disponemos, entre las causas principales de la debacle visigoda podemos argumentar: la superioridad (tanto numérica como en preparación) del ejército franco; la dispersión de las tropas visigodas por el territorio galo (lo que dificultó su rápida convocatoria) sin olvidar la ausencia de una parte sustancial desplazada a Hispania; el retraso del auxilio ostrogodo, que impidió equilibrar el número de fuerzas de cara a la batalla; y, por último, la presión de la aristocracia visigoda sobre Alarico II, que habría empujado al monarca a presentar batalla en unas condiciones poco favorables.
Continuación de la campaña: el intento de conquista del Reino visigodo de Tolosa.
La victoria del ejército franco fue completa. Clodoveo había quedado dueño del campo de batalla, siendo libre para avanzar hacia las ricas tierras del sur de la Galia. Para sacar el máximo partido de esta situación, el monarca dividió a sus tropas para cubrir un mayor número de objetivos. Envió a su hijo Teodorico a Auvernia, desprotegida tras la derrota de gran parte de su aristocracia y guerreros en Vouillé. Las ciudades de Albi, Rodez y Clermont fueron ocupadas con facilidad. En paralelo, el propio Clodoveo avanzó sobre Burdeos, una de las grandes urbes del reino tolosano. Tomó la ciudad sin mayores contratiempos y se preparó para pasar en ella el invierno.
Tras conocerse la derrota visigoda en Vouillé, el rey burgundio Gundebando se lanzó al asalto de la desguarnecida frontera oriental del Reino visigodo de Tolosa. Avanzó por la Provenza, siguiendo el curso del río Ródano hasta Arlés, que puso bajo asedio en colaboración con los refuerzos francos enviados por Clodoveo. Sin embargo, la guarnición visigoda y sus potentes murallas de la ciudad resistieron las acometidas de los asaltantes.
La caída de Tolosa: el poder visigodo en la Galia se tambalea.
Con la reanudación de las operaciones militares en la primavera del 508, Clodoveo dirigió su ejército contra Tolosa: sede regia y corazón del reino visigodo. La ciudad no resistió el asalto merovingio, tomando el monarca franco una parte sustancial del tesoro real visigodo (thesaurus), cuyo origen se remontaba al Saqueo de Roma por Alarico (410). Esta acción estaba dotada de una profunda carga simbólica: el thesaurus era un signo de identidad del pueblo godo, además de representar a la propia monarquía visigoda. Con su posesión Clodoveo buscaba legitimar su conquista del reino tolosano.
Tras el descalabro sufrido en Vouillé, los visigodos comenzaron a articular una resistencia entorno a la figura de un hijo natural del fallecido Alarico II, Gesaleico. Esto se debió a la minoría de edad del legítimo heredero al trono, un niño de nombre Amalarico, nieto además del rey ostrogodo Teodorico. La proclamación de Gesaleico tuvo lugar en Narbona (508) sin contar con un apoyo mayoritario entre la aristocracia visigoda. Los visigodos volvían a tener un líder y, lo más importante, un jefe militar que aglutinase la resistencia frente al invasor. Pero al poco de ser proclamado rey, Gesaleico tuvo que abandonar Narbona frente al ataque de los burgundios, siendo la ciudad tomada y saqueada.
Por su parte, tras ocupar Burdeos y Tolosa, el siguiente objetivo del rey Clodoveo fue Angulema, enclave que también conquistó sin excesivos problemas. Con la llegada del verano, la mayor parte de Aquitania se encontraba en poder de los francos, situando el monarca merovingio guarniciones militares en las principales ciudades ocupadas: Tolosa, Saintes, Poitiers, Burdeos, Angulema, etc. El norte del reino tolosano había caído pero la resistencia visigoda se mantenía firme en el sur, en torno a ciudades como Arlés y Carcasona. Estaba además la Península Ibérica, fuera del radio de acción de los ataques francos y burgundios.
Hacia el final de la contienda: la llegada del socorro ostrogodo.
En junio del 508 los refuerzos enviados por el rey ostrogodo Teodorico entraron en escena. Un importante contingente militar al mando del dux Ibbas avanzó con rapidez hacia el sur de la Galia, utilizando las antiguas calzadas romanas. Tras alcanzar Marsella y reforzar a la guarnición visigoda que la defendía, el ejército ostrogodo continuó su avance hasta Aviñón, que fue recuperada de manos burgundias sin demasiada dificultad. El siguiente objetivo fue la principal batalla de la campaña: levantar el asedio a la ciudad de Arlés. Si bien el desarrollo y consecuencias de esta batalla no son comparables a las de Vouillé, no por ello resultó menos decisiva. La victoria ostrogoda fue completa: las tropas lideradas por Ibbas derrotaron con contundencia al enemigo, capturaron un gran número de prisioneros y librando a los habitantes de Arlés de un cruento destino.
El año 509 la contraofensiva ostrogoda siguió su curso, dividida en dos frentes. Una columna atacó el territorio burgundio, en venganza por su alianza con los francos. La columna principal, liderada por el dux Ibbas, avanzó hasta Narbona. La ciudad había sido ocupada por los burgundios el año anterior, frente a la incapacidad del nuevo rey Gesaleico para defenderla. En cambio las tropas ostrogodas no tuvieron grandes problemas para recuperarla.
Desde Narbona, la columna de Ibbas se puso de nuevo en marcha hacia la estratégica Carcasona, sometida al asedio por los francos. Evitar la caída de Carcasona era fundamental para los intereses del rey ostrogodo Teodorico: en ella se refugiaban su nieto Amalarico y una parte sustancial del tesoro real (símbolo de la monarquía visigoda) que pudo ser evacuado antes de la caída de Tolosa. El avance del dux Ibbas fue contundente, atacando a los sitiadores en colaboración con la guarnición visigoda de la plaza, liberando a Carcasona del asedio merovingio.
La intervención militar ostrogoda se estaba saldando con un éxito tras otro. Desde la llegada de sus tropas, Teodorico había rescatado al heredero legítimo al trono, salvado una parte importante del thesaurus de la realeza visigoda y recuperado grandes urbes como Arlés, Narbona y Carcasona. Estos triunfos venían a mitigar la debacle sufrida en Vouillé, pero además ponían de manifiesto la deslucida gestión del nuevo rey Gesaleico. En especial su fracaso en la defensa de Narbona, recuperada por el socorro ostrogodo.
No tardaron en producirse fricciones entre Gesalecio y los ostrogodos. Teodorico optó por desplazar al rey visigodo y tomar personalmente las riendas del reino en nombre de su nieto. Aunque estos acontecimientos escapan al marco del presente estudio, baste decir que desembocarían en la derrota y muerte de Gesaleico (511) y el ascenso del rey Teodorico como tutor de su nieto Amalarico, y por extensión del Reino visigodo. Esto ha llevado a definir este periodo de la Historia visigoda como de “supremacía ostrogoda” (508-549) (García Moreno, 2008: p. 87).
Consecuencias de Vouillé: una batalla decisiva para la Historia de Europa.
Tras su exitosa campaña militar del 508, el rey franco Clodoveo regresó a sus dominios del norte de la Galia. Delegó el resto de las operaciones militares en subordinados de su confianza y se retiró a París, su nueva capital. Su victoria en Vouillé tuvo profundas repercusiones en el plano político (ascenso como poder hegemónico en la Galia) y territorial (conquista de Aquitania) pero también ideológico (impulso al catolicismo frente a la fe arriana) y le granjeó un enorme prestigio. Los francos aún estaban divididos, con algunos régulos resistiéndose a reconocer la autoridad absoluta de Clodoveo. Pero el triunfo frente al reino tolosano aceleró los planes unificadores del monarca. En el momento de su muerte (511) Clodoveo se había convertido en un auténtico símbolo para el pueblo franco, y en poco tiempo lo sería para la Historia de Francia.
En cuanto al pueblo visigodo, tras los sucesos de Vouillé asistimos a la consolidación de su presencia en Hispania durante los reinados de Amalarico, Teudis y Teudiselo. Dichos monarcas desarrollaro su gobierno bajo la protección y vigilancia ostrogoda. La ciudad de Toledo, dotada con una excelente posición estratégica y buenas comunicaciones, emerge como nueva sede regia del ahora Reino visigodo de Toledo. A pesar de la desastrosa derrota, los visigodos conseguirían reponerse y prosperar en tierras hispanas. Al igual que el Imperio Romano de Oriente pudo recuperarse tras Adrianópolis gracias al emperador Teodosio (última reunificación del Imperio Romano, 392) los visigodos renacerían de las cenizas de Vouillé, alcanzando nuevas cotas de grandeza de la mano de monarcas capaces como Leovigildo o Wamba.
A pesar de su escasa divulgación, la Batalla de Vouillé constituye un episodio decisivo en la Historia de Europa Occidental. La derrota visigoda marcó el declive de este pueblo en la Galia y la pérdida de su posición de liderazgo en la esfera internacional. Por el contrario, el triunfo de los francos merovingios elevó a este pueblo al rango de actor principal. Una posición que se vería reforzada tras la desaparición del poder ostrogodo (553) y el ascenso de la dinastía carolingia (Coronación de Pipino el Breve, 751) destinada a recuperar la corona de los emperadores de Occidente.
Bibliografía.
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GARCÍA MORENO, Luis A.: Historia de la España visigoda, Editorial Cátedra: 2008.
GEORG MAIER, Franz: Las transformaciones del mundo mediterráneo: siglos III-VIII en Historia Universal Siglo XXI-Vol. IX, Siglo XXI de España Editores, 1990.
GÓMEZ ARAGONÉS, Daniel: Vouillé, 507. El nacimiento del Regnum Gothorum de España, HRM Ediciones, 2016.
LENSKI, Noel: “El día más nefasto. La batalla de Adrianópolis” en Desperta Ferro Antigua y Medieval, 50, 2018: pp. 40-48.