Corría el año 1599 en Sevilla y acababa de nacer una leyenda. Se llamaría Diego Rodríguez de Silva y Velázquez más conocido como Diego Velázquez y años más tarde se convertiría en uno de los mejores pintores que ha dado la historia.

Velázquez proviene de una familia quizá de hidalgos pero no con un gran sustento económico. Sevilla en aquel momento era el centro del mundo occidental. Era el lugar de partida hacia el Nuevo Mundo y todo lo que aquello conllevaba. Velázquez desde pequeño adquiere poco a poco conocimientos esa cultura. A la edad de 10 años entra al taller de Francisco Herrera, el Viejo, pero que poco después abandona para incorporarse al taller del que iba a ser su suegro, Francisco Pachecho. Este pintor despertó en el joven Velázquez el sentimiento por la pintura y el saber. Años después allá por el 1617 aprobó el examen que le capacitaba como pintor. Al año siguiente acabaría casándose con Juana, hija de su maestro.

Velázquez fue un pintor sin parangón. En primer lugar era un maestro del dibujo, había estudiado a aquellos grandes maestros renacentistas como Leonardo, Miguel Ángel o Rafael en sus viajes a Italia. Capta perfectamente la naturaleza de las cosas y de las personas. Conforme se va haciendo mayor va adquiriendo más destreza y maestría que va reflejando en su pintura. Si vemos cualquiera de sus cuadros a partir del año 1631 aproximadamente cuando vuelve de su viaje por Italia, vemos claramente como capta perfectamente el carácter de cada persona que pinta. Además de esto, una de las cualidades que definía a Velazquez era su pintura ‘alla prima’, es decir, sin boceto previo, pintaba directamente sobre el lienzo. Su autentico dominio de la técnica pictórica le hizo poder captar en sus pinturas el aire ambiental, esto es ni más ni menos que las partículas de polvo iluminadas por los rayos del sol. A continuación veremos en el cuadro de las Meninas este recurso de Velázquez. Pero antes de nada demos un repaso a algunas de sus pinturas más importantes.

El Aguador de Sevilla

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El Aguador de Sevilla, 1619-1622. Obra de su primera etapa en Sevilla.

El Aguador de Sevilla es considerada una de las mejores piezas de la etapa inicial de Velázquez en Sevilla. Velázquez a penas contaba con 20 años cuando creó este óleo, lo que nos hace imaginarnos la calidad de esta joven promesa de la pintura. Velázquez en este periodo intenta imitar las características de otro gran pintor como es Caravaggio. Los claroscuros tan acentuados que tiene esta obra dan muestra de ello. Además en la mayoría de sus cuadros suele utilizar a pocos personajes que sitúa alrededor de una mesa con diferentes tipos de objetos (observemos también el cuadro de esta misma época llamado ‘La vieja friendo huevos’).

Pero adentrémonos un poco a comentar aspectos más concretos de la obra como son la luz, la composición, los colores y como no, su significado. En primer lugar cabe destacar el realismo de la obra. Como vemos hay tres varones en diferentes periodos de su vida. El joven y el anciano sostienen en sus manos una copa rebosante de agua en cuyo interior se encuentra una fruta (durante esta época se solían depositar ahí para suavizar el sabor del agua que no solía ser muy agradable). En el fondo en un segundo plano aparece un hombre de mediana edad que bebe de un jarro. Quizá Velázquez lo que quería representar eran las tres edades de la vida donde el anciano ofrece al niño todo su legado. Mientras tanto el hombre adulto sigue bebiendo de esa jarra de la vida que poco a poco se va agotando. La luz y las sombras juegan además un papel fundamental ya que generan un dramatismo y un realismo que en ocasiones te sumerge en el interior de la escena.

Velázquez durante el periodo que estuvo con su mentor Francisco Pacheco en Sevilla pintó diversas obras que nos llaman la atención como es ‘La Mulata’ donde Velázquez representa una sirvienta de tez oscura, algo muy extraño en la época porque tengamos en cuenta que nos encontramos a inicios del siglo XVII. Desde este momento Velázquez sentiría un sentimiento especial por aquellas personas que no son aceptadas en la sociedad como es el caso que vamos a comentar a continuación.

Pablillos de Valladolid 

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Pablo de Valladolid, 1635 aprox.

Eran llamados «hombres de placer» eran personas con taras físicas o psiquicas que estaban al servicio de la Corte. Pablo de Valladolid es uno de ellos pero también hay otros tantos como son Sebastián de Morra, El niño de Vallecas o el Calabacillas y otros tantos que no tuvieron nombre o si lo tuvieron, hoy día no lo conocemos. Ellos no eran nadie pero Velázquez les otorgó un lugar en la eternidad.

Sin duda alguna Pablillos de Valladolid es la mejor obra de Velazquez en lo que a retratos de enanos, bufones etc… se refiere. La composición ha perdido toda referencia espacial, no observamos ningún objeto que nos de pistas de donde se encuentra. Pablo está rodeado tan solo de aire pero aún así Velazquez es capaz de crear una pintura con el volumen, aplomo y realismo necesario. El único elemento que aparece bien definido en este fondo neutro que genera el pintor es la sombra de Pablillos. Esta sombra es ese elemento necesario para dar verticalidad al cuadro y que nuestro ojo vea al personaje en cuestión de pie. Bien es cierto que no era la primera vez que Velázquez pintaba sobre un fondo neutro, un par de años antes retrató a Don Pedro de Barberana, miembro del Consejo Privado del Rey.

El rostro de Pablillos es sereno, está haciendo lo que mejor sabe hacer, recitar un bello texto, es su trabajo. No muestra ningún atisbo de maldad en sus facciones ni gestos. Es un hombre que sobrevive en un momento complejo de la historia. Por eso mismo Velázquez quiso retratarlo, la libertad que tiene Velázquez como pintor de cámara hace que pueda tener libertad en cuanto a temas o personajes.

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El niño de Vallecas
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Sebastián de Morra

Las Meninas 

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Las Meninas 1656

Las Meninas o como se llamaba anteriormente, La Familia. Es la obra culmen para muchos de la pintura mundial. Velázquez recrea una escena de los más cotidiana en la corte del rey. La Infanta Margarita ha entrado a la estancia donde está el pintor retratando a sus padres. Los reyes Felipe IV y la reina Mariana se ven retratados al fondo, en el espejo que se sitúa al lado de la puerta. Este elemento no es casual, Velázquez conocía la pintura de los primitivos Flamencos y sobre todo la de Jan Van Eyck con su obra maestra, El Matrimonio Arnolfini. Este elemento de situar el espejo al fondo para dar profundidad y carisma al cuadro serían un tributo al pintor de Flandes. La escena es muy amplia, mientras el autor pinta supuestamente a los reyes, lo que nosotros vemos es el anverso del lienzo. A la izquierda del pintor se encuentra una de las Meninas, Doña Agustina Sarmiento que ofrece a la infanta una bandeja con un tentempié. La Infanta Margarita es la imagen central de la composición y hacia donde se dirigen todas las miradas, ese vestido blanco es el centro de atención. A su izquierda se encuentra la otra menina, Doña Isabel de Velasco que hace una pequeña reverencia ante los reyes. Si seguimos mirando hacia la derecha del cuadro nos encontramos con la enana, Maribárbola y el enano Nicolasito Pertusato que se encuentra dando una patada al perro de la parte inferior. Tras ellos nos encontramos con el guarda damas y Doña Mercedes de Ulloa con traje de dueña. Finalmente al fondo, tras la puerta está José Nieto, el aposentador y ayudante de Velázquez en la corte.

Los elementos pictóricos más importantes de la obra son sin duda alguna la maestría con la que Velázquez domina la luz. Esta proviene de dos lugares fundamentalmente, la ventana situada a la derecha y la puerta del fondo que deja entrar un canal de luz que ilumina la estancia donde se encuentran los personajes. Velázquez también fue capaz de captar un elemento muy

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Detalle de la Infanta ( 5 años de edad)

importante y que hace que la composición adquiera aún más significado; el aire ambiental. El pintor es capaz de pintar el aire entre los objetos lo que nos ofrece un ambiente más realista y acogedor además de dar profundidad a la escena. Por otro lado el color y la pincelada. Velázquez pinta con pinceladas sueltas, dicen algunos escritos que utilizaba pinceles de hasta un metro de largo para poder ver con más claridad el conjunto de la pintura. Por este motivo si nos acercamos a la pintura vemos que por ejemplo el broche del vestido de la Infanta está hecho con cuatro pinceladas de rojo y verde pero al alejarnos, el ojo las difumina para crear la sensación de que es un broche bien definido. El color en este cuadro viene muy determinado por la luz ambiental. Exceptuando a la Infanta que es el elemento principal, el resto viste con ropajes oscuros para no quitar protagonismo a esta pieza tan importante de la historia.

La obra adquiere otro significado cuando nos adentramos un poco más en ella. Velázquez aparece en esta pintura por un motivo concreto. Durante el siglo XVII el trabajo manual estaba muy mal visto por los nobles que no trabajaban. Cualquier oficio realizado con las manos, ya fuera ser herrero como pintor era algo deshonroso. Por este motivo se autorretrató Velázquez en el cuadro junto a los reyes y la Infanta Margarita, para que la pintura fuese tratada con dignidad. En este cuadro Velázquez se reveló contra lo establecido porque como hemos dicho, retratarse junto a los reyes en aquella época era un autentico acto de rebeldía. Velázquez además porta la Cruz de Santiago que le fue concedida en el año 1658, dos años después de realizar Las Meninas. Por este motivo se cree que fue el mismo rey el que pintó la cruz en el cuadro. Esa condecoración ensalzaba a Velázquez a condición de noble, algo totalmente impensable años antes para un personaje que desempeñaba una labor manual.

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