En la línea de anteriores artículos y continuando con la serie de unidades militares singulares en la Edad Antigua y en la Edad Contemporánea el de hoy será un breve repaso por la Edad Moderna en Europa y en América.

Galloglass

El término Galloglass, del gaélico Gallóglaigh (guerreros forasteros), hace referencia a una clase de mercenarios procedentes de las montañas del oeste de Escocia y las Islas Hébridas y Feroe que existieron entre mediados del siglo XIII y finales del XVI. La mezcla cultural fruto de las alianzas matrimoniales con vikingos noruegos desde el siglo X unida a las duras condiciones de vida de su tierra natal dieron lugar a un tipo de guerrero sui géneris.

Estos soldados de fortuna ganaron fama cuando comenzaron prestar sus servicios a los clanes hiberno-normandos en la revuelta contra la invasión de Irlanda emprendida por Enrique II de Inglaterra. La duración de sus contratos era estacional, aunque la carrera de un galloglass itinerante era generalmente menos lucrativa que la uno que hubiese entrado al servicio de un señor. Cobraban tanto en moneda como especie, ya fuese en forma de grano o cabezas de ganado. Algunos obtuvieron tierras por sus servicios, lo que permitió que se constituyeran como una clase terrateniente.

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Por regla general el galloglass iba muy bien equipado, más que el soldado irlandés medio y bastante mejor que los soldados ingleses apostados en Irlanda. En un primer momento, siendo fieles a su herencia nórdica, se protegen con cota de malla y un yelmo tipo spangenhelm, luego sustituido por un bacinete. Con el tiempo irían incorporando añadidos como partes de armadura o incluso elementos más modernos como el morrión y la borgoñota. Vestían además una característica túnica amarillenta con mangas abombadas dotadas de bolsillos denominada leine croich.

A menudo se dejaban crecer barba o gruesos bigotes que combinaban con pelo largo o rapado hasta la mitad de la cabeza dejando tan solo un mechón de cabello sobre la frente. Esto se conocía como glib, el peinado tradicional irlandés que tanto indignaba a los Tudor, que llegaron incluso a legislar contra esta costumbre.

En cuanto al armamento, no era menos variopinto. Sentían predilección por un hacha de guerra denominada sparth, que evolucionó a partir del hacha danesa a dos manos para dar lugar a algo parecido a una alabarda. En menor medida podían usar picas, arco largo inglés o espadas de dos manos, aunque la clásica claymore es un elemento más propio de los Highlanders.

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Galloglass irlandeses seguidos por sus kernes. Grabado de Alberto Durero, 1521.

Cada galloglass iba acompañado por un par de peones locales conocidos como kernes. Solían ser muchachos jóvenes que desempeñaban una función similar a la de un escudero, cargando con el equipo de sus amos (uno llevaba las armas y el otro las viandas) o cubriéndoles las espaldas durante los combates. Estos se organizaban en grupos de unos 100 hombres denominados Corrughadh a las órdenes de un condestable.

La reconquista Tudor de Irlanda en el siglo XVI incrementaría el flujo de mercenarios hasta que el dominio inglés se hizo efectivo. Los galloglass encontrarían un final sangriento durante las Rebeliones de Desmond (1569-1583) a manos de la reina Isabel I, en cuyos planes de colonizar Irlanda no cabían estos mercenarios de tendencias revoltosas. Muchos de los clanes más famosos fueron eliminados y otros abandonaron la isla esmeralda para servir en el continente.

Lansquenetes 

El éxito de la infantería suiza a finales del siglo XV dio lugar a una gran demanda de mercenarios de esta nacionalidad. Sin embargo, la escasa población de los cantones y el monopolio ejercido por los reyes de Francia desde la Paz Perpetua de Friburgo (1516) obligó a sus rivales Habsburgo a buscar una alternativa.

El emperador Maximiliano I comprendió que la mejor forma de competir con los suizos era copiando parte de su sistema. En 1486 comenzó a preparar las primeras compañías de los llamados Landsknecht (lansquenetes) que significa literalmente «siervos de la tierra». El reclutamiento estaría a cargo de un Kriegsherr (señor de la guerra), siendo digna de mención la figura de Georg von Frundsberg, conocido como el Padre de los lansquenetes, que demostró con creces la superioridad de su sistema derrotando a los suizos en Pavía.

Esta victoria se debió en gran medida al conservadurismo de los suizos, que les hizo no incorporar armas de fuego en la medida en que lo hicieron los alemanes. Pero también a que las formaciones de bloques de picas eran de naturaleza más defensiva que la de tres líneas de los suizos.

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Al frente se situaba a los doppelsöldner (soldados experimentados que recibían el doble de paga). Cuando el bloque avanzaba, estos lo precedían en el llamado Verlorener Haufen, habitualmente traducido como «cuerpo de las desesperanza», lo que dice mucho de sus posibilidades de sobrevivir a la batalla. A los lados se apostaban los arcabuceros, situando a unos pocos de estos en pelotones distribuidos cerca de los cuatro ángulos del bloque. Así, cuando se sentían amenazados podía refugiarse al abrigo de las picas.

La pica preferida por los lansquenetes era por lo general de menor tamaño que la utilizada por los suizos, unos 4,2 m como mínimo. Pero además de la clásica combinación de pica y arcabuz, los lansquenetes, especialmente los más veteranoseran dados al uso de alabardas o partesanas. También eran célebres por el uso de la zweihänder, una gran espada a dos manos con hasta 180 cm de hoja que se usaba para romper o al menos golpear y desorganizar las picas del enemigo. Más manejable resultaba la katzbalger (destripagatos) espada corta y robusta con dos gavilanes en forma de lazo.

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Pero si hay algo que llame la atención de los lansquetes era su forma de vestir. Sombreros rematados con plumas, jubones acuchillados, mangas abullonadas y telas de mil colores daban a estos soldados un aspecto excesivo. A esto se sumaba el uso de la una prenda a modo de conquilla que simulaba un pene erecto (utilizado a veces como monedero).

Aunque los lansquenetes debían prestar juramento de no usar sus armas contra el Imperio, desde que se permitió a los Kriegsherr reclutar mercenarios no siempre se cumplió este compromiso. Esto les hizo ganar fama de advenedizos, por ejemplo, se dice que el duque de Alba solo los contrataba para que no engrosaran las filas del enemigo aunque nunca tenía intención de luchar con ellos.

Guerreros Águila y Guerreros Jaguar

Si algo caracteriza a los aztecas es el ser un pueblo belicoso. Pero incluso en una cultura en la que todo varón debe estar preparado para la guerra, entrenándose desde niños con este propósito, existían una serie de «órdenes» o «cofradías» que agrupaban a una élite guerrera con características especiales: los guerreros águila y jaguar.

En lengua náhuatl los Guerreros Águila eran conocidos como cuāuhtli y los Guerreros Jaguar eran conocidos como ocēlōtl, siendo ambos denominados colectivamente como cuauhtlocelotl. La elección de estas deidades totémicas no es casual, sino que el carácter asociado a cada animal estaba directamente relacionado con el rol que habían de cumplir los miembros de cada orden. Así, puesto que las águilas y los jaguares representaban respectivamente a deidades de la luz (Cuauhtli) y la oscuridad (Tezcatlipoca) los guerreros jaguar solían enviarse a las campañas militares, mientras que el caballero águila hacía al tiempo de explorador, espía y mensajero.

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Los integrantes de estas sociedades guerreras solían ser miembros de la aristocracia mexica, aunque el linaje no lo era todo, ya que también podían ser seleccionados aquellos individuos que se hubieran destacado por su destreza o valor en el campo de batalla, que se demostraba a través del número de prisioneros capturados (al menos seis para entrar en una de estas órdenes).

Una vez en el campo de batalla se les reconocería fácilmente, pues llevaban armaduras de algodón espectacularmente recubiertas con motivos en alusión a sus dioses patronos. Para mayor teatralidad, la cabeza del guerrero asomaba entre las fauces de una máscara que representaba a la fiera en cuestión. A menudo solían lucir grandes y coloridos estandartes atados a la espalda como indicador del rango del guerrero.

Llevar un atuendo tan vistoso puede parecer una temeridad pero para sus portadores era un motivo de orgullo personal y una forma de infundir miedo en el enemigo. Además, se consideraba que los dioses valoraban más que ninguna cosa la ofrenda de corazones de valientes y nobles luchadores. Cuanto más complejo fuese el estandarte, mayor era el rango del que lo llevaba y mayor era la recompensa que se obtendría por su captura. Lejos de esconderse, estos «valiosos» guerreros se mostraban abiertamente al enemigo en señal de reto y de desprecio.

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Y es que las guerras de esta cultura, cuando no eran territoriales, tenían como objetivo principal la captura de cautivos para el sacrifico más que la destrucción del enemigo en sí mismo (guerras floridas). Algo que, por otra parte, tampoco era posible dado el armamento con que contaban. Este se componía principalmente del clásico macuahuitl, similar a una espada plana de madera con filos de obsidiana insertos a cada lado, pues carecían de armamento en hierro u otros metales. También estaba el tepoztopilli, una versión de lo anterior pero en arma de asta. Otras armas habituales serían el átlatl (un propulsor para lanzar dardos o flechas como sustituto del arco), unas cachiporras denominadas macanas, hondas y como arma defensiva, unas pequeñas rodelas de mimbre ricamente decoradas con plumas.

Como no podía ser de otra forma, el final de estos fieros guerreros llegó con la conquista. Su anquilosada concepción de la guerra unida a la superioridad tecnológica de los españoles les condenó a desaparecer, aunque a día de hoy su recuerdo pervive en muchas tradiciones y celebraciones mexicanas.

Streltsí

Más allá del mito y la leyenda puede considerarse a Iván el Terrible como uno de los fundadores del Estado ruso moderno, proceso que comienza en 1547 con su coronación como Zar. Pero para sacar a Rusia de su letargo no bastaría con un boato de bizantinismo, sino que habría que hacer frente a graves problemas internos y externos que venían de mucho tiempo atrás. El país se encontraba bajo la amenaza constante de las hordas tártaras y cualquier intento de incrementar el poder regio se encontraba con el recelo de la poderosa nobleza boyarda. La solución en ambos casos vino con la creación del primer ejército permanente, una fuerza inicial de 3.000 pishalshiki (arcabuceros) acuartelados en el Vorobiyova Sloboda o «distrito del gorrión» de Moscú.

En pago por sus servicios se les proporcionaba un buen salario, con un incentivo, puesto que como miembros del nuevo cuerpo estaban exentos del pago de impuestos. Además, a pesar de actuar como fuerza permanente se les permitía tener trabajos y negocios propios, pero estaban obligados a asistir allá donde fueran convocados por el Zar.

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El equipamiento de los streltsí, como se les conocía, constaba del clásico caftán ruso y un sombrero cónico denominado kolpak. Como armamento portaban un arcabuz o mosquete de llave de mecha, un sable (sablya) y un hacha de guerra de origen varego denominada bardiche. Este último elemento, típico de Europa oriental desde muy antiguo, es lo que hace tan especial a los streltsí, pues en lugar de ayudarse de una horquilla para apoyar los pesados mosquetes a la manera de los ejércitos occidentales a estos tiradores les bastaba con el hacha.

En la batalla solían disponerse en formaciones a tres. Sin embargo, dado que los streltsí no estaban armados con picas, eran en todo momento muy vulnerables a los ataques de la caballería enemiga. Para compensarlo podían colocarse tras una estructura denominada Gulay Gorod (ciudad fortificada). Esta era el resultado de colocar una serie de planchas de madera formando una sección de muro con varias troneras para poder disparar los mosquetes e incluso culebrinas o cañones de pequeño calibre. Las planchas se colocaban sobre pequeñas ruedas o esquíes para facilitar su transporte.

Al final del reinado de Iván IV, el cuerpo de streltsí había aumentado sus efectivos hasta los 12.000 hombres, incluyendo un contingente de caballería de unos 2.000. Para entonces su rol había trascendido las funciones de unidad de infantería, haciendo las veces de guardias de palacio, policía y hasta de bomberos. Los privilegios asociados al cuerpo hicieron que la pertenencia al mismo se transmitiera de padres a hijos y que el oficial a cargo fuese a menudo algún príncipe boyardo.

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La caída en desgracia de la unidad tendrá lugar durante el reinado de Pedro el Grande, tras rebelarse estos durante la ausencia del Zar, que se encontraba en misión diplomática por Europa. Después de una dura represión el cuerpo fue definitivamente abolido en 1689, no obstante, las unidades mas disciplinadas serían reincorporadas para participar en la Gran Guerra del Norte.

Los Gigantes de Postdam

En este breve repaso por las unidades más singulares de cada época no podía faltar uno de los experimentos más estrafalarios del reino castrense por excelencia. Federico Guillermo I de Prusia no ocultó sus inclinaciones cuando le confesó al embajador  francés: “Haría caso omiso a la mujer más bella del mundo, pero los soldados altos…son mi perdición”.

Así es, el Regimiento de Infantería n.º 6, nacido en 1675, tuvo el único propósito de reunir a los soldados más altos. Se exigía superar los 1,88 metros de estatura, una media que si ya es elevada para los estándares actuales, lo era todavía más para los del siglo XVII. Este hecho hizo que fuesen popularmente conocidos con el nombre de Lange Kerls (Chicos largos).

Por lo general, las unidades de este tipo solían estar compuestas por hombres altos debido al uso de fusiles de barril largo (arma que se cargaba desde la punta del cañón), que no podían ser manejados por individuos de poca estatura. En el caso de las unidades de granaderos el resultado se acrecentaba a raíz de la generalización de la mitra, prenda que originalmente surgió por las posibles incomodidades causadas por el tricornio a la hora de lanzar una granada o maniobrar con el fusil, pero que se mantuvo por la simple razón de que hacía parecer a los soldados aún más imponentes.

Sverid Redivanoff, uno de los hombres enviados por Pedro el Grande en gratitud por la famosa Cámara del Ámbar.

Podría aducirse entonces una consideración de carácter práctico a esta obsesión del monarca, de no ser porque el  Rey Soldado llevó su gusto por los batallones de gigantes al siguiente nivel, mandando a sus enviados por toda Europa para buscar nuevos reclutas. Estos no dudaron en recurrir al pago de altas sumas de dinero e incluso al secuestro de jóvenes de gran estatura y en una ocasión incluso intentaron hacer lo propio con un diplomático austríaco.

Conocedores de los gustos del prusiano, otros monarcas europeos quisieron ganarse su amistad ofreciéndole como «regalo» a algunos de sus hombres más altos. El emperador austriaco, el zar y hasta el sultán otomano colaboraron con el disparatado proyecto.

Cabe decir que este cuerpo jamás entró en combate en sus 130 años de existencia, sino que se reservó para desfiles y exhibiciones. Se dice incluso que la exagerada altura de algunos de sus miembros les habría supuesto más problemas que ventajas a la hora de combatir. En cualquier caso, su sucesor Federico el Grande, que no compartía los peculiares gustos de su padre, desbarató el regimiento integrando a sus hombres en otras unidades. Finalmente sería disuelto en 1806, tras unas serie de derrotas en las que los prusianos no estuvieron a la altura de Napoleón.

 

Bibliografía

CANNAN, Fergus: Galloglass 1250-1600, Osprey, 2001.

NICOLLE, David & SHPAKOVSKY, Viacheslav: Men-at-Arms #427 Armies of Ivan the Terrible Russian troops: 1505-1700, Osprey, 2006.

MARTÍN GOMEZ, Pablo: Hombres y armas en la conquista de México, Almena, 2001.

JÖGENSEN, Christer: Técnicas bélicas del mundo moderno: 1500‑1763, LIBSA, 2006.

 

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