Hoy 7 de noviembre se conmemora uno de los episodios históricos que más repercusión ha tenido en la historia del siglo XX y que ha generado una enorme diversidad de opiniones en cuanto a su impacto posterior en Europa y el resto del mundo. Un 25 de octubre, correspondiente al día 7 de noviembre en el calendario juliano ruso —vigente hasta 1918—, se desencadena un estallido revolucionario que finaliza con la toma no sangrienta del Palacio de Invierno. Este hecho, conocido mundialmente como la Revolución Rusa, ha sido estudiado tradicionalmente prestando atención a los hombres, dejando a un lado el importante papel de las mujeres en este proceso revolucionario. Y aunque desde hace pocos años se ha revindicado el papel de estas en la revolución, siguen siendo a día de hoy, en muchos casos, las grandes olvidadas.

Dentro de las mujeres se le ha dado mayor importancia al rol que ejercieron las mujeres bolcheviques, tales como Nadezhda Krúpskaya, Aleksandra Kollontái o Inessa Armand, quienes resultaron fundamentales no solamente en la construcción de un discurso marxista que apelara a las mujeres, sino también en la colaboración con la revolución. Sin embargo, más allá de estas grandes mujeres existe una enorme cantidad de ellas que presenciaron la revolución desde otra perspectiva: las de aquellas que tienen que experimentar en sus propias carnes las privaciones de la guerra, en un mundo patriarcal que intentaba acallarlas y recluirlas al ámbito familiar y privado. Es por ello que nos centraremos en analizar el papel de las soldatki durante la revolución de 1917.

¿Quiénes fueron las soldatki?

Las soldatki fueron un amplio colectivo de mujeres cuyos maridos —o los cabezas de familia— se encontraban luchando en la guerra, siendo la mayoría de las veces las viudas de estos soldados. Como consecuencia de ello se volvieron uno de los colectivos más desfavorecidos de la estructura social rusa, ya que quedaban desprotegidas al no tener ingresos económicos. De esta manera, las soldatki se vieron abocadas a organizarse para revindicar ayudas sociales por parte del Estado, ya que era esta su única forma de supervivencia. Tiene razón Sarah Badcock cuando afirma que fueron “un colectivo social cuya frustración se intensificó a medida que sus demandas no se vieron cumplidas en el curso de 1917” (Badcock, 2004: 48). Ellas fueron uno de los pilares de la Revolución Rusa.

Para hallar el origen de este colectivo debemos retrotraernos a la I Guerra Mundial. En los años previos a 1914 Rusia había experimentado un aumento significativo de su industria y comercio, pasando muy lentamente a ser una sociedad industrializada. Los cambios se realizaban de forma pausada y lenta, dada la gran preponderancia de la nobleza rusa que impedía los avances sociales. La ausencia de unas burguesías que crearan un fuerte tejido industrial y el reaccionarismo de las élites económicas provocaron que Rusia siguiera instalada prácticamente en el feudalismo durante todo el siglo XIX. Las estructuras feudales europeas, con algunas diferencias propias del régimen señorial del este europeo se repetían en Rusia, y ni siquiera la abolición de la servidumbre en 1861 por el zar Alejandro II fue capaz de eliminar las diferencias sociales surgidas en ese sistema.

La abolición de la servidumbre conllevó el inicio de la liberalización del imperio ruso. Fueron concedidos ciertos derechos básicos como la ciudadanía a los siervos y se permitió que los campesinos tuvieran la capacidad de comprar tierras. Pero como ocurrió en España durante las desamortizaciones del siglo XIX, el acceso a la tierra fue escaso y solamente una pequeña parte de los campesinos —los más adinerados— pudieron acceder a ella. Y a pesar de esta pequeña concesión del estatus de ciudadanía las mujeres siguieron desempeñando un rol muy secundario en la vida pública. Ni siquiera en los zemtsvos, una forma de gobierno local creados a partir de 1864 tuvieron un papel activo, pese a que en el ámbito rural las mujeres eran realmente importantes por su activa participación en el trabajo del campo. Se aprecia la cultura patriarcal rusa donde la clase y el género pesaban como una losa.

La industrialización de Rusia, no obstante, creció de manera constante hasta los albores de la I Guerra Mundial. En ello tuvieron una gran importancia las reformas de Serguei Witte, que permitieron el rápido crecimiento de Rusia. Así, cuando el archiduque Francisco Fernando de Austria fue asesinado un 28 de junio de 1914 el imperio ruso estaba preparado, o eso creía el zar Nicolás II, para defender los intereses rusos en el báltico y entrar en la Gran Guerra Europea o, como se conocerá posteriormente, la I Guerra Mundial. El llamamiento a las armas provocó una auténtica movilización social en defensa de la patria y, consecuentemente, el abandono del campo y la ciudad por parte de millones de hombres que se dirigieron hacia el frente. El futuro de Rusia quedaba en manos de los millones de mujeres que se quedaban en la retaguardia.

Estas mujeres, ante el abandono del cabeza de familia, se vieron prácticamente abandonadas a su suerte, teniendo que mendigar o recurrir a organismos de protección social. Las viudas tenían ya un reconocimiento social especial desde que en 1874 se hizo la reforma imperial del ejército para disminuir el número de años de servicio militar masculino a seis años con nueve en la reserva. Es entonces cuando comienzan a darse unas pocas ayudas que resultaban escasas para la supervivencia de los núcleos familiares de estas mujeres. Posteriormente, el Estado creó, mediante la ley del 25 de junio de 1912, una mejora de las ayudas para las mujeres de los soldados, dejando de lado a los matrimonios de derecho consuetudinario. Esto significaba que todas aquellas mujeres dependientes de un hombre que no estuvieran casadas con él quedaban fuera de las ayudas. En la práctica, este número ascendía a millones de mujeres que quedaban desamparadas, con grandes cargas familiares y sin apenas ingresos. Sin duda alguna, se halla aquí el germen de las protestas de las soldatki, que se agudizarán durante el transcurso de la guerra.

Pobreza y miseria, dos causantes de las revueltas sociales

Con el estallido de la guerra, el reclutamiento de soldados y la movilización hacia los frentes se inicia una guerra de trincheras que provoca una clara polarización entre el frente y la retaguardia. En el frente los soldados soportan tempestades de acero mientras en la retaguardia se asegura la producción para garantizar el sostenimiento de la guerra. Rusia, a pesar de haber experimentado una cierta industrialización, seguía siendo un gigante con pies de barro. La guerra, que en el imaginario de las potencias centrales debía de durar unas pocas semanas o meses se convirtió en un conflicto de años, lo que originó fuertes desbalances económicos en las estructuras productivas de todos los combatientes, sobretodo en la inestable Rusia. De esta manera, si en 1914 los obreros apoyaban al zar en su lucha contra el enemigo alemán poco a poco se fue cambiando esta visión, tornándose cada vez más borrosa hasta que en 1915 comienzan a surgir las primeras protestas por el alargamiento de la guerra y su desgaste.

En 1915 tienen comienzo los motines de subsistencia. Se conoce a estos como una forma de protesta característica de la población en la que se exigen mejoras de las condiciones de vida, fuertemente vinculadas a la bajada de los precios de alimentos básicos —pan, harina, huevos, azúcar, etcétera—. La requisa de alimentos por parte del gobierno para asegurar el abastecimiento en el frente y la consecuente polarización entre el campo y la ciudad provocó que, progresivamente, las ciudades y centros industriales fueran quedándose sin suministros, aumentando así los precios de alimentos básicos y, como resultado de esto, apareciendo el hambre y el racionamiento.

La autora Bárbara Alpern (1997: 701) destaca que los actores más conocidos en los motines de subsistencia fueron los trabajadores, predominando las mujeres viudas de los soldados y el campesinado. Sirva como ejemplo el motín del 1 de octubre de 1915, cuando en Bogorodsk, área cercana a Moscú, tiene lugar un motín de subsistencia vinculado al incremento del precio del azúcar. Un grupo de mujeres, que acusaba a los comerciantes de especuladores, consiguió reunir a varios cientos de personas, mayoritariamente mujeres, que en apoyo de trabajadores y jóvenes consiguieron que las demandas de las mujeres tuvieran efecto y los comerciantes bajaran los precios (1997: 701).

 

Mujeres en un motín de subsistencia
Representación gráfica de un grupo de mujeres asaltando un comercio en un motín de subsistencia. En el periodo de 1914-1917 fueron muy recurrentes, ya que era una de las pocas formas de obtener alimentos.

Unos meses antes, según pone de manifiesto la misma autora, se desarrolló otro conflicto en el mercado Taganskii de Moscú. Las mujeres se quejaban del gran precio que habían alcanzado las patatas y mediante una fuerte presión hacia ellos consiguieron que los comerciantes bajaran el precio (1997: 703). Más adelante, en diciembre de 1915, en Kamennyi Zavod, provincia de Perm, las soldatki se organizaron para protestar por el incremento del precio de la harina. Exigían al comerciante que redujera el precio a 60 kopeks el pud —una unidad de masa que equivale a 16,38 kilogramos—. Ante la negativa del comerciante, una de las soldatki intentó robar un saco, animando al resto a que la siguieran. El comerciante, asustado, reaccionó bajando el precio del saco a lo exigido por estas mujeres. Igualmente sucedió en Morshanks, en la provincia de Samara, cuando un grupo de soldatki robó tornillos de una fábrica que los vendía por encima de su precio; los tornillos fueron repartidos entre las mujeres necesitadas.

Conforme decrecía la autoridad imperial del zar se acrecentaban las protestas sociales dirigidas por mujeres, tanto en las áreas urbanas como rurales. De las exigencias de bajadas de precio en los alimentos básicos pasaron a demandar mayores ayudas del Estado, como por ejemplo combustible para sus hogares, la anulación del pago de impuestos a las soldatki, aumentar las ayudas a todas las mujeres de soldados —ya fueran casadas, solteras, hijas, madres, hermanas, abuelas o viudas—, acabar con la escasez y los desahucios y la vuelta de sus maridos para que las ayudaran a trabajar el campo (Badcock, 2004: 52). La incapacidad de la administración para solucionar estos problemas no hizo sino incrementar el número de conflictos y provocar el rechazo al gobierno. Las soldatki comenzaban a organizarse de manera más efectiva, convirtiéndose en una de las grandes molestias del zarismo.

Las soldatki en las revoluciones de 1917

“En Petrogrado, aquí en Moscú, en los pueblos y los centros industriales alejados, la actitud de las mujeres proletarias durante la revolución fue soberbia. Sin ellas, es muy probable que nosotros no hubiéramos vencido. Esa es mi opinión” (Zetkin, 1951: 98). Con estas palabras expresaba Lenin la importancia de la mujer en la revolución rusa, en una entrevista llevada a cabo en otoño de 1920 entre el líder bolchevique y Clara Zetkin, importante revolucionaria alemana que vivió gran parte de su vida en Rusia. Sin ellas la revolución no se hubiera consolidado, pues como se ha visto fueron la punta de lanza de la conflictividad en gran numero de casos.

La situación de Rusia en 1916 era, como se puede apreciar, realmente preocupante. Durante este año el imperio zarista fue encadenando una derrota tras otra frente a las potencias centrales, creando una enorme inseguridad dentro del ejército, cansado por el hastío bélico. La producción siguió disminuyendo, ya que, como indica Julián Casanova (2018: 64-65), se produjo una quiebra del sistema de suministros en la retaguardia debido a que las autoridades y burócratas “que extendían sus redes de poder por las provincias decidieron hacerse cargo de la adquisición de cereales, suprimiendo el mercado privado”. La corrupción de la administración, las recurrentes subidas de impuestos, la petición de préstamos extranjeros y la impresión masiva de dinero produjeron altas tasas de inflación, que conllevó una drástica disminución de la calidad de vida.

Mujeres haciendo cola para recibir alimentos en Tverskaya Zastava, Moscú
Fila de mujeres haciendo cola para recibir alimentos en Tverskaya Zastava, Moscú, 1917.

Como contestación a esta situación calamitosa la protesta social aumentó. La conflictividad obrera se incrementó de manera notoria, con una presencia femenina cada vez más importante. Según datos de Bárbara Alperns (1997: 713), “entre 1914 y 1917 el porcentaje de mujeres en el trabajo industrial creció desde el 26,6% hasta el 43,2%”, por lo que se confirma una importante presencia de mujeres en las protestas previas a la revolución de febrero de 1917. Y, como colofón de esta conflictividad, las soldatki comenzaron a organizarse de manera mucho más activa en determinadas poblaciones de Rusia ante las pocas ayudas que recibían del Estado. Y es que a finales de 1916 el número de estas soldatki se acercaba a catorce millones, lo que suponía un 7% del presupuesto militar y una cuantiosa carga para el Estado.

En relación con lo mencionado al inicio del apartado, la revolución de febrero supone el inicio de un ciclo revolucionario que culmina con la revolución de octubre y la instauración del Estado soviético; no se puede entender una revolución sin otra. La revolución de febrero da paso y crea la situación adecuada para que en octubre los bolcheviques ocupen el vacío de poder dejado por el zarismo. Durante esos meses que van desde febrero a octubre serán las mujeres quienes, junto a obreros, campesinos y soldados propicien la caída de los Romanov, aunque es necesario parar antes en los acontecimientos de febrero.

El 23 de febrero, día internacional de la mujer —8 de marzo en el calendario occidental/gregoriano— se inicia con una manifestación de trabajadoras de las fábricas del barrio Vyborg en señal de protesta por las largas jornadas laborales y el desabastecimiento de alimentos, apelando a los obreros para que se unieran a ellas (Wade, 2017: 65). Con el paso de las horas se fueron sumando trabajadoras y trabajadores hasta alcanzar un número cercano a 100.000. Sin embargo, a pesar del gran peligro que significaba el zarismo ignoraba, o quería ignorar, la potencia de este gran grupo de personas. El zar Nicolás II ignoraba las advertencias que provenían desde Petrogrado, creyendo que no se trababa más que de una manifestación sin importancia. Desde luego, se equivocaba con creces.

De las reivindicaciones económicas pasaron a las políticas. Se exigía no solamente tierra y libertad, como rezaban algunas de las pancartas de los manifestantes, sino también derechos políticos. Rusia quería reformas constituciones y las mujeres derecho a voto, así como el final de la guerra. La cifra de manifestantes aumentó rápidamente en los días siguientes al 23 de febrero, de forma que el día 24 se habían sumado a la huelga hasta 200.000 obreras y obreros. En contestación, Nicolás II, en un acto de supremo desconocimiento de lo que iba a ser su inmediato futuro, apostó por la represión indiscriminada de los manifestantes. Así, según datos de Wade (2017: 76), en las protestas del 26 de febrero murieron varios cientos de personas y se produjeron miles de heridos.

Fue entonces cuando la caída del zar se sentenció. La inicial huelga de mujeres derivó en una huelga generalizada en todo Petrogrado, que se propagó rápidamente hacia el resto de ciudades principales. Primero cayeron los núcleos urbanos y, posteriormente, las áreas rurales. El ejército se negó a reprimir las manifestaciones y los principales generales recomendaron a Nicolás II abdicar en su hijo Alekséi Nikoláyevich, pero finalmente lo hizo en su primo el duque Miguel IV de Rusia. Sin embargo, él mismo renunció ante la crudeza de la situación, por lo que se estableció un Gobierno provisional con el príncipe Lvov y Kerenski a la cabeza. Socialistas moderados y liberales gobernaron durante estos meses con varios gabinetes, siempre presionados por el poder de los soviets, quienes realmente ostentaban el poder político.

Manifestación 23 de febrero
Manifestación de mujeres el 23 de febrero, en conmemoración del Día Internacional de la Mujer en el calendario juliano (correspondiente al 8 de marzo en el gregoriano/occidental).

En todo caso, esta nueva revolución y cambio gubernamental no solucionó los problemas estructurales de Rusia y, desde luego, no apaciguó a las soldatki, quienes incrementaron, más aún si cabe, sus protestas hacia el gobierno provisional. Entre febrero y octubre el papel de estas mujeres fue fundamental para explicar la victoria de los bolcheviques. Muchos de estos se encontraban en el exilio o en la clandestinidad y los hombres se hallaban mayoritariamente en el frente, tal como afirman Soledad Bengoechea y María Cruz Santos (2017). Los intentos de las soldatki de alcanzar sus reivindicaciones se multiplicaron, dando lugar a disturbios como el ocurrido en la duma de Tambov, Kazan, el 20 de marzo de 1917, cuando un grupo de 500 mujeres entró en el comité público y comenzaron a llamar a sus integrantes ladrones y malversadores, acusándolos de desviar los fondos que debían destinarse a las soldatki. El conflicto finalizó con la elección de veinte delegados encargados de revisar el comité público para asegurar a estas mujeres una correcta distribución de las ayudas (Badcock, 2004: 63).

Esta conflictividad obtuvo sus frutos. El colectivo de las soldatki ganó gran notoriedad y se hizo muy conocido a nivel nacional, pese a que su actividad era bien distinta dependiendo de la zona. El 20 de marzo la Liga Para la Igualdad de Derechos de las Mujeres realizó una manifestación a la que acudieron cerca de 40.000 mujeres que marcharon hasta el Palacio Táuride para exigir el derecho al voto, viéndose cumplido ese deseo el 20 de julio de 1917 (Wade, 2017: 185). Así, en el verano de 1917 nace, tras una asamblea de soldatki en este palacio, “un comité a nivel municipal de representantes de las soldatki, y en junio formaron una Unión de Esposas de Soldados” (2017: 192). Les fue concedido al sindicato de las soldatki el uso del edificio Zhuravlev en el Kremlin, para que pudieran usarlo como oficina central. Se trataba de una pequeña victoria que no recompensaba las penurias de este colectivo ni de las mujeres en general, pero suponía un avance en sus exigencias tanto económicas como políticas.

La revolución de octubre: inicio y final de un sueño

La incompetencia del Gobierno provisional, su negativa a firmar la paz con las potencias centrales y la fuerte oposición de los soviets dinamitaron su poder a finales de verano de 1917. Las numerosas pérdidas en el frente motivaron un gran malestar dentro del ejército, que no tuvo reparo en apoyar la insurrección bolchevique. El fracaso del golpe de Estado del general Kornílov en agosto y la defensa de Petrogrado por parte de los soviets —con especial relevancia de los bolcheviques— produjo el total desprestigio del gobierno. Se determinó, en el círculo bolchevique, que sería el Sóviet de Petrogrado quien tomara el poder, para lograr una mayor atracción de las masas. Bajo la estrategia de Trotski, se erigió el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado (CMR), que fue haciéndose durante las semanas previas con todas las guarniciones de la ciudad. Sin apenas resistencia ya, el 25 de octubre se inicia el asalto al Palacio de Invierno y se derroca al Gobierno provisional. Es la victoria del proletariado y el inicio de un nuevo periodo en la historia de Rusia.

Mujeres en San Petersburgo
Pequeño grupo de mujeres apoyando a los bolcheviques en el centro de San Petersburgo (Petrogrado), año 1917.

Sin embargo, la victoria de los Soviets y la progresiva bolchevización del nuevo gobierno —con la expulsión de eseristas, demócratas, mencheviques y demás grupos de la izquierda— no significó una inmediata mejora de la calidad de vida de las soldatki y, en general, de las mujeres, ya fueran obreras o campesinas. En el campo siguió latente el conflicto campo-ciudad, ya que el campesinado exigía el reparto inmediato de tierras. Solo se apaciguó en cierta manera cuando el nuevo gobierno confirmó el decreto de la tierra de Lenin, una de las bases de la revolución de octubre. Empero, el campesinado seguía viendo con cierta desconfianza a los bolcheviques y su intento de controlar las asambleas locales donde los campesinos y las soldatki jugaban un papel primordial.

Los Soviets contemplaban con cierto peligro a este colectivo, dada la gran influencia que habían adquirido en los últimos años. El hecho de que no contaran con líderes carismáticas, no tuvieran una adscripción política a ningún partido y fuera un movimiento organizado de forma horizontal fue motivo suficiente para intentar atraerlas a su causa y, a la vez, temer su capacidad de desborde en las protestas, tal como se ha podido ver a lo largo de todo el artículo. En relación con la anterior mención al Soviet de Tambov, la aparición de dos mujeres llamadas Shevdov y Krupenin, erigidas como líderes de las soldatki de esa zona puso en alerta al soviet, quien no dudó en afirmar que debía primar el espíritu colectivo sobre el individual y que los discursos de estos individuos debían ser tomados con gran cautela (Alpern Engel, 1997: 58).

En general, las soldatki no fueron un movimiento organizado al estilo de Tambov o Petrogrado, sino que fueron más como un grupo surgido espontáneamente; mujeres unidas por una causa común que debían unirse para vencer al hambre y la miseria. La revolución de octubre supuso el inicio de grandes cambios para las soldatki y las mujeres en general. Se inició un periodo de liberalización de las relaciones sexuales y las teóricas marxistas, como Inessa Armand o Kollontai formaron departamentos de mujeres dentro del Partido Bolchevique, consiguiendo resultados como la desaparición de las limitaciones a la libertad de las casadas, el derecho de las mujeres a ser miembros de los consejos rurales, a ser cabeza de familia, a que los hijos ilegítimos no fueran discriminados, a disfrutar de las mismas condiciones que los hombres casados en caso de divorcio, la supresión de la obligación de las mujeres de llevar el apellido del hombre al casarse o de vivir en el domicilio de este (Bengoechea y Cruz Santos, 2017: 22). Muchas de estas victorias se vieron empañadas con la finalización de la Nueva Política Económica y la culminación de Stalin como líder de la URSS en 1927.

A pesar de todo, las mujeres siguieron estando  aisladas de la vida pública, pese a que se abrió un nuevo mundo para ellas. En el ámbito político los altos cargos siguieron estando ocupados mayoritariamente por hombres, y en el ámbito social la estructura patriarcal rusa nunca desapareció. Como dice Wade (2017: 195), aunque las mujeres obtuvieron el derecho al voto —la primera gran potencia que consolidó este derecho—, obtuvieron la capacidad de participar en los comités de fábrica, sindicatos y soviets y conquistaron derechos inimaginables unos pocos años antes, no se modificó la naturaleza patriarcal de la sociedad rusa. Además, la desmovilización del ejército supuso una fuente de conflicto entre hombres y mujeres, ya que los obreros veían en ellas un peligro para sus trabajos en las fábricas, ya que cobraban menos que ellos.

Disturbios en 1917, San Petersburgo
Disturbios en San Petersburgo (Petrogrado) el 17 de julio de 1917.

Por lo tanto, podemos afirmar que las soldatki y las mujeres fueron uno de los pilares sobre los que se asentó la Revolución Rusa, con un papel mucho más importante en el periodo que transcurre entre 1914 y la revolución de octubre de 1917, donde ejercieron un protagonismo menor. Es vital recordar, un día como hoy, que aquel sector que conforma la mitad de la humanidad debe de ser estudiado como se merece y que sus logros y luchas han sido muchas veces ocultados, intencionada o involuntariamente, por las historias oficiales. Es, por tanto, un imperativo divulgar la historia de las mujeres.

Bibiliogafía

A. WADE, Rex (2017): 1917, la revolución rusa, La esfera de los libros, Madrid.

ALPERN ENGEL, Barbara (1997): “Not by Bread Alone: Subsistence Riots in Russia during World War I”, The Journal of Modern History, vol. 69, nº 4, pp. 696-721.

BADCOCK, Sara (2004): “Women, Protest, and Revolution: Soldiers’ Wives in Russia during 1917”, International Review of Social History, nº 49, pp. 47-70.

BENGOECHEA, Soledad y CRUZ SANTOS, María (2017): “Las mujeres en la revolución rusa”, 1917-2017: repensar la revolución, nº 150, pp. 18-25.

CASANOVA, Julián (2018): La venganza de los siervos, Crítica, Barcelona.

ZETKIN, Clara (1919): “Lenin y la cuestión sexual”, en La mujer y el comunismo, 1951, pág. 98.

2 COMENTARIOS

    • Me alegra que te guste esta página y espero que haya disfrutado con este artículo. ¡Es importante conocer la historia! Un afectuoso saludo desde España, querido compañero.

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