El Imperio carolingio, es, a todas luces, un auténtico desconocido en la historia de Europa, pese a su influencia en el devenir del mundo occidental desde su implantación por los francos en la nochebuena del año 800. El renacimiento cultural de Carlomagno fue muy importante para la implantación del cristianismo y para la formación de una estructura estatal. Para ello necesitarían de capitulares relacionadas con la educación como la Admonitio Generalis, y a grandes pensadores pasados como Boecio.

Admonitio Generalis de 789

Según McKitterick, la primera piedra en el adoquinado del renacimiento carolingio no es ni más ni menos que la Admonitio Generalis, no precisamente por su efectividad a la hora de ser aplicada, si no por su planteamiento y su intención. Explica perfectamente el espíritu del renacer franco y de su extensión por toda Europa.[1]

La Admonitio Generalis fue una capitular bienintencionada, un claro intento de despertar cultural, pero, sobre todo, fue una auténtica declaración de intenciones del poder carolingio. Supuso un planteamiento inusual en su tiempo y a la vez un reflejo de lo que necesitaba el imperio: una población formada que a la vez pudiera formar parte de la burocracia carolingia, mientras paralelamente, se cristianizaba tanto a la población interior como a la exterior

Ya existían intenciones pedagógicas[2] por parte del apartado ideológico del estado, pero fue Carlomagno el que decidió prestar su apoyo político a estas medidas con la Admonitio Generalis promulgada en el año 789. Sin embargo, como bien comenta Emilio Mitre, no valdrán solo las buenas intenciones, pues se topará con muchos problemas. No obstante, primero entendamos en qué consiste todo, y luego analicemos su impacto real.

Este movimiento político tenía como intención una reforma educativa que instaba a los monasterios y las catedrales a establecer escuelas para educar a los niños en la lectura y la escritura, usando la biblia, los salmos y otros textos religiosos que fueran accesibles. Conseguiría así su doble objetivo, la formación de la población y su cristianización. También podían enseñar música, canto y gramática. Todo esto lo recogería en los 82 capítulos que conforman la Admonitio Generalis[3].

Una vez se envió esto a los altos cargos catedralicios para su utilización a las diferentes plazas fuertes del reino franco, estos empezaron a hacer acopio del material necesario. De este tiempo se nos han legado multitud de manuscritos[4] que incluían la aplicación de la Admonitio Generalis durante todo el siglo VIII y parte del IX. También se puede comprobar viendo el efecto que tuvo en el renacimiento carolingio en general.

Ahora bien, el triunfo de la ley fue en muchos casos desigual, en la mayoría de lugares muy mal aplicado debido entre otras cosas a la escasa formación del clero[5] que hacía que nadie pudiera aprender nada de los que precisamente estaban encargados de esto. Si es cierto que hubo ejemplos donde funcionó muy bien, como el capitular de Olonna de 825 con el objetivo de organizar seis ciudades italianas siguiendo el modelo de Casiodoro[6].

En muchas ocasiones a lo largo del siglo IX se habla de restaurar las escuelas, reabrirlas o abrirlas desde cero. Lo que significa que en algunos sitios se hizo con escaso impacto y en otros ni siquiera llegó a suceder. Pero las capitulares llegaron, eso está claro.

Porque, como veremos en los apartados siguientes, el influjo de los pensadores del pasado fue determinante para entender el presente carolingio. Sobre todo, el reino Ostrogodo de Teodorico fue fundamental para elaborar gran parte del corpus de pensamiento que llevarían los emperadores de Occidente durante unos cuantos siglos.

El renacimiento cultural Carolingio

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Como habíamos dicho, el renacimiento cultural de Carlomagno tiene cierta síntesis en la compilación de la Admonitio Generalis.  Básicamente el renacimiento cultural se podría definir como un periodo de riqueza y aumento de los estudios artísticos, literarios, jurídicos y religiosos, que fueron lentamente supliendo los problemas que existían hasta ese momento en los distintos campos del saber.

Aun así, según Emilio Mitre, este momento se puede dividir en dos etapas claramente diferenciadas. La primera de ellas es una que busca una restauración gramatical y otra en la que se da cabida a las especulaciones filosóficas[7].

Una de las figuras fundamentales para entender este periodo es la de Alcuino de York, nacido en 735 en la ciudad inglesa de York. Allí, estudiará y finalmente se consagrará como maestro. Éste importante intelectual cruzó su camino con Carlomagno durante un viaje encomendado por el arzobispo de York. Alcuino se encontró en Roma con el futuro emperador y este quedó tan impresionado que no tardaría en hacerle llamar para su corte. Años después el intelectual se establecería para siempre dentro de las fronteras francas. Va a ser la figura más importante en cuanto al impulso de las escuelas monásticas y parroquiales. No era especialmente original a la hora de elaborar su obra, pero sí que fue un perfecto organizador de su tiempo. Sus esfuerzos hicieron que el clero fuera formándose lentamente y que la depuración gramatical diera textos de bastante buena calidad.

Además, sirvió para influir a figuras determinantes de su tiempo como Teodulfo, un hispano que se consagró como obispo de Orleans o como Rábano Mauro, de una generación posterior pero que, bajo su tutela, el monasterio de Fula se convirtió en un centro de enseñanza importantísimo. Asimismo, también hay una importante labor historiográfica, con figuras como Paulo Diácono con la “Historia de los longobardos” o Eginardo ya en el siglo IX que elabora una obra casi hagiográfica de Carlomagno.

Podemos acordar entonces, que esta generación lo que plantea es una reforma estructural que permite que más adelante se desarrolle otra que se permita abordar unos temas desde una postura de mayor calado cultural.

Es Rábano Mauro el que sirve de unión entre las dos grandes etapas. Empiezan a surgir debates de ortodoxia como el de la eucaristía o el de la predestinación[8]. Aparecen así figuras como Godescalco y Escoto Eriúgena. El primero va a acabar recluido en su monasterio, acusado de ser demasiado heterodoxo en materia de predestinación. Según Mitre, era agustinista al extremo y el hombre para él, tenía el destino escrito desde su nacimiento.  Muchos se opusieron a él, pero la figura más contraria fue Escoto Eriúgena.

Escoto era un gran gramático irlandés que sirvió en la corte de Carlos el Calvo. Era el principal opositor de Godescalco, hasta el punto que su postura también era heterodoxa. De hecho, en el siglo XIII se ordenó quemar toda su obra por herética. Pensaba que razón y fe eran válidas para llegar a la verdad, sin embargo, la razón primaba sobre la fe. Si a esto se le suma su pensamiento claramente pandeista, sus teorías filosóficas rozan lo herético, razón que le granjeó bastantes enemigos.

Pero, estas figuras no bebieron sus influencias de la nada más absoluta, sino que ya llevaba siglos gestándose un resurgir cultural que iba a culminar en el renacimiento cultural carolingio como veremos a continuación.

Boecio y su influencia en el renacimiento cultural

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Para entender el renacimiento cultural carolingio hay que echar una mirada atrás en el tiempo para ver como los primeros pensadores medievales influyeron de manera determinante en las figuras imperiales. En primer lugar, centraron su foco de atención en el efímero reino Ostrogodo de la península itálica durante el reinado de Teodorico el Magno. Éste, en cierto modo, mantuvo las instituciones romanas de tal manera que le servían para su reinado efectivo sobre los territorios. Además, se rodeó de toda una suerte de pensadores en su corte, como Casiodoro o Boecio, los cuales también influirán fuertemente en el pensamiento europeo. También es muy importante el historiador Jordanes[9], ya que es una fuente fundamental de información para este periodo.

En este caso, merece la pena centrarse en Boecio (480-524), último pensador romano y primero medieval. Destacó en la corte de Teodorico siendo cónsul senatorial y uno de sus consejeros más cercanos. Sin embargo, se puso en contra a gran parte de la población filogótica, lo que causó que cayera en desgracia y fuera ejecutado tras un año apartado del poder; es así conocido como el “consejero exiliado”[10]. Le sustituirá en cierta manera Casiodoro, otro pensador muy influyente del momento y que también tuvo un papel determinante en el renacimiento cultural carolingio.

El primero en verse impregnado del conocimiento de estos pensadores tardoantiguos es Alcuino de York, figura eminente en el pensamiento carolingio. Fundamentalmente la obra que más le influencia es “De consolatione philosophiae”, obra fundamental del autor romano y de la que se verá impregnada el monje de York. Tal es así, que cuando en la navidad de 801, Carlomagno es nombrado emperador, éste recibe una carta del pensador en la que le da las bases del estado ideal de Boecio. Para el romano, el estado perfecto debe ser aquel regido por filósofos o por reyes estudiosos de la filosofía[11]. Esto tiene mucho que ver con el modo de ver el gobierno carolingio, pues Carlomagno y sus sucesores se rodearon de cortes con influyentes figuras que sustentaban sus reinados ideológicamente.

De hecho, llama al nuevo emperador de occidente “Anicius”, el nombre de la gens a la que pertenecía Boecio.

La obra de Boecio destaca por ser un diálogo con Filosofía a través de cinco libros. En el primero, Boecio triste se muestra sin camino en la vida, para posteriormente versar sobre la fortuna y los bienes que la vida conlleva. A través del tercer libro, explica que la buenaventura está en Dios, algo destacable porque lo cierto es que la literatura de Boecio nunca había tratado del todo la teología, sino que se había encargado de otros temas. En el cuarto se lamenta por el mal que hay en el mundo a pesar de la existencia de dios, para terminar en una conclusión en forma de quinto libro en el que se discute el verdadero peso de la voluntad humana. A través de estos libros, Boecio se plantea dilemas que siempre le han incomodado, como la existencia de un estado ideal por el que ser gobernado, la muerte, la incertidumbre del futuro o el fin por el que los humanos estamos en la tierra. Esto tiene cierto sentido, porque se encontraba en un momento de pesar angustioso ya que había sido apartado de su verdadera vocación en la tierra, aconsejar a Teodorico. Además, sabía que su final se aproximaba, sabía que tarde o temprano sería ejecutado.

Sea como fuere, la muerte de Carlomagno en el año 814 colocará en el trono a su hijo, Luis el Piadoso (778-840). Con una nueva figura al mando con sus vicios y virtudes, el sistema cambiará, pero culturalmente seguirá teniendo una gran influencia Boecio. El nuevo emperador era más culto e instruido que su padre, el cual tenía ciertas dificultades incluso para escribir. No obstante, tenía mucha menos capacidad para gestionar su política interior y exterior, lo que le costó una férrea oposición y algunos que otros varapalos en su imagen[12].

Tal es así, que la literatura inspirada en Boecio torna en esta ocasión de una manera distinta. Luis decidió dividir el imperio entre sus hijos, lo que hizo que Bernardo de Italia[13], su sobrino, se rebelase, creyendo que por derecho le pertenecía la Península Itálica. Algunos intelectuales de la corte central se posicionaron de lado del noble díscolo, lo que causó que fueran exiliados. Es en este momento cuando se empiezan a hacer paralelismos con Boecio, haciendo ver que son consejeros exiliados. La consolatione philosophiae vuelve a estar en este momento más viva que nunca.

Otro caso es el de Walahfrido[14], importante teólogo, historiador, botánico y poeta, compondrá unos versos inspirándose en la obra de Boecio, de la cual se podría decir que recoge absolutamente todo, no dejando mucho espacio para la creatividad propia.

Finalmente, otra forma de encontrar las influencias de Boecio en el mundo carolingio es viendo cuantas copias se hicieron de la consolatione philosophiae, de la que se conservan hoy en día tres copias[15] encontradas en diferentes monasterios de las fronteras imperiales.

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Conclusión

A lo largo de la historia podemos ver como la historiografía más clásica denomina como “renacimiento” a una infinidad de periodos. Hoy en día, hemos conseguido acordar que algunos como el italiano no son más que la culminación de un proceso mucho más largo, la catalización de otros renacimientos en uno más grande.

Lo mismo ocurre con este renacimiento cultural, es la meta final de un cambio de largo recorrido que llevaba siglos llevándose a cabo. Las figuras de Boecio o Casiodoro son fundamentales para el desarrollo y el entendimiento de este proceso final, pues de ellos tomaron importantes referencias los pensadores del momento, que tuvieron dos tareas, la de llevar a cabo una reforma gramatical y también epistemológica.

Bibliografía:

  • Halphen, L. (1992). Carlomagno y el imperio carolingio. Torrejón de Ardoz, Madrid: Akal.
  • McKitterick, R. (2008).Charlemagne: the Formation of the European Identity. Cambridge: Cambridge Univ. Press.
  • Mitre Fernández, E. (2016). Historia de la edad media en occidente. Madrid: Cátedra.
  • Tischler, M. (2015). El consejero exiliado: el papel de la «Consolatio Philosophiae» de Boecio en las cortes de Carlomagno y Luis el Piadoso. Enrahonar: An International Journal Of Theoretical And Practical Reason54, 33-54.

[1] McKitterick, R. (2008). Charlemagne: the Formation of the European Identity. p. 243.

[2] Mitre Fernández, E. (2016). Historia de la edad media en occidente. p. 136.

[3] McKitterick, R. (2008). Charlemagne: the Formation of the European Identity. p. 307.

[4] Ibíd., p. 263.

[5] Mitre Fernández, E. (2016). Historia de la edad media en occidente. p. 137.

[6] Ibíd., p. 137

[7] Mitre Fernández, E. (2016). Historia de la edad media en occidente. p. 137.

[8] Ibíd., p. 139.

[9] Tischler, M. (2015) El consejero exiliado: el papel de la «Consolatio Philosophiae» de Boecio en las cortes de Carlomagno y Luis el Piadoso, p. 36.

[10] Ibíd., p. 34

[11] Ibíd., p. 36

[12] Halphen, L. (1992). Carlomagno y el imperio carolingio p. 202

[13] Ibíd., p. 201

[14] Tischler, M. (2015) El consejero exiliado: el papel de la «Consolatio Philosophiae» de Boecio en las cortes de Carlomagno y Luis el Piadoso, p. 40.

[15] Ibíd., p 45.

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