En lo referido a la guerra medieval, el imaginario popular ha construido una imagen distorsionada del tema como consecuencia de la repetición de tópicos, con frecuencia falsos, o como mucho, medias verdades. Además, se debe desterrar la idea de la guerra medieval como una guerra monolítica en la que no se produjeron cambios a lo largo de diez siglos.

El siglo XIV: tiempo de cambios y permanencias.

Así pues, tanto el siglo XIII como el XV pertenecen al periodo medieval, pero en lo que a la guerra se refiere serán bastante dispares, en especial si elegimos fechas tempranas en el primero y tardías en el segundo. Durante ese periodo los ejércitos cambian, así como la forma de hacer la guerra, y por supuesto los combatientes y sus mandos. De esta manera, se transitaría de una guerra señorial, plenamente medieval, hacia una guerra “protomoderna”: mayores ejércitos, pertenecientes al “Estado”, con mandos y unidades más especializadas etc. En medio de ambas situaciones podemos encontrar el siglo XIV, un siglo que podemos denominar de transición, o de inicio hacia la transición, todo ello relacionado con un hecho tan alejado de la guerra como el desarrollo de la administración, con una todavía débil centralización de recursos, que abre la puerta a la mejora de la financiación. En el siglo XIV, por tanto, se desarrollará una guerra plenamente medieval, aunque se podrán encontrar evidencias de cambio y evolución, procesos que se desarrollan de forma más profunda en la centuria siguiente.

El siglo XIV trajo consigo una enorme expansión de los conflictos bélicos, que dejan de estar circunscritos a las áreas de frontera. Además, observamos la aparición de ciertas novedades: aumenta la duración de los conflictos así como su amplitud, un ejemplo muy claro de ello es la Guerra de los Cien Años. Otros cambios respecto a centurias pasadas tienen que ver con el armamento y el equipo de los combatientes; por último, cabe destacar la intensificación del uso de recursos navales, que se convertirán en pieza clave en la Edad Moderna. Territorios como Castilla, Portugal o Inglaterra desarrollan una destacada marina de guerra y comercial, dándole un valor al plano naval que anteriormente no tenía. También se puede apreciar una progresiva mejora en la logística y la formación teórica de los líderes. Entre todas estas novedades encontramos los elementos que constituirán el germen de la “Revolución Militar” del siglo XVI.

Las novedades relacionadas con la defensa y el asedio de plazas fuertes fueron varias: la evolución de las tácticas de asedio; la fortificación progresiva de algunas ciudades, que se convertirán de forma frecuente en objeto de sitio; o la complejización de los castillos ante la evolución de las tácticas bélicas. De esta forma, las fortificaciones diseñadas en centurias anteriores o se reformaban para que fuesen de nuevo efectivas o bien se aceptaba la falta de protección en caso de asedio. Algunas de las formas novedosas de defensa consistían en un uso generalizado de fosos, la modificación de los caminos hacia el castillo para que fuesen menos directos, o la creación de recodos que permitiesen generar a los defensores situaciones de superioridad. Todo esto, en un contexto en el que los asedios son claves, por encima incluso de las batallas campales.

Asedio, fines del siglo XIV
Representación ideal de un asedio de finales del siglo XIV. Nótese los ingenios desplegados por defensores y atacantes.

La composición de los ejércitos.

La caballería.

En lo que respecta a la caballería, encontramos algunos cambios respecto a épocas anteriores, aunque en la Península siguen apareciendo rasgos diferenciales respecto a Europa occidental. Dentro de cada uno de los cuerpos que proporcionaba efectivos a la hueste real, la caballería seguía siendo la unidad de élite por excelencia, aunque dentro de la misma podemos diferenciar entre la caballería ligera y pesada.

En el caso de la caballería pesada, ésta provenía fundamentalmente de los estratos nobles, en especial de la baja nobleza, que configuraba el núcleo principal de este tipo de contingentes. Estos nobles estaban muy bien entrenados y cada uno de ellos tenía una alta conciencia de sí mismo lo que le confería al grupo un marcado individualismo (todo lo contrario a los posteriores cuadros de piqueros suizos del XV o los tercios del XVI en adelante). Estos cuerpos se han considerado como “la originalidad militar de la Edad Media occidental”. Sin embargo, la teoría caballeresca se contrapone con la práctica, ya que la teoría les impulsaría a seguir los ideales caballerescos, lo que supondría: arrojo desmedido, valor ante la batalla, ansia de victoria etc. Sin embargo, la realidad era muy diferente. En relación con la tendencia habitual en la Edad Media, los caballeros también rehuían el enfrentamiento en campo abierto. De esta manera, demostraban contar con otros valores como la templanza o la prudencia, que sin ser negativos, no dan lugar a tan elevadas gestas como las que engendran los “auténticos valores” caballerescos. Es decir, que no hay tanto de hollywoodiense como se pudiese imaginar.

Los caballeros pesados serían más habituales en Europa que en la Península, donde dentro de los cuerpos de caballería serían minoría respecto a la caballería ligera. Se han dado diferentes explicaciones, tales como que en la Península no existían apenas caballos de guerra por el uso de los mulos de forma habitual, o bien por el hecho de que en la Península el tipo de guerra que se desarrollaba no favorecía la existencia de este tipo de unidades. En el caso del armamento, estas unidades se dotaban de un equipo que por su precio era imposible de adquirir para la mayoría. Además, el equipo se encarecerá en el transcurso de la baja Edad Media. La causa de ello fue la incorporación de elementos defensivos más efectivos. Ese progreso resultó en la creación del binomio montura-jinete: un pesado paquete que en pie era temible, pero que en caso de ser derribado se enfrentaba a serias dificultades.

Caballería pesada
Este tipo de unidades representaría la élite militar en la Europa bajomedieval.

En el caso de la caballería ligera, este tipo de cuerpos fueron determinantes en la guerra bajomedieval peninsular. Aunque no fueron habituales en el resto de Europa, siendo unidades exóticas para los ejércitos del resto del continente hasta entrado el siglo XVI. Las singulares características de la Península favorecieron, no solo la existencia, sino la preeminencia de este tipo de caballería. Estas unidades serán el mejor reflejo de las influencias musulmanas en la forma de hacer la guerra de los reinos cristianos. La caballería ligera era mayoritaria en los contingentes islámicos, menos apegados al jinete pesado. Los jinetes procedían tanto de las huestes nobiliarias como de los concejos. Este tipo de caballería será muy explotada por los castellanos, no solo en el siglo XIV, sino también durante la siguiente centuria y la temprana Edad Moderna.

Los infantes.

Por otra parte, la infantería suponía el cuerpo principal del ejército en la Edad Media, al menos numéricamente hablando. Estos infantes irán adquiriendo importancia en la guerra medieval conforme nos adentramos en la baja Edad Media. En algunas de las principales prácticas bélicas medievales como asedios y cabalgadas, la infantería tendrá un papel clave. Sin embargo, al ser operaciones más vulgares y menos espectaculares que las llevadas a cabo por los caballeros nunca se les ha prestado la atención merecida. Tampoco hay que olvidar el papel del infante como fuerza auxiliar en las batallas a campo abierto. Pero se debe puntualizar que ante una carga frontal de caballería los infantes tenían las de perder. De forma que la infantería no solía ser decisiva, entre otras cosas debido a que carecían de la preparación militar de los caballeros, de sus conocimientos sobre la guerra y en especial de la panoplia de la que éstos disfrutaban. En suma, pese a la creciente importancia de los infantes en el siglo XIV, el predominio de la caballería continuó siendo efectivo y notorio. Todo esto en la Península, donde la infantería tuvo una importancia superior respecto al resto del occidente europeo, llegándose a hablar de un “eclipse en el uso de la infantería” entre 1350 y 1450. En cuanto a la procedencia de las unidades: eran reclutados entre los habitantes de las villas y ciudades, integrando tanto las huestes señoriales como las concejiles.

La infantería bajomedieval seguía manteniendo grandes dosis de heterogeneidad.

En cuanto a los tipos de infantes en el siglo XIV encontramos a los peones, los ballesteros o los arqueros, e incluso honderos. En lo que se refiere a las tropas de cuerpo a cuerpo, no debemos considerarlas como un grupo homogéneo, sino que más bien lo contrario, de hecho las diferencias entre un infante bien pertrecho y un soldado de leva eran abismales. Por otra parte, las tropas de proyectiles complementaban al resto de tropas; lo habitual eran los ballesteros, estas unidades serán más frecuentes y efectivas que los arqueros hasta la llegada de los longbowman ingleses. La ballesta será un arma que no requerirá de un gran entrenamiento para ponerla en práctica por lo que se extenderá por todos los campos de batalla europeos, siendo los genoveses los ballesteros más afamados.

En lo que se refiere a los arqueros, habían quedado desplazados ante su escasa eficacia, derivada de los arcos simples utilizados en Europa occidental. Pero la llegada de contingentes que sí manejaban este tipo de arma de una forma más perfecta siempre puso en apuros a los diferentes combatientes europeos, un ejemplo es la llegada de los mongoles y sus potentes arcos compuestos, y más adelante, en el contexto de la Guerra de los Cien Años, el longbow inglés, que causará estragos entre la caballería francesa y castellana (Azincourt, Crécy o Nájera). En las mesnadas bajomedievales también encontramos fuerzas auxiliares, que podríamos considerar el precedente de los actuales cuerpos de zapadores.

La artillería: un nuevo horizonte.

Por último cabe referirse brevemente a la artillería. Ya en el siglo XIV se habían empezado a introducir algunas armas de fuego  en el panorama bélico europeo. Aunque a nivel general, no será hasta el siglo siguiente cuando estas nuevas armas adquieran un papel relevante. Será a lo largo del siglo XV cuando los diversos territorios de Europa Occidental, con mayor precocidad unos que otros, comiencen a apostar por estas nuevas tecnologías. Antes de esas fechas no se puede afirmar que las nuevas piezas de artillería modificasen sustancialmente el panorama bélico, y en casos como el de la Guerra Civil castellana, de mediados del siglo XIV, mucho menos.

Conclusiones.

A modo de conclusión apuntar que, en contra del tópico establecido, la guerra medieval no se caracterizó por las batallas campales (aunque las hubo), sino por otro tipo de actuaciones, más efectivas y menos peligrosas, que ciertamente no se prestan tanto a la creación de grandes relatos. Ser derrotado en batalla suponía un enorme perjuicio para el derrotado en todos los aspectos, por lo que las batallas se libraban en momentos en los que prácticamente no había otra opción, o por la bravuconería de una de las partes segura de su victoria, siendo Crécy uno de los mejores ejemplos de ello. Mucho más frecuentes eran los asedios sobre fortalezas clave, las cuales contribuían a fijar el territorio; también las cabalgadas, similares a las razias musulmanas, consistentes en incursiones en territorio enemigo con el fin de lograr botín o la sumisión económica del enemigo (pago de parias), operaciones en las que no podía faltar el pillaje y la destrucción, siendo las chevauchées del Príncipe Negro el mejor ejemplo de ello.

Bibliografía.

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