El presente artículo va a versar sobre la política fronteriza que el emperador Diocleciano llevó a cabo a finales del siglo III y principios del IV. Se va a enfocar la atención, sobre todo, al programa de fortificaciones que se extendieron a lo largo de las fronteras naturales del Rin y del Danubio; se aportará una breve mención a la situación fronteriza del limes Oriental; y, por último, se realizará una aproximación a la importancia de los soldados que estaban estacionados en las fronteras: los limitanei.
En otros artículos os hemos hablado de otros emperadores que intentaron subsanar los problemas del siglo III. Por ejemplo Galieno Augusto o Aureliano
Los objetivos del mismo comprenden la puesta en escrito de toda una serie de problemáticas que atañen a la escasez de fuentes primarias que confirmen los resultados cronológicos obtenidos por la arqueología y el análisis documental; y, como resultado de lo anterior, afirmar que el estudio de la política fronteriza de este Emperador sería imposible de abordar si no se tienen en cuenta los factores políticos y sociales tanto de su tiempo como las adversidades que tuvieron que afrontar tanto sus predecesores como sus sucesores, siendo los elementos citados los más importantes a la hora de abordar el tema en cuestión. Por último, he de decir que lo mencionado hasta ahora se puede trasladar a la última parte de este escrito, ya que la problemática de las tropas de frontera, los limitanei, atiende a una serie de agentes situacionales que rompen con la idea preconcebida sobre su auténtica función dentro del ejército romano.
Para una mejor comprensión de lo narrado en las próximas páginas he considerado conveniente la división del artículo en cinco partes: en primer lugar, se aborda un breve pero conciso contexto histórico que permite una aproximación teórica al marco político y militar del objeto de estudio; en segundo lugar, una aproximación general sobre las causas y los objetivos de la política fronteriza de Diocleciano, así como una mirada general a la estructura de las fortificaciones romanas del siglo III; en tercer lugar, una descripción no muy exhausta sobre las principales plazas fuertes, castra y fortificaciones –ya sean contemporáneas a la época de Diocleciano o que simplemente se sospeche o tengan muchas posibilidades de haber sido concebidas por este Emperador– de las regiones a tratar en este estudio; en cuarto lugar, reflejar la importancia y la ambigüedad funcional de los verdaderos artífices de la defensa de las fronteras del Imperio y su limes: los limitanei; y, por último, toda una serie de conclusiones que intenten ofrecer un acercamiento a una de las políticas más frecuentes y necesarias del Bajo Imperio.
Estado de la cuestión
Es numeroso el registro bibliográfico acerca de la política fronteriza de Diocleciano. Por este motivo, he de decir que es imposible abordarlo todo en este apartado, por lo que se ha de sobreentender que la lista es incompleta y que la bibliografía de las propias obras citadas en el apartado correspondiente son de especial interés para engrosar las filas del aparato testimonial del tema a tratar. Sin más dilación voy a comenzar con una modesta descripción de referencias, primordialmente monográficas y artículos de revista, que me han proporcionado una incalculable ayuda a la hora de desarrollar este estudio.
En cuanto a las obras de carácter general que aportan una información muy sintetizada acerca de los objetivos de las reformas fronterizas de Diocleciano y su significado, he de señalar la monografía, y en especial su capítulo segundo, apartado II, de Gonzalo Bravo Castañeda: coyuntura sociopolítica y estructura social de la producción en la época de Diocleciano (1980); la obra de Stephen Williams: Diocletian and the Roman Recovery (1985), donde describe una buena visión general de la reforma militar y fronteriza de Diocleciano en su parte tercera, capítulo 7; la obra de Pat Southern y Karen R. Dixon: El ejército romano del Bajo Imperio (2018), como una de las obras más actualizadas que muestran, sobre todo en sus capítulos 2 y 3, una transformación del ejército romano englobada en lo que las autoras llaman “crisis y transición”, esencialmente, haciendo especial hincapié en las épocas de Galieno, Diocleciano y Constantino como una evolución que debe ser contestada de forma inseparable a estas figuras políticas del momento; la monografía de Adrian Goldsworthy: el ejército romano (2005), principalmente su último capítulo dedicado al ejército romano en la Antigüedad tardía, que hace una muy buena síntesis de lo que se puede denominar un cambio de paradigma en la forma de actuar del sistema defensivo romano; el escrito de Luttwak sobre la táctica llevada a cabo por el Imperio romano y que permitió sobrevivir, a esta entidad política, tantos siglos: The Grand Strategy of the Roman Empire. From the First Century CE to the Third (1976); y, por último, aunque Antigua, la obra de Seston: Dioclétien et la Tétrarchie (1946).
Respecto a artículos de revista y monografías que se centran, la mayoría, en las fortificaciones de frontera y el limes romano destacar el artículo de Petrokovits: “Fortifications in the North-Western Roman Empire from the Third to the Fifth Centuries A.D” (1971); y los artículos de temática más general de Gonzalo Bravo Castañeda: “Diocleciano y las reformas administrativas del Imperio” (1991) y “Ejército, agitación social y conflicto armado en occidente tardorromano: un balance” (2007). Sobre las monografías, mencionar la gran importancia del estudio fronterizo de Diocleciano (de este emperador destaca sobre todo la famosa Strata Dioletiana) y Constantino realizado por Van Berchem en su obra: L`Armée de Dioclétien et la Réforme Constantinienne (1952); las monografías de Stephen Johnson: The Roman Forts of the Saxon Shore (1979) y Late Roman Fortifications (1983); y, por último, la obra de Hugh Elton: Warfare in Roman Europe, AD 350–425 (1996).
Para concluir, resaltar la obra de Julio Rodríguez: historia de las legiones romanas (2003) como una fuente de gran apoyo acerca de las localizaciones de las bases legionarias en las diferentes épocas y fronteras del Imperio romano; y las fuentes clásicas con sus correspondientes traducciones de las editoriales Gredos y Akal: Zósimo (Nueva Historia), Lactancio (De mortibus persecutorum), Juan Malalas (Chronographia) o Elio Lampidrio (pseudónimo) Historiae Augustae.
Contexto histórico-militar
A finales del siglo III, con el objetivo de poner punto y final al caos político que impedía una estabilidad dinástica en el seno del trono imperial, se adoptó el principio de que el poder no debía recaer en una sola persona. Diocleciano (284-305) estableció un sistema que fue mucho más lejos del marco teórico, poniendo en práctica lo que ha pasado a la historia como el sistema tetrárquico. Esto sentó las bases de una división territorial del Imperio que llegaría a su punto de no retorno con Teodosio, un siglo después. Aunque durante los gobiernos de Diocleciano o Constantino se idealizó una imagen de gobernabilidad satisfactoria, de un periodo de escasas guerras civiles y de éxitos militares, lo cierto es que las usurpaciones se mantuvieron presentes en el panorama político del mundo romano, de hecho, el propio sistema tetrárquico va a impulsar tales ambiciones dado que ahora el poder estaba más fragmentado, posibilitando un ascenso más rápido.
Esta división política, además, estuvo acompañada de una reestructuración de la administración territorial. Las provincias originales se dividieron en provincias más pequeñas que fueron agrupadas en torno a 12 unidades supraprovinciales denominadas diócesis. Dentro de estas entidades se impuso una división en cuanto a las competencias civiles y militares, suprimiéndose aquellos cargos que anteriormente ostentaban ambas funciones, es decir, los gobernadores provinciales. Lo que vamos a encontrar ahora es que la mayor parte de las maniobras militares efectuadas se van a limitar a acciones menores, es más, muchos emperadores participarán en conflictos y campañas de menor relevancia o repercusión estratégica.[1]
El ejército romano de la Antigüedad tardía se vio obligado a adaptarse a las dificultades políticas y sociales del momento, principalmente a la grave situación fronteriza. El ejército fue evolucionando a la vez que el conjunto de la política y la actividad social: se incorporaron nuevos organismos e instituciones que anteriormente, en tiempos del Alto Imperio, no existían o habían cambiado completamente su función original. A pesar de lo aludido, se debe tener en cuenta que el ejército romano se comportó de forma bastante conservadora: numerosos elementos de la vida diaria y de los rituales castrenses permanecieron prácticamente inmutables desde tiempos del Principado. Asimismo, la exposición estratégica y táctica de los mandos militares mantuvieron un patrón de comportamiento que, ya en el siglo IV, apenas encontraría diferencias con el practicado en el siglo I. A pesar de todo, si hay un escenario que destaca por encima de todo es que la actitud romana se vio, esencialmente, limitada a la doctrina defensiva. En palabras de Goldsworthy: “se hizo más frecuente que los romanos fuesen defensores en lugar de sitiadores”.[2]
La política fronteriza previa a Diocleciano
Desde mediados del siglo III hasta bien entrado el siglo IV, las transformaciones militares efectuadas en el limes se dedicaron, mayoritariamente, a la remodelación de una doctrina defensiva iniciada por Adriano en el siglo II a las nuevas necesidades del momento. La estrategia del emperador Adriano había consistido en una demarcación de fronteras fijas emplazadas en puntos estratégicos que, por mediación artificial o por presencia de elementos naturales como un río, fuesen de fácil defensa ante un posible ataque del exterior. El ejemplo por excelencia de la época de Adriano es su muro homónimo situado en Britania. Este había consistido en una larga pero estrecha muralla de unos 20 pies de altura que, más que una función plenamente defensiva, tuvo como objetivo la demarcación fronteriza del territorio britano. Un ataque bien organizado y concentrado en un único punto de la fortificación podía penetrar fácilmente sus líneas.
La política defensiva del Alto Imperio había sido pensada para vigilar y retener, de forma temporal, cualquier ataque hasta la llegada de refuerzos. Para ello, se establecieron numerosas torres de vigilancia, fortalezas con guarniciones de tropas auxiliares y fuertes para legionarios. Para rechazar incursiones menores, las tropas asentadas tanto en las murallas como en los fuertes circundantes solían ser suficientes para rechazar los ataques; no obstante, para los ataques organizados que suponían una seria amenaza se procedía a dos sistemas defensivos consecutivos: en primer lugar, al empleo de la caballería y de las cortes auxiliares que se enfrentarían al enemigo para contenerlo; y, en segundo lugar, a la llegada de las legiones que lograrían destruir o poner en fuga a las exhaustas fuerzas enemigas.
Estas tácticas habían significado que la lucha se llevaría a cabo justo en la zona del limes o más allá, es decir, sería una lucha “fronteriza” para impedir que las zonas más urbanizadas de las provincias se convirtieran en auténticos campos de batalla. Es justo por este motivo que, desde Augusto, se establecieron todas las legiones en los sectores fronterizos, es decir, en los escenarios que más proclives eran a convertirse en un escenario de guerra.[3] En este sentido, las tácticas empleadas funcionaron bastante bien durante más de un siglo, esencialmente porque las tribus bárbaras apostadas en torno a las regiones del Danubio y del Rin permanecían en pugna entre sí y con frecuencia eran desprovistas del deseo de invadir el Imperio por medio de gestiones diplomáticas.[4]
El gran problema del sistema defensivo altoimperial recaía en su inefectividad para contrarrestar escenarios de guerra de grandes dimensiones, pero a lo largo de varios puntos fronterizos de forma análoga. Esto empezó a presenciarse durante el mandato de Marco Aurelio, cuando el sistema de Adriano fue totalmente superado, y las legiones, asentadas en la frontera, fueron incapaces de reaccionar a la planificación de los ataques bárbaros: fue entonces cuando las ciudades de las provincias quedaron indefensas y ya nada podía librarles de la destrucción, ya que aprovechaban las excelentes calzadas romanas que conducían a las mismas. A esto hay que sumar las cruentas guerras civiles que acaparaban cada vez más recursos y efectivos de las regiones limítrofes.[5]
Durante los gobiernos de Galieno, Claudio y Aureliano, se apostó por una defensa elástica dentro de los territorios del Imperio. Empleando nuevas tácticas como el uso de la caballería para efectuar movimientos rápidos de respuesta: ahora las fuerzas de los emperadores eran capaces de salir al encuentro del enemigo y entablar el combate. Los ejércitos fueron acuartelados en bases cercanas a agrandes urbes, y la caballería, aprovechando las excelentes calzadas, eran capaces de recorrer cerca de 50 millas al día, estando capacitadas para rechazar a los invasores, es decir, se materializaba como un contingente de respuesta rápida. Al mismo tiempo, la infantería se fue haciendo cada vez más itinerante. En palabras de Williams (1985):
“La infantería también se hizo cada vez más móvil. Desde que se trasladaban y luchaban en territorio imperial, ya no establecían campamentos al final de las marchas de cada jornada, ni tampoco llevaban todos sus pertrechos sobre sus espaldas, siendo, estos, suministrados directamente por los depósitos localizados estratégicamente a lo largo de las calzadas, donde, además, se establecieron pequeños fuertes fijos”.[6]
A pesar de la reestructuración en cuanto al modus operandi del ejército romano a la hora de hacer frente a una amenaza, lo cierto es que esta ganancia en movilidad y en elasticidad táctica supuso, a su vez, un gran inconveniente: las provincias fueron abandonadas a merced de los ataques, ya que estas tácticas eran de respuesta rápida, pero para que eso se produzca debe haber un ataque. Si la seguridad y la defensa de la población recaía en la responsabilidad directa del Estado romano, esta fue totalmente suprimida. Los enfrentamientos importantes con los invasores se llevaron a cabo, incluso, en el corazón del mismo Imperio. Como ejemplo significativo han de destacarse las campañas defensivas que los emperadores Claudio II o Aureliano, entre otros, realizaron contra los alamanes. En estas, las operaciones militares se llevaron a cabo en la mismísima península Itálica.[7]
La llegada de Diocleciano al trono imperial propulsó una nueva estrategia que viraría en torno a la defensa de los territorios del Imperio, pero sin depender de la penetración bárbara en las provincias para efectuar la defensa, ya que esta táctica solo ocasionaba la destrucción social y económica de las bases administrativas del Imperio.
La política fronteriza de Diocleciano
Resulta interesante preguntarse sobre el porqué de la reforma fronteriza de Diocleciano. Es evidente que los ataques de los bárbaros se habían recrudecido desde, al menos, la época de Marco Aurelio. Pese a esto, durante el tumultuoso siglo III ningún gobernante fue capaz de recomponer el sistema fronterizo para evitar la absoluta destrucción del Imperio. Hay que tener en cuenta que, durante este siglo, las legiones romanas todavía ganaban más batallas de las que perdían y que, normalmente, eran superiores a las fuerzas bárbaras invasoras.
Sinceramente, opino que si no se llevó a cabo una auténtica reformulación del sistema del limes en tiempos anteriores a Diocleciano fue resultado, en gran medida, de la inestabilidad política. Desde el fin del mandato de Septimio Severo (211) hasta que Diocleciano asciende al poder (284), el Imperio romano sufrió un contexto de crisis económica y social muy grave. Sin embargo, va a ser en el campo de la política donde se va a presenciar un auténtico caos: las conjuras, las guerras civiles y los asesinatos provocaron que, durante más de tres décadas (235-268), 26 emperadores murieran asesinados a los pocos meses de tomar posesión del cargo.
Los predecesores de Diocleciano, evidentemente y como es común en todos los gobiernos, tuvieron problemas que afrontar. No obstante, y tomando el ejemplo de Claudio II o Aureliano, estos, no pudieron plantear medidas efectivas que trataran el problema con vistas al futuro, principalmente porque sus mandatos fueron muy cortos y se limitaron a salir al encuentro de los invasores una vez que estos habían rebasado los límites imperiales. Sería interesante especular sobre si Aureliano, que había llevado a cabo la ampliación de las murallas de Roma, hubiera desarrollado algún plan para reorganizar el sistema fronterizo del Imperio. En este sentido, sí que se conoce la existencia de algún tipo de remodelación defensiva en las principales urbes como consecuencia de los ataques bárbaros. En palabras de Southern y Dixon:
“A mediados del siglo III, se dotó de murallas a las ciudades que carecían de defensas, para preservarlas contra la doble amenaza de las incursiones bárbaras y de los efectos devastadores de la inestabilidad interna. En muchos casos, el tamaño de las ciudades se redujo de forma drástica, tal vez porque la población había disminuido, pero también porque existía la necesidad de reducir el perímetro defensivo”.[8]
Si durante los siglos I y II los fuertes habían sido diseñados para el acuartelamiento de las tropas en campaña y como base para emprender las operaciones, ya sea en territorio hostil o no, a partir del siglo III en adelante vamos a observar un incremento del número de construcciones destinadas a fortificaciones que van a cambiar el paradigma táctico tradicional. Ante las oleadas de invasiones bárbaras, la situación obligó a adoptar una actitud más defensiva. La idea era que los atacantes se encontraran retenidos asaltando las fortificaciones mientras llegaban los refuerzos de los ejércitos de campaña, los comitatenses, para rechazar a los invasores. Esta postura defensiva trajo consigo una transformación estructural de los fuertes y castra de las zonas fronterizas que se va a comentar a continuación.
Se cavaron fosos de hasta 3m de profundidad y más anchos logrando alcanzar los 10m. Adicionalmente, según Goldsworthy en los mismos se estructuró fondos planos, a diferencia de los que acababan en forma de V de tiempos anteriores.[9] Este nuevo sistema dificultaba a los asaltantes emplazar los equipos de asedio frente a las defensas de la fortificación.; respecto a las murallas de las fortificaciones, estas, crecieron en altura hasta los 9m de altura y 3m de media en anchura. Normalmente estaban realizadas en piedra y en su superficie se disponían numerosas torres que protegían a los soldados guarnicionados de los proyectiles enemigos.[10] Las torres también crecieron en altura, normalmente medían en torno a los 17m de media y se situaban de forma alternada siguiendo un patrón de espacio de unos 30m entre una y otra.[11] Toda transformación radical se debe a una serie de circunstancias que, en este caso, ya se han comentado. Con todo, considero las palabras de Goldsworthy muy esclarecedoras en este sentido:
“Las fortificaciones, más poderosas, son un reflejo de la importancia creciente de los asentamientos fortificados en el modo de guerra de la Antigüedad tardía. El ataque directo a una base militar no siempre era una posibilidad real y el ejército ya no estaba tan seguro de sí mismo para derrotar al enemigo en campo abierto. No […] se podía dominar al enemigo más allá de las fronteras para evitar saqueos y […] era imposible detener todas las incursiones”.[12]
No se puede precisar la gravedad de las dificultades con las que Diocleciano tuvo que lidiar en su herencia imperial, ni tampoco diferenciar, en su totalidad, las reformas que Diocleciano llevó a cabo de las que fueron el resultado de sus predecesores o sucesores.[13] Las fuentes que nos atestiguan el estado de las fronteras en tiempos de Diocleciano no son muy numerosas. Eumenio nos relata que se remodelaron fuertes en los que se guarnicionó alae y cohortes, esencialmente en las regiones fluviales del Rin, del Danubio y en la zona del Éufrates, pero sin especificar más detalles.[14] A pesar de ello, es una fuente, a priori, de gran importancia, ya que el autor es contemporáneo a Diocleciano. De igual modo, Zósimo nos narra que Diocleciano quiso proteger las fronteras mediante la construcción de fortaleza y fuertes en los que, en teoría, se encontraba el conjunto de las fuerzas imperiales[15], algo que sin duda es exagerado, especialmente si tenemos en cuenta que la situación interna del Imperio (revueltas e intentos de usurpaciones) requería de la presencia de legiones no solo en los territorios de frontera.[16]
En general y teniendo en cuenta los escasos conocimientos y lagunas sobre las fortificaciones que se realizaron durante Diocleciano, sin duda sus estructuras más elementales sufrieron profundos cambios. En la Galia, por ejemplo, se encuentran modelos muy diferentes de los construidos durante los siglos I y II. Los accesos a las mismas se limitaron a una entrada, convirtiendo los portones sobrantes en torres que se sobreponían a los muros. En la zona danubiana las torres situadas en secciones alternas presentaban plantas en forma de U emplazadas en el interior de la fortificación , mientras que las que se emplazaban en las esquinas de los fuertes fueron construidas con plantas en forma de abanico que sobresalían al exterior del fuerte para ofrecer una defensa más elaborada, con un ángulo de disparo para los arqueros mucho más amplio(véase Fig.1).[17] En definitiva, la planta cuadrada de las torres de periodos anteriores llegó poco a poco a su fin, primordialmente porque limitaba mucho el ángulo de fuego de los proyectiles. Según Johnson, estas fortificaciones podrían estar perfectamente relacionadas con la reforma fronteriza que llevó a cabo Diocleciano en el Danubio.[18]

Sestón afirmó que “ningún otro emperador había desempeñado un papel tan importante en la reestructuración del sistema fronterizo romano”.[19] Esta exageración coincide con la grave crítica retórica que Lactancio realiza sobre Diocleciano en referencia a las construcciones que llevó a cabo: “[…] A esto se añadía su insaciable pasión por las construcciones, por lo que no fue menor la explotación de las provincias mediante la requisa de obreros, artesanos y medios de transporte de todo tipo; de todo, en fin, lo que es necesario para las edificaciones”.[20] Diocleciano, con todo, llevó a cabo una extenuante política exterior: mantuvo campañas en Recia, en Panonia combatiendo con los sármatas y restableció el limes en Siria desde sus posiciones en Antioquía.
En otro orden de ideas, hay que reconocer el éxito de la política de la Tetrarquía, ya que Maximiano, durante su gobierno en la Galia, concretamente entre los años 286 y 288, consiguió disolver varios movimientos insurgentes de bagaudas, así como rechazar varios intentos de invasión por parte de alamanes, burgundios y hérulos.[21]
Para terminar este apartado general sobre las reformas fronterizas de Diocleciano, he de entrar en la cuestión del limes. Este no solo incluye la idea de frontera, sino todo un vértice elástico en el que se produce todo tipo de intercambios culturales, políticos, económicos y sociales que va a tener como protagonistas a los soldados de frontera o limitanei, que analizaremos en detalle en este artículo. Por otro lado, se debe tener en cuenta que, partiendo de la época de la Tetrarquía como fuente de estudio, se procederá a un intento por esclarecer si las fortificaciones son consecuencia de la política del propio Diocleciano, o si, por el contrario, estas serían el resultado de las obras de emperadores posteriores, pero manteniendo la estructura básica de construcción de finales del siglo III.[22]
La gran extensión del Limes romano provocó que las diversas zonas tuvieran rasgos definitorios semejantes o no en función de las dificultades o ventajas orográficas de las regiones limítrofes del Imperio romano. Así, se pueden apreciar tres áreas: el limes europeo, asiático y africano. Dada la extensión que requeriría el análisis de todas estas zonas, he considerado, únicamente, el estudio del Limes europeo, sustancialmente en lo que respecta al limes de las regiones del Rin y del Danubio; y a la frontera de Oriente enfocada a lo que ha pasado a denominarse como Strata Diocleciana.
La política fronteriza en torno a las regiones del Rin, del Danubio y de Oriente (Strata Diocleciana)
Uno de los trabajos más importantes acerca de la política fronteriza de Diocleciano lo realizó Van Berchem en los años 50, principalmente con lo que se conoce como Strata Diocleciana (véase Fig. 2), situada en el ducado de Fenicia y dirigida, según la Notitia Dignitatum, por el Dux Foenicis. A pesar de que no se puede considerar este planteamiento defensivo de un limes concreto como ejemplo válido a todos los territorios del Imperio, es una muy buena aproximación de cómo debía ser el organigrama defensivo de Diocleciano en las demás provincias del Imperio, sobre todo a lo que nos concierne en las regiones fluviales del Rin y del Danubio.
¿En qué consiste la Strata Diocleciana? Bien, fundamentalmente se trata de todo un amplio territorio que conectaría desde la frontera del Éufrates con Egipto, aunque solo se conocen 165km de tal limes. Concretamente, se conoce con exactitud la zona de la antigua ciudad de Palmira que conectaría hasta Khan-as-Shamat, seguida de Damasco y, posteriormente, Bostra.

Del enclave de Palmira a la zona de Khan abu Shamat, los vestigios arqueológicos demuestran la existencia de ocho fuertes con una planta que, de lado, salvo en el caso de la fortificación de Khan el-Manqoura que es de 90 m, tendrían de media unos 40 a 50 m. Los restos de muralla ofrecen una media en grosor de unos 3 m. En las esquinas de las fortificaciones se han hallado ruinas de torres que presentan rasgos cuadrangulares o semicirculares,[23] lo que, en mi opinión, podría reflejar alguna forma de transición a las fortificaciones que dan “fin” a esa planta cuadrada típica de siglos anteriores; no obstante, como ya se ha advertido, no se debe tomar este ejemplo como evidencia de que todas las plazas defensivas del Imperio seguían los mismos parámetros, ya que, como se ha avisado anteriormente, el factor geográfico de los diversos territorios del Imperio, al igual que el clima y la mayor presencia de incursiones en uno sitios que en otros serían los condicionantes esenciales a la hora de llevar a cabo estas demarcaciones fronterizas.
Según Van Berchem, el simple hecho de la forma de las plantas de las torres no sería evidencia suficiente para rechazar la tesis de que tales fuertes no corresponderían a la época de Diocleciano. El hecho de que aparezcan plantas cuadradas y semicirculares pudo haber respondido a problemas técnicos o de financiación; por añadidura, no sería de extrañar esta composición cuando también se han encontrado vestigios con los mismos parámetros constructivos en fuertes del norte de África, Egipto, y en las regiones del Danubio y el Rin perteneciendo, todos ellos, a la época de la Tetrarquía.[24] La Strata Dioclecina, por ende, podría perfectamente relacionarse con una obra de ingeniería correspondiente a época de Diocleciano, pero que se refundiría con las labores defensivas que Aureliano supervisó en la zona de Siria tras la derrota de Zenobia. Evidentemente, ya existían algunos fuertes fronterizos de época anterior, de hecho, se han encontrado trazados epigráficos en la zona que evidencian que la cohors II Hispanorum estuvo en la región durante el Alto Imperio, elemento que podría explicar el porqué del hallazgo de un fuerte, el de la localidad de Khan el-Manqoura, que posee unas dimensiones más grandes que los demás,[25] del mismo modo que ocurre en aquellos que poseen estrictamente torres de planta cuadrada.
Para concluir esta sección, ha de advertirse que no se contempla una línea defensiva como tal, sino toda una serie de fortificaciones interpuestas a lo largo y ancho de varios cientos de kilómetros que, a su vez, estarían en contacto con más plazas fuertes en retaguardia. Pero lo más importante de todo es que Van Berchem logró hallar dos centros legionarios: la Prima Illyricorum, que estaría situada en los alrededores de la ciudad de Palmira; y la Tertia Gallica emplazada cerca del asentamiento de Danaba.[26] De la misma forma, varias cohortes estarían posicionadas en los fuertes de “vanguardia” como, por ejemplo, los casos de Valle Diocletiana o Valle Alba, así como varias alae de caballería situadas en vanguardia, que servirían como fuerzas de respuesta rápida ante una posible incursión procedente de Persia.
A grandes rasgos, desde la época de Marco Aurelio, momento en que las invasiones germánicas comenzaron a ser notablemente más fuertes que en etapas anteriores, se podría considerar que, aun asegurando el limes, gracias al poder de un ejército que seguía siendo muy superior a las fuerzas bárbaras, se renunció a antiguos territorios fronterizos para desarrollar una estructura defensiva que se adaptara a las nuevas dificultades. Por ejemplo, en las fronteras del Rin y del Danubio, las zonas de los Campos Decumanos y la zona septentrional de Dacia fueron progresivamente abandonadas. La Tetrarquía no añadirá muchos cambios relativos a esta nueva situación territorial, limitándose a mantener las posiciones o a crear, en las orillas exteriores de los dos ríos, cabezas de puente fortificadas.
Hay pocos testimonios que nos permitan reconstruir al completo la remodelación fronteriza Diocleciano a lo largo del Rin en tiempos de Diocleciano. Sin embargo, la arqueología ha jugado un papel esencial a la hora de reconstruir las reformas defensivas que este emperador pudo haber llevado acabo. A continuación, se van a describir las principales fortificaciones de los diversos cursos de este río, así como la situación del limes rético y la región danubiana:
En primer lugar, el curso bajo del Rin había servido de frontera de la Germania Inferior con los bárbaros; empero, a finales del siglo III, la reforma de la administración territorial propulsada por Diocleciano hizo que este territorio se bautizara como Germania Segunda, incluyéndose en la diócesis de la Galia a las que se asignó un dux como jefe militar de las guarniciones provinciales, pero siempre bajo las órdenes del comes rei militaris, quien comandaba los ejércitos de la diócesis.
A mediados del siglo III las numerosas incursiones de los francos y los sajones a lo largo del Canal y a través del curso bajo del Rin obligaron a un nuevo planteamiento del sistema defensivo. La toma como prisionero del emperador Valeriano en el año 260 hizo que los ejércitos galos proclamaran emperador a Póstumo, quien fundó el Imperio galo (260-274). A pesar de ser un usurpador, no resta importancia su política de fortificaciones en la zona fluvial, reflejando un cambio significativo con respecto a las estructuras propias de los fuertes del Principado.[27] Tras la reunificación del territorio imperial con Aureliano, el proceso de fortificaciones no se vino abajo. Los fuertes construidos entre la segunda mitad del siglo III y mediados del siglo IV fueron, en su mayoría, de fabricación nueva; siendo, a su vez, reforzados con nuevas torres, pero en algunas ocasiones se abandonaron y se volvieron a reocupar, dependiendo de las circunstancias, especialmente durante los mandatos de Diocleciano y Constantino.[28]
Algunos ejemplos de los fuertes más destacados (véase figs. 3 y 5) que encontramos en fechas cercanas a la época de Diocleciano son, entre otros, el de Bonn, cuyos orígenes se remontan al año 71 y a una segunda reconstrucción alrededor del año 230 tras las invasiones alamanas. Hay atestiguada actividad civil, incluyendo la instalación de una pequeña iglesia. Este fuerte acabaría siendo destruido por las invasiones francas de mediados del siglo IV y reocupado por los romanos poco tiempo después;[29] los fuertes de Remagen o Arrdenburg abandonados a finales del siglo III; o el fuerte de Oudenburg de la primera mitad del siglo III como respuesta a las invasiones sajonas serían otros ejemplos de gran relevancia.[30]

Durante la segunda mitad del siglo III, se encuentran numerosos testimonios de fuertes que pertenecerían a construcciones realizadas durante los predecesores más cercanos a Diocleciano, como Probo, o contemporáneos al mismo. Los más destacados son: Liberchies (véase Fig. 3), datado de finales del siglo III y en uso hasta comienzos del siglo IV; o Braives (véase Fig. 4), cuya estructura cuenta con una gran torre cuadrangular con cinco pilares que apoyan un primer nivel. Ha sido datado de finales del siglo III y se cree que fue abandonada en el año 347 o 348 como consecuencia de que fue pasto de las llamas.[31]

Por último, de la zona septentrional del Rin he de decir que la presencia de castra, burgi y turres no solo estaban asentados en la parte occidental de la orilla, sino que también se han hallado restos en la zona opuesta de la misma. Varios ejemplos (véase figs. 3 y 5) serían: el castellum Mattiacorum situado frente al fuerte de Mainz; cerca de Colonia, el fuerte Divitia, emplazado en la localidad de Deutz, de tiempos de Constantino; y en las proximidades de Basel, el castrum Raucacense. Asimismo, los numerosos hallazgos arqueológicos sobre fortificaciones en la zona dan muestras de que castra y castella sufrieron algún tipo de remodelación en los que se les añadió un sinfín de elementos defensivos, como torres, durante la segunda mitad del siglo III.

En segundo lugar, de la frontera germano-rética von Petrikovits nos relata que fue el territorio al que Diocleciano dio más prioridad, ya que uno de los objetivos principales de su política fronteriza era proteger el norte de Italia de las temibles invasiones alamanas que, durante los gobiernos de Claudio II o Aureliano, entre otros, tantos destrozos habían ocasionado en el corazón del Imperio.[32] En este sentido, Van Berchem nos narra que Diocleciano supervisó personalmente, entre los años 288 y 289, toda una campaña militar que liberara a la región de Recia del ataque de estos invasores alamanes; y organizó todo un programa defensivo en torno a las regiones de los ríos Rin y Danubio, manifestándose toda una serie de líneas defensivas ente el lago Constanza y el Danubio.[33]
En esta frontera rética destaca el denominado como limes Danubio-Iller-Rin, frontera defensiva cuya extensión sería la siguiente: desde Estrasburgo, pasando por Basilea y el lago Constanza hasta Gunzburgo en la región del Danubio.[34] Sus orígenes no están muy claros, pero se sospecha que fue ideada por Probo, quien levantó los primeros fuertes, que tanto Diocleciano como Maximiano aumentaron su número; y que, finalmente, Valentiniano fue el artífice de llevar a cabo su reparación a mediados del siglo IV. Las fortificaciones más destacadas de la zona son: Augusta Raurica, Vindonissa, Tenedo, Tasgaetium (91, x 88m), Vitodorum (estos dos últimos, según Van Berchem, se levantaron en el año 294)[35] e Irgenbausen (véase Fig. 6, números 14 y 15), aunque destacarían muchas más de carácter menor pertenecientes, todos ellos, a los siglos III y IV (véase Fig. 7).

Southern y Dixion sostienen que los fuertes de Tenedo y de Augusta Raurica fueron reparados por Diocleciano, además de las vías de comunicación que unían varios fuertes como el de Irgenhauses con las zonas de Pfyn y Arbon.[36] Por otro lado, Johnson nos señala que los fuertes de Ratisbona (Castra Regina) y, con relativa seguridad, los fuertes de Zeiselmauer y Viena (Vindobona) serían obras realizadas en época de Diocleciano.

En tercer y último lugar, se va a analizar el limes danubiano, sobre todo centrándonos en lo relativo a las regiones de Dacia, Panonia y Dalmacia. Este sector jugó un papel bastante importante para repeler los ataques de los sármatas durante la segunda mitad del siglo III. Hay indicios de que Diocleciano reforzó el perímetro del limes bajo-danubiano mediante la construcción de varios fortines como Drobeta o Sucidava, aunque se pueden encontrar numerosas fortificaciones menores a lo largo de toda la frontera Dacia (véase Fig. 8) pertenecientes al siglo III y IV. A pesar de todo, Diocleciano se vio obligado a renunciar a los territorios de la Dacia Trajana en pos de mantener una defensa férrea de las provincias del sur del Danubio. Igualmente, los descubrimientos numismáticos de la zona confirman que la mayoría de los fortines del Bajo Imperio fueron realizados durante la Tetrarquía.[37]

Otras fuentes señalan la gran ofensiva que llevó a cabo Diocleciano en territorio panonio por los ataques de los sármatas. Se conoce con cierta seguridad que Diocleciano estuvo de campaña militar entre el año 289 y 294 en la región del bajo Danubio, concretamente en Sirmio, posiblemente efectuando una maniobra de represalia contra las tribus de más allá del limes. Se sabe que se produjeron varias batallas de las que apenas contamos con testimonios, pero que concluyeron en victorias imperiales en el año 294, cuando los territorios del noreste del Danubio fueron conquistados por tropas romanas.[38]
Los soldados de la frontera: los limitanei
Evidentemente, las fortalezas, los fuertes y castra de las fronteras hubiesen resultado inútiles sin tropas de guarnición. Empero, es muy difícil barajar alguna hipótesis sobre los efectivos que tendrían estas defensas, ya que se cuenta con muy poca información sobre sus recintos internos. Si bien se sabe que los cuarteles no eran únicamente los entornos en los que se localizaban los mismos, sino que se disponía de toda una serie de construcciones encargadas de la distribución, la logística, los suministros y la administración de los diversos fortines imperiales.
El principal objetivo de la reforma militar de Diocleciano no solo consistió en solucionar la escasez de números entre las filas de los equites, 120 por legión, para desarrollar una fuerte capacidad táctica defensiva en el que el empleo de la caballería fuese la protagonista, sino que lo más llamativo fue el establecimiento de un ejército de campaña no fronterizo, autónomo –en contraposición de las unidades fronterizas apostadas en el limes– y móvil que solucionara uno de los principales problemas desde el Principado: la falta total de un ejército de reserva, siempre que se mantenga al margen a la guardia pretoriana y a los efectivos de la guardia urbana.[39]
Como se puede observar, destacan dos elementos importantes en la reformulación del ejército romano de finales del siglo III y comienzos del IV: la necesidad de un ejército móvil que, junto a la caballería, se empleara como unidad de respuesta rápida en cualquier punto de la frontera o del interior que fuese rebasado por las incursiones, ya sean procedentes del exterior o como consecuencia de rebeliones internas; y efectivos de defensa estática cuyo objetivo prioritario sería el de resistir las posibles invasiones hasta la llegada de refuerzos del primer grupo o de otras legiones asentadas a lo largo y ancho de los puntos fronterizos más cercanos. En el presente artículo se va a analizar el origen, las funciones y el número de unidades aproximadas del segundo grupo, es decir, de los soldados fronterizos o limitanei.
En lo relativo a su origen, Van Berchem nos menciona que ha habido un profundo caos en la historiografía a la hora de definir los orígenes de los limitanei. En primer lugar, en el Codex Iustinianus se nos menciona el término limitanei como soldados-colonos que tendrían a cargo una tierra y que tomarían las armas en caso de ataque foráneo para defender las tierras a las que estarían sujetos jurídicamente mediante una serie de vínculos.[40] Empero, lo más interesante es que en la Historiae Augustae se señala a Alejandro Severo como el verdadero artífice de establecer un cuerpo fronterizo denominado limitanei,[41] algo que la mayoría de la historiografía considera poco probable dado que, ante todo, la citada obra sería muy poco fiel a la realidad histórica del Emperador en cuestión,[42] por lo que se defiende retrasar la creación de dicha institución a principios del siglo IV. Ahora bien, el autor bizantino Juan Malalas expone en su obra, Chronographia, que los limitanei fueron una unidad creada bajo el mandato de Diocleciano. Van Berchem apoya esta fuente, aunque seguramente no tomaron tal nombre hasta la época de Constantino.[43]
En el mismo orden de ideas, Van Berchem nos expone que existe una diferencia entre los términos ripenses y limitanei. Mientras que los primeros estaban a un nivel inferior que los comitatenses, pero a un nivel superior que los limitanei, y representaban a los soldados de frontera pertenecientes a las legiones, independientemente de si eran equites, cunei equitum o auxilia; el término limitanei aglutinaba a todas las tropas de frontera hablando en un sentido amplio del término, pero, a su vez, incluía una connotación más amplia al referirse por limitanei a lo indicado anteriormente, es decir, a toda persona que, por vínculos jurídicos con la tierra, funcionaban como colonos que se encargaban de labrar la tierra a la vez que las defendían mediante el ejercicio de las armas.[44]
Profundizando en la imagen del limes, se ha de tener en cuenta que ésta no solo atañe a un mero comportamiento de carácter militar, sino que hay unas bases económicas, políticas y sociales muy importantes. Pese a que el limes constituía una especie de frontera más “flexible” que real, la función de los soldados desplegados en la misma no suponía un matiz meramente castrense, sino que se materializó una comunidad cívico-militar entre la población autóctona, romana o no, que permitió el desarrollo de un marco social prácticamente ajeno al del resto de las provincias: la sociedad limitánea. ¿Cuáles eran los objetivos buscados en estas “comunidades” de frontera? La respuesta se puede encontrar en las afortunadas palabras de Gonzalo Bravo:
“La repoblación y puesta en cultivo de las áreas periféricas productivas mediante contingentes provinciales o bárbaros asentados que como soldados-colonos se sumaron a las fuerzas legionarias y auxiliares del limes en caso de necesidad y que explotaban generalmente la tierra que el emperador les había asignado. De este modo la reforma de Diocleciano integró una parte de la población militar en el esquema productivo del Imperio supliendo así parcialmente las altas contribuciones annonarias exigidas tradicionalmente a la población civil provincial para el mantenimiento del ejército imperial”.[45]
En contraposición a lo mencionado hasta ahora, Goldsworthy defiende que el funcionamiento de los limitanei como colonos sería una concepción totalmente equivocada y que, esto, sería lo más parecido a las características socioeconómicas que encontramos ligadas a los soldados legionarios de tiempos del Principado; que, además, éstas unidades no tenían por qué actuar de forma exclusiva en las fronteras, sino que podían movilizarse para los ejércitos de campaña, elemento que se observará durante el periodo de Constantino ante la necesidad de tropas; y que, por tanto, marcará el debilitamiento constante de las fronteras en favor de contar con tropas de campaña más numerosos al servicio de los acontecimientos, o lo que es lo mismo, de las guerras civiles y de las usurpaciones. Por consiguiente, estimo oportunas las palabras de Goldsworthy en lo relativo a presentar una definición y varias funciones y características del término en cuestión:
“Los limitanei eran unidades regulares de tropas entrenadas, que sólo diferían de los comitateneses en su estatuto. Los limitanei desempeñaban las labores de guarnición y patrulla diaria en la mayoría de las fronteras, así como en algunas zonas con problemas de desórdenes internos. En general, parece que cumplían su deber con corrección. Aunque su número era inadecuado para enfrentarse por sí mismos a una incursión importante o a una invasión, los limitanei tendrían que enfrentarse con conflictos a mucha menor escala. En ciertas ocasiones, algunas unidades de limitanei funcionaban adjuntas a ejércitos de campo y operaban con efectividad. En algunos caos, esta asignación se hacía permanente y las unidades recibían el nombre de pseudocomitatenses”.[46]
Antes de pasar a la cuestión de cuántos efectivos limitanei había en el Imperio romano, es preciso aclarar que, como se ha nombrado anteriormente, las escasas fuentes acerca del ejército de Diocleciano obligan a recurrir a uno de los principales vestigios escritos acerca del funcionamiento y la organización administrativa del Imperio romano de Occidente y de Oriente. Se trata de un documento de la primera mitad del siglo IV que obliga a tomar dicha información con una gran precaución, ya que se trataría de un conjunto de datos escritos más de un siglo después del gobierno de Diocleciano. En este sentido, por ejemplo, no es posible, en el estado actual de nuestros conocimientos, realizar un balance acerca de las bajas y las pérdidas que habrían tenido los ejércitos romanos de finales del siglo III y principios del IV o, lo que es lo mismo, solo contamos con los datos numéricos correspondientes a más de un siglo después, por lo que solo podemos reducir el análisis a una mera aproximación especulativa acerca del tema en cuestión.
Basándonos en cinco fuentes diferentes que toman como referencia la Notitia (véase Fig. 9) y formulan una hipótesis aproximativa, las cifras de limitanei que habría apostados en todas las fronteras varían entre 303.700 hasta 532.000 soldados fronterizos. Esta enorme variación en el número de efectivos contrasta con la notable consonancia en los porcentajes de tropas siempre superiores en el caso de Oriente, elemento que llama mucho la atención, ya que en el siglo V la mayoría de las invasiones se concentraron en el sector occidental del Imperio.

Del mismo modo, hay que destacar la gran relevancia que debieron tener los limitanei teniendo en cuenta el porcentaje que representaban del total de los ejércitos romanos. Según estas fuentes, estas fuerzas nunca supusieron un porcentaje inferior al 58% del total del ejército; unas fuerzas armadas que, a su vez, oscilarían en torno a los 496. 500 y 737.500 efectivos sumando todas las fuerzas apostadas tanto en Oriente como en Occidente. Sin embargo, en este aspecto no hay que olvidar que Constantino emplearía a numerosas unidades de frontera para incorporarlas a su ejército de campaña y afrontar, así, las numerosas guerras civiles de su tiempo, aunque, por supuesto, eso no significa que Constantino descuidara las fronteras, ya que su propia supervivencia estaba condicionada por la defensa de su Imperio.
Sin entrar en detalle sobre la actuación de Constantino en el limes del Impero, que no es objeto de este artículo, se conoce que prosiguió con el reforzamiento de las defensas en el limes Danubio-Iller-Rin y que, a pesar de que no llevó a cabo una política fronteriza tan acentuada como Diocleciano, sí que se le atribuyen complejos defensivos como la citada fortaleza ubicada en la cabeza de puente de Divitia, en la actual Köln-Deutz próxima al río Rin. Esta fortificación contó con muros de hasta 12m de grosor, estaba rodeada por un foso y en las que se calcula que pudo mantener una guarnición de hasta 1.000 soldados, algo que, sin lugar a dudas, desestima la acusación de Zósimo en la que responsabiliza a Constantino de haber debilitado enormemente las fronteras, causando la perdición del Imperio.[47]
Conclusiones
En medida de lo posible se ha intentado dar una visión general de la política fronteriza de Diocleciano en base a dos factores determinantes: las fortificaciones y los soldados de la frontera o limitanei. Respecto a las fortificaciones considero que las evidencias testimoniales son bastante escasas, aunque se puede atisbar a grandes rasgos, y por medio de las estructuras morfológicas de los fuertes del siglo III y IV, cuáles, con bastante certeza, corresponderían al reinado de Diocleciano o no. A pesar de ello, esto no quiere decir que no tengamos que tener en cuenta aquellas que, tanto en tiempos anteriores a Diocleciano como posteriores, fueran reutilizadas y reparadas como en el caso de Valentiniano I a mediados del siglo IV en la zona germano-rética (el limes Rin-Danubio-Iller).
Por otro lado, se ha intentado recoger varias fuentes primarias para atestiguar ciertos hechos de relevancia que confirmen las políticas fronterizas de Diocleciano en las áreas estudiadas; ahora bien, estas narran, en su mayoría, datos demasiado generales que revelan claramente un intento por llevar a cabo todo un programa de fortificaciones y de construcciones en torno al limes romano en tiempos de Diocleciano, pero sin entrar en los detalles sobre la localización y los procesos técnicos del mismo. En este sentido, la arqueología, como siempre, es la que ha jugado el papel más significativo a la hora de descubrir, datar y reconstruir el pasado de la política fronteriza de finales del siglo III, y la evolución de las fortificaciones que refleja una clara transformación del paradigma ofensivo tradicional llevado a cabo por el ejército romano a uno mucho más defensivo.
En cuanto a los limitanei, creo que lo que más se ha de destacar es que no se puede hablar de una distinción radical entre estas tropas de frontera y las fuerzas de campaña o comitatenses, ya que su campo de acción estaba sujeto más a las circunstancias políticas del momento que se quiera estudiar que a una estricta y única misión defensiva del territorio de frontera o limes. En este sentido, se demuestra, como en muchas otras instituciones del Imperio romano, que el sentido de la flexibilidad y las diversas posibilidades operativas de un mismo instrumento del Estado pueden ser múltiples y que, por ende, se aprovechan en virtud de los intereses políticos, elemento que se observa claramente con Constantino cuando este aumentó el número de tropas gracias a que incorporó numerosos limitanei a su ejército de campaña para hacer frente a las diversas guerras civiles de su época.
Si bien en la Historia resulta esencial basarse en la evolución de los hechos para comprender el tiempo y el espacio que se quiera analizar, en este caso, esto, sería todavía mucho más fundamental; con todo, he decidido centrarme solo en el caso de Diocleciano porque considero que, tras Galieno, es el primer emperador que verdaderamente acomete una profunda reforma militar y que, por supuesto, no puede ser entendida sin tener en cuenta el grave contexto político y social del momento.
En definitiva y aunque podría resultar ambicioso, he de considerar que Diocleciano sentó las bases de la organización militar correspondiente a los siglos posteriores, pero que sin duda consolidó las fronteras e impuso una nueva estructura territorial que, sumada a la reforma militar, facilitó la acción de los nuevos Augustos y Césares en todos los ámbitos políticos, sociales y económicos de un debilitado Imperio que ya no podía ser controlado por una sola administración.
Bibliografía
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Notas
[1] GOLDSWORTHY, Adrian: el ejército romano, Madrid: Akal, 2005, p. 201.
[2] Ibídem.
[3] WILLIAMS, Stephen: Diocletian and the Roman Recovery, London: B. T. Batsford Ltd, 1985, p. 92.
[4] Ibídem.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem. Traducción mía.
[7] Ibídem, p. 93.
[8] SOUTHERN, Pat y DIXON, Karen. R.: El ejército romano del Bajo Imperio, Madrid: Desperta Ferro, 2018, p. 39.
[9] GOLDSWORTHY, Adrian: el ejército romano… p. 206.
[10] ELTON, Hugh. Warfare in Roman Europe, AD 350–425. London: Oxford University Press, 1996 p. 163.
[11] Ibídem.
[12] GOLDSWORTHY, Adrian: el ejército romano… pp. 206 y 207.
[13] Ibídem, p. 37.
[14] Eumenio: Panegyrici Latini, IX, 18, 4.
[15] Zósimo: Nueva Historia, II, 34, 1. Traducción Biblioteca Clásica Gredos, 1992, p. 218. […] “Gracias a la previsión de Diocleciano, las fronteras del Imperio estaban por doquier jalonadas […] por ciudades, fortalezas y recintos amurallados en los que tenían casa todos los componentes del ejército, a los bárbaros les resultaba imposible penetrar, ya que en cualquier punto se les enfrentaban las fuerzas capaces de rechazar el ataque”.
[16] A finales del siglo III se manifestó una nueva forma de movimiento social que tenía como objetivo la lucha contra el poder central, la Iglesia y las autoridades locales. Salvo excepciones en las que las revueltas derivaron en rebeliones planificadas, estas no contaban ni con una clara organización ni con plan de actuación. No obstante, en muchas ocasiones el sofocar las bagaudas requería de tanto esfuerzo y tiempo que llegaron a equipararse si no con guerras, sí con pequeñas batallas. Fuente: BRAVO, Gonzalo. “Ejército, agitación social y conflicto armado en occidente tardorromano: un balance”, en Polis, nº 19, Universidad Complutense, 2007, pp. 17-19.
[17] SOUTHERN, Pat y DIXON, Karen. R.: El ejército romano del Bajo Imperio…, p. 38.
[18] JOHNSON, Stephen: Late Roman Fortifications, London: Bastford, 1983a, p. 253.
[19] SESTON, W.: Dioclétien et la Tétrarchie, París: Boccard, 1946, p. 298.
[20] LACTANCIO: De mortibus persecutorum. Edición en castellano: Sobre la muerte de los perseguidores, Madrid, Gredos, 1982, p. 83.
[21] SOUTHERN, Pat y DIXON, Karen. R.: El ejército romano del Bajo Imperio…, p. 39.
[22] BRAVO CASTAÑEDA, Gonzalo: coyuntura sociopolítica y estructura social de la producción en la época de Diocleciano, Salamanca: Universidad de Salamanca, 1980, p. 62.
[23] VAN BERCHEM, Denis: L´Armée de Dioclétien et La Réforme Constantinienne, París: Geuthner, 1952, p. 11.
[24] Ibídem, p. 12.
[25] Ibídem, p. 13. La inscripción, atestiguada en el documento L’année epigraphique, 1933, nº 216 (Fuente: SEYRIG, Henri: “Antiquités syriennes”. En Syria, nº 14, fascículo 2, 1933, p. 166. Disponible en: https://www.persee.fr/doc/syria_0039-7946_1933_num_14_2_8324 [última fecha de consulta: 19/4/2019]), dicta lo siguiente: C. Laberius Fronto mil(es) coh(ortis) II Hisp(anorum), (centuriae) Nymphidi Heli filio suo h(oc) c(ondidit) s(epulcrum). Localización: http://db.edcs.eu/epigr/osm-map.php?ort=Bazouriye%20/%20El-Bazuriyah%20/%20Al-Bazuriyah&latitude=33.2540739&longitude=35.271543&provinz=Syria [última fecha de consulta: 19/4/2019]. Publicación: AE 1933, 00215.
[26] Ibídem, p. 16.
[27] TURK, Sofía: The defensive system of the late Roman limes between Germania Secunda and Britannia, tesi di Laurea, Università Ca´Foscari Venezia, 2012, p. 33.
[28] Ibídem
[29] Ibídem, p. 36.
[30] Ibídem, p. 38.
[31] Ibídem, pp. 44 y 47.
[32] VON PETRIKOVITS, Harald: “Fortifications in the North-Western Roman Empire from the Third to the Fifth Centuries A.D., The Journal of Roman Studies, vol. 61, 1971, p. 188.
[33] VAN BERCHEM, Denis: L´Armée de Dioclétien et La Réforme Constantinienne, París: Geuthner, 1952, p. 54.
[34] SOUTHERN, Pat y DIXON, Karen. R.: El ejército romano del Bajo Imperio…, p. 40.
[35] Se han hallado dos inscripciones, CIL, XIII, 5256 para el caso de Tasgaetium; y CIL, XIII, 5249 para el caso de Vitodorum, datadas en el año 294 aproximadamente y encontradas en lo que sería la provincia rética. La primera, CIL XIII, 5256, dicta lo siguiente: Imp(erator) Caes(ar) Gaius [3] / max(imus) [3] trib(unicia) p(otestate) P X[3]LI[3] / [3]C[3]R M[3]VIV[3] / [3]P P proc(onsul) [3]VRC[3] / [3]AM[3]I nobiliss[imi 3] / [3] Tasg[aetinum? 3]C sum(p)to s[uo 3] / [3]EIIDE[; y la segunda, refiriéndose a los muros: [I]mp(erator) Caes(ar) C(aius) Aure(lius) Val(erius) Diocletian[us pont(ifex) max(imus) Ger(manicus) max(imus) II] / Sar(maticus) max(imus) Pers(icus) max(imus) trib(unicia) pot(estate) XI im[p(erator) X co(n)s(ul) V p(ater) p(atriae) proco(n)s(ul) et] / Imp(erator) Caes(ar) M(arcus) Aur(elius) Val(erius) Max{si}imia[nus pont(ifex) max(imus) Ger(manicus) max(imus) Sar(maticus)] / max(imus) Pers(icus) max(imus) trib(unicia) pot(estate) X imp(erator) VIIII co(n)[s(ul) IIII p(ater) p(atriae) proco(n)s(ul) P(ii) F(elices) Inv(icti) Augg(usti)] / et Val(erius) Constantius et Gal(erius) Val(erius) [Maximianus nobilissimi] / [C]aess(ares) murum Vitudurensem a s[olo sumptu suo fecerunt] / Aurelio Proculo v(iro) p(erfectissimo) pr[aes(ide) prov(inciae) curante]. (véase Fig. 10).
[37] BRAVO CASTAÑEDA, Gonzalo: “Diocleciano y las reformas administrativas del Imperio”, Madrid: Akal, 1991, p. 15.
[38] SOUTHERN, Pat y DIXON, Karen. R.: El ejército romano del Bajo Imperio…, pp. 40-41.
[39] BRAVO CASTAÑEDA, Gonzalo: coyuntura sociopolítica y estructura social de la producción en la época de Diocleciano…, p. 57.
[40] VAN BERCHEM, Denis: L´Armée de Dioclétien et La Réforme Constantinienne… p. 20.
[41] LAMPIDRIO, Elio (pseudónimo): Historiae Augustae, 58. Edición en castellano: Historia Augusta, Madrid: Akal, 1990, p. 428.
[42] Se considera que el uso de la palabra limitanei en la obra Historia Augusta sería anacrónico.
[43] MALALAS, Chronographia, XII, 308. 40. Edición inglesa: JEFRREYS, Elizabeth; JEFFREYS, Michael y SCOTT, Roger (traductores): The Chronicle of John Malalas, Melbourne: Australian Association for Byzantine Studies, 1986. p. 168; VAN BERCHEM, Denis: L´Armée de Dioclétien et La Réforme Constantinienne… p. 21; y SOUTHERN, Pat y DIXON, Karen. R.: El ejército romano del Bajo Imperio…, p. 56.
[44] VAN BERCHEM, Denis: L´Armée de Dioclétien et La Réforme Constantinienne… pp. 100 y 101; y SOUTHERN, Pat y DIXON, Karen. R.: El ejército romano del Bajo Imperio…, p. 55.
[45] BRAVO CASTAÑEDA, Gonzalo: “Diocleciano y las reformas administrativas del Imperio”, Madrid: Akal, 1991, p. 22.
[46] GOLDSWORTHY, Adrian: el ejército romano… p. 203.
[47] SOUTHERN, Pat y DIXON, Karen. R.: El ejército romano del Bajo Imperio…, p. 52; ZÓSIMO: Nueva Historia, II, 34, 2. Traducción Biblioteca Clásica Gredos, 1992, p. 218. “[…] Constantino […] quitó de las fronteras la mayor parte de las tropas para establecerlas en las ciudades, que no necesitaban protección; con ello privo de amparo a quienes se veían agobiados por la presión de los barbaros, cargo aquellas ciudades que vivían tranquilas con los perjuicios que acarrea la presencia de los soldados enervo a la tropa, entregada a los espectáculos y a la molicie, y, en una palabra, puso los cimientos y planto la simiente de la ruina que hasta hoy se prolonga en los asuntos públicos”.