Como hemos visto en Pizarro y Almagro (I): Guerra Civil entre los conquistadores del Perú, la situación de Cuzco seguía siendo demasiado preocupante, pues, pese a haber roto Hernando Pizarro el cerco que Manco Inca había establecido, seguían sin llegar refuerzos desde Lima y, además, los habitantes de la ciudad estaban sufriendo una terrible hambruna. Del mismo modo, los intentos de capturar a Manco Inca seguían resultando un fracaso, lo que evitaba la retirada de las tropas incaicas. Cuando parecía que el destino de la ciudad iba a continuar por el mismo cauce durante más días, unos exploradores bajo el mando de Gonzalo Pizarro fueron informados por dos indígenas de que Almagro regresaba desde Chile junto a su ejército, dividido en dos columnas, capitaneando él mismo la segunda. Estos hechos tienen lugar en febrero del año 1537, año y medio después de que el castellano iniciara su viaje hacia el sur.
REGRESO DE ALMAGRO DESDE CHILE
Los esfuerzos económicos y físicos que Diego de Almagro había invertido en su viaje a Chile resultaron abrumadores. En primer lugar, reunió a un ejército de entre 500 y 600 españoles reclutados en Cuzco y Lima en su mayoría (un considerable porcentaje considerando el número de españoles que por aquel entonces había en Perú), habiendo sido pertrechados y equipados la gran mayoría de ellos por Almagro, el cual invirtió toda su fortuna y se llegó a endeudar seriamente a causa de tan difícil empresa. Asimismo, llevó consigo a un gran número de tropas auxiliares indígenas, entre los que se encontraban Paullu-Tupac (hermano de Manco Inca) y Villac Umu (sacerdote del templo del Sol), para poder dar legitimidad a la conquista de nuevos territorios, así como una multitud de llamas para que cargaran con el bagaje y sirvieran para la alimentación en un momento determinado.
No obstante, este viaje resultó ser un fracaso muy doloroso para el conquistador manchego y sus hombres. En primer lugar, las vastas tierras de la parte más meridional de Sudamérica no albergaban un rico imperio con una capital que ostentase grandes riquezas, tal y como creían los hombres que se aventuraron hacía aquel territorio, alentados en parte por los testimonios de los indígenas, que manifestaban que se encontrarían una civilización similar al magnánimo Imperio Inca.
Otro factor que dificultó severamente la expedición fueron las duras condiciones climáticas a las que fueron sometidos en esta zona, habiendo unos contrastes de temperatura muy fuertes entre las zonas de llanura y las montañosas, cuya altitud llegaba a alcanzar los 4.000 metros, haciendo que muchos indios del cuerpo auxiliar y una notable cantidad de caballos perecieran al no poder soportarlas. Esto hacía que el número de españoles se fuera diezmando a la par que su ánimo.
Además, estos hombres también tuvieron que hacer frente a las belicosas tribus de los araucanos, cuya principal ocupación era la guerra, lideradas por jefes tribales que presentaban mucha resistencia y que no estaban dispuestos a someterse a la autoridad de los conquistadores.
A consecuencia de todo esto, Diego de Almagro, desalentado por los resultados de su viaje, reunió a sus capitanes y tomó la decisión de regresar a Perú con el objetivo de reclamar sus poderes como gobernador en base a las ordenanzas reales (de las cuales fue informado por Juan de Rada) que habían llegado en 1535 de mano de Hernando Pizarro, con las nuevas delimitaciones territoriales establecidas. Todos los hombres partieron con un objetivo común: hacer valer la autoridad del gobernador usando la fuerza si fuese necesario y tomar la ciudad de Cuzco, la cual sería la capital de su gobernación.
Esta decisión también fue tomada para que Diego de Almagro el mozo, hijo del castellano, tuviera sentadas las bases que le permitirían reclamar su gobernación a la muerte de su padre. Este protagonizará, años después, un segundo enfrentamiento con el clan Pizarro.
TOMA Y SAQUEO DE CUZCO POR ALMAGRO Y SUS TROPAS
Al llegar a tierras peruanas, Diego de Almagro se cercioró del levantamiento general indígena que se había producido en todo el territorio, hecho que no detuvo su marcha hacía el norte.
Los soldados españoles que habían permanecido en Cuzco habían presentado una férrea resistencia ante los indios, llegando a perecer 600 de ellos, entre los que se encontraba Juan Pizarro. Pese a no recibir refuerzos desde Lima, los españoles llegaron a hacerse con el control de la ciudad pero no lograron levantar el cerco al que los indígenas les tenían sometidos. Este es el contexto que Almagro se encontrará al llegar a Cuzco.
Antes de entrar en la ciudad, Diego de Almagro intentó mediar en el conflicto enviando una serie de misivas a Manco Inca en las que le expresaba que Cuzco pertenecía a su gobernación por decreto real, instando al emperador incaico a que levantara el cerco o que atacaría su posición con 2.000 soldados castellanos, cuando realmente eran cerca de 500. Por esto, el emperador decide abandonar el sitio de la ciudad.
Previendo un posible enfrentamiento inmediato con Hernando Pizarro, Almagro intentó que Manco Inca se uniera a su causa, concretando una reunión con este en Urcos. A su vez, Hernando Pizarro decide partir desde Cuzco para reunirse con el mariscal castellano e intentar llegar a un acuerdo. En este encuentro, ambos defendieron sus intereses, alegando a las concesiones hechas por Carlos V, y, al no llegar a ningún entendimiento, Hernando Pizarro decidió regresar a toda a prisa a Cuzco, con la idea en mente de que Diego de Almagro no tardaría en hacer su aparición.
Ante esta situación tan caótica, en la que había llegado a tener algunas escaramuzas con Manco Inca, y encontrándose a media legua de Cuzco, Almagro decidió tomar la ciudad e, intentando que no se produjera un enfrentamiento inútil, envió una misiva al Cabildo, instándole de que le entregase Cuzco y que reconociese que formaba parte de su gobernación tal y como había otorgado el rey.
Al día siguiente del regreso de Hernando a Cuzco, Almagro se plantó a las puertas de la ciudad junto a sus hombres, dispuesto a entrar en ella. Pizarro, ante tal situación, le ofreció una reunión para negociar la situación, en la que pretendía dividir la ciudad en dos mitades para cada uno. Sin embargo, el castellano, desconfiando de las intenciones del miembro de los Pizarro, rechazó toda reunión y manifestó de nuevo que se le debía entregar Cuzco. Esperando tomar una decisión correcta, acampó en un lugar próximo a la plaza de armas.
Hernando manifestó que la concesión de semejante poder no estaba en su mano y que debía consultar a su hermano Francisco sobre la situación antes de tomar decisión alguna. No obstante, durante la primera mitad del mes de abril de 1537, los tambores de guerra resonaron durante la noche y Almagro hizo su entrada en Cuzco por tres lugares diferentes de la ciudad. Rápidamente se dirigieron a la vivienda de Hernando Pizarro y cortaron todo refuerzo que pudiese llegar a la misma. A continuación, los almagristas, al ver que Hernando junto a catorce de sus hombres no se rendían, incendiaron el tejado de paja de su vivienda y, antes que morir quemado, Pizarro ordenó a sus hombres deponer las armas ante Almagro.
Finalmente, Almagro había conseguido su tan anhelado objetivo: había tomado Cuzco. Su primera decisión tras el control de la ciudad fue el encarcelamiento de Gonzalo y Hernando en el templo del Sol, para después ser trasladados a un aprisionamiento de mayor seguridad. Acto seguido, mandó a sus hombres recorrer toda la ciudad para que los partidarios del clan Pizarro se rindieran definitivamente y, así, asegurar que no habría sublevaciones ni revueltas en la ciudad. Además, los soldados almagristas emprendieron fuertes saqueos en Cuzco.
Para dar una base legislativa a los actos que, mediante la fuerza, acababa de consumar, Almagro se hizo nombrar gobernador en nombre de Su Majestad Carlos V. Del mismo modo, rompiéndose su alianza con Manco Inca después de que este atacara a sus tropas antes de entrar en la ciudad, ordenó como nuevo emperador inca al hermano del anterior, Paulo. No obstante, aún quedaba un importante problema que resolver: la próxima llegada de Alvarado a la ciudad con un fuerte contingente de tropas.
BATALLA DEL PUENTE DE ABANCAY
A la llegada a la ciudad por parte de Alonso de Alvarado junto a un ejército de 500 hombres, según Ballesteros, o 250, de los cuales iban cien a caballo, según Lavallé, Almagro envió una carta a este, dándole su versión de lo sucedido en Cuzco, la cual fue recibida por Pedro de Lerma. Este, debido a que había perdido su cargo en detrimento de Alvarado, dio a conocer el contenido de la carta a las tropas, pasándose junto a muchos hombres al bando almagrista.
A su vez, Alvarado también intentaba mantener la comunicación con el gobernador a través de una serie de cartas, basándose en la información que había recibido por parte de Hernando Pizarro. Cuando Francisco Pizarro recibió estas noticias no se había enterado aún del regreso de Almagro desde el sur, y además se encontraba dirigiéndose a Cuzco con un ejército de unos 700 hombres compuesto por infantería y jinetes.
Antes de recibir las premisas de Francisco Pizarro, Alonso de Alvarado ya había rechazado las peticiones de Almagro e inició una serie de maniobras preventivas, que se vieron afectadas por la deserción de Pedro de Lerma. Inició la construcción de una serie de fortificaciones en el puente de Abancay.
Aún no se había producido un enfrentamiento que indicara que había estallado la guerra civil, sino que ambos bandos estaban midiendo sus fuerzas y reclamando derechos en el ámbito legislativo.
Es entonces cuando, el 12 de julio de 1537, los hombres de Almagro, capitaneados por Orgóñez, irrumpen entre las filas de Alvarado en Cochacaxas, iniciándose así un enfrentamiento militar entre ambos bandos. Pérez de Guevara, uno de los capitanes de Alvarado, y sus hombres se defendieron dando muestra de valentía pese a la inferioridad numérica en la que se encontraban, pues las deserciones de Pedro de Lerma habían causado un daño importante entre las filas de Alvarado. Las tropas de Pérez de Guevara acabaron cayendo y su capitán fue herido, lo que causó la rendición de Alvarado, al que Orgóñez le habría dado muerte de no ser por la llegada de Almagro, que le hizo prisionero. Por lo tanto, esta primera batalla de la recién iniciada guerra civil se saldó con una victoria contundente para Diego de Almagro. No obstante, el conflicto no se detendría aquí.
NEGOCIACIONES Y HECHOS POSTERIORES
Sin hacer caso a las propuestas de Orgóñez de ejecutar a los hermanos y Pizarro y cargar contra el gobernador en Lima, Almagro regresó a Cuzco sabiendo que tenía una buena baza para negociar con Francisco: a Hernando, a Gonzalo y a Alvarado.
Tras haberse reunido en primera instancia con sus capitanes, el gobernador envió a una embajada a Cuzco pidiendo la libertad de sus hermanos. Frente al rechazo de esta primera petición, Francisco Pizarro juntó de nuevo a sus capitanes y acordaron la necesidad de reunirse con Almagro, a la vez que se envió de nuevo al obispo de Panamá para estudiar las limitaciones territoriales de los tratados para una nueva división del territorio. No obstante, se siguió sin liberar a los prisioneros y en el territorio se vivía una situación de calma tensa.
Por su parte, Almagro ya tenía pacificado y sometido prácticamente todo el territorio de su gobernación. Así pues, para asegurar la paz, ordenó a Orgóñez que encontrara y acabara con Manco Inca y sus seguidores. Pese a diezmar a casi todos los indígenas partidarios de Manco, este logró huir junto a su sumo sacerdote hacia las regiones montañosas de Vilcabamba, creando un Estado que sobreviviría hasta que fuera destruido por el virrey Francisco de Toledo en el año 1570. Además, nombró emperador de manera oficial a Paulo, asegurándose la fidelidad de los indios de la zona.
Sin duda, se puede afirmar que estábamos asistiendo a la antesala de una guerra civil, alimentada por odios y discusiones del pasado y que esta vez no se iba a solucionar fácilmente. Es más, es un conflicto que ni el mismísimo emperador iba a ser capaz de detener.
ESTALLA LA GUERRA CIVIL EN PERÚ
Antes de que se emprendieran las hostilidades de las cuales no se iba a tener retorno una cosa estaba clara: Perú estaba dividida en dos partes en el sentido geopolítico. Por un lado, teníamos la gobernación de Pizarro, con su capital en Lima, constituyente por la costa y la parte central y norte de la cordillera andina. Este era un territorio perfectamente legitimado por Francisco Pizarro en el que no se dudaba de su autoridad y que presentaba una situación cómoda y estable. Por otro lado, el territorio del sur, que pese a tener la ciudad más poderosa e importante del lugar, Cuzco, debido al poco tiempo que llevaba en vigor no poseía la estabilidad y el cuerpo legislativo del que se podía presumir desde Lima. Además, Almagro había tenido que hacer valer su autoridad con las armas desde el primer momento. Asimismo, los Pizarro tenían un gran poder e influencia en la metrópolis y sabían que el rey iba a concederles la mayoría de premisas, por lo que podríamos decir que el apoyo político que poseían los Pizarro sobrepasaba notoriamente el del castellano.
Se le puede sumar a los inconvenientes que ya tenía Almagro el hecho de tener una capital alojada en la cordillera, sin salida al mar y en un territorio bastante descentralizado, lo que dificultaba en gran medida su comunicación marítima con la Península.
SUCESOS INMEDIATAMENTE ANTERIORES A LA GUERRA
Antes de que sus comisionados llegaran desde Cuzco y previniendo un posible ataque por parte de las facciones almagristas, Francisco Pizarro inició sus preparativos de guerra para una posible defensa de la Ciudad de los Reyes. En primer lugar, dio el mando de un regimiento de arcabuceros a Pedro de Vergara, otro de piqueros a Pedro de Castro y uno de ballesteros a Juan Pérez. Designó como maese de campo a Pedro de Valdivia, sargento mayor a Villalba y alférez general a Jerónimo de Aliaga. Además, ordenó que se reclutaran hombres en Trujillo y que se cavaran trincheras para la artillería, así como la producción de nuevas armas y abastecimiento de pólvora.
En Cuzco, los partidarios del clan de los Pizarro habían sido desarmados y se vivía una situación de calma, ya que Hernando y Gonzalo Pizarro, junto con sus fieles, seguían encarcelados, Alonso de Alvarado había sido derrotado y el Manco Inca se encontraba huido. Por lo tanto, parecía que Almagro no iba a encontrar a corto plazo a nadie que le presentara oposición en su gobernación.
Almagro, quizás siguiendo los consejos de sus allegados más radicales como Rodrigo de Orgóñez, se mantuvo impasible en sus decisiones y negó todas las peticiones de puesta en libertad de los hermanos Pizarro, así como una reunión inmediata con el que había sido su hermano de armas, Francisco Pizarro. Únicamente permitió la llegada de varios enviados de Francisco para que hicieran un estudio topográfico de la zona a finales del mes de agosto.
A principios de octubre de 1537, mientras se estaban llevando a cabo maniobras militares en Lima por si surgía un conflicto, llegan a la Ciudad de los Reyes los enviados a Cuzco con la noticia de que Almagro está dispuesto a reunirse con el gobernador. Para acudir a esta reunión, Almagro agrupó a un fuerte contingente de hombres para que le acompañaran y llevo únicamente consigo a Hernando Pizarro, dejando al mando de la ciudad de Cuzco a Gabriel de Rojas. No obstante, según el castellano abandonó la ciudad, los pizarristas, muchos de ellos soldados de Alvarado que habían sido obligados a formar parte del ejército de Almagro, se sublevaron y pusieron en libertad a Gonzalo Pizarro, Alonso de Alvarado y a los presos partidarios del clan Pizarro a la vez que aprisionaron a Gabriel de Rojas. Inmediatamente, estos partieron en dirección Lima para reunirse con el gobernador.
Con una hueste de unos trescientos hombres veteranos de su expedición a Chile, sumada a sus partidarios de Cuzco y algunos hombres que formaron parte del ejército de Alvarado, Almagro se dirigió rápidamente hacia la costa, donde pretendía fundar una ciudad en el istmo que le permitiera establecer esas vías de contacto directas con la Península. Es entonces cuando ejerce el acto de fundación de Chincha o ciudad de Almagro. Las tensiones se calmaron el 10 de octubre con la intervención de Francisco de Bobadilla, quien acordaría una reunión entre ambos gobernadores en Mala, lugar situado a unas quince leguas al sur de Lima. Ambos acordaron ir acompañados de una pequeña escolta de doce jinetes, un capellán, un secretario y un maestresala, mientras que el resto de las tropas se quedarían fuera del valle para evitar confrontación alguna.
LA ENTREVISTA DE MALA (13 DE NOVIEMBRE DE 1537)
Temiendo que el acuerdo de armisticio no se cumpliera por ambas partes, Francisco Pizarro salió desde Lima con un destacamento de seiscientos hombres a los que dejó apostados en el valle de Chilca, situado en las proximidades de Mala, al mando de su hermano Gonzalo, que ya había llegado al encuentro del gobernador desde su huida de Cuzco.
Sin que ninguna hostilidad se iniciara, ambos hombres se reunieron en un tambo incaico que había en el lugar y entregaron sus armas a Francisco de Bobadilla. No se sabe con certeza la conversación que estos tuvieron, de todos modos, Francisco tenía dada la orden a Gonzalo de no atacar, quizás porque Almagro aún tenía en su poder a Hernando.
La reunión concluyó de manera precipitada, pues los seguidores de Almagro descubrieron a los tiradores de Gonzalo Pizarro apostados en una colina a la vez que Francisco Godoy comunicó al gobernador las intenciones de su hermano, haciendo que el primero se marchara rápidamente del lugar a lomos de su montura. Pizarro envió a Godoy tras el castellano para que regresara a Mala, a lo que este se negó en rotundo.
Pese a que la reunión no se había completado, Almagro permaneció en Chincha y Pizarro continuaba haciéndole proposiciones a cambio de que este abandonara Cuzco y dejara en libertad a su hermano, llegándole a ofrecer el sur del Perú. No obstante, Almagro no cedía en sus intereses y lanzó una serie de proposiciones, a través siempre de terceras personas, que Francisco Pizarro aceptaría finalmente y que serían firmadas el 24 de noviembre en Limahuaná.
Se acordó que Almagro seguiría gobernando Cuzco hasta que el rey dispusiese y que permitía a Diego Pizarro permanecer en la ciudad. A su vez, la ciudad de Chincha se trasladaría más al sur. También Pizarro puso a disposición de Almagro un navío para que este pudiese comunicarse con el territorio peninsular. Se pactó una fianza de 200.000 escudos (100.000 para el rey y otros 100.000 para el que cumpliera con el tratado) y se puso en libertad a Hernando Pizarro a cambio de una suma importante de oro, perdiendo así Almagro la baza que tenía sobre Francisco Pizarro y que limitaba el poder de actuación de este.
Del mismo modo, unas capitulaciones firmadas el 13 de noviembre del año anterior por la reina llegaban ahora a América y en ellas se manifestaba que ningún gobernador tenía que limitarse a explorar sus territorios sin entrometerse en los de los demás. Con esto, Pizarro consideró que Almagro había sorteado sus límites territoriales y que tenía que desistir, no obstante, la postura del manchego siempre fue férrea haciendo alusión al acuerdo que acababan de firmar que le daba el poder de la ciudad hasta que el rey decidiera que hacer.
Se podría decir entonces que la situación inmediata antes de la Batalla de las Salinas era totalmente hostil. Hernando no regresó a la Península tal y como se había acordado, convirtiéndose en el principal instigador de su hermano para que emprendiese acciones militares contra Diego de Almagro. Además, Hernando, nombrado superintendente y gobernador de Cuzco por su hermano, acompañado de un pequeño ejército, del que Gonzalo era capitán de tropa, se dedicó a seguir a Almagro cuando este se dirigía hacia Cuzco, habiendo varias confrontaciones en el camino. Por su parte, Francisco decidió no continuar su marcha hacia Cuzco y se dirigió hacia la costa, dejando que fuese su hermano quien entablase combate con Almagro y así eludir parte de la responsabilidad.
Almagro dividió a su ejército en dos columnas por motivos de seguridad y, contando con el apoyo de la población indígena, pues llevaba consigo a Paullu Tupac, fue construyendo una serie de barricadas a su paso y apostando a indios en los desfiladeros para que arrojaran piedras a las tropas de Hernando Pizarro si se acercaban al lugar. Al mismo tiempo, rechazó la idea de Orgóñez de atacar al gobernador en Lima y emprendió rauda marcha a Cuzco para preparar la defensa de la ciudad.
Hernando Pizarro, a su vez, se aproximaba a Cuzco con 800 hombres a pie y a caballo en una marcha que duró más de trece meses.
Diego de Almagro, débil y enfermo por el viaje, reunió a su consejo de guerra, concretando que lo mejor era cerrar las calles de la ciudad con una defensa de artillería que lograse parar a cualquier ejército por numeroso que fuera. No obstante, Orgóñez manifestaba que lo mejor era una batalla definitiva entre las dos fuerzas en campo abierto, cediendo a las provocaciones de Hernando. Esto resultaba sumamente ventajoso para el ejército pizarrista, pues una batalla campal resultaría mucho más fácil que el asalto a una ciudad fortificada.
LA BATALLA DE LAS SALINAS (6 DE ABRIL DE 1538)
Debido a la enfermedad que impedía a Almagro salir al campo de batalla al frente de sus hombres, Orgóñez capitaneó a un ejército de 500 soldados, con más de 200 efectivos de caballería, para encontrarse con Hernando y Gonzalo Pizarro y hacerles frente en combate. Sin embargo, esta vez no supo aprovechar la superioridad numérica de su caballería y, en lugar de situarlos en campo abierto, donde se ejecutan con mayor facilidad las cargas de los jinetes, los dispuso en Las Salinas a la espera de su enemigo, al que pretendía acorralar junto a un riachuelo. A su vez, Paullu Tupac seguía siendo fiel a Almagro y puso a disposición de su lugarteniente a una milicia de 6000 indios. En última instancia, Almagro salió a dar ánimos a sus tropas, pero tuvo que ser transportado en todo momento en una silla de mano.
Antes de entrar en combate, se calcula que el ejército de Hernando Pizarro estaba compuesto por 600 hombres, entre los que destacaban concretamente unos ochenta individuos, que componían el cuerpo de arcabuceros, además de los lanceros y de la artillería.
Finalmente, la batalla se inició a mediados del día 6 de abril de 1538 y duró aproximadamente dos horas. En primer lugar y con la orden de Hernando Pizarro, sus tropas iniciaron el fuego de artillería que causó estragos entre las filas almagristas, para pasar después al choque de tropas. Sin duda, Orgóñez y Hernando Pizarro, que muy lejos de quedarse en posiciones seguras y visualizar el combate desde la distancia, encabezaron a sus ejércitos, siendo los principales objetivos de sus enemigos y fueron especialmente buscados durante el enfrentamiento.
Se llegó a producir un enfrentamiento entre Pedro de Lerma y Hernando, en el que el segundo fue herido en el vientre, pero logró que su adversario saliera maltrecho y cayera de su montura. Gonzalo Pizarro también se encontraba en el campo de batalla dirigiendo a sus tropas junto a Pedro de Valdivia.
Las tropas almagristas, inferiores en número en todo momento, comenzaron a doblegarse frente al intenso fuego de artillería de sus rivales, los cuales habían destrozado las armas del cuerpo de piqueros con disparos de proyectiles especiales conocidos como “pelotas de alambre”, que acababan con todo a su paso. Además, las tropas capitaneadas por Orgóñez, ante el rumbo que estaba tomando la batalla, desertaron en gran número para unirse a las filas del clan Pizarro, lo que agravó la situación del ejército almagrista.
En un último intento por acabar con Hernando Pizarro, Orgóñez mandó cargar a su caballería contra el escuadrón en el que este se encontraba. Sin embargo, sucedió lo contrario, pues el lugarteniente de Almagro fue derribado de su caballo tras recibir una esquirla de bala en la frente. En ese momento, intentó rendirse, pero cuando se estaba incorporando fue degollado por la espalda por un siervo de Hernando Pizarro. Por lo tanto, las tropas almagristas se encontraban ya sin capitán, saldándose la batalla con victoria para Hernando Pizarro.
No se sabe si fue el rencor, el ansia o el odio, pero las tropas pizarristas actuaron cruelmente, ejecutando de manera fría a los heridos tendidos sobre el campo de batalla, entre los que se encontraban Ruy Díaz y Pedro de Lerma.
Los indios cedidos por Paullu Tupac no intervinieron en ningún momento en la batalla y contemplaban gustosos como los soldados castellanos se daban muerte entre ellos. De hecho, al finalizar la contienda, solo se aproximaron al campo de batalla a saquear los cadáveres, quitándoles los cascos, botas y armas, para luego marchar y unirse con Manco Inca en su escondite. Suena curioso este hecho, pues si los indios hubiesen cargado contra los castellanos en el tramo final de la batalla, su superioridad numérica y el cansancio de los soldados habría podido causar la derrota de los ejércitos españoles y habrían hecho que estos recuperaran la capital de su imperio.
La batalla se saldó con más de doscientos muertos en el ejército de Almagro entre los que se encontraban hombres ilustres como Moscoso, Salinas y Hernando de Alvarado. En cambio, Hernando Pizarro únicamente contó alrededor de veinticinco bajas entre sus filas.
EL FINAL DE LA GUERRA: CAPTURA Y EJECUCIÓN DE ALMAGRO
Almagro, que había sido espectador de la batalla desde una colina cercana, al ver el rumbo que tomó la batalla, fue puesto en su montura con ayuda de las personas que le asistían y se dirigió hacia Cuzco, donde pretendía resistir hasta el final. Sin embargo, este fue descubierto por Alonso de Alvarado, quien lo entregó a Hernando Pizarro, que le encerró en el mismo cubículo en el que él mismo había sufrido cautiverio anteriormente.
Algunos cronistas próximos al clan, como es Pedro Pizarro, afirman que hubo un trato digno hacia el mariscal y sus seguidores. No obstante, esto es difícil de creer ya que el estandarte de Almagro fue arrastrado por el barro y la cabeza de un ilustre como Rodrigo de Orgóñez fue clavada en una pica en la plaza central de Cuzco, pese a ser este un caído en combate y no un reo ejecutado públicamente.
Para evitar una revuelta de los almagristas que aún quedaban en Cuzco, Alonso de Alvarado regresó a su gobernación en Chachapoyas, llevándose consigo a Diego de Almagro el mozo, para alejarle de los partidarios de su padre. Además, Hernando rechazó las peticiones de liberación o de transporte de Almagro hacía Lima, queriendo juzgarle él mismo por traición e ir contra los intereses de la Corona y, de este modo, acabar ejecutándole junto a sus fieles en un acelerado proceso.
EL FINAL DE DON DIEGO DE ALMAGRO
Enjuiciado por cargos de traición a la Corona, que implicaban la toma de Cuzco, el ataque a las tropas de Alvarado en Abancay y otros cargos de los que en teoría se habría librado tras los acuerdos de Limahuana en noviembre del año anterior. A la vez que se le consideró culpable, se estipuló su condena: Almagro era condenado a morir en el cadalso.
Tras conocer esta noticia, Diego de Almagro pidió ver a Hernando Pizarro y, aludiendo a la amistad y a las empresas que había compartido con su hermano, pidió a Hernando que le perdonase la vida. Este se negó en rotundo y le recomendó que se encomendara a Dios, pues no sería el último en morir (curiosas palabras ya que su hermano Francisco correría la misma suerte). Almagro se negó a confesarse, creyendo así que no podía ser ejecutado, y pidió que se llevara el veredicto al rey para que este decidiera. Debido a que veía que no se iban a cumplir tales peticiones, redactó un testamento en el que nombró como sucesor de su gobernador de Nueva Toledo a su hijo, haciéndose cargo de la misma hasta la mayoría de edad de este Diego de Alvarado. Además, nombró heredero de todos sus bienes al rey y le pidió que hiciera Gracia por ello de su hijo.
Para evitar revueltas civiles, Hernando llevó a cabo la ejecución de Almagro en secreto. Este pereció sentado en el garrote vil en la propia celda donde estuvo Hernando, y su cuerpo fue trasladado más tarde a la plaza de Cuzco donde, ya sin vida, fue degollado y su cabeza y cuerpo expuestos ante la multitud. Sin duda, este había sido un proceso político y no jurídico, iniciado por motivos jurisdiccionales. Hernando Pizarro, sin embargo, ordenó preparar el cadáver para su entierro en casa de Hernán Ponce de León y acompañó al cortejo fúnebre hasta el convento de la Merced, donde se le daría finalmente santa sepultura. Es así como a los 58 años de edad, el 8 de julio de 1538, se pone fin a la vida de uno de los manchegos más ilustres de la historia.
Francisco Pizarro aún no era conocedor de estos hechos que se habían llevado a cabo de manera apresurada y sin haberle informado, y, para cuando llegó a Cuzco, se había llevado a cabo la ejecución del que había sido su amigo y hermano en la difícil empresa de la conquista, a manos de Hernando Pizarro, de manera cruel y despiadada.
A corto y medio plazo podemos decir que se inauguró una etapa de súbita hegemonía por parte del clan de los Pizarro, los cuales habían acabado con el hombre que más problemas les podía plantear en el territorio. No obstante, la guerra de las Salinas fue el principio de una serie de enfrentamientos civiles entre conquistadores y gobernantes castellanos que castigarán el Perú durante décadas y que no concluirán ni mucho menos con el asesinato de Francisco Pizarro en su palacio en Lima el 26 de junio de 1541.
BIBLIOGRAFÍA
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DEL BUSTO, Jose Antonio: Biblioteca de hombres del Perú III: Francisco Pizarro y Diego de Almagro, Editorial Universitaria, Lima, 1964.
LAVALLÉ, Bernard: Francisco Pizarro y la conquista del Imperio Inca, Espasa Calpe, Madrid, 2005.
PRESCOTT, William H.: Historia de la conquista del Perú, Colegio Universitario de Ediciones Itsmo, Oviedo, 1986.
SIN AUTOR: Descubrimientos y Conquistas: Pizarro y Almagro, Editorial Guerri, Valencia, S-F.
VARÓN, Rafael: La ilusión del poder (Apogeo y decadencia de los Pizarro en la conquista del Perú), Instituto de Estudios Peruanos, 1996, Lima.
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