A mediados del siglo XI la paz en el mundo mediterráneo oriental parecía asegurada. Las dos potencias principales, el Imperio bizantino y el califato fatimí, mantenían buenas relaciones. Ninguna de dichas potencias desarrolló una política exterior agresiva, sino que simplemente deseaban frenar a los estados musulmanes del este, donde la dinastía selyúcida realizaba incursiones constantemente. A pesar de todo, esto no supuso una amenaza seria para los gobernantes de Constantinopla o El Cairo. Junto a la tolerancia de los fatimitas, que permitió el tráfico de peregrinos y el acceso a los puertos de mercaderes italianos y bizantinos, nos encontramos con un Imperio Bizantino que, gracias a un conjunto de emperadores soldados, se extendía desde el Líbano al Danubio y desde Nápoles al mar Caspio. Disfrutaba de una de las mejores administraciones que cualquier otro reino del momento. Su capital, Constantinopla, nunca había adquirido tanta riqueza debido, en gran parte, al gran número de comerciantes que llegaban de todos los confines de Europa y de Egipto para adquirir artículos de lujo.
A pesar de la riqueza económica y cultural del Imperio, se podría decir que el ánimo dentro del conjunto de la sociedad bizantina era muy precario. El presente reflejaba un ambiente de paz; sin embargo muchas profecías describían un futuro oscuro y de destrucción para Bizancio. Habría que recalcar que durante este periodo, la felicidad solo se podía alcanzar logrando atravesar el mundo terrenal asociado, a su vez, a un espacio transitorio hacia la vida eterna en el reino de los Cielos.
La desconfianza y el temor bizantino hacia el porvenir estaban justificados. Las bases del poder bizantino no eran fuertes. El Imperio se había organizado eficazmente bajo un sistema defensivo que incluía provincias administradas por militares que, a su vez, estaban vigilados por representantes del poder central de Constantinopla. Aunque esto permitiese contar con una milicia local fuerte en todo momento que defendiese el territorio en caso de invasión y que sirviese de apoyo a los ejércitos principales durante las campañas militares del Imperio, este sistema hacía recaer un gran poder provincial que, en algunos casos, funcionaban de manera semiautónoma si los gobernadores eran lo suficientemente ricos para olvidarse de la capital.
En Bizancio y, como en todos los territorios durante la Edad Media, el campo era la principal fuente de riqueza. La tierra era la principal recompensa que se ofrecía a los altos cargos militares tras conseguir victorias, así como la entrega de las mismas a altos cargos políticos y a la burocracia imperial. Por otro lado, los campesinos libres también conseguían tierras gracias, especialmente, a sus servicios militares. Este sistema funcionaba siempre y cuando el Imperio se asegurara de adquirir nuevas tierras mediante la conquista o el repoblamiento de zonas despobladas o devastadas por incursiones. Algunos nobles y monasterios compraban o adquirían tierras de campesinos necesitados de dinero o simplemente mediante donativos del propio Estado. Todo este conjunto de factores provocó la falta de tierras en control del estado. Algunos emperadores trataron de evitar que se pudieran comprar tierras debido a que los nuevos propietarios de bastas extensiones de terreno podían controlar a un contingente de soldados que hacía peligrar el poder imperial. No obstante, las medidas tomadas para frenar esto fracasaron y surgió una nueva clase hereditaria de grandes propietarios de tierra que, con su gran poder y riqueza, amenazaban al poder central. El emperador Basilio II tuvo que hacer frente a una revuelta encabezada por esta nueva clase terrateniente que le costó mucho sofocar. En 1056, tras la muerte de la emperatriz Teodora, sobrina de Basilio II, se deshizo la dinastía dando un pequeño periodo de crisis que permitió que triunfase la nobleza de sangre frente a la costumbre hereditaria para el trono imperial. El sucesor de la emperatriz Teodora, Miguel VI, fue destronado por el ejército en favor del general Isaac Comneno, que fue proclamado emperador en 1057.
Isaac y su hermano Juan heredaron grandes extensiones de tierra de su padre. Este parece ser que se había ganado la confianza del emperador Basilio II y le había entregado grandes extensiones de tierra. Por otro lado, Isaac y Juan se casaron con damas sobresalientes dentro de la aristocracia. No obstante y, a pesar de tener amplia fortuna y el favor del ejército, Isaac no logró entenderse con los funcionarios civiles y parece ser que se retiró a un monasterio dejando como sucesor a un miembro de la aristocracia bizantina llamado Constantino Ducas. La situación con la que se encontró tras el acceso al trono no fue fácil: las arcas del Imperio se encontraban vacías y el ejército concentraba demasiado poder. Es justo en este momento cuando decide reducir el número de efectivos del ejército, convirtiéndose en una decisión fatal debido a la «tormenta» que se avecinaba desde Occidente y al incremento de las incursiones selyúcidas desde Oriente.
Esta «tormenta» que llegaba de Occidente se refiere a la llegada de ejércitos normandos a los territorios italianos del sur que todavía poseía el Imperio Bizantino en condición de estados vasallos que obedecían la autoridad de los príncipes lombardos o a la del emperador oriental según sus intereses reflejándose así, un panorama caótico en dichos territorios. La causa principal de estos movimientos normandos fue la falta de tierras en Normandía debido a que era un territorio muy poblado. Esto supuso que los normandos, así como conquistaron Inglaterra, pusieran su vista en oriente y en los territorios itálicos aprovechando esta situación caótica de dichos territorios. Los territorios marítimos cedieron muy pronto frente al avance normando, sin embargo, la fortaleza costera de Bari pudo resistir y, a la vez, supuso la contención frente al intento de expansión normando por Oriente. No obstante, la situación de Occidente fue abandonada rápidamente por los bizantinos debido a una amenaza mucho mayor por el este: los turcos selyúcidas.
La crisis del Califato abasida puso fin a la barrera exterior que para el mundo mediterráneo resultó tan beneficiosa para frenar a las tribus seminómadas turcas de Asia central. Durante el siglo X, la zona del Turkestán estaba controlada por la dinastía de los samanidas. Estos fueron derrotados por Mahmud el Gaznevida que, en la primeras décadas del siglo XI, establecerá un gran imperio. El califa abasí, por su parte, reclutaba soldados turcos procedentes del Turkestán que, frente al crecimiento del número de estas tribus seminómadas en la zona del Turkestán, se desarrollaba un deseo cada vez mayor de expandirse más allá de sus territorios originales. Dentro de los súbditos de los gaznevidas se encontraba una tribu denominada seléucidas. Estos, a su vez, contaban con el apoyo de numerosas hordas de turcomanos.
En el año 1030, Mahmud el Gaznevida muere y los seléucidas se rebelan contra los gaznevidas obligándoles a exiliarse en sus territorios de la India. En el año 1050, uno de los príncipes de la tribu de los seléucidas, Toghrul Bey, junto con sus hermanos, se hizo con el control del imperio del que fue su señor, Mahmud, formando así una confederación que empezó a atacar a los estados fronterizos. En el año 1055, el Califa abasí invitó a Toghrul con el propósito de ganarle como aliado frente a la amenaza del califato fatimí. Es entonces cuando Toghrul es nombrado rey de Oriente y Occidente, obteniendo el poder temporal sobre todos los estados que debían lealtad y obediencia espiritual al Califa.
Toghrul Bey falleció en 1063. No mostró mucho interés por la frontera con el Imperio bizantino. Sin embargo, su sucesor Alp Arslan, que tenía cierto temor a una posible alianza entre bizantinos y fatimitas, se apresuró a conquistar Armenia para quitarse el problema de los fatimitas. Durante el invierno del año 1066, los bizantinos cayeron derrotados en las batallas de Melitene y Sebastea, y permitieron a los turcos tomar el control de Armenia. Entre 1068 y 1070, los turcos realizaron numerosas incursiones en el Imperio que llegaron, incluso, hasta la costa Egea.
La principal causa de que las incursiones turcas tuvieran tanto éxito fue, sobre todo, la fatal decisión de Constantino Ducas de reducir el número de efectivos del ejército bizantino. En 1067 el emperador Constantino X Ducas muere y deja como heredero a su hijo Miguel VII, bajo la regencia de su madre Eudocia. No obstante, Eudocia se casará con el general Romano Diógenes, y será este último quien acceda al trono imperial. El emperador Romano se apresuró a formar un nuevo ejército para reconquistar Armenia de los turcos y proteger así al Imperio. Sin embargo, el ejército bizantino ya no era como antaño y, aunque consiguió reunir unos 100.000 hombres, sólo un pequeño número de ellos eran soldados profesionales y, además, estaban mal equipados. Con este gran ejército, el emperador Romano IV Diógenes puso marcha hacia Armenia en la primavera del año 1071. Es en este momento, además, cuando llegaron noticias a la capital imperial de que la fortaleza costera de Bari, en Italia, había caído frente a las fuerzas normandas.
Como se ha mencionado antes, el objetivo principal del Emperador era ocupar las principales fortalezas armenias y posicionar tropas en ellas antes de que el ejército turco pudiera hacerle frente desde su posición en el sur. Alp Arslan se encontraba en Siria, adentrándose en territorio fatimí, cuando tuvo noticias del avance bizantino desde el norte. Este se puso en marcha para hacer frente a la amenaza bizantina. Por otro lado, el emperador Romano dividió sus fuerzas cerca de la ciudad de Manzikert y se dirigió a la misma, al mismo tiempo que enviaba guarnición a las fortalezas cercanas de Akhlat. En la misma Manzikert, el Emperador recibió noticias de que el ejército turco dirigido por Alp Arslan se dirigía hacia su posición, y Romano se apresuró en marchar hacia el sudoeste para concentrar la totalidad de su ejército. Sin embargo, parece ser que el Emperador no envió espías por delante de su posición. Esto resultó fatal debido a que el 19 de agosto, mientras el ejército bizantino acampaba en un valle esperando a las fuerzas de la fortaleza de Akhlat, Alp Arslan sorprendió al ejército bizantino, que cayó derrotado al atardecer, y el emperador Romano, que luchó valientemente, cayó prisionero. Las fuerzas bizantinas en retaguardia, dirigidas por Andrónico Ducas (sobrino de Constantino X Ducas), y las mercenarias apostadas en las fortalezas cercanas no fueron a socorrer al Emperador. Además, un sector de estos mercenarios se pasó al bando de los turcos: los cumanos.
Aunque la batalla de Manzikert fuera el desastre más decisivo en la historia del Imperio, los turcos sacaron poco provecho, en un principio, de su victoria. Alp Arslan consiguió su objetivo, es decir, alejó el peligro de una posible alianza bizantino-fatimita y, además, aseguró su flanco. El emperador Romano, capturado tras la Batalla, consiguió volver a Bizancio tras un fuerte rescate y la entrega de los territorios armenios a Alp Arslan. Tras la muerte de Alp Arslan en 1072 durante la campaña en el territorio de la región Transoxiana, su hijo y sucesor, Malik Shah, tampoco comenzaría con una invasión a la zona de Asia Central. No obstante, el conjunto de las tribus vasallas turcomanas estaban avanzando a posiciones de Asia Central para asentarse. Además, estas tierras eran perfectas debido a que los grandes terratenientes bizantinos las habían convertido en tierras perfectas para la práctica del pastoreo. Un familiar de Malik Shah, Suleiman ibn Kutulmish, se le encargó la tarea de anexionar dichos territorios para los turcomanos y para extender, en definitiva, los dominios del imperio selyúcida.
Los propios bizantinos, por una serie de rebeliones internas y conflictos que perduraron durante casi veinte años, facilitaron la invasión de los turcos en Asia Central. Tras la liberación de Romano y su llegada a Constantinopla, este se encontró con que su hijastro Miguel VII, le había arrebatado el trono. Romano intentó rehacerse con el trono, pero fue fácilmente derrotado. Le apresaron y le sacaron los ojos de una manera tan brutal que falleció a los pocos días después.
Las incursiones de los turcos en Asia menor comenzaron en serio a partir del año 1073. No obstante, no estaban muy organizadas por los siguientes motivos: Suleiman deseaba establecer un territorio bajo la autoridad de Malik Shah, sin embargo, otros gobernantes turcos menores querían anexionar plazas menores estableciéndose en el territorio de una manera semiautónoma. Por otro lado, se encontraban los turcomanos que sembraban el caos por los territorios, pero evitaban conquistar las ciudades. Esto supuso que quedaran aislados los gobernantes bizantinos y que las respuestas militares bizantinas desde las posiciones del oeste fueran muy difíciles. Por otro lado, las rebeliones en el Imperio bizantino se incrementaban y el emperador Miguel junto con dos generales, Isaac Comneno (sobrino del anterior emperador) y su hermano Alejo las hicieron frente sofocándolas. La guerra en Italia continuaba, sin embargo, el emperador Miguel veía como esa guerra era imposible de mantener y decidió enviar a un diplomático para emprender las negociaciones de paz con los normandos. Además, Miguel logró entablar relaciones diplomáticas con el papa Gregorio VII que, a su vez, consiguió mantener la estabilidad en la frontera occidental del Imperio.
No obstante, la situación en Anatolia era caótica. En 1078 una rebelión dirigida por Nicéforo Botaniates consiguió derrocar a Miguel y se proclamó como emperador. El papa Gregorio VII, al conocer la noticia de que su aliado Miguel había sido depuesto, excomulgó a Nicéforo. A pesar de todo, Nicéforo se tuvo que enfrentar con la familia de los Comneno y, al final, fue depuesto dejando el trono imperial vacante hasta que uno de los hermanos Comneno, Alejo, fue proclamado emperador. Alejo Comneno gobernaría el Imperio durante treinta y siete años y va a ser la figura política más audaz de su tiempo. No obstante, la situación del Imperio en 1081 era catastrófica e incluso parecía que no iba a poder sobrevivir. La situación administrativa era precaria: las arcas estaban vacías por las recientes rebeliones y la pérdida de Anatolia, la provincia que más riqueza aportaba al Imperio. Alejo, cuyo objetivo era recomponer una administración desbordada y rehacer el ejército y las flotas bizantinas, comenzó con una política fiscal que se basó en la subida de impuestos, en el expolio de tierras en propiedad de terratenientes y monasterios, castigando con multas económicas en vez de ingresos en prisión y vendiendo privilegios y títulos nobiliarios.
Las negociaciones de paz que se llevaron a cabo con los normandos por su predecesor Miguel VII, finalmente fracasaron debido a que se incumplió el acuerdo de matrimonio de la hija de Roberto Guiscardo, Elena, con Constantino (hijo menor del emperador Miguel VII). Esto supuso la vuelta a las hostilidades: Roberto Guiscardo atravesó el Adriático, desembarcó con todo su ejército en Aulona y marchó, posteriormente, hacia Dirraquio (capital de la provincia bizantina de Iliria) . Alejo tuvo que elegir contra qué enemigo lucharía primero. Pensando que los turcos requerirían muchísimo más esfuerzo y tiempo que los normandos, decidió emprender una campaña contra los normandos. No obstante, le llevó mucho más tiempo del que tenía en mente. En el verano de 1081, Roberto Guiscardo mantenía asediada la fortaleza de Dirraquio. Alejo envió refuerzos hacia la fortaleza para socorrerla, sin embargo, fueron derrotados y la fortaleza cayó en manos de Roberto en el mes de febrero del año 1082. La toma de Dirraquio le permitió afianzarse en el territorio, sin embargo, asuntos en los territorios italianos le hicieron regresar dejando una guarnición en los territorios anexionados en manos del general Bohemundo. Este derrotó en varias ocasiones al emperador Alejo, no obstante, la muerte de Roberto en el año 1085 supuso el fin de esta guerra debido a que sus hijos comenzaron a disputarse las herencias territoriales. Tras el fin de la guerra con los normandos, la autoridad del Emperador quedó restaurada en las provincias occidentales del Imperio. No obstante, durante estos cuatro años de guerra, las provincias orientales se habían perdido en favor de las incursiones de los turcos selyúcidas.
En el año 1085, el emperador Alejo, tras librarse de la amenaza normanda, se centró en el problema de la expansión turca en Asia central. El Emperador, mediante una política de numerosas intrigas, había conseguido mantener a los turcos en jaque enfrentándolos entre ellos. Por otro lado, Suleiman que había logrado conquistar Antioquía y avanzar sobre Alepo, fue asesinado. Tras la muerte de este, Alejo era capaz de comenzar con una política exterior mucho más agresiva. Por otro lado, Malik Shah murió en 1092 comenzando así, una guerra civil entre sus hijos. Parecía evidente que el poder selyúcida estaba pasando por apuros y parecía el mejor momento para actuar. Sin embargo, el ejército de Alejo era muy escaso, aunque contaba con una fuerte flota y unas arcas llenas, tenía muy pocas tropas a las que recurrir debido, en gran parte, a la pérdida de Anatolia.
En esta situación, Alejo se apresuró a enviar emisarios al papa Urbano II que, tras retomar las relaciones diplomáticas por el Concilio de Melfi en septiembre del año 1089, fueron recibidos en el Concilio de Piacenza en marzo del año 1095. En este Concilio los embajadores de Alejo describieron cómo el Imperio selyúcida estaba debilitado y que con unas pocas campañas militares podrían acabar con el. No obstante, exhibieron los problemas de la escasez de soldados que sufría Alejo y pidieron ayuda al papa Urbano II que enseguida se mostró dispuesto a formalizar una empresa lejana y santa que sería llevada a cabo por los caballeros de Occidente. Aunque el papa Urbano II accediera a socorrer a Alejo mediante la predicación de la cruzada en el Concilio de Clermont entre los días 18 y 28 de noviembre del año 1095, sería un error no añadir que desde la toma de Anatolia por los turcos selyúcidas, el camino hacia Jerusalén que debían tomar los peregrinos cristianos se hacía cada vez más complicado y era necesario llevar una escolta armada para protegerse de los ataques turcomanos. Es decir, la actuación de Urbano II fue doble: en primer lugar, restablecer las relaciones con Oriente y, en segundo lugar, proteger a los peregrinos y asegurar los caminos hacia los santos lugares anexionando sus plazas principales: Jerusalén y Antioquía. Es en este momento cuando se emprenden las famosas campañas militares promulgadas, mayoritariamente, por los Papas y que se desarrollarán hasta finales del siglo XIII: las Cruzadas.
Esta chupipiruleta de la buena la mejor. Si no fuera por las pintas del autor del articulo, seria brillante xD. No, en serio, muy buen articulo seguir así chicos.
[…] os hablábamos de la historia de Asia Menor historia en tiempos del Imperio Bizantino. Ayer realizamos un primer acercamiento de la historia de los jenízaros. Hoy continuamos nuestro […]
Un artículo magnífico que explica muy bien las vicisitudes de oriente. Enhorabuena.
[…] Tenemos un artículo que explica perfectamente la situación de oriente a finales del siglo XI escrito por nuestro compañero Davout, así que no es necesario ahondar profusamente en el marco político del momento. […]