La actual Estambul ha tenido muchos nombres a lo largo de su historia, pero aquellos más conocidos son su actual turco, Bizancio, y Constantinopla. Los cambios habidos no fueron cuestión de azar, sino que en muchas ocasiones tuvieron una profunda significación política. En otros ejemplos vemos muestras del asombro que esta urbe producía a sus visitantes. Todo a lo largo de más de dos mil ochocientos años de historia.

Nombres Antiguos y Medievales

Estambul es, junto con el distrito de Galípoli, la única población en Europa que se divide en dos continentes, separando su parte europea y asiática el estrecho del Bósforo. En el sitio se asentaron alrededor de inicios del primer milenio antes de Cristo los tracios locales, en una población que nombraron como Lygos, cuya existencia atestigua Plinio el viejo (Rackham, 1969: 153). Aunque en un inicio no fuese sino varias casas irregulares y una muralla mal colocada en una esquina de su península, el valor de su posición era total por su situación intermedia entre las rutas marítimas del Egeo y el Ponto Euxino (Mar Negro).

Con todo, un invitado inesperado irrumpió en el hogar de los tracios. Por el siglo VIIIa.C los griegos daban comienzo a su expansión colonial. Los procesos que llevaron a la colonización helena del Mediterráneo son muy extensos, pero en parte podrían simplificarse en una disputa entre partidarios aristócratas del previo sistema más restrictivo, y gentes de origen humilde enriquecidas por el comercio que querían tener su parte del poder. Una solución de consenso, en muchos casos, fue embarcar a aquellos descontentos/perdedores en la trifulca y que fundasen su enclave greco-parlante en un lugar alejado.

Mapa Colonización Griega
Mapa de las colonizaciones griegas en el que puede verse a Bizancio, uno de los nombres de Constantinopla. Fuente: http://eljoaquinvirtual.blogspot.com.

Independientemente de las peleas que dieron lugar a esas migraciones, las colonias y sus ciudades madre solían mantener (con excepciones) buena relación entre sí, incluso en algunos casos de dependencia. Las “metrópolis” no elegían el lugar de destino al azar, sino con fines comerciales estratégicos. En un inicio la colonización se centró en el sur de Italia y, en una segunda fase, comenzó la repoblación de las tierras alrededor del Mar Negro, de ahí la elección de usurpar la posición en el Bósforo. En este caso fue Mégara la atraída al lugar. Las costas de ese mar proporcionaban grandes riquezas mediante la exportación de cereales, madera o ganado. La pequeña polis de Mégara fundó en la zona colonias como Bizancio y Calcedonia (hoy en día Kadiköy, distrito de Estambul), con lo que rodeó el acceso al estrecho.

Con todo, las costas de la pequeña Βυζάντιον no tenían rival, y su posición estratégica en la punta de una península propia le dieron la ventaja frente a sus vecinas. Su nombre proviene, según el romano Diodoro Sículo, de su mítico fundador, el rey Bizas o Bizante, que le dio nombre a la ciudad en la que implantó su monarquía (Oldfather, 1967: 497). El origen real del nombre, en cambio, no se tiene tan seguro, partiendo de que no se sabe exactamente de la existencia de tal rey. Una posibilidad es que derivase de nombres locales o del verbo “buzō”, estrechar. La fecha de su fundación también es insegura, barajándose fechas entorno a 679 a.C o 667 a.C. Esta última usada más tarde para celebrar su milenio de existencia.

La ciudad fue creciendo, impulsada por su ininterrumpida prosperidad comercial y, con la expansión romana por la Hélade, finalmente cayó bajo su órbita. Primero como una ciudad aliada a los intereses romanos y, más tarde, como parte de la provincia de Tracia. Se llegó a dar el caso de un nuevo cambio de nombre con los emperadores Severo y Caracalla (193 – 217d.C), durante cuyos reinados se renombró como Augusta Antonina (en honor a Caracalla, realmente llamado Marco Aurelio Severo Antonino), pero fue perene. La población era, y se mantendría hasta el s.XVI, de mayoría greco-parlante, y el nuevo nombre no sobrevivió a su emperador, revirtiéndose el cambio a su muerte (Ehrlich, link en bibliografía).

El siguiente cambio se dio a inicios del s.IV. El emperador Constantino consiguió, tras su victoria frente a Licinio, emperador en la mayor parte del occidente romano, ser coronado en solitario. Con ello terminaba la anarquía militar que dominó al Imperio desde el fin de los Severos. Este nuevo emperador también tuvo planes especiales para la ciudad de Bizancio. Si bien en un inicio se dudó en la elección con ciudades como Tesalónica u otras en los Balcanes, Bizancio fue la elegida para albergar la cátedra imperial de ahí en adelante, con la primacía que ello suponía. Durante seis años, desde 324 a 330, se dieron largos trabajos con un gran contingente de trabajadores esclavos para remodelar la futura capital a la altura debida. Se agrandó y embelleció hasta conseguir su objetivo.

La nueva ciudad fue llamada Nueva Roma (o Altera Roma) desde 326, aunque como el nombre de Severo, sobreviviría poco más allá del ámbito eclesiástico. Con todo, su elección es muy reveladora. Bizancio también era una ciudad situada en una posición clave, con siete colinas como tenía Roma en sus orígenes (a lo que también fue llamada Επτάλοφος, «siete colinas»); y durante su remodelación se buscó imitar la gloria pasada de la capital imperial. Se buscaba una sustitución perfecta, si no mejor, para encabezar al estado. Al menos tal era la intención de Constantino. Pero, si bien ese primer nombre no llegó a cuajar, sí lo hizo el de Constantinopla (Κωνσταντινούπολις), la ciudad de Constantino, que en adelante se situó como el oficial para la urbe (Southern, 2001: 181).

Mapa de los pasos evolutivos de Constantinopla, donde se ve su etapa colonial.
Mapa de los pasos evolutivos de Constantinopla, donde se ve su etapa colonial. Fuente: wikipedia.

La ciudad, de ahí en adelante, actuó como capital del Imperio mientras duró su unidad, y como capital de su parte oriental cuando volvieron a dividirse. Tal situación de centralidad y protagonismo se ejerció casi sin interrupción. La anomalía pudo ser entre los años 663 y 668, en los que la capital de facto se situó en Siracusa durante el reinado de Constante II. Este emperador, atenazado por la ofensiva árabe al Imperio y la progresiva pérdida de poder en Italia, trató con su alejamiento del caos constantinopolitano de poner orden, pero su dramático alzamiento de impuestos en la isla propició su asesinato (Norwich, 215, Cap. 3).

La población greco-parlante de la ciudad de Constantinopla se consideró a sí misma como romana hasta el fin del Imperio (e incluso tiempo tras ello), pero podía haber una diferenciación. Un romano podía ser tesalonicense, proveniente de la ciudad de Tesalónica, pero aquellos provenientes de la capital se reconocían como romanos “bizantinos”, ya que el viejo nombre siguió parcialmente en uso. Al final, una costumbre llevada a cabo durante más de un milenio siempre adquiere un gran arraigo.

Por otro lado, hemos de destacar el tamaño que la ciudad de Constantinopla tuvo alrededor de su historia, ya que ésto sería también motivo del nacimiento de otros tantos nombres. El Imperio de los Romanos a mediados del s.IV albergaba aproximadamente a unos 30.000.000 de habitantes. Esa cifra se redujo considerablemente tras la pérdida de las provincias de Egipto y Siria, desurbanizándose parcialmente el Imperio. Con todo, la capital oriental llegó a albergar un mínimo de 400.000 personas en esos momentos, pudiendo tener varios cientos de miles más (Laiou, Morrison, 2007: 24, 130). Tal población no fue alcanzada por ciudades como París hasta un milenio más tarde, es por ello normal que la gente de la época estuviese justamente sorprendida por su tamaño.

Uno de los nombres referentes a su enormidad que se constatan es el que las gentes procedentes de Escandinavia y, sobre todo, la guardia varega le confirió a la ciudad. Era Miklagard, la “gran ciudad”. Los escandinavos (y, con ellos, luego los eslavos), llegaron hasta las tierras del Imperio remontando los grandes ríos de las llanuras de Rusia, entrando los primeros de ellos al servicio imperial tan pronto como el s.IX. Fue en el año 988 cuando se formalizaría y perpetuaría el cuerpo de los Varegos con el envío de seis mil hombres del Principado de Kiev en ayuda de Basilio II en sus guerras (D’Amato, 2010: 3, 4).

Estos hombres provenían o bien de Escandinavia o bien, más probablemente, de las estepas de la actual Ucrania. El mayor asentamiento que hubieran podido llegar a ver en su vida poseía unos cuantos miles de habitantes y estaba construido mayormente de madera. Es normal que la impresión recibida fuese enorme. Tal fue el alcance de la fama del gran tamaño y suntuosidad de la ciudad que la denominación se integró en el idioma. Buena parte de los estados escandinavos adoptaron más tarde el conocido “Istanbul”. Por su lado, los islandeses mantuvieron la vieja denominación, con lo que hoy en día se sigue llamando Mikligarður.

La versión eslava de la denominación de Constantinopla alude más a su estatus imperial, y no tanto a su tamaño. Se ha de tener en cuenta que tanto los búlgaros por su lado, como los eslavos de Kiev, encabezados por el príncipe Vladimir I desde 988, eran cristianos ortodoxos, con lo que su cabeza religiosa era Constantinopla (Herrin, 2007: 214). Desde las poblaciones eslavas de un punto u otro siempre se observó con admiración a esa urbe, bien por la riqueza que ostentaban sus monarcas, bien por su celo religioso.

Fue a raíz de ello que tuvieron lugar denominaciones como Zarigrado, la ciudad del zar/césar, y derivados que hacían referencia a su realeza como «Ciudad Real». Tal fue la obsesión de los rusos con la ciudad que, tras su caída frente a los turcos, llegaron a considerar Moscú como la “Tercera Roma” (con Constantinopla como la segunda), y a los rusos ortodoxos como los sucesores de su Imperio (Figes, 2012: 50, 68).

Tropas de los Rus de Kiev sitiando Constantinopla en 860, a la que llamaban "Zarigrado".
Tropas de los Rus de Kiev sitiando Constantinopla en 860, a la que llamaban «Zarigrado». Fuente: wikipedia.

También hubo diferentes variantes alrededor del mundo más allá del este europeo. Por el occidente, en tierras de Italia o de la Corona de Aragón podemos encontrar muchas veces ejemplos de etimologías ficticias bastante curiosas. Destaca en ello la cancillería real, que creó la denominación de Constantini Nobile y derivados romances, donde se le adhería por pura similitud sonora el adjetivo de noble al nombre del emperador Constantino:

Rey muyt caro e muyt amado sobrino certificamos vos que el emperador de Constantin nobla evía a vos un mesatgero suyo por algunos afferes tocantes ell e el imperio suyo […]
(1401 enero 15, Barcelona ACA, Cancillería reg. 2211, f. 39r)

Desde las ciudades de occidente (y en parte en Oriente) también se adoptaron no pocos apodos para referirse a la ciudad. Entre ellos el más conocido puede ser la Reina o Emperatriz de las Ciudades (Βασιλευουσα), nuevamente aduciendo a su gran tamaño. No por nada Constantinopla se concibió en tiempos cristianos como una nueva Jerusalén, y el apodo fue usado por no pocos eruditos de la época.

Puede parecer que la denominación a secas como “ciudad” sea poco imaginativa, pero realmente es la mejor muestra de lo que representó. Ya no hablamos de una época de grandeza en su cénit poblacional (entre los ss.V-VI), sino que incluso en tiempos de Basilio II o Alejo I (ss.X-XII) su población siguió superando las cien mil personas sin dificultad. Y, por su capitalidad, concentró en su centro a la administración, los diferentes procesos religiosos, a aquellos más adinerados, la mayoría del comercio, y la política, entre otras muchas cuestiones. Ciudades como Esmirna o Adrianópolis poseían urbes considerables, pero nada podía compararse a La Ciudad.

Ese fue el nombre predominante entre la población greco-parlante local, “La Ciudad” o, como será más conocida, “εις την Πόλιν” (eis tin pólin). Con el “tin” tenemos el acusativo indicando una posición con el «eis», utilizado en casos tan comunes en el griego medieval como:

– Που πηγαίνεις τώρα; (¿Dónde vas?)
– Πηγαίνω εις την πόλιν. (Voy a “La Ciudad”)

Tal denominación se escucha tan pronto como a finales de la Edad Antigua. Se uso ininterrumpidamente hasta la dominación turca otomana, momento en el que ocurrió un curioso proceso fonético. Hay que tener en cuenta que el contacto entre las gentes de etnia túrquica y los habitantes del Imperio era una cuestión que se remontaba a muchos siglos previa caída de la capital. Éstos fueron mercenarios al servicio del emperador o de su enemigo (según quien pagase más) durante mucho tiempo. Su convivencia llegó a ser perfectamente factible, con incluso turcos cristianos. Se llegó a casos curiosos como el de Juan II Comneno, cuyo más cercano consejero era un turco que se crio con él desde su infancia llamado Juan (Bucossi, 2016: 112).

Nombres Modernos y Contemporáneos

En la fonética turca ocurre en muchas ocasiones que la “p” griega se transforma en una “b”. Por tal razón el “stin pólin” griego que ellos conocían se iría transformando; stin bolin > stan bulin > Istambul. Igual ocurre con Galipoli, que en turco es «Gelibolu». En más de una ocasión puede escucharse que con la conquista otomana la ciudad cambió de nombre a Estambul, pero hay indicios de que tal cuestión se debe o bien a una confusión, o bien a un breve lapso de tiempo. De hecho, los turco-parlantes en los primeros momentos de su toma siguieron siendo minoría en la ciudad,  simplemente se adaptaron a las formas locales.

El nombre por el que hoy en día todo el mundo conoce a la ciudad no es sino la evolución de la denominación popular greco-parlante. Otras versiones dictan un posible origen venido de “Islampoul”, ciudad del Islam, usado brevemente por Mehmed II tras su conquista, pero es muy posible que fuese un breve uso aprovechando la denominación previa con la que casi coincidía fonéticamente.

Por su lado, el oficial Constantinopla no fue abandonado tampoco tras la conquista turca, sino que simplemente fue adaptado. Al igual que la anterior versión, la forma turquificada se uso mayormente en documentos escritos y oficiales, mientras que la población local mantuvo su denominación propia. Esa versión adaptada fue la de Constantiniya (قسطنطينيه), que fue usada formalmente hasta la misma caída del Imperio Otomano (1922). Su uso oficial sólo se abandonó en el año 1930, momento en el que Kemal Atatürk oficializó el actual Estambul. El nombre anterior se asociaba en exceso al pasado imperial (en referencia a los sultanes) del lugar y simplemente se prefirió eliminarlo.

Entre nombres y apodos alrededor del mundo, la ciudad de Estambul posee más de una docena de denominaciones a lo largo de su historia. Cada pueblo que la dominó la llamó de una forma diferente, y otros tantos gobernantes quisieron que se llamase en su honor. Hoy en día existe la polémica en torno al uso político de sus nombres. Lo que es seguro es que Estambul va a dar de sí durante unos cuantos siglos más, con lo que nadie puede descartar que la lista aumente.

Vista de Hagia Sofía
Vista de Hagia Sofía, de Arild Vågen.

Bibliografía:

  • Bucossi, A. Rodríguez, A. (2016). John II Komnenos, Emperor of Byzantium. England: Routledge.
  • D’Amato, R. (2010). The Varangian Guard 988 – 1453. England: Osprey Publishing.
  • Diodoro Sículo, traducción de Oldfather, C. (1967). Diodorus of Sicily. England: Harvard University Press.
  • Ehrlich, B. Istanbul. https://www.britannica.com/place/Istanbul#ref108649
  • Figes, O. (2012). Crimea, la primera gran guerra. España: Edhasa.
  • Herrin, J. (2007). Byzantium. The Surprising Life of a Medieval Empire. New Jersey: Princeton University Press.
  • Laiou, A. Morrison, C. (2007). The Byzantine Economy. England: Cambridge University Press.
  • Norwich, J. (215). Sicily: an island at the crossroads of history. New York: Random House [epub]
  • Plinio el Viejo, traducción de Rackham, H. (1969). Natural History II. USA: Harvard University Press.
  • Southern, P. (2001). The Roman Empire from Severus to Constantine. England: Routledge.

 

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