El nombre de Nicolae Ceaușescu despierta en Occidente la idea de uno de los regímenes más cerrados de Europa del Este, nacido de los tanques soviéticos y caído por el hartazgo de su propio pueblo. Sin embargo, frente a la actual imagen negativa, durante años Rumanía destacó por su imagen de nación rebelde a Moscú. Se situó a la vanguardia de su Bloque en cuanto a relaciones con Occidente, donde Ceaușescu mantuvo la imagen de un «Tito rumano» de talante aperturista.

El siguiente artículo realizará un recorrido por los 24 años en los que Nicolae Ceaușescu se mantuvo al frente del gobierno de Rumanía. Este estuvo marcado por un ultranacionalismo que fue superando cada vez más al propio marxismo y un proyecto de plena independencia y autosuficiencia nacional que terminó en profunda crisis. El recorrido terminará con la Revolución Rumana de 1989, el primer derrocamiento de un gobierno televisado en directo. Sin embargo, dejó tras de sí gran cantidad de incógnitas que llegan a cuestionar hasta su propia definición como revolución.

La República Popular de Rumanía

Tras el derrocamiento de Ion Antonescu, aliado del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial, se produjo la victoria electoral de un Frente Popular constituido por comunistas, socialdemócratas y otras fuerzas de izquierda. Su triunfo supuso la abdicación del rey Miguel I y la proclamación de la República Popular de Rumanía en 1948. Ésta quedó dirigida por dicho frente popular, que pasaría a denominarse Partido Obrero Rumano.

Durante su primera década de existencia, la República Popular de Rumanía mostró un pleno alineamiento con Moscú, tanto política como culturalmente. Se fundó un Museo Rumano-Ruso, que ensalzaba la amistad entre ambos países, y se trató de difuminar la latinidad de la lengua rumana en favor de un origen mayormente eslavo. Se impuso en 1953 una reforma ortográfica destinada a eliminar los supuestos excesos latinos del idioma (Veiga, 2002: 189-190).

Sin embargo, a inicios de la década de 1950, Rumanía comienza un sutil distanciamiento con la Unión Soviética. Internamente se estaba produciendo una pugna por el control del Partido entre la facción de los «autóctonos» y los «moscovitas». Los primeros permanecieron en Rumanía durante la guerra. Los segundos habían pasado la contienda en Moscú y regresaron a Rumanía tras el derrocamiento de Antonescu. Gheorghe Gheorghiu-Dej, dirigente del Partido y miembro de la facción «autóctona» supo utilizar en su favor tanto las purgas estalinistas como las purgas desestalinizadoras posteriores a la muerte de Stalin en 1953 para derrotar a la facción «moscovita». De este modo, apartaba de la escena política a personalidades como Ana Pauker (conocida como la «Pasionaria rumana») y Vasili Luka (Veiga, 2002: 190; Ferrero, 2006: 154).

El distanciamiento de Rumanía con la URSS se hará definitivo a inicios de la década de 1960, cuando comience a afianzarse un cierto nacionalismo en el terreno cultural que llevará a la desaparición de las instituciones rusorrumanas y una vuelta a la latinización del rumano (Veiga, 2002: 190-191). Este programa de desrrusificación vino acompañado del inicio en 1960 de un Plan de Desarrollo volcado en la industria pesada.

FotografíaFotografía de Gheorghe Gheorghiu Dej
Gheorghe Gheorghiu Dej. Museo de Historia Nacional de Rumanía.

La máxima ruptura con el PCUS se producirá cuando Nikita Kruschev anuncie el llamado Plan Valev para la «división internacional socialista del trabajo». Según este plan Rumania, junto a otros países del COMECON (Consejo de Asistencia Económica Mutua), debía contribuir a la dinámica económica colectiva con sus materias primas específicas, dejando en manos de otros países la elaboración industrial (Veiga, 2002: 191). En 1963, Kruschev anunció a los rumanos durante la XVIII sesión del COMECON que deberían abandonar sus esfuerzos por industrializar el país. Bucarest se opuso firmemente a esta idea declarando que no quería ser «la gasolinera ni el almacén de comestibles» del Bloque Oriental (Ferrero, 2006: 154).

Iniciará así una pugna que llevó a la publicación por parte de Bucarest de una resolución en abril de 1964 en la que se denuncian las prácticas de Moscú hacia los demás estados del Bloque. La destitución de Kruschev ese mismo año y la disputa sino-soviética contribuyeron a que la URSS diera su brazo a torcer. Quedaba Rumanía con libertad para continuar su política independiente y abierta de cara a las relaciones diplomáticas y comerciales con occidente (Veiga, 2002: 191-192).

Las pugnas entre Bucarest y Moscú por la independencia política y económica de Rumania sirvieron para despertar las simpatías de los gobiernos occidentales. Estos vieron en Rumania a uno de los países más nacionalistas del Bloque Oriental, junto con Yugoslavia. Se llegó a comparar a Gheorghiu-Dej con De Gaulle, pues ambos deseaban una independencia política para sus naciones que sobrepasara los límites de sus respectivos bloques. El propio De Gaulle se encontraba entre quienes veían la actitud de Rumanía como una muestra del resquebrajamiento de la influencia soviética a la que había apoyar (Ferrero, 2006: 154-155).

Años dorados de Ceaușescu: desarrollo económico y nacionalismo

El 19 de marzo de 1965 fallecía Gheorghiu-Dej. Tres días después, el 22 de marzo, Nicolae Ceaușescu era elegido sucesor al frente del Partido. Ese mismo año el Partido Obrero cambió su denominación a Partido Comunista de Rumania (PCR) y se aprobó el 21 de agosto una nueva constitución. En ella, el país dejaba de denominarse República Popular para denominarse República Socialista (VVAA, 1977: 51). Se reafirmaba así la independencia rumana sobre el resto del bloque y se situaba al Partido Comunista Rumano como a un igual con respecto al PCUS (Ferrero, 2006: 156).

La elección de Ceaușescu como nuevo secretario general del Partido no sería oficializada por la prensa hasta julio, cuando con motivo del IX Congreso, Scînteia, órgano de prensa del Partido, abra en primera plana con el discurso inaugural del nuevo líder (Veiga, 2002: 193). El 9 de diciembre de 1967 Ceaușescu quedó definitivamente al frente del país al ser elegido Presidente del Consejo de Estado por la Gran Asamblea Nacional (VVAA, 1977: 51).

Desarrollo económico y bienestar social

Se esperaba de Ceaușescu una continuidad de las tendencias iniciadas por Gheorghiu-Dej, cosa que hizo durante los primeros años. Continuó con el programa de industrialización intensiva encaminado a la autosuficiencia económica del país que desde 1959 ya había duplicado la producción industrial (Ferrero, 2006: 155) y había reducido la población campesina de un 78% a finales de los años 40 a un 61% en 1966 y un 49% hacia 1971 (Veiga, 2002: 196). Sin embargo, para Rumania, a semejanza de otras repúblicas populares del Este, la industrialización no supuso la total ruptura social con el campo. Los campesinos regresaban periódicamente a las aldeas o residían en ellas, desplazándose diariamente a la ciudad en una práctica denominada naveta. Ésta permitía a los rumanos ejercer como campesinos y obreros al mismo tiempo y beneficiarse de ambos ámbitos socioeconómicos (Veiga, 2002: 197).

Durante todo el periodo socialista se fueron fundando además universidades en ciudades pequeñas de Rumanía como Craiova, Brașov o Galați que sirvieron para formar a grandes profesionales altamente cualificados, como ingenieros, economistas, planificadores o juristas, muy necesarios para el proyecto de industrialización y desarrollo del país (Veiga, 2002: 197-199). La sanidad rumana también alcanzó grandes mejoras y reconocimiento por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS). En mayo de 1969, Marcolino Candau, Director General de esta organización, visitó Rumanía y declaró que las visitas del personal de la OMS a diversos establecimientos hospitalarios rumanos habían suscitado una impresión extraordinariamente buena (Ferrero, 2006: 158).

Las profundas transformaciones sociales y económicas se tradujeron en una mejora sustancial de las condiciones de vida de los rumanos. El crecimiento económico permitió unos mayores salarios que, combinados con los beneficios que el Estado socialista ofrecía (asistencia médica gratuita, pensiones, educación universal gratuita a todos los niveles, etc.) supusieron un salto revolucionario en comparación con la situación de la población rumana anterior a la Segunda Guerra Mundial (Veiga, 2002: 200). Así mismo, se permitieron ciertas retribuciones extra para los campesinos, los cuales comenzaron a producir más. Al mercado de consumo rumano se sumó una apertura a los productos occidentales. También la llegada de su cine y su música, llegando cantantes pop como Cliff Richard a dar conciertos en Bucarest (Veiga, 2002: 194).

El crecimiento económico y el bienestar social que se desarrollaron durante la que pasó a ser recordada como «época dorada» fueron dos factores fundamentales para el afianzamiento de la popularidad de Ceaușescu. No obstante, no puede comprenderse el apoyo generalizado a Ceaușescu sin hablar de su principal recurso discursivo: el nacionalismo.

Discurso nacionalista

El nacionalismo fue el principal elemento que diferenció al «modelo rumano» de construcción del socialismo. A diferencia del modelo yugoslavo, no generó ningún gran cambio de tipo económico ni modificó las estructuras o las formas productivas (Veiga, 2002: 195). Prácticamente desde el primer año de Ceaușescu en el poder se comenzaron a introducir ciertas dosis de nacionalismo en la política y cultura rumanas. Se rodaron películas de temática histórica que exaltaban a las glorias nacionales. También se restauraron estatuas de grandes héroes de la nación e incluso se encargó una réplica de la Columna de Trajano. Se llevó a cabo una revisión de la historia rumana en los libros de texto escolares y se celebraban grandes recreaciones del pasado heroico del país (Veiga, 2002: 193-194).

Años después, durante la década de 1980, Ceaușescu llegará a proponer el traslado de la capital de Bucarest a Tîrgoviște capital de los voivodas valacos. De ella destacó Vlad Țepeș «el Empalador», conocido como Drácula gracias a la obra de Bram Stoker. Lejos de la imagen del Drácula cinematográfico fue considerado en la Rumanía de Ceaușescu como un personaje modélico, duro y disciplinado nacionalista (Veiga, 2002: 233).

Con este tipo de relatos nacionalistas pudieron justificarse medidas que de otra manera podrían haber sido calificadas fácilmente de reaccionarias. En 1966 se volvió a ilegalizar el aborto, el cual había sido legalizado en 1957 para igualarse con el resto de los países del Bloque Soviético. Ceaușescu pretendía con esta medida detener la tendencia decreciente de la natalidad, de la cual culpaba al aborto (Galán, 2017: 451). La medida no solo penalizaba con multas y cárcel la práctica del aborto para todas aquellas mujeres que lo practicasen y aquellas personas que las ayudaran, sino que también prohibía el uso de métodos anticonceptivos (Galán, 2017: 452).

La medida vino justificada como una manera de garantizar el cumplimiento de los deberes con la patria, la cual requería de una población joven y numerosa para la construcción del socialismo. Se apoyaba además en relatos nacionalistas, como el de Vranciolaia, madre de 7 hijos que había contribuido a la victoria de Esteban el Grande frente a los invasores (Galán, 2017: 454).

Checoslovaquia: Ceaușescu se rebela contra Moscú

El momento álgido de la popularidad de Ceaușescu se produjo en 1968 con la intervención soviética en Checoslovaquia. Este país había tenido como importante modelo a Rumanía. De ella admiraban su desarrollo independiente y el aperturismo político que estaba experimentando por aquellos años y su capacidad para actuar al margen de la Unión Soviética sin colmar su paciencia. Sin embargo, Checoslovaquia trató de hacer en pocos meses lo que Rumanía había tenido que ir gestando en muchos años, provocando la alarma en Moscú; alarma que se vio intensificada cuando tanto Rumanía como Yugoslavia mostraron su apoyo al proyecto de «socialismo de rostro humano» checoslovaco (Veiga, 2002: 204-205).

La entrada en agosto de 1968 de los tanques soviéticos en Praga supuso un episodio desastroso políticamente para todo el movimiento comunista internacional. Para los dirigentes rumanos la invasión era la antesala del castigo que les esperaba tanto a ellos como a los yugoslavos. Se comenzaba a ver venir cómo los soviéticos desmembrarían Transilvania tras la invasión para ofrecer los restos a Hungría, la cual se mantuvo leal a la URSS (Veiga, 2002: 205).

En esta coyuntura, Ceaușescu supo lograr una increíble cohesión de la nación rumana en torno al gobierno y al Partido. Al día siguiente de la invasión se convocó un multitudinario mitin en Bucarest, en el que Ceaușescu condenó vehementemente la intervención soviética, rechazó la Doctrina de Soberanía Limitada de Brézhnev, se negó a aceptar el carácter supranacional del Pacto de Varsovia y del COMECON y afirmó que si el invasor traspasaba algún día las fronteras de Rumanía encontraría a los rumanos preparados para resistir (Veiga, 2002: 225; Ferrero, 2006: 159).

A estas declaraciones le sucedieron enormes manifestaciones espontáneas en apoyo al líder rumano frente la actitud injerencista de Moscú. Tras ellas, llegaron peticiones masivas para ingresar en el Partido, incluso provenientes por parte de antiguos opositores.  Se crearán milicias denominadas Guardia Patriótica, conformadas por obreros dispuestos a todo por defender la soberanía de Rumanía (Veiga, 2002: 225).

No fue necesario ningún sacrificio por la nación, pues los tanques soviéticos nunca aparecieron por la frontera. Durante el periodo comprendido entre 1968 y 1972 se vinieron produciendo acercamientos entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. A ello se sumaba el reconocimiento por parte de Alemania Occidental de las fronteras surgidas tras la Segunda Guerra Mundial. Atacar a países como Rumanía no hubiera reportado ningún beneficio a la URSS (Veiga, 2002: 206-207). Cabe considerar que, por aquellos años, estaba adquiriendo amplia popularidad internacional como fruto de su abierta política exterior.

Fotografía de Ceaușescu pronunciando un discurso frente a una gran multitud en Bucarest en el que condena la intervención soviética en Checoslovaquia.
Ceaușescu pronunciando el discurso en el que condena la intervención soviética en Checoslovaquia (21 de agosto de 1968). Archivo Nacional de Rumanía (Fototeca online a comunismului românesc, cota: 175/1968)

Política exterior abierta y popularidad internacional

La posición internacional de Rumanía destacó por su complejidad y frecuente incomprensión por parte de los observadores extranjeros. El interés de Ceaușescu por desarrollar una economía lo más autosuficiente posible superó las fronteras ideológicas del Telón de Acero. Le llevó a mantener relaciones con una amplia variedad de países de ambos bloques, de los que obtendría el apoyo científico y comercial necesario para lograr su gran desarrollo.

Posición internacional del PCR

Como ya se ha mencionado, en el Congreso del Partido Comunista Rumano de 1965 el Partido reafirmó definitivamente su autonomía con respecto al PCUS. En este congreso, se presentó una postura propia dentro del movimiento comunista internacional. El PCR se situaba equidistante dentro del conflicto existente entre el PCUS y el Partido Comunista Chino. Defendía la importancia de la unidad de los partidos comunistas siempre y cuando ésta se desarrollase dentro del respeto a la independencia de cada uno. Se reafirmó en su autonomía sobre el campo económico y su fomento de las relaciones técnicas y comerciales con Occidente sobre la base de la conveniencia recíproca y sin ningún compromiso político defendiendo así una autonomía para Rumanía que le permitiese mantener relaciones con cualquier país sin necesidad de comprometerse a una fidelidad incondicional con ninguno de sus respectivos bloques internacionales (Ferrero, 2006: 156).

En 1967, Scînteia publicaba los principios básicos de cómo debían relacionarse los partidos comunistas según el Comité Central del PCR. Éste defendía que el Partido no podría desarrollarse con normalidad mientras se sometiera a un órgano coordinador internacional que estableciera normas de conducta obligatorias (en referencia al antiguo Komiform). Las relaciones entre los diferentes partidos comunistas dependerían de la aceptación o no de sus diversos puntos de vista, siendo importante aceptar las diferencias (Ferrero, 2006: 156).

En febrero de 1969 el ministro de asuntos exteriores Corneliu Mănescu definía el eje discursivo fundamental de la política internacional rumana. Este se resumía en mantener relaciones tanto con los países socialistas como con los de diferente sistema socioeconómico ampliando las relaciones diplomáticas, económicas y culturales de todo tipo; ayudar a los países recientemente descolonizados y solidarizarse con ellos en su lucha por la independencia; lograr la cancelación de la OTAN y del Pacto de Varsovia; luchar por el reconocimiento de las fronteras establecidas tras la Segunda Guerra Mundial y lograr un acuerdo de reducción de armamento a través de una Conferencia de Seguridad Europea e integrarse en las organizaciones internacionales (Ferrero, 2006: 157).

Fotografía de Coreneliu Mănescu, ministro de Asuntos Exteriores Rumano y Presidente de la Asamblea General de la ONU,
Corneliu Mănescu, ministro de Asuntos Exteriores Rumano y Presidente de la Asamblea General de la ONU (1967). Hulton Archive.

Todos estos puntos acabarían recogidos en marzo de 1969, en la carta «De los Estados miembros del Pacto de Varsovia a todos los Estados Europeos» en un intento de la URSS de enmendar la imagen negativa que había dado al mundo tras su intervención en Checoslovaquia. Ésta contrastaba con el apoyo internacional que había recibido Rumania tras su manifiesta postura de condena. La influencia de Ceaușescu entre los países del Pacto de Varsovia con su condena tajante de los acontecimientos de Praga fue tal que se podía observar «la mano de los rumanos» en el texto, pues la convocatoria de la Conferencia de Seguridad Europea era una de las prioridades del dirigente rumano (Ferrero, 2006: 157).

La lucha por la convocatoria de esta conferencia fue compartida por el presidente finlandés Urho Kekkonen (Ferrero, 2006: 162). Éste, finalmente, terminó acogiéndola en el Foro de Helsinki de 1975. De éste saldría el Acta de Helsinki, la cual recogía algunos de los objetivos que siempre había defendido Ceaușescu. Entre ellos, destacaba consagración de las fronteras surgidas de la Segunda Guerra Mundial y el acuerdo de no intervención en los asuntos internos de otros países. Con ello, se daba al traste con la doctrina de la Soberanía Limitada de Brézhnev suponiendo, en definitiva, un gran triunfo para Ceaușescu (Ferrero, 2006: 166).

Como se ha dicho anteriormente, el principal objetivo de la política internacional rumana era el de conseguir un rápido desarrollo económico y tecnológico que asegurara su plena independencia y autosuficiencia. Para 1966, Rumanía ya había alcanzado una agricultura fértil y realmente mecanizada y su desarrollo industrial le había permitido ir sustituyendo la exportación de materias primas por las de manufacturas. Entre ellas, destacaron tractores, siderurgia, gasolinas y madera transformada (Ferrero, 2006: 159).

Este crecimiento iba a ser continuado por Ceaușescu, quien buscará en las relaciones con Occidente una vía de adquisición de la mejor tecnología industrial que permitiera a Rumanía posicionarse a la cabeza industrial del Bloque del Este, lo cual repercutiría en una mayor independencia con respecto a la URSS y el COMECON y en un mayor apoyo y reconocimiento internacional. Este último elemento, el del reconocimiento internacional, iba a permitir a Ceaușescu conseguir otro de sus objetivos diplomáticos: erigirse como líder del Bloque del Este en lo referente a la comunicación entre el mundo socialista y el mundo capitalista, para lo cual era indispensable lograr afinidades en Occidente (Ferrero, 2006: 161).

Relaciones con Occidente

Sin duda las consiguió. Rumanía logró alcanzar acuerdos económicos y científico-técnicos con varios países de la Europa Occidental y con los propios EEUU, interesados en atraerse a países del bloque oriental para ir logrando su distanciamiento de la Unión Soviética y su desapego al sistema comunista en general (Ferrero, 2006: 160). La visita de Richard Nixon en agosto de 1969 supuso la primera visita oficial de un presidente norteamericano a un país del Bloque del Este. Sin embargo, ésta visita no sirvió para que Rumanía lograra convertirse en la nación más favorecida, pues un tiempo más tarde se acusaría al país de suministrar ayuda a Vietnam del Norte (Veiga, 2002: 225-226).

Hubo que esperar al final de la Guerra de Vietnam en 1975 para que Rumanía pudiera ser declarada la «nación más favorecida» por los EEUU (Ferrero, 2006: 158). Destacan especialmente las relaciones con Bélgica, Francia y la Alemania Occidental. Con Bélgica, Rumanía no solo logró llegar a un Acuerdo de Cooperación Económico-Industrial en 1968, sino que también recibió la Gran Cruz de la Orden de la Corona de manos del rey Balduino por «su dinamismo económico e iniciativas internacionales a favor de la paz» (Ferrero, 2006: 163).

En ese mismo año visitó Rumanía el presidente francés Charles de Gaulle. De Gaulle se veía a sí mismo como el protagonista en Occidente de la distensión y la coexistencia pacífica y de la lucha por una «Europa de los Estados» frente a la «Europa de los Bloques» y encontraba en Ceaușescu a su homólogo oriental al igual que lo había sido Gheorghiu-Dej. En su visita, llegó a proponer «la asociación de Rumanía a la construcción europea en torno al Mercado Común». Era la primera vez que se proponía a un país del bloque comunista (Ferrero, 2006: 161).

Dos años antes de llegar ser canciller de la Alemania Federal, Willy Brandt realizó una visita a Rumanía. Ésta se saldó en cuatro acuerdos entre los dos países: consular, cultural, de turismo y de coproducción cinematográfica. No solo fue el primer acuerdo consular que firmaba Rumanía con un país de Europa Occidental, sino que también situó al país como el primer Estado del Este en intercambiar embajadores con la Alemania Occidental. (Ferrero, 2006: 163-164).

Un país con el que Rumanía no mantuvo una postura amistosa fue la España de Franco. Desde hacía años se había instalado en el país balcánico la Radio España Independiente, conocida popularmente como La Pirenaica. Desde allí se emitía contenido subversivo hacia la otra punta de Europa contando con la ayuda y apoyo del gobierno de Bucarest. Éste siempre respetó su independencia como órgano de un Partido Comunista ajeno en virtud del derecho siempre defendido del PCR de que cada Partido elaborase su táctica y su estrategia con plena independencia y sin injerencias externas (Mendezona, 1995: 371-373).

Las relaciones entre el PCE y Ceaușescu protagonizaron una de las anécdotas más conocidas sobre el PCE en la Transición. Tras la legalización del Partido Comunista en España y el regreso de sus dirigentes, la cúpula del Partido consideró que su Secretario General, Santiago Carrillo necesitaría de un vehículo blindado para desplazarse. Es en este momento en el que Ceaușescu opta por ofrecerle lo único que tenía: un Cadillac 75 Imperial blindado que había pertenecido anteriormente al rey Miguel I y que sería bautizado posteriormente como «Carrillac» (El Mundo, 2017). Dos años después, en mayo de 1979, Ceaușescu se convertiría en el primer presidente del campo comunista en realizar una visita oficial a España. Fue recibido por el rey Juan Carlos I y por el presidente Adolfo Suarez (El Pais, 1979).

Relaciones con Oriente Próximo

La política exterior rumana sufrió críticas e incomprensiones por su ambigüedad en el Próximo Oriente. Tras defender incansablemente el cumplimiento de las resoluciones de la ONU posteriores a la Guerra de los Seis Días que había dejado a los palestinos sin territorio, Ceaușescu rehusó romper relaciones con Israel cuando todo el Bloque del Este lo hizo. Se limitó a reducir o congelar las relaciones económicas con Israel. Criticó tanto a Israel como a la República Árabe Unida. Afirmaba que, si el primero debía hacer concesiones, la posición intransigente de los sirios tampoco era oportuna. Pero esto a su vez no le impidió intensificar relaciones económicas con la RAU.

Finalmente, en 1969, Rumanía estableció plenas relaciones diplomáticas con Israel. El embajador de la RAU en Rumanía fue llamado a consultas. También se retiraron las misiones diplomáticas de Irak, Sudán y Siria de Bucarest (Ferrero, 2006: 165). Durante la década de 1970 Ceaușescu logrará mantener estrechas relaciones con el Sha de Irán, Mohammad Reza Pahleví, y mantener las relaciones comerciales con Irak (Veiga, 2002: 229).

Relaciones con organismos internacionales

Las relaciones con distintos organismos internacionales también fueron positivas. En diciembre de 1967 se creó en Otopeni, una escuela especial en colaboración con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas. Su función era instruir en los «métodos más modernos de economía» a directores de empresas, técnicos e ingenieros industriales rumanos (Ferrero, 2006: 158). Con respecto a la OMS, en su visita de 1969, Marcolino Candau declaró que los especialistas rumanos habían obtenido sorprendentes resultados en los proyectos y cooperaciones que mantenían contra la malaria, virus, tuberculosis y radiaciones (Ferrero, 2006: 158).

El éxito de la política internacional rumana quedó plasmado sobre todo con la elección del ministro de Asuntos Exteriores, Corneliu Mănescu, como Presidente de la Asamblea General de la ONU para el vigésimo segundo periodo de deliberaciones en 1967. Era la primera vez en la historia que el representante de un Estado del Bloque Socialista alcanzaba tal nombramiento (Ferrero, 2006: 158).

Desde 1967 existía gran interés en el ingreso de Rumanía dentro del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial. Finalmente, en la década de 1970 Rumanía se convertiría en el primer país del COMECON en ingresar en ambos organismos. Ingresaba también en el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) (Ferrero, 2006: 158; Boughton, 2001: 322).

Pese a la negativa de Bucarest de facilitar informes precisos sobre su economía, que el país no había saldado antiguas deudas y que además presentaba dificultades para devolver los préstamos en divisas fuertes, el Banco Mundial aceptó conceder préstamos a Rumanía en 1973. Extraña decisión que tiene como causa más probable el deseo de intensificar el resquebrajamiento de la influencia soviética en el Este de Europa y la desestabilización del Bloque Oriental. Para 1980, Rumanía será el octavo país en importancia en la lista de deudores del Banco (Toussaint, 2007: 92-93). Éste será un factor clave para comprender la crisis que se desatará durante toda la década siguiente y que tendrá como resultado la caída de Ceaușescu.

La Mini Revolución Cultural

Durante los primeros años de gobierno de Nicolae Ceaușescu se vino produciendo en Rumanía un ambiente de aperturismo hacia lo occidental y un contexto de libertad intelectual, social e incluso de crítica tolerada (Veiga, 2002: 194).

Sin embargo, desde su subida a la secretaría general del Partido Comunista, Ceaușescu había ido concentrando poderes en su persona. Durante sus primeros años al frente trató de impulsar la elaboración de algún tipo de socialismo con características rumanas. En 1970 se fundó la Academia de Ciencias Sociales y Políticas que tenía como objetivo ser una especie de «universidad marxista» que elaborase su propia visión del materialismo dialéctico (Veiga, 2002: 226).

En 1971 Ceaușescu realizó una visita hacia China y Corea del Norte. Allí quedó fascinado por la disciplina coreográfica y el culto a la personalidad practicado en ambos países, decidiéndose a aplicar este modelo en Rumanía (Veiga, 2002: 226; Ferrero, 2006: 165-166). Tras su regreso se publicaron las 17 «tesis de julio», iniciando lo que los rumanos conocerían como «Mini Revolución Cultural». Ésta se marcaba como objetivo seguir un modelo similar al maoísta chino y al juche norcoreano, persiguiendo la máxima ideologización de las masas y una reversión de la apertura ideológica que se había desarrollado durante los últimos años (Veiga, 2002: 226).

Óleo que muestra a Nicolae Ceușescu en pie frente a emergentes fábricas y tras unos fértiles campos de trigo.
Nicolae Ceușescu (1978). Óleo sobre lienzo de Traian Zorzoiu. Museo de Historia Nacional de Rumanía

El elemento más destacado de este viraje político fue el inicio del culto a la personalidad de Ceaușescu, Llegará a editar un Libro Rosa con sus pensamientos a imitación del Libro Rojo de Mao Zedong. El nuevo modelo quedará formalizado en 1974, cuando Ceaușescu supere su puesto de Presidente del Consejo de Estado y sea nombrado Presidente de la República Socialista de Rumanía (Veiga, 2002: 226; VVAA, 1977: 51).

Pronto comenzará a utilizar el apelativo de Conducător sin importar que este título hubiera sido utilizado anteriormente por Antonescu. Su esposa, Elena Ceaușescu, también fue beneficiaria de este culto, convirtiéndose en el álter ego femenino de Nicolae. La pareja presidencial aparecerá representada en multitud de cuadros en tono pastel, en paisajes de prósperas fábricas y fértiles campos o rodeados de obreros y banderas mientras ejercen de líderes de la Patria (Veiga, 2002: 231).

La inestabilidad provocada por frecuentes depuraciones de cargos en busca de la máxima lealtad al Conducător terminó conduciendo al nepotismo hasta niveles que han llegado a calificarse de «comunismo dinástico». Sería el hijo de Ceaușescu, Nicu, quien seguramente le sucedería en la presidencia del país tras su muerte (Veiga, 2002: 228).

Óleo que muestra a Nicolae y Elena Ceauşescu junto a un grupo de jóvenes y felices pioneros.
Nicolae y Elena Ceauşescu entre los niños (1980). Óleo sobre lienzo de Zamfir Dumitrescu. Museo de Historia Nacional de Rumanía.

Crisis económica y decadencia

Durante algo menos de una década, la Rumanía de Nicolae Ceaușescu fue disfrutando de una época de prosperidad y desarrollo. Vino acompañada de una gran popularidad internacional, principalmente motivada por la imagen de nación rebelde a Moscú que supo ofrecer. Bucarest aprovechó esta popularidad para ponerse a la vanguardia del Bloque del Este en cuanto a relaciones diplomáticas con países de Occidente. Relaciones que a su vez sirvieron para que Rumanía pudiera presumir de poseer el índice de crecimiento industrial más acelerado del Bloque Soviético (Veiga, 2002: 202). Sin embargo, durante la década de 1970 se comenzaron a darse una serie de acontecimientos que sentaron precedente para la gran crisis económica y de popularidad internacional que vivirá Rumanía durante toda la década de 1980.

Crisis de popularidad

Lo primero en entrar en crisis fue la popularidad de Ceaușescu. En 1972 se produjo la visita del presidente estadounidense Richard Nixon a China. Este acontecimiento dejó a Rumanía en una posición comprometida frente a Moscú, dada su actitud equidistante en el conflicto sino-soviético. Pese a la retórica antisoviética, Rumanía no era inmune a las presiones de Moscú. En noviembre de ese mismo año se optó por deponer de sus funciones a modo de cabeza de turco al ministro de Asuntos Exteriores Corneliu Manescu, artífice de la exitosa política internacional rumana (Ferrero, 2006: 166). En 1977 comenzó el fin de la distensión entre las dos grandes potencias y resurgieron las tensiones de la Guerra Fría, lo cual supuso el principio del fin de la imagen de Ceaușescu como el «Tito rumano».

A esto contribuyó especialmente la fuga, en 1978, hacia el campo occidental de Mihai Pacepa, jefe del Departamento de Información Exterior (DIE), el servicio de espionaje rumano. Sus declaraciones revelaron que la inteligencia rumana mantenía un régimen de estrecha colaboración con el KGB soviético. Se rompía de esta manera la imagen contestataria de Rumanía. EEUU tachó de mito la independencia rumana frente a Moscú y afirmó que la tecnología que se transfería a Rumanía terminaba directamente en manos de los soviéticos. Aunque tales acusaciones eran exageradas, sí es cierto que la participación soviética en la economía rumana comenzó a crecer durante aquellos años y el creciente rechazo occidental a Ceaușescu le obligó a reaproximarse a Moscú (Veiga, 2002: 235-236).

Crisis del petróleo

La doble crisis del petróleo de 1973 y 1979 comenzó a socavar la economía rumana. A inicios de la década de los setenta la producción petrolífera rumana no daba más de sí. Aunque la producción no había dejado de aumentar, las inmensas prospecciones llevadas a cabo por todo el mundo desde la Segunda Guerra Mundial habían dejado muy empequeñecida a la producción rumana. Además, la mala explotación de las reservas había llevado al país a importar cantidades crecientes de petróleo desde 1971. Para la segunda mitad de la década de los setenta, Rumanía ya era un país dependiente del crudo extranjero.

Ante esta problemática los responsables económicos rumanos optaron por la construcción de centros para el refinamiento del petróleo de otros países y la venta de tecnología especializada a los nuevos productores. El principal cliente de estas actividades fue Irán gracias a las estrechas relaciones entre Ceaușescu y el sha Reza Pahleví. Sin embargo, la Revolución Iraní y el derrocamiento del sha provocaron una variación del acuerdo desastrosamente desfavorable para Rumanía. La nueva República Islámica de Irán continuó suministrando crudo a Rumanía, pero desechando los intercambios por vía de clearing y demás ventajas comerciales por el estilo. La posterior guerra irano-iraquí complicó aún más la debilitada economía rumana, pues Bagdad era también un buen cliente del país (Veiga, 2002: 228-229).

En el mismo 1979 comenzará a sentirse en Rumanía el inicio de la crisis. Las autoridades rumanas anunciaron las estrecheces energéticas que el país iba a tener que afrontar. En el verano de ese mismo año, miles de turistas germanoorientales y húngaros debieron abandonar el país al ser incapaces de pagar la gasolina en moneda occidental como se les había comenzado a exigir de un día para otro (Veiga, 2002: 229).

Deuda y política de austeridad

La obtención de divisas convertibles comenzó a ser una gran preocupación para Bucarest, pues si algo configurará definitivamente la crisis rumana será la deuda exterior. El aumento de los costes del petróleo y desastres naturales como el gran terremoto de 1977 estaban dejando a Rumanía con muy poco margen para llevar a cabo grandes excesos económicos. Esto llevó a Rumanía a solicitar inmensos préstamos al FMI que provocaron un aumento vertiginoso de la deuda rumana (Bougthon, 2001: 322).

A inicios de la década de 1980, Ceaușescu comenzó a sentir preocupación por cómo la deuda estaba amenazando la independencia económica que Rumanía había construido durante décadas, por lo que optó por emprender una dura campaña con la que reembolsar la totalidad de su deuda exterior, recuperar la independencia económica del país y volver a levantar la economía nacional (Ferrero, 2006: 166; Bougthon, 2001: 322; Veiga, 2002: 230). Para ello Bucarest redujo radicalmente sus importaciones y comenzó a exportar todo lo que podía. Esta medida perseguía obtener grandes cantidades de divisas convertibles en un estricto programa de austeridad que provocó muy buena impresión en el FMI y el Banco Mundial. Ambas instituciones vieron en Rumanía un deudor «modelo» (Bougthon, 2001: 322; Toussaint, 2007, 93).

Las consecuencias de este «modélico» plan de ajuste comenzaron a repercutir en la población en octubre de 1982. En ese momento, se institucionalizó mediante decreto el racionamiento y se fijaron normas de consumo para los productos de primera necesidad. Se fijaron máximos de consumo energético al mes que no debían superarse bajo pena de duplicación la factura de la electricidad a la primera infracción y la suspensión del servicio para el infractor reiterado. No se vendían bombillas de más de 40W, aunque la prensa recomendaba utilizar las de 25W y sustituir la plancha eléctrica por una de carbón. A pesar de todo ello, el suministro de gas y electricidad solía interrumpirse varias veces al día, contribuyendo a hacer los fríos inviernos rumanos muy difíciles de llevar (Veiga, 2002: 230-231).

Siguiendo el mismo objetivo de reducción del consumo, la televisión rumana empezó a emitir únicamente 2 horas al día los días de diario y 3 horas los fines de semana, limitándose la programación a contenido político y noticiarios, frecuentemente enfocados a la mayor gloria de Ceaușescu (Veiga, 2002: 231). Huyendo de esta pobre programación, muchos rumanos tuvieron que orientar sus antenas para poder captar la programación de sus vecinos búlgaros (Veiga, 2002: 257).

Paralelamente a estas políticas de pago acelerado de la deuda externa y paradójicamente Ceaușescu inició durante esta década un enorme proyecto faraónico que hay que destacar: el Palacio del Pueblo. Este gran edificio -el edificio administrativo más grande del mundo- debía albergar a las más importantes instituciones del Partido y del Estado. El edificio no se finalizó hasta años posteriores al derrocamiento de Ceaușescu. La tarea fue finalizada por las nuevas autoridades capitalistas.

Palacio del Pueblo, actualmente llamado Palacio del Parlamento. Bucarest.

Degradación política

Pese al endurecimiento de la vida cotidiana y el descontento creciente, Ceaușescu no tuvo oposición política especialmente relevante. Sobre todo gracias a la capacidad disuasoria del aparato represivo rumano. La Securitate (Departamento de Seguridad del Estado), policía secreta rumana durante todo el periodo socialista, no destacó especialmente por su violencia política, centrándose los escasos casos de asesinatos misteriosos en los duelos con los servicios de información occidentales. Su eficacia residió en la sensación suscitada de que todo estaba perfectamente bajo control. A través de métodos sutiles de sofocamiento y prevención de elementos subversivos, el Estado rumano logró mantener el orden logrando sufrir escasísimos momentos de agitación (Veiga, 2002: 237).

A parte de sus funciones de control e información, la Securitate poseía una importante presencia en el comercio exterior. Esta presencia llegaba al punto de poseer sus propias empresas. Esta situación, que sobrepasaba la tendencia a la autofinanciación de cualquier servicio de inteligencia occidental, llevó a la Securitate a transformarse en una verdadera estructura de poder económico. Y es que esta década de profunda crisis dejó a Rumanía sumida en una maraña de tinglados paralelos dedicados al tráfico de alimentos, prestaciones e influencias. Éstos fueron tolerados por el Estado porque suplían las deficiencias de distribución y consumo.

La degradación del Partido Comunista Rumano, sumido en todas estas redes de influencia social y corporativa y de economías paralelas, llegó a tal punto que se comenzó a definir cínicamente las siglas de PCR como «Pile, Cunoştinţe şi Relaţie», «Enchufes, Contactos y Relaciones». Desde las cúpulas del poder hasta la masa de población se fueron articulando una serie de intereses muy complejos que propiciaron que, aunque frustrado y controlado a través de los sistemas impuestos desde Bucarest, el entramado de poderes locales fuera sobreviviendo (Veiga, 2002: 238-239).

Sin embargo, sería cuestión de tiempo que esta poderosa nomenklatura comenzase a ver más beneficioso desarrollar sus negocios abiertamente dentro de un mercado libre que clandestinamente a través de las redes de corrupción que había ido pudriendo todo el Estado rumano.

La Revuelta de Braşov

Aunque esta maraña de intereses y redes clientelares habría facilitado la ausencia de oposición fuerte en el país, comenzaron a darse revueltas que anunciaban lo que estaba por venir al final de la década. El único precedente que se encontraba hasta el momento fue una revuelta minera en el valle del Jiu en verano de 1977. Pero sus motivos fueron meramente laborales y sus improvisados líderes se limitaron a pedir y obtener la presencia de Ceaușescu como garante contra las injusticias de sus jefes más directos. No sería hasta bien entrados los años 80 cuando comenzarían a darse algunas manifestaciones estudiantiles en Iaşi o Timişoara, llegando a la gran protesta de Braşov en noviembre de 1987 (Veiga, 2002: 233).

La revuelta de Braşov fue espontánea y tuvo también como origen una protesta laboral. Los trabajadores de la fábrica de la ciudad protestaban por la reducción de los salarios en un 30% y por las duras condiciones laborales en las que se encontraban, faltos de calefacción (básico para un invierno transilvano) y con desabastecimiento de comida. El día 15 los manifestantes lograron tomar las calles de la ciudad, atacando al alcalde y asaltando la sede regional del Partido, dejando dos muertos. Tras hacerse dueños de la ciudad durante algunas horas, los manifestantes fueron finalmente reducidos por la policía y sus cabecillas detenidos. Esta vez, fue la policía y las fuerzas armadas quienes mantuvieron tomada la ciudad (Veiga, 2002: 233-234).

Conflicto étnico con Hungría

Aunque Ceauşescu parecía haber controlado perfectamente la situación, permitiéndose realizar en aquellos momentos un viaje protocolario a Egipto, lo cierto es que comenzaba a quedarse aislado internacionalmente. Aunque con sus riñas, Rumanía había mantenido con el Bloque Soviético las relaciones propias de un país del COMECON, siendo Checoslovaquia su principal amiga. Sin embargo, la cuestión de las minorías étnicas húngara y alemana en Rumanía -localizadas especialmente en Transilvania- había provocado dificultades en las relaciones de Bucarest con Hungría y la RDA respectivamente (Ferrero, 2006: 159-160).

En 1988 el conflicto con Hungría se recrudeció cuando Ceaușescu anunció el «plan de sistematización» del agro rumano. Éste planteaba la demolición de varios miles de aldeas en todo el país para ganar terreno de aprovechamiento agrícola. También la concentración de la población rural en centros que debían ser autosuficientes en su producción agrícola e industrial. Un gran flujo migratorio que comenzó a cruzar la frontera rumana hacia Hungría con el objetivo de escapar de la crisis y que estaba compuesta en gran parte por húngaros magiares, sirvió de excusa para que el gobierno húngaro afirmase que el proyecto agrícola rumano estaba destinado a llevar a cabo una «purificación étnica» contra la minoría húngara de Transilvania. Con esta acusación, las autoridades húngaras lograron movilizar a su ciudadanía en protestas contra la brutalidad de su vecino rumano y supieron orquestar la oleada de indignación occidental contra Ceaușescu (Veiga, 2002: 235).

El caso más parecido de resituación de una minoría étnica en la Rumanía Socialista se había producido con los gitanos, a quienes se trató de sedentarizar e integrar mediante la confiscación de sus caballos y caravanas y su dispersión en las periferias de pueblos habitados por rumanos, siendo recibidos frecuentemente con actitudes hostiles. Durante todo el gobierno de Ceaușescu los gitanos permanecieron bajo la sospecha de lealtad al proyecto socialista y un obstáculo para la modernización de Rumanía (El Globo, 2008: 36-37). Sin embargo, este no era el caso de las minorías húngaras, pues, como demostraría un estudio del Südosteuropäische Institut de Munich, las acusaciones de «purificación étnica» lanzadas por Hungría eran falsas. Además, Rumanía carecía de capacidad tecnológica y económica para llevar a cabo el proyecto anunciado (Veiga, 2002: 235, 241).

El Rechazo a la Perestroika y el Manifiesto de los Seis

Ceaușescu pronunciando un discurso durante el XIV Congreso (24 de noviembre de 1989). Fotografía de Bernard Bisson para la agencia Sygma.

En lo que respecta al resto del Bloque Oriental, Ceaușescu había iniciado su distanciamiento desde que Mijaíl Gorbachov tomó las riendas de la Unión Soviética. En la visita del mandatario soviético a Rumanía, en mayo de 1987 quedó patente la tensión existente. Ni Gorbachov veía con buenos ojos a Ceaușescu ni Ceaușescu mostró el más mínimo interés por la Perestroika, lo que motivaría en parte la violencia de la revuelta de Braşov (Veiga, 2002: 236).

Los proyectos de reforma de Gorbachov habían sido recibidos con ilusión por la población de toda Europa del Este. Se prefería una serie de cambios que resolviesen la degradación política y económica que venía sufriendo el Bloque Oriental manteniendo la orientación socialista del mismo antes que una destrucción del sistema social que llevase a un incierto salto al vacío. Estos deseos se vieron frustrados en Rumanía cuando, en noviembre de 1989, durante el XIV Congreso del Partido, Ceaușescu se reafirmó en su rechazo a las reformas de la Perestroika. Probablemente pensó que la independencia del «modelo rumano» mantendría al país alejado de lo que estaba sucediendo el todo el Bloque del Este (Veiga, 2002: 239).

Sin embargo, ya algunas personalidades del propio Partido comenzaban a manifestar serias discrepancias con Ceaușescu. Un grupo de personalidades del Partido Comunista, encabezadas por el politólogo Silviu Brucan y otras figuras como el antiguo ministro de Asuntos Exteriores Corneliu Manescu redactaron el «Manifiesto de los Seis», en el cual se realizaba una crítica abierta a la gestión que estaba llevando Ceaușescu del país, planteada desde una posición marxista (Veiga, 2002: 236). Aunque el manifiesto se publicó en la BBC y fue difundido por Occidente, en el interior de Rumanía tuvo escasa repercusión.

Ese mismo año se realizó otro importante anuncio: la deuda exterior había sido por fin pagada en su totalidad. Sin embargo, se mantenía la política de austeridad (Veiga, 2002: 240). Se trata de una decisión que posiblemente buscaría acumular recursos para poder iniciar una futura recuperación de los niveles de vida anteriores a la crisis. Nunca podrá saberse como hubieran evolucionado los planes de Ceaușescu, pues tan solo quedaba un mes para que el Conducător fuera derrocado y fusilado.

Derrocamiento en directo

Para finales 1989, todos los factores apuntaban a un destino trágico para Ceaușescu. Hacía mucho que Occidente había dejado de ver en él al «Tito rumano», encontrando en Rumanía el último y molesto bastión de la ortodoxia comunista en una Europa del Este que marchaba hacia el capitalismo. Dentro del propio Bloque Soviético, Ceaușescu representaba a un viejo trasnochado cuya mentalidad esclerótica se negaba a aceptar el rumbo que estaba siguiendo todo su entorno.

En el interior del país se encontraba un pueblo agotado de una economía de guerra que se había iniciado para pagar la deuda exterior y que parecía que se iba a prolongar perpetuamente pese a haberse terminado de «satisfacer» a los acreedores. Por otro lado, también a una nomenklatura deseosa de liberarse de las limitaciones que les imponía el sistema socialista para pasar a la legal clase de los nuevos ricos capitalistas que comenzaban a florecer en el crepuscular Bloque Oriental. Su último obstáculo era el tozudo Conducător, empeñado no unirse a las tendencias liberalizadoras.

Timișoara: calles llenas y tumbas vacías

A pesar de todo, Ceaușescu se sentía lo suficientemente seguro como para emprender un viaje a Teherán el 18 de diciembre para negociar el intercambio de petróleo iraní por armas rumanas (Fontana, 2011: 688). Todo ello a pesar incluso de que ese mismo día se había tenido que declarar el estado de excepción en Timișoara. Dos días antes, la ejecución de una sentencia por la cual el pastor protestante húngaro László Tőkés debía ser trasladado desde Timișoara a otra localidad a causa de su actividad subversiva provocó una protesta por parte de sus fieles. A ella terminarían sumándose más temesvarienses, tornándose en protestas con un sentido más político. Pronto las manifestaciones derivarían en disturbios y el ejército terminará interviniendo en la ciudad (Chavero, 2001: 5-6).

El 17 de diciembre de 1989 el mundo entero se horrorizó al observar imágenes de lo que, se supone, había sido una brutal masacre efectuada por las fuerzas represivas de Ceaușescu. Televisiones de todo el mundo retransmitieron las imágenes de numerosos cadáveres, muchos desfigurados y mutilados por las supuestas torturas y brutalidades de las fuerzas de Ceaușescu, colocados en fila en algún lugar de Timișoara.

Hubo que esperar hasta finales de enero del año siguiente para descubrir que aquellos cadáveres que habían ilustrado lo que se conocería como la «Masacre de Timișoara» no fueron sino el primer caso de manipulación televisiva a gran escala dedicada a derrocar a un gobierno y legitimar al ulterior, ya que correspondían a difuntos desenterrados de un cementerio cercano para fabricar la noticia (Ramonet, 1990). Las cifras de la masacre, que en su momento eran infladas hasta los 4000 muertos, terminaron reduciéndose a unos 70 muertos entre manifestantes y fuerzas ceaucistas (Veiga, 2002: 242; Galeano, 1998: 292).

El último discurso de Ceaușescu

El 20 de diciembre Ceaușescu regresó de Irán y convocó una gran manifestación en apoyo al gobierno para el 21. Ceaușescu pretendía con esta acción temeraria repetir los recursos que le habían sido útiles en agosto de 1968. Veía los acontecimientos que estaban sucediendo como el preludio de una invasión organizada desde Hungría y la Unión Soviética, por lo que la situación de diciembre de 1989 no era muy diferente a la de agosto de 1968 y era oportuno seguir el mismo procedimiento (Veiga, 2002: 242).

Ceauşescu durante su discurso del 21 de diciembre de 1989. TVR.

El 21 de diciembre Ceaușescu salió al balcón del Comité Central del PCR para pronunciar un discurso televisado en todo el país en el que insistiría en la defensa de la integridad nacional, amenazada por movimientos de desestabilización interna (Chavero, 2001: 6). En un momento del evento, Ceaușescu se vio obligado a interrumpir su discurso. La afirmación más extendida es que el Conducător se vio interrumpido por los abucheos, silbidos e insultos generalizados del público, que finalmente le hicieron abandonar el escenario. Lo cierto es que el alboroto que comenzó a reinar entre el público se debió al desconcierto provocado por un reducido grupo de agitadores que comenzaron a increpar al Conducător. Otro grupo, aislado, lanzó un petardo navideño provocando finalmente el pánico general. No obstante, una vez reestablecido el orden en la plaza, Ceaușescu pudo continuar su discurso hasta el final.

Ceaușescu pudo haber tenido éxito de no haber sido por el efecto que tuvo este suceso en la retransmisión televisiva del discurso. Los largos minutos de alboroto e interrupción del discurso hasta que se restauraba el orden causaron un gran desconcierto entre los rumanos televidentes, provocando una salida masiva de bucarestinos a la calle ansiosos de saber qué estaba sucediendo (Veiga, 2002: 243).

Las fuerzas de orden público, desconcertadas, desplegaron grandes contingentes de efectivos con objetivos disuasorios. Terminaron actuando violentamente al no lograr dispersar a la multitud por la vía intimidatoria y dejando una treintena de muertos al caer la noche (Veiga, 2002: 243; Fontana, 2011: 688). Tras una noche de auténtica guerra civil, la situación se agravó cuando los obreros se unieron a los manifestantes y convocaron huelga general, marchando hacia el centro de la capital el 22 de diciembre (Chavero, 2001: 7).

Pero el punto de inflexión definitivo llegó con el suicido del Ministro de Defensa, el general Milea. Fue acusado de traidor por Ceaușescu en un comunicado oficial (Fontana, 2011: 688). La conmoción por la muerte de Milea provocó la definitiva adhesión del ejército a los manifestantes, que asaltaron el edificio del Comité Central. Con ello, provocaron la definitiva huida de Nicolae y Elena Ceaușescu. Salieron de la capital en helicóptero sin rumbo fijo. Era un intento por organizar, en algún lugar de Rumanía, la resistencia contra lo que veían como un claro golpe de Estado (Veiga, 2002: 244).

Alzamiento televisado y extraños combates

Ion Iliescu anunciando la creación del FSN desde la televisión rumana (22 de diciembre de 1989). TVR.

En la sede del Comité Central se trataron de formar varios comités de gobierno formados por antiguos políticos y militares del entorno de Ceaușescu, sin éxito. Un grupo de artistas trató de hacer lo propio desde la sede de la televisión. Fracasaron, pues los militares jamás habrían apoyado a un gobierno de «bohemios». Finalmente, la moderna vía de alzar un gobierno desde la televisión tuvo éxito para Ion Iliescu. Iliescu era una antigua personalidad del Partido que fue apartada del gobierno durante los últimos años. Contaba, además, con buena fama entre los rumanos.

Junto a él se agruparon el general retirado Nicolae Militaru, Silviu Brucan (impulsor del «Manifiesto de los Seis») y Petre Roman, ingeniero y profesor universitario. Petre Roman era, además, hijo de Valter Roman, un antiguo brigadista que combatió en la Guerra Civil Española. En torno a ellos se conformaría el Frente de Salvación Nacional (FSN), un heterogéneo grupo conformado por antiguos miembros de la élite intelectual y política marginada por Ceaușescu y por disidentes directos (Veiga, 2002: 244-245; Fontana, 2011: 689).

Durante las horas que siguieron se sucedieron una serie de extraños combates. Una serie de ataques armados, llevados a cabo por supuestas fuerzas fieles a Ceaușescu, iniciaron en la ciudad de Sibiu (Transilvania) y llegaron a Bucarest (Veiga, 2002: 246). Los ataques de estos grupos estuvieron destinados a algunos de los puntos clave de la capital en manos del nuevo gobierno: la TVR, el palacio de telecomunicaciones y el edificio del Comité Central. Pero ninguno de estos ataques logró conseguir objetivo alguno (Chavero, 2001: 11).

La forma en que se llevaron a cabo los ataques fue extraña. Pese a tratarse de ataques llevados por sectores del ejército y de la Securitate bien equipados, nunca se utilizó ningún tipo de armamento avanzado contra los tanques rebeldes. Los ataques parecieron más destinados a generar un estado de terror entre las masas que a conseguir un objetivo mayor (Veiga, 2002: 247). En todo caso, la pequeña guerra civil que se desarrolló durante los días posteriores dejaría más de un millar de muertos (Fontana, 2011: 689).

Un juicio de opereta contra Ceaușescu

La huida de los Ceaușescu había resultado un fracaso. El general Victor Stănculescu, que había facilitado el helicóptero de huida de la pareja presidencial fue el mismo que les condujo a zona controlada por el ejército para proceder a su detención (Veiga, 2002: 247). Al poco de ser capturados, los Ceaușescu fueron conducidos ante un tribunal improvisado en una sala pequeña del acuartelamiento militar de Tîrgoviste.

Allí se les practicaría una parodia de juicio, grabado y difundido al mundo, bajo los cargos de genocidio y socavamiento del poder del Estado y de la economía nacional. En dicho tribunal no se encontraba ni un solo juez, sino que se conformó un tribunal militar. Sus miembros fueron el propio Stănculescu, Virgil Măgureanu, politólogo y colaborador de la Securitate que se convertiría en futuro jefe de los servicios de inteligencia rumano, y Gelu Voican Voiculescu, un geólogo prácticamente salido de la calle y adepto a las ciencias ocultas que se convertiría en el futuro ministro de Asuntos Exteriores (Veiga, 2002: 247).

El «juicio» presidido por este extraño tribunal no contó con absolutamente ninguna garantía mínima de tutela judicial. Los abogados apenas contaron con dos minutos para hablar con los defendidos. Desconocían las acusaciones de las que iban a ser objeto y tampoco tenían la más mínima intención de defender a sus clientes. Los jueces no cesaron de increpar y faltar al respeto a los acusados durante todo el juicio, lanzando constantes reproches que dejaban bastante claro que la sentencia estaba decidida de antemano. Por su parte, los Ceaușescu jamás reconocieron al tribunal, alegando acertadamente que sólo eran responsables ante la Asamblea Nacional (Chavero, 2001: 13). Tras una hora y 45 minutos de «juicio» y una deliberación de cinco minutos, el tribunal dictó la sentencia. Esta se cumplió de inmediato. Elena y Nicolae Ceaușescu morirán fusilados el 25 de diciembre de 1989.

Rumanía tras Ceaușescu

Pese a haber sido la primera «revolución» televisada en directo de la Historia, la Revolución Rumana de 1989 dejó tras de sí una gran cantidad de incógnitas sin aclarar. Muchas de ellas han sido objeto de estudio durante los años siguientes, desechándose cada vez más la imagen de una revolución popular contra el régimen comunista para verla más bien como un golpe de palacio que logró articular una gran agitación social (Fontana, 2011: 689). Este golpe de Estado habría tenido como objetivo arrancar el abandono de Rumanía del sistema socialista, el cual parecía resistirse con mayor intensidad que en sus países vecinos. Se garantizaría así a la vieja nomenklatura un próspero futuro como nuevos ricos y dirigentes de la nueva democracia y se haría borrón y cuenta nueva con todo aquello que hubieran podido hacer en tiempos de Ceaușescu.

La violencia de los sectores del ejército y de la Securitate leales a Ceaușescu cesó tan pronto como éste fue fusilado. Esto ha suscitado la idea durante los años posteriores de una posible vinculación entre la violencia desatada entre el 22 y el 25 de noviembre de 1989 y los dirigentes del FSN, quienes la habrían orquestado para obtener un estado de guerra civil e inestabilidad con la que justificar la inmediata ejecución de Ceaușescu y consolidar rápidamente el nuevo gobierno. Esta idea ha ido más allá de la mera tesis conspirativa.

En abril del 2019, el fiscal general rumano Agustin Lazar anunció que Iliescu iba a ser juzgado por crímenes lesa humanidad. Afirma que mediante «desinformación» a través de canales oficiales y «órdenes militares contradictorias», Iliescu y otros acusados (como Gelu Voican Voiculescu) habrían inducido deliberadamente el caos y «una psicosis de terrorismo generalizada», para «dar la apariencia de una guerra civil» con la que legitimarse (EFE, 2019).

Iliescu, al igual que Militaru, eran considerados agentes soviéticos dado que ambos habían estudiado en la URSS (Chavero, 2001: 9). Esto también desata teorías acerca de la participación del KGB contra un dirigente que llevaba manteniendo una retórica contestataria durante dos décadas y media y que ahora se convertía en un obstáculo para la aplicación de la Perestroika en todo el Bloque del Este. En 2009 el general Stănculescu afirmaría en una conversación con el historiador Alex Mihai Stoenescu, recogida en el libro Finalmente, la verdad (În sfârşit, adevărul) que el golpe contra Ceaușescu habría sido decidido de antemano no sólo por los servicios secretos soviéticos, sino también por los norteamericanos (Ciuverca, 2009).

Silviu Brucan y Nicolae Militaru también afirmaron en agosto de 1990 haber estado desarrollando un complot para dar un Golpe de Estado de tipo marxista contra Ceaușescu. No obstante, estas declaraciones se realizaron tras haber sido marginados del nuevo gobierno de Iliescu, por lo que podrían tratarse de declaraciones motivadas por un intento de legitimarse como verdaderos autores de la caída del Conducător (Veiga, 2002: 236).

El gobierno de Iliescu fue finalmente elegido por las urnas el 20 de mayo de 1990 y ratificado en octubre de 1992 presentándose por el FSN (actual Partido Socialdemócrata). A diferencia de lo ocurrido en otros países del bloque, no se transformó al Partido Comunista en un partido más para concurrir en elecciones libres con otras siglas, sino que fue directamente disuelto e ilegalizado. Los rumanos estaban hartos de Ceaușescu, pero no por ello dejaban de verle ventajas al sistema social y político socialista (Veiga, 2002: 246). Esto explica el amplio apoyo a Iliescu, a quien se le había visto como un continuista con mejores capacidades para llevar a cabo las reformas que perfeccionasen el sistema tal y como la Perestroika estaba prometiendo en el resto de Europa del Este, llegando a ser calificado de «neocomunista» por sus detractores.

La transición al capitalismo, lejos de conseguir desapegar a los rumanos del antiguo modelo socialista, ha logrado el efecto contrario, provocando que en la actualidad una parte mayoritaria de la población añore el antiguo sistema socialista llegando a idealizarse el gobierno de Ceaușescu. Un estudio del Instituto de Investigación de los Crímenes del Comunismo (IICCMER) realizado en mayo del 2012 indicaba que el 60% de los rumanos considera que se vivía mejor durante la época comunista (Sánchez, 2012). Dos años después, el privado Instituto Rumano de Evaluación y Estrategia (IRES) repetía la encuesta, obteniendo que el 69% de los rumanos sienten que vivían mejor en el sistema socialista y que el 66% votaría a Ceaușescu si se presentase a las elecciones (El Mundo, 2014).

Conclusiones

Nicolae Ceaușescu comenzó a gobernar Rumanía siendo uno de los líderes más exitosos de Europa del Este en cuanto a imagen internacional. Aunque debía parte de su éxito a la herencia recibida de Gheorghiu-Dej, su estrategia abiertamente desafiante con Moscú logró sacar el máximo fruto a la fama que había ido labrándose Rumanía como una segunda Yugoslavia, siendo un dirigente del Bloque Comunista aceptado por los gobiernos occidentales como ninguno otro. Sin embargo, la época dorada que se logró levantar tanto en lo interno como en las relaciones exteriores pronto terminará destruida por el talante autocrático del Conducător y por lo contradictorio de su política, que, buscando desarrollar al máximo el país dependiendo lo mínimo de gobiernos extranjeros, terminó sometiendo a toda la nación al pago de la deuda extranjera, llevándose por delante el bienestar del pueblo.

De la misma manera que Rumanía fue el primer país del campo socialista en ingresar en el FMI y el Banco Mundial, su gobierno fue el primero del bloque oriental en introducir un programa de ajuste estructural basado en la austeridad con el beneplácito de éstos. Para cuando Ceaușescu logró desembarazar a su país de la deuda su destino ya estaba sellado. Los amigos que hizo en Occidente cuando parecía representar el punto débil de la influencia soviética en Europa del Este hacía mucho que le habían abandonado al ver como se convertía en el último obstáculo a superar para lograr la hegemonía del capitalismo en el moribundo Bloque del Este, y la Unión Soviética a la que siempre trató de enemiga no estuvo por la labor de tenderle la mano al ser el principal artífice del desmantelamiento del socialismo europeo-oriental.

Su derrocamiento, pintado en un inicio como una revolución popular que unió a la nación y le devolvió su dignidad, parece condenado a pasar a la Historia como un golpe de Estado orquestados por aquellos que querían beneficiarse un cambio de régimen al verlo más provechoso que beneficiarse del podrido, estancado y corrupto régimen rumano. Un golpe que sentará un antes y un después en la Historia por la influencia clave que tuvo en éste la televisión y la manipulación de la opinión pública a nivel local e internacional por igual.

Fuentes y bibliografía

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CHAVERO, J.J. (2001): «La Revolución Rumana de 1989», Papeles del Este: transiciones postcomunistas, 2. Universidad Complutense de Madrid.

CIUVERCA, V. (2009): «Generalul Stănculescu “aduce” KGB-ul în Revoluţia română», Evenimentul Zilei, 17 de diciembre de 2009. Disponible en: https://www.moldova.org/generalul-stanculescu-aduce-kgb-ul-in-revolutia-romana-204998-rom/

EFE (2019): «El expresidente rumano Iliescu será juzgado por crímenes de lesa humanidad», 8 de abril de 2019. Disponible en: https://www.efe.com/efe/espana/mundo/el-expresidente-rumano-iliescu-sera-juzgado-por-crimenes-de-lesa-humanidad/10001-3947223

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EL MUNDO (2014): «’Con el comunismo se vivía mejor’: el 66% de los rumanos votaría al dictador Ceausescu», El Mundo, 10 de abril de 2014. Disponible en: https://www.elmundo.es/internacional/2014/04/10/5346de4d268e3e8f598b458c.html

EL MUNDO (2017): «El «Carrillac», la bestia blindada de 5 toneladas que el dictador Ceaucescu regaló a Carrillo», 16 de agosto de 2017. Disponible en: https://www.abc.es/motor/reportajes/abci-carrillac-bestia-blindada-5-toneladas-dictador-ceaucescu-regalo-carrillo-201708142139_noticia.html

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12 COMENTARIOS

  1. Buen articulo, pero lo que no sabéis es que Ceaușescu fue un inculto, no tenía cabeza hacer ni 1%de todo esto. Las cabezas fueron Pacepa y Manescu. Se les da demasiada importancia a esta familia de incultos.

  2. En notable la claridad y rigor del artículo. No hay nada que se deba desmentir, aunque tal vez algo exageradas algunas de las teorías conspirativas. Lo que si llama la atención es la omision de la brutalidad del régimen del matrimonio Ceausescu. La represión y falta de libertad de pensamiento llegaba al extremo de prohibir las máquinas de escribir, solo para escritores que debían llevarlas a peritar una vez al año.
    En 2006 una comisión oficial llegó a contar 450 mil víctimas del régimen , pero la investigación se canceló por falta de fondos.
    Se habla de conspiración pero el pueblo vivía con 300 gramos de harina al día y unos pocos huevos al mes cuando los gobernantes vivían a todo lujo. Su despacho estaba a 24 grados cuando exigía 14 al pueblo. También miles fueron desplazados, por ejemplo la construcción del proyecto faraónico demandó el decomiso de millares de viviendas incluso el casco histórico.
    Hay muchísima información de la otra cara de la moneda, sin justificación por su fusilamiento, que ayudaría a entender que Ceausescu no fue un simple líder derrocado.

  3. Un buen articulo, aunque no refleja con claridad la vida de penurias en los 80. Por otro lado, aunque Ceausescu fuese un inculto, no era tonto ni vago. Su sistema de trabajo en todos los frentes, descrito por Pacepa asombra. Hace gracia la foto con Carillo, que según Pacepa suministraba pasaportes españoles en blanco a los rumanos para facilitarles los labores de espionaje llevados a rango de profesión suprema. Esto entre muchas otras cosas…entre amigos. Muchos informadores delatados por Pacepa, están en contra suya tildándolos de traidor, y no me extraña. Se les acabaron la buena vida…a unos 15000 informadores y alimañas que pululaban entre la multitud…Solo hay que decir que el libro de Pacepa se estudia en la CIA y que fue una biblia para Ronald Reagan.

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