Corría el año de 1798 en una Francia en donde gobernaba el Directorio, ese grupo colegiado que hacía cuatro años mandaba en el país y que se había caracterizado por corrupción, golpes de Estado e insurrecciones que habían minado enormemente su popularidad. En ese entorno difícil, dada la inestabilidad reinante, un joven de 28 años tenía que tener ensillado su caballo siempre por si tenía que huir a toda prisa. Era muy delgado, tenía carisma y había sido sumamente exitoso en unas campañas en Italia;  ese éxito lo había hecho muy popular, tanto que él solo tenía toda la popularidad que el Directorio junto no podía tener, lo cual lo hacia ambicioso y con grandes sueños de gloria. Él mismo  había dicho en cierta ocasión con referencia al Directorio “que debería derrocarlos y proclamarme rey. Pero aun no es el momento. Estaría solo”. ¿Su nombre? Napoleón Bonaparte.

Esa popularidad lo hacía objeto de recelos por los miembros del Directorio, que no hallaban la forma de alejarle de los círculos donde pudiera conspirar y tomar el poder. Era necesario buscarle algo en qué entretenerse, y de preferencia lo más lejos posible.

Destino: Egipto

Napoleon y una momia

Francia estaba rodeada todavía  por enemigos muy poderosos que representaban un peligro para la Revolución, por ende era necesario minarlos para que el Estado francés pudiera seguir existiendo. La mayor amenaza era la Gran Bretaña, por ese entonces la mayor potencia del mundo. Se presentaron varios planes para reducir a la Gran Bretaña, entre ellos la de la invasión a la isla, cosa que desechó Bonaparte por la gran superioridad naval británica. Sin embargo surgió una idea que parecía muy descabellada pero que tenía mucho sentido. Ésta consistía en cortarle los suministros que recibía de sus colonias en la India, materias que eran muy valiosas dado que al haber perdido a las trece colonias su economía se vio gravemente debilitada.

Napoleón pensaba que al conquistar Egipto y Siria, que para entonces era colonia del imperio otomano, se estrangularía económicamente a la Gran Bretaña y de paso Francia podría convertir a Egipto en su colonia y de allí expandir los dominios franceses.  La idea contó con el apoyo de Talleyrand, ministro de Asuntos Exteriores del Directorio, pese a lo arriesgado del plan por la supremacía naval británica y porque éste controlaba el Mediterráneo. Así, el órgano ejecutivo aceptó el proyecto, siendo el general asignado a la misión Napoleón.

Contaba con un ejército de 40,000 hombres, más de cincuenta navíos de guerra, 280 barcos para el transporte de las tropas, a los mejores generales de la época como Kléber, Desaix, Berthier, Lannes y Murat, además de 154 científicos (algunos dicen que 167) que tenían el objetivo de llevar los adelantos de la ilustración a un pueblo casi medieval y de paso realizar estudios que servirían para incrementar el patrimonio científico, hacer estudios de la historia de Egipto y de la situación presente en el país. Obviamente estos estudios redundarían en prestigio para el corso.

¿Pero que motivó a Napoleón a embarcase en ese proyecto? Sin duda alguna el prestigio y la fama que le redundaría y que evidentemente ayudaban a sus ambiciones de poder. Era claro que no quería que la popularidad por los éxitos de la campaña de Italia bajaran.  Pero también había una especie de renacimiento del exotismo oriental que se popularizó con obras como El viaje a Egipto y Siria de Constantine Volney, publicada en 1794, y que en su momento fue la mejor fuente de consulta sobre Egipto. Bonaparte conoció a Volney, seguramente antes del viaje, pero no hizo caso a la advertencia dada por éste en el libro donde decía que “si los franceses se atreviesen a desembarcar allí, turcos, árabes y campesinos se armarían contra ellos. El fanatismo ocuparía el lugar de la habilidad y el coraje”.

El ejército de Napoleón partió  el 18 de mayo de 1798 del puerto de Tolón sin que se supiera exactamente a dónde se dirigían ya que primeramente se dijo que iban Sicilia, donde gobernaban los Borbones que eran aliados de Gran Bretaña. También se dijo que iban a Irlanda, siendo esta una estratagema para despistar a los británicos.

Hicieron escala en Malta por una semana, tiempo suficiente para que Napoleón venciera a la orden de San Juan de Jerusalén y le arrebatara el control de la isla. Pero el corso no fue el único activo, ya que en cuanto supo el almirante británico Horacio Nelson  de la caída de Malta movilizó a la flota que se encontraba en Gibraltar para interceptar a los franceses, llegando hasta Creta donde no pudo verlos debido a que era de noche. Nelson supuso acertadamente que el destino francés era Alejandría y se puso en camino, pero al no encontrar rastros de Napoleón decidió sólo patrullar el Mediterráneo oriental hasta dar con él, cosa que no logró. Esta fue la razón por la que Napoleón  sin contratiempo alguno, aunque sí con un mar embravecido,  desembarcó el 1 de julio de 1798 en legendaria Alejandría.

El difícil EgiptoBatalla de Alejandría

Aunque oficialmente los turcos detentaban esa región, en realidad eran los mamelucos los verdaderos gobernantes. Su nombre significa “esclavo blanco” y eran una casta de guerreros mercenarios establecidos durante siglos en el país y  la cual le enviaba tributo anual al sultán en Estambul, pero que gozaban de total independencia para gobernar al país a su gusto. Tenían dividido al país en 24 regiones y cada una de ellas era controlada por un bey; nueve de ellos formaban un Diwan.

La defensa de la ciudad era verdaderamente paupérrima ya que sólo se reducía a murallas ruinosas, veinte jinetes mamelucos, quinientos infantes egipcios y un par de cañones, además de muy poca pólvora. Pese lo reducido de las defensas mamelucas, eso no significó que no hubieran habido pequeños combates. El general Menou recibió siete herida al intentar cruzar las murallas, pero al final Napoleón tomó la ciudad, allí Bonaparte ofreció una rendición pactada y liberó a setecientos esclavos árabes que procedían de Malta. Esa actitud del corso le ayudó a que otras poblaciones, como Rosseta, se rindieran sin luchar y que incluso expulsaran a los odiados mamelucos de sus regiones.

Napoleón encargó al general Kléber ocupar el delta del río Nilo para proteger a la escuadra que se fondeaba en Abukir. La intención de Napoleón era ocupar los más rápido posible Egipto porque sabía que los ingleses no tardarían llegar; por eso trasladó sus tropas a El Cairo y los barcos pequeños fueron usados en el Nilo para darle apoyo logístico y artillera a la tropa. Sin embargo el viaje fue verdaderamente un vía crucis. Las elevadas temperaturas, la falta de agua y el hostigamiento de los mamelucos y beduinos hicieron sumamente difícil el viaje. Un general escribiría a un amigo: “Jamás lograría describirte el horrible país que fuimos a conquistar”.  Fue tal la falta de agua que algunos soldados se suicidaron por ello. Además, en El Cairo, la gran autoridad religiosa del país (el gran mutfi) publicó una sentencia en la que llamaba a todos los verdaderos musulmanes a combatir a los invasores infieles. Hecho esto, las aldeas no fueron amables con las tropas napoleónicas.

El día 12 de julio, en Shubrakhit, a 130 kilómetros al sur de El Cairo, se desarrolló la primera batalla importante contra el caudillo mameluco Murad Bey que, sin embargo, demostró la poca capacidad de las tropas mamelucas frente a las muy disciplinadas tropas francesas de infantería que formaban cuadros erizos con las bayonetas. Los diestros jinetes mamelucos, con sus carabinas que disparaban al galope con cierta precisión, sus dos pistolas y las muy afiladas cimitarras (que podían cortar a un hombre en dos) no fueron suficientes para detener el avance del invasor.

La batalla de las pirámides

Batalla de las pirámides

De esta forma bautizó Napoleón ese enfrentamiento realizado el 21 de julio en El Cairo ante, de nueva cuenta, Murad Bey, quien ahora contaba con el apoyo de su hermano Ibrahim. Las tropas mamelucas contaban con 40000 hombres y fueron colocadas haciendo una especie de media luna de 15 kilómetros junto al río, y colocando tropas en ambos lados.  Napoleón contaba con 21000 hombres que había dividido en seis divisiones de unos 3000; 1500 de caballería y mil de artillería que contaban con 40 piezas. Las divisiones francesas avanzaron en fila y lejos del alcance mameluco para después sobrepasar el flanco derecho y alcanzar el río Nilo y allí, Murad Bey mando cargar al ver que las tropas francesas le intentaban cortar sus líneas, pero esa maniobra fue irresponsable ya que cargó más allá del alcance de su propia artillería. Entonces Napoleón ordenó a sus hombres que formaran cuadros en pie de tierra a manera de fortines. Las tropas mamelucas cargaron una y otra vez pero sin éxito, ya que las tropas napoleónicas eran sumamente disciplinadas, tenían mejor armamento y mayor experiencia en combate, cosa contraria a los mamelucos que sólo tenían en su favor la excelencia de sus jinetes.

Ibrahim intentó reorganizar a sus hombres pero la carga de Desaix provocó una desbandada. Murad huyó con 3000 a Giza y el alto de Egipto; su hermano Ibrahim hizo lo mismo pero rumbo a Siria con 1500 hombres. Así pues, en cuestión de unas horas, Napoleón había vencido. El éxito del corso consistió en cómo acomodó a sus tropas, ya que éstas fueron formadas mezclando las formaciones de las falanges griegas y romanas y adaptándolas al momento. De esta forma se salió de lo convencional de la época y sorprendió a los mamelucos.

La historia cuenta que Napoleón alentó  sus hombres antes del combate, con las pirámides al fondo, con las siguientes palabras: “Desde lo alto de estas pirámides, cuarenta siglos los contemplan”. De esa forma Napoleón rompió de tajo con siete siglos de poder mameluco en Egipto.

El amo de Egipto

El corso entró a El Cairo y se encontró a una ciudad de 250 mil habitantes, caótica y deprimida. Calles estrechas, sucias, sus edificios eran semejantes  mazmorras, las tiendas parecían establos y el aire estaba lleno de polvo y hedor de basura. Pero Napoleón hizo lo que en muchos siglos no habían hecho los turcos: mejorar notablemente la ciudad. Mandó construir hospitales, exterminó a jaurías de perros, organizó el sistema de recolección de basura e introdujo el alumbrado público. También, para ganarse la simpatía de los musulmanes hizo una proclama en la que alababa los preceptos islámicos y hasta llegó a ponerse un vestido árabe. También promulgó leyes para acabar con la esclavitud, el feudalismo y de esa forma preservar el derecho de los ciudadanos (hay que recordar que la revolución francesa cambió el estatus de las personas de súbditos a ciudadanos).  Es de notarse que en sus proclamas se usó una imprenta de tipos móviles con caracteres árabes que había sido confiscada al papa y fue la primera en usarse en ese país.

Pese a ello, los egipcios no veían con buenos ojos a las tropas francesas de quienes recelaban enormemente porque las veían cómo una fuerza de ocupación infiel que minaba las tradiciones islámicas; ese recelo aumentó cuando impuso un nuevo  impuesto sobre la propiedad, levantó un censo para que todos pagaran impuestos, multó fuertemente a los que no respetaban las nuevas normas urbanas de alumbrado público y limpieza, así como excesos en materia de represión, pillaje y violaciones. Por ello no sorprende que cuando el sultán otomano llamó a la guerra santa, estalló una revuelta que caza de europeos. La respuesta del corso fue contundente: cañoneó la ciudad, saqueó la mezquita de Al-Azhar y decapitó a ochenta cabecillas de la revuelta.

Napoleón tenía el control del país, pero las cosas distaban de estar tranquilas. Los británicos al mando de Horacio Nelson sorprendió a la flotan francesa en Abukir. El almirante francés Brueys d’ Arguiller comandaba a trece navíos de línea, uno de 120 cañones llamado Oriente, tres de 80 y nueve de 74 más fragatas. Nelson en cambio tenía 14 navíos de línea, trece de 74 cañones y uno de 50. La táctica de Brueys consistió en alinear en paralelo los barcos a la costa para dejar a fuego enemigo sólo un lado de su flota, pero con el inconveniente de sólo usar la mitad de sus cañones.

Nelson al ver la forma como se acomodó Francia lanzó un ataque sobre el flanco izquierdo  provocando que cada barco francés estuviera en medio de dos británicos. Después de sobrepasar esa línea se lanzó sobre el flanco débil y se deshizo de un en uno. El viento impidió que los arcos disponibles de Brueys acudieran en ayuda de los atacados, y así, los barcos Orient, de Brueys y el Guillermo Tell , de Villeneuve, quedaran fuera de la batalla. La derrota se dio en sólo tres horas, con el resultado de 1700 muertos (entre ellos el mismo Brueys), 600 heridos y 3000 franceses hechos prisioneros. En cambio, las tropas británicas fueron de 218 muertos y 677 heridos. Después de la victoria Nelson se embarcó a Nápoles donde mandó el despacho a Londres, pero las noticias de la victoria se tardaron en llegar debido a que el barco inglés  que llevaba las noticias fue capturado por uno francés.

El complicado Medio Oriente

Napoleón tenía pese a la derrota el control de Egipto: Kléber dominaba el delta del Nilo, Manou tomó el puerto de Rosseta, Desais perseguía a los mamelucos en el Alto Egipto y los científicos que llevó exploraban Asuán, Tebas, Luxor y Karnak. Pero el control era relativo. Una sangrienta sublevación egipcia propició la muerte de 300 franceses, y fue fuertemente combatida por el corso, terminó cuando Napoleón apuntó sus cañones a la mezquita de El-Azhar. Pero la situación distaba de estar controlada, ya que el pillaje, las violaciones, las ejecuciones masivas sólo lograron que el odio hacía los egipcios aumentara, pero no sólo a ellos, también se extendió a sus aliados y a los cristianos coptos y ortodoxos. A pesar de que no podía recibir suministros de la metrópoli,  Napoleón no pensaba el cambiar el plan original, esto debido a que su ejército estaba prácticamente intacto, así que en febrero de 1799 emprendió el viaje a Siria para de allí dirigirse a la India para  conquistarla,  donde calculaba llegaría en la primavera de 1800.

Contaba con 13000 hombres y atravesaría el desierto del Sinaí para acabar de una vez por todas con Djezzar Pacha, quien estaba reclutando hombres para reconquistar Egipto. Pero la travesía por el desierto fue durísima. Muchos murieron de sed y otros se suicidaron volándose la tapa de los sesos por la desesperación. Uno de ellos diría más tarde que “los soldados, aplastados por el peso del equipaje, las armas, el agua y las provisiones, se arrastraban con dificultad por las arenas ardientes”. Cuando por fin llegaron a El-Alrich, la tomaron en diez días, pero cuando capituló la ciudad, fue saqueada en su totalidad en una  flagrante violación francesa.Nelson contra Francia

Ahora se dirigieron a Jaffa, donde se encontraron con una fuerte resistencia otomana que retrasó sus planes. Después de su toma, se encontraron con los soldados que habían dejado libres  en El-Alrich, y quienes habían prometido no volver a tomar las armas contra Francia. Allí los soldados se ensañaron con la población, tanto que según un médico que iba con la tropa escribió que “los soldados cortaron las gargantas de los hombres, mujeres, viejos y jóvenes, cristianos y turcos”. Una epidemia de cólera diezmó a partes del ejército francés. En esa ciudad Napoleón tomó una de las decisiones que más se le ha cuestionado: ejecutó a 3000 prisioneros turcos a quienes no podía alimentar, pero tampoco liberar

Después de la toma de Haifa sin resistencia alguna, napoleón se dirigió a emblemático San Juan de Acre, viejo fortín de los cruzados. En la ciudad se encontraron de nuevo con los hombres de Djezzar Pachá quienes le ofrecieron gran resistencia apoyados por los suministros que le enviaban los británicos. Napoleón ordenó catorce asaltos a la ciudad, siendo todos infructuosos. En esa ciudad Djezzer, a quien llamaban el Carnicero,  masacró a todos los cristianos de la ciudad y los lanzó en cajas al mar, llegando éstos al campamento francés. Fueron tales las pérdidas francesas que los soldados se negaron a escalar las brechas “sobre los cadáveres putrefactos de sus compañeros insepultos”. Finalmente abrieron brecha en los muros y la tomaron, no sin antes haber masacrado a todos los defensores. Después de su toma, Napoleón decidió que tendría que regresar debido a que la campaña estaba resultando más complicada de lo previsto.

Napoleón no era un hombre de un solo avance. Mientras asediaba Acre, desplegó distintas unidades por Palestina para controlar los puntos vitales de la región. Así, Junot tomó Nazaret, pero tuvo que retirarse debido a que Kléber estaba sitiado en el monte Tabor.  Entre los dos contingentes sumaban 2000 hombres frente a 25000 árabes, así que de poco servía la ayuda. Fueron seis horas las que resistieron valientemente los ataques, y cuando todo parecía perdido, Napoleón llegó con su caballería y cañones  y en media hora resolvió el asunto.

El triste regreso

Fue sumamente duro el viaje de vuelta a El Cairo. La falta de agua, el hostigamiento continuo de partidas árabes y los enfermos de peste, dificultaron las cosas. Fue tal la complicación que Napoleón ordenó que los soldados heridos en combate y los que tenían peste fueran abandonados. Un testigo relata que “por toda la ruta había víctimas de la peste, derribadas por el suelo, la mochila en su espalda, suplicando a los que pasaban a su lado ayuda para seguir en el ejército”. Tuvo que abandonar a una treintena de hombres durante le camino. En Jaffa ordenó que los franceses apestados permanecieran en un hospital donde se les daría una dosis extra de opio para matarlos. Napoleón perdería aproximadamente a 5000 hombres en esa parte de la campaña.

Ya en El Cairo se convenció de la idea de conquistar la India y de esa forma cortar un suministro importantísimo de los británicos era imposible. Pero las cosas en Egipto no eran ni remotamente tranquilas. Los excesivos impuestos molestaron a los agricultores, las posiciones francesas diseminadas en todo el territorio eran constantemente atacadas por partidas mamelucas que dificultaban la comunicación. Napoleón, un excelente propagandista, organizó una entrada triunfal multitudinario en El Cairo el 14 de junio de 1799, mientras en sus tropas había conatos de motín, y era abucheado e insultado por sus propios hombres.

Aunado a esto, se organizaba en Europa una Segunda Coalición contra Francia, que se encontraba desgastada por tantas tensiones internas. Napoleón sabía que la campaña ya era un fracaso y nada bueno sacaría de ella. Lejos de la metrópoli, temió quedar fuera del nuevo reparto del poder. Decidió regresar los más pronto posible, pero ahora la cuestión era cómo hacerlo. Mientras lo decidía, se enteró que Nelson atacaba a sus tropas en Abukir, y un contingente de 15000 hombres bajo las órdenes de Mustafa Pachá aniquilaron al batallón del general Marmont. Mandó a 300 hombres que murieron también. Murat logró sembrar el pánico entre las tropas de Pachá con su caballería, logrando una victoria que les daba un ligero respiro, pero era claro que situación no era nada buena: seguían parado sin poder irse a Francia, una flota española de veintiún buques que tenía la orden de ayudarlo fue bloqueada por los británicos. Y para colmo de males, los rusos se habían puesto del lado inglés y turco y ayudaron en el bloqueo. Sintiéndose sin escaparía ordenó que todas tropas diseminadas por Egipto se reagruparan en un mismo punto para ser repatriadas. Pero antes había que recuperar Abukir.

En cuanto tuvo a sus tropas juntas, mandó un ataque. Ubicó a las tropas de Lannesen el flanco derecho, a Kléber en el centro, a Desaix y Murat por la izquierda y dejó a Davounot como reserva. Empezado el ataque con artillería logró que tanto los británicos como los turcos se retiraran, ordenando la carga de Desaix y murat, quienes fueron repelidos por una resistencia a ultranza de los turcos, cosa que no esperaba. Mientras discutía con Desaix qué hacer, el pachá salió con sus hombres y ordenó que decapitaran a cualquier francés vivo, muerto o herido. El resultado fue que la ira de los franceses se desató, cargando a bayoneta calada y en desorden, pero con una rabia desbordada que logró, no sin antes una enorme resistencia turca, tomar Abukir. Terminado el combate, Murat le cortó de un sablazo tres dedos al pachá, no sin antes advertirle que si volvía a cercenar a sus hombres él le cortaría partes más importantes de su cuerpo.

Napoleón estaba desesperado por volver, así que le entregó el mando a Kléber y se embarcó a Francia con sus mejores generales y en la fragata Miuron, logrando evadir el bloqueo británico y logrando llegar el 9 de octubre de 1799 a su destino. Algunas fuentes afirman que ni siquiera se despidió de Kléber para no escuchar sus reproches. Kléber resistió hasta donde pudo, llegando incluso a derrotar a los otomanos en Heliópolis con un ejército desmotivado por la traición de su general en jefe, minado por el cólera y sin municiones suficientes. Recuperó El Cairo donde fue sumamente represivo, pero murió asesinado por un joven musulmán llamado Solayman al-Halabi. Le sucedió en el cargo el pintoresco general Menou, quien se había casado con una egipcia y se había vuelto al islam, pero que quería hacer de Egipto un estado independiente, pero sólo consiguiendo capitular en 1801.

La victoria de Napoleón

En noviembre de 1799, el 18 brumario según el calendario revolucionario, Napoleón daba el golpe de estado al Directorio, y  terminaba con él para siempre,  erigiéndose cómo el amo de Francia. Pero, ¿qué lo motivó a embarcarse en esa frustrada campaña? Los historiadores no se ponen de acuerdo, ya que algunos sostienen que el plan sí pudo haber sido plausible. Otros, en cambio, sostienen que en realidad lo único que ansiaba Napoleón era emular a Alejandro Magno y de esa forma incrementar su popularidad. Haya sido cualesquiera de las razones, los británicos sí se tomaron en serio el plan. Nelson escribió que “Si deja atrás Sicilia, creo que su plan de conquistar Alejandría y enviar tropas a la India, un plan que de ningún caso es tan inconcebible como se pudiera imaginara simple vista”

El gobierno francés había previsto que desde las islas de Reunión y Mauricio, en Índico, recogieran a tropas francesas en Suez para de allí llevarlas a la India. Napoleón les llegó a escribir varias cartas a los príncipes indios en guerra con los británicos, que llegaría un ejército  invencible. También se pensó en una marcha terrestre desde Siria hasta la India por Persia, emulando a Alejandro Magno. Años después, ya en exilio en Santa Elena, Napoleón diría: “Mirad qué podría haber sucedido si hubiese ganado. Podría haber seguido con la construcción de un imperio en Oriente”. Visto esto, todos llegaron a la conclusión de que para el corso, nada parecía imposible ni irrealizable.

¿Pero qué dejó la fracasada campaña que pasó a la historia? Sin duda alguna las bases para la egiptología, también estudios sobre la viabilidad de construir un canal que uniera  al Mediterráneo con el mar Rojo. Durante dos años exploraron el vasto territorio haciendo exploraciones arqueológicas, copiando textos dibujando edificios, haciendo estudios etnológicos, geológicos, zoológicos y botánicos, recopilando toda la información en una obra llamada Descripción de Egipto, que constaba de 20 tomos y que se publicó entre 1809 y 1822, siendo la referencia máxima durante décadas.

Pero tampoco olvidemos el descubrimiento de la Piedra Roseta (en la imagen). Encontrada de casualidad el 19 de julio de 1799 por un soldado mientras cavaba una trinchera alrededor de la fortaleza medieval Rachid, o Rosetta, para prevenir un eventual desembarco británico, era una piuedra de 114 x 72 centímetros  con inscripciones en tres bloques de distintos signos: jeroglífico, demótico y griego. El oficial Bouchard ordenó sacar copias de las inscripciones. La piedra contenía una sentencia del rey Ptolomeo que se fechó en 196 A.ec. Al rendirse los franceses en 1801, los británicos se quedaron con la piedra, mandándola a Londres, donde hasta la fecha se conserva en el Museo Britanico. Años más tarde, Jean-Francois Champollion estudió las copias y basándose en el texto griego buscó los equivalentes en los jeroglíficos y estableció el código con el que se puede leerlos y descifrarlos.

Pese a que Napoleón perdió a sus mejores hombres durante la campaña, eso no le impidió ganar una enorme popularidad que supo canalizar a la perfección al tomar el control de Francia y llegar a ser también el amo de Europa.

Pero también descubrió a un excelente propagandista que supo vender una desastrosa derrota como una enorme victoria sin que eso lo supusiera perder su papel de genio en la historia.

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