Las letras de las obras vocales de Edad Moderna, esconden interesantes controversias intelectuales acerca de temas como la teología, la política y la filosofía. Por medio de sus obras, los músicos podían expresar opiniones y ponerlas en manos del común de la opinión pública generando un intenso debate humanista.
Unos breves ejemplos son los de Juan del Encina (1468-1529) o Pedro Hernández de Tordesillas (ss. XVI-XVII), cuyo criterio fue expuesto en obras que han pervivido hasta nosotros. En este artículo me voy a centrar en el debate filosófico respecto a Aristóteles y Epicuro reflejado en el cancionero español del siglo XVI.
El debate humanista en Mateo Flecha
Todo aquél que tenga afición a la música de Época Moderna, habrá escuchado alguna vez el nombre de Mateo Flecha (1481-1553), uno de los mayores compositores del Renacimiento en la Monarquía Hispánica. A su vez, el nombre de la ensalada, le sonará a otra cosa diferente que un buen plato con el que iniciar las comidas.
Para entendernos todos, la ensalada fue un estilo musical muy recurrido en los bailes de las fiestas de palacio de la España Moderna, donde los cantores de las capillas reales se juntaban en 4 ó 5 voces. En este contexto, trataban temáticas muy diferentes, desde naufragios hasta hechos históricos, haciendo una completa mezcla de instrumentos, estilos e incluso idiomas, con letras que se enmarcaban muy bien en los tiempos navideños (Casares, Emilio et al. 1999, 87).
Covarrubias (1512-1577), tomó este símil para definirlo así: «Y porque en la ensalada echan muchas yerbas diferentes, carnes saladas, pescados, azeytunas, conservas, confituras, yemas de huevos, flor de borraja, grageas y de mucha diversidad de cosas se haze un plato, llamaron ensaladas un genero de canciones que tienen diversos metros, y son como centones, recogidos de diversos autores. Éstas componen los Maestros de Capilla, para celebrar las fiestas de la Natividad; y tenemos de los Autores antiguos muchas y muy buenas, como el molino, la bomba, el fuego, la justa» (Covarrubias 1611, f. 354v).
Queda claro pues, que la ensalada no era otra cosa que el mestizaje musical en su máximo esplendor. Así es, que Mateo Flecha fue uno de los máximos representantes de este género, perfeccionándolo hasta el punto que incluso le atribuían la propia creación del género. Sin embargo, hay una de sus obras que no tuvo el mismo recorrido que el resto, y que ha quedado relegada en un segundo plano por los azares de la historia. Se trata de Las Cañas, una pieza que mediante una intensa dialéctica trata de reflejar el Amor y la Majestad como los máximos principios del mundo, cuya composición original se debe a Joan Brudieu. (Flecha 1581, f. 29v-34r).
Esta confrontación entre ambos conceptos, se produce de manera irónica mediante el juego de las cañas, una simulación bélica en la que la aristocracia de las ciudades se enfrentaba montada a caballo entre varios equipos haciendo un combate por equipos. No dejaba de ser un evento inspirado en las justas medievales europeas, en el que usaban cañas (vegetales) por lanzas. Pro ello, en la obra cada uno de los actores trae una serie de acompañantes, que están conceptualizados en una serie de principios.
Así, inicia el combate el Amor, atrayendo con él Favor, Regalo, Deleite y Contento. Constituyen estos ideales los valores máximos del epicureísmo. Su razonamiento exaltaba los placeres de la vida y del cuerpo humano en su magnitud a la vez que los dotaba de un equilibrio para llegar a la razón. Estas ideas son incorporadas al mundo hispánico gracias a la labor humanista (Cañas 2002, 104-105).
Por el contrario, con la Majestad vienen la Justicia, Templanza, Prudencia y Fortaleza. Estas cuatro ideas son las famosas virtudes cardinales que se encuentran en Aristóteles y que son recuperadas por Santo Tomás. Cualquier autor y político de Época Moderna conocía estos conceptos, puesto que eran los máximos principios según se debía regir la vida pública y la política. Gobernar con virtud era, gobernar con un buen fin, con el mejor fin. Si se rehuía de ellas, se obraba sin moral, por lo que perdía gran valor político y se escapaba de toda legitimidad (Pardo 2017, 10).
El desarrollo de la contienda se hace a una cadencia rápida que ayuda al autor a llenar de contenido rítmico la canción con golpes claros. Su presencia continua, daba facilidad al baile, y se halla en otras obras del estilo. En referencia a la que ocupa este artículo, se muestra aquí de manera clara:
«¡Oh, qué musicas reales
y qué fiestas tan sotiles!
La Magestad entre ya.
¡Afuera!¡Afuera!¡Afuera!
Ya arremete la carrera.
¡Aparta!¡Aparta!¡Aparta!»
Tras un largo juego de ataques y contraataques por parte de cada parte, el Amor y la Majestad se baten en un duelo final, hasta la llegada de la victoria de los valores epicúreos:
«¡Oh, qué gracioso ruydo!
-la Magestad ha caído
-Sepamos cómo cayó.
-El caballo entropezó
luego el amor ha vencido».
El amor, en pleno regocijo tras declararse vencedor, se da incluso el placer de concluir la contienda con una frase de la Égloga X de las Bucólicas de Virgilio: «Omnia vincit Amor, sed nos cedamus Amori», que viene a decir «el amor todo lo vence, démosle paso al amor». Su presencia en la obra no es ninguna sorpresa, ya que el legado del autor latino hasta el renacimiento pasó con mucha fuerza a través de los artistas trovadorescos.
En el trasfondo de esta canción, hecha en clave de humor, hay una serie de reflexiones muy profundas e interesantes por parte de Mateo Flecha. Del enfrentamiento entre Aristóteles y Epicuro hay un claro ganador. Aristóteles, cuya eudaimonía preconizaba la felicidad mediante la realización plena de las personas por medio de la virtud dejando de lado los tránsitos estacionales de alegría o júbilo ha sido gravemente derrotado.
Sin embargo, el sabio prudente Epicuro ha ganado. La forja del ideal epicúreo se hace en las circunstancias más adversas. Mientras el mundo exterior se cae en pedazos, él aboga por una interiorización del conocimiento sin heroísmos ni apatismos. En la experiencia y la experimentación del amor, el sufrimiento, la amistad y el odio llega al equilibrio perfecto de manera individual.
Lo que dijeron otros pensadores humanistas sobre este debate
Este razonamiento se inscribe además dentro de los debates intelectuales del humanismo renacentista de la España Moderna. Mateo Flecha, que trabajó al servicio de las elites de la Corona de Aragón, formaba parte de estos círculos y se sentía interpelado por este discurso. En los últimos años de vida, el músico hizo caso a sus ideales y se retiró a la vida templada y alejada del mundanal ruido en el Monasterio de Poblet bajo la orden del Císter.
Cabe decir que, en estos términos, otros autores del renacimiento se expresaron usaron los valores de la Majestad y el Amor para reflejar las claves de un buen gobierno y una vida bien llevada. Especialmente en obras instructoras para gobernantes de la época, donde los autores, con profundo respeto hacia los príncipes y monarcas, les explicaban cómo debían regir la vida política. Este género, también llamado «Espejos de Príncipes», fue muy socorrido en la Europa Moderna.
Maquiavelo (1469-1527) en El Príncipe (1532) y los Discorsi (1531), inspirado en Aristóteles, Epicuro y Cicerón reflejó la necesidad de que el gobierno incorporara los aspectos aquí trabajados dentro de la política. El florentino, de opinión diferente a la de Mateo Flecha, se mostraba mucho más cercano a Aristóteles y Platón respecto a Epicuro. Él creía que, cuando se hablaba en términos políticos «el amor es un vínculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse» (Maquiavelo 2010, 112).
Por contra, para él la virtú era el ideal máximo al que podía acercarse un hombre. Frente a la perversidad de aquellos que se dejan llevar por los designios de la suerte y la fortuna, la búsqueda de las virtudes suponía un buen fin en la vida. Sin embargo, para alcanzarlas había de hacer también uso de algunos conceptos como el de la amistad, la fraternidad y el favor, más presentes en el ideal epicúreo que en el resto de pensadores atenienses (Skinner 1984, 66-70).
De otra manera pensaba Jerónimo Merola (1527-s. XVII), uno de los autores más interesantes de la Cataluña del siglo XVI. Su labor como catedrático en medicina en la Universidad de Barcelona junto a su intensa carrera política en el mismo municipio, le llevaron a publicar la República Original sacada del Cuerpo Humano (1587). En esta obra establecía una metáfora entre el cuerpo de los seres humanos y los miembros del reino (Redondo 1992, 44).
Haciendo referencia a los equilibrios propios de Epicuro, reflejó el semblante que tenía la institución regia con la institución familiar de este modo: «A los hijos se ha de comunicar el Rey como padre, agora con amor, agora con temor, de manera que se haga en ellos una templança entre amor y temor». Es decir, la perfección está en el uso del amor con la virtud, a fin de conseguir una mesura armónica que pueda perfeccionar el buen gobierno (Merola 1595, f. 133v).
Una referencia más tardía es la de Francisco de Quevedo (1580-1645). El célebre poeta madrileño reflejó en la Doctrina Estoica (1670) un interesante ejercicio intelectual acerca de los pensamientos de Epicuro, lanzando argumentos de múltiples autores de su época al respecto. Así mismo, creía que el griego constituía uno de los grandes filósofos de la historia, por proponer un método de pensamiento acorde con las virtudes y la exaltación del cuerpo. Así dejó escrito: «El filósofo Epicuro puso la felicidad y la bienaventurança en el deleite y contento. Aristoteles, en el libro decimo de sus Morales declara esta opinion» (Quevedo 1670, 84).
A modo de conclusión
Creo que hoy día tenemos que aprender muchas lecciones de Epicuro. En un momento en que muchos sufren de manera individual las situaciones más duras, estudiar cómo gestionar los equilibrios hasta la ataraxia, es decir, formarse para oponerse a la perturbación del alma con el fin de fijarse en los placeres más pequeños de la vida.
Mientras que Platón o Aristóteles hicieron una doctrina más global, Epicuro quiso centrarse en lo concreto, reflejando así la moderación y el placer como sinónimos de una forma de entender el ser en medio de la vorágine de la humanidad.
El sabio prudente es, por ello, una persona capaz de desembarazarse de los temores que provienen de las imposturas, falsedades, supersticiones y del miedo constante a la muerte. Solamente por medio de un buen equilibrio entre los valores del amor, bien representado por la amistad y el placer, y la majestad, cuyo significante es ocupado por la templanza y la prudencia, se puede llegar a buen fin.
Bibliografía
- CAÑAS QUIRÓS, Roberto, 2002, El Humanismo en Aristóteles y Epicuro, in: Revista de Estudios, n. 16, pp. 99-110.
- CASARES, Emilio et al., 1999, Diccionario de la música española e iberoamericana, v. 1, Madrid: Anaya.
- COVARRUBIAS, S., 1611, Tesoro de la lengua castellana o española, Available at: Tesoro, (accessed on 27 January 2020).
- FLECHA, M., 1581, Las Ensaladas de Flecha, Available at: Ensaladas, (accessed on 27 January 2020).
- MEROLA, Jeroni, 1595, República original sacada del cuerpo humano, Barcelona: Paulo Malo.
- MAQUIAVELO, N., 2002, El Príncipe, trad. Granada Martínez, M., Madrid: Alianza.
- QUEVEDO, F. de, 1670, Poesías de Don Francisco de Quevedo, Available at: Poesías, (accessed on 27 January 2020).
- PARDO MOLERO, Juan Francisco, 2017, Gobernar según la Virtud en la Monarquía Hispánica, in: El gobierno de la virtud. Política y moral en la Monarquía Hispánica (siglos XVI-XVIII), Madrid: Fondo de Cultura Económica.
- REDONDO, Agustín, 1992, La métaphore du corps de la république à travers le traité du médecin Jerónimo Merola (1587), in: Le corps comme métaphore dans l’Espagne des XVIe et XVIIe siècles, Paris: Presses de la Sorbonne Nouvelle.
- SKINNER, Q., 1984, Maquiavelo, Madrid: Alianza.