Volvemos con nuestro pequeño repaso por las muertes ridículas en la historia de la humanidad. En los anteriores analizábamos los traspiés sufridos en la Edad Antigua y en la Edad Media. La muerte, como suele decirse, iguala a todos, porque no ha llegado todavía la cura a esta «enfermedad». No obstante, algunos llegaron al final de sus días de una forma más honrosa – y aburrida – qué otros.
5. Tycho Brahe, historia de un reventón
Durante los siglos XVI y XVII se dio una revolución científica que cambiaría el paradigma de como entendemos el mundo. Evidentemente el método de la época no tiene nada que ver con el de hoy en día, es más, la línea entre magufada y ciencia era terriblemente permeable. Uno de estos personajes fue Tycho Brahe, uno de los más importantes observadores del firmamento elaborando una decena de tratados astronómicos. Llegaría a competir con el mismo Copérnico por ver quien entendía mejor el universo. Tendría una tortuosa relación de colaboración con Kepler y crearía una escuela de astronomía conocida como Uraniborg.
Sin embargo, Brahe era también un hombre muy correcto. Tan correcto que le llegaría la muerte por esto. Durante un banquete en Praga en el año 1601, tuvo la imperiosa necesidad de ir a hacer aguas menores, pero por no romper las reglas de la etiqueta, decidió no levantarse. Lo qué le ocurrió, según Kepler fue que le estalló la vejiga, lo que le causaría uremia y moriría días después entre terribles fiebres.
4. Un clásico: que te tire por la ventana una turba furiosa
Hay tradiciones muy bonitas, unos hacen castillos humanos, otros observan dulcemente fuegos artificiales desde una barca. En el este son más pragmáticos, así que optan por tirar a la gente por la ventana, concretamente a gobernantes que no les gustan. No seré yo quien se lo eche en cara, ya que seguramente a todos nos ha apetecido alguna vez (¡Hola Audiencia Nacional!) pero lo cierto es que en Praga hicieron todo un arte de esto.
En el siglo XV, bastante hartos del dirigismo imperial y con una «herejía» en ciernes causada por Jan Hus, los checos van a ver como florecen distintos grupos religiosos, siendo uno de ellos de corte bastante radical: los taboritas. A raíz de esto, y poniendo de relieve los enfrentamientos entre la iglesia husita y la nobleza -que veía peligrar su estado por culpa de este nuevo pensamiento- Jan Zizka, del que ya hemos hablado en otro artículo, decidió hacer una procesión-protesta que terminó en el ayuntamiento de uno de los barrios de Praga. Allí, las cosas se empezaron a ir de madre, y desde las ventanas les empezaron a lanzar piedras. Esto encendió los ánimos, así que irrumpieron en el ayuntamiento, engancharon por banda al alcalde y a unos cuantos concejales y les tiraron por la ventana. Sobrevivieron a la caída, pero no a la paliza de la turba furiosa.
3. Esperad, que hubo más.
Años después, en 1483, los husitas ultraquistas y los católicos se aliaron, pero era demasiado tarde para ellos, pues los husitas más radicales se adelantaron y fueron al ayuntamiento, donde mataron a los concejales y después les tiraron por la ventana.
Tuvieron que pasar unos añitos para que los checos volvieran a tirar a gente por la ventana, pero la próxima vez que lo hicieran, causarían la guerra más sangrienta y destructora de toda Europa hasta las Guerras Mundiales: la Guerra de los Treinta Años, de la cual hemos reseñado ya unos cuantos títulos que tratan sobre el tema (aquí y aquí). No os voy a engañar, es posiblemente mi favorita, ya que de nuevo una turba furiosa, en este caso de protestantes, apresó a dos delegados imperiales y a su secretario y los tiró por una ventana de nuevo. Hasta aquí, todo sigue los mismos derroteros que las anteriores defenestraciones, pero lo curioso es que les salvó un montón de rebosante y literal mierda que había en el suelo. El montón de estiércol les permitió salvar la vida, y además recibieron títulos nobiliarios por ello, así como insuflar de moral al bando católico, que vieron esto como si se les hubiera aparecido la virgen.
Ya, ya, me diréis que estos no han muerto y que os estoy estafando, pero no me podéis negar que tiene su aquel.
2. Staininger, o la muerte del hipster
Staininger era el burgomaestre -algo parecido a un alcalde- de la ciudad de Braunau am Inn. Allí vivía todo lo tranquilo que el siglo XVI permitía a las personas que vivían en las ciudades alemanas. Él, tenía una cualidad de la que presumía habitualmente: una barba tan larga que le llegaba al suelo. Este hombre, ya en avanzada edad, iba a encontrar su muerte por culpa de su amada barba.
En la ciudad hubo un terrible incendio, algo tristemente normal en toda la historia de la humanidad. Él tuvo que huir de ésta por miedo evidentemente a espicharla. Cuando corría por su vida, pisó su barba y murió al partirse el cuello.
1. John Kendrick y las amistades tóxicas
Nos acercamos al final de la modernidad con un personaje considerado un héroe. Hablamos de John Kendrick, marino estadounidense que vivió en el siglo XVIII destacando en la guerra Franco-india, en la Guerra de la Independencia Estadounidense. Finalmente, vivió como explorador destacando en la expedición del Columbia. Su objetivo era bordear el continente americano por el norte para llegar al Pacífico, objetivo que consiguió enfrentándose al todavía fuerte reino de España. A través de ese estrecho llegaría a Honolulu, donde participaría en varias batallas entre las tribus hawaianas.
Sin embargo, su muerte iba a llegar en 1794 de una forma muy inesperada. Tras una gran victoria frente a un caudillo local, celebraron la victoria lanzando trece salvas por sus cañones para saludar a la vez a un barco inglés, el Jackal. Los oficiales del barco británico les respondieron amigablemente, pero en vez de cargar salvas, lo hicieron con munición real, muriendo él y parte de la tripulación.