La Monarquía romana es un periodo muy poco conocido de la Historia de Roma debido a la oscuridad de sus fuentes y al necesario apoyo en la Arqueología para poder reconstruir los acontecimientos de la época. Sobre esta época quedan muchos hilos sueltos. Podría incluso considerarse la monarquía romana como un punto oscuro de la historia de la ciudad eterna, no porque no progresaran o porque fuera un periodo de crisis, sino porque no tenemos datos suficientes para considerar que este periodo es bien conocido. En este artículo, no obstante, vamos a intentar reconstruir la historia de este período.
El enclave geográfico de la fundación de Roma
Roma surge como confluencia de distintas aldeas que se encontraban extendidas en la ladera occidental y meridional de los montes Albanos. De este modo, se enclava en el noroeste del Lacio. Este se encuentra justo en la frontera con Etruria, que estaba marcada por el río Tíber. El río ha ido excavando en su sinuoso curso una serie de colinas (entre las que están las siete colinas de Roma), de las cuales la más importante va a ser el Monte Palatino. En ella se encuadra, además, la fundación mítica de la ciudad de Roma.
La futura Ciudad Eterna se va a encontrar en una posición estratégica clave para el paso del río, lo que la convirtió en un lugar bastante importante. Sin embargo, antes de que eso ocurriera, existía poco más que un terreno pantanoso poblado por muy pocos habitantes, generalmente dedicados al pastoreo.
Hoy por hoy es muy difícil conocer con garantías científicas como se asentaron las poblaciones en el lugar y cómo se desarrollaron hasta dar lugar a la culminación de Roma. Sin embargo, la historiografía ha ahondado mucho en estas cuestiones que tendrán su lugar en un artículo propio. En este, nos centraremos más concretamente en la Monarquía romana.
La Monarquía romana
En la génesis de Roma podemos hablar de una serie de aldeas dispersadas por la zona pantanosa del Tíber. Se trata, además, de una zona muy pobre y desértica demográficamente. Los pequeños grupos de población se encontraban bastante dispersos, de una manera relativamente aislada unos de otros. En estas pagus vivía la gens. Este grupo va a ir evolucionando según fueron haciéndolo las propias aldeas, hasta formar la ciudad. A raíz de esta evolución surgió la clientela. Es decir, un grupo social formado por todos esos ciudadanos sometidos a dominación por lazos de dependencia para su posible ascenso social y económico. Esta clientela tenía que cumplir sus obligaciones con el patronus, al cual debía una fidelidad (fides), que en este caso era recíproca.
Estas relaciones entre los distintos miembros de las aldeas del Tíber van a darse por pura lógica en un entorno de economía muy rudimentaria. Se trata de un contexto dominado por la ganadería y el pastoreo, en el que con el paso de los años fue ganando importancia la agricultura extensiva. Los bienes eran generalmente comunitarios, algo que se demuestra en unos enterramientos sobrios
Hasta este momento, las relaciones con el resto de pueblos itálicos eran prácticamente nulas. El territorio no tenía ningún interés de explotación económica ya que era realmente pobre. Sin embargo, la expansión de Etruria era inevitable y, a la postre casi un hecho. A partir de este momento, la impronta etrusca en los restos arqueológicos toma mucha importancia. Empieza, además, a surgir una división clara en la calidad de los ajuares de los enterramientos, lo que hace presuponer el fin de los bienes comunitarios.
En este punto se encuentra el origen de Roma como ciudad. Existen discusiones por parte de su origen, puesto que no se sabe bien si se debió a una dominación etrusca directa o a una unión de las aldeas por otro tipo de intereses. En estos momentos surge el Estado, en un marco de lucha entre el rey -antigua cabeza de una simple liga de iguales- y el resto de jefes de los grupos gentilicios. Paralelamente, al propio rey le interesaba que surgiese una nueva clase social que estuviera a su amparo e intentase ir ganando poder durante la Monarquía: la plebe.
Este proceso, la evolución en la que el rey se convierte en una figura prominente, también tiene mucho de religioso. Paralelamente a dicho proceso, Júpiter se fue convirtiendo en la figura principal del panteón romano. De esta manera, el rex se convierte en una figura fundamental a la hora de establecer las relaciones con los dioses.
No obstante, también tiene una importancia militar. El rey se convierte en caudillo del ejército. Este pasa de ser poco más que una banda armada a una agrupación mayor de gentes. Para ello, la protociudad se organiza en tres tribus. Cada una de ellas debía entregar a mil hombres, estando cien de ellos en disposición de servir como caballería. Para organizar a estas tropas era importante que sugieran oficiales capacitados. Cada tribu la dirige un magister militum y los magister populi (infantería) y magister equitum (caballería).
¿Reyes de Roma?
Mientras se producen estos cambios, también se da origen al futuro mito que configurará la mentalidad romana. Se habla de siete reyes, todos ellos indemostrables con respecto a las fuentes con las que contamos. No obstante, los que tenemos claro que son míticos son los cuatro primeros: Rómulo, Numa Pompilio, Tulio Hostilio y Anco Marcio. De origen latino o sabino, estas cuatro figuras tienen más de mítico que de real.
Todos comparten su origen y son considerados buenos regentes. Esto podría tener un cierto interés propagandístico, sobre todo a la hora de contraponerse a los reyes de la etapa de dominación etrusca. Tarquinio Prisco, Servio Tulio y Tarquinio el Soberbio van a usarse constantemente como contrapunto a los anteriores por parte de la concepción romana de la monarquía.
Lo cierto es que a estas alturas, Roma no era un asentamiento unido. Más bien podemos hablar de dos núcleos de población diseminados, formado uno por latinos y otro por sabinos. De esta manera, para algunas ciudades etruscas era importante dominar Roma para tener un acceso estratégico hacia Campania. Por lo tanto, ya fuese mediante las armas o por un interés comercial, la incipiente Roma fue ocupada por los poderes fácticos etruscos. Una vez terminado este periodo, la Roma resultante era una ciudad ordenada, con un foro, caminos importantes como la vía sacra o con un sistema de alcantarillado relativamente eficiente y avanzado. Por lo tanto, es de esperar que estos reyes etruscos provenientes de ciudades como Tarquinia o Veyes se encargaran de dar entidad a esos dos núcleos de población en camino del sinecismo.
Poniendo el foco sobre las fuentes, Tarquinio Prisco podría haber sido el primero de estos reyes. De él se sabe poco, más allá de que llevó a cabo una tarea de expansión militarista, duplicando de 3000 a 6000 las fuerzas de combate. Será verdaderamente trascendental su sucesor, Servio Tulio, cuyo nombre no es etrusco y no se sabe exactamente de dónde procedía (Bravo, 1998: 28). Este cumplirá la función mítica de otros legisladores como Licurgo en Esparta o Clístenes en Atenas. Recibirá el nombre de «constitución serviana» y tiene una grandísima importancia, convirtiéndose en el verdadero fundador de la Roma, que más tarde se convertiría en la República más importante del Mediterráneo.
Servio Tulio puso en marcha los Comitia Centuriata, una nueva asamblea popular dividida en centurias según el poder económico. Esto hizo que empezase a tener más importancia el concepto de cives. Éste es uno de los conceptos fundamentales en la futura Roma, ya que el ciudadano era la medida mínima de todas las cosas en la ciudad del Tíber. También va a reformar el ejército de manera timocrática, al igual que hicieron los legisladores griegos. Al igual que ocurría con las Comitia Centuriata, el ejército se dividió en centurias, dependiendo del poder económico para comprar equipamiento bélico. De este modo, los romanos empezaron a formar en falange.
A estas alturas, Roma era una ciudad floreciente, a pesar de lo cual seguirá siendo una pequeña urbe. La monarquía romana apenas era capaz de controlar 240 kilómetros cuadrados de extensión, en solo uno de los márgenes del río Tíber. Roma empezará a tener un verdadero poder una vez se produzca el paso de la Monarquía romana a la República. Sin embargo, primero es necesario hablar de las instituciones que se empiezan a fraguar durante este periodo.
Las magistraturas de la Monarquía romana
La reconstrucción de como fueron las instituciones políticas de la Monarquía romana no tiene mucho sustento histórico. Esto se debe, en buena medida, al gran problema que supone la escasez de las fuentes.
De acuerdo con el mito, Rómulo dio la legislación fundamental a la nueva ciudad. Hizo uso de una actitud constitucional estableciendo un rey, un senado y una asamblea popular, además de llevar a cabo la distinción entre patricios y plebeyos. Por su parte, su sucesor, Numa Pompilio sería el encargado de dar entidad religiosa a la ciudad, creando los distintos cuerpos sacerdotales y las fiestas.
No podemos saber si esto ocurrió tal y como se ha narrado tradicionalmente, pero tampoco puede ponerse duda la realidad histórica que se heredó en el paso hacia la República: la presencia de un rex sacrorum, una figura en la cabeza de la jerarquía sacerdotal romana. Algunos hablan de que se trata de la figura monárquica, a la que se le ha quitado todo poder político y solo le ha quedado el sacral (Poma, 2009: 22)
Sea como fuere, la institución más poderosa durante este periodo era la del rey, sobre todo en lo que se refiere a poder militar. Al fin y al cabo, el término rex viene de regir o guiar en relación a las tropas. De esta figura ya hemos hablado suficiente, pero cabe mencionar, sobre todo, que la figura del rex no era hereditaria, sino electiva y abierta incluso a los extranjeros.
Tribus y curias
Uno de los cambios que se va a producir durante la Monarquía es la división de la población en tribus y curias. Se asume que el creador de esta división fue Rómulo, quien dividió a la población en tres partes, poniendo a una persona ilustre al frente de cada tribu. Después hizo 10 divisiones dentro de cada tribu, llamándolas curias (Dion. 2, 7, 2-4).
Asimismo, dividió la tierra en tres partes. Una reservada a los dioses, otra para uso público de cualquier romano y, finalmente, la parte restante la dividió en tres: una para cada tribu. No obstante esto no es más que un intento racionalizador por parte de los clásicos para darle una entidad y una explicación a los orígenes de Roma.
Lo mismo ocurre con el nombre de las tribus: Ramnes, Tites y Luceres. Lo cierto es que, al respecto, la historiografía romana nunca se puso de acuerdo. No obstante, los Ramnes se vincularon con los latinos y con la herencia de Rómulo. Mientras tanto, los Tites eran considerados herederos de los Sabinos de Tito Tacio (Neel, 2017: 284). Finalmente, los Luceres iban a ser etruscos que ayudaron a Rómulo durante sus enfrentamientos precisamente con los sabinos (Poma, 2009: 26). En teoría, Servio Tulio creó cuatro nuevas tribus dentro del territorio de la ciudad (Liv. 1, 43, 13), dándole a las tribus un sentido más territorial que gentilicio.
En cuanto a las curias, la palabra proviene del indoeuropeo ko-wirya, lo cual podría significar «Asamblea». Cada curia tenía su propio culto con un sacerdote específico llamado flamen, su propio líder (el curio, un hombre que debía tener más de 50 años) y un lictor. Además, solían reunirse en una sede en concreto y contaban con un nombre, generalmente derivado de alguna gens, una localidad o un culto en concreto. Gracias a Plinio el Viejo conocemos algunas de las fiestas religiosas celebradas por estas curias primitivas, generalmente vinculadas a la agricultura (n. h. 18, 18, 1). Por encima del curio se encontraba el curio maximus, cuyo puesto estaba reservado a los patricios.
El senado
El senado romano fue creado supuestamente por Rómulo y en él introdujo a cien senadores que recibieron el nombre de patres. En palabras de Livio, esto ocurrió porque solo 100 cumplían con las características para ser senadores, no por otro motivo (Liv. 1, 8, 7). Por ello su número irá creciendo o decreciendo durante la monarquía dependiendo del rey que estuviera en el trono.
No había ninguna ley que rigiera las relaciones entre el senado y el rex. Sin embargo, es evidente que el monarca necesitaba a los patres, ya que ellos vertebraban el organigrama social romano. Se cree que Tarquinio Prisco aumentó el senado para insertar en él a personajes importantes de su facción (Liv. 1, 35, 6). En cuanto a sus atribuciones, todo apunta a que eran quienes gobernaban durante los interregno y que se encargaban de refrendar las decisiones tomadas por la asamblea popular. El mecanismo era conocido como res ad patres rediit (Forsythe, 2005: 110).
El paso a la República Romana
Aquí la explicación mítica y las teorías historiográficas divergen totalmente. De acuerdo con la leyenda, Tarquinio el Soberbio gobernaba de forma tiránica y su relación con los patricios se estaba tensando demasiado. Al final la situación explotó cuando Lucrecia, la hija de un importante patricio fue violada por su hijo. Esto hizo que buena parte del patriciado romano encabezado por Lucio Junio Bruto se levanta y expulsara para siempre a los reyes de Roma. Según esta tradición, la República comenzó en el 509 a. C. Aunque hoy en día muchos autores la cifran en el 506 a. C. o incluso a principios del siglo V a. C.
La realidad es que no podemos hablar de la caída de los Tarquinios sin tener en cuenta la situación del mundo etrusco. La confederación de ciudades etruscas estaba viviendo una gravísima crisis. Como hemos dicho, Roma era muy importante para el paso a Campania, así que su control era fundamental por parte de los etruscos para poder acceder a esos territorios.
En las postrimerías del siglo VI a. C. las ciudades de Campania se habían rebelado contra las ciudades etruscas. Allí se encontraban ciudades-estado griegas y también ciudades latinas que conformaban una liga confederada de ciudades.
Para enfrentarse a ellos, Porsenna, el rey de Clusium, se dirigió hacia allí con un ejército. En el camino, para asegurarse la lealtad de Roma expulsó a los monarcas y ocupó la ciudad (Forsythe, 2005: 148; Alföldy, 1965: 72-84). Esto provocó que, para mantener a la ciudad fiel, no tuviera más remedio que ofrecer muchas prebendas a los patricios. Esto supondría el inicio de la República. No obstante, esta comenzó con una gravísima crisis social, política, económica y religiosa que marcará todo su propio futuro. Terminaba la Monarquía, comenzaba el conflicto patricio-plebeyo.
El problema de las fuentes sobre la Monarquía romana
Las fuentes no son fiables en tanto que fueron escritas siete u ocho siglos desde que ocurrieron los hechos. Tito Livio o Dionisio de Halicarnaso intentan hilvanar los acontecimientos de las leyendas grecorromanas en torno a la fundación de Roma. Sin embargo, este es el punto de partida para todo historiador que quiera ahondar en la Historia de la ciudad.
Lo que habitualmente se hace es juntar todos los mitos de orígenes dispares. A través de ellos, se criba la información que podría ser cierta y se separa de la leyenda a través de coincidencias en todas ellas. Luego se coteja con lo que sabemos gracias a la arqueología para crear el relato más verosímil posible. Así, la tradición literaria se vuelve totalmente secundaria y cobran importancia otros datos de mayor calado.
Conclusiones
La Monarquía es uno de los periodos más olvidados de Roma ya que las fuentes son muy parcas al respecto. Además, es muy difícil separar lo mítico de lo real, por lo que generalmente se pasa de puntillas sobre ella en muchas ocasiones. Lo cierto es que Roma se configura como una ciudad durante este periodo. Por ello, es ineludible entender los mecanismos de funcionamiento de la misma para entender el paso a la República e incluso al Imperio.
Podemos observar con bastante facilidad que en la Monarquía se empiezan a pergeñar unas cuantas instituciones que sobrevivirán a lo largo de la Historia de Roma. Sin embargo, el verdadero cambio se producirá en la República. Ahí será donde empiezan a surgir prácticamente todas las magistraturas del cursus honorum.
Bibliografía
Alföldy, A. (1965). Early Rome and the Latins. Michigan University Press.
Bravo, G. (1998). Historia de la Roma antigua. Madrid: Alianza Editorial.
Forsythe, G (2005). A Critical History of Early Rome: From the Prehistory to the First Punic War. Los Angeles: California University Press.
Neel, J. (ed.) (2017). Rome: Myth and Society. New Jersey: Willey Blackwell.
Ogilvie, R. M. (1976). Early Rome and Etruscans. Fontana: Fontana University Press.
Poma, G. (2009). Le istituzioni politiche del mondo romano. Bolonia: Il Mulino.