«Isabel de Inglaterra ha sido exaltada por unos historiadores y difamada por otros. Pero no ha sido explicada».
Numerosos son los escritos existentes sobre esta reina, e independientemente de los juicios vertidos sobre su persona, lo que es incuestionable es su inteligencia y carácter, que hacen de ella una de las reinas más importantes de la Historia.
Isabel, que era Isabel Tudor nació el 7 de Septiembre de 1533 en el palacio de Placentia, en Greenwich. Su nacimiento fue muy esperado porque Enrique VIII no había obtenido un heredero varón en su primer matrimonio con Catalina de Aragón, solo una hija, María, pero consiguió separarse de ésta y casarse con su amante de entonces Ana Bolena. Pero cuando el bebé resultó ser una niña, Isabel, la decepción del rey fue bastante considerable. El resto de veces que la reina Ana se quedó embarazada desembocaron en abortos, lo que acabo terminando con la paciencia del rey. Sería acusada de adulterio y decapitada el 19 de mayo de 1536, por lo que Isabel se quedó sin madre a una tempranísima edad.
Además, ni ella ni su hermanastra María encajaban ya en la corte de Enrique VIII, que se había vuelto a casar, con Jane Seymour, la cual le dio el ansiado varón que esperaba, deslegitimizando a sus otras dos hijas, que vivirían alejadas de la corte durante muchos años. No obstante, el destino quiso que Isabel llegara a ser reina. Recobró su estatus en la corte como princesa con la última esposa de Enrique, Catalina Parr. Catalina consiguió que el rey firmara en 1544 el Acta de Sucesión según la cual tanto Isabel como María recobraban sus derechos al trono por detrás de su hermano Eduardo. Tras la muerte de Enrique (1547) éste le sucedería en el trono, no obstante era de naturaleza enfermiza y moriría con tan solo quince años (1553) dejando como sucesora a María, que se convertiría en María I, llevando a Inglaterra al catolicismo y ganándose el apodo de «Bloody Mary» (La Reina sangrienta). Terminó recluida en una torre y a su muerte en 1558 Isabel accedió al trono. Según queda reflejado en el artículo escrito por la historiadora Montserrat Jiménez Sureda en lo referente a las medidas de Isabel, se muestra a una mujer increíblemente inteligente. Quizás uno de esos puntos que mejor lo muestra alega cómo «consciente de sus fuerzas eludió el enfrentamiento físico con unos émulos de mayor fuste, aunque intentó en todo momento debilitarles ayudando de forma subrepticia a cualquier disidencia en sus hegemonías. Ya a los rebeldes de los Países Bajos de Felipe II, ya a los hugonotes de los Valois, ya animando el corsarismo contra ambos» o como sabía beneficiarse de las propias críticas:
«Cuando Felipe II, con Francia y otros interesados en ello, la desautorizó —aguijando su permanencia y la solidez del reino—, Isabel moldeó el argumento para reforzar la identidad nacional y el concepto de patria ensamblado a su persona. E, incluso, a su falta de pedigrí en unos inteligentes discursos en que se descubría ante la plebe como mere English, una simple inglesa, una de los suyos agredida por los extranjeros invasores«
Aun con todo, su personaje está rodeado de excentricidad y misterio, y no es para menos. Muchos historiadores convienen en llamarla «La Reina Virgen», incluso un estado de la Unión Americana del Norte lleva el nombre de Virginia en su memoria, y en verdad nunca se casó, murió el 23 de marzo de 1603, a la edad de 70 años y soltera. «Ella misma, en muchos de sus discursos, dijo que no necesitaba marido porque se había desposado con el pueblo inglés, y que no quería hijos pues todos los ingleses eran hijos suyos».
Si bien estas palabras pueden ser dignas de admiración y llevarnos a pensar en una mujer avanzada para la época en sus ideas y segura de sí misma, lo cierto es que muchos de sus hechos y testimonios en torno a su persona contradicen esto.
Lo primero es discutir su atribución de virgen. Como bien nos indica Ernesto Macías Torres, especialista en ginecología «desde el punto de vista de la virginidad moral, que consiste en que los órganos de la mujer no entren en contacto con los del hombre o con sus manos, Isabel la había perdido cuando era casi una niña, a los doce o trece años, y la perdió multitud de veces y con varios hombres», pues famosos y conocidos son sus amantes, a los que Isabel no ocultaba, véase Essex o Robert Dudley, explorador y cartógrafo inglés, conde de Leicester y favorito de la reina, con el que ésta se besaba y abrazaba en público, como retransmitían algunos de los embajadores de España que estuvieron en Londres, y que lo serían durante bastantes años, pero tendría muchos más como Hafton, De Vere, Heynage, etc.
Ahora bien, esta no es la cuestión que nos atañe, al menos, no directamente. Lo interesante es poder responder a la pregunta de ¿Por qué una mujer en pleno siglo XVI y recibiendo como recibió durante toda su vida, incluso por parte de sus amantes, proposiciones de matrimonio, nunca aceptó ninguna? Alguien podría decir que simplemente no deseaba casarse y que su condición de reina se lo permitía, como fue verdaderamente. No obstante, y por muy avanzada que fuera para su época nos hallamos en pleno siglo XVI, donde como nos cuenta Iñigo Sánchez, a través del Concilio de Trento (1563) «se consagraba el matrimonio, junto con la reclusión en el convento como la única salida admisible para la mujer«. Es cierto que Inglaterra era protestante e Isabel reina, pero incluso los erasmistas más avanzados defendieron la «obediencia y sujección» de la esposa al marido «por lo que pudiera ocurrir«. Se tenía una visión de la mujer como ser extraño, imprevisible e incluso peligroso, al que se debía controlar. Y en esa visión, una mujer debía casarse y proporcionar descendencia, esos eran sus cometidos.
Famoso es el libro que escribió John Knox, líder de la reforma protestante en Escocia, «The First Blast of the Trumpet against the Monstruous Regime of Women» (El primer toque de trompeta contra el monstruoso gobierno de las mujeres), que en principio tenía como objetivo desprestigiar y demostrar lo contra-natura que era el gobierno de una mujer (dirigido sobre todo a tres mujeres, las tres Marías: la de Guisa, María I de Inglaterra y María Estuardo) pero que terminó divagando sobre la maldad y locura de todo el género femenino.
Así y situada como estaba Isabel en este contexto, es bastante sospechosa su decisión de no contraer matrimonio. Incluso si aceptáramos a la misma como una mujer desplazada de la época en sus ideas,
Algunas de sus acciones, incluso algunas de sus palabras documentadas, contradicen esto. Uno de estos episodios tuvo lugar al nacer Jacobo, hijo de su prima María Estuardo, cuando ante estos hechos se documentó en una conversación conMelville, mayordomo de María Estuardo, la contrariedad que sentía Isabel a través de las siguientes palabras: «Mi prima María ha tenido un robusto niño y yo soy un tronco estéril». ¿Era Isabel estéril? No resulta una idea absurda, puesto que además fue una idea bastante extendida en la época. Melville manifestó la opinión de que la reina no podía tener hijos, Lady Sheeswbury, noble inglesa dijo saber que la conformación sexual de Isabel no era normal e incluso William Camden, historiador inglés de la época (1551-1623) escribió sobre la imposibilidad de Isabel para procrear, bajo la frase de «obnescio quam mulierem impotentiam».
No serían los únicos, pues uno de sus amantes, Essex y durante su proceso por haber conspirado contra la reina pronunció las siguientes palabras: «Her mind as crooked as her body», algo así como «su alma tan deformada como su cuerpo», y visiblemente Isabel carecía de ninguna deformación, lo cual nos hace pensar en otra no tan visible. No se cita en ningún caso con exactitud cuál era su problema, y de hecho nunca llegó a descubrirse, ya que Isabel se cuidó mucho de ello, tanto que a su muerte dejó dispuesto que ningún hombre tocase su cuerpo después de muerta y prohibió ser embalsamada, llevándose su secreto con ella.
Ernesto Macías Torres piensa que quizás uno de los motivos de que Isabel se indignara tanto cuando sus amantes contraían matrimonio (encerró una temporada al conde de Leicester en la torre de Londres cuando contrajo matrimonio sin su permiso), además de la evidente traición como mujer, es precisamente su obsesión por ocultar su secreto, quizás por miedo a que en la intimidad conyugal sus amantes revelasen la «defectuosa conformación sexual de la reina´´. Este ginecólogo se atreve a ir más lejos, dando la posible razón de esta deformación, que no sería otra que la ausencia congénita de vagina, que conlleva el desarrollo incompleto del útero.No obstante las trompas de Falopio y los ovarios funcionalmente son normales, lo que explica que el deseo sexual de Isabel, tan documentado, y que se prolongó hasta prácticamente sus últimos días, fuera normal.
Incluso hemos de decir que lejos de apagarse con los años se hizo más notorio, pues pasando ya la reina de los 50 años, el conde de Essex, hombre mujeriego y engreído, a quien llevaba 34 años se convirtió en su amante. Son numerosas las alusiones biográficas e históricas que se hacen al poco atractivo de la reina, pero gracias a su condición de reina pudo elegir hombres jóvenes y apuestos durante toda su vida. Ahora bien, puede que su belleza no fuese marcada, pero sí lo era su inteligencia, que ha merecido casi tantas o más alusiones que el atributo anterior, y que serían más que suficientes para atraer la atracción de todos sus amantes. Y así como reina que era pudo permitirse también el lujo de no casarse, y aquí entra en juego de nuevo la interesante opinión que de ello nos hace el genetista Ernesto Macías Torres, sobre el por qué definitivo de esta decisión, que si bien tiene de base su malformación, también nos habla de una mujer con carácter e increíblemente inteligente, que no se dejó influenciar. Una mujer soltera y más siendo reina, es dueña de sus actos y puede permitir a sus amantes las libertades que ella quiera, pero también las puede cortar en el momento que juzgue oportuno(…) Una mujer casada, no, aunque sea Reina; el marido tiene el indiscutible derecho de “usar” fisiológicamente a su mujer, en el llamado “débito conyugal”. Esto que si bien podría, como ya he dicho, hablarnos de los deseos de Isabel de ocultar su secreto, también nos habla del deseo de preservar su libertad de la que el matrimonio la privaría. Así y según este autor desde el punto de vista de la virginidad material, entendida como la rasgación de la membrana del himen, que no existiría en el caso de ausencia congénita de la vagina, Isabel no podía perder su virginidad. De esta manera zanja el tema el bien documentado médico, alegando que «nadie puede perder lo que no tiene».
Sin embargo, y puesto que es imposible de comprobar, ésta consiste en una hipótesis más. Una hipótesis bien argumentada, pero en definitiva hipótesis, que hacen de la figura de Isabel I de Inglaterra un personaje ensombrecido por un ala de enigma, que quizás sea difícil de resolver, pero que la convierte en uno de los personajes más tratados y fascinantes de la historia.
BIBLIOGRAFIA:
-Ernesto Macías Torres.(1965). Aportaciones ginecológicas a la biografía de Isabel I de Inglaterra.Archivum, 15, 328-357.
-Iñigo Sánchez Llama.(1990). La lente deformante: La visión de la mujer en la literatura de los Siglos de Oro. AISO. Actas II, 941-947.
– Jiménez Sureda Montserrat.(2003). La Inglaterra de los Tudor(síntesis de historia política). Manunscrits, 21, 195-210.