Mayo del 68 no fue solo París. Ni siquiera Francia. Una oleada de movilizaciones, protagonizadas en su mayoría por jóvenes, se extendió como la pólvora. La Primavera de Praga, la matanza de Tlatelolco, la Revolución Cultural China… Todos estos acontecimientos levantaron a los estudiantes de sus pupitres y les sacaron fuera de las aulas hacia el escenario de las calles. A pesar de los diferentes ritmos de tales acontecimientos y de su funcionamiento interno, no fueron estancos e infranqueables. La influencia entre todos ellos era evidente, como si un gigante hubiese despertado contra el orden mundial establecido en una posguerra que comenzaba a encerrarse en sí misma ante las transformaciones. Y su objetivo era acabar con la modernidad de finales de los años cuarenta que, ya en los sesenta, comenzaba a anticuarse.

En esta ocasión nos ubicaremos en Francia, pero lo cierto es que Mayo del 68 no es exclusivamente francés. Ni siquiera el abono que hizo florecer las protestas, que no fueron tan solo parisinas. Fue un fenómeno global donde intervinieron diferentes algoritmos que dieron con la fórmula de estas protestas. Por ejemplo, en 1964 se suele situar el antecedente más significativo de Mayo del 68 y revela que no es solo francés. Es el llamado Free Speech Movement o Movimiento por la Libertad de Expresión, que fue una protesta estudiantil al otro lado del Atlántico, en Berkeley (California). El Mayo del 68 francés, sin embargo, sigue incrustado en la memoria europea sobre los 60.

¿Cuándo París estornuda, toda Europa se resfría?

Una frase muy recurrida en la historia contemporánea, al menos en el marco europeo, es que cuando París estornuda, toda Europa se resfría. Estas palabras representan a París como eje central europeo, al entender que todo lo que sucede en la capital tiene una réplica en el resto de países. Mayo del 68 se ha presentado en muchas ocasiones como el ejemplo predilecto para comprender este dicho. En este caso, ya no solo a nivel europeo, sino a nivel mundial. Sin embargo, el espíritu sesentayochista no nació, se desarrolló y murió exclusivamente en París: es todo un fenómeno internacional.

Fue, sin duda, un acontecimiento global que tuvo manifestaciones en diversos lugares y años de prolongación de las mismas. Por ejemplo, en Estados Unidos, el movimiento por los derechos civiles y la protesta contra la guerra de Vietnam, junto al movimiento contracultural, sembraron un ambiente juvenil de protesta en búsqueda de cambios reales en la vida cotidiana.

También las protestas se desarrollaron con una feroz potencia en México. En este caso, tras un ciclo de protestas estudiantiles por la represión estatal, el país se envolvió en una larga huelga general, que duraría hasta el 2 de octubre. Este día se congregaron cientos de estudiantes en la plaza de las Tres Culturas y las autoridades contestaron con balas y una represión desmedida. La elevada cifra de muertos, aún imprecisa (entre los 300 y 400), da nombre al suceso: la Matanza de Tlatelolco (Pastor Verdú, 2008: 41).

En otros puntos cardinales, por los diferentes contextos, la oleada de movilizaciones y protestas fue mucho menor. Por ejemplo, en España, la dictadura franquista insonorizó el ciclo de protestas, aunque estos obstáculos no impidieron cierta movilización de aquellas personas más comprometidas. Los ecos del 68 llegaron al ambiente universitario e incluso se manifestaron en música como arma de protesta. Son, pues, ciclos de diversos grados de acción. Sin embargo, el síntoma de malestar general era compartido.

Anticapitalismo, antiimperialismo y antiautoritarismo

Para intentar comprender el seísmo sesentayochista, es preciso remontarse a algunos factores que contribuyeron a encender la mecha del ambiente combativo. En los últimos coletazos de los años cincuenta, una oleada de aceleradas transformaciones convulsionó el panorama internacional. La magnitud de su efecto modificó creencias y valores arraigados en la sociedad. En este sentido, los motores de la modernización arrancaron e implicaron la puesta en marcha de la renovación de la sociedad y sus estructuras.

En este contexto, uno de los factores económicos que alentó la movilización de 1968 fue el cenit al que estaba llegando la expansión capitalista de la posguerra. Anunciada a gritos sordos, finalmente acabaría en graves crisis como la del dólar (1971) o la del petróleo (1973). Con ello, se abrieron grietas en el modelo capitalista que, finalmente, se tradujeron en la población en forma de malestar contra el sistema.

Otro factor político, y muy de la mano del anterior, fue el auge de los movimientos de liberación nacional en las descolonizaciones. En el caso francés, influyó decisivamente Argelia, declarada independiente en 1962. Seis años después, algunas secuelas de autoritarismo colonial seguían presentes. Lo suficiente como para que los jóvenes demandaran el fin real del colonialismo. Así, los discursos y actuaciones de Mayo del 68 se expresaron inmediata y posteriormente en una señas de identidad precedidas por el “anti”: anticapitalismo, antiimperialismo y antiautoritarismo (Pastor Verdú, 2008: 37).

Un mayo joven y estudiantil

En confluencia con los anteriores factores, otro que calificará Mayo del 68 como estudiantil, es el aumento de jóvenes que pudieron acceder a la Universidad. Gracias a la necesidad de formar personal cualificado para el desarrollo industrial y tecnológico, los jóvenes tuvieron más formación que sus generaciones antepasadas. Una formación crítica que convertía a la juventud en sujeto de derecho y la sacaba de la invisibilidad de tiempos pasados. Los jóvenes, así, se convirtieron en un colectivo de presión sociopolítica, cuya cúspide de reclamaciones llegaría hasta Mayo del 68 (Hobsbawm, 2007: 297-298).

Esta conjunción de tendencias, en definitiva, dio lugar a la ruptura del consenso posterior a la Segunda Guerra Mundial. Y se expandió más allá de las fronteras europeas. Por ello, otra característica que se impregnó en aquel Mayo del 68 y, como no, en sus repercusiones más inmediatas, fue lo contracultural. Sus medios de difusión como la música, el cine o la literatura incorporaron un ambiente de rebeldía e inconformismo entre los más jóvenes. Fraguaron, así, una forma de vida muy crítica con la generación de sus padres.

En gran medida, los jóvenes llevaron las riendas de la renovación cultural, que Theodore Roszak, definió como “contracultura” en su obra El nacimiento de una contracultura (Roszak, 1970). Sus propulsores fueron los famosos beatniks o generación beat, a los que seguirían los hippies. Estos jóvenes rechazaron identificarse con clases altas o con subculturas de clase media. Ahora se daba una curiosa inversión de papeles: los jóvenes comenzaron a aceptar como referentes música, ropa y lenguaje de la clase baja urbana (Hobsbawm, 2007: 333).

En su programa de inconformismo buscaron novedades en las pautas familiares, en las costumbres sexuales o en la estética para dar lugar a identidades diferentes a lo establecido (Fontana, 2011: 399). Efectivamente, era la famosa trilogía arrastrada desde los cincuenta y que estalló en los sesenta: sexo, drogas y rock and roll. Significaba todo un estado de rebeldía: reclamaron libertad sexual ante las censuras de una sociedad puritana, consumieron drogas prohibidas como síntoma de oposición a la ley impuesta y se dejaron llevar por los ritmos frenéticos del rock.

Marx, Mao y Marcuse

Una ideología muy recurrente fue la de “Las tres “M”: Marx, Mao y Marcuse” (Estefanía Moreira, 2018: 19). Fórmula cuyo resultado final dio una cuarta M: Mayo del 68. Este estado de rebeldía se refería a la búsqueda de una lectura de Marx renovada. Todo empezaba desde una crítica al stalinismo y a su sistema gerontocrático. Por ello vieron en Herbert Marcurse, uno de los componentes más importantes de la Escuela de Frankfurt, un referente intelectual. Desde una lectura marxista, este criticó la sociedad moderna. Justo aquello que el espíritu colectivo de los jóvenes parisinos reivindicaba. Pero, sin duda, el referente más destacado entre los jóvenes fue Mao Zedong.

Más que referente era parte del culto al líder de la Revolución Cultural China que por aquellos años se encontraba en su cenit. Fue tan acogida entre los jóvenes porque durante esta (1965-1976), China buscó una vía hacia el socialismo diferente a la soviética. Era, al fin y al cabo, un ejemplo de rechazo a unas estructuras anquilosadas a favor de nuevos caminos renovados. Además, los jóvenes tenían el papel de arquitectos de esta construcción.

La revolución cultural de Mao, a grandes rasgos, tenía el objetivo de purgar la intromisión burguesa en la sociedad. Los jóvenes, en este sentido, tuvieron una importancia sobresaliente. Millones de ellos actuaron como “guardias rojos”, seguidores y garantizadores de la doctrina del Libro Rojo de Mao (1964). El contenido de esta obra se convirtió en la vara de medir la intensidad de la revolución que envolvió a la sociedad en una espiral represiva. Así, ante la ruptura pública de China con la Unión Soviética, se creó toda una generación de jóvenes politizados que estalló a finales de los años sesenta (Horn, 2007:158-159).

Este espíritu maoísta atravesó fronteras y caló en movimientos y organizaciones políticas fuera de China. En Francia, la carga política maoísta incluso llegó a vertebrar las reivindicaciones de mayo. Ya en 1967, Jean-Luc Godard anticipó en su película La Chinoise la influencia que tuvo el maoísmo en el Mayo Francés. En ella, jóvenes parisinos discuten sobre política desde una visión maoísta. Entre otros temas, se hacía una muy férrea crítica a la Guerra de Vietnam (y, en general, contra todo imperialismo).

Este breve ejemplo muestra como la cultura actuó como incubadora para gestar el espíritu del 68. Es más, se convirtió en un medio de propagación de ideas reivindicativas, especialmente entre los jóvenes. Entre los nuevos lenguajes de los sesenta, para el Mayo Francés, el más influyente fue la Internacional Situacionista o “situacionismo”. Un movimiento alimentado por el dadá y el surrealismo (Cáceres, 2008: 24). Proponía la búsqueda de la libertad a través de un propósito bien definido: la abolición de clases.

Cartel en el que se lee “Abolition de la Sociétè de Classe”
“Abolition de la Sociétè de Classe” (mayo de 1968). Conseil pour le maintein des occupations.

Para este fin, su método se basó en la construcción de “situaciones”. Según uno de los impulsores de la Internacional Situacionista, el cineasta Guy Debord, es la creación de “ambientes momentáneos de la vida y su transformación en una calidad pasional superior” (Debord, 1957). En otras palabras, eran herramientas socioculturales con un fin político: el combate contra un sistema opresión capitalista. Uno de los máximos ejemplos será la obra llevada a la gran pantalla La sociedad del espectáculo, que constituye todo un auténtico manifiesto situacionista. Sus huellas, sin duda, serán los carteles y grafitis que inundaron las fachadas parisinas en aquel mayo.

Un agitado 1968 llega a Francia

Enero de 1968 se inauguró con algunos altercados donde aparece uno de los líderes estudiantiles de mayo: Daniel Cohn-Bendit (apodado “Dani el Rojo”). Sale por primera vez a escena el 8 de enero, cuando François Missoffe, ministro de Juventud y Deportes, inaugura una piscina en la Universidad de Nanterre, en el extrarradio parisino. Missoffe, responsable del Libro Blanco sobre la situación social y material de los jóvenes, es abucheado por los estudiantes.

Entre los estudiantes, un joven Cohn-Bendit de 23 años, alza la palabra y le reprocha no haber incluido en su Libro ni una palabra en relación a los “problemas sexuales de los jóvenes”. El ministro le respondió: “con la pinta que usted tiene, seguro que debe saber mucho de este tipo de problemas. Le recomiendo encarecidamente un buen chapuzón en la piscina” (cit. en Badenes Salazar, 2006: 64). Un reproche anticuado de un adulto, aquello  contra lo que los jóvenes comenzaron a luchar.

Realmente su protesta era, ni más ni menos, algo tan humilde como acabar con la prohibición de que los chicos circulasen con libertad por las habitaciones de la residencia femenina (Estefanía Moreira, 2018: 16). Aun así, este altercado provocó la amenaza de tomar medidas disciplinarias contra el estudiante y su expulsión del país por ser hijo de refugiados alemanes (Judt, 2006: 596).

Daniel Cohn-Bendit frente a la policía (1968). Jacques Haillot.
Daniel Cohn-Bendit frente a un policía (1968). Jacques Haillot.

Según avanza el año y se aproxima mayo, la tensión se agudiza. Durante los meses de febrero y marzo, la guerra de Vietnam se recrudece y, como consecuencia, las protestas antiimperialistas aumentan. La intervención estadounidense en esta guerra era, sin duda, motor de movilización para las reivindicaciones. Al respecto, organizaron actos de reflexión sobre la situación de Vietnam, donde pusieron en común su repudio a esta guerra.

En esta dinámica, el 20 de marzo, cerca de un centenar de militantes del Comité Vietnam National se manifiesta y apedrea la oficina de American Express. Por ello, son detenidas seis personas, entre las que se encontraba un estudiante de Nanterre: Xavier Langlade. Este arresto provocó que el 22 de marzo cientos de compañeros suyos se manifestaran en su universidad (Badenes Salazar, 2006: 65-66).

Movimiento del 22 de marzo

Es el 22 de marzo cuando se produce un anticipo directo de las revueltas del 68. Un grupo de estudiantes se encierra en Nanterre para exigir la puesta en libertad de Langlade. Pero los hechos no acabaron ahí. Conscientes del éxito de su movilización, decidieron continuar con esta forma de actuación. Es así como nace el Movimiento del 22 de marzo, una de las plataformas que abrieron paso al Mayo Francés. Una clara alusión al Movimiento del 26 de julio, de Fidel Castro. Será, pues, un catalizador que prenderá la llama de aquel mayo revolucionario.

A medida que avanzaban los días, ya en el mes de abril, las reivindicaciones se potencian, sobre todo por la intervención estadounidense en Vietnam. Los enfrentamientos con el grupo fascista Occidente, a favor de la actuación estadounidense en Vietnam, aumentan. Ante la agitación, las autoridades universitarias se ven en la tesitura de cerrar las puertas de Nanterre. Primero el 29 de marzo, durante dos días, pero el clima no se calmó. El 2 de mayo, Pierre Grappin, decano de la facultad de letras de Nanterre, volvió a cerrar el campus, pero esta vez, por un período de tiempo indeterminado. El descontento estudiantil era absoluto.

De Nanterre a la Sorbona

El día 3 de mayo, en solidaridad con los compañeros de Nanterre, centenares de jóvenes se reunieron en el patio interior de la Sorbona. Al respecto, el rector Jean-Marie Roche, tomó la decisión de enviar a la policía para que despejaran la Sorbona. Los líderes estudiantiles pactaron una salida pacífica y sin represalias. Sin embargo, fuera les esperaban los coches policiales para proceder a su identificación y detención.

Es en este momento cuando la situación se descontroló. Ante los arrestos, los estudiantes que esperaban fuera comenzaron a protestar contra la policía, que no dudó en usar la fuerza. Las protestas se materializaron en el primer adoquín arrojado contra la policía, arma aliada de los jóvenes durante Mayo del 68. La indignación fue mayor cuando la policía lanzó gas lacrimógeno para desalojar los alrededores de la Sorbona. La escena acabó finalmente con 574 detenidos (Horn, 2007: 104). Ante los acontecimientos, el rector tomó la medida de cerrar la Sorbona.

El día 5 de mayo, dos días después de los altercados en la Sorbona, siete estudiantes comparecieron ante los tribunales. De ellos, cuatro fueron condenados a penas de prisión. Un día después, los “ocho de Nanterre”, entre los que se encontraba Daniel Cohn-Bendit, tuvieron que testificar ante el Consejo de Disciplina de la Universidad de París. A sus espaldas, tienen buenas muestras de solidaridad: 10.000 estudiantes ocupan el Barrio Latino, escenario principal de las protestas (Revueltas, 1998: 122). Se construye la primera de las muchas barricadas.

Una barricada en el Barrio Latino (1968)
Una barricada en el Barrio Latino (1968).

La “noche de las barricadas”

La noche del 10 al 11 de mayo, es conocida como “noche de las barricadas”. Más  de 20.000 personas se echaron a las calles del Barrio Latino y formaron grandes barricadas (Revueltas, 1998: 122). Ante ello, la actuación policial contra los jóvenes destacó por su violencia desmedida. La contienda entre manifestantes y policías se prolongó hasta altas horas de la madrugada. El balance general acabó en quinientos detenidos, un millar de heridos, doscientos coches incendiados… y, sobre todo, solidaridad del pueblo con los manifestantes ante la represión policial.

Este suceso y su cara más violenta causó un gran estupor en la población francesa, que consideró que las autoridades habían actuado con una violencia excesiva. Prendió, entonces, la chispa que desencadenó un movimiento popular masivo en apoyo a los estudiantes (Badenes Salazar, 2006: 81). Lo que en un principio fue visto como un problema menor en manos de unos jóvenes enrabietados comenzó a tambalear el gobierno gaullista.

Policías sobre una barricada en el Barrio Latino la madrugada del 10 de mayo (1968)
Policías sobre una barricada en el Barrio Latino la madrugada del 10 de mayo (1968).

Mientras, confederaciones como la CGT (Confédération Général du Travail) y la CFDT (Confédération française démocratique du travail), organizaron actos en solidaridad con los estudiantes. Para ello, vieron necesario convocar una huelga general. En un principio estaba prevista para el 14 de mayo y se invitaba a participar tanto a estudiantes como a trabajadores. Ahora bien, la noche de las barricadas y su dura represión hizo que la huelga se adelantara un día. Además, era un día simbólico: el décimo aniversario de la V República (Horn, 2007: 104). Se convocó una huelga de 24 horas.

El 11 de mayo Georges Pompidou, primer ministro, intentó desactivar la huelga. En un comunicado televisivo, anunció que las puertas de la Sorbona se abrirían de nuevo, tras estar cerradas desde el 3 de mayo. La fecha para la reapertura no era otra que el mismo día que la huelga se convocó: el 13 de mayo. Sin embargo, la maniobra de Pompidou fracasó, ya que los estudiantes se negaron a acatar sus “pseudoconcesiones” (Badenes Salazar, 2006: 81).

13 de mayo del 68, día de huelga general

A pesar de los intentos, no se pudo desactivar la huelga. El lunes 13 de mayo estudiantes y trabajadores unieron fuerzas para presionar al gobierno y pedir la dimisión de De Gaulle, tras diez años en el poder (Briggs y Clavin, 1997: 399). La multitudinaria manifestación se llenó de banderas, cánticos de La Internacional y puños en alto. En otras ocasiones, los obreros habían visto a los estudiantes como “hijos de papá” que jugaban a ser revolucionarios. En esta ocasión, la efectiva solidaridad entre ambos sectores no dio pie a tirar piedras contra su propio tejado.

Un manifestante pide la dimisión de De Gaulle (1968)
Un manifestante pide la dimisión de De Gaulle (1968)

Tras ocupar la Sorbona, el 14 se celebró la primera Asamblea General donde los estudiantes establecieron la forma de ocupación y sus estrategias. Estos, empapados de lo que hemos definido las tres M (Marx, Mao y Marcuse) y de una fuerte conciencia de anticapitalismo, antiimperialismo y antiautoritarismo, desataron el lema “la imaginación al poder”. Tenían que organizar formas de actuación y mostraron al mundo su forma de hacerlo a través de grafitis y carteles. Incluso a través de la cámara fotográfica.

La Internacional Situacionista tenía que ver, y mucho, con la “imaginación” de los estudiantes. Frases que pasaron a ser sentencias políticas, se grabaron en las paredes y formaron parte de la estética revolucionaria. Algunas como “Prohibido prohibir”, “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “Toma tus deseos por realidades” llamaban a la rebelión. Centenares de carteles, en su mayoría elaborados por estudiantes, mostraron la heterogeneidad ideológica de Mayo del 68: maoísmo, trotskismo, antiimperialismo, anticapitalismo, etc.

De la Universidad a las fábricas

Además de la primera Asamblea, el 14 de mayo la huelga se extiende hasta las fábricas.  En Nantes, los obreros de Sud-Aviation, una constructora aeronáutica, ocuparon la fábrica y encerraron a los directores en sus oficinas. Ante ello, los estudiantes les ofrecieron todo su apoyo. De este modo, las barreras entre la Universidad y la fábricas se rompieron: estudiantes y obreros iban a reivindicar, codo con codo. Cuando la huelga general se extendió a grandes fábricas, el gobierno entendió que no se trataba de unos cuantos de miles estudiantes rebeldes y agitados. El conflicto iba más allá.

Al día siguiente, los obreros de Renault-Cléon hicieron lo mismo que sus compañeros de Sud Aviation. Le siguió la de Flins y la más grande, Boulogne-Billancourt, que contaba con 36.000 trabajadores (Horn, 2007: 196). Así, los encierros en fábricas y oficinas comenzaron a ocupar diariamente las portadas de los periódicos. La alianza entre estudiantes y obreros era muy fuerte: habían esquivado el salto generacional y ahora unían fuerzas.

Trabajadores de Renault en huelga en su fábrica en Boulogne-Billancourt (1968)
Trabajadores de Renault en huelga en su fábrica en Boulogne-Billancourt (1968)

En este éxtasis de huelga se formó un caldo de cultivo excepcional para pedir mejorar de los derechos laborales. Las huelgas se extendieron por todos los sectores. El transporte público del país se detuvo. En definitiva, Francia quedó completamente paralizada. El 20 de mayo cinco millones de personas dejaron de trabajar (Horn, 2007: 106). Cifra que todavía aumentaría hasta el doble al día siguiente (Revueltas, 1998: 124). En estas semanas, la gente expresó su rebeldía contra un sistema sin garantías. Buscaron cambiar su forma de vida y, sobre todo, mandar sobre su propia cotidianeidad sin que nadie interfiriese en ella. Las manifestaciones, mientras tanto, se sucedían.

El 25 de mayo el gobierno de Pompidou trata de romper la unidad entre estudiantes y trabajadores, al intentar negociar con estos últimos excluyendo a los estudiantes. Dos días después se firman los Acuerdos de Grenelle, mediante los que se aceptan varias cláusulas. Entre ellos, la subida media de los salarios al 12%, un incremento del salario mínimo al 35%, semana laboral de 40 horas y el reconocimiento de secciones sindicales en las empresas (Horn, 2007: 80). Aun así, fueron parcialmente rechazados por los trabajadores.

Después de mayo del 68: vuelta al establishment

A finales de mayo, De Gaulle disuelve la Asamblea Nacional y anuncia unas elecciones anticipadas. Ahora, los franceses tenían que elegir entre la herencia revolucionaria de mayo o  la línea conservadora gaullista. Al respecto, la izquierda no fue la única que se echó a la calle. El 30 de mayo las calles vieron la fuerza contrarrevolucionaria de la derecha, que reunió a unas 300.000 personas en los Campos Elíseos (Judt, 2006: 599).

Manifestación de la derecha gaullista en los Campos Elíseos (30 de mayo de 1968)
Manifestación de la derecha gaullista en los Campos Elíseos (30 de mayo de 1968)

En junio, las protestas retroceden. De Gaulle, aprovechando la debilidad y la falta de energía de los que empezaron con un ímpetu victorioso, decreta la ilegalización y disolución de los grupos de extrema izquierda. También prohíbe las manifestaciones callejeras durante 18 meses. Finalmente, entre los días 23 y 30 de junio tienen lugar las elecciones legislativas. En ellas, la derecha gaullista avanza, mientras la izquierda pierde posiciones. La esperanza de la izquierda suscitada durante todo mayo y sus expectativas de cambio sociopolítico se diluyen. Pese a todo, el gaullismo sale fortalecido.

Conclusiones: ¿fracasó Mayo del 68?

Muy a menudo se tiende a decir que Mayo del 68 fue un fracaso. Quizá lo fue a corto plazo, debido al auge que experimentó la derecha tras los sucesos. Sin embargo, a medio y largo plazo, los planteamientos ideológicos de Mayo del 68 tuvieron sus ecos en la sociedad. El síntoma de malestar generalizado, ya no solo de los estudiantes sino también de los trabajadores, puso en la mesa los problemas por los que se atravesaba.

También se comprendió que los jóvenes eran un colectivo muy fuerte de presión sociopolítica. En la cima de la vanguardia, siguiendo a importantes teóricos como Marcuse o Sartre, criticaron una cotidianeidad que estaba obsoleta. Propusieron, para ello, partir del cuestionamiento de la modernidad a través de planteamientos posmodernistas, de tanto calado a día de hoy.

Parafraseando las palabras de Miguel Delibes, la sombra del 68 es alargada. Y se proyecta todavía en nuestro presente. Tras más de cincuenta años de los acontecimientos, sus eslóganes siguen presentes en la sociedad, no como un vestigio arqueológico, sino como una muestra de rebeldía contra el establishment. Quizá por todo ello Mayo del 68 y, en general el año 1968, es el paradigma de los nuevos movimientos sociales y el punto referente de estos.

Bibliografía

  • Badenes Salazar, Patricia, La estética de las barricadas. Mayo del 68 y la creación artística, Castelló de la Plana: Universitat Jaume I, 2006.
  • Briggs, Asa y Clavin, Patricia, Historia contemporánea de Europa, 1789-1989, Barcelona: Crítica, 1997.
  • Cáceres, Germán, “París Mayo del 68. Historias e historietas de una rebelión estudiantil”, Archipiélago, 16, 2008, pp. 22-26.
  • Debord, Guy, Informe sobre la construcción de situaciones y sobre las condiciones de la organización y la acción de la tendencia situacionista internacional, 1957. Documento fundacional.
  • Estefanía Moreira, Joaquín, Revoluciones. Cincuenta años de rebeldía (1968-2018), Barcelona: Galaxia Gutemberg, 2018.
  • Fontana, Josep, Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945, Barcelona: Pasado y Presente, 2011.
  • Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX: 1914-1991, Barcelona: Crítica, 2007.
  • Horn, Gerd-Rainer, The spirit of ’68. Rebellion in Western Europe and North America, 1956-1976, New York: Oxford, 2007.
  • Judt, Tony, Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, Madrid: Taurus, 2006.
  • Pastor Verdú, Jaime, “Mayo 68, de la revuelta estudiantil a la Huelga Genera. Su impacto en la sociedad francesa y el mundo”, Dossiers Feministes. Mayo del 68: revolución y género, 12, 2008, pp. 31-48.
  • Revueltas, Andrea, “1968: la Revolución de Mayo en Francia”, Sociológica, 38, 1998, pp. 119-132.
  • Roszak, Theodore, El nacimiento de una contracultura: reflexiones sobre la sociedad tecnocrática y su oposición juvenil, Barcelona: Kairós, 1970.

 

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