María de Molina está considerada una de las reinas más relevantes y determinantes en la historia medieval hispana. Desempeñó un papel muy importante en cada uno de sus reinados, lo que le otorgó estabilidad a Castilla. Fue un hecho más que meritorio si tenemos en cuenta el turbulento tiempo en el que le tocó vivir.

Participó de manera activa en el reinado de su marido Sancho IV y, además, llevó adelante las regencias durante las minorías de edad de su hijo y de su nieto, por lo que nadie puede dudar sobre sus dotes como política y defensora de su linaje.  

María de Molina (s/f)
Representación contemporánea de María de Molina. Fuente: http://www.meryvarona.es/maria-de-molina-reina-prudente/

Contexto histórico

En aquellos momentos, la Península Ibérica superó un proceso de concentración del poder político y de perfeccionamiento de los medios institucionales. A su vez, los distintos reinos que la conformaban se iban consolidando. 

Debido a la crisis sucesoria que había sufrido Castilla, Aragón obtuvo beneficio y pudo expandirse por el Mediterráneo. Portugal también avanzó de manera notoria, territorialmente hablando, mientras que los dos reinos restantes, Granada y Navarra, estaban sumidos en conflictos internos.

Mapa político de la España del siglo XIII (s/f)
Mapa político de la España del siglo XIII. Fuente: Clío Rediris

Biografía

Apenas se tienen noticias de su vida antes de su casamiento. Sabemos que su padre era el infante don Alfonso de Molina, hermano de Fernando III. Su madre, doña Mayor Alfonso de Meneses, se casó con el infante en terceras nupcias. Esta mujer provenía de una ilustre familia, los Téllez de Meneses, consolidada en Tierra de Campos. Por lo tanto, María era prima hermana del rey Alfonso X y a su vez, tía segunda de Sancho IV, con el que contrajo matrimonio posteriormente (Carmona Ruíz: 10-20).

No se sabe con exactitud ni dónde ni cuándo nació. Aunque se piensa que tenía una edad muy similar a la de Sancho IV, quien había nacido en 1258. Siguiendo la costumbre de acercar el nacimiento al hogar materno, podría decirse que tuviera lugar en Tierra de Campos. Dicha comarca corresponde actualmente a las zonas de Palencia, Zamora, Valladolid y León (Carmona Ruíz: 10-20).

De su infancia, conocemos el nombre de su inseparable aya, María Fernández Coronel y de su ama, María Domínguez. Ambas se encargaron de su crianza durante los primeros años de vida, denominados éstos como infantia, los cuales comprenden desde el nacimiento hasta los siete años. Con el que más afinidad tuvo fue con su hermano Alfonso de Meneses. Siempre estuvo a su lado mostrándose fiel a ella y a la corona (Carmona Ruíz: 10-20).

Sancho IV (s/f)
Luis Ferrant y Llausás, Sancho IV, El Prado: 1858

La adolescentia era una etapa comprendida entre los siete y los catorce años. Este periodo se caracterizaba por el estudio y la educación, de manera privada y adscrita al ámbito doméstico. En líneas generales, no había mucha distinción entre la instrucción de ambos sexos, diferenciándose éstas por la variación entre el manejo de las armas y la enseñanza en las labores de hilado y costura (Carmona Ruíz: 10-20).

Normalmente, esta etapa se caracteriza por la contracción del matrimonio entre nobles. Sin embargo, María de Molina esperó unos años a hacerlo. Posiblemente comenzó, durante aquellos años, a acudir a la corte y a moverse por las residencias itinerantes. Este hecho le posibilitaría conocer a Sancho IV, que mostraba un gran interés hacia la caza (Carmona Ruíz: 10-20).

Controversia y polémica en su matrimonio:

En julio de 1282, en la Catedral de Toledo, contraen matrimonio, desobedeciendo Sancho a la voluntad de su padre, que ya le tenía apalabrada otra esposa, la hija del Vizconde de Bearne, Guillerma de Montcada (Carmona Ruíz: 31-34).

Muchos autores afirman que se produjeron notorios problemas a raíz de esta decisión. En el aspecto familiar, aumentando aún más la distancia entre Alfonso X y su hijo, y principalmente en el aspecto religioso. El que más oposición mostró fue el papa Martín IV, enviando dos cartas tras en el enlace donde lo calificaba como incesto, desviado e infame. Era costumbre desobedecer los dictámenes canónicos, el rigor de estos preceptos chocaba con los intereses de los laicos, siendo habitual el casamiento entre parientes (Carmona Ruíz: 31-34).

Los motivos por los cuales se les impedía contraer matrimonio eran varios. Uno de ellos era que Sancho había celebrado esponsales del futuro, es decir se había convertido en bígamo. Otro era el parentesco de consanguineidad en tercer grado. Además del espiritual, al ser doña María de Molina, madrina de Violante, hija natural de su prima, María de Ucera y de don Sancho. Además, conviene resaltar que este papa era de origen francés, lo que le acercaba al monarca de dicho país, utilizando esta posible nulidad como un arma política (Carmona Ruíz: 31-34).

Sancho IV, a su vez, estaba en plena guerra con su padre. María, al estar embarazada, debía permanecer apartada en la Villa de Toro, donde nacería su hija Isabel. Nunca se produjo una reconciliación formal entre padre e hijo. Alfonso X murió el 4 de abril de 1284 dejando una situación muy incierta para el trono de Castilla. Sancho y María fueron coronados en Castilla en condiciones adversas (Carmona Ruíz: 31-34).

Alfonso X El Sabio (s/f)
Alfonso X El Sabio, Ayuntamiento de León: s. XIX

María, reina de Castilla

La coronación se produjo en la Catedral de Toledo, a principios del mes de mayo. Lo normal es que se hubiera producido en el Arzobispado, pero al estar Sancho IV enfrentado con el arzobispo de la ciudad, buscaron otra sede. La corte de los nuevos reyes, aunque no tan esplendorosa como la de Alfonso X, era bastante lujosa y estaba compuesta aproximadamente por doscientas cincuenta personas (Carmona Ruíz: 44-48).

La formaron principalmente los parientes reales, destacando don Juan Manuel, hijo del infante don Manuel, hermano del rey. También estaban presentes Violante, e incluso bastardos del rey como Alfonso y Juan Sánchez. Con el tiempo se fueron incorporando siete hijos de la pareja, junto a sus esposas. Sancho IV ha pasado a la historiografía como un rey tosco y violento, lo que le valió el sobrenombre de “El bravo”, era un personaje guerrero y perseverante, lo que estaba contrarrestado por el carácter conciliador y pacifico con el que siempre contó la protagonista de este artículo (Carmona Ruíz: 44-48).

Situación política en los primeros años de reinado

Lo primero que tuvieron que hacer, como monarcas, fue conseguir la dispensa papal. Por ello, se acercaron al papa y, por ende, al monarca francés, Felipe III «El Atrevido». Lo que no fue nada fácil debido a que Pedro III «El Grande», rey de la Corona de Aragón, estaba enfrentado con el monarca y el papado. Debieron, entonces, mantener amistad con ambos frentes. Otro gran problema en estos años fue la completa pacificación del reino. A su vez, debían ganarse a la nobleza que era partidaria de los infantes de la Cerda, como Juan Núñez de Lara (Carmona Ruíz: 39-40).

En ocasiones Sancho IV utilizaba cargos de gobierno a fin de asegurarse la fidelidad de los que habían sido leales a su padre. Del mismo modo, premiaba a los que le habían seguido en la carrera militar. Sea como fuere, lo que caracterizó este tiempo fue la anarquía. El rey estaba obligado a actuar duramente contra los grupos rebeldes (Carmona Ruíz: 39-40).

El 6 de diciembre de 1285 la reina dio a luz a su segundo hijo. Recibió el nombre de Fernando como su abuelo materno, el conquistador de la ciudad donde nació, Sevilla. El año de su nacimiento fue especialmente complicado, debido en gran medida a la posición de neutralidad en el conflicto franco-aragonés (Carmona Ruíz: 44-48).

María de Molina y su hijo Fernando (s/f)
Antonio Gisbert, María de Molina presenta a su hijo Fernando IV en las Cortes de Valladolid de 1295, Palacio de las Cortes, 1863. 

En ese mismo año, murieron el papa, el rey de Aragón y el rey de Francia, lo que facilitó la estabilidad del reino. Uno de los personajes que más sobresalió durante el reinado de Sancho IV fue don Lope Díaz de Haro, mayordomo del monarca. Su desmedida ambición provocó muchas protestas entre los nobles. A la muerte de dicho personaje, se abrió un periodo en el que la influencia de la familia de María, los Meneses, tendrá una gran importancia en el gobierno de Castilla (Carmona Ruíz: 44-48).

Se establecerá una alianza con Francia, que quedará reflejada en el Tratado de Lyon del 13 de julio de 1288. En este acuerdo, Felipe IV renunciaba a los derechos que pudiera tener sobre el trono castellano. Además, se les otorgó a los infantes de la Cerda los territorios de Murcia y Ciudad Real, dónde podían gobernar de forma autónoma (Carmona Ruíz: 44-48).

También se estableció que, si Sancho IV no dejase herederos legítimos, debían ser ellos los que ocupasen su puesto. Este punto fue muy problemático, ya que los hijos de la pareja no estaban legitimados por la Iglesia. No obstante, la situación con la misma mejoraría con Nicolás IV, el cuál mostró una buena disposición respecto al monarca castellano (Carmona Ruíz: 44-48).

Cómo era de esperar, el monarca aragonés, Alfonso III, reaccionó en contra de este pacto con Francia, lo que, sumado a la adjudicación del trono de Castilla a Alfonso de la Cerda en Jaca, provocaría el estallido de una guerra civil en 1289. Sancho IV reunió un imponente ejército y a su vez, fijó una fecha con el rey francés y con el papado en Bayona para ganarse su apoyo y la legitimación de su matrimonio (Carmona Ruíz: 44-48).

Una de las claves para solucionar el conflicto castellano-aragonés fue la organización de un matrimonio entre Jaime II, de veinticuatro años, y la infanta Isabel, de tan solo ocho. Este enlace se realizó igual que el de Sancho y María, sin dispensa papal. Nicolás IV, finalmente, legitimaría el matrimonio del monarca castellano mediante una bula, que, con los años, acabaría demostrándose que era falsa (Carmona Ruíz: 44-48).

Durante los últimos años de Sancho IV, los sucesos más relevantes fueron la conquista de Tarifa y el nombramiento de María como señora de Molina. Éste era un territorio muy conveniente debido a su posición estratégica, al encontrarse en la frontera con Aragón. Su último año de vida, 1294, sería testigo de la pretensión al trono de numerosos candidatos. Con el fallecimiento del monarca, el 25 de abril de 1295, se produjo una situación caótica que derivaría en la llegada al trono de su hijo Fernando IV, con tan solo nueve años (Carmona Ruíz: 44-48).

María, viuda y regente

Con la muerte de su marido, comenzó para ella un periodo muy complejo. Se encontraba sola y debía de regir el trono de un niño cuyos derechos estaban puestos en duda por el matrimonio irregular de sus padres. 

Las primeras medidas de la reina fueron de carácter populista con el fin de ganarse la aceptación del pueblo llano. Debido a la proclamación del hijo de Sancho como nuevo rey, muchos nobles decidieron sublevarse. Después de haber aprobado asuntos generales y haber convocado las cortes, algunos representantes de los reinos acudieron a citarse con ella. Uno de ellos fue Portugal. Mientras tanto, el infante don Juan andaba conspirando para conseguir ser proclamado como rey (Carmona Ruíz: 150-160).

Poco tiempo duraría la tranquilidad, ya que tras la muerte de Sancho IV, Jaime II rompió el compromiso con la infanta Isabel. Éste alegaba que no podía casarse con Isabel por no tener dispensa papal, aunque realmente se debía al Tratado de Anagni que le obligaba a casarse con Blanca de Anjou. María de Molina, se comprometió, a su vez, con la candidatura de Alfonso de la Cerda y el infante don Juan, los cuales habían acordado repartirse los territorios de la corona castellana previamente (Carmona Ruíz: 150-160).

Jaime II declaró la guerra a Castilla en el mes de abril de 1296, arrasando los campos de la frontera. María respondió a este ataque con un ejército de jinetes comandado por don Enrique el Senador y don Diego López de Haro. Esta contienda acabó siendo beneficiosa para el bando de la reina, pese a que la guerra aún no había acabado (Carmona Ruíz: 150-160).

En el año 1297, se produjo el Tratado de Alcañices entre Castilla y Portugal. Se trataron las siguientes cuestiones: se ratificó el compromiso matrimonial entre el heredero Fernando IV y la infanta doña Constanza, además del de la infanta Isabel con el heredero al trono portugués, don Alfonso. Se fijaba, además, la frontera entre ambos reinos (Carmona Ruíz: 150-160).

Tratado de Alcañices (s/f)
Tratado de Alcañices (s/f), Archivo Nacional de la Torre do Tombo

El año 1301 fue realmente duro para la corona en gran parte debido a la epidemia de peste que azotó al reino. En este año, María recibió la grata noticia de la legitimación de sus hijos por parte del Papa Bonifacio VIII, paralelamente su hijo Fernando iba a alcanzar la mayoría de edad. Pese a ello, la pacificación del reino no llegaría, ya que se unieron los problemas que acarreaba la guerra civil contra Jaime II y el enfrentamiento entre la nobleza por controlar la voluntad del joven monarca (Carmona Ruíz: 150-160).

María de Molina durante el reinado de su hijo Fernando

Su mayoría de edad llegó a los dieciséis años, aunque habitualmente esta mayoría se alcanzaba a los catorce. Los primeros años de reinado se caracterizaron por la mala influencia del infante don Enrique y don Juan Núñez de Lara. Ambos pretendían enturbiar la relación entre Fernando y su madre.

Fernando, como rey que había estado al lado de su madre, se sentía débil e influenciable.  Por eso decidió hacer caso a estos dos personajes de la corte. Prestándole más atención a pasatiempos como la caza que a los asuntos reales. La nobleza llegó a culpar a María de Molina de estar gestionando incorrectamente el patrimonio familiar y falseando las bulas papales. El reinado de Fernando IV se caracterizó, básicamente, por el acaparamiento de poder por parte de la aristocracia, que ganó el beneficio de nombrar ella misma los puestos de colaboradores reales y no el monarca, como correspondería. También destacó por la guerra contraída contra Muhammad III de Granada (Carmona Ruíz: 247-252).

Los últimos momentos de Fernando IV (s/f)
José Casado del Alisal, Los últimos momentos de Fernando IV, 1860

Con los años, los problemas con su madre fueron solventándose, de manera que cuando Fernando comenzó a estar enfermo debido a sus excesos con la comida y la bebida, su madre cuidó de él. En 1311 nació su heredero, Alfonso XI, acontecimiento que cambiaría el futuro del reino. A pesar de su estado enfermizo, murió de manera repentina visitando a su hermano el infante don Pedro. Murió a los veintisiete años y dejaba un reino fraccionado y comprometido, en el que su heredero el príncipe Alfonso, tan solo tenía un año. Por lo tanto, su madre volvería a ser regente y mediadora para evitar la contienda. La muerte de su hijo supuso un duro golpe para ella, pero una vez más volvió a tomar las riendas de la situación (Carmona Ruíz: 247-252).

La última regencia

Los nobles no tardarían en sacar provecho de esta situación. Intentarían postularse como candidatos. Fue curioso en este momento el apoyo de Jaime II a Alfonso XI, convirtiéndose así en su principal defensor. Doña María convocaría unas cortes para declarar al encargado de la regencia y sus tutores. La tutoría supuso inestabilidad e intrigas en la corte, ya que se originaron dos grupos que luchaban por el poder. Uno de ellos liderado por el infante don Juan Manuel. María se vería obligada a mediar entre ellos para evitar una posible guerra (De Arteaga).

Finalmente, el concejo de Valladolid fue el elegido para hacerse cargo de la educación de don Alfonso y doña Leonor, nietos de María. Sus últimos meses de vida fueron resueltos de manera excelente. Dejó preparado el futuro de Alfonso y redactó su testamento, del que hablaremos posteriormente, en torno al 29 de junio de 1321. Acabaría muriendo unos días después, a principios del mes de julio. Sus restos fueron trasladados al Monasterio de las Huelgas. Tras su muerte, se desvaneció todo rastro de consenso en el reino. Hasta la proclamación de la mayoría de edad de Alfonso dominó la más profunda anarquía (De Arteaga).

Alfonso XI de Castilla (s/f)
Alfonso XI de Castilla, Museo del Prado

Perfil político de la reina

El talante político de una mujer

Parece difícil de comprender cómo en un contexto social en el que el papel de la mujer se encuentra visiblemente restringido al ámbito doméstico, algunas mujeres han tenido un poder y una inteligencia sublimes dignos de ser reconocidos por la Historia.

Este es el caso de la reina María de Molina, esposa de Sancho IV, madre de Fernando IV, y abuela de Alfonso XI. Una mujer rodeada de hombres especialmente influyentes, como su suegro Alfonso X el Sabio, un hombre que en sus Partidas hace visible su opinión acerca de que las mujeres deben aprender a leer (Arauz Mercado, p.148), sin duda un hecho que también impacta teniendo en cuenta que la mujer en la Edad Media era vista como el pecado[1] y que, teniendo poder, causaría la destrucción de todo lo existente al dejarse llevar por sus pasiones ante la inexistencia de razón en su género.

María de Molina va a demostrar que una mujer puede tener virtudes, siguiendo la imagen de María, la Virgen[2]. Va a poseer un gran perfil político y, con ello, a través de la prudencia, va a conseguir reforzar su figura como reina mermando el poder de la nobleza al apoyarse en los concejos. No va a rechazar la violencia, pero siempre la usará como última opción. La negociación es, por excelencia, su recurso más utilizado, como veremos a posteriori.

El poder en las reinas castellanoleonesas

Debemos remontarnos al pasado visigodo para establecer que, desde la tardoantigüedad hasta prácticamente el reinado de Alfonso X, el Liber Iudiciorum es la ley fundamental por la que se regulaba la sociedad y que, a su vez, establece los fundamentos de la monarquía, especialmente en el ámbito leonés. A pesar de estos postulados, observamos que la conducta política de las reinas visigodas es nula. Su única presencia se encuentra en el ámbito eclesiástico, en el que eran influyentes a través de la defensa de la religión, pero siempre manipuladas por los reyes (Fuente: 58-60).

En un primer momento observamos cómo el joven reino astur apenas difiere de esta postura. El caso de la matrilinealidad es notorio en los primeros reinados, como la hija de don Pelayo, Ermesinda, casada con Alfonso I. Es decir, su poder básicamente se limita a transferir la herencia; pero el matrimonio es concertado por un acuerdo entre hombres, por lo que en la práctica no se puede hablar de que las reinas no sigan siendo manipuladas por los reyes (Fuente: 60).

Si bien es cierto que en el siglo X podemos encontrar, quizás, el primer ejemplo de una reina regente con poder auténtico. Es el caso de la reina Elvira, la hija de Ramiro II de León, que a la muerte de su hermano Sancho el Craso ocupó el gobierno del reino durante la minoría de edad del futuro Ramiro III. No es un poder teórico, sino que es en principio demostrable cuando firma treguas con el Califa, frena los ataques normandos, y asedia la fortaleza de Gormaz (Fuente: 61).

¿Dónde está el origen de este cambio radical en el Reino de León? Elvira era nieta de Toda de Pamplona, en el enclave pirenaico, donde las reinas gozaron de un mayor poder (Fuente: 61). Si el poder de la reina ha sido por excelencia la mediación, durante la Plena Edad Media castellanoleonesa, debemos tener en cuenta a dos mujeres: Sancha de León y Urraca de León y Castilla.

La primera, a la muerte de su hermano Vermudo III de León en la batalla de Tamarón, hereda todos los derechos de la Corona leonesa. Como norma general de la época, transmitió el poder a su marido Fernando I y a sus hijos, pero sí que fue influyente en la Corte colaborando en la campaña militar de reconquista en la zona de Coimbra, y sobre todo en el ámbito artístico, ya que actuó como una gran mecenas al ordenar la construcción de la Basílica de San Isidoro de León (Arauz Mercado: 151).

Si doña Sancha centró su poder en el ámbito artístico, va a ser su nieta Urraca la que lo haga en el poder político. Siendo reina legítima pudo reinar debido a la inexistencia de un varón en el poder debido a la muerte de su padre, Alfonso VI, de su hermano y de su primer marido Raimundo de Borgoña, y al matrimonio anulado con Alfonso I el Batallador (Arauz Mercado: 153-155).

Ya con la muerte de Raimundo en el 1107, la reina acudió al noroeste para controlar la zona y se presentó como la poseedora de ese territorio. Al casarse con Alfonso de Aragón, recibe la potestas del reino y va a participar activamente en las decisiones del mismo y, una vez disuelta la unión por nulidad por consanguinidad, la reina va a ejercer su poder en solitario en el reino de León. Ante las presiones de la nobleza para hacerse con el poder, la reina asocia a su hijo Alfonso VII al trono para dejar atada la sucesión (Arauz Mercado: 153-155).

Una reina con mayúsculas

De Urraca de León y Castilla pasamos a la reina que nos atañe, ¿es María de Molina el prototipo de reina castellana? ¿O sigue más el perfil político y poderoso de reinas como Urraca?

Debemos de tener en cuenta que el poder que representa Urraca es una excepción, no una norma. Urraca es por excelencia la reina de León y de Castilla, un modelo a seguir, pero no es lo usual, ya que para que una reina consiga el poder que consiguió ella es necesario que se diesen una serie de circunstancias como hemos visto antes, principalmente la ausencia de varones en la Corte (Fuente: 56).

Cierto es que la reina, por el hecho de ser reina, tenía unas funciones. La primera de ellas, y la fundamental, ser la madre de los hijos del rey; y la segunda, por el hecho de formar parte de la casa del rey, la posibilidad de influir en el monarca en forma de mediadora (Fuente: 70-71).

Esta es la norma general de las reinas consortes de la Corona de Castilla. Vamos a ver cómo María de Molina, siendo hija, madre y abuela de reyes, sin embargo, posee autoridad propia. De ella poseemos las crónicas de Fernán Sánchez de Valladolid y Jofré de Loaysa. Dos ejemplos que nos relatan cómo actuó la reina durante su larga época de activo poder (González Mínguez: 240).  

Estos cronistas destacan de ella su función como leal consejera de su marido, Sancho IV, así como su extraordinaria fortaleza en cuanto a la toma de decisiones huyendo, además, de todo acto de violencia al respecto.

La actuación política más sobresaliente de la reina es, sin duda alguna, su papel frente a la nobleza con el fin de reforzar el poder real. Los nobles se enfrentarían para conseguir manipular al joven monarca Fernando IV (González Mínguez: 244).

Un ejemplo de esta situación son las Cortes celebradas en Medina del Campo en 1302, en las que los infantes don Juan y don Juan Núñez de Lara le acusan de mala administración de los fondos del reino. Ante esta presión nobiliar, María de Molina optó por contrarrestar el poder de este amplio grupo aliándose y apoyándose en los concejos. Incluso orientó el nombramiento de los representantes de ciudades en Cortes entre las personas que siempre le fueron leales y fieles. (González Mínguez: 246).

El apoyo de los concejos fue generalizado durante todo su mandato y, gracias a ellos, pudo frenar la invasión de Dionís de Portugal en 1298 sobre las tierras castellanas bajo un pacto con la nobleza contraria a la reina. Su confianza en ellos era tan grande que durante la regencia de su nieto Alfonso XI, antes de morir en 1321, encomendó su crianza y custodia a la ciudad de Valladolid (González Mínguez: 250-252).

Las capacidades o virtudes que los cronistas establecen como aquellas que definen el perfil político de María de Molina son la prudencia y su capacidad de negociación. La prudencia es el mayor de sus tesoros, sobre todo en el momento en el que la gran mayoría de los nobles se posicionaron en su contra, ella, pagando soldadas o haciendo promesas consiguió que muchos nobles volviesen a jurar fidelidad al rey Fernando IV. Es por ello por lo que Loaysa define su buena forma de actuación política con nobleza, prudencia, sagacidad, sabiduría, y don de consejo.

Su carácter fuerte, capaz de infundir miedo, y su firmeza en cuanto a la toma de decisiones también es admirado por los cronistas. Sobre todo, en cómo y cuándo lo usa, ya que lo que permanentemente le describe es su capacidad de negociación y, con ello, la búsqueda de concordia con la nobleza en cuanto a sus aspiraciones, ya que el objetivo de la regente era proteger el trono de su hijo Fernando IV y, posteriormente, de Alfonso XI (González Mínguez: 249).

Los cronistas reconocen también su sacrificio administrativo por el reino. En medio de una crisis, cuando los recursos escaseaban debido a los gastos de la guerra, María acudió a Burgos para para conseguir préstamos por parte de la burguesía comercial (González Mínguez: 250).

Su habilidad como negociadora no sólo se limita al ámbito interno del reino, sea administrativo o político, sino también a nivel peninsular y europeo. Frenó las incursiones del rey de Portugal y consiguió que Jaime II de Aragón pasase de conquistar Murcia a ser aliado y colaborador en la lucha contra los nazaríes. Además, frenó la expansión de Felipe IV de Francia sobre Atapuerca; y logró que el papa Bonifacio VIII, tras una larga insistencia, promulgase la bula que legitimaba el matrimonio con Sancho IV. Podemos concluir, por tanto, diciendo que María de Molina siempre tuvo un objetivo principal: conservar el trono castellano para su hijo y, posteriormente, para su nieto. Para ello tuvo que llegar a todo tipo de acuerdos y emprender complejas negociaciones que demuestran su gran talento y habilidad, que incluso da nombre a un modelo cultural, el “molinismo” (González Mínguez: 250-254).

Perfil como educadora, madre y abuela

María de Molina, aparte de cumplir con su responsabilidad política, tuvo otro perfil, tal vez menos conocido, pero no menos importante. Marcó el curso de los acontecimientos a través de su labor como educadora.

Su gran objetivo fue la educación de su hijo Fernando IV y de su nieto Alfonso XI. Como apoyo a la educación de estos, ella y Sancho IV dieron una gran importancia a la producción literaria del momento. Educaron a sus descendientes para que cumplieran sus funciones como soberanos de una manera correcta y consecuente (Gómez Redondo: 29-46).

En su labor como educadora, tanto con Fernando IV como con Alfonso XI, se centró en que fueran educados según la nueva concepción religiosa y política que ella y Sancho IV habían implantado, y que era diferente al diseño curial de Alfonso X. Se crearon una serie de referencias letradas, que tenían como base la escuela catedralicia de Toledo.

Los llamados manuales de cortesía eran los que más importancia tenían en lo referente a la educación de los futuros monarcas. En ellos se explicaban situaciones que se habían dado con anterioridad en la monarquía y las soluciones a las mismas. Fueron el método más eficiente para mostrar a los príncipes cómo debían actuar. Estaban basados en el honor, la lealtad y el servicio (Gómez Redondo: 29-46).

La reina mostró una imagen ejemplar como madre y abuela. Llevó con responsabilidad su poder y mantuvo la reputación y continuidad de su linaje. 

Dejó a sus descendientes amparados y protegidos. Ejemplo de ello fue que antes de fallecer, reunió al consejo de Valladolid para encomendarles a su nieto, Alfonso XI. Sólo así velarían por él y sus intereses.

También, le encomendó a su nieta, Leonor de Castilla, para que se hicieran cargo de ella. Recordemos que ambos eran huérfanos por el fallecimiento de Fernando IV. A sus descendientes, María de Molina, les dejó un claro ejemplo de responsabilidad y saber hacer, reflejados de forma continua en sus actos.

Testamento y legado

María de Molina realizó dos testamentos a lo largo de su vida, como veremos en dos circunstancias y momento muy diferentes, tanto de su vida personal como del momento histórico en el que se encontraba el reino. Las características de ambos, principalmente, es que son textos inspirados por una mujer de forma espontánea y sin estar sometida a ninguna coacción (Larriba Baciero: 201-211).

El primer testamento fue realizado bajo el reinado de su hijo Fernando IV, en el año 1308. Fue redactado tras una enfermedad que María de Molina padeció y por la cual podría haber fallecido, se encontraba en el Palacio Real de Toro. Como contexto histórico del texto, en este mismo momento su hijo estaba retomando la lucha contra los infieles, musulmanes, que su padre, Sancho IV había comenzado antes de su fallecimiento (Larriba Baciero: 201-211).

El segundo testamento y definitivo, ya que anuló completamente al anterior, fue redactado el 29 de junio de 1321, falleciendo días después por una grave enfermedad. El contexto histórico era distinto al anterior, dado que ahora se encontraba siendo tutora de su nieto, Alfonso XI, quien a su fallecimiento contaba solamente con diez años (Rochwert-Zuili).

Detalle del sepulcro en Valladolid (s/f)
Detalle del sepulcro en Valladolid (Luis Fernández García). Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Sepulcro_de_Mar%C3%ADa_de_Molina#/media/Archivo:Maria-de-Molina-Castilla-y-Leon.jpg

El sentimiento piadoso de la reina queda muy patente en ambos textos, donde queda reflejado su gran mecenazgo y patronazgo a los lugares de culto, los cuales fueron nombrados en sus testamentos para dejarles cuantiosas donaciones.

Una de las grandes diferencias entre el primer y el segundo testamento es el lugar de sepultura que la reina señala para que su cuerpo descanse. En el primero expresa el deseo de ser enterrada junto a su marido, Sancho IV, en Santa María de Toledo. En cambio, en el segundo dice que quiere descansar en Santa María la Real de Valladolid, hoy en día denominado el Monasterio de las Huelgas Reales de Valladolid (Rochwert-Zuili).

Además de las diferentes ubicaciones del cuerpo de la reina, ambos testamentos contienen información muy valiosa para la época. Para comprenderla, debe tenerse en cuenta que este tipo de documentos eran una forma de expiación de los pecados, es decir, una obra de salvación del alma para la vida eterna. Todos los testamentos tenían una estructura común, recogida en las Partidas de Alfonso X, y unas fórmulas legales o espirituales que se repetían a lo largo del documento. La redacción de los testamentos era considerada como una auténtica ceremonia, dado que era necesario que estos estuviesen respaldados por unos testigos y el propio escribano (Larriba Baciero: 201-211).

Uno de los hechos que más llama la atención al leer la transcripción del segundo testamento de la reina es que comienza haciendo la profesión de fe, reconociendo sus pecados y arrepintiéndose de los mismos, para más tarde dejar claro el lugar en el que quiere ser sepultada, y a continuación, comienza una larga explicación sobre cómo se deben pagar sus deudas, con qué dinero y en qué se debe invertir el dinero restante. Primero de todo se debe pagar su sepultura y todos los gastos que ésta ocasione (Larriba Baciero: 201-211).

A continuación, menciona que deja un cuaderno lacrado con su sello, en el que hay una relación de deudas que ella deja pendientes y que deben ser pagadas en primer orden. Además de pedir que se hagan cargo de sus deudas con un dinero que deja dispuesto, también pide que se paguen las deudas de su hermana doña Blanca Alfonso de Molina, dado que falleció antes que ella y sus deudas no habían sido saldadas (Larriba Baciero: 201-211).

A parte de lo ya descrito también quedaron redactadas todas las donaciones que se debían hacer a los diferentes monasterios e iglesias, algunas de las mismas eran de carácter material, en forma de retablos o sufragando las diferentes obras que en estos lugares se realizaban, como fue el caso del monasterio de los frailes predicadores de Valladolid, encomendado a Santo Domingo (Larriba Baciero: 201-211).

Otras donaciones eran de carácter monetario y María de Molina, aportaba ese dinero para que las diversas capellanías, sobre todo la de Valladolid, tuvieran un número determinado de capellanes cuya única función fuera la de recordar a los reyes y sus hijos fallecidos, dedicándoles misas y oraciones. Además, resulta curioso cómo las misas cantadas se reservaban para determinadas fechas, como los aniversarios del fallecimiento, y se solían solicitar en menor número que otras celebraciones (Larriba Baciero: 201-211).

En este documento también vemos reflejada su figura como madre, dado que muestra una gran preocupación porque las donaciones a los monasterios de San Ildefonso en Toro y el de San Pablo en Valladolid sean efectivas, este empeño estaba motivado porque en dichos lugares se hallaban enterrados dos de sus hijos, el infante Don Enrique y el infante Don Alfonso, respectivamente. Aquí vemos su interés por mantener el honor y el linaje al que ella pertenecía. Con este propósito en ambos lugares pide que se paguen las reparaciones o ampliaciones de estos, además de ofrecer misas por el alma de los difuntos de su familia (Larriba Baciero: 201-211).

También vemos una relación bastante contundente de todos los lugares que le pertenecían como propiedad y como en su testamento los va repartiendo a diversos nobles o a su propio nieto. Dentro de los que entrega a los nobles, en unos casos es para que se hagan cargo de ciertas propiedades, administrándolas y manteniéndolas, para que en un futuro pasen a ser propiedad de su nieto Alfonso XI, una vez que tenga las facultades necesarias para él mismo poder continuarlas y mantenerlas. En otros casos, algunas propiedades fueron entregadas a los nobles como pago por los servicios prestados a la corona, como obsequio por su buen hacer y por el respaldo a su figura (Larriba Baciero: 201-211).

Como última referencia documental, destaca que no se les debe pedir ni demandar nada a ninguna de las personas que le hayan servido durante su vida. En este momento, engloba a todos sus sirvientes, pero hace mención especial a Sancha García, su camarera mayor y a Esteban Martínez y Juan Martínez, sus escribanos. Además, menciona a diversos criados y despenseros. Estas personas componían el círculo más cercano a la reina, en el que ella albergaba su mayor confianza (Larriba Baciero: 201-211).

María de Molina dejó un gran legado a sus descendientes. Mostró y transmitió todas las cualidades que le permitieron reinar en tres ocasiones.

Conclusiones

Se puede considerar, entonces, la reina más importante de los siglos XIII y XIV. Destacó como fiel consejera de Sancho IV, mostrando una postura antagónica al carácter exaltado de este rey.

Su talante político se va a notar sobre todo durante sus dos regencias. Características son su alta capacidad de negociación y su firmeza en la toma de decisiones. Ambas necesarias para su gran objetivo: reforzar el poder real contrarrestando el de la nobleza.

Debemos destacar también su perfil como madre y abuela, es decir, como educadora de sus descendientes. Los educó en base a una nueva concepción religiosa donde la cortesía primaba por encima de otras cuestiones. Un nuevo modelo educativo creado por ella y por su marido que difería del establecido por su suegro Alfonso X.

En su testamento demuestra su firmeza y su alta capacidad de autonomía con respecto a la nobleza, un ejemplo de rechazo a la coacción. En los dos que realizó muestra su alta devoción y su actuación como mecenas de un gran número de espacios religiosos. Esta complejidad de frentes, sus virtudes, su talante político y su carácter educativo han servido como fuente de inspiración para numerosas obras literarias posteriores.

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[1] Eva era la primera mujer y, al dejarse llevar por la tentación, arrastró al hombre y a la Humanidad a ser expulsado del paraíso. Tal y como establece el Génesis.

[2] Modelo a seguir por parte de las mujeres medievales, era la verdadera mujer y todas tenían que actuar conforme a como ella lo hizo.

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