El 24 de marzo de 1814, tres meses después de que se hiciera efectiva la firma del Tratado de Valençay (11 de diciembre de 1813) por parte de Napoleón, Fernando VII volvía a España para establecerse de forma definitiva en el trono. El regreso de «el Deseado» fue visto por toda la sociedad española como algo bueno, tanto para realistas como para liberales, pero pronto ambas ideologías se opusieron a las políticas reformistas llevadas a cabo por el rey.

El primer signo de disconformidad con los liberales se llevó a cabo el 12 de abril de 1814, cuando 69 diputados partidarios del Antiguo Régimen dirigieron al rey un manifiesto -el conocido Manifiesto de los Persas- con el propósito de que el monarca aboliera la Constitución de 1812. El objetivo de los 69 persas era justificar un golpe de Estado del propio Fernando VII para reinstaurar el Absolutismo en España, a lo que el rey accedió de forma inmediata. A partir de ese momento, durante los seis años que duró el sexenio absolutista, España vivió varios pronunciamientos que, si bien es cierto fueron un fracaso rotundo en su mayoría, fueron deteriorando la imagen de «el Deseado».

Motivos de los pronunciamientos

El pronunciamiento se entiende como una forma de golpe militar asestado contra el poder para introducir en él reformas políticas. En la mayoría de los casos, estas sublevaciones tienen que ver más con el descontento personal de los pronunciados que con las necesidades de los españoles. Por lo tanto, estas sublevaciones son obra de una minoría, porque jamás se pronuncia una población ni ni una masa popular: siempre se pronuncia una pequeña parte de un cuartel del ejército.

A) Por el descontento de una minoría. Una de las primeras causas fue el descontento de una minoría con las acciones llevadas a cabo por el rey. Y esto se repite en cada uno de los pronunciamientos que se llevan a cabo estos años. Toda esta secuencia revolucionaria obedece a un simple motivo: el deseo de derribar un orden de cosas para instaurar otro orden más y que estuviera en consonancia con los pronunciados.

B) Por las reformas ministeriales. Una de las principales acusaciones que pesan a lo largo de todo el reinado de Fernando VII es la inestabilidad en la política ministerial. Hasta veintiocho ministros tuvo España durante aquellos seis años, diecinueve de esas sustituciones se produjeron entre el periodo de mayo de 1814 y 3 de noviembre de 1819. Uno de los ejemplos más claros lo encontramos en las primeras semanas de gobierno, donde San Carlos, fiel adepto al monarca, duró semanas como ministro de Estado.

C) Por la bajeza política que había en «La Camarilla». La camarilla era la antesala donde el rey hacía las Audiencias oficiales y donde se reunía con un grupo de personas a los que pedía consejo. Allí se reunía con chisperos, aguadores e incluso con amigos personales para tratar, sobre todo cuestiones personales.

D) Los militares y su situación en 1814. Entre 1814 y 1820 nos encontramos por primera vez con un ejército que se levanta contra el poder. El pronunciamiento lleva impreso un carácter ideológico que rompe por primera vez con la fidelidad al monarca. Y esto se debe a que la Guerra de la Independencia significó una revolución en la conciencia española más importante que el propio episodio de la lucha. Entre las transformaciones profundas en el aspecto militar, se encuentra la facilidad con las que se elevaron una multitud de humildes personajes a los más elevados puestos de mando: Espoz y Mina, Juan Martín el Empecinado, Porlier, Palafox, Ballesteros… Una nueva generación de militares se vio a sí misma controlando los altos mandos.

Sin embargo, sus aspiraciones poco a poco se vieron truncadas porque todos los cargos iban siendo ocupados por generales viejos y adeptos a Fernando VII: Eguía, Elio, Imaz, Ezpeleta, el premio al final era para los más oscuros, para los que no habían destacada durante la guerra de la Independencia. Y aquí viene el problema: ¿qué hacer con el ejército improvisado? Lo que hizo Fernando VII fue disolverlo e intentar apartar a este gran número de nuevos héroes españoles. Pero estos antiguos milicianos no podían convertirse de nuevo en labradores, carboneros o ser degradados sin más. Por ello, muchos de ellos se van a convertir en bandoleros, aquellos guerrilleros y militares que se han quedado ya sin trabajo y que no saben hacer otra cosa que luchar.

Esta política por la que optó Fernando VII hizo más claras las diferencias ideológicas entre el sector minoritario que poco a poco iba ganando muchos adeptos. De hecho, a causa de esto se crea un clima insostenible en el ejército que desde el verano de 1814 se va a dividir en dos facciones: los regulares, los de la vieja escuela que apoyan a Fernando VII y los guerrilleros, la nueva camada de héroes que van a estar disconformes con las políticas que llevaba a cabo el monarca.

E) La causa liberal. El camino por el que se gobernó el país durante el sexenio absolutista generó un clima de descontento generalizado que sirvió a los propósitos de la minoría liberal, deseosa de alcanzar el poder perdido en 1814. Partidarios, y contrarios del sistema liberal, son unánimes a la hora de reconocer el fracaso de la política llevada a cabo por Fernando VII. Los liberales vieron en 1814 cómo se anulaba de forma definitiva la Constitución liberal de 1812 firmada en Cádiz. A partir de entonces, no cejarían hasta conseguir ver nuevamente triunfante la Constitución y a las personas perseguidas en los más altos puestos. Aunque Fernando hubiera aceptado finalmente la Constitución, los liberales habrían conspirado de todas formas porque con el paso del tiempo este grupo fue ganando adeptos, además de que a la mayoría de los altos cargos afines a los liberales fueron arrestados, humillados e incluso desterrados.

Toda esta situación explica este clima de descontento que naturalmente hubo y que fue magnificada por el famoso negocio de la compra de los buques. La corrupción en la compra de esos buques provocará la revuelta de 1820 de Riego y el comienzo del trienio liberal.

El pronunciamiento de Mina

Francisco Espoz y Mina nació en el año 1781 en la pequeña localidad navarra de Idocin. Al igual que toda su familia, vivió dedicado a la agricultura, y sin otras aspiraciones decidió incorporarse en el ejército (junto a su sobrino Javier Mina) para luchar contra los franceses en la Guerra de la Independencia, donde fue nombrado segundo de los guerrilleros navarros. Francisco Espoz y Mina fue uno de los guerrilleros más famosos durante la Guerra de la Independencia, pues el célebre guerrillero condujo sus partidas con éxito en Navarra, y vencedor allí amplió su campo de acción a las Vascongadas y Alto Aragón. Sus victorias le hicieron acreedor al grado de general en muy poco tiempo.

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Espoz y Mina, durante la huida a Francia

El final de la campaña sorprende a Mina en el duro bloqueo de San Juan de Pie de Puerto, donde sus tropas sufrieron numerosas bajas por la escasez de subsistencias. De hecho, apenas finalizada la campaña, sus soldados, faltos de recursos, comenzaron a desertar. Por ello, la vuelta de Fernando VII la recibió con alegría, pues el agotamiento de sus tropas era claro y las numerosas bajas que tuvo durante esa campaña le impedirían seguir. Mina quiso ir hasta Cataluña para recibir al monarca, pero Wellington le obligó estrechar lo máximo posible el cerco de San Juan Pie de Puerto, mandando a su secretario, don Fidel Boyra, que no alcanzó a Fernando VII hasta Valencia, donde le ofreció sus respetos en nombre del famoso guerrillero. Aunque estuviera ligado a la masonería desde el 1812, Espoz y Mina era un hombre patriótico y leal al rey.

Terminada la campaña, el general regresó a Pamplona, donde fue recibido como un héroe. El 23 de mayo solicita licencia para ir a Madrid para entrevistarse con el Rey. El único motivo de su visita a Madrid fue para hablar con el rey sobre el lamentable estado en que se encontraban sus guerrilleros, necesitados de subsidios y provisiones. Pero también se esperaba que el monarca le hiciera virrey de Navarra por sus hazañas en la guerra. Al final, el 15 de junio le llega una carta de la Corte, firmada por el ministro de Guerra, Eguía, donde obtiene finalmente la licencia para ir hasta la capital. Llegó a la capital a mediados de julio, donde se reunió con el rey en la antesala. Sin embargo, la reunión no fue muy fructífera, ya que Fernando VII le llegó a confundir con su sobrino y al ver que era él no le hizo mucho caso. De hecho, Pedro Girón, uno de los que estuvo aquel día en esa reunión, escribió que “cuando llegó el turno de Espoz y Mina, éste besóle la mano y el Rey no le hizo más caso que aun perro”. Esto puede ser porque al hacerle peticiones en nombre de las tropas y al intentar declarar con franqueza al rey el mal funcionamiento que llevaban los altos organismos militares, se dio cuenta de que había personas interesadas en quitarle del mapa.

No obstante, nunca encontramos una palabra grave hacia al monarca, incluso ni cuando fue desterrado. Las críticas del ex guerrillero se dirigen exlcusivamente contra los ministros, los administradores y los altos cargos del ejército por su incapacidad de seguir liderando el país. Mina experimenta cierta humillación en su visita a la Corte, por eso no tolerará la humillación y será el primero en levantarse contra aquel estado. Espoz y Mina cree en eel Rey, está seguro de que si consiguiera hablarle, le convencería con sus razones, y el Rey no podría menos aceptarlas. Todavía el día anterior a su regreso a Navarra realiza un último intento por entrevistarse con el monarca, pero se lo niegan y arremete contra los malos consejeros del Rey, pues pensaba que era los únicos culpables de la situación en la que él se encontraba.

Ahora bien, un antiguo labrador convertido en guerrillero y sin la formación necesaria para dirigir un territorio tan grande como el de Navarra no podía hacerse cargo del virreinato. No estaba preparado. El 25 de junio hubo una interpretación errónea de una de las leyes que promulgaba la disolución de los ejércitos irregulares y uno de los batallones de Mina se disolvió. Así pues, Eguía y Fernando VII ordenaron a Mina que regresara a Pamplona para que cortara la deserción de su ejército. Esta orden le sentará mal a Espoz y Mina porque cree que es una mentira para alejarle de la Corte. Cuando llegó a Navarra, Espoz y Mina volvió a reunir rápidamente a su batallón. La delicada situación con la Corte (sobre todo con Eguía) y con Ezpeleta, Virrey de Navarra, por los pocos recursos que disponía su batallón. El 23 de septiembre llegó el golpe definitivo: el virrey Ezpeleta hizo pública una orden del Ministerio de Guerra por la que se destinaba al general Mina al cuartel de Pamplona, quedando las unidades que restasen de su división a las órdenes del capitan general de Aragón. Tras ese decreto, Espoz y Mina ya no solo se vio postergado a un puesto bajo, sino pensaba que su integridad peligraba.

La orden del 23 precipitó los acontecimientos, e impidió una preparación con calma del golpe que estaba pensando hacer desde hacía dos semanas aproximadamente. Mina pensaba que con unos pocos hombres de su batallón y gracias a la confianza de su rango consiguiría que su hazaña llegara a las Vascongadas, Aragón y Madrid para ir consiguiendo poco a poco apoyos. El pronunciamiento de Mina va a ser una decisión personal. Así pues, Espoz y Mina consiguió en pocas horas incorporar a Górriz, coronel del primer regimiento de su división, a su sobrino Javier Mina, al comandante oscense Gurrea y a un puñado de hombres de su confianza para cometer el pronunciamiento en la noche del 25 de septiembre al 26 de septiembre. Mina va a lanzarse al asalto de Pamplona con solo un batallón, mientras que esperaba que el coronel de Vitoria y el coronel Gurrea secundaran su pronunciamiento. Pero el objeto de la operación solo la conocían Mina y Górriz, por lo que a la hora de posicionarse para cometer el ataque definitivo, al lado de las murallas, casi todos los soldados dieron un paso atrás e incumplieron las órdenes de Mina y Górriz. Y allí se acabó el pronunciamiento. Por la mañana, Guillermo Funes, un huido del primer regimiento, le dijo a Ezpeleta lo ocurrido.

Al final, el 4 de octubre Espoz y Mina, su secretario, el coronel Gurrea y una serie de hombres leales a él deciden huir a Francia. Górriz será el único que será detenido y poco después condenado a muerte por insurrección militar. Mina volverá a España una vez restaurada la Constitución.

Pronunciamiento de Porlier

Porlier es otro de los que con su heroísmo habían contribuido en la guerra de la independencia a expulsar a los franceses y traer a Fernando VII, el deseado a España. No simpatizaba con el absolutismo y conspira para restaurar la constitución de 1812. Traicionado es detenido y llevado a La Coruña siendo encerrado en el Castillo de San Antón. Aprovechando que le permiten salir a tomar baños medicinales a Arteixo se aloja en casa de Andrés Rojo del Cañizal, otro liberal y desde allí prepara un pronunciamiento que inicia volviendo a La Coruña en la noche del 19 de septiembre de 1815. Se pone al frente de un grupo de militares y marcha con ellos hacia Santiago. El pronunciamiento de Porlier tiene unas características diferentes porque Porlier era un guerrillero pero que había hecho carrera militar y de familia noble.

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Juan Díaz Porlier

De hecho, Porlier participó en la guerra de Independencia desde el primer momento y se ganó un puesto como coronel, haciendo campañas además por toda la zona noroeste peninsular y batiéndose a los franceses en toda la cordillera cantábrica, Asturias, Navarra, Vitoria, San Sebastián, Tolosa… Con el paso de la guerra, Porlier fue decantándose poco a poco por el bando liberal. Al final, decepcionado o con malas experiencias en el ejército, y relacionado con elementos liberales porque estaba ligado familiarmente con las personas del núcleo español que eran liberales, fue enviado al castillo de San Antón, en La Coruña, donde fue condenado a cuatro años de suspensión de empleo y destino por intento de sublevación y por las ideas liberales que tenía. Al parecer el que le delató fue su secretario.

Tras un permiso de las autoridades, Porlier se trasladó a Arteijo donde pudo preparar con mayor comodidad la sublevación que llevaba estudiando desde hace años. Allí se reunía con don Andrés Rojo, íntimo amigo de Porlier, para ir armando poco a poco un ejército. Porlier decidió dar el golpe la noche del 17 al 18 de septiembre de 1815. Allí una guarnición numerosa, es decir, su plana mayor, le liberó de la prisión del Castillo de San Antón. El asunto es que acaba controlando La Coruña, la deja bajo control, y de ahí intenta dominar toda Galicia y se dirige hacia Santiago. El problema es que en ese trayecto sus propios suboficiales se sublevan contra Porlier, vuelven a La Coruña y le entregan. Al final, va a ser condenado a muerte. Pero advertido el jefe militar José Imaz consigue hacer que lo detengan. Será ahorcado en el campo de la Leña en La Coruña el 3 de octubre de 1815.

La conspiración del triángulo

La conspiración del triángulo es otro de los pronunciamientos que se llevaron a cabo en los meses siguientes, concretamente en febrero de 1816. Ramón Vicente Richart era uno de los líderes de esta sociedad secreta masónica cuyo objetivo era secuestrar y asesinar a Fernando VII para restablecer la Constitución de 18112. El plan era perfecto: Fernando VII realizaba regularmente visitas nocturnas a un club de citas situado cerca de la Puerta de Alcalá, por lo que el itinerario del rey fue estudiado minuciosamente. Sin embargo, la conspiración del triángulo no llegó a ser exitosa debido a la complejidad de esta sociedad masónica, que estaba organizada de forma que cada uno de los conspiradores solo conocía a dos integrantes, sin conocer a los demás integrantes de la conspiración. Por eso, a la hora de actuar, el plan no llegó a ser fructífero por la complejidad en la que estaba formada y coordinada esta sociedad.

Finalmente, los dos iniciados del eslabón de Richard, dos sargentos de marina, descubrieron la conspiración y delataron a Richard, que fue capturado junto a otros 50 integrantes que estaban involucrados en la conspiración. Todos ellos fueron juzgados y declarados culpable de traición y condenado a la pena de muerte, algo que se hizo efectivo el 6 de mayo de 1816, cuando Richard y Baltasar Gutiérrez fueron ahorcados y posteriormente decapitados en la Plaza de la Cebada de Madrid.

Bibliografía

COMELLAS, José Luis: Los primeros pronunciamientos en España (1814-1820), Madrid, 1958.

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