“Pesinunte es el centro comercial más grande de [Galatia]; tiene un santuario de la Madre de los dioses que es objeto de gran veneración. Llaman a esta diosa Agdistis. Los sacerdotes eran antiguamente una especie de dinastas que sacaban gran partido de su sacerdocio […]”. Estrabón, 12.5.3.
Así escribe Estrabón en el siglo I de nuestra era sobre Pesinunte, considerado durante muchos siglos uno de los grandes centros de culto de la Diosa Madre, la Gran Diosa o Magna Mater, más conocida en la Europa posterior como Cibeles. Uno de los episodios más conocidos que protagoniza este singular enclave es el de la embajada romana que, en el año 204 a.C., en plenas guerras púnicas, acudió al monarca de Pérgamo, a la sazón Atalo II, para que les entregara la roca sagrada de Cibeles que residía en este santuario y de esta manera afianzar la victoria de Roma sobre Aníbal, cosa que el soberano atálida consintió con gran premura.
La identidad de Pesinunte como gran santuario asiático de Cibeles no se puso en duda casi hasta el siglo XX, cuando las excavaciones arqueológicas sistemáticas en este yacimiento, localizado hoy cerca del pueblo de Ballıhisar, a 128 kilómetros al este de Ankara, han demostrado que, quizás, la historia que creíamos cierta hasta ahora sobre este santuario y la embajada romana no ha sido la verdadera.
El reino atálida y Pesinunte
Tras la muerte de Alejandro Magno, su imperio se fragmentó entre sus generales, en las ya célebres Guerras de los Diádocos o de los Sucesores, que al cabo de un siglo de contiendas acabaron fraguando lo que serían los tres grandes reinos helenísticos: los Lágidas en Egipto, los Seléucidas en Asia Menor y Mesopotamia y los Antigónidas en Grecia y Macedonia. Sin embargo, hay un cuarto jugador que tuvo una importancia extraordinaria en la historia helenística de Oriente y que, a menudo, pasa desapercibido: los Atálidas de Pérgamo.
Aunque Pérgamo ya existía y era conocido en época arcaica y clásica, no es hasta la época helenística cuando adquiere verdadera importancia. Situada al sur de la Tróade y próxima a las fértiles regiones de Lidia y Misia, Pérgamo cuenta con una ventaja estratégica diferencial: su monumental acrópolis, que domina toda la llanura del Caico.
Durante las Guerras de los Diádocos, Pérgamo cayó en manos de Lisímaco tras la derrota de Antígono en Ipsos, y este dejó allí como gobernante a su subordinado Filetero, un eunuco del mar Negro. Pero en el 281 el propio Lisímaco fue asesinado por Seleuco Nikator en la célebre batalla de Corupedio y sus territorios pasaron del monarca seléucida. Sin embargo, Filetero vio en ese vacío de poder su oportunidad de convertir Pérgamo en algo más que una simple ciudad subordinada.
Lo sucedieron sus sobrinos Eumenes I y Atalo I; este último fue el primero en adoptar el título de basileus (rey) tras su victoria en el 261 a. C. contra Antíocho I a las puertas de Sardis (una batalla curiosa cuando menos, puesto que lo único que nos dicen las fuentes de ella es que sucedió). Aunque la historiografía tradicional ha visto a los gobernantes seléucidas y a los atálidas como fuerzas antagónicas, en los últimos años esta relación se ha revisado y ahora se sostiene que convivieron de forma relativamente cordial hasta el año 188 a. C., cuando Antíoco III fue derrotado por una coalición de Roma, Pérgamo y Rodas, y los seléucidas fueron expulsados de todos sus territorios al oeste de los montes Tauros, que separan Cilicia del grueso de Asia Menor.
Los gobernantes atálidas fueron desde siempre ambiciosos, tanto política como territorialmente, y supieron jugar sus cartas, como demuestra lo que ocurrió con Pesinunte y el santuario de la Gran Diosa.
La embajada romana a Atalo II
La penúltima década del siglo III a. C. no fue buena para Roma. Inmersos en las guerras púnicas, en el 216 a.C. los ejércitos liderados por Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo fueron derrotados fulminantemente en Cannas por Aníbal Barca. El ánimo romano decayó y las élites acudieron a la Sibila de Cumas para buscar consejo. Tito Livio nos narra lo que aconteció:
Por aquellas fechas una repentina ola de superstición se extendió entre la población, pues se encontró en los Libros Sibilinos, consultados porque aquel año habían sido más frecuentes las lluvias de piedras, un vaticinio según el cual siempre que un enemigo extranjero llevase la guerra a suelo itálico se le podía vencer y expulsar de Italia si se trasladaba de Pesinunte a Roma a la Madre del Ida. El descubrimiento de este vaticinio por los decenviros causó mayor impacto entre los senadores debido a que los embajadores que habían ido a llevar una ofrenda a Delfos contaban que también, cuando ellos estaban ofreciendo un sacrificio en honor de Apolo Pitio, las entrañas habían resultado favorables […]. Ahora, en razón de la guerra común contra Filipo, había un principio de amistad con el rey Atalo, quien haría lo que pudiera en favor del pueblo romano. […] Llegaron a Pérgamo a presencia del rey. Este acogió cordialmente a los embajadores, los llevo a Pesinunte, a Frigia, les entregó la piedra sagrada que a decir de los nativos era la madre de los dioses, y los invitó a que la llevaran a Roma. (Tito Livio 29.10.4-11.8)
Atalo era, en efecto, un aliado muy cercano de Roma: no solo acababa de apoyar a Roma en la Primera Guerra Macedónica contra Filipo V, sino que en Delfos, donde los romanos acudieron a visitar al oráculo, se erigieron varios exvotos honrando al rey, entre ellos una inscripción conmemorativa de los habitantes de la ciudad focidia de Lilea para agradecerle los soldados que envió para protegerlos de las tropas de Filipo V.
A priori, no hay nada especialmente sorprendente en este texto, más allá del esfuerzo sobrehumano que hicieron los romanos llevados por la superstición y por la desesperación ante el avance cartaginés, pero si analizamos los datos históricos y arqueológicos que nos da Tito Livio, nos damos cuenta de que hay varias incongruencias.
En primer lugar, en ese momento Pesinunte no se encontraba en territorio atálida, que hasta el Tratado de Apamea en el 188 a. C., cuando el sucesor de Atalo, Eumenes II, recibió todos los territorios seléucidas al oeste de los montes Tauros. En segundo lugar, ¿era Pesinunte realmente un lugar de tal calado religioso como para que los romanos lo nombraran explícitamente como su destino?
Muchos autores, tanto antiguos como modernos, han asumido que, al ser Pesinunte un lugar de culto conocido, era natural que los embajadores romanos se hubieran dirigido directamente allí. Según las fuentes, el origen de Pesinunte y de su santuario se remonta a la época mítica del rey Midas (Diod. 3.59.8) o al imperio persa (Cic. De Haruspicum Responso 38); nadie dudaba de su antigüedad o prestigio. Los restos arqueológicos excavados, un templo períptero corintio de dimensiones colosales, nos hablan de un santuario de categoría, cuidado primero por los Atálidas y luego por los emperadores romanos. Sin embargo, recensiones recientes del material arqueológico y de las fuentes historiográficas han llegado a la conclusión de que, de hecho, esa antigüedad ha sido completamente fabricada a posteriori (Coşkun 2016-2022, Verlinde 2015). Si bien sí pudo haber allí un santuario frigio anterior al siglo iii a. C., no hay evidencia ninguna de una organización religiosa, económica y política como los sacerdotes-dinastas de los que nos habla Estrabón, ni de que Pesinunte fuera relevante antes de que Atalo II se hiciera con él. Todos los restos arqueológicos de la zona pertenecen al siglo III a. C. y, especialmente, a la época imperial. Los estratos relativos a ese pasado distante brillan por su ausencia.
Este cambio de paradigma no solo ayuda a estudiar el yacimiento de Pesinunte y sus relaciones con los territorios y Estados contiguos desde otra óptica, sino que, para el caso que nos atañe, nos obliga a preguntarnos: ¿qué llevó a los romanos hasta allí? Un dossier epistolar hallado en Pesinunte durante el siglo xx puede ayudarnos a dilucidar la respuesta.
La correspondencia secreta de Atalo
Las siete inscripciones, datadas entre el 163 y el 153 a. C. por los primeros editores, dan cuenta de una correspondencia “secreta”, tal como se describió en las descripciones iniciales, entre reyes atálidas anónimos y Attis, el principal sacerdote de Pesinunte, en la que este último pide al monarca que se haga cargo de la zona. Esta petición vendría dada después de que, en el 166 a. C., Roma declarara libres y autónomos a los gálatas, fuerza vecina del territorio de Pesinunte, en un movimiento que sin duda buscaba limitar el poder atálida.
Sin embargo, la primera carta del dosier, y la que a nosotros nos interesa, tiene otra lectura. Reza así:
[—] por lo tanto, ve tan rápido como puedas a los distritos rurales e inspecciona todo bien, e infórmame de cuántos soldados más necesitarás. Y si puedes tomar Pesongoi mediante traición, escríbeme con lo que sea necesario, puesto que, al ser el lugar sagrado, debe ser tomado sea como sea. Adiós. (Año) 34, 7º día de la última década del (mes) Gorpieo. (IK 66 1)
La carta es sorprendente por su brutal pragmatismo. Hemos perdido el comienzo, pero, por la fecha, sabemos que solo puede tratarse o bien de Atalo I (241-197 a. C.) o bien de Eumenes II (197-159 a.C.), puesto que solo ellos dos reinaron al menos treinta y cuatro años. Las nuevas interpretaciones apuntan a Atalo I, que entre el 208 y el 205 a. C. libró una guerra contra Prusias de Bitinia, cuyos territorios lindaban con la zona en la que se encuentra Pesinunte. Eso explicaría la necesidad de recabar información sobre el terreno y de desplegar soldados, y también la a priori sorprendente corrupción del nombre del lugar, Pesongoi en lugar de Pesinunte. Necesariamente, el destinatario de esta misiva no puede ser un sacerdote, puesto que alguien que conociera el lugar no necesitaría de tantas explicaciones superfluas (¿cómo podría no saber que Pesinunte es un lugar sagrado o no conocer su nombre correcto?), ni tampoco se puede datar a la época de Eumenes II, puesto que, para el año 34 de su reinado, el santuario ya se encontraba bajo su control y no tendría sentido tomarlo “a traición”. Es pues Atalo I a quien nos debemos dirigir, en el año 207 a. C.
Claramente, en este momento Pérgamo, que como hemos visto todavía era un reino pequeño aunque con aspiraciones territoriales, no controlaba la zona de Frigia en la que se encontraba el santuario, pero pretendía hacerlo. Entonces entra Roma en escena. Es improbable que los libros sibilinos nombraran explícitamente a Pesinunte, pero el culto de la Gran Diosa era ya conocido en Asia, por lo que no es extraño que acudieran a su principal interlocutor en este continente, el rey atálida, que además los acababa de ayudar contra Filipo V (otra razón por la que dudar del testimonio de Tito Livio: hay varios monumentos e inscripciones en Delfos en honor a Atalo por su intervención en Grecia central contra Macedonia y recibió honores de la Liga Etolia, por lo que es plausible que manipulara el vaticinio pítico para asegurarse de que Roma acudía a él).
Teniendo en cuenta que los romanos buscaban, en palabras de Tito Livio, a la Madre del Ida, Atalo podría haberlos conducido a la Tróade, que desde hace poco sabemos que ya estaba bajo control atálida en época de Eumenes I, el antecesor de Atalo, gracias a una inscripción honorífica hallada en la ciudad de Antandros, pero el rey decidió guiar a los embajadores hacia Pesinunte (una vez más, si conocieran el santuario, no habrían necesitado guía para llegar hasta él), para así asegurarse el control del territorio con el apoyo romano. Puesto que hacía ya casi veinte años que Atalo se había erigido como vencedor sobre los gálatas, tras su victoria en el río Caicos, no le habría costado demasiado que los locales le concedieran el betilo sagrado.
Conclusión
La antigüedad de Pesinunte y de su santuario, que en época tardohelenística y romana se convirtió en un enorme complejo templario con una ciudad de origen militar, fue una fabricación de Atalo I y su sucesor Eumenes II tras lograr el apoyo de Roma para hacerse con el control de esa zona de Frigia. Anteriormente al siglo III a. C. no hay evidencias arqueológicas de arquitectura monumental ni de una estructura política o religiosa como la que encontramos en el resto del dosier de correspondencia entre Pérgamo y Pesinunte.
Es un ejemplo interesantísimo de construcción de identidad política y religiosa a posteriori, puesto que en las fuentes historiográficas no hay dudas al respecto de la antigüedad del santuario y esto ha tergiversado nuestro conocimiento del mismo hasta los últimos años en los que se han comenzado a hacer excavaciones sistemáticas. También resulta, cuando menos, sorprendente la audacia de Atalo a la hora de manufacturar un pasado mítico de Pesinunte para sus propios objetivos políticos.
La cooperación entre Roma y el reino atálida no comenzó con Pesinunte, pero es una muestra más de la confianza que había entre ambos estados y que acabó desembocando en la donación de todo el reino a la República romana en el 133 a. C. a la muerte de Atalo III, último rey de Pérgamo, y en la creación de la primera provincia romana: Asia.
Bibliografía
Coşkun, A. (2016), Attalos I and the Conquest of Pessinus. I.Pessinus 1 Reconsidered, Philia 2, pp. 53-62.
Coşkun, A. (2018), The Temple State of Kybele in Phrygian and Early Hellenistic Pessinus: a Phantom?, Pessinus and Its Regional Setting, vol. 1 (Colloquia Antiqua 21), Ed. Gocha R. Tsetskhladze, Leuven/Paris/Walpole, MA, Peeters, pp. 205-243.
Thonemann, P. (ed) (2015), Attalid Asia Minor: Money, International Relations and the State, Oxford, OUP.
Verlinde, A. (2015), The Pessinuntine Sanctuary of the Mother of the Gods in light of the excavated Roman temple, Latomus, T. 74, Fasc. 1, 30-72.