Hombres desaliñados, sin apenas armadura y raras veces escudo, armados con utensilios de cocina y pequeñas lanzas, hechos por y para la guerra y que gritaban como si no hubiese un mañana. Éstos eran los almogávares de la Corona de Aragón, y ésta la crónica de su viaje por Anatolia como mercenarios del Imperio de los Romanos, o Bizantino. Donde acabaron con todo turco por delante hasta Armenia, para regocijo (o no) de los cristianos anatolios.
Orígenes de los Almogavares
Estos hombres, como todos, tenían un origen que ahora será contado. Almogávar proviene total o parcialmente del árabe, dándose como su significado más aceptado “el que hace incursiones en tierra enemiga”, siendo su posible significado muy plausible con su modus operandi.
Pero remontándonos a sus inicios, los almogávares nacieron a todas luces en el Pirineo catalano-aragonés. Siendo su referencia más antigua un pasaje en la Crónica Aragonesa de San Juan de la Peña, en el que se describe un hecho ocurrido durante la conquista de Zaragoza por parte de Alfonso I “El Batallador”, que pobló y fortificó en 1110 el pueblo de El Castellar con almogávares. Unos 27 años antes de la unión con el Condado de Barcelona.
Hay otras teorías respecto a su origen; los autores griegos, por ejemplo, les creían descendientes de los avaros por la simple razón de que en su nombre se lee “-avar-“, mientras otros los creían pertenecientes a pueblos prerromanos o góticos, teorías sin fundamento o pruebas.
Los almogávares fueron en sus inicios pastores y montañeses pirenaicos que, posiblemente, ya en tiempos de la Marca Hispánica hacían razias contra los musulmanes. Éstos, con el paso del tiempo, y siendo siempre independientes, sin obediencia a ningún señor feudal, fueron moviéndose según la frontera de la Corona de Aragón migraba hacia el sur, haciendo a su vez las funciones de mercenarios con aquel que pagase. En su momento, el actual Teruel fue gran fuente de almogávares ya que tanto los que habitaban en el reino como los condales migraron hasta nuevas fronteras con los musulmanes, contra los que llevaban continuos ataques y saqueos reiterados, notificándose los muchos cautivos y el botín que solían conseguir.
La jerarquía en el ejército dividía a los almogávares de la Corona de Aragón en almogávar (soldado raso), almocadén (capitán) y adalid, el máximo rango antes de llegar al líder de la expedición en nuestro caso.
INDUMENTARIA
Aunque si por algo destacaron siempre, fue por su armamento. Hasta las fechas en las que se realizó la expedición a oriente (principios del s.XIV) por toda Europa se utilizaba de forma generalizada la Lóriga o cota de malla, la unión de centenares de anillas de metal para cubrirte de golpes de arma blanca principalmente, y comenzaba a despuntar en algunos lugares el antecedente de lo que sería la Brigantina, junto con cascos de hierro como el bacinete.
Pero los almogávares no utilizaban absolutamente nada parecido a las armaduras de aquel entonces. Vestían camisa tanto en verano como en invierno, pudiendo acompañarla con pieles como abrigo en momentos de mayor necesidad; polainas de cuero para proteger sus piernas y abarcas de igual materia para los pies; un cinturón ancho de cuero sobre el que llevaban un zurrón con un par de días de comida y unas “piedras de fuego”, seguramente eslabones o sílex, que no sólo utilizaban para encender hogueras, y rematando todo esto con un simple casco que bien podía ser su característico “cuir trepat”. Se denota de su falta completa de armadura que tan siquiera les hubiese sido útil poseer más, ya que su principal ventaja residía en su enorme ligereza.
Por otro lado, solían portar varias armas, como era la azcona, una lanza corta y robusta que solían utilizar cuerpo a cuerpo o, en caso de combatir contra caballería, para “reventar” la montura enemiga y así descabalgar al jinete que quedaba a su merced; un par de venablos que llevaban colgando, lanzas arrojadizas con las que desbarataban cualquier intento de carga o resistencia por parte del enemigo, llegando, dicen los cronistas, a lanzarlas con semejante fuerza que podían atravesar los escudos del adversario. Fue ese arma arrojadiza con la que se especializaron en la distancia, renunciando al arco en favor del venablo por ser más efectivo a la carga y descartándose automáticamente la ballesta por su peso, que entorpecería el avance; y también portaban como principal arma cuerpo a cuerpo un “coltell”, que no dejaba de ser un cuchillo, más o menos largo, con una gran hoja en la que podían incluso llegar a cocinar si la ocasión lo requería, pero en lugar del coltell también podían llegar a esgrimir bracamartes, arma de un solo filo que se ensancha a la punta y curva al final, parecida a la alfanje, que utilizaban asestando golpes contundentes de un lado a otro. En ocasiones, aunque no demasiadas, podían llegar a blandir un pequeño escudo de cuero redondo.
Hazañas pasadas
Por otro lado, estos guerreros no iban a estrenarse en batalla contra los turcos selyúcidas que plagaban Anatolia, ni mucho menos. Los almogávares eran guerreros curtidos con una larga tradición militar que se transmitía de padres a hijos y a quienes se unía sólo quien realmente valía para el oficio.
Aparte de la Reconquista en tierras aragonesas, los almogávares también participaron entre 1229 y 1231 en la conquista de Mallorca con el rey Jaime I. Se tiene constancia de que en ocasiones actuaron como emisarios del propio rey, pero no sólo a eso se limitó su participación, actuaron a su vez como exploradores y como vanguardia en la toma de plazas como las Cuevas de Artá.
Más al sur peninsular se comportaron de igual forma durante la conquista de la Taifa de Valencia entre 1233 y 1245. En esta prolongada campaña no hubo ejército de la Corona de Aragón que no llevase un pequeño contingente almogávar, de donde se denota su real importancia. Por su ligereza y contundencia solían emprender continuas algaradas contra el enemigo, misiones de reconocimiento, tanto del terreno como del ejército contrario; y conformaban de igual forma la élite dentro de las tropas de la corona. Destacaron en tomas de distintas fortalezas como la torre de Moncada o Villena y en la Batalla de Puig; mientras que no se quedaron atrás en logística, en la que, llegado el momento en 1265, fueron varios los adalides almogávares que informaron del terreno y aconsejaron a Jaime I donde disponer su campamento para el sitio y toma de Murcia.
SICILIA
Pero los almogávares cuya historia hoy trataremos no eran sino los descendientes de los que realizaron esas hazañas, no quedándose éstos atrás, que también participaron en la expansión de los dominios del Casal d´Aragó.
Corría el año 1268, decapitándose en Nápoles a Conradino Hohenstaufen, rey legítimo de Sicilia, por orden de Carlos de Anjou, coronado nuevo monarca gracias al papado. Pero la guerra venía de antes. Mientras Conradino estaba en el Sacro Imperio, su regente en Sicilia, Manfredo, usurpó el trono y se hizo coronar rey, combatiéndole el francés Carlos de Anjou para conseguir el trono insular por orden papal. Todo parecía indicar, tras derrotar a sendos contendientes, que su dominio iba a ser tranquilo, pero Manfredo jugó una carta que el francés no esperaba. En 1262 Constanza, hija de Manfredo, se había casado con Pedro III de Aragón en Montpellier, convirtiéndose él y su esposa, tras la muerte de Manfredo, en legítimos herederos del trono, ahora en manos francesas.
Corría el año 1282 y los sicilianos no estaban precisamente muy contentos con la ocupación angevina, por ello, según la versión más realista, se acordó en la capital de la isla, Palermo, iniciar una insurrección con las campanadas de vísperas. La Insurrección triunfó en todos los puntos de la isla exceptuando Mesina, donde, irónicamente, Carlos de Anjou estaba reuniendo una gran flota para partir en cruzada hacia Constantinopla, reconquistada por los nicenos en 1261, ya que era emperador de iure del Imperio Latino.
Los sicilianos no dudaron ni un instante y pidieron ayuda al que consideraron su legítimo rey, Pedro III, viajando éste de África, en la que estaba en campaña, a Trapani y tras ello a Palermo con sus más de veinte mil tropas, donde fue coronado rey de Sicilia. Finalmente, incluso Mesina se unió al alzamiento, siendo instantáneamente sitiada por las más de cincuenta mil tropas de Carlos. Por su parte, el Papa excomulgó a todo aquel que se hubiese alzado en Sicilia junto con el propio rey Pedro, decretando una cruzada contra la Corona de Aragón y nombrando “rey” de ésta a Carlos de Valois, otro noble francés.
Por su parte el rey Pedro envió en ayuda de la sitiada Mesina a dos mil almogávares que llegaron al lugar en 3 días, la mitad de lo normal. Éstos entraron en la ciudad en plena noche sin que los franceses se diesen cuenta (en esta guerra casi siempre actuaron de noche), con gran alegría de la población. Es curioso leer la crónica de Ramón Muntaner (R. Muntaner, Crónica, capítulo 64), donde menciona que, ya de día, los messinesies al ver que la ayuda enviada eran los almogávares, se lamentaron profundamente, algo normal, ya que sólo veían a unos hombres mal vestidos y con malas armas. Pero el humor de la población cambió rápido cuando éstos salieron en tromba y acabaron con el ejército sitiador por sorpresa, expulsando a los franceses de la isla.
También se vio la enorme confianza que en ellos tenía depositada el rey, que designó a 500 almogávares y 500 ballesteros para escoltar a la reina y sus dos hijos, Jaime y Federico hasta Mesina.
Destacaron de igual forma en la guerra por mar, en la que con el propio Roger de Lauria fueron ellos quienes conquistaron Malta, saquearon las costas de Calabria, tomaron la isla tunecina de Djerba para reforzar su presencia norteafricana o acabaron con los restos del ejército francés en la Batalla de Agosta. Llegando con el príncipe Jaime a sitiar la misma Gaeta, justo cuando fue firmada la paz.
Más ejemplos de la actuación almogávar tenemos en su papel como guerrilleros contra la cruzada francesa en Gerona y el Rosellón, y, tras la renuncia de Sicilia de Jaime II con el Tratado de Anagni y el nombramiento por los propios sicilianos de Federico i como rey, también podemos ver a los almogávares como participantes necesarios de toda gesta digna de contarse. Pero finalmente la guerra cesó con la Paz de Caltabellota.
Una de las condiciones impuestas por Carlos II de Nápoles en el tratado era el desarme del ejército siciliano, por lo que los almogávares quedaron ociosos, algo peligroso por su natural belicismo, buscando un nuevo destino al que amarrarse.
Aquí es cuando en nuestra historia interviene el hombre que lideró la expedición por toda Anatolia, Roger von Blum, también conocido como de Flor, de madre italiana y padre alemán. Ya en juventud hubo de unirse a la orden del temple debido a la muerte de su padre en Batalla contra Carlos de Anjou, a lo que dejo a la familia arruinada debido a la confiscación de sus bienes, llegando a ser fray sargento; destacó en la defensa de la que fue la última plaza cruzada en Tierra Santa, San Juan de Acre, sitio tras cual se le acusó de aprovechar el caos acontecido para saquear la ciudad y huir en el navío que capitaneaba.
Desde ese momento vivió cual fugitivo hasta ponerse bajo la protección del rey de Sicilia. En primer momento se fue a Génova, donde pidió dinero a un amigo para comprar una galera propia tras desembarazarse de su anterior navío, lo cual nos dice que no saqueó demasiado, de haber saqueado tan siquiera. Con sus conocimientos marítimos tras una vida de navegación por tierras hostiles, Roger era un verdadero veterano, ofreciéndose en primer momento al Duque Roberto de Calabria, el cual le rechazó, haciendo que éste se ofreciese al rey Federico, que no sólo lo acogió, sino que le protegió de la iglesia, que le reclamaba en santa sede, posicionándose al poco como un líder entre la tropa, que más tarde lo tomaría como líder en la expedición a oriente. Destacándose contra los napolitanos en la guerra de corsario y en el sitio de Mesina, con la tan sonada victoria almogávar.
A su vez es destacable lo irónico de que Gregorio Paquímeres, autor griego tan destacado y tan anti almogávar, cuenta que Roger no saqueó, sino que salvó vidas de todo el que pudo.
Más grandes hombres destacaron contra el turco en esta expedición, como bien pudo ser Bernat de Rocafort, valenciano hijo del almogávar Arnal de Rocafort. Este hombre estaba destinado a ser almogávar y así en vida actuó. Aunque se incorporó a la compañía más tarde debido al no querer abandonar dos castillos calabreses que tomó, enemistándose por ello con el que fuese duque de Calabria, y más tarde rey de Sicilia (Nápoles (al separarse se denominó Reino de Trinarquia a la isla)) Roberto I; aguerridos guerreros como el aragonés Fernán Ximenez de Arenós o el noble navarro Juan Corberán de Alet. Pues no todos los integrantes de la compañía eran originarios de la Corona de Aragón, (cosa pedida por el emperador Andrónico II), sino que había gentes de Navarra (por su histórica unión con Aragón) e incluso de tierras lejanas como Galicia o Asturias. Aunque, ya dentro de la propia Corona, siendo la mayoría de extracto condal, pero sin menospreciar la procedencia aragonesa o valenciana, de la que no eran pocos los miembros.
¿Por qué Grecia?
Lo que todo lector ávido de respuestas y cargado de interrogantes se pregunta es, ¿Por qué Grecia? A lo que se procura responder con rapidez.
Las guerras sicilianas habían, por fin, acabado. Las gentes podían volver a cultivar tranquilas, había de florecer nuevamente el reino que, tras 20 años de guerra continua, no estaba en la mejor situación financiera.
Pero había un problema, en la Paz de Caltabellota se hallaba escrita una cláusula muy estricta que ya conocemos. El ejército regular de Federico I debía ser desarmado. El resultado fue, entre otros, más de veinte mil almogávares sin menester alguno en el territorio, optando la mayor parte de ellos por volver a la península, de la que eran originarios. Pero los pocos que se quedaron en el lugar no dejaron de dar mal a las ciudades en que se hospedaban.
Por otro lado, una vez finalizada la guerra, Roger de Flor (traducción literal de su nombre y por el que sería conocido) se hallaba en dificultades. Ahora ya no le era muy útil al nuevo rey del lugar, que acababa de firmar las paces con el papado, quien aún le reclamaba por las acusaciones en Tierra Santa. Debía poner tierra de por medio a la menor tardanza.
Así pues, poco tras la boda de Leonor, la hija de Carlos de Anjou, con Federico, Roger le dio a conocer sus intenciones al monarca, que acogió con agrado. Como para no, ya que los almogávares en paz eran tan letales como un buen enemigo, además, veía con agrado un sustancial aumento de la influencia de la Casa de Aragón en tierras griegas.
De esta forma con prontitud se enviaron a Constantinopla dos caballeros en una galera de Roger, ya aclamado como líder de la compañía al ser el más rico y veterano, para transmitirle su ofrecimiento al emperador Andrónico II Paleólogo.
El imperio de los romanos
El llamado Imperio Bizantino en aquellos momentos no atravesaba ni mucho menos los tiempos de bonanza del tan aclamado Justiniano. Éste se hallaba económicamente débil, algo que no cambió desde el saqueo al que fue sometida Constantinopla en 1204. La gran urbe que inspiró a gentes de toda procedencia se hallaba ahora en un estado paupérrimo en comparación con siglos anteriores. Las calles estaban llenas de pobreza y refugiados de Asia, y es de allí de donde procedía uno de los mayores problemas que acaecían en este Imperio.
Desde la Batalla de Manzinkert, en 1071, los turcos selyúcidas fueron, poco a poco, introduciéndose en Anatolia, feudo romano desde hacía más de mil años. Mientras que tras el descubrimiento de la fórmula del fuego griego por parte enemiga, arma que permitió la hegemonía de la armada bizantina sobre la árabe, en 1221, ya nada ponía impedimenta al invasor que, por otra parte, había ya entrado hasta la cocina.
La Asia bizantina a principios del s.XIV no era otra cosa sino terreno dominado por tribus túrquicas, escindidas e independientes de facto de un feneciente Sultanato de Rüm(que significa Romano, al hallarse en antiguo territorio romano), que campaban a sus anchas por el lugar. Los últimos enclaves representantes de la antaño todopoderosa águila bicéfala eran ciudades mayores, normalmente costeras, que resistían con grandes murallas, como podían ser Éfeso, Magnesia o la constantemente sitiada Philadelphia.
Los ejércitos del Imperio Bizantino, mismamente, no eran sino un triste remanente de su pasado. Sólo una mínima parte de sus ejércitos se nutrían de griegos, a quienes llamaban romeos, mientras que la gran mayoría eran mercenarios bárbaros de calidad ínfima.
El mismo Nicéforo Gregoras, historiador bizantino, declaró que en aquellos tiempos el ejército del Imperio Bizantino era el hazme reír del mundo.
De ahí su perentoria necesidad de soldadesca efectiva, y los almogávares tenían gran fama.
Travesía a Grecia
Llegados los embajadores a Constantinopla, acordaron la boda de Roger con la joven María de quince años, la sobrina del Emperador y a su vez hija del zar búlgaro; éste de igual forma fue nombrado Megaduque, título de más alto rango en la flota bizantina (que realmente estaba ya desmantelada casi en su totalidad) y negociaron las pagas que los “latinos” (tal y como llamaban a aquellos provenientes del oeste) recibirían. Ésta consistía en el pago de 4 onzas de oro cada cuatro meses a los caballeros pesados, dos para los ligeros y una para los peones, encargándose de recibir la primera como anticipo en el puerto griego de Malvasia, actual Monemvasia en Laconia, donde harían escala, y cuatro adicionales nada más entrar en Constantinopla (en su momento este sueldo fue insultante para los restos del ejército imperial, que cobraban mucho menos).
La expedición estaba en ciernes, y comenzaron a armarse navíos, sufragando el rey Federico I gran parte de la armada, pero aportando también Roger, que llegó a pedir un préstamo a los genoveses por valor de 20.000 ducados.
Del puerto de Mesina zarpó a finales de agosto de 1302 una armada de 36 velas, compuesta por 18 galeras, de las que 10 fueron aportadas por el rey, igual que 2 leños; 4 naves gruesas y barcos de transporte. Mientras que aquellos que finalmente se embarcaron en la expedición fueron 1500 jinetes con sus cabalgaduras, 1000 marinos en sus naves y 4000 almogávares, prestos para su misión. Y si añadimos el servicio que a su vez les acompañaba, el número de embarcados ascendería a 8000 en total.
En Malvasia, tal como quedó estipulado, recibieron la primera paga con la orden de acudir a Constantinopla con presteza, donde fueron directamente. En el lugar, fueron recibidos con grandes festejos y júbilo, su reputación militar les precedía y las gentes no tomaron la mala primera impresión, tal y como se hizo en Mesina. Veían con alegría los portadores de aquellas armas que, aun siendo rudimentarias y de poca valía, iban a acabar con sus enemigos y devolverles sus tierras. De quienes más vítores y cariño recibieron fue de los refugiados de Anatolia, que en esos tiempos abundaban en la ciudad. Mientras que, por lado contrario, los genoveses (que en ese momento ostentaban el monopolio comercial bizantino, que iban turnándose entre ellos y Venecia), residentes en el Barrio de Pera, la torre Gálata, los miraban con malos ojos, tanto por el dinero no devuelto como por ver peligrar su poder, posiblemente en pro de los comerciantes catalanes de la Corona.
Tras el clamoroso recibimiento y su alojamiento en el Barrio de Blaquernas, al lado del palacio de Blaquernas, residencia del emperador, recibieron las pagas acordadas y se comenzaron los preparativos de la boda de Roger.
Pasado había los días y finalmente se celebró con toda pompa y lujo tanto el nombramiento de Roger como Megaduque como su boda con María. Pero no toda la gente estaba de celebración, con unos genoveses muy disgustados por el evento.
Hay dos relatos diferentes acerca de cómo se produjo lo acontecido inmediatamente: el primero dicta que, una vez emparentado con los Paleólogo y con un nuevo cargo, Roger se negó a pagar a los genoveses la deuda contraída; mientras la segunda versión alega que andando solo un almogávar por las calles de la ciudad, vio dos genoveses burlarse de sus formas, tomando en mano el coltell y matando a uno mientras el otro fue a dar aviso a sus compañeros.
Se iniciase como fuere, el capitán genovés Rosso del Finale avanzó con sus tropas hasta los cuarteles donde se hallaban los almogávares, portando los estandartes de Génova. Pero éstos sabían perfectamente de las intenciones del capitán, y organizaron su caballería en la retaguarda enemiga. Una vez los italianos se presentaron a las puertas de su cuartel, los almogávares salieron en tromba contra ellos, mientras la caballería les cerraba la retiraba y los abatía sistemáticamente. Muriendo finalmente el capitán y masacrando a 3000 genoveses que fuera de Pera se hallaban, teniendo que intervenir directamente Roger para que no acabasen poniendo sitio al barrio fortificado.
A todo esto estaba el emperador Andrónico II viendo el espectáculo desde su palacio de Blaquerna, contento y satisfecho por ver como la tropa contratada realmente merecía la pena y por el desembarazarse, al menos en gran parte, de la asfixiante presión genovesa. Dando a los almogávares una paga extra al día siguiente.
CAMINO DE PHILADELPHIA
Justo antes de partir hacia Anatolia, apremiados por el emperador tras los sucesos con los genoveses, Roger le pidió un último favor al basileus (título de emperador en Bizancio). Aseguró no poder ir tranquilo a Asia sin dos nombramientos más, el de senescal para el navarro Corverán de Alet y el de almirante para el aragonés Fernando de Ahonés, asegurándose así la ayuda continua de la flota, cosa insegura de haber nombrado a un griego o a un genovés para la labor.
De igual forma se les indicó cuál era su cometido principal, el de librar a la población fortificada de Philadelphia, en el Thema (“provincia” bizantina) Tracesiano, del sitio de los bárbaros (tal y como se referían al turco), ya que la ciudad se hallaba aislada y sin posibilidad de sobrevivir sin ayuda.
Pronto, en octubre de 1302, la flota almogávar de unos 6500 hombres junto con las tropas brindadas por el Imperio Bizantino (1000 romeos dirigidos por el capitán Marulli y varios miles de mercenarios alanos capitaneados por Gregorio o Gircón) se dirigió al sitiado “Cabo de Artacio”, una península situada en el Mar de Mármara, contactando con el resto de Anatolia por un corredor en el que habían construido una muralla para su defensa, a menos de cien millas de Constantinopla.
Al desembarcar se asombraron por las cercanas ruinas de la ciudad abandonada de Cícico, cuya población se trasladó el siglo pasado a la vecina Artacio.
En el momento justo de su llegada los turcos que sitiaban el lugar se retiraron a sus campamentos “más por la fortaleza del sitio, que por el valor de los que la defendían” (Moncada, 1623, capítulo IX), haciendo gala nuevamente los bizantinos de una gran carestía en soldadesca de calidad.
En la misma noche los almogávares enviaron exploradores para tantear las defensas enemigas, encontrándose con un campamento sin ninguna protección y unos turcos totalmente confiados de su victoria y sin noticias de su llegada. Nada más saber ésto, Roger, dirigiendo la caballería junto a Marulli, ordenó un ataque sorpresa al alba contra el campamento enemigo. La caballería de Roger portaba dos estandartes, el del Imperio y el suyo propio, mientras Corberán de Alet portaba el de Aragón y el de Sicilia, que consideraban invencibles. El resultado fue una masacre, Roger dio órdenes de que no se respetase la vida de nadie mayor de diez años y así fue. Pronto los muchos turcos intentaron huir, aunque pocos de los que ahí pernoctaban lo consiguieron. Las cifras de bajas turcas van desde los 8000 hombres hasta los 13000 con varios miles de jinetes, siendo ínfimas las pérdidas almogávares. Si algo destaca en las fuentes primarias es la exageración en las bajas.
De esta sonada victoria, altamente celebrada en la capital, nacieron todas las inquinas que forjarían el ataúd de Roger. Se trataba de la primera victoria cristiana en Anatolia en mucho tiempo, lograda sólo gracias a la intervención de extranjeros. Pero eso no es todo, tiempo atrás, el coemperador Miguel IX (hijo de Andrónico II) intentó vencer a la misma fuerza turca, pero al mando de una fuerza mucho mayor, resultando en una derrota completa. El buen resultado de la batalla no hizo sino avivar las ya altas desconfianzas en el contingente catalán por su parte.
Tras la batalla y ya en noviembre, viendo como el invierno se acercaba, la Compañía decidió hibernar en Artacio, mientras la armada al cargo de Fernando de Ahonés fue enviada a la Isla de Quíos, donde aparte de pasar el invierno se dedicó a hostigar las costas turcas.
La hibernación en Artacio fue estrictamente calculada, eligiéndose a 12 personas (6 lugareños, 2 caballeros, 2 adalides y 2 almogávares) para concretar la distribución y precio de los víveres, que acabarían siendo abundantes en todo sentido. Finalmente, la hibernación duró hasta finales de marzo de 1303. En este período se produjeron en la península varios incidentes; al poco de llegar los almogávares gastaron todo su dinero, viviendo de créditos y no cejando en el hurto de ser menester. Pero sin excederse tanto como narran autores de la talla de Paquímeres, que describen la ejecución de sacerdotes, violación de mujeres vírgenes y saqueo sistemático del lugar.
También hubo disensiones dentro del mando de la Compañía, ya que Fernan Ximénez de Arenós la abandonó, pasando al servicio del duque de Atenas, en el otro lado del mar. No sería la última vez que se le viese, pero ya no en Anatolia.
Trajo Roger a primeros de marzo la paga de 4 meses a la compañía y perdonó las deudas que prácticamente todos sus hombres poseían, cuya ruina hubiera sido de lo contrario. Pero la partida finalmente se retrasó hasta principios de mayo debido a problemas internos; los alanos que les acompañaban se mostraban cada vez ser más insubordinados, produciéndose varios enfrentamientos, llegaron a morir más de 600 alanos, entre ellos el hijo de Gircón, que aun más indignado cuando Roger quiso compensarle con dinero, se retiró con gran parte de sus hombres.
Comenzaba a despuntar el mes de mayo y salía de la península que los había acogido el contingente de la Compañía, ahora compuesto por 6000 almogávares, 1000 romeos y unos 1000 alanos que decidieron abandonar a su líder.
En primer lugar, se dirigieron hacia el este, liberando plazas cercanas a la costa como la ciudad de Prusa (actual Brusa), única ocasión en la que combatieron (en pequeñas escaramuzas) contra quienes más tarde formarían el Imperio Otomano. Más tarde volvieron por sus pasos y se dirigieron hacia el oeste, liberando las costas de Tróade. Tras su paso por la ciudad costera de Adramytium tomaron la ciudad de Anchirao y tras ello fueron a por la ciudad fortificada de Germe, de la que huyeron los turcos nada más tener noticia de su llegada aun recibiendo grandes bajas en su retaguardia.
Tras ello la compañía avanzó hasta una ciudad, cuyo nombre no ha trascendido, en poder de los turcos, ahí Roger ordenó ejecutar a quienes fuesen los responsables de su defensa, por considerarles culpables de incompetencia. Debiendo finalmente perdonar a los mandos militares búlgaros encargados de la defensa de una fortaleza cercana por sus contactos en la corte.
La batalla de Aulax
El viaje hacia el sur prosiguió y tras cruzar el río Hermo llegaron a Aulax, localidad cercana a Philadelphia. A esas alturas las tropas del Emir Ali Shir del Beylicato de Germiyan eran perfectamente conscientes de su presencia y en esta ocasión presentarían batalla. El Emir fue directo hacia Aulax, donde se hallaba en marcha la Compañía, guarnicionando para asegurar su retaguardia varios fuertes alrededor de la ciudad, ya que las tropas de Philadelphia habrían hecho una salida. Su ejército, según los historiadores, consistía en 12.000 hombres de a pie, diestros tanto a espada como a arco y la élite de su tropa, 8.000 jinetes ligeros.
Mientras que, por su lado, Roger decidió aceptar la propuesta y plantar batalla. Dividió su caballería por en tres cuerpos, formados por romeos, alanos y la caballería pesada de la Corona de Aragón, teniendo él el mando y de igual forma hacerlo en la infantería con Corberán de Alet.
Ante la batalla se originan dos versiones, los autores griegos dictan que los turcos casi al comenzar el combate huyeron en desbandada, lo cual es improbable debido al alto número de bajas que sufrieron, mientras la contada por Muntaner, testigo de los hechos, difiere bastante.
Antes de comenzar la batalla, y una vez ambos ejércitos se encararon, los almogávares emprendieron el que en ellos era ritual común en toda batalla campal que se les presentase; de sus cinturones todos y cada uno sacó el eslabón que siempre portaban, golpeándolo con fuerza contra sus armas, bien los coltells bien las lanzas, que también golpeaban contra el suelo; seis mil hombres creando un mar de chispas y fuego en unos instantes que sorprendía y aterraba por igual a un acongojado enemigo, mientras de igual forma la tropa entonaba los gritos de guerra que tanto les caracterizaban como “¡Aragó, Aragó!” en homenaje a su patria o el mítico “¡Desperta ferro!” que gritaban mientras golpeaban el arma. La presencia de semejantes hombres de aspecto bestial, sus gritos terribles y el miedo provocado del mar de fuego que simulaban crear desmolarizaba cualquier ejército por bien pertrechado que estuviese.
Ya en batalla, una ventaja que todo ejército turco poseía, y por lo que en la mayor parte de las ocasiones derrotaban a los bizantinos, más pesados, eran sus arcos. Todo ejército turco poseía una cantidad innumerable de arqueros que destrozaban a un enemigo lento antes tan siquiera de que éste se acercase, mientras que su caballería ligera remataba al aturdido soldado, bien podría verse como ejemplo en la Batalla de Agincourt. Pero los almogávares sabían de esta técnica y reaccionaban para contrarrestarla; nada más iniciarse los combates éstos se lanzaron en tromba con su acostumbrada gran velocidad contra los arqueros enemigos, que no podían ni aprovechar la distancia para atacar ni tan siquiera retirarse, resultando en una masacre. En el flanco mientras, se situaba el enfrentamiento entre las diferentes caballerías, resultando finalmente vencedora la caballería pesada de la compañía frente a la ligera turca.
Al final del día y tras una batalla reñida, la balanza de bajas era abrumadoramente positiva. Del gran ejército turco habían sobrevivido unos mil jinetes y menos de quinientos soldados; mientras los almogávares no tuvieron sino ochenta bajas en la caballería y cien en la infantería, algo clamorosamente celebrado.
Y una vez se cercioraron del abandono de los fuertes por parte de las tropas del emir, que se retiraba al centro de Anatolia, Philadelphia quedaba, ya, completamente liberada de su sitio.
Saquearon el campo de batalla y el campamento enemigo y tras ello entraron en la ciudad, primero la caballería con los estandartes capturados y tras ello los soldados, engalanados con los ropajes conseguidos con sus capitanes, cautivos y carruajes llenos de botín.
Hasta los Tauro
En Philadephia se quedaron durante 15 días en los que no les hizo falta apenas robar nada, ya que la población, agradecida, se lo concedía. Pero la marcha había de proseguir, y para sentar bases decidieron liberar plazas próximas como las ciudades de Furmi o Culla, que tomaron sin batalla habiéndose retirado los turcos, pero ejecutando los almogávares a gran parte de los altos rangos de la guarnición por no haber opuesto resistencia.
A la vuelta permanecieron algo más de tiempo en Philadelphia, cuya gratitud ya se había acabado, hartándose sus habitantes de las continuas exigencias de dinero y robos por doquier, y eso en días tranquilos. Para su alivio, la Compañía decidió avanzar hacia el sur asegurando las costas antes de partir al este y finalmente abandonaron la ciudad, dejando en paz a sus hastiados habitantes. Pero a estas alturas las noticias del mal trato profesado a los locales ya habían llegado a oídos del emperador, que cada vez se mostraba más hostil ante sus mercenarios.
La Compañía avanzó rápidamente hacia el sur, retomando primero la ciudad de Nif y arrasando con todo turco que encontraba a su paso, pero nada más llegar a la plaza fuerte de Magnesia dos lugareños de la cercana ciudad de Tira abordaron a los almogávares con súplicas acerca del estado de su ciudad, sitiada por un contingente turco del Beylicato de Aydin. Roger no se lo pensó dos veces y accedió a salvar la ciudad. Una vez en Tira la tropa salvó el sitio turco y se introdujo en el lugar de noche sin que nadie lo hubiese notado y, nada más despuntar el alba, Corverán de Alet junto con 200 jinetes y 1.000 infantes salieron en tromba para acabar con el ejército enemigo. Éstos fueron arrollados y más de 700 de sus hombres muertos al instante, obligándoles a retirarse, pero Corverán los persiguió por los riscos donde huían, recibiendo un flechazo en la sien en un momento de descuido cuando se quitó el casco. Todo combate cejó, el enemigo se retiró y aconteció la consternación. Acababa de morir su senescal y uno de sus mejores capitanes.
Permanecieron otros ocho días en el lugar, enterrando a Corverán y a otros diez hombres (11 bajas en la batalla) en una ermita cercana. Pobres de las localidades y enemigos con los que entonces se toparon, pues su furia era enorme.
Tras ésto, la armada recibió órdenes de abandonar la isla de Quíos, que no se había librado de sus habituales correrías, e ir a la ciudad de Ania para desembarcar, pero se topó con quien menos se esperaba; tiempo antes llegó a Constantinopla Bernat de Rocafort, que ya había saldado sus deudas con el Rey Carlos y no pretendía hallarse ocioso en Sicilia. Portaba consigo varios bajeles, dos galeras, 200 jinetes y un millar de almogávares. Éste se dirigió a Quíos, donde acompañó a la armada de Fernan de Ahonés.
Una vez en Ania llegó Muntaner como emisario para enviarles a Épheso, dejando Rocafort 500 almogávares con la armada. Al poco llegó Roger a Épheso con el resto del ejército, dando una paga al contingente que Rocafort llevaba y nombrándolo nuevo senescal por la fama y experiencia que éste poseía.
Relatan a continuación los autores griegos el saqueo al que sometieron Épheso, enorme y en algún caso sangriento tristemente, al igual que en la mayoría de las ciudades por las que pasaron en esta época. Toda riqueza que consiguieron tanto en batalla como en pagas la enviaban a la ciudad de Magnesia, plaza fuerte donde querían pasar el invierno, hibernando finalmente en Ania hasta la primavera de 1304, no sin antes enviar como guarnición de Tiria al aragonés Diego de Orós con 30 jinetes y 100 almogávares.
Una vez llegada la primavera y hechos los preparativos para partir hacia el este, el emir Sarkan del Beylicato de Aydin puso sitio a la ciudad, creyendo en la debilidad de tan ínfimo contingente. Pero pronto los almogávares organizaron una salida y arrasaron con mil jinetes y dos mil infantes, obligando al turco a retirarse una temporada.
Acto seguido emprendieron el viaje a oriente que, según cuentan los cronistas, llegaría hasta los mismos Montes Tauro, dejando en Magnesia y alrededores a los alanos como guarnición.
Atravesaron las provincias de Caria, Panfilia o Licaonia, llegando finalmente hasta las puertas Cilicias. Durante el viaje no tuvieron sino pequeñas escaramuzas de tener algún enfrentamiento, los turcos del lugar estaban sobre aviso acerca de los terribles almogávares que ya habían arrasado los ejércitos del Beylicato de Germiyan o Aydin, pero ahora no iban sino a la cabeza de los ejércitos del Beylicato de Karamán, el mayor de los que en Anatolia se situaban.
Iba la Compañía “liberando” las ciudades por las que pasaba; hacían huir a los turcos que en ellas había, eran recibidos por una población contenta y agradecida y acto seguido se iban, sin saquear demasiado por la velocidad de la marcha y sin dejar ninguna guarnición para evitar su toma otra vez por parte turca, ya que no podían disgregar tan pequeño contingente. Toda ciudad liberada era retomada tras su marcha, poco les duraba la alegría a las ciudades por las que se pasaban.
La batalla de los montes Tauro
Era día 15 de agosto de 1304 y se hallaban ya cerca de las Puertas Cilicias, pasos montañosos muy estrechos, la Compañía almogávar decidió hacer una pausa, se temían lo peor. Enviaron a explorar la zona en busca de emboscadas y enemigos a sus exploradores y no erraron, pues se encontraba escondido en las cercanías el ejército del Beylicato de Karamán, nutrido con bastantes tropas huidas de derrotas anteriores, siendo un total de 10.000 jinetes y 20.000 infantes contra los menos de 8.000 de la Compañía.
Los turcos, les dejaron en paz durante todo el recorrido para concentrar hombres y atacarles por sorpresa, pero al ver su trampa descubierta, decidieron salirles al paso, encarando al ejército enemigo.
Roger decidió posicionar a la caballería en un flanco mientras en el otro situaba a la infantería, algo típico en sus batallas, liderando él a la caballería pesada mientras la infantería estaba al cargo de Marulli y Rocafort. Ya antes de la batalla se entonó el temido “Desperta ferro” y “Aragó”, felicitándose tras ello los unos a los otros como si ya ganada estuviese la batalla.
Por el lado contrario, los turcos bien sabían que de perder la batalla no saldrían vivos, ya que las localidades cristianas del lugar no les darían refugio, viéndolos derrotados, sino que los rematarían. Se posicionaron de igual forma que sus enemigos y ambos bandos cargaron.
La Caballería pesada de Roger encaró a la muy numerosa turca, imponiéndose poco a poco, mientras que la infantería almogávar gracias a los primeros golpes de sus venablos pronto se hizo con la ventaja en el campo de batalla.
Daba la impresión en ciertos momentos que la moral decaía, pero siempre que tal cosa ocurría se enarbolaba más alto el estandarte de la Corona de Aragón y chillaban sus capitanes “Aragó”, mitigando cualquier atisbo de cansancio tras la larga marcha y el prolongado combate.
Finalmente, la victoria se decantó por la Compañía, a un coste de menos de 500 almogávares, mientras fallecieron 12.000 infantes y 6.000 jinetes enemigos. El ejército de todo el Beylicato había sido aniquilado y ya no hubieran encontrado oposición alguna en toda la región de haber avanzado. La Batalla de los Montes Tauro o Kibistra había sido vencida.
Se plantó guardia toda la noche con temor a un contra-ataque que no sucedió, pidiendo a gritos los almogávares avanzar hacia el sur; querían ellos retomar hasta la misma Alejandría si en sus manos hubiese estado el avanzar o retroceder. Pero Roger no quiso, más allá de las puertas de Cilicia se hallaban grandes imperios y tierras desconocidas, y decidieron retroceder hasta Magnesia para hibernar.
Fin de la expedición
Volvieron los almogávares por donde habían venido, contentos a radiar por las victorias obtenidas, aunque maltratando a los pobres pueblos y ciudades por donde pasaban, como solía ser habitual.
Decidieron poner rumbo a Magnesia, donde descansaban sus tesoros y las pagas almacenadas, pero no todo iba a salir tal y como esperaban.
Una vez ya vislumbrada la ciudad le salieron al paso almogávares que se habían adelantado, confirmaban los peores temores de Roger, era una rebelión.
El capitán Ataliote de Magnesia se había alzado junto con los alanos que habían en el lugar, y con la población, hastiada de los malos tratos, acabaron con la vida de los almogávares que había de guarnición. Habían perdido a manos de rebeldes todo su dinero y ganancias acumulados durante todo el viaje.
Escritores como Paquímeres tienen opinión diferente, creen, por ejemplo, que el alzamiento de Ataliote no era sino digno de alabanza (es bien entendible, visto lo visto), ya que creía ciertamente que la ciudad sería nuevamente saqueada como en otros ejemplos.
Al poco a la ciudad se le puso sitio, construyendo con prontitud grandes máquinas de asedio con las que debilitar las imponentes murallas y fortificaciones de la urbe, aunque fue en balde. Más tarde se intentó un asalto general, que, aunque con pocas bajas por parte almogávar, fue repelido con facilidad y gran ridículo para Roger. Se intentó cortar los canales y el acueducto que daban agua a la ciudad, pero los de dentro les hacían continuas salidas, impidiendo cualquier esfuerzo. Roger estaba frustrado pero su honor le impedía retirarse tan indignamente.
Pero algo salvó repentinamente ese honor. Desde hacía meses a Constantinopla no hacían sino llegar por decenas las quejas acerca del mal trato dado a las ciudades “liberadas” por los almogávares, aumentando a su vez la inquina que la corte les tenía, lo que incluía al mismo emperador Andrónico II, que ignoraba las batallas vencidas. Para tal menester y con el fin de librarse de la injuriosa compañía, decidieron atraerla a Tracia y evitar que siguiese dando vueltas por Asia; fue redactada una petición a todas luces falsa de ayuda, pidiéndoles que fuesen al norte para repeler ataques búlgaros, cuando lo que querían era atraer a su trampa a Roger.
Y así Roger vio en esa petición de ayuda la excusa de salir del sitio de Magnesia con la cabeza alta. Ésta fue la última batalla producida dentro de la expedición en Anatolia, no se producirían más, ni nunca más volverían a combatir, al menos contra infieles.
Unos fueron por mar, desde Ania, y otros por tierra siguiendo las costas hasta llegar a la altura de Lampsacos, frente a la península de Galípoli. En lo referente a la “amenaza búlgara” refieren por palabras del emperador que, nada más saber de su venida, se retiraron; mientras que, por otro lado, querían que Roger junto con sólo 1000 almogávares cruzase el estrecho para reunirse con los ejércitos de Miguel. No hicieron caso los capitanes pues se olían lo que se les tenía preparado si se dividían.
Así pues, los ejércitos de la Gran Compañía Almogávar cruzaron el estrecho todos juntos hasta la Tracia Querconesa, la península de Galípoli, tomando la ciudad que le da nombre como cuartel general para su hibernación. Pronto la península sería como su fortaleza particular.
Pero había una batalla que los almogávares nunca habían luchado y en la que el Imperio Bizantino era un rudo adversario, la de las intrigas y la diplomacia, las medias verdades y el engaño. Pronto iban a verse sumidos en los complots que se maquinaban desde la corte, y su honor no podía permitir tales afrentas. La propia Corona de Aragón envió refuerzos al lugar, para aumentar el número de la Compañía, pero ya era muy tarde y no ayudarían demasiado tras haber finalizado ésta su expedición al cruzar el mar. Constantinopla esperaba a Roger…
Bibliografía:
- BOLEA ROBRES. CHUSÉ, “Almogávares en Bizancio. Súbditos de Aragón, vasallos de nadie”, Desperta Ferro, número 22, año 2014, páginas 44 a 52.
- VIDAL JOVÉ. J. F. (2014). Chronica o descripcio dels fets e hazanyes del inclyt Rey Don Jaume Primer Rey D’Arago, de Mallorques e de Valencia, Compte de Barcelone e de Muntpressler e des molts de sos descendents. Crónica de Muntaner, Barcelona. Recuperado de: http://assets.espapdf.com/b/Ramon%20Muntaner/Cronica%20(3682)/Cronica%20-%20Ramon%20Muntaner.pdf [15/11/17]
- DE MONCADA. FRANCISCO. (adaptación de Ángel Sánchez Crespo). (2016). Los catalanes y aragoneses que conquistaron oriente. Almogávares. España: Guardarramistas Historia.
- BOYA BALET. ANGEL. (2014). La Compañía de Almogávares en Grecia. España: Liber Factory.