Historiadores y aficionados a la historia estábamos esperando con ganas el regreso de El Ministerio del Tiempo. Entre otras cosas porque con la nueva temporada vuelve una de nuestras mujeres universitarias y personaje preferidos: Amelia Folch.
En la serie, Amelia es una de las funcionarias del ministerio. Representada por Aura Garrido, su personaje es el de una mujer perteneciente al siglo XIX español. Con una inteligencia brillante que, en muchas ocasiones la hará tomar las riendas de las misiones que el Ministerio le encomienda a ella y sus compañeros, antes de pasar a formar parte de las filas de este, era una de las primeras mujeres universitarias españolas.
Su personaje es, de hecho, un reflejo de lo que fueron esas primeras mujeres. Mujeres de clase media-alta pertenecientes a grandes ciudades (en este caso, Barcelona, pues buena parte de esas primeras mujeres universitarias fueron catalanas). En una gran mayoría de casos, tuvieron que luchar contra el encorsertamiento y los estrechos roles de género que su tiempo había impuesto para ellas. En este artículo vamos a hablar, precisamente, sobre aquellas mujeres reales que inspiraron el personaje de Amelia, las primeras mujeres universitarias españolas.
Las universitarias
En España, el acceso de la mujer a la universidad no se produce hasta finales del siglo XIX, a cuentagotas y con más obstáculos y dificultades que los que se imponían a sus compañeros. Si bien habían existido excepciones como la de María Isidra de Guzmán, la primera mujer española en alcanzar el grado de doctora ya durante el siglo XVIII, la llegada de la contemporaneidad será la que acerque a las mujeres de forma masiva a las aulas universitarias. No obstante, hay que destacar que durante gran parte del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, la presencia de la mujer en la universidad española es minoritaria y se localiza en determinados estudios considerados por la sociedad como más adecuados para el papel que desarrolla en el núcleo familiar.
A día de hoy las universitarias son mayoría entre los estudiantes, llegando a representar el 58% de los alumnos matriculados en España. Igualmente, todos sabemos que, aun actualmente en las universidades hay carreras altamente feminizadas, con una presencia masiva de mujeres cursando aquellos grados. Medicina, Farmacia y Veterinaria han superado, desde hace tiempo, el 70% de alumnado femenino. En base a estos datos debemos plantearnos una serie de preguntas. ¿Cuándo empieza el proceso de feminización de algunas carreras universitarias? Las mujeres pioneras que entraron la universidad, ¿qué obstáculos legales padecieron para poder acceder? ¿Solo fueron obstáculos jurídicos, o también de naturaleza social y cultural? ¿Porqué, a lo largo del siglo XX, se ha considerado que unas determinadas carreras son supuestamente más aptas para las mujeres? A todas estas preguntas intentaremos responder en este artículo.
La universidad española durante la segunda mitad del siglo XIX
La universidad que organiza el Estado liberal de mediados del siglo XIX, después de las revoluciones liberales, tiene poco a ver con la universidad actual. En esos momentos, existían diez universidades repartidas por todo el país (Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia, Oviedo, Santiago de Compostela, Sevilla, Granada, etc.), enfocadas a la élite y con el monopolio de la Universidad Central de Madrid sobre los cursos de doctorado. En estas universidades se podían cursar cinco carreras que daban lugar a un título y a una profesión titulada: Derecho, Medicina, Farmacia, Letras y Ciencias. Otras carreras no tenían estatus universitario, como por ejemplo Magisterio, en cuyo caso no se necesitaba el título de Bachillerato para acceder.
Para acceder a la universidad era condición sine qua non el título de Bachillerato y pagar las matrículas y los títulos. Eran carreras largas y caras a las que se les debía sumar los costes de desplazamiento y alojamiento si no se residía en la ciudad donde se encontraba el centro. Por lo tanto, era una universidad enfocada a las clases medias y a las clases altas. Una universidad reservada al género masculino, aunque no existía ningún obstáculo legal, en teoría, que imposibilitara la entrada de la mujer en la universidad. No obstante, si no existía tal prohibición es porque ni siquiera se consideraba la posibilidad de que la mujer se formara en estudios superiores.
La formación de las mujeres de clase media y alta
A finales del siglo XIX, las mujeres de clase media y alta recibían educación y formación en sus casas mientras esperaban un matrimonio adecuado (Arenal, 1976: 228).
Era, eso sí, un tipo de educación muy concreto. Aprendían a leer, escribir, costura y bordado. Si se buscaba una educación más esmerada, un poco de geografía, historia, música y, en algunos casos, dibujo y francés. Esta educación se ha denominado “de adorno”. Trataba de dotar de un barniz cultural a las mujeres y que dominasen algunas habilidades con la única finalidad de alternar en los salones (Ballarín, 2000: 627).
Por lo tanto, esta formación no tenía como fin el mundo profesional. Tampoco cultivar la intelectualidad, sino el disponer de una cierta cultura general de la que poder presumir en los acontecimientos sociales. En ningún caso esta educación podía rebasar los límites que la sociedad decimonónica había impuesto a las mujeres.
Las mujeres finalizaban su educación aproximadamente a los quince años de edad, momento en el cual eran presentadas en sociedad y empezaban a acudir a tertulias, paseos y teatros, entre otros esparcimientos. Era el momento de conseguir un marido, casarse y formar una familia. En el caso de no conseguir matrimonio eran tildadas de “solteronas”. Pero si lograban casarse, todos los conocimientos adquiridos hasta entonces eran plasmados en los salones, por lo que la educación recibida les proporcionará los instrumentos necesarios para el mantenimiento de las relaciones sociales (Ballarín 1989: 250).
Las mujeres de clase media, en cierto modo, eran las que salían peor paradas. Se diferenciaban del conjunto de la sociedad por disponer de un nivel de vida superior al resto, lo que les permitía no tener que trabajar ni dentro ni fuera del hogar. La gran mayoría, además, disponía de servicio propio. Este hecho las desplazaba automáticamente al interior del hogar. Incluso si la familia se encontraba en un apuro económico y la mujer deseaba trabajar, el padre o el esposo se negaban rotundamente, ya que eso significaba pasar de ser señoritas a ser pueblerinas. A diferencia de las chicas de clase alta, que disponían de colegios de élite e institutrices, las chicas de clase media se las apañaban con asistir a los colegios de religiosas (Ballarín, 2010: 251).
Si las familias de clase media podían permitirse enviar a sus hijas a la universidad, ¿por qué no lo hacían? Los manuales burgueses de la época hablaban del arquetipo de mujer como “ángel del hogar”. Este arquetipo evocaba a una mujer predestinada por naturaleza y por religión a la maternidad y a la exclusiva dedicación a la familia, confinada en el interior del hogar bajo la tutela masculina (Nash, 2010: 17).
El hombre, en cambio, se encontraba abierto al mundo público y al conjunto de la sociedad. Si que es cierto, no obstante, que es a lo largo del siglo XIX que se empieza a considerar las ventajas que supondría instruir y formar a las mujeres, pero no como medio para su propia realización personal, sino con el propósito de que puedan aplicar esos conocimientos en el ámbito familiar, proporcionando una mejor atención al marido y una mejor educación a los hijos (López, 2001: 292).
Las primeras universitarias
María Helena Maseras Ribera, medicina (1872)
Como ya se ha dicho anteriormente, prohibición explicita del acceso de la mujer a la universidad no había. La ley no decía nada sobre la posibilidad de que las mujeres estudiasen carreras universitarias. Pero, aun así, cuando María Helena Maseras Ribera decide acceder a la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona, necesita un permiso real de don Amadeo I para que le permitiera estudiar la carrera de Medicina. Ni siquiera disponer de dicho permiso, este no la habilitaba para acceder a clase. Durante tres años tuvo que recibir clases en privado hasta que los profesores Joan Giné y Partagàs y Narcís Carbó y Aloy, viendo sus buenas calificaciones, le permitieron asistir a las clases. En el número 1.165, del 23 de abril de 1876 de la revista El Siglo Médico se hicieron eco de la noticia:
“Al abrirse la matrícula del presente curso académico, se inscribió en la asignatura de Terapéutica una señorita que tenía ya aprobada la de Anatomía. Hará próximamente un mes y medio, pasando lista el Sr. Carbó, catedrático de la primera de las expresadas asignaturas, nombró a la discípula en cuestión. Esto produjo una gran sorpresa entre todos los alumnos, y entonces dijo el profesor que la señorita de que se trata se halla inscrita como alumna y que tenía por lo mismo la obligación de asistir a clase si quería optar a los exámenes ordinarios.
Sabedora, sin duda, dicha señorita de la indicación hecha por el Sr. Carbó, decidióse a asistir a la cátedra y el día 14 al entrar el profesor de Terapéutica en el local designado para las explicaciones de dicha asignatura, llevaba a su lado a la bella matriculada. La sorpresa que se apoderó de los escolares allí reunidos al ver a su condiscípula, a la que saludaron con una salva de aplausos, ya pueden figurarse nuestros lectores. Desde dicho día 14 la indicada señorita, a la que acompaña su hermano, también alumno de medicina, continúa concurriendo a la cátedra, tomando asiento al lado del Sr. Carbó. Excusamos manifestar que este incidente ha aumentado la asistencia a la cátedra indicada”.
Por lo tanto, dentro del aula, María Helena tenía un asiento reservado en la tarima, al lado del profesor. No tenía permitido sentarse con sus compañeros. Maseras se convierte así en la primera mujer que se matricula oficialmente en una universidad de España. Otras lo habían hecho anteriormente, pero vestidas de hombre, como Concepción Arenal cuando decidió estudiar la carrera de Derecho en 1841. Además, se acordó que no podía rondar los pasillos ni las zonas comunes. Debía entrar en la antesala de los profesores y esperar allí al catedrático para ir al aula. Debía haber lo mismo para volver al terminar la clase. No obstante, en estos momentos se creía que la mujer podía alterar el orden de las clases (López, 2001: 294).
María Helena finalizaría sus estudios en 1878. Cuando solicitó hacer el examen de licenciatura, no se le dio permiso para realizarlo hasta 1882. Obtuvo la calificación de sobresaliente, aunque nunca pudo ejercer la medicina al no querer realizar el doctorado vistas las trabas burocráticas que le ponían por el camino.
María Dolors Aleu Riera, medicina (1874)
María Dolors Aleu se matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona dos años después que su antecesora, en 1874. Nada más entrar fue recibida a pedradas, motivo por el cual su padre decidió ponerle dos escoltas que la acompañarían durante toda la carrera. Con una calificación de sobresaliente, terminó sus estudios en 1879, pero no se le otorgó el permiso de licenciatura hasta 1882. Una vez licenciada decidió hacer el doctorado en Medicina en la Universidad Central de Madrid. Su tesis no podrá ser leída hasta el 6 de octubre de 1882, una vez superada la oposición del rector. Esta tesis se tituló Necesidad de encaminar por una nueva senda la educación higiénico-moral de la mujer y fue publicada en La Independencia Médica en el año 1883. Se especializó en Ginecología y Medicina Infantil.
Después de doctorarse dispondría de su propia consulta en el número 31 de la Rambla de Cataluña de Barcelona, donde ejerció con éxito la profesión durante veinticinco años. Paralelamente, ocupó el cargo de maestra de Higiene Doméstica en la Academia de Bellas Artes y Oficios para la Mujer, institución fundada en 1885 por Clotilde Cerdà Bosch y ella misma.
Dentro de su consulta atendía y curaba a mujeres burguesas que llevaban años con dolencias ginecológicas sin atender “por no acudir al médico a causa de la vergüenza”, así como también se dedicó a asistir a las prostitutas, madres solteras, mujeres pobres del barrio chino y niños huérfanos de la Casa de la Caridad, estos de forma altruista. Ejerció consulta hasta 1911, año en que su hijo de veintiún años muere de tuberculosis.
Martina Castells Ballespí, medicina (1877)
Martina Castells se matriculó, igual que sus dos antecesoras, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona en el año 1877. Terminó la carrera en cuatro cursos, en 1881. Si embargo, hasta 1882 no se le permitirá realizar el examen de licenciatura. Lo realizaría, además, junto con María Dolors Aleu. Con la calificación de aprobada presentó su tesis el 9 de octubre de 1882. La tesis tuvo como título: Educación física, intelectual y moral que debe darse a la mujer para que contribuya en grado máximo a la perfección y la dicha de la Humanidad. Según los diarios de la época, la tesis reivindicaba la educación de la mujer, la evolución de la representación de la mujer para la historia y tanto su felicidad como la colectiva de la humanidad.
Decidió dedicarse a la pediatría, pero moriría en 1884 debido a unas complicaciones ocurridas durante su primer embarazo, sin haber llegado a tener tiempo suficiente a ejercer como profesional.
Las trabas a las que se enfrentaron las universitarias
El motivo por el cual se tardó tanto tiempo en permitir el examen de licenciatura a estas tres pioneras universitarias fue el debate que se originó en el Consejo de Instrucción Pública respecto a la posibilidad de conceder el doctorado a las mujeres. Finalmente, se llegó a determinar la concesión. Pero se precisó que solo podrían solicitarlo las estudiantes que ya habían finalizado sus estudios y aquellas que se encontraran en proceso. De esta forma se prohibía de facto, según la Real Orden del 16 de marzo de 1882, que otras mujeres pudieran iniciar los estudios universitarios. Al menos hasta que se adoptara una medida definitiva sobre el asunto en cuestión (Flecha, 1996: 109, 118).
Para entonces eran nueve las universitarias matriculadas en España. Las últimas fueron María Luisa Domingo García en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid (1880), Dolores Lleonart Casanovas en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona (1881) y Teresa de Andrés Hernández en la Facultad Filosofía y Letras de la misma universidad (1881). Cabe decir que ni la Universidad de Barcelona, ni la Universidad de Valencia ni la Universidad de Valladolid encontraron ningún inconveniente, al menos de forma tan aparente, en dejar matricular a mujeres en sus respectivos centros. Estos casos tan solo se daban en la Universidad Central de Madrid.
De las universitarias del periodo que abarca desde 1882 hasta 1888 destaca Concepción Alexandre Ballester, que pudo acceder a la carrera de Medicina al no haberle sido aplicada la normativa. Esto le permitió terminar los estudios de Bachillerato y poder acceder a la universidad. Ya en el curso 1884-1885 no se matriculó ninguna nueva alumna en estudios superiores debido a que la normativa citada anteriormente impedía que aquellas que finalizaban la Segunda Enseñanza pudieran acceder a la universidad (Flecha, 1996: 115-116).
El caso de Dolores Closas Morera es digno de remarcar. En 1886 decidió matricularse en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Barcelona. Pagó por las asignaturas de Química General, Mineralogía y Botánica, Geometría General y Análisis Matemático, asignaturas que estuvo cursando hasta el momento de realizar los exámenes finales. Fue entonces cuando se le comunicó que no los podía continuar porque su matrícula había sido declarada nula de acuerdo con la normativa vigente, a pesar de que ella había iniciado la segunda enseñanza en 1881 y, por lo tanto, no le era aplicable (Flecha, 1996: 116).
El Consejo de Instrucción Pública de 1882 no consideraba que las mujeres estuvieran capacitadas para los estudios de Filosofía y Letras, a diferencia de los de Medicina. Es en estos momentos cuando este pensamiento se invierte. Se trató de alejar a las mujeres de la Medicina para acercarlas a Filosofía y Letras. Se trataba de estudios que apenas tenían salida profesional para ellas. Además, pensaban que podían responder a lo que ellos suponían que era el deseo de “adorno” que con los estudios buscaban (Flecha, 1996: 122).
La prohibición de que las mujeres pudieran acceder a estudios superiores se mantuvo vigente hasta el año 1888, momento en el cual un Real Decreto permitía que pudieran licenciarse en tanto que la enseñanza fuera privada. Por lo tanto, tenían el derecho a ser examinadas, pero no a asistir a clase. Aun así, si se pedía asistir a clase, el rector y el profesor de la asignatura en cuestión debían autorizarlo.
En el curso 1887-1888 fueron admitidas en la carrera de Filosofía y Letras las universitarias Matilde Padrós y Rubio, por la Universidad Central de Madrid, y Ángela Carraffa de Nava, por la Universidad de Salamanca. A Matilde la avalaron tres catedráticos a los que ella había sido alumna asidua en sus respectivas clases, los cuales tacharon de inmejorable el comportamiento y el rendimiento de la alumna.
En 1890, una vez finalizadas las licenciaturas, las dos universitarias solicitaron el acceso al Doctorado en la Universidad Central, donde coincidirían en la misma clase con el famoso historiador Ramon Menéndez Pidal. En 1892, Ángela Carraffa presentó su tesis titulada Fernando Núñez de Guzmán. Su vida y sus obras, convirtiéndose así en la primera mujer en obtener el título de Doctora en Filosofía y Letras.
Un año más tarde, en 1893, Matilde Padrós obtuvo su doctorado con la tesis titulada El testamento de Jacob (Flecha, 1994: 87). De ella, José Ortega y Gasset diría: “Es la mujer más inteligente que he conocido, pero lo más interesante de esta mujer es que ella no sabe que es inteligente. Difícilmente se encontrará a un ser más inteligente y más inocente”.
La atribución de género a las profesiones
Una vez estas pioneras universitarias comienzan a tener presencia en las universidades, se abrió un debate respecto a si existían unas carreras más aptas para las mujeres que otras. La conclusión de este debate llevó a empujar a un género a determinadas profesiones o campos profesionales. Es entonces cuando surgen una serie de manuales de orientación profesional, que son una mina para los historiadores y los interesados en el tema, puesto que sirven para esbozar todo este proceso de atribución de género a diferentes profesiones y especialidades.
Cuando la historiadora Juliette Rennes escribió Le mérite et la nature. Une controverse républicaine: l’accés des femmes au professions de prestige, 1880-1940, se basó en libros de orientación profesional que planteaban este debate. En ellos se estipulaban unos pros y unos contras para que las mujeres pudieran acceder a según qué tipo de carreras.
El profesor Aureliano Abenza, de la Escuela Normal Superior de Alicante, participó en este debate social. Lo hizo publicando, en 1914, un libro titulado El previsor femenino o cien carreras y profesiones para la mujer. Trata desde oficios que requerían destreza, pero no título académico, hasta oficios que sí requerían de una titulación superior. Por ejemplo, la carrera de Magisterio fue una de las que se feminizó de forma más rápida. Abenza afirmaba que la carrera de Magisterio era, en todos los países, la más propia para la mujer, y que algún día estaría reservada únicamente a ella.
Medicina es otro ejemplo a considerar. Se vio que en algunos de sus diversos campos profesionales sería conveniente la posibilidad de que se destinaran a mujeres, como la pediatría o la ginecología.
Finalmente, Abenza hace énfasis en la carrera de Farmacia. Para él, no había carrera más idónea para la mujer como la de farmacia. Esta le permitía no descuidar la vigilancia e inspección de su casa a la vez que se hacía cargo de atender el negocio. Permitía, además, dejar la preparación de medicamentos a un mancebo o a una joven. Aun así, uno de los inconvenientes de esta carrera era su larga duración. Era necesario cursar seis años de bachillerato y cinco de licenciatura, motivo por el cual muchas mujeres no la terminaban. Además, el coste de los estudios se elevaba a las casi 3.000 pesetas, incluyendo el doctorado. A estas había que sumar una inversión de unas 5.000 pesetas para montar una modesta farmacia (Abenza, 1914: 59-60)
De todo esto puede extraerse una conclusión. Las carreras a las que se estaba orientando a las mujeres se dividían en dos tipos diferentes. Se trataba de carreras de letras con escasa inserción laboral para una mujer o de carreras relacionadas con el rol de cuidadoras que la sociedad del nuevo régimen les había asignado. De ahí la alta feminización de carreras como magisterio, farmacia o de ramas de la medicina como la pediatría.
Eran estudios que permitían perpetuar el rol de cuidadoras de las mujeres de este contexto. El tópico del ángel del hogar que se había formado en torno a las mujeres del XIX intentaba adaptarse a los cambios que el propio siglo traía consigo. En cierto modo, se abría la mano a cierta modernidad. Siempre dentro, eso sí, de unos límites aceptables. Se procuró que la presencia femenina en el mundo estudiantil y posteriormente en el laboral no trasgrediera el papel asignado al género femenino.
Las universitarias del siglo XX (1900-1936)
La normativa aprobada en el año 1888 estuvo vigente hasta el 8 de marzo de 1910. Hasta entonces, las aspirantes a ser futuras universitarias debían contar con el permiso de la Dirección General de Instrucción Pública. La institución estudiaba cada caso particular, trámite que podía llevar meses e incluso años. Este fue uno de los factores que explican que, a lo largo del siglo XIX, tan solo hubiera 107 estudiantes matriculadas en universidades españolas (Palermo, 2006: 25).
Además, si asistían al aula debían ir acompañadas del padre, de un hermano o bien del profesor. En 1910 se eliminan las trabas y se garantiza que la mujer pudiera acceder a la universidad en igualdad de condiciones respecto a los hombres. Luisa Cruces Matesanz es uno de los casos de mujeres que tuvo que ir acompañada de un hombre a clase. Fue la primera licenciada en Farmacia por la Universidad de Barcelona en 1910.
En el transcurso de esos casi cuarenta años de prohibiciones, burocracias, papeleos y decisiones administrativas arbitrarias, un total de setenta y siete mujeres consiguieron acceder a la universidad en España. De ellas, cincuenta y tres terminaron sus estudios y lograron el título de licenciadas o doctoras (Montero, 2012: 214).
De 1910 a 1936 hubo un aumento del 7.842% en el número de universitarias matriculadas, pasando de las 33 a las 2.588 en 26 años. Durante este periodo cabe remarcar algunas mujeres importantes, como María Sordé Xipell, primera licenciada en Ciencias Naturales; Catalina de Sena Vives Pieras, primera Doctora en Ciencias; Zoé Rosinach Pedrol, primera Doctora en Farmacia; María Ascensión Chirivella Marín, primera licenciada en Derecho; Carmen Cuesta Muro, primera Doctora en Derecho; Pilar Careaga Basabe, primera licenciada en Ingeniería Industrial; o Matilde Ucelay Maórtua, primera licenciada en Arquitectura.
Se iban realizando avances de cara a la normalización de la figura femenina dentro de las aulas universitarias. Sin embargo, aún se se mantenían en pie ciertos sectores que eran un tanto reacios a lo que ellos consideraban del todo inapropiado. Incluso grandes figuras de las letras sufrieron esta discriminación. En 1916, Emilia Pardo Bazán fue nombrada catedrática de la Universidad Central de Madrid. Su nombramiento era deseo expreso del rey Alfonso XIII debido a sus méritos literarios. Sin embargo, los catedráticos expresaron unánimemente su desacuerdo. Los alumnos, todos ellos varones, le hicieron el vacío en sus clases, no acudiendo nunca (Montero, 2012: 217).
¿Gracias a qué durante el curso 1900-1901 solo hay un 0,05% del alumnado que sea mujer, mientras que en el curso 1935-1936 represente casi un 9% del total del alumnado? No puede decirse que sea gracias a la nueva normativa aplicada en 1910. Por ejemplo, durante el curso 1916-1917 el alumnado femenino representaba únicamente a un 0,56% del total. Es en los años veinte y treinta cuando ocurre un punto de inflexión en este proceso de feminización. Y no se debía, como decíamos, a la apertura legislativa. Se debía a los cambios sociales y culturales que experimentan los grupos de las clases medias. Estos años son decisivos para explicar la entrada, aún minoritaria pero gradual, de la mujer en la universidad española.
Cuando se permitió el libre acceso de la mujer a la universidad, en 1910, esta se encontró en medio de la polémica que dividía al país en ese momento: la de la regeneración de la nación mediante la educación. En este debate tuvo un papel protagonista la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876 por Francisco Giner de los Ríos. Esta institución nació como un colegio de enseñanza media y a principios del siglo XX logró influir de manera importante en el diseño de la educación nacional a todos los niveles, creando la Junta para Ampliación de Estudios (1907), la Residencia de Estudiantes (1910) y la Residencia de Señoritas (1915), fundadas estas dos con el objetivo de crear ambientes de convivencia que fueran un estímulo intelectual. La Institución Libre de Enseñanza, sin embargo, tenía un problema para muchos españoles: la neutralidad religiosa.
La Residencia de Señoritas
La Residencia de Señoritas abrió sus puertas en octubre de 1915 en el lugar donde se había instalado en un inicio la Residencia de Estudiantes, en la calle Fortuny. Poco a poco hizo falta ampliar las instalaciones, alquilando varios edificios ubicados en las calles Fortuny, Rafael Calvo y Miguel Ángel, junto al Paseo de la Castellana de Madrid (Vázquez, 2012: 187-232).
Básicamente, el objetivo principal de la Residencia de Señoritas era el fomento de la educación universitaria para la mujer. Entre sus instalaciones disponía de alojamiento para las estudiantes, laboratorios y biblioteca, donde se comenzaron a impartir las primeras clases de biblioteconomía (Vázquez, 2012: 182).
Dentro de la Residencia de Señoritas encontramos dos perfiles de mujeres. Por un lado, las denominadas «maridas», esposas de importantes miembros de la alta sociedad española que financiaban con sus cuotas la Residencia. No apoyaban las nuevas tendencias artísticas que el resto de mujeres querían profesar y no les gustaba la vida intelectual libre y sin prejuicios que sus contrarias, las «Sinsombrero», desarrollaban en sus reuniones.
De esta institución salieron políticas como Victoria Kent, pedagogas como María Comas Camps, o científicas como María García Escalera. Prácticamente la totalidad de las mujeres que influyeron en la sociedad española del primer tercio del siglo XX tuvieron relación con la Residencia de Señoritas.
Las instituciones católicas
En el ámbito católico, la iniciativa educativa más importante para la mujer universitaria fue la Institución Teresiana, fundada en 1911 por san Pedro Poveda. Él creía que el mundo moderno y la Iglesia Católica no debían estar enfrentados. Por ello, estudió la Institución Libre de Enseñanza y asumió no era incompatible el cristianismo con la pedagogía institucionalista (aplicado a su manera, evidentemente). Es así como propuso la Institución Católica de Enseñanza (1911), que no prosperó pero que acabó convirtiéndose en la Institución Teresiana, formada exclusivamente por mujeres (Montero, 2012: 220-221).
Durante la II República culmina el incremento cuantitativo y cualitativo de universitarias que se había iniciado en los años veinte. Estas universitarias se matricularon fundamentalmente en Farmacia, Filosofía y Letras, Ciencias y Medicina. Pero es durante esta etapa cuando se acepta con naturalidad que la titulación universitaria de las mujeres puede implicar un ejercicio profesional. Es así como aparecen las primeras profesoras de bachillerato, inspectoras de educación, profesoras universitarias, etc (Amo, 2009: 16)
El comienzo de la guerra civil y la posterior dictadura (que trajo consigo modelos de feminidad anclados en una reinterpretación nacionalcatólica del “ángel del hogar” decimonónico) supusieron un gran retroceso en los avances en materia de educación femenina que los siglos XIX y XX habían traído consigo.
Conclusiones
A lo largo del artículo hemos podido ver como la universidad española, en cuestión de 60 años, pasó de ni siquiera contemplar a la mujer dentro de la enseñanza superior, a prohibir su acceso y, finalmente, a permitirlo en igualdad de condiciones con el hombre.
Las mujeres de clase media y alta (que eran las únicas que podían permitirse los estudios superiores en aquella época), no se conformaron con los arquetipos tradicionales y sociales que enclaustraban a la mujer dentro del hogar y tan solo la dejaban salir para acudir a eventos sociales, sino que decidieron dar un paso más cursando unos estudios que les permitieran posteriormente ejercer un buen trabajo remunerado o, simplemente, la realización personal.
Algunas, además, tuvieron vocación filantrópica. El ejemplo lo encontramos con la doctora María Dolors Aleu, que en su consulta atendía mayoritariamente a mujeres y niños de clase obrera. Además, que una mujer se dedicara a la ginecología resulta relevante, ya que las mujeres de la época no se sentían cómodas con que las examinara un doctor, por lo cual muchas no acudían al médico.
Aun así, el hecho de que se les permitiera el acceso a los estudios superiores no significaba que se les concediera la independencia total. Es así como vemos que la atribución de género a las carreras y profesiones tenían el objetivo de destinar al ámbito femenino aquellas labores que les permitieran a la vez no desatender sus obligaciones en el hogar, tal y como hace mención el profesor Abenza con la profesión farmacéutica. Como hemos mencionado, se orientaba a las mujeres hacia estudios que, en caso de que después supusieran una ocupación laboral para esas mujeres, no trasgredieran en exceso el papel que la sociedad del siglo XIX y la primera mitad del XX había asignado a las mujeres.
Con la llegada del siglo XX, no obstante, se abrió un gran abanico de posibilidades para las mujeres gracias a la reforma de la ley de 1910 que les permitía el acceso a los estudios superiores en igualdad respecto a los hombres. Esto hizo también que surgieran instituciones de enseñanza destinadas exclusivamente a las mujeres, como la Institución Teresiana y la Escuela de Señoritas, saliendo de esta última un gran número de mujeres que influenciaron a la sociedad española de los años veinte y treinta.
Por tanto, y para concluir, cuando la mujer llegó a la Universidad, el país se encontraba dividido por dos facciones ideológicas/religiosas. De un lado, la liberal, heredera del krausismo y de la Revolución de 1868, abierta a la influencia vital y pedagógica de nuevas ideologías. Por otro lado, estaba la España confesionalmente católica. Esto también puede exportarse al interior de la universidad, entre los que recibieron a pedradas a María Dolors Aleu Riera en su primer día de clase, y los que la recibieron con aplausos.
Bibliografía
- Abenza, A. (1914). El previsor femenino o cien carreras y profesiones para la mujer. Madrid: Librería de Fernando Fé
- Amo, M.C. (2009). “La educación de las mujeres en España: de la “amiga” a la Universidad”. Revista Cuatrimestral del Consejo Escolar del Estado, 11, 8-22
- Arenal, C. (1976). “La mujer de su casa”, dentro de Turín, I, La educación y la escuela en España de 1874 a 1902 Madrid: Aguilar
- Ballarín, P. (1989). “La educación de la mujer española en el siglo XIX”
- Ballarín, P. (2000). “La construcción de un modelo educativo de ‘utilidad doméstica’”, dentro de Duby, G.; Perrot, M. (dir.), Historia de las mujeres en Occidente. 4. El siglo XIX, Madrid: Taurus
- de la Cruz, L. (2002). “La presencia de la mujer en la universidad española”. Revista Historia de la Educación Latinoamericana, 2: 1, 81-100
- Flecha, C. (1995). “Doctoras en la Universidad Española. Las pioneras”. Arenal, 4, 291-299
- Flecha, C. (1996). Las primeras universitarias en España, 1872-1910. España: Narcea
- Montero, M. (2012). “Mujer y Universidad en España (1910-1936). Contexto histórico del punto 946 de Camino.”. SetD, 6, 211-234
- Nash, M. (2010). Treballadores: un segle de treball femení a Catalunya (1900-2000). Barcelona: Departament de Treball
- Palermo, A. (2006). “El acceso de las mujeres a la educación universitaria”. Revista Argentina de Sociología, 4: 7, 11-46
- Pastor, I. (2014). Cent anys de dones a la universitat. Tarragona: Universitat Rovira i Virgili
- Vázquez, R. (2012). Mujeres y educación en la España contemporánea. La Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Señoritas de Madrid. Madrid: Akal