Las grandes transformaciones urbanísticas de la Roma del siglo XVII comenzaron a finales del siglo anterior durante el pontificado de Sixto V (1585 – 1590), Felice Peretti, de origen balcánico.
Al inicio de su gobierno, la Ciudad Eterna, capital de los Estados Pontificios que abarcaba a finales del siglo XVI el centro de Italia, en los que el Papa tenía la soberanía política, se encontraba sumida en una situación ruinosa y caótica, golpeada por la delincuencia y por una crisis económica que aproximaba a la otrora Caput Mundi a la quiebra. A esto se le añadía su escasa población de 25000 habitantes, datos alejados del millón de personas de época imperial.
Una de las primeras medidas del nuevo Papa fue la de resolver el problema de la delincuencia en las calles romanas, ejerciendo una política represiva muy dura, pero efectiva. Una de las principales características de su pontificado será la de la remodelación de la ciudad, proyectada por su antecesor Gregorio XIII.
En este sentido, podemos destacar la edificación del nuevo Palacio de Letrán (el antiguo había sido la residencia habitual de los papas hasta el siglo XV) por Domenico Fontana; la mejora de la circulación en las calles, como la construcción de grandes avenidas rectas que conectarán la Iglesia de Santa María la Mayor y San Juan de Letrán y el Coliseo… El Papa hacía valer su derecho de expropiar edificios seculares y eclesiásticos.
Además, encargó un nuevo acueducto (Acqua Felice, “Agua Feliz”); el traslado de un obelisco egipcio desde la parte trasera (el antiguo Circo de Nerón) a la frontal de la futura Plaza de San Pedro, construida posteriormente por Gian Lorenzo Bernini, frente a la nueva Basílica de San Pedro.
Este obelisco vaticano no sería el único que cambiaría de colocación en Roma, ya que también en su pontificado se levantaron frente a la catedral de San Juan de Letrán, en la Piazza del Popolo y ante Santa María la Mayor.
Sin embargo, no mostró un gran respeto por los monumentos clásicos, de lo que es muestra la destrucción de las Termas de Diocleciano o la colocación de una estatua de San Pedro sobre la Columna de Trajano y otra de San Pablo sobre la de Marco Aurelio.
Todas estas obras respondían al objetivo de exaltar a la Iglesia y de simbolizar el fin del paganismo y la herejía, siendo Sixto un Papa propio del espíritu contrarreformista. Fueron sufragadas gracias a la venta de cargos, nuevos préstamos (monti) e impuestos, que provocaron la acumulación de oro en las arcas pontificias, lo que acabó siendo contraproducente económicamente, ya que “el dinero no podía circular como antes, de modo que el comercio se estancó”. (Hughes, 2011, p. 296).
Ya en el siglo XVII, centuria caracterizada por el desarrollo del arte barroco, podemos destacar la culminación de la fachada de la Basílica de San Pedro durante el pontificado de Paulo V, Camillo Borghese (1605 – 1621), también marcado por una expresión artística más libre, que se refleja en las obras de Caravaggio y las de los hermanos Carracci (Agostino, Annibale y Ludovico); y por el coleccionismo artístico, de lo que es buen ejemplo Scipione Borghese, sobrino del papa, y su Villa situada al norte de la ciudad.
A partir del pontificado de Urbano VIII, Maffeo Barberini (1623 – 1644), el embellecimiento de la ciudad se convirtió en cuestión de Estado, lo que la convirtió en la meca artística de Europa, en un momento en que, a pesar de ser Roma la capital del catolicismo, los Estados Pontificios estaban debilitados políticamente. Urbano será el último Papa que recurrirá a la guerra para extender los territorios pontificios, algo en lo que fracasará, destacando también su gobierno por el incremento del endeudamiento de las arcas papales.
Le sucederá Inocencio X (1644 – 1655), Giovanni Battista Phampili, quien intervendrá de forma infructuosa, mediante el envío de pólvora y una importante cantidad de dinero, en la Guerra Civil en Inglaterra e Irlanda, intentando ayudar a los irlandeses católicos de desprenderse del yugo protestante inglés, aunque la rebelión católica será sofocada por Cromwell. Este Papa será magistralmente retratado por Diego Velázquez (1650 – 1651) durante la segunda etapa romana del pintor sevillano.
La presencia de grandes artistas extranjeros en Roma era signo de que se había convertido en el epicentro artístico mundial (Claude Lorraine, Nicolas Poussin, José de Ribera, Peter Paul Rubens…).
En estos años de Contrarreforma podemos destacar la muerte en la hoguera del filósofo y astrónomo Giordano Bruno en 1600 en Campo de’ Fiori, inmortalizado con una estatua colocada en dicha plaza en 1889, tras condenarle la Inquisición romana por herejía (Bruno dio un paso más en las teorías de Copérnico defendiendo la existencia de infinitos mundos en el universo habitados por animales y seres inteligentes); o el proceso inquisitorial contra Galileo Galilei, quien salvó la vida en 1633 a cambio de retractarse de sus ideas heliocéntricas copernicanas.
El siglo del Barroco
Artísticamente, símbolo del inicio del Barroco, y del poder de la familia Barberini, es el Palacio Barberini (1625 – 1633), obra de Bernini y de Francesco Borromini y embellecido con la Alegoría de la Divina Providencia o Gloria de los Barberini (1633 – 1639), de Pietro da Cortona.
El también pintor y escultor napolitano Bernini dejará una huella imborrable en la ciudad del Tíber, con impresionantes obras escultóricas conservadas en la Galería Borghese (Plutón rapta a Proserpina, Apolo y Dafne, David…), en iglesias como Santa María de la Victoria (El éxtasis de Santa Teresa en la Capilla Cornaro), gran ejemplo de unión entre escultura, arquitectura, escenografía… y en plazas como la Navona (Fuente de los Cuatro Ríos, símbolo del triunfo del cristianismo en todo el mundo), donde también intervino urbanísticamente, además de realizar otras célebres fuentes como la del Tritón (Piazza Barberini).
Arquitectónicamente intervendrá en la Plaza del Popolo (1662 – 1679), junto a Carlo Rainaldi, mediante la construcción de las iglesias de Santa Maria di Monte Santo y Santa María de’ Miracoli, ambas paralelas, formando, a partir de ellas grandes avenidas rectas (Vías del Corso, Ripetta y Babuino)…
En la Colina Vaticana dejará una marca indeleble con diversas obras tanto dentro de la Basílica (Longinos, el Baldaquino sobre la tumba de San Pedro, la Cátedra del primer Papa, la tumba de su mecenas Urbano VIII…), como fuera, con la Plaza de San Pedro (1656 – 1667) y su célebre columnata.
“Archienemigo” de Bernini será Borromini, la otra gran figura de la arquitectura barroca romana, quien rediseñará la fachada de la iglesia de Santa Inés en Agonía, en la Piazza Navona, importante escenario de la vida romana, donde se daban encuentro todo tipo de personajes, desde los “patricios”, hasta mendigos, vendedores ambulantes, prostitutas, ladrones…, además de ser durante el Barroco un centro del teatro callejero. Borromini, quien, a diferencia de Bernini no era escultor, también destacará por la construcción de las iglesias de San Carlo alle Quattro Fontane y de Sant’ Ivo alla Sapienza, algunos de los mayores logros del barroco arquitectónico. Ambos edificios dan la sensación de movimiento característica de la arquitectura barroca.
En lo que respecta a la pintura barroca, la gran figura en Roma fue Michelangelo Merisi, más conocido como Caravaggio, nombre del pueblo del norte de Italia donde nació.
El pintor, que revolucionaría la expresión artística con su naturalismo, desde su llegada a Roma en 1592 se encontrará bajo el mecenazgo de diversos cardenales romanos, con Francesco Maria del Monte, Girolamo Mattei, Ferdinando de Medici… Esta situación le permitiría entrar en contacto con la flor y nata de la sociedad romana, no solo príncipes de la Iglesia, sino también intelectuales, músicos, literatos…, lo que no evitaba que fueran los pobres, los más desfavorecidos… muy abundantes en su obra.
Entre sus principales logros pictóricos que se encuentran en Roma podemos destacar La vocación de San Mateo y El martirio de San Mateo (1599 – 1600) en la Capilla Contarelli de la iglesia de San Luis de los Franceses; La crucifixión de San Pedro (1600) en la iglesia de Santa María del Popolo; Judit y Holofornes y Narciso en el Palacio Barberini…
De carácter agresivo, temerario…, su vida será muy turbulenta, y se verá implicado en, por ejemplo, el asesinato de un cierto Ranuccio Tomassoni en 1606, lo que le obligará a huir de Roma y a vivir cuatro años en el exilio “primero a Castelli, protegido por los Colonna, y luego a Nápoles, Sicilia y Malta” (Augias, 2007, p. 135), de donde escapa de una cárcel tras protagonizar una nueva reyerta. Morirá en Porto Ercole (costa toscana) en 1610 en circunstancias poco claras, precisamente cuando regresaba a Roma, donde parecía que se había olvidado el asunto Tomassoni y podía recuperar el favor de cardenales como Scipione Borghese.
Más allá de Caravaggio, considerado el primer gran pintor barroco, en Roma podemos destacar otros grandes pintores del siglo XVII como los boloñeses Annibale Carracci y Guido Reni. Del primero podemos destacar sus frescos del Palacio Farnese (1597 – 1600), que recuerdan a la disposición de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, y del segundo, la decoración del Palacio Rospigliosi (1613 – 1614), con escenas clasicistas de influencia rafaelista…
En décadas posteriores, encontramos un Barroco ya pleno en los frescos del Palacio Barberini de Pietro da Cortona (Triunfo de la Divina Providencia, 1632 – 1639), Andrea Sacchi (La Sabiduría Divina, 1629 – 1633); de la Iglesia del Gesù de Giovan Battista Gaulli (1674 – 79), iglesia jesuita; o los de Andrea Pozzo (Apoteosis de San Ignacio) en la también iglesia jesuita de San Ignacio…
BIBLIOGRAFÍA
Augias, Corrado (2007). Los secretos de Roma. Historias, lugares y personajes de una capital. Barcelona: Debate.
Blasco Esquivias, B. (2015). Introducción al arte barroco. Madrid: Cátedra.
Checa Cremades, F. y Morán Turina, J. M. (2001). El Barroco. Madrid: Istmo.
Hughes, R. (2011). Roma. Una historia cultural. Barcelona: Crítica.
Scalmani, D. (2016). Historia de Italia. Madrid: Sílex.