El siglo III d. C. está marcado por las múltiples crisis que pusieron en jaque el modelo establecido en el Imperio Romano. Bien es cierto que ninguna de estas puso en duda el modelo político existente. Al contrario, el verdadero problema es que los miembros más poderosos de la élite se disputaban el imperio entre sí. Esta centuria está marcada por los cambios. Al igual que ocurrió en las sucesivas crisis de la República, cuando el Imperio salga de estas situaciones, habrá cambiado para siempre. De hecho, en muchos manuales de Historia de Roma que llegan a los estudiantes universitarios, el Imperio termina aquí[1]. Este artículo trata de la reforma militar llevada a cabo por Galieno en el siglo III d. C. Ya hemos hablado extensamente de esta centuria en otro articulo sobre Aureliano.
El número de emperadores y usurpadores se puede contar por decenas. No obstante, hubo una serie de dirigentes, comúnmente llamados “buenos emperadores” que fueron capaces de reconducir la situación. Después de ellos llegaría Diocleciano, quien sentó las bases del nuevo Imperio, que volvería a transformar Constantino.
Todavía nos falta mucho por saber sobre esta época. Lo que si sabemos es que, a mediados de siglo, los senadores empezaron a ceder sus puestos de poder en el ejército en detrimento del orden ecuestre. Hay distintas ideas, de por qué pudo suceder, pero una de las que más acogida tiene es que Galieno Augusto promulgara un edicto que les prohibiera el acceso a estos cargos. Ha sido un punto de discusión durante largo tiempo, pero de momento parece ser que eso pudiera haber ocurrido al menos mientras el Emperador estuviera con vida.
Este artículo intenta hacer un repaso por la cuestión y ver qué se sabe sobre el tema, así como intentar despejar algunas cuantas dudas al respecto. Para ello, esta breve investigación va a seguir un esquema muy claro.
En primer lugar, es necesario entender en qué posición se encontraba Galieno Augusto cuando accedió al poder. De dónde venía y el contexto histórico, social y económico en el que se vieron inmersos tanto él como su padre. En ese periodo las guerras civiles eran constantes, y a la vez los límites del Imperio eran repetidamente transgredidos por lo que se conoce como “Invasiones Bárbaras”. Por si esto fuera poco, dos regiones del Imperio se revolvieron contra la autoridad romana y empezaron a funcionar de facto como otros estados independientes de la ciudad del Lacio.
Una vez hayamos ahondado en estas cuestiones, entraremos de lleno en la cuestión que nos ocupa: el trasvase de poder hacia el orden ecuestre. Para ello contaremos con fuentes epigráficas, clásicas e historiográficas intentando despejar todos los interrogantes que estén en nuestra mano. No obstante, para hacer todo esto, es necesario en primer lugar hacer un breve estado de la cuestión para saber qué fuentes estamos utilizando y cuanto rigor se puede ofrecer a cada una de ellas.
Estado de la cuestión
Conocemos poco el siglo tercero. Comparado con el cuarto, y, sobre todo, con el segundo, nuestros conocimientos sobre este siglo son muy limitados. Desafortunadamente, muchos estudios de este periodo se centran en repasarlo someramente como un nexo que marca las transformaciones hacia el Bajo Imperio. En primer lugar, haremos un repaso por el tipo de fuentes que más se han estudiado: las escritas. Después pasaremos a la epigrafía, otra de las fuentes consultadas para la creación de este artículo.
Una de las fuentes escritas más conocidas es la Historia Augusta. No es por ello la más fiable, ya que por momentos se vuelve literatura. En algunos puntos es aparentemente fiable, pero siempre hay que tener cuidado por lo fantasiosa que es la narración. Se cree que data del siglo IV, al igual que la de Aurelio Víctor, el único que menciona el edicto de Galieno (Víctor, 37, 10). Como veremos a continuación, este edicto ha sido puesto en entredicho en varias ocasiones, lo que supone uno de los puntos más controvertidos sobre los que se tratará en el artículo. No obstante, la obra de Víctor es infinitamente más fiable que la Historia Augusta. Un problema que comparten ambas es que son fuentes senatoriales, por lo que fueron escritas por la aristocracia latina, a la que se enfrentó Galieno. De esta manera, su figura va a ser denostada desde ambos puntos, algo que ha hecho que la visión de este emperador haya sido siempre muy negativa desde la historiografía. También contamos para contextualizar – ya que la obra termina en el 238- con Herodiano, que por desgracia se nos queda demasiado corto, pero ayuda a hacer un planteamiento general al leerlo.
Sin embargo, el mejor artículo para conocer a Galieno – y prácticamente a todo el tercer siglo – va a ser el de Zósimo con su Nueva Historia. A caballo entre el siglo V y el VI, este autor nos muestra la visión más sólida de todas para estudiar a este personaje. También adolece de su sesgo al ser un personaje pagano en un mundo que empieza a mostrarse cristiano. Otras fuentes escritas en griego como las de Juan Zonaras que es una fuente de verdadera utilidad, pero no permite un estudio a fondo sobre la materia ya que realmente se centra en el ámbito religioso y en las persecuciones de ambos.
La única fuente contemporánea que conservamos es la de Dexipo de Atenas. Sin embargo, solo se han recuperado fragmentos y todo lo que sabemos es gracias a Focio, patriarca del siglo IX que le equipara con Tucídides (Britton, 1989, p. 13). Ante semejantes afirmaciones, es difícil creerse lo que nos cuenta el santo ortodoxo de Dexipo. Se cree que, durante las invasiones bárbaras del siglo III, Dexipo defendió Atenas como arconte de la ciudad (Millar, 1969, p. 22). Sin embargo, sabemos muy poco sobre él como para meternos en profundidad. Algunos autores como Millar si que se han atrevido, pero su visión del personaje es demasiado ambigua, marcada por las enormes carencias de conocimiento que tenemos sobre él y sobre la Atenas de la época.
Malalas es posiblemente uno de los autores que habla menos de la figura de Galieno, aunque diverge con respecto a como le enfocan los demás. Para empezar, para él Valeriano no murió en Oriente, sino que murió en Milán (Malalas, 12, 27), donde realmente murió Galieno el cual dice que murió en Roma de una enfermedad (Malalas, 12, 28). Parece que existe cierta confusión de hechos en la obra del autor de Antioquía.
Después de estas obras clásicas, encontramos también algunos autores de nuestro tiempo que han decidido embarcarse en el estudio de este siglo. Quizás, la obra más atrevida es la tesis doctoral de P. D. Britton. En ella hay un exhaustivo trabajo de las fuentes epigráficas de las que disponemos y también un extenso conocimiento de los autores antiguos. Sin embargo, es de los años 80, pese a lo que sigue siendo, en lo personal, el trabajo más completo existente sobre las reformas galienas. En esta línea tenemos los estudios de Lukas de Blois, posiblemente la mayor eminencia en los estudios sobre la tercera centuria, aunque es mucho más difícil acceder a sus trabajos.
Hay una serie de obras que tratan este siglo a caballo entre lo divulgativo y lo científico. En esto, la autora que más destaca es Pat Southern, con una obra sobre el ejército romano del Bajo Imperio y otro que abarca desde los Severos hasta Constantino. También tiene una obra sobre Zenobia de Palmira, muy interesante ya que actualiza el estado de la cuestión sobre como llegaron al poder estos en el periodo de ruptura de Galieno.
Los hermanos Sánchez Sanz especializados en las relaciones romano-persas publicaron también una obra que habla sobre los históricos enfrentamientos de ambas potencias antiguas. Como Galieno era hijo de Valeriano, el libro es estupendo para entender algunas cuestiones relacionadas con la muerte de este último. Además, los autores han utilizado también fuentes sasánidas, por lo que ayudan a generar un marco muy interesante. Sin embargo, ni la obra de Southern ni la de los hermanos Sánchez Sanz tienen la entidad suficiente para rivalizar con la tesis de Britton.
Otra fuente fundamental sería el tomo de la CAH sobre este siglo. Sin embargo, lo que cuenta sobre Galieno es mínimo y en algunas ocasiones bastante matizable como veremos en los siguientes apartados. Lo más reciente que tenemos sobre Galieno ha salido a la luz este mismo año en castellano, con la obra de Kyle Harper “El fatal destino de Roma”. Sin embargo, no amplía con nuevas perspectivas el panorama, sino que se limita a repetir lo que ya existe. Siendo además bastante mediocre en su aproximación.
Finalmente, Omar Coloru ha sido el último en actualizar el estado de la cuestión sobre Valeriano, el padre de Galieno. Es muy interesante para entender como se entrelazan las relaciones entre las distintas élites enfrentadas. De esta manera podemos entender, no solo la manera en la que ambos llegan al poder, sino que también accedemos a las redes clientelares que pugnaban contra ellos en un marco de agresiones externas constantes. Además, nos permite entender cual fue el destino de Valeriano y de su ejército.
En cuanto a las fuentes epigráficas, nos ayudan de manera importante a complementar lo que sabemos gracias a lo que nos legaron las fuentes escritas. De hecho, la obra de Britton se basa poderosamente en las fuentes epigráficas.
Como se puede observar, las fuentes son pocas y el tema todavía está abierto a debate, lo que ayuda mucho a profundizar en la investigación de la cuestión y sobre todo a hacerse muchas preguntas. Aunque su contestación sea difícil.
Radiografía de la crisis
¿Una crisis? ¿Varias?
Llegados a este punto es contingente preguntarse si estamos hablando de una sola crisis o de varias. Algunos autores han cuestionado incluso si fue real. Al principio, cuando nuestra única fuente de conocimiento eran las fuentes clásicas, era muy difícil hacerse a la idea de la realidad del siglo III. Como hemos repasado, eran fuentes muy distantes en el tiempo, algunas incluso pura fantasía.
Sin embargo, para entender de verdad que ocurría debemos intentar comprender como debían verlo los romanos. Si pensaban que era un periodo de crisis o si realmente no eran conscientes de la situación que estaban viviendo. También hay que tener en cuenta si era una crisis localizada en determinados territorios del Imperio, o si por el contrario era generalizada.
Todo apunta a pensar que si se dio ese periodo de crisis y que muchos romanos eran conscientes de esto. Por ello, se han encontrado inscripciones que rezan por la salud y la perpetuidad del Imperio Romano (Bravo Castañeda 2012, p. 119). Algo que no se ha encontrado en otras épocas y si no existiera esa percepción de crisis en la sociedad, nadie se ocuparía de hacer este tipo de obras. Al fin y al cabo, cuando va bien no deseas que sobreviva, sino que todo siga su curso. Hay quien argumenta que el término crisis no se va a encontrar en los textos de la época, así que debe comentarse como algo puramente historiográfico. Ante esto, generalmente se encuentra una forma eufemística de referirse a esto como “los males del Imperio”, algo que aparece recurrentemente a partir de los autores del siglo IV, sobre todo para aquellos que abracen el cristianismo.
Otro punto de debate en la historiografía es su longitud. Muchas de las molestias de las que adolecía el Imperio se ven claramente desde la muerte de Cómodo en el 192 y pocos restos de ella quedan con Diocleciano y Constantino que gobernaron un imperio realmente “distinto”. ¿Así pues por qué llamarlo “Crisis del siglo III” si en realidad no abarcó solamente – ni tampoco enteramente – este siglo? (Liebeschuetz 2007, 11-20) En este mismo camino mucha gente se cuestiona si es justo hablar de una crisis o mencionar la existencia de las crisis, es decir, que existe una concatenación de crisis durante este siglo que va a poner en riesgo la estabilidad del Imperio Romano. Si tenemos una situación de inestabilidad política, inflación brutal, el surgimiento de las bagaudas – grupos de campesinos y bandidos que saqueaban de manera itinerante el interior del Imperio – las amenazas exteriores y los constantes motines del ejército, está claro que hay una o varias crisis, algo de lo que se hizo eco la historiografía desde hace ya tiempo (Bravo Castañeda 1989, p. 210).
En la otra mano está el punto de ruptura que hace dudar de la existencia de estas crisis en una escala global: el análisis económico de las regiones romanas por separado. Algunas provincias, sobre todo las balcánicas, vieron un enorme decrecimiento de su economía, pero en otras, lo que ocurría no repercutió de manera negativa, al contrario, se observó un crecimiento muy positivo para la vida de los que allí se encontraban (Bravo Castañeda 2012, p. 129).
El término seguirá en debate durante años, pero todo parece apuntar a que estas crisis sí que existieron, solo que no hemos tenido los medios al alcance para analizarlas con la suficiente profundidad como para entenderlas totalmente.
Valeriano y Galieno
Dado el anterior epígrafe, estamos en la obligación de entender cual era el contexto de la llegada de Galieno al poder. Éste, debe ser enmarcado en un momento de tan enorme inestabilidad política, que las usurpaciones ocurren constantemente. Ante esta situación, debemos entender que cada hombre a cargo de tropas en el Imperio tenía su propio centro de anudamiento. Para que un miembro de la élite romana optara a la púrpura necesitaba tener unas áreas de influencia muy grandes que le sostuvieran. Éstas eran sostenidas por una serie de clientes que apoyaban al futuro emperador tanto económica como socialmente. Sin embargo, estas redes solían estar enfrentadas a otras que a su vez estaban bajo el auspicio de otros personajes realmente influyentes en la política romana. Esto se puede ver claramente en la Res Gestae de Augusto, dónde expone de manera casi cristalina el número de sus clientes. Sin embargo, el Imperio que creó Augusto era muy diferente al existente tres siglos después. Era un Imperio más masivo, y también mucho más abierto, ya que las redes clientelares se extendían más lejos. Así, cuando un emperador llegaba al poder tenía determinados respaldos – a los que tenía que contentar para que no le hicieran caer – y a la vez se granjeaba varias decenas de miles de enemigos. Más o menos esta es la Historia de como Valeriano, el padre de Galieno, llegó al poder.
Poco o nada sabemos del origen de Valeriano. Tenemos más o menos claro que era de senatorial (Harper, 2019, p. 185) y que fue cónsul durante la revuelta de los Gordianos. Durante este tiempo también fue nombrado duxy comandaba una serie de tropas seguramente en el limes de Germania, tal vez una vexillatio. Empezamos a conocer a ciencia cierta del reinado de Valeriano cuando Treboniano Galo le pide ayuda para acabar con la usurpación al trono de Emilio Emiliano (Zósimo, 1, 29).
Emilio Emiliano a su vez había sido escogido emperador por sus tropas en el Danubio. Allí, acabó con los subsidios que le pagaban los romanos a los godos y después les venció mandándolos de vuelta al otro lado del colosal río. Todo esto resulta muy extraño si le consideramos un usurpador, ya que un solo hombre sin legitimidad no estaba en la situación de poder librar guerras contra los pueblos bárbaros. Algunas versiones sugieren que estuviera apoyado por el senado o que Treboniano Galo se hubiera visto forzado a aceptarlo como co-emperador (Southern, 2001, p. 77).
Sea como fuere, en un determinado momento, Emiliano marchó hacia Roma contra Galo. El elegido para detenerle, como ya hemos dicho, fue Valeriano. Éste en vez de cumplir su misión, fue proclamado emperador por sus tropas. ¿Por qué sucedió esto? Valeriano, formaba parte de la red clientelar de un emperador depuesto Decio (Southern, 2001, p. 77), evidentemente en cuanto existiera un momento de debilidad como este, iba a ser explotado por estos clientes para volver a tener a uno de los suyos en el puesto de mayor relevancia del Imperio.
Poco después, Galo viéndose superado en número por los usurpadores fue asesinado por sus compañeros de armas, un destino similar al sufrido por Emiliano, dejando en el poder en solitario a Valeriano. Este lo primero que hizo fue nombrar césares a sus dos hijos: Galieno y Valeriano Minor. (Zonaras, 12, 23) Después, Valeriano le otorgaría los honores de Augusto a su hijo mayor (Zósimo, 1, 30).
Era una costumbre muy habitual en el discurrir del siglo. La idea era intentar crear una nueva dinastía gobernante, pero solían verse truncadas por los usurpadores o los asesinatos. El Imperio que habían heredado se encontraba colapsando por todas sus fronteras. La más apremiante era la de Oriente, ya que en el año 253 Sapor I había conquistado Armenia tras la muerte del rey Cosroes. Después caería una de las ciudades más importantes del Imperio: Antioquía, que a partir de este momento formaba parte de la frontera más occidental del Imperio Sasánida (Zósimo, 1, 27).
Para defender el orbe romano, la mejor decisión fue dividirse las zonas de influencia. Dejando a Valeriano el menor en la Galia y Galieno quedándose en la zona entre Germania y el Danubio (Zósimo, 1, 30). Valeriano corrió hacia oriente con intención de frenar a Sapor I antes de que fuera demasiado tarde. Mientras sus hijos luchaban contra los usurpadores, el retomó Antioquía y estabilizó la situación en Oriente apoyado en las tropas aliadas del rey de Palmira. Después de este periodo de crisis, parecía que la situación empezaba a retomar su camino hacia la recuperación. Sin embargo, la debacle llegó inesperadamente cuando el ejército de Valeriano se adentró en territorio sasánida. Allí, el ejército fue capturado, incluyendo al emperador Valeriano cuyo destino es incierto. Bien es cierto que existen diversas versiones sobre el tema, es posible que no fuera ejecutado sino solo capturado (Coloru, 2017, p. 144). Lo que si tenemos muy claro es que sus legiones se dedicaron a construir puentes (Wikander 2000, p. 338)y otras infraestructuras a la manera romana en todo el Imperio sasánida.
Sea como fuere, en ese mismo instante los usurpadores surgieron por todos lados y en un abrir de ojos, el Imperio había colapsado en tres esferas de poder diferenciadas. Cubriendo buena parte de Europa se encontraba el Imperio Galo, dirigido por el usurpador Póstumo. En Oriente, el Reino de Palmira se había independizado y comenzado sus operaciones militares para la conquista de Egipto, la mayor fuente de recursos del Imperio.
Ante esta perspectiva, Galieno vio como su hijo era asesinado y cómo todo se venía abajo. Éste siempre ha tenido muy mala prensa entre los historiadores. A pesar de ello, en las últimas décadas se ha recuperado su figura gracias a la profunda reforma a la que sometió al estado que dirigía. Llegó al punto de eliminar a los senadores del ejército, decisión que no tenemos del todo claro por qué se llevó a cabo, pero lo intentaremos despejar en los siguientes epígrafes.
GALIENO Y EL SENADO
Según Aurelio Victor, el edicto de Galieno se produjo porque les tenía miedo (Victor, 36, 10). Esto es muy difícil de creer, ya que apenas tenían poder político cuando Galieno llegó al poder. Sin embargo, es más lógico pensar que el ascenso de los ecuestres se debe por la necesidad de tropas expertas y no de gente que simplemente quería escalar en sus puestos militares. El Imperio estaba, literalmente, colapsando y se necesitaba la máxima eficiencia militar para ello.
En esencia, todo parece apuntar a que esta decisión se tomó por ello, pero explicado de esta manera parece algo demasiado simple y sin muchas más razones subyaciendo de la misma. Es necesario contextualizar la situación, tal y como hemos hecho más arriba -brevemente por temas de espacio-. El Imperio Romano había perdido a un ejército entero (Coloru, 2017, p. 141) en su aventura asiática y, por lo tanto, muchísimos altos cargos del ejército romano quedaron fuera del control de este (Sánchez Sanz, 2017, 341), tanto de clase senatorial como ecuestre. Teniendo en cuenta que además este desastre se debió en buena medida a la inutilidad de los mandos, no es de extrañar que el emperador decidiera llevar a cabo una reforma del sistema.
Algunos historiadores del periodo defienden que tras estas decisiones existiera un enorme odio hacia el senado. Sin embargo, no parece indicar que esto fuera tal. De hecho, tenía muchos más motivos para hacerlo contra el orden ecuestre, ya que la práctica mayoría de sus usurpadores procedían de esta. De hecho, Póstumo, el asesino de su hijo Salonino (Zosimo, 1, 38.) y primer emperador del Imperio Galo, venía de este estrato (Jones y Martindale, 1971, p. 721). En cambio, el senado aceptó a Valeriano y a Galieno en primera instancia con mucho agrado ya que provenían de una familia senatorial. Le Bohec piensa que sí que se produjo este edicto, y que, ya que la experiencia militar de los senadores y los equites era parecida, realmente el edicto se produjo para evitar usurpaciones. Esto no tiene mucho sentido ya que los usurpadores también podían ser equites, y es algo con lo que seguramente Galieno contaba.
De esta manera, parece que más que un odio enconado, se trataba de una necesidad clara de reforma, unido a que hacían falta nuevos hombres que ascendieran a los puestos de mayor responsabilidad de las legiones. Esto hace pensar que Galieno quizás no emitió un edicto como tal, pero si que prescindió de los senadores.
Hay que entender que esta forma de ver el ejército venía heredada de los tiempos de Augusto. Cuando el Imperio no tenía decenas de rivales en todas sus fronteras, éste funcionaba relativamente bien, ya que permitía un ascenso social para todos los involucrados en los conflictos. Sin embargo, el mando de las legiones quedaba en manos de gente con muy poca experiencia o directamente nula. Esto contrasta mucho con la tropa, fogueada en decenas de conflictos, estaba muy preparada y curtida en combate. Al final, el mando de facto lo tenían los tribunos del orden ecuestre, pero si algún general inexperto intentaba imponer su criterio, era muy posible que todo acabara en desastre.[2]Esa disonancia entre la incapacidad de los mandos y la fiereza de las tropas se ve muy claramente en este siglo III, donde no es extraño ver a ejércitos que asesinan a sus superiores cuando les van a mandar a una muerte prácticamente segura.
En resumen, no se puede decir que Galieno hiciera esto por su odio al senado. Lo que está claro es que no es el emperador mejor recordado por estos. Sin embargo, la toma de estas decisiones pudo deberse a un tema puramente pragmático, unido evidentemente a ese centro de anudamiento del que hemos hablado con anterioridad. En cuanto a esto, Kyle Harper argumenta que nadie de sangre azul ayudó tanto al ascenso de los emperadores-soldado (Harper, 2019, p. 186). Esto es falso, y además de manera rotunda, ya que tenemos constancia de unos cuantos emperadores-soldado antes de la llegada de Galieno, como por ejemplo Maximino el tracio.
LOS CAMBIOS SOCIO-MILITARES A MEDIADOS DEL SIGLO III: ¿EDICTO DE GALIENO?
El siglo III estuvo marcado por la prosperidad para la clase ecuestre. Generalmente era la clase en la que el prínceps se apoyaba frente a un senado cada vez más decadente. De hecho, la situación es tal que, a mediados del siglo, muchos emperadores alcanzarán la púrpura sin necesidad de ser ratificados por el senado. Es más, en algunas ocasiones ni siquiera pisarán Roma (Zosimo, 1, 47). Vemos aquí la catalización del declive del orden senatorial, que llevaba perdiendo poder desde la llegada del principado. Sin embargo, siempre había existido una parcela de poder, la más dócil, destinada a que estos hombres pudieran llevar a cabo un ascenso tranquilo que les permitiera el acceso a pingues beneficios.
Ahora bien, posiblemente el punto de mayor debate sea precisamente cómo perdieron esta influencia los senadores romanos. Por un lado, tenemos tesis que defienden la pérdida gradual de su poder militar. Mientras que, por otro lado, encontramos a los que arguyen que la pérdida se dio en un momento determinado, concretamente con el edicto de Galieno del que solo nos habla Aurelio Victor (Víctor, 37, 10). Mediante éste, se prohibía a los senadores la posibilidad de acceder al mando de los ejércitos, en detrimento de estos, solo los ecuestres podían acceder al puesto.
Sin embargo, fiarnos de esta única fuente es algo controvertido. Al final, este personaje era un hombre de rango senatorial cuyo cursus honorum le llevó incluso a ostentar el cargo de prefecto de Pannonia. Así, cualquiera que osase oponerse al orden senatorial sería juzgado en su libro sobre los césares de manera muy negativa. Tal es así que dirá que Galieno estaba más ocupado abandonando a su mujer y teniendo un romance con una princesa goda que gobernando (Victor, 33, 8). La Historia Augusta también habla de ese apartamiento de los senadores por parte de Galieno, pero no termina de tomar un camino claro.
Entonces, es muy difícil creer en lo que cuenta Víctor y de hecho muchos autores contemporáneos han defendido a lo largo de su estudio en el siglo III que este edicto era falso.
Así encontramos dos corrientes enfrentadas. Para algunos, el traspaso de poderes es suave y lento, por lo que utilizan como mejor ejemplo la creación de la provincia de Frigia-Caria, cerca del año 250. En esta nueva provincia se puso bajo mando a un senador, que hizo de legatus, por lo que a priori podemos encontrar casos de senadores en altos cargos. Así que en una nueva provincia se pusiera a un senador en vez de a un ecuestre podría parecer una muestra de la continuidad del poder de esta institución (Lo Cascio, 2005, p. 159). En realidad, este argumento no parece tener mucho sentido en tanto en cuanto este nombramiento ocurre justo antes de la llegada de Galieno como emperador en solitario tras la debacle de su padre en Persia. Tampoco parece que la creación de esta provincia funcionara muy bien, más teniendo en cuenta que toda esa zona de Asia Menor llegó a ser incluso saqueada por los godos (Millar, 1969, p. 22; Zosimo, 1, 28; Kulikowski, 2006, p. 19).
¿Pero, cómo funcionaba el edicto de Galieno en caso de existir? Se cree que se promulgó en el año 262 por el propio Galieno. En él, las provincias de rango pretoriano quedaban asignadas a praesides del orden ecuestre. De esta manera, el ejército quedaba totalmente distanciado de los patricios, que no podían encontrarse en los lugares en los que hubiera tropas estacionadas (Lo cascio, 2005, p. 160). Un ejemplo de estas provincias son Numidia, Arabia o Tracia, que en tiempo de Constantino volverían a estar de nuevo bajo el ala de los senadores en unas circunstancias totalmente distintas y en una situación mucho más normalizada, no tan marcada por la crisis. Hay que entender que durante el periodo en el que gobierna Galieno las usurpaciones y las guerras civiles son una constante en el Imperio. Esto ocurre también en el siglo IV, por supuesto, pero la capacidad de reacción del poder dominante era mucho mayor.
Buena muestra de esto es que, en tiempos de Galieno, los puestos de tribuno laticlavius y de legatus legionis habían desaparecido del cursus normal de los senadores. Los cargos senatoriales de legate fueron reemplazados por el praefectus agens vice legati. A esto le podemos sumar que, desde tiempos de Marco Aurelio, el puesto de legati había sido sustituido por el de praefectus agens vice legati. Por otro lado, existen unos casos mínimos de ecuestres que hubieran dirigido las legiones, y solo en circunstancias muy excepcionales o directamente hipotéticas.
El último laticlavius de orden senatorial es Cayo Junio Tiberiano en el año 249, concretamente en la Legio X Gemina (Christol, 1986, p. 205).A partir de ese momento no podemos hablar con certeza de la existencia de ninguno, aunque sí que podrían haber existido gracias al registro epigráfico. Tenemos otros ejemplos, como el de Publio Balsamio Sabiniano al que se le llama clarissimus puer así que es muy posible que realmente fuera un niño y el puesto sería honorífico (Britton, 1989, 71).
Un tercer senador con este puesto es Quinto Mamilio Capitolino, cuya inscripción se encuentra en Asturica Augusta:
I(ovi) O(ptimo) M(aximo) / Soli Invicto Libero / Patri Genio praetor(ii) / Q(uintus) Mamil(ius) Capitolinus / iurid(icus) per Flaminiam / et Umbriam et Picenum / leg(atus) Aug(usti) per Asturiam et / Gallaeciam dux leg(ionis) VII [G(eminae)] P(iae) [F(elicis)] / praef(ectus) aer(arii) Sat(urni) pr[o] salute / sua et suorum.
CIL 02, 2634.
Este todavía es más controvertido que los anteriores, De Blois y Britton defienden que pudo ser anterior a la llegada de Galieno y otros autores piensan que es incluso contemporáneo. Se cree que este puesto fue porque venció en alguna guerra o destacó en ella, aunque también se baraja que formara parte de alguna vexillatio de la VII Gemina y que no comandara la legión entera. Su función posiblemente fuera defender Hispania de las invasiones de tribus africanas o de las bagaudas (Britton, 1989, p. 72).
Contemporáneo a Galieno no puede ser, ya que Hispania pertenecía a los emperadores galos que ejercieron su poder de facto sobre el territorio. En este momento se cree que Capitolino fue de Hispania a Roma para convertirse en prefecto del erario de Saturno. Otros incluso lo datan de la época de Aureliano por la mención al “Sol Invicto” (Britton, 1989, p. 72).
Todo esto es posiblemente falso si seguimos la teoría de que Capitolino realmente fue un dux legionis de época severiana. Esto tiraría por los suelos las hipótesis anteriores, pero despejaría a un senador de la ecuación del edicto de Galieno. El cargo, tan peculiar, puede deberse a las excepcionales causas por las que llegó al puesto en el año 197 d. C. (Pantoja, 2018, p. 272). Como podemos ver, entonces estamos hablando aproximadamente de 65 años antes de la promulgación del edicto. Me cuesta mucho creer esta posibilidad, más teniendo en cuenta las fuentes que apuntan al siglo III, sin embargo, parece que la tónica de los autores hispanos es de datarlo en las postrimerías del siglo II. Sea como fuere, hay otros ejemplos como el de Tiberius Claudius Valentinus (CIL 03, 04558)al que podemos datar con toda la certeza en el año 249 -más que nada porque el epígrafe incluye la fecha- y cuya inscripción refleja el puesto de tribuno laticlavo. Después de este, no encontraremos más referencias en fechas galienas. Esta sustitución hará que los senadores se vean privados del mando de las legiones y que empiecen a ser sustituidos por el Praefecti Legionis que llevará otros títulos anexos a él (De Blois, 1974, p. 39).
En cambio, sí que encontramos muchos casos de equites que alcanzaron el poder en sus respectivas legiones. Quizás una de las más interesantes es la de L. Artorius Castus (CIL 03, 1919)porque en su inscripción se puede ver el progreso que lleva a lo largo de toda su carrera militar. Hablamos de una inscripción funeraria en la que explica como alcanzó su puesto de centurión en la III Gallica y luego fue moviéndose por distintas legiones hasta que fue nombrado primus pilusen la V Macedonica. Después, será nombrado praefectus legionis de la sexta y, finalmente, dux. Vemos así, como un “don nadie” -si se permite esta expresión para alguien que ha luchado en varias legiones contra un sinfín de amenazas -.
Otro caso bastante ilustrativo es el de Valerius Claudius (AEA 2006, +00012) primus pilus de la II Italicae que terminó siendo también dux.
En circunstancias tan extraordinarias, no es de extrañar que proliferase tanto esta especie de magistratura. Sin embargo, también crea dudas su uso, ya que realmente no sabemos con qué certeza estamos hablando del comandante de una legión entera o de una vexillatio, aquellos destacamentos más pequeños que se usaban como fuerza de reacción rápida (Southern y Dixon, 2018, p. 8). Todo apunta a que se usa indistintamente para unos y para otros, por lo que es bastante complicado acotar a quién pertenece cada cual (Britton, 1989, p. 74).
Aun y con todo, si nos salimos de los dux también encontramos casos de equites dirigiendo legiones durante el imperio en solitario de Galieno. Ejemplo de ello es Publius Aelius Aelianus que aparece como praefectus legionis (CIL 03, 03529), también Marcus Aurelius Fortunatus, que se destacó en la III Augusta (CIL 08, 02665).
Hay otra institución bastante interesante al respecto, la de los protectores. Se sabe muy poco sobre los orígenes de esta institución. Galieno no solo transformó el liderazgo militar, sino que también se cree que introdujo esta nueva institución que tendrá una importancia capital y que también es un territorio dedicado al orden ecuestre (Britton, 1989, p. 82). Entre el 261 y el 267 d.C. está datado el que se considera el primer protector, Lucio Petronio Volusiano (CIL 11, 01836)cuyo epígrafe reza “trib(unus) coh(ortis) primae (Praet(oriae) protect(or) Augg”. Este personaje llegará a ser prefecto del pretorio y cónsul, por lo que parece ser una figura fundamental dentro del esquema de gobierno de Galieno. Aelius Aelianus, el praefectus legionis. En general es muy posible que todos ocuparan puestos importantes en la génesis de una institución que llegará hasta el mundo bizantino (Britton, 1989, 83).
En resumen, queda claro que durante el imperio en solitario de Galieno se da un cambio en las instituciones que va a afectar a dos grupos sociales de manera determinante: los equites se alzan definitivamente y los senadores van cayendo en el ostracismo. Al fin y al cabo, después de la experiencia traumática que supone la fragmentación del Imperio, no queda otra que llevar a cabo una serie de reformas para hacer frente a esta adversidad. En el último apartado se recapitulará todo lo estudiado en el artículo para alcanzar unas conclusiones.
ROMA SE FRAGMENTA Y EVOLUCIONA: CONCLUSIONES
La primera pregunta a la que deberíamos dar respuesta es si realmente Galieno promulgó un edicto o es una invención de Aurelio Víctor. De hecho, esta es la cuestión que menos podría importar a la hora de elaborar estas conclusiones, ya que de facto nos da absolutamente igual si existió dicho edicto o no. Es muy posible que este edicto no existiera, que sea un simple recurso de Víctor para hacerse entender y explicar la gradual expulsión de los senadores del ejército. Los seres humanos solemos tender a pensar en términos absolutos, por lo que es más fácil entender este acontecimiento como algo “tangible” dentro de nuestros marcos de pensamiento. Es harto improbable que este edicto se diera de hecho, pero lo más seguro es que fuera una política tácita, existente en el fondo. Sin embargo, esto nos hace preguntarnos cuales son las razones por las que suceden estos acontecimientos son más capitales que el mero hecho de la promulgación del edicto o no.
Esta es la razón por la que se ha incluido un contexto histórico en el artículo. Inicialmente, la idea era que no existiera, ir directamente a la razón de los hechos para hacer de él algo más sintético y rápido de leer. Sin embargo, según avanzaba en la parte de investigación me daba cuenta de cuan necesario era contextualizar los acontecimientos, aunque de la forma más breve posible. Esto ocurre porque hay que entender el momento en el que se llevaron a cabo estos cambios.
Cuesta mucho pensar que ocurrieran realmente de golpe cuando Galieno llegara al poder. Es posible que fuera algo lento y gradual a lo largo del tiempo. Sin embargo, todo apunta a que se terminó de cristalizar con cierta virulencia en el imperio en solitario del emperador de la “dinastía” licinia. ¿Por qué? Si seguimos lo que dicen autores como los hermanos Sánchez Sanz u Omar Coloru, el emperador Valeriano malogró buena parte de su ejército, el más potente existente y además en el que más altos cargos experimentados se encontraban. Es muy posible que, ante esta situación, Galieno tuviera la imperiosa necesidad de reformar el ejército ante las constantes amenazas. Con su hijo asesinado en el norte, bárbaros entrando por los límites del Imperio por todas sus partes y la sombra de Sapor I cerniéndose en el horizonte, Galieno hizo esta medida tan pragmática como necesaria.
Si se expulsaba a los senadores del organigrama militar, el ejército conseguía una profesionalización que hasta ese momento era impensable. Es cierto que autores como Kyle Harper ven en esto un problema, una forma de facilitar el acceso a los emperadores-soldado. Pero esto ya existía anteriormente, así que no parece tener un gran fundamento más allá de una crítica que no se sostiene por ninguna parte. Además, no tiene mucho sentido ya que si analizamos lugares donde este edicto no tenía vigor como el Imperio Galo, encontramos que también había usurpadores del orden ecuestre como el propio Póstumo. Así, estas palabras quedan totalmente desacreditadas ante las propias evidencias que han sido mostradas en el desarrollo del artículo.
Por otro lado, parece harto improbable pensar que Galieno lo hiciera por sus malas relaciones con el senado, ya que el procedía precisamente de una familia de alcurnia senatorial. Así que, definitivamente se debe pensar que se debió a una razón pragmática más que antisenatorial. Aunque al final, es normal que se pusiera a esta clase en contra, razón por la que no va a ser muy bien recordado por las fuentes de este estrato.
Finalmente encontramos la cuestión de los protectores, una nueva institución que, de momento, parece tener su inicio durante el gobierno de Galieno. Esto es muy interesante y muestra el talante reformista del emperador. Sin embargo, no podemos dar por sentado que su génesis se de en este momento ya que las evidencias son muy endebles y muy poco determinantes. Aun y con todo, hasta que no surjan nuevas fuentes que afirmen lo contrario, parece que Galieno tuvo mucho que ver en esto.
Tal y como se titula este último apartado, Roma nunca será la misma después de Galieno ni de las crisis del siglo III. Sin embargo, si analizamos a este emperador con detenimiento podremos observar que los romanos tenían muy claro a lo que se enfrentaban en esta crisis.
Mientras el Imperio ardía, el orbe se estaba transformando.
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[1]Por ejemplo, en“Roldán Hervás, J. M., Blázquez, J. M., & Castillo, A. del. (1989). El Imperio romano: siglos I-III. En Historia: Vol.t. 2. Madrid: Cátedra.”
[2]También por decisiones negativas hacia la propia soldadesca, véase la muerte del primer emperador galo.
Excelente artículo. Es raro ver por la red un trabajo tan serio y bien documentado. Sólo un pero: excesiva confianza en Zósimo. Yo se la tengo, que conste, pero no tanta.
¡Hola!
Agradezco enormemente su comentario y me alegra que le guste.
Es totalmente cierto que quizás peque de confianza excesiva en Zósimo. Aunque soy conocedor de sus carencias e intento no dejarme llevar por ellas. En todo caso, es algo que siempre se puede ir refinando con el tiempo y tengo intención de editar el artículo para incorporar nuevas investigaciones que he ido haciendo. Incluyendo también cuestiones sobre Hispania. Si no me equivoco, creo que usted mismo colabora en un libro sobre la Hispania Tardoantigua muy a tener en cuenta.
Lo cierto es que acabo de graduarme, pero tengo más o menos claro que mi trabajo va a ir encauzado hacia este periodo a partir de ahora. Al menos de momento.
Un saludo,
Esteban.
Hola!
Me alegro que se acuerde de mi contribución a ese libro.
Yo soy muy defensor de Zósimo y suelo pecar de darle excesivo crédito.
Has elegido (por favor, si no te importa, tuteémonos) un periodo fascinante. Te seguiré leyendo con gusto.