Italia siempre ha sido, desde la caída del Imperio Romano, un territorio codiciado para cualquier rey medieval o moderno que se precie. Su posesión por los reyes europeos no solo les legitimaba dentro de sus fronteras, sino que también les otorgaba grandes riquezas y seguridad. Con unos reinos europeos muy estabilizados geográficamente y la amenaza del turco al otro lado del Mediterráneo, Italia en general y Nápoles en particular representaba una de las pocas formas de expansión para reinos como los de Aragón o Francia.

Precisamente en este nuevo artículo intentaremos dar a conocer una de las primeras guerras que se darán en la Edad Moderna en suelo italiano, la llamada I Guerra de Nápoles (1494-1498), iniciada por las pretensiones al trono de Nápoles del rey francés Carlos VIII. Éste se enfrentará a un conglomerado de reinos y repúblicas, entre los que destacará Aragón, y por consiguiente Castilla.

En dicha guerra destacará un joven general cordobés, Gonzalo Fernández de Córdoba, más conocido como “El Gran Capitán”, dirigiendo un ejército castellano-aragonés. Por lo que el estudio de su figura, unido a los hechos que propiciaron la guerra y el transcurso de la misma, será fundamental para conocer el desenlace de uno de los episodios más interesantes del Renacimiento. Dicho conflicto iniciará el llamado “ciclo de las guerras de Italia”, concluyendo a mediados del siglo XVI y donde se confirmará la hegemonía castellano-aragonesa en la península italiana (Molas, 1988, pág. 66).

Situación geopolítica de Italia en el año 1494
Situación geopolítica de Italia en el año 1494. En ella se muestran las principales Repúblicas y Reinos como las de Venecia, Génova o Nápoles, siendo este último, uno de los más prósperos e importantes de la península.

Contexto histórico

Nos encontramos a mediados de la década de 1490, donde Castilla ha culminado finalmente la anexión del Reino de Granada desde 1492, por lo que cabría esperar un período de tranquilidad en la política exterior de los Reyes Católicos. Aunque esto no fue del todo cierto, ya que las rencillas y los tira y afloja entre el Reino de Aragón (representado por Fernando el Católico) y el reino francés (donde Carlos VIII de Francia es coronado apenas nueve años antes, en 1483) por el control del Mediterráneo Occidental, comenzaba a marcar la agenda política de la época (Jiménez, 2004, pág. 3).

Francia se sentía rodeada en el tablero de ajedrez europeo, pues a la alianza de Inglaterra con Castilla habría que sumar también la cuestión navarra o las tensiones con Aragón por los territorios del Rosellón y la Cerdaña, cedidos en 1462 a Francia por Juan II (padre de Fernando de Aragón) como compensación por la ayuda que éste recibiría de Luis XI, por aquel entonces rey francés, para combatir a los rebeldes catalanes y así asegurar su reinado (Fernández; Martínez, 2014, pág. 136).

Medalla de Alfonso V "El Magnánimo".
Medalla de Alfonso V «El Magnánimo» situada en la Real Academia de la Historia.

Aunque a la postre todo esto tendrá un máximo agravante, el derrocamiento de Renato de Anjou (familiar del rey francés) del trono de Nápoles en 1443, realizado por Alfonso el Magnánimo, rey de Aragón, que acabaría colocando en el trono de Nápoles a un descendiente ilegítimo de éste, linaje que prestaría vasallaje a los reyes aragoneses de ahora en adelante. Por lo que la defensa de los intereses aragoneses en Nápoles estaría marcada a fuego en la agenda de Fernando de Aragón, ya que veía como era un terreno con el que poder negociar con el rey francés la anexión de futuros territorios (Jiménez, 2004, pág. 3).

Dichas tensiones se multiplicaron cuando Aragón reclamó la devolución de los territorios del Rosellón y la Cerdaña a Francia. Ésta se produjo en la misma embajada que viajó a la corte francesa para dar a conocer la muerte de Enrique IV de Castilla, la consiguiente coronación de su hermana Isabel como reina de Castilla y, por ende, la subida al trono castellano como rey consorte de Fernando de Aragón. Pues consideraban que la deuda contraída por su padre con Francia estaba ya más que saldada.

Esta petición sería finalmente rechazada por el rey francés, provocando malestar en la corte aragonesa. A pesar de ello se enviaría un emisario a Castilla para el mantenimiento de conversaciones con el fin de tratar esta cuestión (Fernández; Martínez, 2014, pág. 136).

Lo que no deja lugar a dudas es como a ninguna de las dos coronas les interesaba un conflicto armado en este momento, ya que, por un lado, Luis XI de Francia temía una posible alianza castellano-aragonesa, mientras que por el otro Aragón estaba prestando asistencia militar a Castilla para preparar la guerra de Granada.

Tras una nueva negativa de Francia a la devolución de los condados a Aragón, Fernando, muy furioso, pidió a la corte aragonesa, reunida en Tarazona, los recursos necesarios para recuperar estos territorios por la fuerza, pero éstos se negaron a financiarlo, por lo que su última esperanza de reunir el dinero y las tropas necesarias estaría en Isabel. Aunque tampoco obtuvo la ayuda castellana, pues ésta se encontraba centrada únicamente en la guerra de Granada (Fernández; Martínez, 2014, pág. 137).

Desesperado, Fernando debió resignarse a no poder acceder a estos territorios, aunque no todo serían malas noticias para el rey aragonés, pues conseguiría que su esposa variara su política exterior (hasta este momento aliada de Francia), llegando a compromisos de alianzas con el emperador Maximiliano e Inglaterra.

Pintura del rey Carlos VIII de Francia
Carlos VIII de Francia, autor desconocido, siglo XVI. Museo Condé, Chantilly, Francia.

Mientras tanto, la subida al trono francés de Carlos VIII en 1483 provocará un cambio en la política exterior gala, lo que originará que decidan llegar a nuevos acuerdos con los aragoneses antes de emprender el gran sueño del rey francés, la expansión territorial francesa por la península italiana, el control del Mediterráneo y, por último, la conquista de Constantinopla (incluido la destrucción del imperio turco). Estos ideales de cruzada que mantenía el rey francés, unido a temas políticos y expansivos, sería uno de los motivos por los que intentaría justificar su entrada y toma del reino de Nápoles (Hernando, 2015, pág. 83).

De esta forma, y a través del Tratado de Barcelona de 1493, se devolverá los condados del Rosellón y la Cerdaña a Aragón a cambio del compromiso del rey Fernando de no intromisión en los planes que los franceses tenían para los territorios italianos, siempre y cuando no tocaran los derechos del Papa (Fernández; Martínez, 2014, pág. 139).

El objetivo final de Carlos VIII sería la corona de Nápoles, pues era una antigua reclamación francesa y ahora, con motivo de la muerte del Rey Ferrante de Nápoles, los acontecimientos se precipitarían.

Mapa de Cataluña en el año 1608, donde se aprecia como los territorios del Rosellón y la Cerdaña ya están incluidos dentro de las fronteras aragonesas
Mapa de Cataluña en el año 1608, donde se aprecia como los territorios del Rosellón y la Cerdaña ya están incluidos dentro de las fronteras aragonesas. Imagen recuperada www.elnacional.cat

A todas estas tensiones políticas habría que sumar no solo la defensa de los intereses aragoneses en el Mediterráneo, con el Reino de Sicilia como base, sino también a la vigilancia a los otomanos, pues éstos constituían una seria amenaza para los comerciantes y reinos cristianos desde que conquistaran Constantinopla en 1453. Éstos, en apenas treinta años capturaron una gran cantidad de territorios mediterráneos como los correspondientes a las modernas Grecia, Macedonia, Albania o Bosnia-Herzegovina. Y habían iniciado una expansión marítima que los llevó al mar Egeo, Jónico y Mediterráneo oriental, chocando con los intereses venecianos pues éstos tenían como base comercial las islas de Creta y Chipre (Juan, 2002, pág. 185).

Ilustración de la caída de Constantinopla a manos del turco Mehmet II
Caída de Constantinopla, Chronique de Charles VII. Philippe de Mazerrolles, siglo XV. Biblioteca Nacional de Francia. Imagen obtenida de www.wikipedia.com

Inicio del conflicto armado

De esta manera, y una vez que Carlos VIII se aseguró la no intromisión castellano-aragonesa, entre el 29 de agosto y el 2 de septiembre de 1494, un vasto ejército francés compuesto por unas 20000 unidades de caballería pesada, la verdadera joya de la corona francesa y hasta entonces imparable, 15000 infantes armados con picas, ballestas y arcabuces, 150 cañones, falconetes y culebrinas, más unos 8000 hombres que componían la armada que los seguía por tierras italianas, atravesaron los Alpes. Además de numerosos mercenarios suizos, alemanes y franceses (Fernández; Martínez, 2014, pág.141).

Medalla de Alfonso II de Nápoles
Medalla de Alfonso II de Nápoles, 1481. Imagen recuperada de www.wikipedia.com

En contra del rey Carlos VIII se encontraba una alianza formada por el rey de Nápoles y el Papa, pues Nápoles era feudatario no solo del rey aragonés, sino también del pontífice. De esta manera, Alfonso II, hijo del malogrado Ferrante, y primo del rey de Aragón, se aseguraba que su familiar aragonés acabara rompiendo los acuerdos que tenía con el francés y los apoyara.

Así pues, el ejército francés recorrió Turín, Milán, Florencia y finalmente Roma. Considerándose su expedición como un verdadero “paseo militar”. La necesidad de llegar hasta Roma no era baladí, pues necesitaba que el Papa le concediese la investidura del trono de Nápoles, reafirmando su legitimidad a él (Jiménez, 2004, pág. 4).

Fortaleza de Sant´Angelo, Roma, Italia.
Castillo de Sant´Angelo, en Roma. Dicha fortaleza servirá de refugio a los papas durante las invasiones que sufrirá Roma a lo largo de la Edad Media y Moderna. Imagen recuperada de www.museosdelmundo.com

El Papa se refugió en el castillo de Santángelo, aunque esto no evitó que tuviese que ceder numerosas plazas italianas, como el famoso puerto de Ostia, a Carlos VIII para ayudarlo en su invasión del reino napolitano (Pérez, 2018, pág. 190).

Carlos VIII al atacar a los ejércitos del Papa incumplía el Tratado de Barcelona que éste había firmado con Fernando de Aragón apenas un año antes. Por lo que provocó que Fernando rompiera su neutralidad y ayudara al nuevo rey napolitano, Alfonso II (Molas, 1988, pág. 64).

Por motivos como este es por lo que muchos expertos consideran que Fernando de Aragón será uno de los modelos de “El Príncipe”, de Maquiavelo. Pues para el estadista italiano: “Cierto soberano de nuestro tiempo, a quien no es oportuno nombrar, habla continuamente de paz y lealtad,

Pintura de Nicolás Maquiavelo
Retrato de Nicolás Maquiavelo, Santi di Tito, segunda mitad del siglo XVI. Palazzo Vecchio.

cuando es el mayor enemigo de la una y de la otra; pero si las hubiera respetado, ambas cosas le hubiesen arrebatado la buena fama y el poder” (Maquiavelo, 2004, pág. 91). Haciendo clara referencia al rey aragonés y a como éste rompía acuerdos según sus intereses.

También podemos destacar este otro extracto de “El Príncipe”, donde Maquiavelo advierte a los nuevos príncipes que no deben llevarse por antiguos ideales medievales de lealtad y fidelidad, puesto que esto hará que sus estados no prosperen lo que debieran: “un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando haya desaparecido las razones que le hicieron prometer” (Maquiavelo, 2004, pág. 89).

Los Reyes Católicos enviaron embajadas a Nápoles, con el fin de obtener de éstos diversas plazas costeras en Calabria que ayudara al desembarco del ejército castellano-aragonés en tierras italianas, para apoyar al rey de Nápoles en su lucha contra el francés. De esta manera, Fernando recibió las fortalezas de Reggio, Crotona, Squilace, Tropea y La Amantia (Pérez, 2018, pág. 191)

Justo en este momento Alfonso II, que había sido derrotado por los franceses en Génova y en el curso inferior del río Po, tendrá que hacer frente a una rebelión antiaragonesa, pues muchos de sus nobles veían como la caballería pesada francesa se abría paso prácticamente sin dificultad por la península italiana, por lo que aquellos que estaban más a favor del galo que del hispano se revolvieron contra Alfonso II. Éste finalmente debió abdicar en su hijo Ferrante II para mantener el trono en su dinastía, aunque Francia aprovecharía la coyuntura para atacar Nápoles y arrebatar el trono napolitano al joven rey Ferrante II (Pérez, 2018, pág. 190).

La caída de Nápoles era cuestión de tiempo, y más desde que un condottiero milanés al servicio de los reyes de Nápoles llamado Gian Giacomo Trivulzio, entregara a Francia la plaza de Capua, de una importancia vital debido a su situación estratégica en el plano peninsular (Hernando, 2015, pág. 93).

Cabe recordar como en la Edad Media, a los ejércitos de las repúblicas y reinos italianos se les sumaban compañías de mercenarios con el fin de ampliar sus filas. Estos mercenarios aprovecharían la profunda crisis económica y social que se vivió en Italia a finales del siglo XIV (debido principalmente a la propagación de la peste) para hacerse fuerte dentro del territorio peninsular. Lo que en un principio significaba la acumulación de tropas mercenarias dentro de los ejércitos bajo-medievales, se transformaría en auténticos ejércitos completamente profesionalizados que podían ser contratados por repúblicas o reinos para asegurarse su supervivencia. Estas compañías, con el tiempo, acabarían por integrarse en muchas de estas ciudades, hasta el punto de ser gobernadas por su máximo líder, el condotiero (Nadia, 2004, pág. 2).

Este fatídico episodio para Nápoles, acabó por provocar una desbandada general de los últimos restos del ejército napolitano. Así, el 22 de febrero Carlos VIII entró en Nápoles tras desbaratar las últimas defensas napolitanas concentradas en la fortaleza de Castelnuovo y el 20 de mayo de 1495, el papa Alejandro VI coronó a Carlos VIII como rey de Nápoles en la catedral napolitana, recuperando los derechos de la Casa de Anjou sobre la Corona de Nápoles. Derechos perdidos tras la captura de Nápoles por Alfonso V el Magnánimo (Fernández; Martínez, 2014, pág. 142).

Entrada de Carlos VIII en Nápoles en 1495
«Entrada de Carlos VIII en Nápoles» Eloi Firmin. Mitad del siglo XIX. Carlos VIII tenía grandes pretensiones territoriales y se veía a si mismo como el nuevo rey Ricardo «Corazón de León».

Mientras tanto, una alianza se estaba fraguando entre los principales reinos y repúblicas europeas con el fin de poner freno a las ansias expansivas del francés. Venecia, Génova, Milán, el Papado, Inglaterra, Castilla, Aragón y el Sacro Imperio formarían la Liga Santa el 31 de marzo de 1495, para derrotar a Carlos VIII (Juan, 2002, pág. 189).

El monarca francés, para evitar ser cercado y rodeado por la multitud de ejércitos europeos, abandonó rápidamente Nápoles y se dirigió de vuelta a Francia (Juan, 2002, pág. 189). Aunque no lo haría de forma desordenada, puesto que dejaría grandes

Lámina donde se muestra la caballería pesada francesa.
Ilustración de la caballería pesada francesa. Karl Kopinski. Dicha caballería era considerada como el tanque de la época, ya que debido a su gran instrucción y potencia de choque, sus cargas frontales solían ser devastadoras durante la Edad Media.

guarniciones en las plazas italianas que había ido obteniendo durante su invasión un año antes.

De esta manera permaneció en suelo napolitano un gran ejército compuesto por unos 6000 soldados suizos y gascones, apoyados por la famosa caballería pesada francesa y un gran número de piezas de artillería. Este ejército quedó bajo las órdenes del recién nombrado virrey de Nápoles, Gilberto de Borbón, duque de Montpensier (Pérez, 2018, pág. 191).

 

Los ejércitos franceses y de la Liga Santa se verán las caras el 6 de julio en Fornovo, cerca de Parma. Ésta será considerada como la primera gran batalla de la guerra italiana. Aunque nada más lejos de la realidad, el resultado de dicha batalla será incierto, ya que a pesar que se considera como vencedor a Francia, no es menos cierto que sus bajas serán cuantiosas, e incluso tendrá que desprenderse de gran parte del botín de guerra que había conseguido a su paso por la península italiana para poder atravesar las líneas enemigas.

Batalla de Fornovo de 1495.
Batalla de Fornovo, primera mitad del siglo XVI, Galería de los Mapas, Museos Vaticanos.

Preparativos y entrada del ejército castellano-aragonés en el sur de Italia

Según el catedrático por la Universidad Complutense de Madrid y una de las máximas eminencias en lo concerniente a los estudios sobre la Baja Edad Media y la Edad Moderna, Miguel Ángel Ladero Quesada: “al estudiar la primera guerra de Nápoles en el Archivo General de Simancas, se concluye que la ayuda militar prestada por los Reyes Católicos al rey de Nápoles sería principalmente naval, aunque estaría complementada con un ejército compuesto por caballería e infantería” (Ladero, 2008, pág. 12).

Esto evidencia como los dos ejércitos, a pesar de ser independientes, estaban vinculados. Incluso el ejército terrestre estaba supeditado a las órdenes de la flota. Para ello, los Reyes Católicos encomendaron a don Galcerán de Requesens que comandara la armada, mientras que para las tropas terrestres el mando recaería en un joven capitán que se había curtido en la guerra de Granada, don Gonzalo Fernández de Córdoba (Ladero, 2008, pág. 12).

Gonzalo Fernández de Córdoba.
Gonzalo Fernandez de Córdoba, más conocido como «El Gran Capitán».

Pero Gonzalo Fernández de Córdoba, más conocido como el “Gran Capitán” (sobrenombre que le pondrán sus propios enemigos debido a la astucia que demostrará en los terrenos de guerra italianos), no las tendrá todas consigo desde el principio. Las instrucciones dadas por Fernando el Católico al capitán cordobés eran claras: ayudar al rey de Nápoles y estar a la expectativa para realizar incursiones o razias (incursiones rápidas y reducidas en territorio enemigo para saquear o desmoralizar a las tropas acantonadas enemigas), que consiguieran menoscabar el poder francés sobre los nobles italianos (Jiménez, 2004, pág. 193).

Gonzalo era consciente de sus limitaciones, pues sus filas, aunque tenían una gran experiencia ya que se habían curtido en la guerra de Granada, estaban compuestas por apenas 5000 infantes y 600 jinetes (la cantidad total de infantes y caballeros tiene ligeras variaciones según las fuentes consultadas, por lo que hemos escogido una media de ellas para obtener un número “real” de unidades reclutadas) (Pérez, 2018, pág. 191). De hecho, diversos historiadores afirman que la elección de Gonzalo por los Reyes Católicos no fue debido a su gran capacidad militar, sino a su prudencia en el campo de batalla y a su habilidad para negociar, ambas cualidades adquiridas durante el conflicto granadino y que presumiblemente fueron necesarias ya que las tropas francesas doblaban en número a las hispanas (Jiménez, 2004, pág. 194).

De esta forma llegó a Mesina, Sicilia, el 24 de mayo de 1495, para reunirse con el rey de Nápoles Ferrante II y establecer las directrices sobre la forma de hacer la guerra contra el francés. Mientras que Ferrante pedía atacar directamente al ejército galo, Gonzalo se tornaba más prudente. Finalmente pudo convencer al napolitano de seguir una estrategia más conservadora: desembarcar en las costas calabresas (más próximas a Sicilia), ocupar las fortalezas cedidas a Fernando de Aragón y atacar las plazas ocupadas por los franceses, ya que en este lugar era donde peor guarnecidas estaban las tropas galas (Pérez, 2018, pág. 191).

Apenas dos días después, el 26 de mayo, Gonzalo desembarcó en Calabria con su exiguo ejército, aunque allí mismo se les unieron 3000 voluntarios napolitanos y calabreses, además de diferentes fuerzas mercenarias al mando del marqués de Pescara (Pérez, 2018, pág. 191).

Con este refuerzo inesperado, el Gran Capitán inició las marchas por territorio calabrés, ocupando las plazas con un menor número de efectivos franceses (sin apenas sufrir bajas) y evitando aquellas que estaban mejor defendidas por el enemigo.

Gonzalo, que comenzará a labrarse una gran fama en este territorio, tenía un plan: instruir a sus tropas más nuevas, conseguir victorias “fáciles y rápidas” que le permitiesen “convencer” a la población y nobles italianos y desmoralizar al enemigo, pues eran constantes las razias y “encamisadas” (así se conocían a las incursiones nocturnas realizadas por los Tercios para introducirse en los campamentos

Robert Stewart, señor de Aubigny
Robert Stewart de Aubigny, 1834, Merry-Joseph Blondel, Palacio de Versalles. Robert era el segundo del virrey de Nápoles, el duque de Montpensier.

enemigos y provocar no solo gran cantidad de daño físico y material, sino también la desmoralización de las tropas, debido a que éstas nunca sabían en qué momento iban a ser atacadas) contra los franceses (Pérez, 2018, pág. 192).

Mientras tanto, el ejército francés no se quedó de brazos cruzados y emprendió la marcha en busca de una batalla campal que consiguiera derrotar las huestes castellano-aragonesas y napolitanas. Así, Roberto Stewart, señor de Aubigny, gobernador de Calabria y segundo del duque de Montpensier (virrey francés en Nápoles), agrupó un ejército de alrededor de 4000 hombres, donde la caballería pesada o gendarmerie destacaba sobre el número de infantes franceses, voluntarios italianos y mercenarios suizos (Jiménez, 2004, pág. 194).

Así pues y a pesar de las recomendaciones de Gonzalo de no aceptar batalla y continuar con la “guerra de guerrillas” durante un tiempo más, Ferrante, influenciado por sus capitanes y las pequeñas victorias que estaban consiguiendo, presentó batalla con la totalidad del ejército hispano-italiano (menos de 4000 efectivos, pues un gran número de soldados quedó como guarnición de las plazas ya recuperadas) en Seminara el 21 de junio de 1495.

Cabe recordar como la posición de Gonzalo Fernández de Córdoba frente al rey napolitano era comprometida, pues no solo actuaba como asesor militar de Ferrante, sino que también ejercía como Capitán General aliado a la vez que intentaba mantener su independencia para comandar a su ejército y no echarlo a perder a las primeras de cambio (Hernández, 2009, pág. 133).

La batalla de Seminara

A pesar de que los contendientes dispusieron de un número parecido de efectivos, sería el bando francés el que gozara de una gran ventaja sobre los aliados, pues acumulaban una gran cantidad de caballería pesada, el llamado “tanque de la época”, que no tenía rival aun en los campos de guerra europeos. Así, los jinetes ligeros castellano-aragoneses no tenían ninguna ventaja sobre éstos, teniendo los hispanos que conformarse únicamente con ballestas, arcabuces, espadachines y escuderos para frenar a los franceses. De hecho, Stewart contará también con la temible infantería suiza, armada con picas y alabardas. Por lo que podemos entrever como la disparidad de fuerzas acabó por desnivelar la balanza en favor del galo (Hernández, 2005, pág. 138).

Mapa del sur peninsular italiano donde se muestran los movimientos de tropas francesas y castellano-aragonesas
Mapa del sur peninsular italiano donde podemos observar el movimiento de las tropas francesas y aliadas y como éstas se verán las caras en Seminara, muy cerca de Sicilia. Imagen recuperada de www.arrecaballo.es

Gonzalo intentó, esta vez sin éxito, hacer ver al joven e inexperto rey napolitano la necesidad de guarecer las tropas tras los muros de Seminara, pero a pesar de su insistencia, Ferrante lo tenía todo dispuesto y deseaba fervientemente ganar a los franceses en campo abierto, lo que significaría no solo recuperar la ventaja en la guerra, sino también legitimarse ante los poderosos nobles italianos.

El historiador Hernández Ríos tras una extensa investigación sobre la figura de Gonzalo Fernández de Córdoba rescata las palabras del Gran Capitán escritas por Jovio (historiador y humanista italiano del siglo XVI) en su Crónica Manuscrita de comienzos del siglo XVI: “Dios es testigo, que no por temor que tenga, no por conservar la gente rehúso esta batalla, porque todo lo tienen a su salvo los franceses. Gastémoslos poco a poco, y con la ayuda de Dios cobraremos las plazas que restan” (Hernández, 2005, pág. 138).

Finalmente, las tropas aliadas se desplegaron en las colinas al este del pequeño municipio de Seminara, uno de los territorios más australes de la península italiana, muy cerca de la isla de Sicilia. Dispuestos a la derecha con 1000 infantes y 400 jinetes; mientras que a la izquierda, el rey napolitano formó junto a 3000 compatriotas (de nuevo encontramos disparidad entre las fuentes a la hora de concretar el número de combatientes, es por ello que tomamos la cifra más “realista” para la redacción del artículo). Enfrente, Stewart formó con su caballería mientras que a la derecha dispuso a los piqueros suizos. Por último, los voluntarios autóctonos fueron colocados en la retaguardia (Pérez, 2018, pág. 192).

Grabado de la batalla de Seminara de 1495 el cual supondría la primera derrota de Gonzalo Fernández de Córdoba en suelo italiano.

De este modo, la infantería francesa inició la marcha para evitar ser envueltos por los voluntarios napolitanos, por este motivo, los jinetes hispanos cargaron contra ellos, con la intención de desorganizarlos. Pero entonces el general francés lanzó a su caballería contra la castellano-aragonesa, pues buscaba el mismo fin que Gonzalo.

Las tropas del Gran Capitán, veteranas en la guerra de Granada, retrocedieron con el fin de organizarse y volver a la cargar, como era costumbre cuando lucharon contra el Reino de Granada. Sin embargo, los italianos, que no conocían las tácticas hispanas, pensaron que las tropas de Gonzalo huían del combate, por lo que se dieron a la fuga sin apenas entrar en liza. El resto de la batalla, si se puede considerar así, fue una auténtica carnicería: la caballería francesa arrasó a las tropas italianas que huían en tropel, mientras que las únicas que conservaban la organización eran las castellano-aragonesas del Gran Capitán. Para evitar la masacre total del ejército, el capitán cordobés ordenó una retirada progresiva hacia Seminara (Pérez, 2018, pág. 192).

Gonzalo Fernández de Córdoba como comandante del ejército expedicionario castellano-aragonés

El rey napolitano, humillado por la derrota, volvió a Sicilia con los restos del ejército italiano, mientras que Gonzalo, se acabó por acantonar en Reggio. El bueno de Fernández de Córdoba supo aprender y sacar las mejores conclusiones de la derrota: en primer lugar, se vio favorecido al separarse de Ferrante, pues no compartían tácticas militares; en segundo lugar, el militar cordobés aprovechó el impasse en el que se había convertido el conflicto tras la derrota en Seminara para rearmar e instruir a sus tropas. Hecho que consideraba fundamental para la victoria final.

De esta forma, sustituyó las viejas ballestas por los nuevos arcabuces, pues, a pesar de que los soldados necesitaban una mayor y mejor instrucción para su uso, reuniendo la cantidad suficiente podría hacer frente a grandes y potentes unidades, como la caballería pesada francesa.

Además, Gonzalo no se vería, a partir de ahora, sujeto al uso de antiguas tácticas medievales donde las batallas campales necesitaban de un gran número de efectivos, además de reclutar unidades más “acorazadas”. Así pues, Fernández de Córdoba volvió a la táctica que mejor conocía y que tan buenos resultados le dio en la frontera del Reino de Granada, la llamada “guerra de guerrillas”, donde las escaramuzas, emboscadas y demás ataques fugaces no solo debilitaban la moral francesa, sino que además instruía a las tropas hispanas en el terreno que mejor conocían (Hernández, 2005, pág. 140).

A todo lo anterior, hubo que sumar el conocimiento del terreno, pues estos territorios eran muy parecidos a los encontrados en el sur peninsular español, por lo que las tropas hispanas se encontraban como en casa. Además, las escarpadas sierras del Aspromonte y el Apenino calabrés protegían el flanco izquierdo mientras que el flanco derecho estaba resguardado por las naves de Requesens, que continuaba comandando la flota castellana (Hernández, 2005, pág. 142).

La guerra continuaba en el sur de Italia, por lo que el duque de Montpensier salió en la búsqueda de Gonzalo, aunque merece la pena destacar como nunca conseguía atraparlo, pues cada vez más, el Gran Capitán y sus tropas conocían el terreno y lo utilizaban en su beneficio. Quizás sea por el nerviosismo de los franceses o por la necesidad de acabar con la “guerrilla” castellana, Stewart, encontrándose en Nápoles, envió un destacamento a reforzar al duque.

Este hecho fue aprovechado por Ferrante, éste, animado por los restos del ejército napolitano, unido a nuevos reclutas que huían de las zonas ocupadas por los franceses, embarcó en la flota de Requesens y se dirigió a Nápoles, ya que se encontraba prácticamente desguarnecida después del envío de tropas de su virrey a la búsqueda del castellano. De este modo, Ferrante consiguió por fin la ansiada plaza de Nápoles (Pérez, 2018, pág. 193).

«Tavola Strozzi», 1472, Francesco Rosselli, Museo Nazionale di San Martino. En esta pintura se observa la ciudad de Nápoles tras la victoria de la flota de Alfonso V «el Magnánimo» sobre Luis III de Anjou.

1496, año decisivo en la guerra

En febrero del año 1496 los contendientes estaban bastante equilibrados, pues, aunque es cierto que la alianza hispano-napolitana se asentaba en el sur de la península, las fuerzas francesas y los partidarios de éstos seguían manteniendo diferentes plazas fuertes, además de un poderoso ejército siempre amenazante.

Aunque esta vez Gonzalo recibió los pertrechos y el dinero necesario para continuar la campaña. Éste consideraba fundamental que sus soldados recibieran la paga en tiempo y forma, pues su éxito o fracaso en la contienda dependía del arrojo de sus hombres y éstos, como soldados profesionales, necesitaban de la paga para su propia subsistencia y la de sus familias.

Tras la toma de nuevas plazas, como la de Squillace o Crotone, Gonzalo dudó entre desplazarse hacia Tarento (lo que le daría una fama sin igual) o continuar en Calabria y arrebatar Cosenza a los franceses (fuertemente protegida) y asegurar así su posición en el sur de Italia.

Dibujo de Gonzalo Fernández de Córdoba en plena batalla
Gonzalo Fernández de Córdoba, Dariusz Bufnal. Imagen recuperada de www.arrecaballo.es

Finalmente se decantó por la segunda opción, tomar la ciudad calabresa. Esto lo hizo por dos motivos principales, el primero de ellos sería que Gonzalo contaba con un reducido número de efectivos para asediar la fortificada Tarento, a pesar de que cada día que pasaba se le sumaban más voluntarios italianos que querían servir bajo el mando del famoso Gran Capitán; el segundo motivo fue la distancia recorrida, y es que Gonzalo sabía que si alargaba su exiguo ejército (y a su vez, las líneas de suministros), sería más vulnerable a un posible ataque de los franceses en la retaguardia (Hernández, 2005, pág. 144).

Teniendo en cuenta los motivos anteriores Cosenza fue la elegida. Gonzalo, que no disponía ni del tiempo ni los hombres necesarios para un asedio prolongado, acabó ordenando el asalto a la misma, consiguiendo su rendición después de dos intentos infructuosos, pues las defensas francesas estaban bien establecidas. De esta manera, el rey de Nápoles se anexionó la última región del sur de Italia en poder de los franceses, obligando a éstos y a sus partidarios a su huida a posiciones más al norte (Hernández, 2005, pág. 144).

Cuando se encontraba en dicha ciudad, Fernández de Córdoba fue llamado por Ferrante para que acudiera a Atella, municipio situado en el centro de la región de la Basilicata, pues el rey se había dirigido hacia la ciudad para asediarla ya que en ella se encontraba el último reducto francés de importancia en el sur peninsular comandado nada más y nada menos que por el duque de Montpensier, gran enemigo del rey Ferrante. El rey napolitano solicitaba la ayuda militar de Gonzalo de Córdoba para acabar con el francés y a pesar de las iniciales reticencias del cordobés (éste pensaba que antes de iniciar una empresa mayor había que desbaratar al partido angevino en toda la zona calabresa, pues siempre existía el riesgo de una revuelta en la retaguardia), acabó encaminándose hacia la referida ciudad de Atella (Hernández, 2005, pág. 145).

El sitio de la ciudad de Atella será el que a la postre catapulte la fama de Fernández de Córdoba, ganándose el sobrenombre de Gran Capitán por su gran desenvoltura y bravura en el campo de batalla.

Al llegar a la dicha villa con apenas 400 jinetes, 70 hombres de armas y 1000 infantes, después de una larga marcha de diecisiete días, aunque reforzado con 500 hombres llegados desde Castilla, Gonzalo se reunió rápidamente con los comandantes de los diferentes ejércitos que ya se encontraban asediando el enclave. De esta manera, el rey Ferrante, César Borgia (legado pontificio) y el duque de Mantua (general de los venecianos) entregaron inmediatamente el mando de la operación de asedio al castellano, pues éste ya se había granjeado una gran fama entre los napolitanos (Pérez, 2018, pág. 193).

Según el historiador Hernández Ríos, en lugar de tomar tiempo para descansar a sus tropas, Gonzalo Fernández de Córdoba reconoció el terreno junto a sus jinetes. Dándose cuenta como los franceses disponían de unos molinos de trigo que estaban situados junto a un arroyo, de los cuales podían obtener una cantidad casi ilimitada de alimento. Además, cabe reseñar como tanto franceses como suizos esta vez no estaban bien organizados y es que se presupone que las continuas derrotas de éstos acabaron por menoscabar la moral de las tropas (Hernández, 2005, pág. 146).

Gonzalo atacó rápidamente estos molinos, arrebatándoselos a los franceses. Este hecho, aunque pudiese parecer de una importancia menor, sería determinante en el devenir del asedio. Pues los galos quedaron sin suministros con los que poder mantenerse de manera indefinida.

De esta forma, el duque de Montpensier no podría aguantar mucho más tiempo, por lo que, si en el plazo de treinta días no recibía refuerzos de Carlos VIII, rendiría la plaza, hecho que a la postre acabaría sucediendo.

Dicha capitulación incluía una serie de cláusulas como la rendición de todas las plazas de Nápoles, la concesión de una pequeña flota con la que trasladar a los soldados franceses hasta su tierra o la concesión de indultos a los soldados napolitanos que se habían unido a los franceses tiempo atrás (este hecho estaba supeditado al reconocimiento de Ferrante II como su rey en el plazo máximo de quince días) (Pérez, 2018, pág. 194).

Cabe destacar como de las 5000 tropas galas que iniciaron el viaje de vuelta a Francia, solo 500 de ellas acabaron llegando a su destino, pues las epidemias hicieron estragos entre éstos, llegando a morir el comandante de todos ellos, el duque de Montpensier.

Además de la ya reseñada fama que consiguió el comandante cordobés con la toma de Atella, este asedio significaba todo un cambio en la concepción de la guerra y la toma de territorios, sustituyendo las antiguas batallas campales medievales por asedios en los que, si se tenía el conocimiento suficiente, se conseguía rendir rápidamente las defensas sin apenas sufrir bajas, únicamente cortando las líneas de suministros (Jiménez, 2004, pág. 196).

Gonzalo, tras la toma de Atella, pensaba darles un merecido descanso a sus tropas, pues estaban exhaustas después de dos años de batallas continuas. Aunque, una vez más, sus servicios fueron requeridos, aunque esta vez por el Papa Alejandro VI, que pedía la ayuda del castellano para recuperar el puerto romano de Ostia.

El Gran Capitán ante el papa Alejandro VI. 1778. Zacarías González Velázquez. Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid.
El Gran Capitán ante el papa Alejandro VI. 1778. Zacarías González Velázquez. Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid. La pintura rescata el momento en el que Gonzalo Fernández de Córdoba entrega esposado al corsario Guerri al Papa Alejandro VI. Esta victoria propició que el Gran Capitán obtuviese un gran prestigio, además de grandes prebendas como la «Rosa de Oro», galardón que entregaba el Papa a sus súbditos más abnegados de cada año.

La plaza de Ostia estaba gobernada por el vizcaíno Menaldo Guerri, que seguía bajo las órdenes de Carlos VIII. Éste, había prometido al pontífice que le devolvería dicha plaza a la conclusión de la invasión napolitana, pues necesitaba el importante puerto para el abastecimiento de sus tropas en el sur de la península.

Aunque tras la derrota de Montpensier en Atella, el rey nunca cumplió su promesa, por lo que el Papa necesitaba que las tropas francesas que aún se mantenían en esta plaza fueran expulsadas rápidamente, ya que éstas significaban una continua amenaza a los intereses y territorios papales (Pérez, 2018, pág. 194).

De esta manera, el Gran Capitán se personó en la ciudad para convencer a los franceses de la inutilidad de su establecimiento en Ostia, pues, aunque podían recibir pertrechos y suministros por mar, las tropas francesas se encontraban a muchos kilómetros de distancia, por lo que no iban a recibir nuevos combatientes con los que enfrentarse a los castellanos. Al no obtener una respuesta positiva, Gonzalo sitió la plaza con 1000 infantes, 300 jinetes y varias piezas de artillería, que a la postre, derruyeron los muros de la ciudad, entrando el ejército castellano-aragonés por diversos flancos. Guerri y sus corsarios, ante lo apabullante del ataque hispano, acabaron rindiendo la plaza en agosto de 1496. El Gran Capitán fue aclamado a su entrada en la ciudad eterna al grito de “libertador” (Pérez, 2018, pág. 195).

Últimas escaramuzas de la guerra y reconocimientos a Gonzalo Fernández de Córdoba

A pesar de la victoria, Ferrante no disfrutó mucho el trono de Nápoles que tanto le costó recuperar, pues falleció (probablemente de malaria) unos meses más tarde a la toma de Atella.

Los nobles reconocieron a Federico, tío de Ferrante, nuevo rey de Nápoles. Pues éste mantenía buenas relaciones con su tío Fernando de Aragón, amén de Gonzalo Fernández de Córdoba. Y lo consideraban como el más adecuado para ocupar la corona.

Gonzalo marchó a Nápoles donde el rey Federico colmó de títulos y regalos al cordobés tales como el ducado de Sant´Angelo, o los señoríos de Civitacampomarano, Roccavivara, Morrone, Montenegro, entre otros. Además, éste recibió las capitanías de las ciudades de Vesti, San Giorgio, Cacabottacio, Dragonara y el condado de Conza. Convirtiéndose, de esta manaera, en un barón napolitano unido a las dos Coronas (aragonesa y napolitana). Además de gozar no solo del favor de Alejandro VI, del que recibió la Rosa de Oro (como agradecimiento por la liberación de Ostia), sino también de poderosas familias italianas como los Colonna (Testa, 2019, pág. 71).

Cabe destacar como el rey Rodrigo, en su afán por satisfacer en elogios al bueno de Gonzalo, dijo: “es debido conceder siquiera una pequeña soberanía a quien era acreedor de una corona”. Poniendo de manifiesto como no podían más que agradecer al castellano su buen hacer en la contienda, pues, con un puñado de soldados consiguió expulsar a los franceses de toda Nápoles (Pérez, 2018, pág. 195).

Antes de marcharse de tierras italianas, Gonzalo atacó algunas plazas que seguían fieles a Carlos VIII, pero no lo haría con tibieza, sino que acabaría con la totalidad de sus defensores, pues de esta manera mandaba un mensaje a los nobles que aún se pensaban seguir siendo fieles al francés. Además, fortificó las costas napolitanas con el fin de “prepararlas” para una más que probable vuelta a las armas, hecho que acabó por confirmarse más adelante (Hernández, 2005, pág. 148).

A su regreso a la Península Ibérica en 1498, Fernández de Córdoba fue aclamado como un auténtico héroe nacional. Incluso el rey Fernando, del que se cuenta que sentía cierto resquemor por la fama del cordobés, alabó a éste reconociéndole que la guerra de Nápoles le había otorgado a su reinado más fama y prestigio que la conquista de Granada (Pérez, 2018, pág. 196).

Conclusiones

Como conclusiones sobre la guerra de Nápoles me gustaría recalcar el protagonismo de Gonzalo Fernández de Córdoba. Su figura, ampliamente estudiada por grandes historiadores, nos viene a demostrar como una sola persona es necesaria para cambiar los preceptos establecidos.

En este caso en particular, el castellano combatirá en la guerra de Nápoles, no para su lucimiento personal, sino por lealtad hacia los Reyes Católicos, a pesar de saberse en inferioridad ante las tropas francesas. Este concepto medieval choca con la idea de progreso que se percibe de sus nuevas tácticas militares, transgresoras para la época, donde no le importa menoscabar su imagen respecto a sus enemigos, si para ello consigue la victoria final.

A raíz de este conflicto se establecerán los nuevos manuales militares, donde se abandona la idea de grandes batallas campales, en pro de asedios estratégicos, con los que tomar plazas clave. La extensión en el uso de nuevas armas, como los arcabuces, la multiplicación de piezas de artillerías, tan necesarias en el arte del asedio o el conocimiento del terreno para generar ventaja, son solo algunas de las novedades que se verán a partir de ahora.

Me gustaría detenerme en el uso de la artillería, y como a partir de la profusión en su uso se transforma incluso los manuales arquitectónicos sobre fortalezas. Ya no se construye tan alto, pues en estos nuevos tiempos no se asaltan castillos con escalas o trabuquetes. Ahora se construyen fortalezas más bajas, aunque con gruesos muros, capaces de soportar gran cantidad de descargas.

Por todo lo expuesto anteriormente, considero clave el estudio y divulgación de este conflicto en particular, pues supondrá un cambio de paradigma entre un mundo medieval que va terminando y otro moderno que se abre paso.

 

Imagen del Gran Capitán.
El Gran Capitán, Augusto Ferrer-Dalmau.

 

Bibliografía

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PÉREZ GIMENA, J.A., 2018: “De Granada a Pavía. La evolución del ejército español desde 1482 a 1525”. Revista de Historia Militar, N.º 123. Págs. 190-232. Ministerio de Defensa, Madrid.

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