Cuando el mundo era medio milenio más joven, tenían todos los sucesos formas más pronunciadas que ahora. Entre el dolor y la alegría, entre la desgracia y la dicha, parecía la distancia mayor de lo que nos parece a nosotros.

Johan Huizinga, El otoño de la Edad Media.

Introducción: la peste negra y la transformación de Europa

La crisis del s. XIV es la depresión que señaló el principio del fin de la Edad Media y marcó los primeros pasos hacia la Modernidad. Una metamorfosis que alcanza su punto álgido en 1348 cuando la violenta epidemia de peste negra azotó el continente europeo. Se trata de una recesión que impactó en la colectividad occidental, configurándose como un punto de inflexión histórico que  modificó la política, la economía, la religión (y religiosidad) y el modus vivendi europeo. Un movimiento que, con la peste negra como blasón, realiza una profunda incisión en la psicología colectiva. Se alteró la materialidad tal y como se conocía, abriendo paso a una nueva realidad: la Edad Moderna. Son muchos los autores que postulan la crisis del s. XIV como el puente de tránsito entre el medioevo y la modernidad, señalando su incidencia en las esferas de lo político, lo económico y, sobre todo, lo social. Huizinga comienza su obra más conocida, El otoño de la Edad Media, señalando la diferencia entre la sensibilidad de la sociedad actual y la sociedad que nos precedió hace medio milenio (Huizinga, 1994: 13). Así, la concepción sobre la muerte era muy diferente a la que tenemos hoy en día, pues ésta era vista como la caducidad de la vida. Esta percepción representaba el temor y la intranquilidad por el más allá. La muerte era contemplada desde el miedo y la angustia como un interrogante sobre el lugar al que van los que antes ocupaban las calles y ahora descansan en silencio. ¿Dónde se los había llevado la parca? Esta idea penetra en el imaginario colectivo, alimentando la figura del memento mori que tendrá tanta prevalencia en la literatura renacentista.

No es de extrañar que la muerte dejase una profunda huella en la memoria colectiva, pues el final de la Edad Media se caracteriza por ser un período letal y pestilente en el que Europa perdió a un décimo de su población. Esto queda reflejado en el imaginario popular a través de las danzas de la muerte: grabados y poemas que exclaman la brutalidad e indiferencia de la parca, que ensombrece todo a su paso:

¿O piensas que por ser mancebo valiente
o niño de días, que alueñe seré,
e fasta que llegues a viejo impotente
la mi venida me detardaré?
Avísate bien, que yo llegaré
a ti a desora; que non he cuidado
que seas mancebo o viejo cansado:
qual yo te fallare, tal te levaré.

Dança general de la muerte, iii, 17 – 24 (Morreale, 1991: 40).

 

La danza macabra, que se consagrada en la Baja Edad Media como un género tanto iconográfico como literario, representa el baile de los vivos con los muertos. Estas imágenes suelen estar acompañadas de poemas en latín o lengua vernácula, muy fáciles de entender. Lo importante de este género es que representa la multitud de actitudes del vivo ante la llegada de la muerte: algunos se quedan petrificados, otros son arrastrados, algunos son consumidos por el llanto y otros simplemente dialogan y bailan, “moviéndose al compás de la muerte”. Las danzas macabras son, por tanto, un amplio catálogo de expresiones y gestos emocionales en una sociedad azotada por la muerte a diario. Esta categoría del arte surge a finales del s. XIV como consecuencia de las convulsiones de la peste negra, que incitaron a los artistas a reflejar la terrible realidad que les azotaba. Se trata de una viva expresión del cristianismo más humano que nace después de 1348 donde, a través de las danzas macabras, las imágenes de cadáveres pútridos y bubones infectados que tanto conmocionaron a la población del momento, quedan inmortalizadas en un período en el que la muerte arrasa con todo (González Zymla, 2014: 24 – 29).

Danza de la muerte
Danza de la muerte, (1486), Guyot Marchant. La muerte coge de la mano a dos personajes de la alta sociedad

La peste negra y su difusión en 1348

Por la herencia de la literatura y la iconografía del momento, deducir que la peste tuvo un impacto tremendo en la sociedad no es algo descabellado. Ariès y Tenenti apuntan a que el horror producido por la muerte no es sino un síntoma del amor a la vida. Un amor que no solo teme a la descomposición o al acto de morir, sino a todo aquello que amenaza a la “vida plena”: desde la enfermedad hasta la vejez (Ariès, 2011: 52 – 53). Es por ello que la peste reúne todos los elementos para sembrar el miedo y el horror: un fenómeno letal, que enferma a un continente entero en cuestión de meses y que lo reduce a una pila de cadáveres, llevándose consigo la vida de la décima parte de la población.

A pesar de que desde mediados del s. XIV se intentó comprender la naturaleza y etiología de la peste negra, el bacilo causante de semejante terremoto demográfico y psico-social no se descubrió hasta 1894 de la mano de Alexandre Yersin. Yersinia Pestis es el nombre de la bacteria que ocasionó el diezmo de la población europea en cuestión de medio siglo. Actualmente sabemos que este tipo de peste se originó en las estepas de Asia Central y se dispersó a través de la ruta de la seda, llegando en su vertiente norte a Astracha (Rusia) y en su vertiente sur a Bagdad. La cadena de transmisión de la enfermedad se origina en colonias de roedores y, en este caso, roedores típicos de la estepa centroasiática: marmotas y jerbos. Estos pasan la enfermedad a la pulga típica de los roedores, la Xenopsylla Cheopis (González & Miller, 2016: 239 – 241). La pulga, cuando pica a una rata infectada, se infecta y pierde capacidad digestiva: se cierra su estómago. En un intento de satisfacer su sed y hambre, sigue picando a otras ratas, infectándolas, hasta que muere. Las colonias de ratas, que llevaban consigo su enfermedad y sus pulgas, buscan establecerse en zonas como los camarotes de barcos, bodegas… donde entraban en contacto con humanos. La enfermedad se extiende en el caso de las personas a través del torrente sanguíneo, afectando al sistema linfático y alojándose en los nódulos linfáticos. Este será el origen de las famosas bubas negras que aparecían como primer síntoma de infección de la peste bubónica. Desde el sistema linfático, se extiende al resto de órganos: hígado, páncreas etc. En caso de que los pulmones se conviertan en el lugar predilecto donde se aloje la infección, se desarrolla un segundo tipo de enfermedad, la peste pulmonar, que además se puede propagar entre humanos a través del aire con una facilidad increíble, siendo más letal. En caso de que haya una proliferación masiva de bacterias en el torrente sanguíneo, esto resulta en una toxemia, que provoca un tercer tipo de peste: la septicémica. El período de incubación de la enfermedad y la aparición de los primeros síntomas oscila entre 48 horas y seis días. Actualmente, sin un tratamiento antibiótico adecuado, la mortalidad es del 40/60% en el caso de la peste bubónica y del 90% en el caso de la peste pulmonar (Ditrich, 2017: 33 – 34). Estas cifras permiten hacernos una idea de la mortalidad y la brutalidad de la enfermedad, que se extendió sin ningún tipo de compasión a lo largo del continente.

Aunque la teoría más difundida defiende que la epidemia de peste negra fue consecuencia de la infección producida por la bacteria Yersinia pestis, a día de hoy todavía hay un debate abierto en los campos de la historia y la medicina acerca de la naturaleza y etiología de la plaga del s. XIV. A pesar de que es necesario señalar que este debate sigue abierto, muchos estudios se postulan de lado de la teoría tradicional . Es el ejemplo del modelo matemático de Gaudart que, dando la razón a la hipótesis clásica explica con mucha elocuencia la rápida dispersión de la peste a través de su tipo neumónico (Gaudart, 2010: 277 – 305).

La teoría clásica de difusión de la peste parte de la crónica de Gabriel de Mussis, quien defiende que el origen de la infección y plaga del 48 tuvo lugar en Caffa. Este letrado italiano señala que la entrada de la peste en el mundo occidental se produjo por parte de las tropas mongolas en el asedio la ciudad donde se encontraba un grupo de comerciantes genoveses. En 1347 el ejército mongol que asediaba Caffa se vio afectado por la peste, accidente que posiblemente no les pilló en las mejores condiciones higiénicas. Como no tenían medios para hacer frente a la merma demográfica que suponían las bajas por la enfermedad, los mongoles optaron por arrojar cadáveres por encima de la muralla, infectando a toda la población que allí se encontraba. Algunos historiadores han querido ver en este acontecimiento el primer ejemplo de una guerra biológica, mientras que otros se limitan a analizarlo como una solución a la saturación que vivió el ejército que, ante la ausencia de los medios necesarios para enterrar a sus soldados, simplemente optaron por librarse de los cadáveres arrojándolos al otro lado del muro (Ditrich, 2017: 31 – 33). Gabriel de Mussis murió en 1356 y se creía erróneamente que viajó en el barco genovés que trajo consigo la plaga desde Caffa. A día de hoy se sabe que permaneció en Piacenza durante la plaga. De Mussis nos cuenta así el asedio:

Todo el ejército mongol se encontraba infectado por una enfermedad que los mataba de mil en mil cada día. Se pensaba que la afección eran flechas celestiales que quebrantaban la arrogancia de los mongoles. Cualquier tipo de atención médica era inútil, pues los mongoles morían tan pronto como aparecían los primeros síntomas de la enfermedad: bubas en las axilas seguidas de una gran fiebre. Los mongoles, moribundos y estupefactos ante la inmensidad del desastre que les asolaba y dándose cuenta de que no tenían escapatoria, perdieron interés en el asedio. No obstante, ordenaron que los cadáveres se depositaran en catapultas y se arrojaran a la ciudad con la esperanza de que semejante afección matara a todos los que estaban dentro. Montañas de muertos caían dentro de la ciudad y los cristianos no podían esconderse o escapar de ellos. A pesar de que intentaron tirar cuantos pudieron al mar, pronto, los cuerpos putrefactos infectaron el aire y contaminaron el agua, con un hedor insoportable. Además, un enfermo podía infectar a los demás, contaminando todos los lugares allá donde fuere. Nadie sabía qué hacer ni cómo defenderse de aquello.

De Mussis, Historia de Morbo (Horrox, 1994: 17)

El triunfo de la muerte, Peter Brueghel
El triunfo de la muerte, (1562), Peter Brueghel el viejo, Museo nacional del Prado

Un ataque de este calibre, ya sea planteado como arma biológica o como una simple vía de escape a una situación límite, tuvo unas consecuencias catastróficas no solo para la población de Caffa, sino para Europa.

Ya hemos visto la dimensión epidémica de la enfermedad y las posibilidades de su virulencia. No obstante, hay que valorar el increíble efecto psicológico que este ataque y su ulterior expansión por occidente tuvo sobre la población. La onda expansiva derivada de esta crisis sanitaria, social y económica afecta a la psique colectiva hiperbolizando su experiencia, fenómeno que queda reflejado en las fuentes y documentos de la época. Esta visión superlativa de la realidad hace que los balances humanos sean exagerados, derivando de los mismos una serie de clichés numéricos. Por ejemplo, la mortalidad estimada en el momento suponía que solo un 10% de la población total sobrevivió. Junto a este tipo de exageraciones, surge toda una leyenda negra que queda consagrada en las crónicas de la época y se mantiene a lo largo de la historia hasta que se empieza a abordar este fenómeno desde el rigor histórico. Entre las hipérboles que pueblan la literatura, encontramos repetido hasta la saciedad el mantra de que “no había suficientes vivos para enterrar a todos los muertos” (Horrox, 1994: 3). También se dice que los cementerios colapsaron y, como consecuencia, se tuvieron que hacer nuevas necrópolis. Así nos lo cuenta John Stow:

Una gran pestilencia entró en esta isla, primero por Dorsetshire y, avanzando a través de Devonshire, Somersetshire, Gloucestershire y Oxfordshire, llegó eventualmente a Londres y al resto de Inglaterra, tan mortífera que dejó viva a una de cada diez personas, desbordando los cementerios, incapaces de recibir a más muertos […]. Ralph Stratford, obispo de Londres, en el año 1348, compró un terreno que bautizó como “Tierra de Nadie” y, cercándolo con una pared de ladrillo, lo convirtió en un cementerio, construyendo a posteriori su capilla correspondiente.
En el año 1349, Sir Walter Manny, temiendo el peligro que se cernía sobre la población ante la peligrosa plaga, compró trece hectáreas de terreno colindante a la “Tierra de Nadie” […]. Según he leído en las cartas de Eduardo III, en esta parcela había enterradas en total más de 50.000 personas.

Jon Stow, A Survey of London (Horrox, 1994: 266 – 267)

Aunque todavía estamos lejos de poder calcular con exactitud la incidencia cuantitativa de la peste sobre la demografía europea, podemos afirmar con certeza que no mató al 90% del continente. Se estima que pudo haber una tasa de mortalidad de en torno al 60% a nivel general (Benedictow, 2011: 589). Estudios recientes evidencian que, a nivel europeo, murieron aproximadamente 50 millones de personas (Benedictow, 2005: 48). La enfermedad, que toma Constantinopla en el año 47, se difunde y arrasa el mapa europeo a lo largo del 48, extendiéndose a través de las rutas comerciales del Mediterráneo y el Báltico (Horrox, 1994: 9).

A nivel peninsular, sabemos que la peste causó fuertes estragos en el caso de la Corona de Aragón, donde  el porcentaje de mortalidad se corresponde con el porcentaje a nivel europeo (en torno a un 60%), Este porcentaje es superado en algunos casos como en la Plana de Vic, donde se registra una disminución de un 74% de los fuegos (Parrilla Valero, 2019: 18). En Navarra, en cambio, la peste fue menos virulenta, llevándose por delante al 35% de la población (Castán & Dueñas, 2006: 304). En la Corona de Castilla, el panorama historiográfico es bastante desalentador para conocer con exactitud la repercusión demográfica de la peste negra (Vaca Lorenzo, 1990: 90). Por la documentación conservada, en la que no son muchas las referencias específicas a las consecuencias de la peste, podemos observar que la enfermedad tuvo especial incidencia en la zona norte de Castilla. Los primeros casos registrados en la península ibérica se encuentran en Bayona y Valença (Galicia) entre marzo y julio del 48 (Masuno, 1994: 28). Las tesis tradicionales postulan que la entrada de la peste en la península se realiza desde Francia a través de la ruta de peregrinaje a Santiago. Esto explicaría la aparición de los primeros casos en Galicia, así como la mayor incidencia de la enfermedad en el norte de la Corona de Castilla. No obstante, a la hora de dibujar un rastro epidemiológico y poder establecer una línea temporal y geográfica de la expansión de la enfermedad, no podemos descartar la llegada de la peste por vía marítima a la costa del levante (lo cual explicaría la virulencia de la plaga en esta zona). Tampoco podemos descartar la posibilidad de que se extendiese de manera centrípeta desde la marca musulmana. A pesar de que no contamos con testimonios concretos o cuantitativos sobre la incidencia de la peste en Castilla, sabemos que fue violenta, cobrándose incluso la vida del monarca castellano, Alfonso XI.

La pandemia supuso un fuerte varapalo a la economía europea, que ya era desfavorable antes de 1348. Jean de Venette nos cuenta cómo Francia ya se encontraba asolada por el hambre y la guerra antes de que la peste llegase al territorio galo:

En 1348 las gentes de Francia, y en general las de todo el mundo, se vieron asoladas por algo más que la guerra. Justo cuando el hambre se cernía sobre ellos, como describíamos al principio de este relato, así como después llegó la guerra, como también hemos descrito, ahora la pestilencia se extendía a lo largo del mundo.

Jean de Venette, Crónica de Jean de Venette (Horrox, 1994: 95).

Hay que tener en cuenta, a colación de lo que señala Venette, que dentro del territorio europeo había zonas que, por su situación política, se encontraban en una situación más vulnerable. Este es el caso de Francia e Inglaterra, que se encontraban sumergidas en la Guerra de los Cien Años. De esta manera, la fragilidad política ponía en jaque la estabilidad económica, que a su vez repercutía en el bienestar social. La sociedad feudal se organizaba en torno a un esquema frágil de por sí, que dejaba muy expuesta a la mayoría de la sociedad. Si a este modelo socioeconómico se le añade la presión añadida de una crisis política, se genera importante estrés dentro del sistema, tensión que culmina en 1348 cuando una epidemia termina de colapsar Europa.

En el caso de la península ibérica y, concretamente en el caso castellano, podemos observar cómo las consecuencias económicas de la peste del 48 se dilatan en el tiempo y quedan reflejadas por primera vez en las Cortes de Valladolid de 1351. En el siguiente testimonio queda recogida la respuesta regia a una súplica en la que se pide que se perdonen las deudas contraídas a causa de la peste negra:

Alo que dizen que algunos de mios rregnos que arrendaron las rrentas que auia de auer el Rey mio padre e yo, et que algunos otros que fueron ffiadores; et que por muchas maneras que acaesçieron assi dela mortandad commo de otras cosas, que tomaron grandes perdidas en las dichas rentas, et algunos destos debdores e ffiadores que sson idos ffuera de mios rregnos e otros que estan ascondidos e otros presos. Et pidieron me merçed que quiera auer piedad destosa tales et que mande quelos ssus cuerpos no sean presos por esta rrazon. A esto rrespondo yo quelo veré, et aquellos que ffallare que es rrazos deles fazer merçed, que gela ffare.

Cortes de Valladolid, 1351, II, pág. 59

Explicaciones de la época a la epidemia de peste

Ahora que conocemos las características de la peste, su difusión y su letalidad, podemos analizar desde el conocimiento y la distancia histórica la severidad de esta conmoción. Una distancia nos permite analizar también la comprensión que se tenía en su momento de la enfermedad, así como las diferentes reacciones ante la pestilencia. Como ya mencionábamos, la peste negra supuso un impacto a todos los niveles: económico, político pero también psicológico y académico. Centrándonos en este último aspecto, sabemos que desde que se desató el primer brote de peste surgió conjuntamente todo un movimiento academicista que trataba de comprender la naturaleza de semejante calamidad e intentaron ponerle freno. De acuerdo a la cosmovisión del momento, se intentó dar respuesta a un problema de proporciones bíblicas al que no se habían enfrentado antes, o al menos, no con esa magnitud. Pestes había habido siempre, de hecho la Edad Media se inicia con un brote de peste bastante severa, conocida como la peste de Justiniano. Esta pestilencia, que dura desde mediados del s. VI hasta mediados del s. VIII, se cobró la vida  de unos 50 millones de personas (el mismo número que se llevó por delante la peste negra en el s. XIV en una ínfima parte de tiempo en comparación). No será hasta la crisis del s. XIV cuando el mundo de la Academia intente comprender la naturaleza de la enfermedad y, sobre todo, la etiología de la misma. Si podían conocer la fuente que provocó la muerte súbita de un tercio de la población, quizás pudieran encontrar una cura en caso de que hubiese rebrotes. La primera explicación que surge es, evidentemente, de carácter teológico. Se trata de una respuesta divina ante la maldad en la tierra, un tópico para explicar catástrofes desde el Diluvio Universal:

El Señor, al ver cuánto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra, y que todos los pensamientos de su corazón tendían siempre hacia el mal, se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la Tierra.

Génesis 6.2.5.

Esta respuesta religiosa hace que ciertos sectores clericales adopten una actitud ciertamente belicista o combativa ante la enfermedad. Por ejemplo, el arzobispo de York habla de la peste como si fuera una batalla. No una batalla sensu stricto pero sí una lucha de fe: Dios pone  al ser humano en estas situaciones para fortalecer su espíritu, combatiendo así la infidelidad y la inmoralidad de los tiempos (Horrox, 1994: 111).

La explicación teológica, que impregnaba siempre todo tipo de teoría o explicación científica medieval, se acompaña de una explicación celeste o astronómica. Son muchos los testimonios de la época que relacionan la conjunción planetaria de Júpiter, Saturno y Marte con la catástrofe de la peste. Esta es una de las explicaciones recogidas por la Facultad de Medicina de París, que por orden de Felipe II, decide en 1348 compendiar las explicaciones médicas y astrológicas que pudieron originar el brote de peste (Horrox, 1994: 158).

Todas las explicaciones esgrimidas tienen de fondo la filosofía naturalista de herencia aristotélica. Esta tendencia de pensamiento, que es la que impregna todo el panorama académico y científico bajomedieval, se extiende gracias a Alberto Magno. Una de las mayores aportaciones de este doctor de la Iglesia fue el defender que la observación de la naturaleza debe ser considerada como método científico. La Edad Media se había caracterizado por aproximarse a la naturaleza desde un paradigma místico. San Alberto inicia junto a Santo Tomás de Aquino un movimiento que se aleja de la estructura de pensamiento platónica, introduciendo de nuevo el aristotelismo en el mundo académico. Gracias a la ruptura que es la escolástica en el s. XIII, el emergente mundo universitario europeo abraza la filosofía naturalista de base aristotélica, defendiendo un modelo de observación científico. Alberto Magno defiende que la ciencia natural estudie, mediante la observación, los cambios a los que son susceptibles todos los cuerpos. Una metamorfosis que sólo se entiende si se analizan todos los cuerpos en conjunto y no sólo uno en particular (Alonso Simón, 2011: 49). Esta filosofía naturalista que sienta las bases del método científico es la que permite aproximarse a la peste negra y estudiarla desde el rigor de un método científico con el fin de entenderla y explicar su etiología.

Siguiendo el método naturalista de Alberto Magno, la facultad de Medicina de París divide en dos las causas de la peste: una causa universal y distante (dios y los astros) y una causa particular y cercana (el aire). San Alberto, siguiendo la teoría naturalista de Aristóteles identifica en la naturaleza cuatro elementos fundamentales: tierra, agua, aire y fuego. Cada elemento tiene asociadas una serie de características relacionadas con la temperatura, la humedad y su peso. La tierra es el elemento más pesado, el más frío y el más seco; el agua es el segundo elemento más pesado, siendo también frío pero húmedo; el aire es el tercer elemento más pesado, cálido y húmedo; el fuego, por último, es el elemento más ligero, siendo cálido y seco. Cada elemento está asociado a un astro, a un planeta y cada planeta está organizado en torno al sol, que es la estrella más grande de la bóveda celeste. No obstante, el sol no es el centro del universo: el centro es Dios, el sol sólo está en medio de los diferentes planetas y Dios. La correcta alineación de los planetas genera un  equilibrio de los elementos, derivando éste en una harmonía. Este es un concepto fundamental porque en el momento en el que hay un cambio en la alineación de los planetas se produce un desajuste en el equilibrio de los elementos que, en definitiva, supone un desequilibrio en la harmonía celestial. Es decir, en función de cómo los planteas cambien sus posiciones, se produce un cambio en la harmonía que cambia el statu quo y la tranquilidad de la humanidad.

Nos cuenta la facultad de Medicina de París (y también aparece referenciada en otras crónicas del momento) una triple conjunción planetaria en 1345: Júpiter, Marte y Saturno. De acuerdo a la teoría naturalista recién expuesta, Júpiter, un planeta cálido y húmedo, se junta con Marte, un planeta cálido y seco, generando gran pestilencia. También se asocian a todos los planetas una serie de características antropoides derivadas de la mitología grecorromana: Marte es el planeta asociado al dios romano de la guerra, por lo que cualquier tipo de movimiento planetario que involucre a Marte va a estar condenado a un mal presagio. La combinación de estos tres planetas bajo el signo húmedo de Acuario en 1345 se supone que vaticinó la llegada de grandes calamidades y, en concreto pestilencias, debido a un desequilibrio de la harmonía celeste

Esta teoría naturalista no se reduce al mundo celeste. Se trata de una cosmovisión del mundo natural que extrapola el esquema de los cuatro elementos a cualquier aspecto de la realidad, como el cuerpo humano. Pasando al segundo apartado del tratado médico de la Universidad de París, podemos ver cómo la causa inmediata y cercana se refiere a una corrupción de los elementos cercanos e inherentes a nosotros. Los elementos que se articulan en forma de astros en la bóveda celeste también quedan reflejados de manera terrenal. De igual manera, cualquier tipo de alteración de los elementos en la tierra, supone una ruptura de la harmonía y atrae un desequilibrio, rompiendo así el ecosistema. Comienza señalando que el agua y la comida suelen ser las vías más comunes para la propagación de una enfermedad virulenta, pero en este caso la peste se transmite a través del aire (elemento cálido y húmedo).

En sentido anatómico, esta cosmovisión queda reflejada en la naturaleza del cuerpo humano a través de la medicina de Hipócrates y Galeno con su teoría de los humores. El hombre tiene cuatro humores: humor melancólico o bilis negra, que se caracteriza por ser frío y seco (como la tierra); el humor flemático, que se caracteriza por ser frío y húmedo (como el agua); el humor sanguíneo, caracterizado por ser cálido y húmedo (como el aire); y, por último, el humor biliar (bilis amarilla), caracterizado por ser cálido y seco (como el fuego). Cualquier desequilibrio en los humores, quebrantaba la harmonía y derivaba en una enfermedad. La teoría de los humores no se limita a un marco conceptual anatómico, sino que también se aplica a la personalidad y crea arquetipos psicológicos. Pese a que anatómicamente el cuerpo se caracterizaba por la harmonía, psicológicamente siempre había una prevalencia de uno de los humores sobre los otros tres, lo que determinaba el carácter y el temperamento de la persona. De esta forma, de acuerdo a los humores recién descritos, nos encontramos con cuatro tipos de temperamento: melancólico, flemático, sanguíneo y biliar. Analizando las características de cada humor, se creía que las personas en las que sobresalía el humor de la bilis negra, tenían una personalidad fría y seca, con un carácter tendente a la melancolía. Aquellos en los que predominaba el humor flemático tenían un carácter frío y húmedo, lo que les otorgaba una personalidad calmada. Por otro lado, los que tenían un exceso de humor sanguíneo se caracterizaban por tener una personalidad cálida y húmeda con un temperamento vivaz y sentimental. Por último, aquellas personas con una preponderancia del humor biliar (bilis amarilla) se caracterizan por tener un carácter cálido y seco, con un temperamento colérico. Esta clasificación humoral de la personalidad creaba también arquetipos sociales. Por ejemplo, se creía que con el paso del tiempo, la persona iba perdiendo humedad y acababan predominando los temperamentos melancólicos y coléricos (bilis negra y amarilla). Otro arquetipo social era la asociación que se hacía entre el carácter femenino, sentimental, y el humor sanguíneo.

Los humores, Thurn Heisser, 1574
Los humores, (1574), Thurn Heisser

Una vez explicado el complejo sistema humoral de herencia hipocrática, podemos entender cómo las teorías médicas de la época explicaban de acuerdo a este esquema las diferentes posibilidades para contraer una enfermedad u otra. Es por ello que la Facultad de Medicina de París entendía que, si bien todo el mundo estaba expuesto a contraer la peste, había una serie de cuerpos que por sus características humorales tenían más posibilidades de contagiarse. Así, aquellas personas en las que predomina el humor sanguíneo (cálido y húmedo), poseen la misma naturaleza del aire, por lo que es más fácil que contraigan la enfermedad. Recordamos que la Universidad de París entendía que la peste se extendía a través de una contaminación del aire, por lo que aquellas personas con una naturaleza igual a la del aire estaban más expuestas a la contracción de la enfermedad y a la putrefacción. También eran más susceptibles de contraer la enfermedad aquellas personas que tenían malos hábitos, como realizar demasiado ejercicio, mantenían relaciones sexuales o se aseaban. En suma, los más expuestos eran las mujeres, los bebés y los corpulentos. Sin embargo, aquellos que tengan cuerpos secos (con una prevalencia de los humores biliar y melancólico) tenían un ritmo de vida más equilibrado y tenían menos posibilidad de contraer enfermedades (Horrox, 1994: 163).

Doctor Pico de Roma, Paul Fürst, 1656
Doctor Pico de Roma, (1656), Paul Fürst. Este tipo de indumentarias, pese a ser muy posteriores a la epidemia de peste negra de 1348, han quedado identificados con la misma

No sólo se estudió la etiología de la enfermedad, sino que también se publicaron a lo largo de la segunda mitad del s. XIV una serie de tratados sobre los diferentes tratamientos de la peste, siendo el más conocido el de John de Burgundy (1365). Sigue el principio científico que defiende que el aire es el elemento vehicular a través del que se propaga la enfermedad. Citando a Galeno, clarifica que, además de un entorno tóxico, es necesaria una predisposición personal basada en los diferentes humores. Ningún cuerpo sufre corrupción a no ser que tenga predisposición a ello. La predisposición se puede corregir siguiendo una serie de buenos hábitos: evitar comer y beber en exceso, asearse, cualquier tipo de ejercicio (físico o sexo), ya que abría los poros y permite a la enfermedad entrar dentro del cuerpo. Asimismo, también propone una serie de recetas y de indicaciones en función del tiempo que haga. Igual que en la cultura popular se extiende la idea de que tomar zumo de naranja y frutas con vitamina C previene la contracción de enfermedades gripales durante el invierno, en la época se tenían las mismas creencias aunque con pequeñas diferencias. Por ejemplo, nos cuenta John de Burgundy que, si la peste te pilla en una época con clima neblinoso, tienes que oler hierbas aromáticas antes de salir. En cambio, si la epidemia te pilla en un clima cálido, tienes que oler rosas antes de salir de casa y beber vino blanco diluido con agua, en una proporción mayor (que tiene que ser fresca). Si el tiempo es tórrido, tienes que beber agua fresca mezclada con vinagre. Hay una serie de indicaciones atemporales. Por ejemplo, si la peste llega a tu zona y tienes más de siete años, John de Burgundy te propone las siguientes medidas de prevención:

Durante la pestilencia, todo aquel mayor de siete años debe vomitar en ayunas y, dos veces a la semana (más si es necesario), debe meterse en una cama con muchas mantas y beber cerveza caliente con jengibre para sudar dentro del lecho, salir de la cama y no tocar las sábanas hasta que no se haya secado el sudor. En caso de sentir un dolor punzante en una parte de su cuerpo, debe realizar una sangría, que debe ser realizada a diario o cada dos días como mucho.

John de Burgundy (Horrox, 1994: 194).

Respuesta política a la crisis sanitaria

Los diferentes dirigentes políticos tienen que hacer frente a esta crisis, reforzando en algunos casos su autoridad. Son numerosos los legados documentales que nos llegan acerca de la intervención política de la peste, ya sea mediante ordenanzas para organizar el territorio durante la crisis sanitaria o bien como una intervención económica o social para paliar las consecuencias de la peste. A pesar de que es un momento de convulsión total, como hemos enfatizado antes, es un momento en el que también se reafirma la autoridad local con el fin de poder ejercer el liderazgo y poder contener la crisis.

En Pistoia, en mayo de 1348, se promulgan una serie de ordenanzas civiles con el fin de contener la plaga y poder hacer frente social, política y económicamente a la crisis. La mayoría de las ordenanzas publicadas en el primer año de la peste en Italia tienen el fin de ejercer la autoridad local con el fin de contener la enfermedad. Algunas de las más relevantes o curiosas son las siguientes (Horrox, 1994: 194 – 203):

  1. Debido a la enfermedad que amenaza la región e Pistoia y con el fin de prevenir que los ciudadanos de Pistoia la contraiga, ningún ciudadano o residente de Pistoia, sin importar de dónde venga ni cuál sea su condición, estatus o posición social, podrá ir a Pisa o a Luca; y nadie podrá entrar en Pistoia desde estos lugares, bajo pena de 500 florines. Y que nadie de Pistoia reciba o de hospedaje a gente que venga de esos lugares. […]
  2. Los cuerpos no deben ser movidos del lugar de defunción hasta que no sean colocados en un ataúd de madera, con la tapa clavada, mientras tanto, que esté tapado con una sábana o prenda de ropa. Los bienes personales del muerto van con él en el ataúd. Cualquiera que infrinja esta norma será condenado bajo pena de 50 florines
  3. No meter cadáveres en la ciudad, ni con ataúd ni sin él, bajo pena de 25 florines.
  4. Si alguien muere, no se puede presentar ni enviar ningún regalo al hogar del difunto, ni antes ni después del funeral, tampoco se puede visitar la casa, bajo pena de 25 florines. Esta condición no se aplica a los hijos e hijas del muerto, sus hermanos de sangre o sus nietos.
  5. Para que los vivos no enfermen por consumir alimentos en mal estado, ningún carnicero o comerciante podrá colgar carne en el mostrador.

Se promulgan otra serie de ordenanzas para regular las condiciones sanitarias de la venta de carne y el precio de la misma.

Otra ciudad italiana que promulga una serie de ordenanzas de prevención para evitar la entrada y dispersión de la enfermedad por su zona es Milán en 1374 (Horrox, 1994: 203):

A los hombres nobles, la autoridad de Reggio (Bernabò Visconti). Es menester que a cualquiera que le salga una buba o un tumor, abandone inmediatamente la ciudad, castillo o pueblo y que se vaya al campo, viviendo en una cabaña o en el bosque, hasta que se muera o se recupere.
Asimismo, todo aquel que haya servido o atendido a alguien que ha muerto, debe esperar un período de diez días antes de volver a incorporarse a la vida cotidiana.
Asimismo, cualquier cura que examine a los enfermos e identifique la enfermedad, debe avisar inmediatamente a las autoridades pertinentes bajo pena de ser quemado vivo.

La peste pone de manifiesto la necesidad de intervenir desde los focos de poder en pro de regular las condiciones sanitarias de las diferentes ciudades: ya sea desde la regulación de la venta de carne y otros alimentos hasta la necesidad de mantener limpias las calles. Este último objetivo aparece en varias ocasiones en actas del parlamento inglés, que tiene que intervenir en la regulación de la vida pública ante la desidia de sus ciudadanos. La suciedad que plagaba las calles se relacionaba directamente con la corrupción del aire y, ulteriormente, con la peste. En 1388 el Parlamento se reúne en Cambridge ante las malas condiciones higiénicas que se apoderaban de las calles, producto del abandono civil de la vida pública:

Debido a la cantidad de estiércol y excrementos– y otro tipo de bazofia y entrañas de matanzas animales – junto a toda clase de porquería se echa en las zanjas, ríos y otros conductos, así como en otros muchos lugares dentro o en las cercanías de las ciudades, municipios y pueblos así como sus suburbios, resulta en una corrupción e infección del aire y muchas enfermedades y otras infecciones se ciernen sobre los ciudadanos […] es por ello que se acuerda proclamar que en la ciudad de Londres y en las ciudades, municipios o pueblos en los que sea necesario, aquel que arroje residuos, estiércol, entrañas o bazofia en las zanjas, ríos u otros conductos será responsable de limpiarlo y será condenado bajo pena del pago del 20 libras (£).

Además de regular la vida cotidiana con el propósito  de promover el aislamiento y una cierta mejora en las condiciones sanitarias, las autoridades locales y regionales publican una serie de medidas con el fin de regular la vida pública, que se había acabado perdiendo entre el caos. La monarquía inglesa tiene que intervenir en la regulación de la venta de terrenos, ya que con la crisis sanitaria el precio se había disparado. Un precio desorbitado que no permitía la adquisición de tierras se juntaba con el hecho de que, por lo general, la gente había dejado de trabajar. La desidia y el miedo se apoderan en gran medida de la población, que abandona sus obligaciones laborales. Se trata de una actitud generalizada a lo largo del mapa europeo.

Las Cortes de Valladolid de 1351 recogen lo siguiente:

Primera mentre tengo por bien et mando que ningunos omes nin mujeres, que ssean et pertenezcan para labrar, non anden baldios por el mio ssennorio, nin pediendo ni mendigando; mas que todos lazren et viuan por lauor dessus manos, ssaluo aquellos et aquellas que ouieren tales enfermedades et lissiones o tan grand vejez quelo non puedan ffazer, et moças et moços menores de hedat de doze anos.
Cortes de los antiguos reinos de León y Castilla, Madrid: ed. de la R. Academia de la Historia, 1863, vol. II, pág. 75.

Impacto social de la peste: acciones y reacciones

Se presenta una situación de descontrol ante las diferentes autoridades locales y regionales, que tienen que hacer frente no sólo a las consecuencias económicas del paso de la peste, sino a los estragos psicológicos que genera la misma. La población no esperaba la llegada de una epidemia de este calibre ni esta virulencia, por lo que la reacción inicial, abrazando la tradición católica, fue pensar que era el fin del mundo y que, como tal, nada merecía la pena y era mejor pasar los últimos días de su vida disfrutando. La gente abandonó el trabajo y sus obligaciones y se dedicó a emborracharse y a organizar fiestas. Otro sector de la población, por el contrario, pensaba que un ritmo de vida abstemio iba a conducirles hacia la salvación o a protegerles en cierta medida. Boccaccio nos lo cuenta así en el Decamerón:

Algunas personas eran de la opinión que un ritmo de vida sobrio y abstemio reduciría considerablemente el riesgo de infección. Por lo tanto, en pequeños grupos se retiraban a aislarse del resto del mundo. Habiendo huido a un cómodo refugio, quedaban aisladas de otras personas enfermas, dejándose llevar por un ritmo de vida tranquilo y pacífico, ocupando su tiempo en comer en pequeñas cantidades deliciosa comida y vinos caros, evitando todo tipo de excesos. Se contenían de hablar con extraños, rechazando además el recibir noticias de enfermos o muertos, entreteniéndose con música o con cualquier pasatiempo que les fuese posible.
Boccaccio, Decamerón (Horrox, 1994: 75)

El aislamiento y la distancia social ya eran medidas practicadas en el s. XIV ante una epidemia de peste, aunque se trata de una solución al alcance de muy pocos. Sólo aquellos que se podían permitir el lujo de dejar de trabajar durante un período de cuarenta días, aislarse en un lugar recóndito y renunciar a la llegada física o verbal de cualquier noticia del mundo exterior era una posibilidad sólo al alcance de gente con dinero y poder. El resto de la población o bien continuó como pudo su vida o bien se dedicó a pensar que debido a la cercanía del fin del mundo, no era menester mantener una compostura u orden social. Por ende, un grueso de la población se dedicó a darse a diversos vicios. Boccaccio nos cuenta esta antagónica escénica al retiro bucólico:

Otros, sin embargo, mantenían una postura contraria y creían que la única forma de derrotar a semejante maldad era bebiendo en exceso, disfrutando de la vida al máximo, cantando de cale en calle y celebrando la vida antes de que llegara la muerte, satisfaciendo las necesidades personales en cuanto éstas llamaban a la puerta. […] Visitaban taberna tras taberna, bebiendo en exceso día y noche; alternativamente, también iban a beber a casas privadas, pero sólo a aquellas donde la conversación estuviera sujeta a temas gratificantes o alegres, dejando la sombra de la muerte en el umbral de la fiesta. Estos lugares no eran difíciles de encontrar, para la gente que se comportaba como si sus días estuvieran numerados. […] En una situación tan adversa, llena de dolor y miseria, todo el respeto por las leyes divinas y terrenales había desaparecido y se había extinguido en los límites de nuestra ciudad.
Boccaccio, Decamerón (Horrox, 1994: 29)

Junto a estar dos posturas antagónicas, había un grueso de población que se encontraba en medio que ni se restringían como los miembros del primer grupo ni cometían indulgencias al nivel del segundo. Este grupo más allá de creer en los excesos o las privaciones creía en el poder de portar determinadas hierbas o flores consigo a modo de protección, ya que consideraban que era una forma de fortalecer el cerebro. No se trata más que de una reacción acorde a la “cultura popular” del momento, que creía en el poder de determinadas hierbas medicinales. Si bien Boccaccio refleja un heterogéneo panorama social, refiere en numerosas ocasiones la libertad de voluntad y espíritu como una consecuencia del horror de la epidemia, que rompe con el orden establecido. También habla de la huida como un mecanismo de defensa como consecuencia del pánico ante la incomprensión de la situación. Hay que entrecomillar el retrato social que realiza Boccaccio, ya que entrega a una población en crisis, invadida por el miedo, al amor por la vida. Esta no es otra cosa que una recurrencia literaria que abunda la literatura tardomedieval y renacentista: el Carpe Diem. A pesar de que el testimonio de Boccaccio no refleja más que su propia visión del mundo, con sus ausencias y sus exageraciones, no deja de ser una visión del momento al mismo tiempo que un reflejo de la reacción racional de una población en crisis. En cualquier caso, la población estaba atemorizada ante la llegada de una enfermedad inesperada e incomprensible. Era una enfermedad cuya dispersión no conocía ninguna explicación científica racional en el momento de su explosión, por lo que el único medio de expicar la difusión tan rápida de la enfermedad fue asociarlo al contacto humano:

Llevábamos los dardos de la muerte en nuestros abrazos y nuestros besos, extendiendo la enfermedad con nuestros labios mientras hablábamos.
Gabriele de Mussis, Historia de Morbo (Horrox, 1994: 3)

La reacción más normal ante semejante situación es la de una sociedad polarizada que o bien corre por sus vidas, huye, se aísla o se dedica a vivir la vida. La psique colectiva no sabe cómo afrontar semejante crisis. Una situación social agravada ante la ineficacia o inexistencia de una autoridad local, un poder eclesial en decadencia y un cuerpo social en constante cambio. Una cosa está clara, la reacción sociológica de la población europea ante la crisis de la peste sienta las bases para un cambio en la mentalidad colectiva y en la idiosincrasia: la muerte rompe muchas convenciones sociales y códigos morales. Este cambio en las normas sociales queda reflejado por ejemplo en la realidad de las viudas. Aunque parezca un tema menor, mucha gente aprovechó la muerte del marido en una epidemia de peste para cortejar a la viuda ya desde el camino al entierro:

No se pueden organizar cuadrillas ni acompañar a las viudas desde la casa de su difunto marido hasta el cementerio. No obstante, los parientes del difunto sí que pueden enviar a un grupo de mujeres a escoltar a la viuda, bajo pena de 25 florines.
Ordenanza civil de Pistoia, mayo 1348

Asimismo, las viudas también tienen interés en contraer matrimonio y poder levantar el luto con la mayor rapidez posible:

Alo que dizen que después delas grandes mortandades, que acaesçio en muchas çibdades e villas e lugares de mis rregnos casar algunas mujeres viudas ante que se conpliese el anno siguiente después de la muerte del primero marido, e que por esta rrazon queles demandan la pena para la mi cámara e les enbargan las demandas que fazen por rrazon dela infamia, por premia dela ley que fabla en este casso, et pidieronme por merçed queles quite e perdone los fechos e penas dellas del tiempo pasado fasta aqui e que mande que se guarde daqui adelante por seys meses.
Cortes de los antiguos reinos de León y Castilla, Madrid: ed. de la R. Academia de la Historia, 1863, vol. II, pág. 16

En suma, el retrato social que nos queda tanto de la legislación del momento como de los testimonios recogidos, es el de una población sobre la que se cierne el miedo y la incomprensión, cuya única respuesta es el pánico. Un temor que se refleja a través de manifestaciones exageradas de la realidad. Se trata de una actitud que propugna una vida dada al placer, desvinculada de sus obligaciones; o una vida retirada, alejada de la realidad del mundo exterior; así  como una relajación de los códigos morales vigentes. La peste negra es un acontecimiento que modifica a idiosincrasia de la Europa del s. XIV, siendo un punto de inflexión histórica que marca el principio del fin de la Edad Media y los primeros pasos de la modernidad. Nada fue igual tras la gran epidemia.

Tuvo un gran impacto en la religiosidad de la época, afectando especialmente a las clases trabajadoras y a los estratos sociales más desprotegidos, modificando la génesis de las interacciones en el corazón de la civilización occidental. Es un cataclismo cuya onda expansiva modifica la estructura social, política y económica de la Europa bajomedieval. El sistema feudal comienza a colapsar, la hierática estructura social se relaja, la iglesia pierde su monopolio político y su posición intelectual preeminente en favor de un auge de las universidades y otros agentes que desplazan su posición hegemónica. Las crónicas, como la de Gasquet, presentan un mundo de extremos, violento, en el que el olor de las rosas se mezcla con el de la sangre (Huizinga, 1994: 229). Una imagen violenta que será la base para transformar la Europa medieval en la Europa del Renacimiento.

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1 COMENTARIO

  1. Como de costumbre, un articulo bien trabajado de parte de AH. En efecto dicha Pandemia azoto implacablemente a Europa dejando como consecuencia cambios sociales, políticos y económicos muy interesantes en el curso histórico de la misma Europa y el mundo. Un dato interesante es el hecho de las variantes de la plaga y los diferentes indices de mortalidad de estas, otro es que a raíz de la alta mortalidad de la población, la mano de obra escaseaba, algo que perjudicaba al sistema feudal, ante esta demanda los campesinos pudieron exigir mejores beneficios económicos, optando por el mejor postor, incluso hubo casos de campesinos y plebeyos que lograron fortalecerse económicamente por herencias e inversiones.

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