La peste que acabó con la ciudad de Atenas también acabó con uno de sus más insignes dirigentes, no es otro que Pericles, que sucumbiría a esta enfermedad. A raíz de esto, la Guerra del Peloponeso empezaría a sellarse en contra de la ciudad griega que tarde o temprano sucumbiría al poderío militar espartano, también entraba en grave peligro la democracia ateniense, que pronto caería también.
Para el siglo V a.EC, Atenas era una de las polis más importantes del Mediterráneo. Los grandes monumentos, las fastuosas celebraciones religiosas, tales como las dedicadas a Atenea (diosa de la inteligencia) llamadas Panateneas, las Dionisias, en honor a Dionisio (dios del vino, la danza, el éxtasis) y las Clístenes, en honor al político ateniense que introdujo la democracia, aunado a su intelectualidad y mercantilismo y su gran protagonismo en las guerras médicas (guerras contra el Imperio medo-persa. Llevan ese nombre porque los griegos usaban “medo” como sinónimo de “persa”.), habían llevado para ese tiempo a la ciudad a su apogeo. Por ello, ésta encabezó la Liga de Delos que rivalizaba con la de Peloponeso dirigida por Esparta.
En ese tiempo la gobernaba un hombre alto, esbelto, de pelo tirando a rubio y la barba bien recortada y que respondía al nombre de Pericles, y que conducía bien a la ciudad-estado. Había logrado la paz con Persia, acrecentaba el poder de la Liga de Delos y estaba debilitando a su gran rival Esparta. Pero no se quedo en eso, su proyecto de edificaciones fue monumental. Reforzó las murallas previendo conflictos posteriores y conectando la ciudad con el puerto El Pireo por medio de un camino de siete kilómetros donde se hallaban las trescientas naves con quienes controlaba el mar Egeo y podía seguir comerciando en caso de asedio. Pero su mayor idea fue, sin duda, la edificación la Acrópolis (“acró”, extremo, “poli”, ciudad) donde se construirían los monumentos más representativos de la ciudad, no sólo en ese tiempo, sino hasta nuestros días, siendo el Partenón el más importante.
También llevó a cabo un programa social bastante amplio. Asistía a los desfavorecidos con la entrega gratuita de trigo, subvencionaba varias cosas, entre ellas las fiestas y asambleas públicas. Sin embargo, los beneficiarios eran limitados, 30,000 llamados ciudadanos (aquellos varones hijos de atenienses libres. Quedaban excluidos los nacidos de padre griego y madre extranjera), llevaban el control administrativo, también los zetas, hombres libres de rango más bajo, podían intervenir en el gobierno. Pero Atenas también tenía una cantidad creciente de esclavos, alrededor de medio millón, quienes vivían en la miseria, en barriadas, hacinados y sin derechos, aunque, dicho sea de paso, se les trataba con bastante humanidad en general.
Sin embargo, Atenas estaba en guerra hacía un año con Esparta. La llamada guerra del Peloponeso había iniciado en 431 a.EC. y Arquidamos, rey espartano, había invadido el Ática y se encontraba arrasando inmisericordemente la región, masacrando a los habitantes, incendiando viviendas y cosechas. Las multitudes fueron a la capital a buscar refugio. La táctica de Pericles era la de abandonar los campos para que, a falta de víveres, el enemigo se retirara. Inicialmente ésta funcionó, los espartanos se retiraron al mes. Sin embargo, esa táctica, tan útil en otros casos, fue la perdición de la ciudad.
La ciudad estaba hiperpoblada: no sólo eran los habitantes de la ciudad, también los rurales y las tropas de la Liga de Delos, provocando que se alojaran civiles y soldados en barracas, templos, tiendas y donde fuera posible estar. Además de ello los esclavos estaban hacinados en condiciones verdaderamente insalubres, poniendo en riesgo la salud pública. Todavía tenían comida, pero tal vez no por mucho tiempo, lo cual propició la criminalidad, así que dicho de otro modo, la ciudad estaba cerca de ser un caos, como efectivamente lo fue.
Aquello que volvió loca a la ciudad no provenía de los acérrimos enemigos espartanos, no. Venía de más lejos, del África, específicamente de Etiopía. Llegó al puerto de El Pireo, escondida. ¿Su nombre? La peste. Pasaría a la historia como “la peste de Atenas”.
¿Cuáles eran sus síntomas? Según Tucídides, quién sufrió y sobrevivió a ella, eran los siguientes: fiebre alta, delirios, enrojecimiento de la piel, los ojos se enrojecían y quemaban, así como el interior de la boca. Tanto la lengua como la boca expelían un aliento fétido, vómitos, supuraciones, en la piel se hacían ampollas y úlceras. No más de nueve días vivían los que la contraían después de una diarrea extrema.
De todas las clases sociales, de todas las edades caían muertos como moscas por la peste, que se propagaba más rápidamente por el hacinamiento y la sobrepoblación en las zonas de los esclavos y los refugiados. Los cadáveres se apilaban por la calles con el subsecuente hedor, y el pánico se apoderaba de la población mientras el dolor se veía por todos lados. La gente corría a los templos a rezar, a buscar que algo paliara el “enojo de los dioses” o simplemente se encerraban en sus casas para evitar ser contagiados. Los agonizantes se arrastraban por las calles o se desmayaban en las fuentes, ansiosos de agua, mientras las víctimas eran abandonadas por sus familiares debido al miedo. Lo único bueno de ella fue que los espartanos quitaron el sitio por temor a ser contagiados.
¿Qué medidas se tomaron para evitar que se extendiera? Hipócrates intentó con fogatas aromáticas pero solo ayudó un poco. Muchos médicos fallecieron en el primer brote. Los que lograban sobrevivir eran inmunes pero no estaban exentos de la recaída. Fue tal que ni los perros ni las aves de carroña se acercaban a Atenas.
En todo esto había que buscar culpables, alguien que pagara por haber hecho que esto pasara, y el culpable fue sin más, Pericles. Se le culpó de la guerra, la devastación, la sobrepoblación, la invasión y la peste. Pero no se atacó de principio a Pericles mismo, primero se lanzaron contra su esposa a quien acusaron de impiedad, después a Fidias, quien construyó el Partenón, de quien se dijo había desfalcado al erario con sus obras. Pericles no tuvo más remedio que defenderse y, con toda la gran oratoria que lo caracterizaba explicó, de forma magistral cada una de sus decisiones, cosa que no impidió que se le multara con cincuenta talentos, orillándolo a dimitir. Calmando sólo a la gente un tiempo. Un año después, en 429 a.EC, la peste tuvo un rebrote y el pueblo de nueva cuenta pidió de regreso a Pericles, quien, gustoso, aceptó. Pero murió pocos meses después debido a que de nueva cuenta se contagió de ella. En su lugar quedó Cleón, quien perdió la guerra del Peloponeso, posteriormente gobernó Alcibíades y después muchos otros que no estuvieron a la altura de Pericles, llevando a la decadencia a la ciudad y sucumbiendo ante Esparta.
¿Qué enfermedad era la que había arrasado Atenas? Muchos hablan de tifus, peste bubónica, escarlatina, fiebre hemorrágica como el ébola o un cóctel de todas. Pero para comprobar cuál de ellas era la acertada, el primer paso del estudio consistió en la amplificación de secuencias de ADN pertenecientes a distintos agentes infecciosos. El material genético fue comparado con los fragmentos de ADN extraídos de los cuerpos de Kerameikos pero no se encontraron coincidencias. Sin embargo, en el séptimo intento, algunas secuencias del ADN de la ‘Salmonella tiphy’ fueron identificadas en la pulpa dental rescatada de los restos de la tumba.
Los resultados de este estudio señalan la fiebre tifoidea como causa probable de la Plaga de Atenas, señala el estudio, publicado en el ‘International Journal of Infectious Diseases’. Considerando la superpoblación y condiciones de insalubridad que se daban dentro de los muros de la sitiada Atenas, una epidemia de tifus podría haber sido la causa del desastre.
Sin embargo esto ni siquiera es seguro. La incertidumbre prosigue. Pero lo que sí es un hecho, es que una de las épocas más gloriosas de la historia de Grecia, la de Pericles, aquella donde se soñó con un Estado ideal, donde rigiera la prosperidad, la verdad, la justicia, la equidad y el amor a la belleza, terminó de forma abrupta por uno de los enemigos más implacables que la humanidad tenga: la peste.