“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mt 28, 19-20)

Este mandato de Jesús de Nazaret tras su muerte trajo no pocos problemas a la primera comunidad cristiana. Pronto surgirán varias tendencias en lo que respecta a cómo vivir la nueva religión que chocarán entre sí en alguna ocasión pero que, irremediablemente, supuso una revolución que provocará la persecución exhaustiva del Imperio Romano.

En este artículo daremos unas breves pinceladas sobre esa primera comunidad cristiana, y varios momentos de persecución que provocaron serias sacudidas en la iglesia primitiva. Tanto es así que tuvieron que enfrentarse a temas como la apostasía y a cómo volver a aceptar a las personas que habían renegado de su religión y que estaban arrepentidos.

Las primeras comunidades cristianas

Tras la muerte de Jesús de Nazaret

Las andanzas de la primera iglesia nos llegan, principalmente, por el libro de Hechos de los Apóstoles, libro perteneciente al canon del Nuevo Testamento y fechado en torno al año 100 d.C. En este libro nos encontramos con tres tendencias en el cristianismo primitivo: la de Galilea (donde se dirigió Pedro), la de Jerusalén (donde encontramos al apóstol Santiago a la cabeza) y la de los judíos de todo el Mediterráneo.

El grupo de Jerusalén, con Santiago a la cabeza, interpretaba la muerte y resurrección del maestro como el último paso antes de la restauración del Reino, algo que creían que ocurriría de forma inmediata. El grupo, además, seguía una vida enteramente judía ligada al templo (Hch 2: 46), se oponía a la entrada de paganos en la comunidad (Hch 11:3 y Gál 2:1-5) y esperaba, además de la venida inminente de Jesús, la consiguiente proclamación del Reino de Dios judío. Sus exigencias de circuncisión y leyes de pureza de alimentos (Gál 2) indican que no debieron verse como algo distinto al judaísmo tradicional.

El grupo de Galilea produjo dos corrientes. Uno continuó la costumbre itinerante del Nazareno mientras que el segundo formó una congregación cuya predicación estaba basada en la idea de buscar la sabiduría. Estos grupos serían los responsables de recopilaciones de palabras e historias de Jesús. Estas recopilaciones parecen ser la base de la famosa fuente Q.

En lo que respecta al tercer grupo formado por los judíos de todo el Mediterráneo su interés se debió al hecho de que el Nazareno acabara su vida en Jerusalén proclamándose el Mesías y matizando la religión ancestral. Estos judíos son conocidos como “helenísticos”, ya que hablaban griego, tenían sus propias sinagogas para leer y comentar las Escrituras. Además, seguían un judaísmo más ético que formal, un poco alejado del templo. Estos últimos reinterpretarán los acontecimientos que protagonizó Jesús dándoles un sentido alegórico llevando, como consecuencia, a un Jesús considerado salvador autoinmolado en favor de los pecados. De hecho, las palabras de Jesús contra un cumplimiento demasiado literal de la ley y en favor de una lectura más humana de la misma socavaron también el otro puntal del judaísmo palestino: la ley como portadora de la identidad religiosa judía. Los dos elementos que mediaban entre Dios y los mortales quedaban sustituidos por un nuevo intermediario: Jesús resucitado denominado Mesías, “Cristo” dicho en griego.

Pablo de Tarso

La persecución del cristianismo primitivo Imagen de Pablo de Tarso

Pablo, tras su conversión (Hch 9, 1- 6), se convertirá en la figura de referencia del cristianismo ya que será su visión de la religión la que acabe predominando. En este artículo nos centraremos en las comunidades en las que predicó y que adquirieron importancia en esa reinterpretación que se hizo sobre Jesús: Damasco y Antioquía. La primera fue escenario de muchos episodios de la vida del apóstol y la segunda adquiere su importancia debido al enfrentamiento entre Pedro y Pablo:

“Pero cuando Cefas llegó a Antioquía, me enfrenté a él a la cara, pues él se había condenado. Pues antes de llegar unos enviados de Santiago comía junto con los gentiles; pero, cuando llegaron, se retraía y apartaba por miedo a los de la circuncisión. Y el resto de judíos fingió con él, a tal punto que incluso Bernabé fue arrastrado por la hipocresía de estos. Pero cuando vi que no andaban derechos hacia la verdad de la buena noticia dije a Cefas delante de todos: “Si tú que eres judío vives como un gentil y no como judío ¿cómo obligas a judaizar a las naciones?”. (Gál 2, 11-14)

Sin duda, las discrepancias entre helenistas y ortodoxos eran profundas y viejas. En el caso de Pablo, varios detalles de sus cartas permiten deducir que modificó su idea del judaísmo hacia posiciones más aperturistas respecto a los gentiles y la necesidad de la circuncisión. Finalmente, como sabemos, fue su postura la que “triunfó” reflejando el carácter propaulino del libro de Hechos de los Apóstoles.

La persecución del cristianismo primitivo Mapa que refleja los viajes misionales que realizó Pablo de Tarso.

Nerón y Domiciano

Estos dos emperadores serán los que encabecen la lista de los primeros perseguidores del cristianismo, aunque las fuentes nos ofrecen problemas para saber si la imagen de los dos corresponde a la verdad o a una interpretación posterior de la historiografía cristiana.

La persecución del cristianismo primitivo Pintura que representa el incendio que sufrió Roma durante el reinado del emperador Nerón.

La persecución llevada a cabo por el emperador Nerón (64 d.C.) tiene como punto de partida el incendio que destruyó la mitad de los catorce distritos de la ciudad de Roma. Debido a los rumores que se extendieron de que el causante era el mismo emperador se buscó un chivo expiatorio: la comunidad cristiana. Ello fue posible debido a dos factores: el sentimiento de animadversión hacia ella y la consolidación de la comunidad cristiana en Roma.

Tácito será el único autor pagano que relacione el incendio de Roma y el anticristianismo de Nerón. Suetonio, en la biografía del emperador, se dedica a informarnos que el emperador persiguió a los cristianos por profesar una superstitio nova et maléfica.

Es muy probable que la comunidad judía de Roma empleara sus posibles conexiones en la corte imperial para que se culpara a la comunidad cristiana y así poder evitar algún tipo de reacción popular antijudía a pesar que los judíos estaban en una posición más privilegiada que los cristianos, al ser considerada su religión como religio licita.

Dado que los castigos reservados a los cristianos son conocidos estaríamos ante la primera matanza de cristianos “en masa”.

En el caso del emperador Diocleciano, su persecución (año 95 d.C.) ha sido objeto de un fuerte debate historiográfico tal y como nos cuenta el investigador Jorge Cuesta Fernández ya que no encontramos una coincidencia entre autores paganos y cristianos en atribuir anticristianismo a este emperador tal y como sucede con Nerón.

Persecución de Decio

La persecución del cristianismo primitivo Busto del emperador Decio

Una persecución que sí que marcó a la Iglesia primitiva es la promovida por el emperador Decio con su edicto del año 249 d.C., el cual daría ocasión a la que se conoce como la primera persecución de carácter sistemático y universal.

Hasta este momento podemos decir que Roma no se había preocupado ni de establecer ni de codificar una política religiosa sistematizada ni unas leyes que establecieran el comportamiento de todo el aparato imperial con respecto a los cristianos. Trajano estableció que no había que buscar a los cristianos, pero que, en el caso de ser apresados y conducidos ante la autoridad judicial, deberían ser sometidos a tortura o entregados a la muerte.

Entre los documentos con que contamos para reconstruir las dos etapas de la persecución de Decio destacan:

  • Los libelos o certificados de haber sacrificado a los dioses
  • Los escritos de Cipriano de Cartago y Eusebio de Cesarea, quien recoge el relato de Dionisio de Alejandría; y otras referencias de menor significado e importancia.

Teniendo como referencia el relato de Cipriano, que abandonó Cartago cuando la persecución de Decio se hizo pública, podemos establecer ciertas fases en el transcurso de la persecución y sus características generales:

  • Intensidad cambiante
  • Sus actuaciones legales a lo largo de las distintas fases
  • Sus víctimas
  • La increíble destrucción de la Iglesia
  • El amplio número de apóstatas (lapsi)
  • El cisma producido en el interior de la Iglesia

Al igual que Dionisio de Alejandría, Cipriano nos ofrece, en varias de sus cartas y otras obras, una descripción y una clasificación de quienes habían aceptado los libelos. Sin duda, la categórica y exacta administración de la penitencia para su readmisión en el marco de la Iglesia requería una clasificación completa de tales apóstatas.

De la misma manera entre quienes habían sacrificado realmente a las divinidades oficiales romanas se hicieron algunas distinciones:

  • Quienes se habían lanzado enseguida a cumplir la orden de sacrificar a los dioses.
  • Quienes habrían sacrificado después de una larga lucha interna y bajo coacción.

Las cartas 13 y 14 constituyen una síntesis de las consecuencias de la primera fase de la persecución:

“Aunque tenga razones apremiantes para ir en persona junto a vosotros, en primer lugar por el deseo e impaciencia de veros de nuevo…, además porque debemos estudiar en común lo que demanda el gobierno de la Iglesia y, tras haberlo examinado todos juntos, tomar una decisión, sin embargo me ha parecido preferible permanecer aún oculto provisionalmente…”

En la segunda etapa de las actividades de Decio la tortura fue el recurso más utilizado para quebrantar a las víctimas, quienes habían rechazado con anterioridad cumplir con el edicto imperial con miras a la obtención de la corona de martirio.

Por lo que respecta a los lapsi (apóstatas) existían mecanismos para redimirse de la falta cometida. Cipriano se manifiesta claro y tajante: los cristianos que hubieran sucumbido en un principio, impacientes por ser acogidos de nuevo en el rebaño de los creyentes, contarían en realidad con el remedio en sus propias manos. Así pues, los lapsi podían redimirse de su culpa mediante la obtención por ellos mismos de una corona de martirio.

Ejemplos de tales confesores redimidos nos vienen dados por el obispo Caldonio, quien se refiere a los cristianos que, “tras haber sacrificado a los dioses y haberse visto inmersos en un segundo juicio, serían desterrados”, y nos informa de los casos particulares de un tal Félix, de su esposa Victoria y de Lucio, quienes habían ofrecido sacrificios con anterioridad, pero que después se habían convertido en honorables desterrados a causa de su fe.

Persecución de Valeriano

La persecución del cristianismo primitivo Busto del emperador Valeriano

Tras la persecución del emperador Decio la Iglesia se reconstruyó con fuerza dado que los cristianos, según los testimonios que contamos, afrontaban con más preparación y seguridad la persecución y sus consecuencias.

Las medidas que aparecerían recogidas en el primer edicto de Valeriano, promulgadas en una fecha avanzada del verano del año 257, pueden ser distinguidas con bastante claridad en el relato de Dionisio de Alejandría correspondiente a su defensa contra Germano. De dichas fuentes podemos deducir que el emperador ordenaría a la jerarquía eclesiástica que rindieran culto a los dioses romanos y que celebraran asambleas, algo que los cristianos en su conjunto no acataron. La presencia de laicos cristianos entre los clérigos condenados a los trabajos de las minas, aunque en raras ocasiones, pudo producirse de una forma totalmente normal. Habrían confesado públicamente su cristianismo ante el tribunal y el gobernador correspondiente, quien únicamente se mostraba dispuesto a enviar a algunos a las minas y a entregar a otros a la muerte.

En el año 258 ve la luz un segundo documento con la finalidad de no dejar salida a los numerosos puntos de escape presentados por el primero. El contenido de los dos escritos se halla referido en la carta 80 de Cipriano. Las medidas anticristianas recogidas por él serían las siguientes:

  • Que los obispos, sacerdotes y diáconos deberían ser entregados a la muerte con toda rapidez.
  • Que los senadores, personajes de elevada posición y caballeros romanos se verían privados de sus rangos sociales y bienes patrimoniales, y en el caso de que perseverasen como cristianos deberían sufrir un castigo capital.
  • Que las matronas romanas perderían todos sus bienes y serían enviadas al destierro
  • Que aquellos empleados de la administración imperial que hubiesen confesado con anterioridad su cristianismo o lo hicieran en estos momentos verían confiscados sus bienes y entregados, en hipoteca, al patrimonio imperial.

El segundo decreto de Valeriano toma una serie de medidas, hasta entonces desconocidas, contra los senadores y altos personajes cristianos, así como contra los adeptos del cristianismo pertenecientes al orden ecuestre y las matronas y oficiales de la administración imperial, partidarios igualmente de dicha doctrina.

Según el obispo de Alejandría, la causa del desencadenamiento de tal persecución estribaría en el hecho de que Macriano (general al servicio de Valeriano), movido por su odio con respecto a los cristianos, habría persuadido a Valeriano para que los persiguiera y diera muerte. La afirmación de Dionisio acerca de la implicación de Macriano en las prácticas ocultas egipcias puede resultar extraña pero no puede ser considerada como algo descabellado.

La situación casi desesperada por la que estaba atravesando el Imperio en distintos aspectos de su organización pudo contribuir sin duda al desarrollo de una situación apropiada para que Macriano y otros consejeros imperiales incidieran sobre Valeriano:

  • La inacabable lista de calamidades e infortunios imperiales
  • La amenaza de destrucción que parecía cernirse sobre el Imperio en especial en las fronteras orientales
  • Situación extremadamente caótica de la economía romana.

Por ello, en este segundo edicto, podemos ver más confiscaciones de bienes que ejecuciones ya que las comunidades cristianas en general (y la Iglesia en su conjunto) eran relativamente prósperas y que en su seno se incluía un grupo de individuos bastante ricos. Senadores, personajes de posición elevada y ciudadanos romanos pertenecientes al orden ecuestre, a quienes parece habérseles negado la posibilidad de renunciar al cristianismo, perderían su rango social y patrimonio, siendo castigadas con su propia vida.

Las matronas romanas se verían obligadas a soportar medidas parecidas: aunque sus vidas no llegarían a estar realmente en peligro, no se les daría la oportunidad de elegir entre el cristianismo o la pérdida de sus bienes acompañada del destierro.

Bibliografía

  • GÓMEZ SEGURA, Eugenio (2018) “Repensando a Jesús. Las primeras comunidades cristianas”, Desperta Ferro Arqueología & Historia, nº 18, págs. 52-56.
  • CUESTA FERNÁNDEZ, J. (2012) “El cristianismo primitivo ante la civilización romana. Sobre la imagen como “persecutores christianorum” de Nerón y Domiciano a través de las primitivas fuentes cristianas.”, Antesteria, nº1, págs. 127-141.
  • SANTOS YANGUAS, N. (1995) “Valeriano y la persecución de los cristianos”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Hª Antigua, t. 8, págs. 197-217.
  • SANTOS YANGUAS, N. (1994) “Decio y la persecución anticristiana”, Memorias de Historia Antigua XV – XVI, págs. 143-181.

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