La fatalidad de la Gran Guerra derrumbó los sueños que se construyeron en la sociedad de la Belle Époque: la expansión imperialista y la fe en el progreso habían caído de lleno sobre la población y ahora, incluso, iban en su contra. La guerra de todos contra todos hizo pedazos esta esperanza pasada. El estallido bélico transformó radicalmente la sociedad del momento.

La guerra total alcanzó a la población en una magnitud como nunca antes había sucedido y desde una posición u otra, en trincheras o fábricas, todos fueron combatientes bélicos. Esto es, el frente y la retaguardia jugaron papeles distintos, pero encaminados ambos al mismo objetivo: ganar la guerra, contribuyendo con sus acciones individuales al ensalzamiento de los valores patrióticos que con tan fuerza irrumpieron en la segunda década del siglo XX.

En un primer momento la guerra fue acogida con fervor, debido al empuje de los nacionalismos gestados en el siglo XIX, por lo que hubo una movilización rápida y eficaz tanto en lo social como en lo específicamente bélico. Al final, existió profunda crítica y rechazo desde el interior, por la guerra de desgaste (Villares y Bahamonde, 2016: 259-261).

Fueron muchas las novedades que trajo consiguió el paso de la guerra por Europa. La nueva armamentística, favorecida por los procesos de industrialización, acompañados a su vez del avance tecnológico, y las nuevas comunicaciones hicieron que el significado de guerra se transformara. Conforme a los profundos cambios en el modo de hacer la guerra y la escala misma de esta que alcanzó el conflicto, surgieron nuevos horizontes desde el aspecto social que fueron fruto de las necesidades bélicas y el nuevo panorama que sobrevino en 1914.

Entre los muchos cambios, abarcamos en este artículo lo relativo a la figura de la mujer durante el periodo bélico. ¿Existieron cambios en lo conocido como el paradigma femenino? ¿Fueron duraderos o simplemente obedecieron a la necesidad de un momento concreto? ¿Qué repercusiones tuvieron?

Fotografía como recurso social en la Primera Guerra Mundial
Mujeres y hombres trabajadores en una fábrica durante la Primera Guerra Mundial

La Gran Guerra y la «nacionalización» de las mujeres

Es frecuente hablar de la “unión sagrada” entre clases sociales y partidos políticos durante la Primera Guerra Mundial como símbolo de adhesión de todos los habitantes de un mismo país para la victoria nacional dentro de los bloques que se enfrentaron. No obstante, menos se suele hablar de la unión entre los sexos, que anteriormente de forma radical se encontraban separados entre la esfera privada y la esfera pública. Ahora era momento de que las mujeres se reunieran en la esfera pública con los hombres e incluso llegasen a sustituirles por la propia dinámica bélica: ya no era solo cuestión de estabilizar la economía anterior, sino también para atender la creciente economía de guerra.

La Primera Guerra mundial, como el primer acontecimiento bélico a gran escala del siglo XX, se ha estudiado (y sigue haciéndose) con profusión sobre todo desde el aspecto militar: batallas, técnicas, armamento… No obstante, los estudios sobre la Gran Guerra, paradójicamente hablando, tienen abiertos muy diversos frentes. Es innegable que 1914 abrió un frente interno que vio la involucración necesaria de todos en el conflicto: ya no hablamos solo de combatientes en primera línea de batalla, sino también de la retaguardia.

Las exigencias bélicas transformaron la organización social, así como sus estructuras internas fuertemente jerarquizadas. Desde el caso específico de las mujeres, existieron unas mutaciones de elevada relevancia que se presentaron como una coyuntura en los roles tradicionales de género y las tareas encomendadas por la sociedad. Con respecto al “nuevo paradigma femenino”, Millicent Garrett Fawcett (activista política británica a favor de los derechos de las mujeres) dijo que la guerra conoció a las mujeres como sirvientas y las hizo libres. En este sentido, es por lo que en ocasiones la historiografía ha calificado la Primera Guerra Mundial como un instrumento emancipador de la mujer. (Padilla Castillo y Rodríguez Torres, 2013: 201).

Este momento imprescindible en la primera ola del feminismo en ocasiones se desplaza a un lado, o simplemente se salta a favor de los movimientos sufragistas. A decir verdad, los años de la guerra supusieron un parón en las reivindicaciones femeninas, sobre los derechos de educativos y políticos que surgieron amparados del liberalismo democrático que pedía la libertad e igualdad entre los hombres, pero como ya observó en el siglo XVIII Olympe de Gouges, las exigencias liberales no se trasladaron de lleno a las mujeres. A pesar de ello, si bien las movilizaciones feministas se apartaron a un segundo plano (creyendo en un primer momento que iba a ser una guerra rápida), ahora tenían otro cometido: la mujer como un sujeto que lucha por su nación y colabora junto a sus compañeros varones para ganar la guerra, evitando así el desmoronamiento del país. Es lo que se ha conocido en la historiografía como la nacionalización de las mujeres. De esta manera, el feminismo se vió sacudido por la guerra y, por ejemplo, en Francia algunas revistas feministas moderadas como La Française, en sus números hacían alusión a ello: “mientras dure la prueba por la está pasando nuestro país, no se permitirá hablar a nadie de sus derechos; respecto a él, solo tenemos deberes” (cit. en Thébaud, 2000: 51).

Así pues, por paradójico que suene, las feministas sacrificaron sus luchas y protestas propias a favor del conjunto de la nación en peligro de guerra; no obstante, al involucrarse en las tareas encomendadas a los varones, se cambió la perspectiva social que se tenía de las mujeres como seres débiles e incapaces. Ahora trabajaban en las fábricas y formaban parte de unas tareas que, quizá si no hubiese sido por las múltiples necesidades bélicas, no hubiesen podido tener una oportunidad de tal calibre para conseguir su rápido acceso y reconocimiento a la esfera pública. Además, en ese momento el Estado veía la necesidad de formarlas, de educarlas… propuestas en las que residía el espíritu de nacionalizar a las mujeres, como madres o futuras madres que educarán a sus hijos en valores patrióticos.

La entrada de las mujeres al mercado laboral supuso que estas se viesen como sujetos activos de la población, no ancladas con singularidad en las tareas domésticas. Ahora contribuían a la organización del producto nacional, en efecto, a una economía de guerra que se balanceaba entre límites angostos. Los países beligerantes, tanto del bloque de la Triple Alianza como de la Triple Entente, vieron este proceso de inserción de la mujer al mundo laboral como una necesidad en tiempos de guerra, que no fue forzosa sino que obedeció a una dinámica internacional que rompía con los roles de género tradicionales para el bien de la nación. Gran Bretaña, Francia y Alemania son los que más se destacan en este proceso de inserción laboral, con todos los procesos que se muestran intrínsecos a este derecho. Tampoco nos podemos olvidar de cómo en la Unión Soviética la mujer se volvió un factor indispensable para la construcción de una nueva patria socialista (Pérez Garzón, 2012: 113). En definitiva, existieron múltiples ritmos de transformación en lo que atañe a lo social, con resistencias o avances más rápidos favorecidos por la coyuntura de la guerra, sin embargo, son avances que quedaron irreversibles en el proceso histórico.

“Estas mujeres están haciendo su parte. Aprende a fabricar municiones”

Antes de que sonasen los primeros estruendos de la guerra y de que los países beligerantes se volcaran de lleno en una “guerra rápida”, el papel de la mujer en la esfera pública como un sujeto activo era prácticamente invisible. Es incorrecto y poco preciso hablar de que las mujeres no entraron al mundo laboral hasta la Primera Guerra Mundial si no se toman algunas precauciones en lo dicho.

Ante todo, se ha de tener siempre presente que la mujer, al igual que el hombre, han estado inmersos en la esfera laboral de la misma forma, pero en diferentes grados. Por lo general, los hombres se ganaban su sueldo en la esfera pública, mientras que las mujeres abordaban tareas domésticas, pudiendo compaginarlas con diferentes formas de remuneración entre lo privado y lo público. Por ello, cuando en ocasiones nos referimos a la “emancipación laboral” de la mujer, se debe tener en cuenta que se hace en un contexto en el que, en un principio, al sujeto femenino se le concibe como un ser reproductivo a la vez que no-productivo. Sin embargo, debido a diferentes transformaciones, la sociedad le dará el papel como un agente también productivo (si bien, ello no va a quitar la catalogación de seguir siendo un sujeto reproductivo).

El siglo XX se abre con un frente de paradigmas heredados del pasado siglo: destaca el desarrollo industrial, la proletarización y el éxodo rural, fenómenos que, a su vez, no pueden ser comprendidos de forma aislada. En este punto, era necesaria una creciente mano de obra a la vez que se creaba un proceso paulatino de descenso del sueldo, en condiciones precarias con mayoría de hombres, pero también con presencia de mujeres y niños.

Se estima que fueron movilizados unos 65 millones de hombres, de los cuales nueve millones murieron en el frente (Villares y Bahamonde, 2016: 205). Otros tantos resultaron heridos y, superando los siete millones de muertes en el frente, hubo una cantidad desorbitada de pérdidas en la retaguardia por causa directa e indirecta del conflicto armamentístico. Tal y como retrató en sus óleos el pintor alemán expresionista Otto Dix, la dureza de la guerra ya no solo era asunto de unas elites que luchaban por determinados territorios: el dolor y la agitación de la guerra era problema y preocupaba a toda la sociedad, desde los militares a los civiles. Se había convertido en una guerra de masas, por lo que la movilización fue absoluta.

Las bajas demográficas y los movimientos migratorios, para luchar en el frente y para atender carencias de todo tipo de otros lugares aliados, hicieron que se recurriese a las mujeres para suplantar todas estas faltas. Es así como, para mantener la dinámica de guerra, fueron llamadas las mujeres a llenar las vacantes de los puestos laborales que habían ocupado los hombres antes de partir a las trincheras. Como se viene diciendo, al considerar que el enfrentamiento iba a ser una “guerra relámpago” se vio a la mujer como un elemento de sustitución del hombre y no competitivo, pensando que sería solo una medicina temporal y que tras la catástrofe, la mujer volvería a “sus labores propias”.

Es de esta manera cómo se produce la primera incorporación masiva del sujeto femenino al mundo productivo. No había tiempo de mirar qué tipología de trabajos se adecuaban a los roles tradicionales, y la celeridad de las exigencias de la guerra habló por sí misma para que la mujer también fuese parte reconocida de los trabajadores remunerados.

Los países beligerantes incrementaron la mano de obra femenina durante los años de la guerra. En el caso de Gran Bretaña, fueron en torno a  un millón y medio las mujeres que ingresaron al mundo laboral, pasando de la cifra de empleadas de un 24% en 1914 a un 37% en 1918 (Pérez Garzón, 2012: 118).

Fotografía como recurso social en la Primera Guerra Mundial
Mujeres “munitionettes” en París. Año 1916.

La creciente productividad en la industria armamentística hizo que los gobiernos de los diferentes países optasen por lanzar propaganda con el objetivo de que la mujer se incorporase al modo productivo. Es así como la sociedad vio asunto de Estado la necesidad de que las mujeres se incorporasen a la industria en general, pero sobre todo a la armamentística. De estos procesos nacen conceptos como el de “munitionettes” (aquellas mujeres que trabajaron en fábricas de armas) o el de “chicas canario”, estas últimas así apodadas debido a la decoloración de su piel hacia tonos amarillos al exponerse a los químicos de explosivos como el TNT.

En la misma Inglaterra, Lloyd George hace llamamientos a que las mujeres se incorporen a la industria de la guerra, reclamo que derivó prontamente al número de unas 800.000 mujeres trabajadoras. Finalmente entre los años comprendidos de la guerra se estiman que son unas 792.000 las que se incorporaron a la industria (Vidaurreta Campillo, 1978: 76). Otro ejemplo: en Italia el número de mujeres en la industria armamentística alcanzó en 1918 a 200.000 siendo un total del 22% sobre el conjunto (Ibídem: 78), cifras que rompían con números anteriores.

Cartelería propagandística Primera Guerra Mundial
Cartel inglés de llamada a la mujer a trabajar en la fábricas de municiones. Año 1915.

Pero las fábricas no fueron los únicos lugares que fueron ocupando las mujeres. También lo hicieron con puestos en el sector primario (destacando sobre todo la agricultura) y, por supuesto, en el creciente terciario, por lo cual se llega a hablar de la terciarización femenina. Las actividades económicas superaron muchas barreras impuestas por el patrón del género y se vieron mujeres bomberas, conductoras, administrativas… Incluso, ya en los últimos alientos de la guerra, en el año 1917, los británicos fundaron un cuerpo auxiliar del ejército conocido como Women’s Army Auxiliary Corps (WAAC). Al año siguiente, dicho cuerpo comprende alrededor de 40.000 mujeres, de las cuales 8.500 se encontraban en el extranjero (Thébaud, 2000:58), si bien es cierto que sus tareas se enclavaron en lo que se ha denominado homefront (es decir, frente doméstico).

Fotografía como documento social en la Primera Guerra Mundial
Mujeres de la WAAC en la Primera Guerra Mundial

No todo el proceso de inserción de mujeres a sectores productivos tradicionalmente masculinos fue fluido. Es más, existieron arduas críticas en el camino de la emancipación femenina que insistían en que no era el sitio natural de las “señoritas”. A parte de las críticas, fueron repetidas las acusaciones de inmoralidad como en el caso del cuerpo de las WAAC, que se vieron en una humillante comisión de investigación en 1918 (Pérez Garzón, 2011: 119). Es así como estas propuestas se llegaron a trasladar a un debate enfocado desde una perspectiva de género/ sexual: el miedo a que la mujer dejase de ser un sujeto sensible y delicado y se transformase en un sujeto «masculinoide”, de tal manera que desplazase al hombre de sus ocupaciones impuestas por los roles sociales. Ello llegó a suponer una crisis moral que pronto se resolvería con el fin de la guerra.

11 de noviembre de 1918. Fin de la coyuntura laboral femenina

Se firma el armisticio en Rethondes que declara el fin de la guerra. La esperanzada guerra rápida de un principio había durado nada menos que cuatro angustiosos años de desolación y abatimiento. Se acabaron los enfrentamientos bélicos, pero ahora quedaban años de posguerra (o de entreguerras desde nuestra perspectiva) donde se intentaban reconstruir los cimientos de una Europa devastada.

Aunque algunas de las mujeres que entraron al mercado laboral en los años de la guerra conservaron su puesto, fueron muchas más las que abandonaron sus posiciones para adentrarse de nuevo en las labores que le eran propias anteriormente a 1914. Ahora el Estado no las llamaba a trabajar para la patria, sino a criar para la patria. En estos momentos la mano de obra se necesitaba menos que la recuperación demográfica, tanto para cubrir los millones de bajas que la guerra había traído consigo como para reponer los “no nacidos” durante el conflicto.

En definitiva, una nueva encomienda patriótica abordó a las mujeres en un contexto propicio para ello: con la subida del paro, se necesitaba menos mano de obra por lo que se prefirió desplazar la mujer al hogar, lo que en francés se conoció como le retour au foyer. En Alemania fueron 200.000 las mujeres que dejaron sus puestos, en Francia 150.000 y en Gran Bretaña donde esta incorporación fue más masiva, casi medio millón (Pérez Garzón, 2012: 122). Estos datos cuantitativos, y también cualitativos, supusieron la vuelta a los roles tradicionales, creyendo que se había resuelto así la crisis moral que había supuesto la incorporación femenina al mundo laboral.

Pero, ¿realmente el fin de la guerra acabó con una coyuntura temporal o abrió nuevas perspectivas para la mujer en la vida pública? Bien es cierto que antes de 1914, en algunos países de forma intermitente, se cuestionaban algunos derechos que las feministas planteaban a favor de la igualdad entre hombres y mujeres. Posteriormente, la guerra paralizó estos cuestionamientos, sin embargo, cuando la guerra terminó, esta invitó a un nivel global el plantear el nuevo papel de la mujer que el conflicto había abierto. En gran medida se habían redefinido y transformado las relaciones entre los géneros.

Si bien por una parte hubo una enorme regresión del número de mujeres trabajadoras con respecto a los años de la guerra, esto no significó plenamente que se volviese al estado de preguerra. De hecho, los Estados reconocieron el esfuerzo y la contribución femenina en la guerra concediéndoles derechos. El caso más representativo es la oleada en la década de los veinte de concesión del sufragio femenino: Irlanda, Polonia, URSS, Alemania, Países Bajos, EE.UU o Gran Bretaña, entre otros muchos países, acercaron a sus mujeres a las urnas de voto.

Las mujeres se hicieron visibles en la esfera pública, no tan solo en la vida laboral, sino también en lo político, lo sindical y lo intelectual en general. El arquetipo de mujer se transformó paulatinamente entre perdurabilidades y avances, donde aparecerá la mujer garçonne reivindicando los derechos de la mujer y la igualdad entre sexos. Las barreras de género construidas eran difícilmente recuperables en su totalidad. Es así como comenzó la toma de conciencia femenina, a la par que la conciencia de la clase trabajadora, cimientos fundamentales para la segunda ola del feminismo.

Recursos bibliográficos

  • PADILLA CASTILLO, Graciela y RODRÍGUEZ TORRES, Javier (2013), “La I Guerra Mundial en la retaguardia: la mujer protagonista”, en Historia y Comunicación Social, n.º 18, pp. 191-206.
  • PÉREZ GARZÓN, Juan Sisinio (2012), Historia del feminismo, Madrid: Catarata.
  • THÉBAUD Françoise (2000), “La Primera Guerra Mundial: ¿la era de la mujer o el triunfo de la diferencia sexual?, en DUBY, Georges y PERROT, Michelle: Historia de las mujeres. Siglo XX, Madrid: Taurus.
  • VIDAURRETA CAMPILLO, María (1978), “Guerra y condición femenina en la sociedad industrial”, en Reis, n.º 1, pp. 65-104.
  • VILLARES Ramón y BAHAMONDE Ángel (2016), El mundo contemporáneo. Del siglo XIX al XXI, Barcelona: Taurus.

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