Desde los albores del Imperio Romano hasta el auge de las repúblicas mercantes, «Italia» era grande y se extendía por las costas mediterráneas. Pero, ¿Qué ocurrió con aquellas prósperas ciudades donde el italiano era la lengua local? En su momento incluso en ciudades de Albania se habló italiano.
Algo irredento es algo sin liberar. La Italia irredenta fueron aquellos territorios que, aun sin estar en el estado italiano, formaban parte de su nación (o eso les parecía). En la actualidad la idea más próxima del irredentismo italiano que tenemos proviene de las políticas expansionistas puestas en marcha por el dictador italiano Benito Mussolini antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Pero su creación y puesta en marcha llegó casi cincuenta años antes con la unificación de la península italiana en 1870, llegando su precedente incluso a los inicios del Romanticismo y el Risorgimento.
La Unificación Italiana
El Romanticismo fue un movimiento tanto ideológico como artístico surgido a finales del siglo XVIII que acabaría extendiéndose por toda Europa. Vino como rebelión contra el racionalismo y la exactitud de la Ilustración, dominando en este revolucionario movimiento los sentimientos y lo abstracto por encima de la razón. Éste, a su vez, impulsó la idea de los nacionalismos por toda Europa, surgiendo nuevos y renaciendo viejos; como fue el caso del nacionalismo griego que culminó con la Guerra de Independencia Griega (1821 – 1830) en la que participaron románticos venidos de toda Europa como lo fue el inglés Lord Byron. El caso es que el Romanticismo (del francés “Roman”, novela) no cayó en saco roto al llegar a Italia, y despertó sentimientos nacionalistas que apelaban al mismísimo Imperio, en el que la península era una, éstos fueron bautizados más tarde como el “Risorgimento Italiano”
Pero los unionistas estaban divididos al haber tres posturas, la de la mayoría de los sardos que querían una Italia bajo el yugo de su rey, los monárquicos; la de los republicanos y demócratas aunada en el grupo “Joven Italia”, cuyo mayor exponente fue Garibaldi y la de los conservadores que querían una federación italiana que girase alrededor del papado, dirigidos por el ministro Cavour. Finalmente se impuso la primera.
Tras las Guerras Napoleónicas hubo varias oleadas revolucionarias en Europa, en la que los alzados aclamaban al nacionalismo para recuperar los avances dados por la Francia Bonapartista. Una de las andanadas que más directamente afectó a Italia fue la de las Revoluciones de 1848. En la que el rey sardo Carlos Alberto declaró la guerra a los austriacos en la Primera Guerra de Independencia Italiana. Pero el ejército imperial estaba dirigido por el afamado Mariscal Radetsky, bajo cuya disciplina el desorganizado ejército austriaco logró vencer a los sardos en Custoza y Novara, derrotándolos a ellos y a sus aliados y restableciendo el “orden” de nuevo en una Italia bajo total influencia imperial.
Pero justo un año tras la muerte del Mariscal, en 1859, se desató un nuevo conflicto. Víctor Manuel II heredó el Reino de Cerdeña tras la abdicación de su padre en 1849 y una década después volvió a declararle la guerra al Imperio Austriaco, aunque había un cambio en la situación, el Segundo Imperio Francés, de Napoleón III, le apoyaba. De esta forma los franceses se aseguraron anexionarse como pago de su ayuda Saboya y Niza y no ceder Córcega. Tras lo cual vencieron a los austriacos en Magenta y Solferino, consiguiendo la anexión de Lombardía por el Armisticio de Villafranca y la conquista de los pequeños estados italianos al norte de los Estados Pontificios, de influencia austriaca como Parma o Toscana para el Reino de Cerdeña.
Pero aun quedaba Italia por “liberar” y tras negociaciones con el ministro sardo, el conde de Cavour, el revolucionario Garibaldi se embarcó con sus Camisas Rojas (sus adeptos) en la Expedición de los Mil, hacia el Reino de las Dos Sicilias de Fernando II, en 1860. Conquistando pronto Sicilia y pasando al continente, donde fue grande el apoyo popular por sus promesas reformistas en un estado poco más que feudal. El Reino fue anexado por los sardos mediante un plebiscito, aunque tras su incorporación hubo reiteradas revueltas al no cumplir sus promesas de reformas agrarias.
Por esta nueva conquista Víctor Manuel II se declaró Rey de Italia. Y no tardó en aliarse con los Prusianos de Bismarck en 1866, que a su vez querían unificar Alemania, para forzar así la Guerra Austro-Prusiana. En esta guerra se destacaron principalmente los prusianos que derrotaron totalmente a los austriacos en Sadowa, consiguiendo para Italia el Véneto, hasta ese momento bajo regencia imperial. Ya solamente se oponían a la unificación el Imperio Francés, protector de los Estados Pontificios, los cuales fueron fácilmente anexados tras el derrumbe del Imperio de Napoleón tercero en la Guerra Franco-Prusiana, conveniéntemente ocurrida.
Historia de la Tierra Irredenta
Fue en este punto en el que nació la denominada “Italia Irredenta” de la que se va a hablar, explicando la razón de su denominación como tierras italianas y su evolución con el paso del tiempo.
Hay cierta polémica acerca de qué territorios fueron considerados “irredentos”, ya que muchos no ven la diferencia entre el sueño de la “Gran Italia” fascista y la “Italia Irredenta” monárquica, abarcando la primera colonias como Libia o toda Grecia.
Se puede agrupar la Italia Irredenta en dos grupos separados:
En primer lugar aquellos con razones, más o menos históricas, para poder ser italianos como los antiguos territorios de la República de Venecia junto con sus colonias; Córcega, cedida por la República de Génova a Francia en 1768; los territorios de Niza y Saboya, cedidos a Francia por el Reino de Cerdeña y el cantón suizo de Tesino, conquistado por la confederación en el S.XVI.
Y en segundo lugar aquellos territorios que, aunque no hubiesen sido italianos, sí correspondían con sus fronteras geográficas o en los que tenían gran población italo-parlante como el Trentino austriaco en los alpes o la isla de Malta.
Respecto a los territorios Venecianos, corresponden a la Italia Irredenta partes de lo que ellos ocuparon como su “Stato da Mar” la península de Istria, cuya población hasta el s.XX fue típicamente italo-parlante; gran parte de Dalmacia, incluyendo importantes ciudades como Zadar o Ragusa, hoy Dubrovnik en Croacia; numerosos enclaves en costas Montenegrinas o Albanesas como Cattaro, hoy Kotor, o Durazzo, hoy Dürres; la totalidad de las Islas Jónicas con sus mayores enclaves en Corfú y Cefalonia y la isla de Creta.
Si por algo hoy en día podemos conocemos a la Serenísima Republica de Venecia no es sino por su extremo afán comercial, y en ello exclusivamente basó su expansión durante toda su existencia, sólo centrándose en el Domini di Terraferma (sus territorios en la península italiana) tras perder progresivamente su poderío comercial marítimo. Esta expansión primero consistió en el sometimiento de los puertos Adriáticos como Zara para no tener competencia y tener un mar propio, un lago veneciano que se encargarían de poblar con colonos. Para más tarde, y con el fenecido Imperio de los Romanos como víctima, tener numerosos enclaves mediterráneos con los que conseguir puertos seguros en los que repostasen sus galeras durante sus viajes comerciales, como Corfú o Creta.
En estos territorios nunca se buscó el mestizaje, nunca se animó la inclusión de los nativos, bien griegos, bien eslavos, en la vida pública de la ciudad. Los venecianos siempre fueron una élite que debía conservarse, llegando a legislar con la prohibición del matrimonio entre venecianos y no venecianos para conservar “la pureza de la sangre” o la prohibición de la conversión a la fe ortodoxa en las islas griegas. Los ciudadanos de origen “italiano” solían ser una minoría acaudalada en los territorios no colonizados. Y es que en regiones como Dalmacia, donde más presencia italiana hubo, nunca llegaron a ser más del 30%, todos ellos colonos; sus ciudadanos, de mayoría eslava, nunca estuvieron integrados en la República.
Todos estos territorios (a excepción de Durazzo, perdido ante los otomanos en el 1501 y Creta, por los mismos en el año 1715) no fueron perdidos sino hasta que la misma República cayó en manos francesas por el tratado de Campo Formio, firmado en 1797, en el cual todos estos territorios fueron partidos entre el Imperio Austriaco y Francia de los territorios aclamados como italianos por haber pertenecido a la República de Génova podemos señalar directamente a Córcega. Esta isla desde los tiempos del mismo Imperio Romano pertenecía a la demarcación italiana, incluso el mismo Napoleón admitió “la Córcega, que geográficamente pertenece a Italia”. Históricamente la isla siempre estuvo ligada de una forma u otra a la península, ya fuese por ser territorio de la República de Pisa o serlo de Génova, de la que al final acabó rebelándose. Pero aun siendo los corsos rebeldes por naturaleza contra sus ocupantes (y muchas veces contra si mismos), siempre tuvieron una cosa clara, que estos eran italianos, como muestra de ello tenemos los discursos del líder patriota corso Pasquale Paoli:
“Los corsos somos italianos de nacimiento y sentimientos, pero antes de nada nos sentimos italianos por lengua, costumbres y tradiciones… Y todos los italianos somos hermanos ante la Historia y ante Dios”
Líder que llegó a crear un estado independiente de facto respecto a la República de Génova, que acabó cediendo la isla a Francia, que a sangre y fuego la sometió. Es irónico el pensar que el padre del archiconocido Napoleón Bonaparte, Carlo Buonaparte (con el apellido en su original italiano, sin afrancesar), fue en su momento el líder de la República Corsa (en ausencia de Paoli) contra la ocupación francesa, pero que acabó cambiando de bando.
Sea como fuere acabó siendo cedida por Génova a Francia en el año 1768 por el Tratado de Versalles, no comenzando su adaptación a la cultura francesa hasta casi un siglo después, entre revoluciones y alzamientos.
Pertenecientes al Reino de Cerdeña, estuvieron el Ducado de Saboya y el Condado de Niza, que como vimos anteriormente, se cedieron al Segundo Imperio Francés a cambio de la ayuda contra Austria por el Tratado de Turín en 1860. Estando ligados ambos señoríos históricamente a Italia (aunque Saboya hubiese pertenecido a Borgoña). Cabe destacar que el líder italiano Garibaldi era nizardo, y que poco faltó para que se desatase una guerra por la misma ciudad, puesto que sus habitantes en ese momento eran completamente italo-parlantes.
Finalmente tenemos el cantón de Tesino, un territorio que hasta el siglo XVI perteneció al ducado de Milán y que aun en nuestros días mantiene el italiano como lengua oficial y hablada por la gran mayoría de sus habitantes.
Mientras por otro lado tendríamos los territorios “irredentos” cuya afiliación histórica a un estado italiano es dudosa. Como podría ser Malta, cuya filiación se resume al haber estado siempre conectada territorialmente con Sicilia, aun sin haber tenido nunca una mayoría de hablantes italianos, ya que el maltés, una lengua de origen árabe, es la lengua más hablada. Lo que sí ocurre es que la nobleza local, o los Caballeros de la Orden de Malta (que dominaron por tres siglos la isla), sí eran de origen y habla italiana.
Por otro lado tenemos el Trentino, en los alpes italianos. Los cuales históricamente siempre estuvieron ligados de una forma u otra a Viena, no habiendo sido nunca parte de un estado italiano hasta su conquista tras la Primera Guerra Mundial.
En los años previos a la Primera Guerra Mundial el Reino de Italia medía 287.608km², mientras que sumando la extensión total de sus antiguas reclamaciones territoriales como tierra Irredenta llegaría a los 357.239 km².
La Italia Irredenta
Aun tras la Unificación Italiana de 1870, los irredentistas tanto desde lugares como Trento y Zara, o los propios nacionalistas italianos dentro del Reino, clamaban por la liberación del resto de “Italia”, reclamaciones con las que guiarían gran parte de su política exterior en años venideros.
Ciertamente en el año 1882 el gobierno italiano de Humberto I firmo un tratado militar por el que se creaba la “Triple Alianza”, integrada por Alemania, Austria-Hungría e Italia. En la que el motivo principal por el que Italia se integraba en la alianza era para tener una posición de mayor poder en las negociaciones acerca de las colonias norteafricanas contra una Francia con un colonialismo bien implantado en Argelia que iba expandiéndose en el área de influencia italiana.
Pero realmente nunca hubo buenas relaciones con el Imperio Austro-Húngaro. Aun pesaba la rivalidad histórica entre ambos contrincantes por el control de Italia, y mucho más por el nacionalismo italiano que ansiaba anexionarse territorios austro-húngaros como el Tirol, el Trentino, Istria y Dalmacia (en la que a estas alturas la cantidad de italo-parlantes no llegaba al 5%).
Fue esa una de las principales razones por las que al estallar el conflicto de la Gran Guerra en 1914 Italia no intervino, alegando las razones sólo defensivas de la alianza.
Un año más tarde, en 1915, la Triple Entente formada por Reino Unido, Francia y Rusia le ofreció en el Tratado de Londres las reclamaciones irredentistas que durante tanto tiempo ansiaba, cediéndole los alpes austriacos; Istria; la mayor parte de Dalmacia; el control de la ciudad albana de Valona y el control efectivo de las políticas del nuevo estado de Albania. Sería un sueño hecho realidad y con ello mismo se publicitó enormemente la guerra contra las potencias centrales.
Pero al acabar la guerra algo había fallado, Italia solo consiguió victorias (principalmente en la Batalla de Vittorio Veneto) al final de la guerra y normalmente a un alto coste. No fue un aliado tan efectivo como se creyó en un inicio. Por ello las demás potencias vencedoras acabaron por rebajar enormemente los beneficios territoriales prometidos tres años antes, reduciendo las ganancias italianas a (en el Adriático) Istria y Zara, aparte de alguna isla de escaso valor.
Ya en ese momento hubieron manifestaciones irredentistas que protestaban enormemente por la apropiación de Dalmacia por el Reino más tarde conocido como Yugoslavia; una de las cuales fue la protagonizada por el italiano Gabriele D’Annunzio, que en 1919 con otros muchos paramilitares italianos ocuparon la ciudad de Fiume (Hoy Rijeka, en Croacia) declarándola italiana, hecho no producido de facto hasta su ocupación por tropas fascistas en 1924.
Al igual que es bien conocido que las tendencias extremistas encarnadas principalmente en el nacional-socialismo alemán se originaron tras la Conferencia de París que acabó con la Gran Guerra, en el que se humilló a una derrotada, pero orgullosa Alemania, se entiende que el fascismo italiano empezó tras el poco reconocimiento de Italia en la guerra.
Italia se había sentido menospreciada por sus propios aliados, y el nacionalismo se alzó enormemente con la progresiva toma de poder del fascista Benito Mussolini desde 1922. Este desde luego no se hizo de esperar y pronto impuso el total control italiano sobre Albania y comenzó su expansión en Libia, vislumbrando ya en aquellos momentos la “Gran Italia”, proyecto en la que esta gobernaba casi todo el Mediterráneo central. Además de prohibir el idioma y costumbres alemanas en provincias como el Tirol, fomentando la migración de napolitanos a la zona para “italianizarla”.
Fue tras la Invasión de Etiopía en 1935 cuando la Sociedad de Naciones impuso severas restricciones a Italia, alejamiento del panorama internacional que ayudó a acercar al régimen italiano a la Alemania de Hitler.
Durante la Segunda Guerra Mundial Italia ocupó no sin grandes problemas toda su zona de influencia alrededor del Adriático junto con partes de Grecia, cumpliendo por fin todo sueño Irredentista habido y por haber. Una de las zonas administrativas creadas tras la conquista fue la Gobernación de Dalmacia que llegó en su momento a abarcar toda la costa Este del Adriático, con capital en Zara. Pero los sueños nacionalistas, sueños son, y tras la capitulación de Italia en la guerra y el fin de la misma, Dalmacia pasó enteramente a las manos Yugoslavas del mariscal Tito. El cual no dudó en administrar una limpieza étnica total por la que deportó masivamente a toda la población italo-parlante de Istria y Dalmacia, llegando algunos datos a afirmas el éxodo de hasta 350.000 personas.
Más tarde con el referéndum realizado en Italia en 1946 esta se convirtió en una república democrática, desvaneciéndose lentamente los sueños de reunificación con aquello que creían parte de la nación.
Mismamente hoy en día en las antiguas costas de Dalmacia (Hoy parte de Croacia, Bosnia o Montenegro) quedan menos de unos pocos millares de italo-parlantes, consecuencia de las deportaciones masivas y la migración.
El único conflicto territorial que hoy en día atañe a Italia (si es que puede llamarse conflicto) es el tirolés. En el que una minoría de germano-parlantes del Tirol del Sur intenta reincorporarse a Austria, aunque sin mucho éxito.
Aun hay quien persiste en sus sueños de grandeza, apelando a fronteras geográficas o históricas, pero parecen no comprender que la tierra no es de nadie predefinido y que es de quien en ella vive. Las comunidades italianas en aquellos territorios que alguna vez pudieron clamar como propios al ser mayoría, ya no existen.
Bibliografía:
- Roger Crowley. (2016). Venecia. Ciudad de Fortuna. España: ATICO DE LOS LIBROS.
- Richard Bassett. (2015). For God and Kaiser: The Imperial Austrian Army, 1619-1918. Estados Unidos: Yale University Press.
- Esperanza García Méndez. (1985). ITALIA DESDE LA UNIFICACIÓN HASTA 1914. +España: AKAL.
Muy buen artículo!
Por esa regla, medio mundo sería español. Empezando por la mayor parte de Italia que lo fue durante cinco siglos.