En septiembre de 1931 tropas del Ejército Imperial Japonés estacionadas en la concesión de Kwantung emprendieron la invasión de Manchuria, tras un confuso incidente. La resistencia de las unidades chinas allí estacionadas fue muy débil y en poco tiempo los japoneses se hicieron con el control de la zona, estableciendo un régimen títere. La ocupación de Manchuria constituyó el primer paso de una serie de acciones que con los años acabarían desembocando en la Segunda Guerra Mundial.
Contexto histórico
Hacia 1900 el Imperio chino estaba gobernado por los Qing. Esta dinastía, de origen manchú, habían regido los destinos del Celeste Imperio desde mediados del siglo XVII. Sin embargo, su poder comenzó a entrar en franca decadencia durante el siglo XIX, tanto en el ámbito interno como en el plano exterior. Las guerras del Opio mostraron la debilidad militar y tecnológica de China frente a las cada vez más agresivas potencias europeas.
La primera guerra sino-japonesa (1894-1895) terminó con otra derrota humillante para la Corte imperial de Beijing, que se vio obligada a hacer concesiones. Los ejércitos japoneses llegaron a pasearse por el sur de Manchuria y a conquistar varias plazas ante la impotencia de los ejércitos chinos. La contienda no solo confirmó una vez más la debilidad militar del Celeste Imperio, sino que evidenció hasta qué punto el país se estaba quedando atrás en la carrera por la modernización. Aprovechándose de ello, la Rusia zarista invadió la mayor parte de Manchuria, estableciendo un protectorado de facto. También emprendió la construcción de una línea férrea —el llamado «transmanchuriano»— que acortaba la conexión con Vladivostok y de un ramal que enlazaba con la base naval de Port Arthur.

Manchuria volvería a ser escenario de una contienda, la guerra ruso-japonesa (1904-1905), en la cual se acabaron imponiendo los segundos. Esta victoria no solo reafirmó la influencia nipona en la zona, muy presente desde 1895. Los japoneses también obtuvieron el control de la península de Liaotung (la denominada «concesión de Kwantung») y el ramal sur del ferrocarril transmanchuriano. Dicha línea férrea, que enlazaba Changchun y Dalian, pasaría a ser gestionada por una compañía de capital nipón. Paradójicamente, a pesar de que la guerra se libró en su territorio, las autoridades chinas se mantuvieron al margen de la misma. Aquello fue una muestra más de la descomposición que atravesaba la dinastía Qing, que terminaría siendo sucedida por una República en 1912.
La situación de Manchuria hacia 1930
Manchuria era una de las principales regiones de China. Estaba situada al noreste del país y era limítrofe con Mongolia, la Rusia soviética y Corea —entonces parte de Japón—. Además de su posición estratégica, este territorio constituía una importante fuente de materias primas (carbón, hierro, madera, etc.). Desde la guerra ruso-japonesa la presencia nipona había crecido considerablemente a la sombra del ferrocarril del Sur de Manchuria. Así, para 1930 las inversiones japonesas en la zona eran de unos 1500 millones de yenes de la época, estando presentes en numerosos sectores. El país del Sol Naciente dependía de las importaciones manchúes, en especial de productos como la soja (Parker, 1978: 284).
El cambio de régimen en China no materializó los anhelos de muchos reformistas, que esperaban que el país se modernizara y democratizase. En la década de 1920 el territorio manchú, al igual que una parte importante del antiguo Celeste Imperio, se encontraba en manos de las camarillas de poder y los señores de la guerra. El hombre fuerte en la zona era el generalísimo Zhang Zuolin, que gobernaba Manchuria como si fuera de su propiedad. Zhang contó el apoyo nipón durante muchos años, que veían en él un garante de sus intereses, si bien este terminaría rompiendo con ellos. Su asesinato en 1928 a manos de militares nipones, en un atentado con bomba mientras viajaba por ferrocarril (Vogel, 2019: 227), dejó entrever hasta qué punto Japón estaba presente en Manchuria.
Zhang Zuolin sería sucedido por su hijo, Zhang Xueliang, apodado el «joven Mariscal». Desde muy pronto este emprendió un acercamiento con el gobierno central de Nankín y apostó por reducir la influencia extranjera en la zona. En 1929 intentó arrebatar a los soviéticos el control del ferrocarril transmanchuriano, pero esta tentativa fracasó. Las fuerzas de Zhang Xueliang sufrieron una contundente derrota en la guerra sino-soviética, debiendo aceptar a regañadientes la presencia soviética. También se trató de reducir la presencia japonesa en Manchuria, desarrollándose varias campañas propagandísticas contra sus intereses en la zona. Entre otras cosas, desde los círculos nacionalistas chinos se planteó la salida de los japoneses del ferrocarril del Sur de Manchuria (Parker, 1978: 284-285).
El incidente de Mukden
Durante el verano de 1931 la tensión entre chinos y japoneses había aumentado considerablemente a raíz de varios incidentes. Este sería el caso de la ejecución del capitán Shintarō Nakamura, un agente secreto japonés. Nakamura fue fusilado por los chinos a comienzos de julio tras ser descubierto realizando actividades de espionaje en Manchuria.
La noche del 18 de septiembre estalló una bomba que afectó a una sección del ferrocarril del Sur de Manchuria al norte de Mukden. En la confusión inicial, desde el lado japonés se acusó a los chinos de ser los responsables. Sin embargo, con posterioridad salió a la luz que la voladura formaba parte de un plan premeditado y había sido realizada por agentes japoneses pertenecientes a grupos ultranacionalistas. Este suceso, que pasaría a conocerse como el «incidente de Mukden» (Moreno, 1992: 36), llevó al despliegue de unidades del Ejército de Kwantung por territorio manchú sin autorización de sus superiores.

Al día siguiente, 19 de septiembre, fuerzas japonesas tomaron por las armas la estratégica ciudad de Mukden, así como otras urbes de la zona: Andong, Yingkou, Liaoyang o Changchun. La resistencia china fue débil y por lo general estas acciones se realizaron con cierta facilidad. El gobierno de Tokio inicialmente no tuvo conocimiento de la invasión, y cuando por fin fue consciente, trató de alcanzar un arreglo con los chinos. Sin embargo, a pesar de sus intentos, el poder civil se mostró impotente ante la jerarquía militar y acabó asumiendo una política de hechos consumados. Los mandos japoneses en Manchuria no solo lograron el apoyo del Alto Estado Mayor, sino también la aquiescencia del emperador Hirohito. Además, podían contar con la ayuda de la Compañía del Ferrocarril del Sur de Manchuria, especialmente importante desde el punto de vista logístico.
Eco mediático
La noticia del incidente de Mukden y la posterior invasión japonesa no tardó en circular por los medios de comunicación internacionales. Los incidentes en aquella zona hacía tiempo que no constituían una novedad. Por ello, inicialmente lo ocurrido en Manchuria no pareció revestir una especial singularidad. De hecho, por aquellas mismas fechas se produjo una grave crisis financiera en Inglaterra, que incluyó el hundimiento del valor de la libra estrerlina. En contraste, este hecho concitó una mayor atención de la prensa internacional, relegando durante varios días lo que estaba ocurriendo el noreste de China.

Sin embargo, conforme fueron pasando las semanas, la invasión de Manchuria empezó a acaparar más páginas en la prensa internacional, en especial durante el otoño de 1932. La prensa española de la época también hizo una cobertura regular de lo que ocurría en esta histórica región china. Entre otras cosas, porque en la Sociedad de Naciones —antecesora de la actual ONU— se empezó a debatir sobre este asunto. También empezó a ser evidente que el conflicto no iba a quedar en un simple incidente.
La invasión se extiende por Manchuria
Inicialmente el gobierno de Tokio llegó a comprometerse ante la Sociedad de Naciones a que saldría del territorio manchú. Un propósito que, sin embargo, chocaba frontalmente con las intenciones de los mandos japoneses en Manchuria. Ante una resistencia débil, estos abogaron por continuar avanzando. Y tenían buenos motivos para confiar en esta iniciativa. A pesar del hecho de que los chinos disponían en la zona de superioridad numérica, su armamento y calidad como tropas de combate dejaban mucho que desear. El gobierno central en Nanjing tampoco mostró una gran determinación por resistir la invasión. Cabe señalar que en aquella época los nacionalistas liderados por Chiang Kai-shek estaban más enfocados en la lucha contra el Partido Comunista de China.
En noviembre los japoneses lanzaron una ofensiva sobre la provincia de Heilongjiang, dirigiéndose a la capital Qiqihar. Las fuerzas chinas en la zona, mandadas por el general Ma Zhanshan, ofrecieron una resistencia simbólica en el puente de Nenjiang, pero terminarían retirándose. Los japoneses tomaron Qiqihar el 19 de noviembre, tras lo cual cayó en sus manos el resto de la provincia. Cabe destacar que los conquistadores contaron con la colaboración de elementos locales, liderados por el general Zhang Jinghui, que abogaban por la secesión del territorio. Otro mando local de la zona, el general Zhang Haipeng, también se había pasado a las filas japonesas (Mitter, 2000: 122).

Una nueva operación, iniciada a comienzos de diciembre, llevaría a los japoneses a conquistar la ciudad de Chinchow y la zona circundante. Con ello, una vez asegurado el sur de Manchuria, a comienzos de 1932 estos lanzaron una nueva ofensiva. Esta tenía por objetivo capturar Harbin, una importante ciudad y nudo de comunicaciones. Los defensores de Harbin intentaron mantener la urbe bajo su control, ya que abría la puerta al norte de Manchuria. Sin embargo, una vez más la superioridad nipona se impuso sobre las mal entrenadas y equipadas tropas chinas. Harbin cayó en manos niponas en el mes de febrero de 1932 (Gamsa, 2020: 94). Tras retirarse hacia el sur las unidades supervivientes, para finales de febrero la resistencia china en territorio manchú había terminado.
No fueron pocas las críticas que entonces recayeron sobre los dirigentes chinos por lo que muchos consideraron un abandono del territorio ante la invasión externa. Algún autor ha sugerido la posibilidad de que la derrota en la guerra sino-soviética de 1929 influyera posteriormente en la voluntad de resistencia a los japoneses (Mitter, 2000: 50-51). El hecho de que algunos mandos locales se pasaran con sus unidades al bando japonés refleja de forma contundente en qué estado se encontraban las fuerzas defensoras.
Combates en Shanghái
A comienzos de 1932, mientras los japoneses conseguían imponerse en Manchuria, en Shanghái se abrió un nuevo frente para China. Los japoneses enviaron unidades militares a esta importante ciudad tras extenderse disturbios de carácter anti-japonés. El origen de los mismos habría estado en un extraño incidente ocurrido entre ciudadanos chinos y monjes nipones. En poco tiempo Shanghái se convirtió en un campo de batalla, aumentando la presión sobre los dirigentes chinos. No hay que olvidar que en aquella época la capital de China se encontraba en la ciudad de Nankín, cerca de Shanghái. No sería hasta marzo cuando se firmó un alto el fuego entre ambos contendientes.
La Sociedad de Naciones ante la invasión
Ya en septiembre de 1931 los gobernantes chinos habían confiado en la intervención de la Sociedad de Naciones (SdN). Por ello, realizaron numerosas peticiones a la SdN para que forzase a los japoneses a detener su invasión. En el seno de la SdN se debatió largo y tendido sobre Manchuria, pero no se tomaron medidas que llevaran al fin de las hostilidades o que supusieran un enfrentamiento con Japón. En teoría fueron muchos los países que apoyaron la causa china, si bien ello no se materializó en acciones concretas.
Por el contrario, sí prosperó la creación de una comisión internacional que investigase lo que había ocurrido en Manchuria desde septiembre de 1931, la llamada «Comisión Lytton». Para entonces Japón ya había organizado una administración paralela en el territorio y su propaganda empezaba a justificar la invasión como una «liberación». Cuando la Comisión Lytton hizo públicas sus conclusiones, en el otoño de 1932, estas respaldaron la postura mantenida por China. Japón terminaría retirándose de la Sociedad de Naciones en marzo de 1933, cuando se hizo evidente su aislamiento.
De la invasión a la creación de Manchukuo
A comienzos de 1932 la situación creada en Manchuria se había convertido en un problema para las autoridades de Tokio. ¿Qué hacer con el territorio ocupado? Permanecer allí supondría un conflicto con China y la comunidad internacional. Por su parte, desde los círculos castrenses se rechazaba la posibilidad de retirarse de Manchuria y perder con ello todo lo conseguido hasta entonces. Surgió entonces la idea de crear un nuevo Estado independiente, aunque controlado por los japoneses. Teóricamente, este sería el país de los manchúes, aunque en él también vivirían los chinos Han, japoneses o coreanos.

Los japoneses ya contaban en la zona con la asistencia de elementos colaboracionistas a nivel local. Muchos de ellos eran antiguos bandidos o señores de la guerra cuya lealtad había sido comprada por agentes nipones. Una parte importante de la antigua nobleza manchú también se pondría al servicio del Sol Naciente. Incluso el antiguo héroe de la resistencia china, el general Ma Zhanshan, acabaría uniéndose al bando japonés una vez que estos ocuparon toda Manchuria. No obstante, con el tiempo se demostraría que Ma fue más una carga que una ayuda para los ocupantes.
A estos movimientos no fue ajena la inteligencia nipona, en especial el coronel Kenji Doihara. Este personaje, que era un gran conocedor de China, estuvo tras muchas de las operaciones encubiertas que Japón realizó en la zona. En su haber estuvo la atracción y el soborno de muchos jefes locales militares, que se pasaron a las filas japonesas. Doihara también ha sido señalado como uno de los organizadores del «incidente de Mukden».
Un nuevo Estado
Tras algunos preparativos previos, el 18 de febrero de 1932 se declaró la independencia de lo que se conocería como Manchukuo. El nuevo Estado se formó en base a las antiguas provincias chinas de Heilongjiang, Jilin y Shengjing. La capital fue establecida en la ciudad de Changchun, que sería renombrada como Hsinking (Brackman, 1975: 193).
La clave del plan japonés fue la utilización del último emperador chino, Puyi, de origen manchú. Desde el otoño de 1931 le habían ido convenciendo para que colaborase con ellos. Para dicho fin utilizaron a personajes cercanos al antiguo emperador, como la agente Yoshiko Kawashima, de origen manchú y aristócrata. Este no había expresado ningún rechazo o protesta ante la invasión de territorio manchú. Lo cierto es que Puyi se encontraba bajo protección nipona desde hacía años y había roto con el gobierno de Nankín. Fuertemente influido por sus allegados más filonipones, este terminaría trasladándose secretamente a Manchuria. En un principio Puyi asumió el rol de Jefe de Estado del Manchkuo, en previsión de más adelante ser coronado como emperador.
A pesar de que para 1932 la situación parecía haberse estabilizado, un año después —en enero de 1933— se reiniciaron los combates. Los japoneses lanzaron una ofensiva hacia el sur, que supuso una nueva victoria de las armas niponas y la ocupación de la provincia de Rehe. Dicho territorio se incorporaría a Manchukuo. Meses después chinos y japoneses terminarían firmando la llamada Tregua de Tanggu, que supuso un cese del fuego entre ambas partes. Aunque el gobierno de Nankín lograba frenar los combates y ganar tiempo para reorganizarse, también se vio obligado a reconocer de facto la secesión de Manchuria.
Consecuencias
La invasión japonesa de Manchuria terminó convirtiéndose en el primer paso para la posterior invasión de toda China, en 1937, que terminaría desembocando en hechos luctuosos como la masacre de Nankín. Con el tiempo, lo ocurrido en la región manchú acabaría siendo un antecedente de la posterior Segunda Guerra Mundial.
La invasión de Manchuria también mostró hasta qué punto el ejército japonés actuaba al margen del gobierno nipón cuando surgían discrepancias sobre política exterior. La posibilidad de que el poder civil se impusiera al poder militar se vio finalmente truncada con el asesinato del primer ministro Inukai Tsuyoshi, en mayo de 1932. Desde ese momento los políticos nipones no volvieron a oponerse abiertamente a los militares.
Bibliografía
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