Introducción y antecedentes. La República florentina (1527 – 1530)

La relación de Carlos V en concreto y de la Monarquía Hispánica en general con Florencia está estrechamente vinculada con la paz que el emperador y el Papa Clemente VII (Giulio de Medici) alcanzaron a través del Tratado de Barcelona (29 de junio de 1529), según el cual Carlos V se comprometía a reponer en las manos de la familia Medici el poder en la ciudad del Arno y el Papa reconocía por fin al emperador como rey de Nápoles. Dicho acuerdo puso fin a una feroz rivalidad entre el Sacro Imperio y el Papado, cuyo máximo exponente fue el Saco de Roma por parte de las tropas imperiales en mayo de 1527.

Panorama con el Saco de Roma de 1527 (Atribuido a Pieter Brueghel el Viejo, mediados del siglo XVI).
Panorama con el Saco de Roma de 1527 (Atribuido a Pieter Brueghel el Viejo, mediados del siglo XVI).

Una de las consecuencias de tal acontecimiento, que causó un enorme impacto en la mentalidad y cultura europeas, fue precisamente el derrocamiento de los Medici en Florencia y la creación de una República parecida a la implantada por el fraile dominico Girolamo Savonarola en 1494 tras la primera caída de los Medici. Esta nueva República florentina quiso romper los lazos con la denostada familia. En los últimos años había sido regida por el legado papal y cardenal Silvio Passerini, encargado además de vigilar la conducta de los dos sobrinos de Clemente, Hipólito y Alejandro.

Ejemplo de ese intento de ruptura con el régimen mediceo es la exclusión de Nicolás Maquiavelo de su puesto en el gobierno a pesar de su experiencia al haber colaborado con Clemente VII en la guerra contra los imperiales, y por «la idea que muchos se habían forjado de Maquiavelo como hombre malvado, herético y consejero de tiranos» (Viroli, 2004, 238). Sin embargo, no todos los colaboradores de los antiguos dueños de la ciudad fueron purgados, como es el caso de Francesco Tarugi (nombrado secretario de la República en detrimento del propio Maquiavelo), hombre de los Medici desde 1525.

Los disturbios en Florencia comenzaron a finales de abril de 1527, cuando las tropas imperiales (al mando del condestable Carlos de Borbón) pasaban por los dominios florentinos en su marcha hacia la Urbe. Una multitud ocupó el Palacio de la Señoría (tradicional sede del gobierno) y obligó a los signori a declarar a los Medici como personas non gratas. Sin embargo, el orden mediceo volvió momentáneamente después de que tropas de la Liga de Cognac entraran en la ciudad. Esta alianza la conformaban Venecia, el Papado, Florencia y Francia contra Carlos V y fue firmada en mayo de 1526 a instancias de Clemente VII, por lo que también recibe el nombre de «Clementina». Poco duró la alegría de los partidarios del régimen, ya que el 12 de mayo comenzaron a llegar noticias de lo sucedido en Roma. Los florentinos no dudaron en aprovechar la ocasión para restablecer las libertades republicanas perdidas en 1512 (Monti, 2013, 34).

La responsabilidad de llevar a cabo el cambio de régimen desde el plano político recayó en Filippo Strozzi, precisamente esposo de Clarice de Medici, nieta de Lorenzo el Magnífico. Su principal apoyo era el patriciado de la ciudad: por ejemplo, Niccolò Capponi o Francesco Vettori. Conscientes de que estaba todo perdido y para evitar daños a sus personas, el cardenal Passerini e Hipólito salieron de la ciudad el 17 de mayo (Alejandro se encontraba en Roma).

Políticamente, la nueva República se basó en el Consiglio Maggiore, con el propósito de nombrar a los magistrados, «votar las leyes y elegir cada seis meses un más restringido Consiglio degli Ottanta encargado del gobierno» (Monti, 2013, 35). Capponi, representante de la oligarquía moderada (los llamados Ottimati), fue elegido gonfaloniere, magistrado principal de la República, La facción más popular y radical, que posteriormente sería conocida como Secta de los Arrabbiati («enfadados») veía en Capponi una continuidad con el régimen derrocado.

Por supuesto, no faltaron controversias acerca de qué capas o estamentos sociales podrían ocupar los futuros cargos políticos de la República. El gonfaloniere, Strozzi, entre otros, formaban parte de los oligarcas que apostaban por un gobierno de unos pocos; mientras que otra facción de inspiración más bien savonaroliana, consideraba que todos los ciudadanos que formaban parte del Consiglio Maggiore debían poder optar a las más altas cotas de gobierno.

Esta vertiente más «popular» estaba formada por pequeños mercaderes, nobles segundones, artesanos…, o incluso miembros de grandes familias florentinas venidas a menos. Algunos de sus miembros más destacados fueron Tommaso Soderini, Alfonso Strozzi o Baldassarre Carducci. El primero fue un ferviente defensor de Savonarola y opositor de los Medici. Estos «populares» crearon bandas de jóvenes que no renunciaron a medios violentos en su acción política contra ex partidarios de los Medici, miembros de los Consejos, etc.

Capponi se inspiró en el modelo veneciano para constituir la nueva República: creía en la conveniencia de un gobierno mixto popular-aristocrático que «garantizase la estabilidad institucional a través de la unión de las facciones, de modo que no se excluyera en principio ninguna facción política (incluso los filomediceos), pero salvaguardando al mismo tiempo la libertad» (Monti, 2013, 37). Sin embargo, su proyecto fracasó debido al tradicional sectarismo político florentino y al deseo de revancha de las familias excluidas por los Medici.

De hecho, y en relación con el vandalismo de esas bandas, se produjeron persecuciones económicas y judiciales contra los que estaban relacionados con el régimen derrocado como Jacopo Salviati, Francesco Guicciardini (gran amigo de Maquiavelo y colaborador del Papa en los tiempos del Saco de Roma). También afectaron a personajes republicanos como Filippo Strozzi. Cardenales y el propio Clemente VII fueron acusados de ser traidores a la patria. Ante estas actitudes beligerantes, el gonfaloniere Capponi hizo un llamamiento a la moderación y perdonó a muchos de los involucrados en las persecuciones.

Con estas divisiones internas, la República parecía destinada a perecer en el momento en que el Papa se repusiera del desastre. Además, en el verano de 1527 la ciudad sufrió una grave epidemia de peste que recordó en sus días más duros (en torno al mes de agosto) a la Peste Negra de 1348. La enfermedad se cobró la vida de más de 30.000 florentinos y puso en jaque la propia administración de la ciudad, ya que algunos componentes del gobierno murieron o abandonaron la ciudad.

A nivel diplomático, Florencia confiaba en las posibilidades de la Liga de Cognac para reforzar su posición y alejar el fantasma de las tropas imperiales. En 1512 un ejército del virrey de Sicilia, Ramón de Cardona, había puesto fin a la República florentina, reponiendo de esta forma a los Medici en el poder. La situación italiana después del Saco de Roma no era todo lo positiva que se esperaba para Carlos V tras la invasión francesa y la llegada a Nápoles en abril de 1528 (López Conde, 2016, 231) del general Lautrec (Odet de Foix), que pondría sitio a la ciudad partenopea. La Liga contaba con el apoyo de las Bandas Negras de Orazio Baglioni, sucesor del famoso Juan de las Bandas Negras (Giovanni de Medici, otro sobrino del Papa). La República se agarraba a este clavo ardiendo para sobrevivir.

Tan desesperada era la situación interna debido a la epidemia de peste y a los conflictos políticos que Capponi, en busca de consenso, proclamó al mismísimo Jesucristo como «Rey de Florencia» (9 de febrero de 1528), como ya había hecho Savonarola en su momento. «Se trataba (…) de un modo de hacer saber a la ciudad que no se sometería a ninguna fuerza temporal, teniendo ya por soberano al Señor de los Cielos» (Monti, 2013, 43). Este sentimiento de defensa divina inspiraría a los florentinos en su posterior enconada oposición a las tropas imperiales y al regreso de los Medici.

Del asedio de Florencia a la hegemonía imperial en Italia.  

A pesar de las esperanzas puestas en la victoria francesa en Nápoles, el cambio de bando del almirante genovés Andrea Doria fue decisiva para que la ciudad imperial resistiera. Además, a causa de un brote de cólera falleció el propio Lautrec y el ejército de la Liga se amotinó. En otoño de 1528, la hegemonía imperial en el sur de Italia parecía al fin asegurada. Por otra parte, con el regreso a Roma de Clemente VII en octubre, tras su exilio en Orvieto, las relaciones Papado-Imperio por fin comenzaron a dar signos de cierta mejoría después del Saco. Esto era así por una simple razón: el pontífice necesitaba a Carlos V para que los Medici volviesen a Florencia. Los dos poderes estaban condenados a entenderse, ya que al emperador le estaban surgiendo problemas muy urgentes en Centroeuropa con el desarrollo del luteranismo en Alemania y la presión del sultán otomano después de haber asolado Hungría tras la batalla de Móhacs (1526).

La vuelta a la normalidad en las relaciones entre ambos poderes se escenificó así con la firma del Tratado de Barcelona el 29 de junio de 1529. Además, por aquellas fechas, las tropas de Carlos volvieron a triunfar sobre las de Francisco I con la victoria de Antonio de Leyva sobre el conde de Saint-Pol en Landriano, consolidando la presencia de la Monarquía Hispánica en el Milanesado. Un nuevo tratado, esta vez con los franceses, formalizado en la llamada Paz de las Damas o de Cambrai (agosto de 1529), dejaba al emperador las manos libres para desplazarse por fin a Italia para ser coronado por el Papa en Bolonia (febrero de 1530).

Clemente VII coronando a Carlos V (Bandinelli, Palazzo della Signoria de Florencia)
Clemente VII coronando a Carlos V en el Palazzo della Signoria de Florencia (Baccio Bandinelli, 1539-1540).

En cuanto a Florencia, el futuro de la República fue ampliamente discutido entre el emperador y el Papa durante los meses que el primero estuvo en Bolonia (noviembre de 1529-marzo de 1530), pero no quedó del todo resuelto. Sin embargo, todo parecía anunciar la suerte de la República. A finales de 1529, Carlos V y Venecia (también perteneciente a la Liga de Cognac) llegaron a un acuerdo que permitió al emperador destinar las tropas que estaban acantonadas en el norte a la Toscana. En enero de 1530 se cerró el asedio en torno a la ciudad. A finales de mes, Malatesta Baglioni recibió el mando de las tropas florentinas. Asimismo, la República contrató a Miguel Ángel Buonarroti para mejorar las murallas de la ciudad (del siglo XIV) y adecuarlas a las «exigencias de la guerra moderna» (Monti, 2013, 101).

Durante los primeros meses de este nuevo año se produjo una guerra de desgaste entre los sitiados y las tropas imperiales, que buscaban el agotamiento de la guarnición presente en la ciudad. Tras un invierno suave, los florentinos temían un recrudecimiento del bloqueo con la llegada de la primavera. El 21 de marzo los florentinos intentaron destruir con una salida de 2000 hombres una fortificación que los imperiales estaban construyendo entre las puertas de San Giorgio y San Piero Gattolino. Tanto esta salida como una posterior del día 23 no surtieron efecto, y las tropas comandadas por el virrey de Nápoles y príncipe de Orange, Filiberto de Châlons, consiguieron construir el fuerte y bombardear la ciudad desde allí.

La situación en Florencia era complicada ya a finales de marzo, así como en el resto de los dominios de la República. Sin embargo, el hambre no solo azotaba a los florentinos, sino también al ejército imperial, por lo que existía el riesgo de un motín de las tropas. El propio Orange advirtió a Carlos V de que sus hombres estaban desesperados y de que necesitaba el envío de suministros por parte del Papa, que no había cumplido completamente su promesa de ayuda al ejército imperial. Finalmente, a finales de marzo se produjo el temido levantamiento de los soldados, al mismo tiempo que el emperador abandonaba Bolonia con destino a Alemania.

Parecía que los florentinos podrían finalmente salvarse a lo largo de abril, cuando Orange se vio obligado a licenciar tropas y permitió a sus hombres llevar la guerra y rapiñar por otras zonas de la Toscana. Cuando el mes estaba llegando a su fin, solo quedaban en torno a Florencia alrededor de 4000-5000 hombres. Una de las razones que explican que los sitiados no pudieran liberarse de los imperiales en este momento fue el hambre, que ya se sentía en la urbe desde semanas atrás. Incluso se llegó a discutir la posibilidad de expulsar de la ciudad a mujeres y niños, «bocas inútiles» para la defensa (Monti, 2013, 215).

Durante la primavera se produjeron intentos por parte de ambos bandos de acabar de una vez por todas con el largo asedio mediante salidas y asaltos: el imperial del 29 de abril (fallido y casi acabado en desastre) y el florentino del 5 de mayo. Esta salida de las fuerzas republicanas constituyó uno de los episodios más sangrientos de aquellos meses de resistencia florentina, la llamada batalla de la Colombaia. Al mismo tiempo, se estaba produciendo el asedio florentino a la ciudad rebelde de Volterra, auxiliada por los imperiales.

A estas alturas, Orange parecía resignado a que era imposible conquistar Florencia solo mediante las armas, por lo que resultaba imprescindible bloquear cualquier intento de aprovisionar la ciudad. Con tal propósito, mandó una expedición a Empoli a mediados de mayo. Después de un asedio de algunas semanas, la urbe fue saqueada y ocupada durante meses. Así, con la caída de Empoli, Florencia perdía la base logística que le garantizaba la llegada de provisiones desde Pisa, mientras que el valle del Arno quedaba a merced de las tropas enemigas (Monti, 2013, 243). El testimonio del propio Guicciardini refleja bien la situación crítica en la ciudad, todavía más complicada si se la comparaba con la de los imperiales, que ahora contaban con abastecimientos para meses de campaña (Guicciardini, 1971, 1935).

Tras el desastre de Empoli, parecía que la República debía finalmente resignarse a tratar con el capitán del emperador y negociar las condiciones de su rendición. Entre los círculos republicanos más moderados crecía la esperanza en alcanzar la paz, aunque eran conscientes de la imposibilidad de llegar a algún tipo de acuerdo directamente con el Papa. Sin embargo, llegó el verano y Florencia seguía sin rendirse. El punto de inflexión definitivo llegó el 3 de agosto de 1530, con la batalla de Gavinana (Pistoia). La muerte del héroe florentino Francesco Ferruccio, «convenció a Malatesta Baglioni de que la resistencia de Florencia era inútil» (Hook, 2004, 277).

Curiosamente, en la batalla también falleció Filiberto de Chalons. Tras esta nueva derrota, la milicia urbana local, partidaria de Baglioni, se opuso al gobierno, que había ordenado al condottiero salir de la ciudad con sus tropas el día 8 de ese mes. Este motín resultaría aún más decisivo para la rendición que los acuerdos a los que había llegado Baglioni personalmente. La Señoría, a las puertas de la guerra civil tras esta suerte de golpe de Estado, decidió finalmente capitular cuando los imperiales ya habían atravesado los muros. Para ello, el 9 de agosto una comisión especial recibió el encargo de llevar las negociaciones con Ferrante Gonzaga, el nuevo comandante imperial tras la muerte de Orange.

Aunque pasó a la historia como un traidor a la ciudad que había defendido, Malatesta seguramente evitó que Florencia fuera objeto de un saqueo como el que tres años antes había sufrido la propia Roma (Hook, Ibídem, 277). Solo los más fervorosos republicanos pensaban que podían seguir con la lucha, pero esta era una facción minoritaria del gobierno. Baglioni prometió que sus hombres abandonarían la ciudad si los Medici no eran restablecidos en el poder y solo se les daba la posibilidad de regresar a Florencia como ciudadanos particulares, al mismo tiempo que caía el resto del territorio de la República. Eran acuerdos vanos: la completa restauración medicea era cuestión de tiempo.

Según el acuerdo de capitulación del 12 de agosto, Florencia conservaría su libertad, pero el emperador establecería la forma de gobierno. Para Carlos V, la caída de Florencia supuso un símbolo de su hegemonía sobre Italia. De esta forma, dos meses después de la rendición impuso una constitución que devolvía a los Medici el poder en la ciudad del Arno en forma de Duques de Toscana. El primero de ellos fue Alessandro, «sobrino» (o hijo natural) del pontífice y futuro yerno de Carlos tras su casamiento con Margarita de Parma, hija natural del emperador.

La restitución de la célebre familia en Florencia no fue vista con malos ojos por los patricios florentinos debido a las tribulaciones sufridas durante la nueva experiencia republicana, a pesar de su impopularidad y el recuerdo de su primera restitución en 1512, en la que purgaron a aquellos que habían participado en el gobierno republicano, como el propio Maquiavelo. El orden en la ciudad de la flor de lis quedó garantizado por las tropas dejadas por el emperador para garantizar el cumplimiento de los acuerdos a los que había llegado con Clemente VII. Comienza así un largo periodo de vinculación de España con Florencia (Muñoz Llinás, 2017, 463).

La restauración de los Medici como duques de Toscana: Alejandro de Medici y la entrada de Carlos V en Florencia

Retrato de Alejandro de Medici (Agnolo Bronzino, c. 1565-1569).
Retrato de Alejandro de Medici (Agnolo Bronzino, c. 1565-1569).

El regreso de los Medici a la ciudad toscana no supuso el fin de la inestabilidad política vivida en la urbe. La actuación del emperador y de sus agentes fue vital para que esta familia de banqueros convertidos en Papas y duques se consolidara definitivamente en el poder. A través de sus representantes en Florencia, Carlos V dio forma a la reforma constitucional de 1532, que puso las bases del nuevo principado florentino.

Meses después de la capitulación de la ciudad, en octubre, Carlos nombró a Alejandro de Medici «jefe de la República florentina», un título ambiguo y vacío debido a que realmente las riendas del gobierno recaían en los magistrados florentinos que actuaban condicionados por los agentes imperiales (González Talavera, 2011, 31). Por lo tanto, era el emperador quien de facto movía los hilos florentinos. Podía decirse que Florencia era un «estado vasallo» (Morales Folguera, 2014, 341).

La constitución del 27 de abril de 1532 eliminó órganos tradicionales como la Signoria, cargos como el de gonfaloniere y fue redactado por doce reformadores entre los que se encontraba el propio Guicciardini. Las funciones legislativas, financieras y políticas las llevaban a cabo los nuevos Consejos de los Doscientos y de los Cuarenta y ocho. Únicamente el duque Alejandro podía convocarlos y proponer los decretos que se debían votar. El cargo ducal era vitalicio y hereditario, tal y como había establecido el César. Además, el duque era aconsejado por un órgano consultivo y alto tribunal, el Magistrado Supremo (Rubinstein, 1983, 159 – 176). En resumen, la constitución estaba caracterizada por una asimetría entre los Medici y la oligarquía, que conservaba en parte la esencia del viejo poder ciudadano.

Símbolo de la confianza que Carlos depositaba en el duque y, al mismo tiempo, de su enorme influencia en Florencia, fue el matrimonio entre Alejandro y Margarita de Parma el 29 de febrero de 1536 en Castel Capuano (Nápoles), después de entrar en la ciudad acompañado por una comitiva de 600 jinetes. La celebración de la boda se produjo dentro del contexto de la visita triunfal del emperador a Italia después de su victoriosa campaña tunecina de 1535.

Dos meses después, el emperador, procedente de Roma, visitaría Florencia y el duque, al recibirlo, le entregaría las llaves de la ciudad, aunque posteriormente Carlos V se las devolvió a su yerno. Esta estancia imperial destacó además por sus repercusiones artísticas. El cortejo carolino, formado por el alto clero, magistrado, nobles y otros personajes notables salió de Porta Romana y llegó al Palacio Medici, donde se alojaría los días que estuvo en la ciudad, tras parar en la catedral. El emperador fue agasajado con arcos triunfales, lienzos sobre su hermano Fernando de Austria y la salvación de Viena de 1529, etc. Algunos de los principales artistas que participaron en las decoraciones fueron Giorgio Vasari (encargado del arco de la puerta de San Piero Gattolini), Giovanni Corsi, Baccio da Montelupo… Una inacabada estatua ecuestre del emperador le reconocía como pacificador de Italia proclamándole «Carlo Augusto Victoriosissimo» (Morales Folguera, Ibídem, 342).

Carlos V abandonó Florencia el 4 de mayo de 1536, no sin antes asistir a misa en la basílica de San Lorenzo para, además, contemplar las obras de la nueva sacristía que estaba realizando Miguel Ángel. Después del asedio, el artista no vio repercusiones contra su persona porque, a pesar de haber trabajado para la República, sería perdonado y contratado por el Papa Clemente VII. Curiosamente, para evitar las represalias antes del perdón pontificio, Miguel Ángel pasó un tiempo escondido en una habitación subterránea de la basílica en la que realizaría varias de sus obras maestras.

Más allá de las repercusiones artísticas, políticamente la estancia imperial en Florencia puso de manifiesto la hegemonía carolina sobre la ciudad y sobre su teórico dueño. El duque «actuó por y para el interés imperial. Así lo demuestran los seis años en los que estuvo al mando del gobierno florentino, en los que permitió que las tropas imperiales ocupasen las principales fortalezas de la ciudad» (González Talavera, Ibídem, 37 – 38), lo que se mantuvo durante años . El propio comandante de las fuerzas florentinas, Alessandro Vitelli, estaba encargado de cumplir lo que el emperador le ordenara y de mantener la ciudad en su nombre.

La consolidación del ducado mediceo bajo tutela imperial

Inesperadamente, el duque Alejandro fue asesinado por su primo Lorenzino el 6 de enero de 1537, lo que provocó un terremoto político en Florencia y en toda Italia. La ciudad ya no contaba con la garantía de protección papal tras la muerte de Clemente en 1534, pues su sucesor, Paulo III Farnesio, era un declarado opositor de los Medici que aspiraba a crear un Estado farnesiano en la Italia central (Pingaro, 87, 2016). A esto se suma la anexión carolina del ducado de Milán en 1535, lo que a ojos de muchos podría anunciar una futura unión directa de Florencia a la Monarquía Hispánica. Además, las áreas de influencia de esta última en Italia podían variar debido a la nueva guerra con Francia iniciada en 1536.

Por esta razón, los órganos ciudadanos eligieron a Cosme de Medici, hijo del famoso Juan de las Bandas Negras, jefe del Estado el 9 de enero, pero este no tuvo poder efectivo hasta la llegada del reconocimiento imperial el 30 de septiembre. La opinión de ottimati como Guicciardini, Francesco Vettori, Matteo Strozzi…todos ellos defensores una mayor autonomía de Florencia respecto al Imperio, se impuso a a la de los consejeros del difunto Alejandro, como el cardenal Innocenzo Cybo, hombre de confianza del emperador, que aspiraban a ser los «regentes» de Giulio, hijo ilegitimo de tres años del anterior duque. Obviamente, de haber sido elegido Giulio, el control imperial sobre Florencia hubiera sido todavía mayor.

De todas formas, los Medici necesitaban el beneplácito del emperador para ser dueños de su ciudad, como muestra el hecho de que desde el primer momento Cosme se mostrase fiel vasallo de Carlos, pidiéndole el reconocimiento de su título y la mano de la viuda duquesa Margarita. Ante el temor de que se resquebrajara la hegemonía imperial, crecieron en Florencia los agentes carolinos, al mismo tiempo que las principales fortificaciones seguían bajo su poder con guarniciones propias todavía allí presentes. Uno de los principales representantes fue Fernando de Silva, conde de Cifuentes, quien influyó decisivamente para la consolidación de Cosme de Medici en el poder por su oposición a los fuoriusciti, férreos defensores de la República e independencia florentinas y acérrimos enemigos de los Medici, encabezados por Filippo Strozzi y su hijo Piero. El conde de Cifuentes reconoció de facto que Cosme tenía el mismo estatus del que había gozado antes Alejandro, aunque le empujó a ceder oficialmente al emperador las fortalezas de Florencia y Livorno, con lo que mantendría únicamente la de Pisa.

Estatua ecuestre de Cosme I de Médici en la Piazza della Signoria de Florencia (Giambologna, 1594).
Estatua ecuestre de Cosme I de Medici en la Piazza della Signoria de Florencia (Giambologna, 1594).

Los fuoriusciti, con apoyo francés, y encabezados por Piero Strozzi, realizaron una expedición a los territorios florentinos. Esta oposición antimedicea encontró pronto su fin en la batalla de Montemurlo, con la victoria de los Medici y sus aliados imperiales (agosto de 1537). De esta forma, cualquier esperanza de restablecer la vieja República se desvaneció. La inestabilidad interna florentina parecía resuelta, aunque solo por el momento, ya que Piero Strozzi tenía intenciones de rehacer su ejército con ayuda del rey de Francia. Alessandro Vitelli, el comandante florentino, apresó y condenó a algunos cabecillas fuoriusciti. Filippo Strozzi terminó sus días en diciembre de 1538, cuando fue entregado como prisionero por el emperador al duque. Su hijo Piero huyó a Francia y «desde allí siguió conspirando, siendo nombrado mariscal del reino» (Romero García, 1985, 130). A pesar de que el Ducado se fue consolidando con el edicto imperial del 30 de septiembre de 1537 que reconocía a Cosme como duque, no llegó a desprenderse nunca de la tutela carolina, aunque las fortalezas fueron devueltas a Cosme en 1543. Por otra parte, Cosme intentó aglutinar no solo el poder legislativo, sino también la administración ordinaria en cuestiones penales.

Florencia dependió indirectamente de los intereses de la Corona española durante buena parte del siglo XVI, algo que se tradujo en la fuerte presencia hispánica, ya que españoles y agentes imperiales ocuparon puestos de gran relevancia no solo en su gobierno, sino en instituciones militares, religiosas y financieras. Además, el duque estará muy influido por su futura esposa española, Leonor de Toledo, y su cortesano de más confianza, Antonio Ramírez de Montalvo (González Talavera, Ibídem, 43).

La alianza con los Toledo y las relaciones Florencia-Nápoles: el matrimonio de Leonor de Toledo

Leonor Álvarez de Toledo y Osorio (Agnolo Bronzino, 1543)
Leonor Álvarez de Toledo y Osorio (Agnolo Bronzino, 1543).

Cosme de Medici no consiguió la mano de Margarita de Parma, pero sí emparentó con la rama de una de las familias nobiliarias más destacadas de la Monarquía Hispánica: la de los duques de Alba. Esta saga aristocrática estaba presente en Italia a través de Pedro de Toledo, marqués de Villafranca y virrey de Nápoles desde 1532. Los Toledo aumentaron su influencia en Italia gracias al matrimonio entre Leonor, una de las hijas de Pedro, y el duque Cosme en 1539. Antes de llegar a Florencia, la nueva duquesa fue recibida en Pisa por el arzobispo de la ciudad y los pisanos le agasajaron con ricas decoraciones efímeras.

Asimismo, el papel del virrey fue decisivo para que el emperador confiara en Cosme como nuevo dueño de Florencia tras el asesinato de Alejandro en 1537. Tanto Carlos V como el gobernador de Milán, el cardenal Caracciolo, tenían dudas de la idoneidad de Cosme. Sin embargo, Pedro de Toledo le aconsejó reforzar su lealtad al emperador para así consolidarse en el poder.  Posteriormente, el virrey fue también decisivo para que su hija Leonor emparentara con Cosme, que necesitaba asegurar no solo su descendencia, sino también el mantenimiento de la protección imperial sobre Florencia (Hernando Sánchez, 2007, 142 – 143).

La boda se celebró pomposamente en el patio del florentino Palacio Medici. Aquí se exhibieron varias pinturas que representaban grandes momentos de la historia de la familia y otras decoraciones en referencia a los Toledo y a la hegemonía hispánica sobre Italia en las que participó El Bronzino (Hernando Sánchez, Ibídem, 139). Además, el matrimonio supuso una renovación de las tradicionales relaciones entre Florencia y Nápoles, donde era habitual la presencia de comerciantes y agentes financieros toscanos. La ciudad partenopea abastecía a los hombres de negocios florentinos de materias primas que luego explotaban y, por otra parte, la banca Medici ya había prestado dinero a los monarcas aragoneses de Nápoles.

El gobierno de Cosme y su matrimonio con Leonor coincide así con los años cruciales de la construcción del Ducado y, asimismo, con el intento del virrey Toledo por imponerse a la nobleza local y establecer un gobierno cada vez más autoritario y personal, además de orientado a conseguir la primacía napolitana sobre el resto de territorios italianos (Pingaro, Ibídem, 99). Ambos se beneficiaron y consiguieron sus propósitos gracias a la red de alianzas que engrandecieron sus respectivos linajes. Además, consiguieron crear un fuerte legado político, económico y cultural alrededor del eje Florencia-Nápoles.

Asimismo, la unión Medici-Toledo provocó el aumento de la comunidad hispana en Florencia, así como familiares de Leonor actuaron como agentes imperiales dentro de la corte medicea. De esta forma, la duquesa se convirtió en «instrumento de una alianza internacional por la que los Toledo culminaban su servicio a la política imperial en Italia, así como consolidó el propio gobierno de su marido gracias a la importante alianza con su familia» (González Talavera, Ibídem, 45).

Sin embargo, la duquesa jugó un papel relevante también en el propio gobierno florentino. Desde 1540 se ocupó de la administración de los inmensos bienes mediceos y gestionó personalmente la hacienda de la familia hasta su muerte, gozando de la condiciones de regente durante los viajes y ausencias de su marido (González Talavera, Ibídem, 46). Esto constituyó una novedad en la historia florentina y daba a la duquesa una indiscutible autoridad política como, por ejemplo, en 1541-1543, cuando el duque se encontraba en Génova tratando con el emperador la devolución de las fortalezas de Florencia y Livorno.

Leonor estuvo entonces encargada de cuestiones como el pago de las tropas mediceas o el trato con los patricios, los miembros del gobierno y sus instituciones. La duquesa española gobernaría también en otros dos momentos: entre 1544 y 1545, cuando Cosme cayó enfermo de fiebres; y durante la Guerra de Siena (1553-1555). «Leonor actuaba en sus regencias según un programa político compartido con su marido: en el matrimonio se determinó un juego de equilibrios en el que por un lado Leonor tuvo plena consciencia de su poder y, por el otro, Cosme, (…) siempre confió en su amada consorte» (Pingaro, Ibídem, 111).

Asimismo, ella actuaba como intermediaria entre el duque y sus súbditos o ciudadanos cuando estos solicitaban cargos, mercedes y prebendas, a lo que hay que añadir la razonable influencia que tenía sobre su marido. Uno de los aspectos en los que se reflejó dicho ascendiente fue la educación «a la española» de su hijo primogénito, el futuro Francisco I de Medici, que se desarrolló parcialmente en la Corte de Felipe II, donde permaneció entre 1562 y 1563. El propio Francisco continuará la relación con la Monarquía al casarse con Juana de Austria, prima de Felipe II.

Leonor también destacó por su papel como mecenas: el «Quartiere di Eleonora» en el Palacio de la Señoría, magnífica muestra del Manierismo florentino y de la presencia española en Florencia; y por su política económica: «Sus transacciones comerciales y financieras, que solía dirigir personalmente, afectaron con frecuencia a los miembros de la nazione spagnola, es decir, a los mercaderes castellanos que, asentados en Florencia, ejercieron un fructuoso tráfico comercial Toscana – Castilla durante todo el quinientos» (González Talavera, Ibídem, 47).

Para fortalecer el comercio y las arcas florentinos no dudó en proteger a los judíos. Ha de señalarse que, en su juventud, Leonor había sido educada por Bienvenida Abravanel, mujer de Samuele Abravanel, máximo exponente de la comunidad hebrea del sur de Italia. De hecho, existían importantes lazos económicos entre el gobierno virreinal napolitano y esta familia judía. Y aunque esto no impidió la expulsión de los judíos del virreinato en 1541, gracias al afecto e interés que unía a Leonor por esta comunidad, muchos fueron acogidos en el Ducado, e influyó en Cosme para que se les permitiera desarrollar su actividad económica en Florencia. De esta forma, los Abravanel fueron autorizados a abrir bancos en territorio toscano, llegando a tener relaciones económicas importantes con varias ciudades.

La duquesa también intervino personalmente en la llegada a Florencia de la Orden jesuita, interesada en la predicación y la moral de Ignacio de Loyola. Diego Laínez, sucesor de Ignacio, fue el encargado de fundar en la ciudad de Florencia el primer colegio jesuita, establecido en 1554 con todo el apoyo de los duques. El éxito de los jesuitas en Florencia no solo responde a la devoción particular de Leonor, sino también en la necesidad que tenía el Ducado de una instrucción religiosa que pacificase a una sociedad revoltosa y levantisca, además de su necesidad de un apoyo eclesiástico que permitiera el crecimiento del Estado.

Asimismo, las operaciones financieras y las adquisiciones territoriales que realizó Leonor no solo contribuyeron a aumentar su patrimonio, sino también a incrementar las posesiones del Ducado que heredarían sus sucesores. En definitiva, la importancia a todos los niveles de Leonor de Toledo es evidente y permitió a Cosme formar parte del sistema imperial, más allá de representar un símbolo de feminidad con todo lo que se esperaba de ella: prudencia, devoción, amor conyugal, fecundidad….

La comunidad española de Florencia

El origen de la comunidad española en la ciudad toscana se remontaba a la época de los Reyes Católicos. De acuerdo con su política económica iniciada en 1494, «los monarcas dieron vida a la joven colonia de mercaderes que, actuando en calidad de factores de los socios asentados en Castilla, fueron protagonistas de un intenso tráfico comercial Burgos – Florencia que alcanzó su máximo esplendor en la segunda mitad del siglo XVI» (González Talavera, Ibídem, 47).

Esta nazione spagnola, nombre que recibía la comunidad de mercaderes, funcionó bajo la égida del Consulado de Burgos. Gozó de una gran importancia durante el siglo XVI y contribuyó al desarrollo económico de Florencia durante esta centuria hasta principios del siglo XVII, momento en que entra en crisis el sector lanero de la capital toscana (ha de señalarse el abastecimiento de lana castellana a los telares florentinos desde el siglo XII). La colonia hispana se organizó en compañías o sociedades mercantiles y tenía la intención de integrarse en la alta sociedad florentina, «algo que les facilitaría un reconocimiento social y mayores ventajas en sus negocios» (González Talavera, Ibídem, 406). Lo consiguieron a través de la naturalización (concesión de ciudadanía), matrimonios, desempeño de cargos públicos…

Naturalmente, con la llegada de Leonor de Toledo en 1539, la corte medicea se llenó de miembros de esta comunidad, que incluía a secretarios, coperos, escuderos, mosqueteros, orfebres, mayordomos, etc. Además, casi todas las damas de honor de la duquesa eran españolas. Por otro lado, dos personajes de origen hispánico fueron los hombres de confianza de los dos primeros Grandes Duques: Antonio Ramírez de Montalvo en el caso de Cosme I y Fabio Arrazola de Mondragone en el caso de Francisco I, al menos hasta su exilio en 1575.

Los asuntos de Piombino, Lucca y Siena

Florentini Dominii Fidelissima et Nova Descriptio (Abraham Ortelius, c. 1595).
Florentini Dominii Fidelissima et Nova Descriptio (Abraham Ortelius, c. 1595).

Más allá de consolidar el Ducado mediceo internamente y de proceder a lo que se ha llamado «absolutización» y burocratización de sus dominios, Cosme llevó a cabo una importante política exterior expansionista. En primer lugar, pidió a Carlos V la integración de Piombino, señorío situado en el sur de Toscana, en 1540. A pesar de su escaso tamaño, destaca por su estratégica ubicación ya que el canal de Piombino (entre la Península itálica y la isla de Elba) era de paso obligado para las naves que realizaban la ruta Génova – Nápoles (Romero García, 1986, 504). Este pequeño territorio también resultaba atractivo por sus ricas minas de hierro.

Nominalmente, Piombino pertenecía a la familia Appiano, pero durante los reinados de Carlos V y Felipe II dependieron directamente de los Austrias. En un principio, el emperador se mostró dispuesto a entregarle el señorío al duque a cambio de una compensación económica, pero el temor de Génova ante la posibilidad de que Florencia se convirtiera en una potencia marítima hicieron que el emperador diera marcha atrás. En consecuencia, en Piombino se mantendría una guarnición hispánica y su señor, Jacopo V, se comprometía a defenderse de los ataques de turcos y franceses, para lo que contaría con ayuda florentina.

En definitiva, Cosme quedaba satisfecho en parte porque, aunque no consiguió la anexión territorial de Piombino, obtuvo la tutela militar sobre el pequeño señorío. El acuerdo fue refrendado por el Tratado de La Spezia (septiembre de 1542) por Carlos V y Jacopo V. Tras la muerte de Jacopo V en 1545, el emperador cedería a Cosme la investidura sobre Piombino.

Cosme también intentaría apropiarse en 1547 de la República de Lucca aprovechando que su gonfaloniere Francesco Burlamacchi ambicionaba crear un Estado toscano que incluyera Perugia, Pisa, Pistoia, Bolonia y la propia Lucca. «También pretendía acabar con el poder temporal del Papa, de acuerdo con las ideas luteranas extendidas en la región» (Romero García, 1983, 130). Debido a una traición, el duque Cosme tuvo conocimiento de las aspiraciones luquesas y se lo comunicó al emperador, que exigió el apresamiento de Burlamacchi, que fue enviado y ajusticiado en Milán. A pesar de que el florentino anhelaba la anexión de la República, Carlos no satisfizo los deseos del duque, ya que prefirió que en Lucca se estableciera un gobierno hereditario y aristocrático.

La última de las aspiraciones expansionistas florentinas fue la República de Siena, que también se encontraba bajo protección imperial, personificada en la guarnición de Diego Hurtado de Mendoza, poeta y embajador carolino en Roma. Situada en el camino de Florencia a la Ciudad Eterna, Siena constituía un importante enclave estratégico clave en la Italia central.

Con el estallido de la guerra entre Carlos V y Enrique II de Francia en 1552, se produjo una sublevación de los sieneses ante la cual Mendoza se vio obligado a pedir ayuda a Cosme. Siena contaba con el apoyo francés y de Piero Strozzi. Enrique envió sus naves para asolar la costa tirrena y con la ayuda de los sieneses, sus tropas entraron en la ciudad y expulsaron a los españoles. Cosme respondió asediándola con la ayuda de las fuerzas imperiales al mando de Francisco de Toledo, agente imperial en Florencia. Siena sufriría el sitio hasta abril de 1555, cuando cayó en manos de Cosme, que ya podía considerarse dueño de casi toda Toscana. Al mismo tiempo, al incorporarse al Ducado, Siena también entraba en la órbita hispánica. La consolidación definitiva del dominio regional de Cosme se produciría en 1569, cuando fue nombrado Gran Duque de Toscana, que se convertiría en el principal título hereditario de su dinastía.

 

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