Las minas son un elemento que se lleva usando en los asedios desde, prácticamente,  la existencia de fortificaciones. Más adelante las definiremos y explicaremos en profundidad, pero muy resumidamente, eran una manera de neutralizar las fortificaciones atacando directamente a sus cimientos. Con el paso del tiempo sufrieron una evolución, pasando de usarse para picar los cimientos o hundirlos quemando la estructura a, en la época que nos ocupa, combinarse con la pólvora para volar directamente por los aires las fortificaciones.

El ejemplo de la guerra de minas en Flandes

Por otro lado, la Guerra de Flandes, o Guerra de los Ochenta Años, es como se denomina al período de revueltas contra el emperador que tuvo lugar en los Países Bajos y que llevó a la independencia del territorio. Esos territorios eran propiedad de la casa de Borgoña y Carlos V los separó del resto de las posesiones de la casa, gobernando personalmente sobre ellos, además, estableció que tras su muerte serían gobernados como un único territorio, con un solo gobernador y unas mismas leyes. Esto chocaba frontalmente con los intereses y aspiraciones de las ciudades y la nobleza del lugar, en contra de esta creciente centralización. A estas tensiones se sumaron otras de naturaleza económica, por las exigencias por parte de Carlos de impuestos y tropas, y, por supuesto, la cuestión religiosa con la aparición del protestantismo y su dura persecución por Felipe II (Janssens, 2021: 7).

En 1565 hubo una primera rebelión, algunos nobles pidieron a la gobernadora Margarita de Parma que suavizara las normas que se habían dictado contra los protestantes y que se reuniera a los Estados Generales, esto, unido a una crisis de subsistencia que había comenzado el año anterior, crispó mucho el ambiente en los Países Bajos. Estallaron tumultos contra la población y los templos católicos que fueron vistos por las autoridades como una rebelión, por lo que se envió al duque de Alba para pacificar la región, ante la incapacidad para ello de Margarita de Parma.

Formación militar en un grabado de la época. George III Collection.
Formación militar en un grabado de la época. George III Collection

La llegada del duque pareció calmar la situación en un principio, pero la represión de la rebelión aumentó el descontento y Guillermo de Orange se alzó contra él en 1568. Comenzó entonces una guerra abierta, con los rebeldes haciéndose con el control de gran parte de Holanda y Zelanda y de ciudades importantes, además se lanzaron a la conquista de territorios que habían permanecido leales. Ante esto, el duque de Alba tuvo que movilizar a sus fuerzas (Janssens, 2021: 11).

La Guerra de Flandes se caracterizó esencialmente por los asedios, hubo batallas campales, pero fueron excepcionales. Esta situación se daba por diversos motivos, uno de ellos es que una batalla campal no era algo que gustara a los mandos militares, ya que era un escenario que se consideraba bastante decisivo y arriesgado ya que se jugaba el éxito de una campaña entera a una sola carta, poniendo en juego gran cantidad de efectivos y materia. Frente a esto, el sitio se veía como un tipo de guerra más seguro, a pesar de que solían alargarse por meses, incluso años, y suponían un gran coste en vidas y dinero.

Además, los asedios se planificaban de forma “científica” o “matemática”, con estrategas y tratadistas que hacían cálculos de cuánto se podía demorar el asedio en función de los efectivos, la guarnición, las fortificaciones, las piezas de artillería disponibles, etc. Por último, cabe destacar el terreno y la orografía de la zona, con pocos espacios abiertos que sirvieran de campo de una batalla campal, pero sembrado de puntos fortificados para asegurar el control de canales y diques (Albi de la Cuesta, 2017: 231-232).

La ingeniería militar había avanzado tanto en cuestión de fortificaciones, que los asedios solían ser mucho más duros para los sitiadores que para los sitiados. En caso de que la posición asediada estuviera bien provista de víveres y pertrechos, era común que fuera el ejército atacante el que sufriera los efectos del hambre mucho antes que el defensor. Las fortificaciones eran las denominadas “de traza italiana” o abaluartadas, de un diseño tremendamente complejo y enormemente difíciles de expugnar. Estaban pensadas para plantear una defensa escalonada, en la que los asaltantes tuvieran que ir tomando cada una de las estructuras defensivas, emplazadas de modo que se cubrieran unas a otras.

Uno de los aspectos menos conocidos y más interesantes (y aterradores) de los sitios, era la guerra de minas o galerías. Cuando no era posible hacerse con la ciudad o la plaza fuerte mediante negociación, traición, un golpe de mano o por miedo, se recurría al asedio. Éste comenzaba, una vez acumulados hombres, víveres y pertrechos, con el cerco a la posición a tomar para cortar las líneas de suministros y evitar que recibiera ayuda. Esto se hacía mediante trincheras que cavaban trabajadores denominados gastadores, podían ser los habitantes de la zona o bien delincuentes que habían sido condenados a tal menester.

Era un trabajo peligroso que suponía muchas bajas, a pesar de hacerse sobre todo de noche o protegidos por rodelas, cascos de gran grosor y manteletes. En Flandes esta etapa presentaba una complicación extra, y es que los defensores tenían la opción de romper los diques, muy abundantes en el lugar, para que la zona se inundara. De esta manera, la posición podía recibir auxilio, refuerzos y pertrechos por vía marítima, a la vez que el campamento y las obras que pudieran haber realizado los sitiadores, quedaban anegados. Las trincheras también servían de fortificación para protegerse de hipotéticas salidas de la guarnición. Además, también construían pequeños fuertes abaluartados a lo largo de la trinchera. En ocasiones, tenían que construir otra línea de trincheras mirando hacia el exterior llamada contravalación, por si acaso se aproximaba un ejército a auxiliar a la posición sitiada (Albi de la Cuesta, 2017: 242).

Una vez se había cercado exitosamente la posición a tomar, se emplazaba la artillería y se batían las fortificaciones, al mismo tiempo, se cavaban nuevas trincheras que se aproximaran a la posición, estas se hacían en zigzag para cubrirse del fuego enemigo.

Las minas: una dimensión terrorífica de la guerra

Si las defensas no cedían, se recurría al tema que nos ocupa, a las minas. Se trataba de túneles que se cavaban desde las trincheras y con los que se intentaba llegar debajo de las fortificaciones, una vez se había alcanzado el objetivo, se ensanchaba el túnel creando una especie de cámara o habitación, que se rellenaba con pólvora y se sellaba. Una vez sellada, se encendía y, si se había construido correctamente, toda la energía de la explosión se canalizaría hacia arriba, para ello trataban de darle forma de cúpula, volando por los aires la fortificación y creando una brecha que posibilitara, o bien la rendición de la guarnición, o bien el asalto de la posición.

Las batallas campales no eran muy habituales en la Guerra de Flandes. Cabrera para Desperta Ferro
Las batallas campales no eran muy habituales en la Guerra de Flandes. Cabrera para Desperta Ferro

La colocación de la pólvora también había que hacerla de forma meticulosa para aprovechar su poder explosivo en la totalidad, el suelo de la cámara se solía cubrir con madera, paja y telas para proteger la pólvora de la humedad, una vez cargada con los barriles de pólvora, se cubrían los huecos que habían quedado con sacos de tierra, para lograr un cierre lo más hermético posible. La primera vez que se tiene constancia del uso de una mina con pólvora para volar una fortificación, fue en la toma de Nápoles por las tropas españolas en junio de 1503.

En caso de lograr abrir brecha (también llamada batería) en la muralla, eran los sitiados los que recurrían a la mina, construyendo una a toda prisa bajo la brecha para volarla en el momento del asalto. Una voladura exitosa de estas minas podía saldarse con centenares de bajas entre los asaltantes.

Sobre el papel, la construcción de una mina parece fácil, pero a la hora de llevarlo a la práctica, la situación se complicaba bastante. Primeramente, por los retos técnicos que suponía el hecho de cavar los túneles, cosa que se complicaba en el caso de Flandes debido a la gran humedad del suelo y a que, en muchas ocasiones, el terreno se encontraba bajo el nivel del mar. No consistía simplemente en cavar un túnel y llenarlo de pólvora, había que estudiar la fortificación para detectar el punto en el que la mina sería más efectiva, que mezcla de pólvora usar, como construir la cámara final, etc. Lo ideal era cavar la mina lo más cerca posible del objetivo a volar, pero esto requería al menos tomar el control de las defensas exteriores de la fortaleza, si esto no era posible, tocaba hacer una galería más larga y seguramente más profunda para sortear los fosos.

En segundo lugar, estaban las acciones de los defensores que, evidentemente, no se iban a quedar de brazos cruzados. Lo primero que debían hacer era detectar la presencia de una mina en construcción, para ello había varios métodos, como cavar pozos de escucha, colocar recipientes llenos de agua o tambores dados la vuelta para detectar las vibraciones producidas por los trabajos de zapa.

Una vez se había descubierto que los sitiadores estaban excavando una mina, urgía el interceptarla, para ello, los defensores comenzaban a cavar un túnel en dirección a ella, denominado contramina o contragalería. Aun así, esto no era fácil ya que, generalmente, no se cavaba una única mina si no que se preparaban varias y luego se decidía cuál era más conveniente volar.

Minas y contraminas… una carrera bajo tierra

La Rendición de Breda, Velázquez. De nuevo, este cuadro marca el fin de un asedio.
La Rendición de Breda, Velázquez. De nuevo, este cuadro marca el fin de un asedio.

También podía volarse más de una para crear distintas brechas y que los defensores no supieran a ciencia cierta por cuál de ellas se iba a producir el asalto, viéndose obligados a dividir sus fuerzas. En ocasiones, los defensores dejaban contraminas pre-construidas en las zonas de la fortaleza donde calculaban que los asaltantes podían cavar sus galerías, las cuáles se continuarían una vez detectada la mina enemiga.

Comenzaba así una carrera subterránea en la que los sitiadores trataban de llegar a la fortificación y los sitiados neutralizar la galería. Los defensores podían hacer varias cosas para acabar con la galería enemiga, una opción era volarla. Para ello tenían que hacer la contramina por debajo de la mina y hacer la cámara en el lugar en el que creían que estaba la mina de los sitiadores. Una vez hecho esto, procedían a llenarla de pólvora y volarla para destruirla y, si tenían suerte, llevarse por delante o sepultar a los zapadores enemigos.

Otra opción era comunicar la contragalería con la galería de los sitiadores. Una vez logrado podían inundarla, verter por ella agua hirviendo o llenarla de humo o gases venenosos, como el resultante de la combustión del azufre. Para llenarla de humo, podían quemar paja o madera húmeda y empujar el humo hacia dentro utilizando fuelles. Esto tenía como objetivo acabar con los zapadores o hacerles abandonar la galería, después había que destruirla (Albi de la Cuesta, 2017: 251).

Esto era lo más común, pero todavía nos queda tratar del escenario más aterrador, y es que los últimos tramos de las minas no los excavaban gastadores o campesinos reclutados para tal fin, si no soldados actuando de zapadores, por si se producía un encuentro con la guarnición de la posición sitiada. Si esto ocurría, se producía una de las formas de combate más terrorífica, espantosa y angustiosa que se pueda imaginar.

Los túneles tenían el tamaño suficiente para que se pudieran meter por ellos los barriles de pólvora necesarios para volar el objetivo, aun así, el espacio era bastante limitado. Además, hay que sumar la penumbra, cuando no oscuridad, de los túneles y la humedad existente en ellos. Todos estos factores provocaban que los combates que se dieran en ellos fueran muy cercanos e intensos, prácticamente sin cuartel. En ellos se utilizaban diversas armas, teniendo un papel predominante las de fuego, concretamente pistolas y arcabuces, las cuáles se disparaban a bocajarro con devastadores efectos. También se usaban armas blancas, destacando las armas cortas como dagas, espadas y terciados. A esto hay que añadir algún arma enastada de corta longitud, como jinetas o picas cortadas.

La poca anchura de los túneles obligaba a los soldados a avanzar prácticamente en hilera. El que iba al frente, solía portar una rodela, a veces incluso una tabla, a prueba de bala en la que se abrían aspilleras para poder hacer fuego sin exponerse a los disparos enemigos. Detrás de esta protección iban el resto de compañeros, pasándole armas cargadas, abriendo fuego y lanzando estocadas con las armas de asta. Las armas cortas se reservaban para cuando se llegaba al cuerpo a cuerpo, aunque, como he dicho, se utilizaban principalmente pistolas y arcabuces. (Albi de la Cuesta, 2017: 252).

Se combatía prácticamente a oscuras, iluminados solo por las lámparas y lucernas que usaban los zapadores para poder trabajar y por los fogonazos provocados por los disparos. Mientras los soldados estaban enzarzados en este combate, seguían expuestos a ser víctima de cualquiera de las acciones antes mencionadas, que inundaran la mina, la volaran o la llenaran de humo o gases tóxicos.

Las subterráneas eran el tipo de mina más común, pero no eran las únicas. Por poner un ejemplo, nos remontaremos al sitio de Amberes, en el que los holandeses emplearon un tipo de mina bastante particular. Este asedio tuvo lugar ente julio de 1584 y agosto de 1585, los flamencos habían roto los diques cercanos, por lo que la ciudad, ya de por sí muy bien fortificada, se había convertido en una isla. Lo único que sobresalía sobre las aguas eran las tierras más altas y los caminos que había sobre los diques. Las tropas españolas estaban dirigidas por Alejandro Farnesio, que elaboró un ingenioso plan para tomarla.

Las tropas imperiales habían construido un gran puente de barcas para salvar la inundación provocada por los holandeses, el puente estaba sólidamente construido y muy bien protegido, en él había casi un centenar de piezas de artillería y de los laterales salían hileras de vigas acabadas en hierros para evitar cualquier intento de partirlo. El 5 de abril los holandeses lanzaron una flota de brulotes contra el puente, estos eran barcos en llamas que iban a la deriva con la intención de chocar e incendiar otros barcos o, en este caso el puente.

La mayoría eran embarcaciones de pequeño tamaño que no dañaron el puente, pero había dos de gran tamaño, una de ellas tampoco logró dañar el puente, pero la otra chocó contra el mismo y quedó allí encallada. Cuando los soldados imperiales se acercaron a inspeccionarlo, se produjo una gigantesca explosión que provocó 800 muertos y miles de heridos. El barco había sido llenado hasta los topes de pólvora, munición de artillería y piezas de hierro para servir de metralla. El propio Farnesio fue arrojado por los aires debido a la onda expansiva y quedó noqueado varias horas. A pesar de la violencia de la explosión, tan solo una sección del puente se vio afectada y pudo ser reconstruida (Albi de la Cuesta, 2017: 276).

Con esto cerramos el tema por el momento. Las minas continuaron utilizándose en la guerra a lo largo de los siglos, llegando a darse casos de guerra de minas en conflictos tan cercanos en el tiempo a nosotros como la Primera Guerra Mundial.

Bibliografía

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