Sin duda la primera arma que nos viene a la mente al hablar de la Antigüedad en Iberia es la falcata. Esta aparentemente inusual espada, con tan característico perfil, se ha convertido en todo un símbolo de “lo ibérico” a través de los últimos siglos y ha trascendido a la cultura popular hasta el punto de que para muchos el “hispano” de la Antigüedad no es tal sin su letal y temida falcata. Como ejemplo relativamente reciente de esta imagen tenemos la históricamente desafortunada serie de televisión “Hispania”, en la que la resistencia de los hispanos (aunque concretamente lusitanos) se veía nutrida de decenas de falcatas prácticamente fabricadas en serie que se presentaban como el arma étnica de los hispanos (a pesar de los pocos hallazgos de falcatas en el área de Lusitania), desconocida para sus enemigos y temida por estos.
Pero, ¿es esto realmente así? ¿Fue la falcata un arma étnica propia de los íberos o de los hispanos en general y exclusiva de estos? ¿Representó realmente un problema para los romanos?
Los avances en la últimas décadas en el estudio de esta arma, no sólo en Iberia si no en todo el Mediterráneo nos permiten responder de forma amplia a estas preguntas.
El Mito
En los albores de la Arqueología en la península Ibérica los hallazgos de espadas tuvieron una serie de atribuciones cambiantes y confusas. Es así que las primeras falcatas halladas fueron atribuídas a los romanos, y aparecen registradas en algunos textos como “espadas-machete romanas” para aparecer y consolidares finalmente el término latinizado “espada falcata” en este periodo (siglos XVIII-XIX).[1] No obstante los romanos jamás emplearon este término, tal vez tomado de la voz latina “ensis falcatus”, literalmente espada falciforme o con forma de hoz, mencionado por Ovidio aunque en referencia a las armas de los pueblos geto-dacios, sino ‘machaera’, un término que sin embargo parece haberse empleado para referirse a otras armas y que fue tomado del griego ‘machaira’, igualmente empleado para nombrar a este tipo de armas junto con ‘kopis’, menos común en este último caso.
No es hasta bien entrado el siglo XIX, con el descubrimiento de hallazgos de falcatas tan importantes como los de la necrópolis de Los Collados en Almedinilla que la falcata comienza a destacar entre las armas encontradas en Iberia, ya no por su número o distribución sino por su particular forma característica y la gran belleza de los ejemplos encontrados. En este siglo se experimenta en Europa una fuerte reivindicación indigenista por parte de los nacionalismos que buscan el continuismo étnico y “racial” entre los Estados-nación y los pueblos ancestrales que habitaban el espacio que delimitaban sus fronteras. Aquí tenemos al nacionalismo alemán con su germanismo que se proyectó hasta el Tercer Reich, al nacionalismo francés con sus estatuas de Napoleón caracterizado como Vercingetórix reivindicando su pasado galo -y curiosamente a los nacionalistas centrífugos bretones, que reivindicaban al mismo pueblo que los franceses, pero rehusaron emplear ese término por pura confrontación con Francia creando y popularizando el término “celta” para referirse a esa cultura-[2] y también al nacionalismo español, que echó la vista atrás hacia el pasado prerromano de Iberia. De este modo se establecieron algunos elementos como la propia falcata y, más posteriormente aunque siguiendo los mismos criterios, la guerra de guerrillas y el falso saludo racial ibérico como elementos exclusivos del pueblo íbero, sobre el que se presentó una falsa unidad y homogeneidad que acabaron por consolidar a la falcata como arma étnica propia de Iberia.
El arma
Existen no obstante multitud de ejemplares de “falcatas ibéricas” (más de seiscientos) que nos permiten acotar por completo la realidad el arma histórica:
Nos encontramos ante un arma robusta y de brutal manejo, que permite una esgrima netamente ofensiva destinada a un tipo de combate en el que el escudo juega un papel fundamental. La hoja presenta un característico perfil curvo, aunque en el caso ibérico aparece en muchas ocasiones un tercio de hoja ascendente que dibuja un perfil sinuoso. Es en este tercio final hasta la punta en el que se añade un contrafilo, exclusivo de los modelos ibéricos (en los que aparece en más del 90% de los casos), que nos indica que en la península el arma adquirió un carácter definido como arma de infantería destinada a un combate cercano, violento y letal en el que las estocadas descendentes y ascendentes y los cortes hacia la nuca y tras rodillas y tobillos tanto en formaciones abiertas como cerradas, compartían protagonismo con los potentes tajos descendentes que se presentan como principal técnica de manejo en armas de este tipo. No es un arma que presente equilibrio entre empuñadura y hoja ya que busca justamente canalizar la potencia del golpe en el último tercio creando una suerte de “efecto hacha”, capaz de trasmitir potentes tajos incluso con pequeños balanceos capaces de alcanzar al enemigo por encima del escudo. En este tipo de esgrima la forma de la empuñadura, cerrando el puño del guerrero (en múltiples casos por completo), impide la pérdida del arma y el deslizamiento de la empuñadura.
Se trata de un arma relativamente corta, cuya longitud máxima de hoja podríamos fijar en los 55 centímetros (frente a los modelos griegos e itálicos que superaban los 80 centímetros), con una empuñadura cerrada entorno al puño que presenta ornamentos zoomórficos (principalmente caballos) y se construye mediante una prolongación de la hoja, formando una única lámina a la que se añadían cachas de madera, hueso u otros materiales. La hoja se forja a partir de una pieza de hierro o, en muchos casos, la unión de tres piezas mediante el golpeo en caliente. Existe la creencia de que las técnicas ibéricas de forja de armas eran especialmente avanzadas aunque los hallazgos demuestran una forja relativamente primitiva en relación a los casos romano y griego, y la fama que presentan algunos cronistas romanos probablemente se deba a creencias infundadas. El acerado del hierro sucedía de forma accidental, al absorber este el carbono del carbón vegetal empleado en la forja y es posible que, al menos en algunos casos, se buscase la eliminación de las impurezas y el fortalecimiento de los hierros enterrándolos, mediante un proceso que aplicaba propiedades anticorrosivas basadas en la oxidación de la magnetita y que otorgaba a las armas un característico color negro u oscuro. Este tono de metal negro era a menudo decorado mediante ricos damasquinados de plata, presentes en espadas plenamente funcionales y con signos de uso frecuente. Igualmente se añadían por lo general varias acanaladuras a lo largo de la hoja, con funciones netamente estéticas.[3]
Es evidente que existía entorno a la “falcata ibérica” una suerte de misticismo y relación con la práctica sacrificial y son comunes los enterramientos de guerreros en los que la falcata es la única arma presente, en muchos casos doblada e inutilizada de forma ritual, simbolizando su “muerte” junto con la del guerrero.
El origen
Respecto al origen de la falcata ibérica, tradicionalmente han convivido varias hipótesis:
El profesor J. Maluquer de Motes otorgaba a la falcata un posible origen autóctono y la planteaba como un arma derivada de una serie de cuchillos de perfil curvo que se remontaban a la Edad del Bronce en la Península Ibérica. Esta hipótesis está no obstante prácticamente descartada y apenas tuvo aceptación.
Otro posible origen planteado es el centroeuropeo vinculado a la cultura de Hallstatt. La hipótesis, defendida por Bosch Gimpera, se basaba en una supuesta evolución de los cuchillos curvos vinculados a las espadas de antenas, que sumado a la situación central de las culturas del hierro centroeuropeas en relación a los tres grandes focos de presencia de falcatas (Iberia, Italia y Grecia) nos harían suponer un origen vinculado a este punto y a estas culturas. Sin embargo el propio Bosch Gimpera acabó rectificando su postura ante las nuevas evidencias en 1944.
La tercera hipótesis, la actualmente aceptada, plantea un origen mediterráneo para la falcata ibérica (y de hecho también para los cuchillos «afalcatados» presentes en gran parte de Europa) situando el origen de las espadas curvas de un solo filo que conocemos como falcata/kopis/machaira en los Balcanes. En esta región aparecen armas de este tipo desde el siglo X a.C. que podemos considerar como antecesores consolidados de la ‘machaira’ griega, que a su vez sería el origen de la ‘machaera’ itálica, e igualmente se mantiene una tradición armera con armas curvas de un solo filo, de distintas dimensiones, durante toda la Antigüedad. La transmisión de la ‘machaira’ a la Península Ibérica es aún motivo de debate aunque principalmente se plantea que fueron los griegos, bien en sus colonias o más probablemente en sus ejércitos en los que empleaban mercenarios ibéricos, quienes sirvieron de vector de esta arma que podemos considerar mediterránea, aunque algunos autores defienden que pudieron ser los etruscos quienes cumplieron con este papel.[4]
Parece que los griegos consideraban que el origen de estas armas se situaba en Persia y es posible que su mirada hacia oriente a la hora de determinarlo no fuese del todo errónea ya que se plantea la posibilidad de que fuesen los griegos de Asia Menor quienes adoptaron la ‘machaira’ en primer lugar del área de Tracia para posteriormente transmitirla a los griegos continentales. Igualmente es un arma empleada en Persia y de hecho en muchas otras partes, ya que se trata de un diseño práctico que nos brinda a lo largo de la Historia muchos casos de convergencia funcional.
El nombre
Existe cierta polémica recurrente acerca del término correcto para nombrar a esta arma mediterránea de perfil curvo y un solo filo (o uno y un tercio, en el caso ibérico). El término falcata, como comentábamos antes, es un cultismo moderno que jamás fue empleado en la Antigüedad y que deriva de la palabra latina ‘falx’ que significa hoz, por el término empleado por Ovidio ‘ensis falcatus‘, literalmente «espada falciforme».
En la Antigüedad se hace referencia en numerosos textos (empezando por la Iliada de Homero) a este tipo de armas con los términos ‘machaira’ (pronunciado “májaira”) en Griego y ‘machaera’ en Latín, y ‘kopis’, y por ello estos textos son en general citados como ejemplos de la existencia de un nombre específico para este tipo de armas. El problema es que la realidad es significativamente más compleja. En la Antigüedad (y de hecho hasta hace escasos siglos) no existía ni remotamente el afán clasificador que tenemos hoy día y existían términos que definían indistintamente multitud de armas. En el caso de las crónicas se suma además el factor del empleo concienzudo de numerosos términos polisémicos con el fin de enriquecer el texto y nos encontramos de este modo con que los términos ‘machaira’ y ‘kopis’ se emplean para definir elementos tan distintos como cuchillos de sacrificio, carros de guerra y cuchillos utilitarios, así como todo tipo de espadas.[5]
No obstante parece que en general en los textos helenos el término ‘machaira’ tiene una relación predominante con un arma de perfil curvo y un solo filo y en general con espadas que aunque posiblemente rectas, estaban destinadas a herir mediante tajos y que en la obra de Jenofonte coincide con el término ‘kopis’ para definir a un arma con estas características. El término está igualmente asociado en el imaginario griego a los bárbaros y bandidos (de hecho se la asocia mucho a Esparta por parte de sus adversarios, buscando seguramente el desprestigio y la barbarización).
La versión ibérica
No obstante y a pesar de su origen mediterráneo, la falcata adquiere en Iberia unas características particulares que comentábamos previamente. La reducción de la longitud, aumento de la anchura y adición de un segundo filo nos indican una muy posible adaptación al combate de infantería de un arma que por lo general aparece recomendada en los casos itálico y griego (en los que el arma tiene una longitud de hasta 30 centímetros más que en el caso ibérico) para la caballería y que aunque era empleada desde luego en todos los ámbitos es posible que fuese especialmente apta para el combate a caballo en comparación con otras armas. De este modo las referencias al arma como un arma de tajo no sirven para definir el caso ibérico, en el que la estocada parece adquirir protagonismo y que en las representaciones artísticas aparece muchas veces empuñada en posición de ataque a una altura media con la punta hacia el enemigo, en contraposición a las múltiples representaciones de ‘machairas’ en acción que aparecen balanceadas sobre la cabeza del guerrero listas para efectuar potentes tajos descendentes. Resulta esto un ejemplo elocuente de un tipo de guerra sangrienta y letal, con estocadas mortales al torso y el abdomen y combates muy cercanos en los que se efectúan tajos hacia la parte posterior del enemigo.
Existe el mito de que los romanos, en sus Guerras Púnicas y la conquista de Iberia, se vieron abrumados por el poder devastador de esta nueva arma que los obligó a reforzar su equipo defensivo. Podemos descartar de raíz esta afirmación con todo lo que ya conocemos ya que los romanos no sólo ya conocían de sobra las falcatas sino que habían sido asiduos usuarios de las mismas y el refuerzo en los escudos que acaeció durante las guerras púnicas tuvo más que ver con las espadas rectas latenienses que portaban tanto mercenarios galos como celtíberos, estos últimos en sus variantes regionales (que dieron lugar al archifamoso ‘gladius hispaniensis’).[6]
Conclusión
Nos encontramos pues ante un arma que lejos de ser exclusiva de Iberia resulta bastante común en el Mediterráneo y está presente a lo largo de los siglos. Con un origen en los Balcanes pasaría a la península ibérica a través del mercenariado griego, púnico o etrusco tal vez en las guerras de Sicilia. Se trata de una espada curva por lo general de un filo que se ensancha en su tercio final, capaz de asestar potentes tajos y aparentemente recomendada para la caballería pero que en la Península Ibérica adquiere una evolución concreta hacia el uso por parte de la infantería en un tipo de combate muy cercano y violento, reduciendo su longitud y añadiendo un contrafilo.
Respecto al nombre, si bien el término que parece más apropiado es ‘machaira’ (o májaira), los términos ‘kopis’ e incluso falcata, a pesar de ser este último un término moderno, no son erróneos y podrían emplearse para nombrar las variantes regionales griega e ibérica respectivamente.
No obstante no se trata de un arma ibérica a pesar de ser considerada un símbolo de la Antigüedad en Iberia y su presencia, aunque significativa, es menor a la del resto de armas. El romanticismo que gira en torno a esta espada viene dado por la belleza y buena conservación de sus primeros hallazgos, la necesidad de encontrar elementos con fuerte poder simbólico que tenía la Arqueología en el siglo XIX influenciada por el nacionalismo y su propia morfología inusual si la comparamos con el resto de espadas que habían llegado hasta aquellos tiempos.
Bibliografía:
- F. Quesada (2010): Armas de la Antigua Iberia. De Tartesos a Numancia. Madrid, La Esfera de los Libros
- J. Remesal, O.Muso (eds.) (1991) La presencia de material etrusco en la Península Ibérica. Barcelona, pp.475-541.
- F. Quesada, Machaira, kopis, falcata= https://web.archive.org/web/20090219135233/http://www.ffil.uam.es/equus/warmas/online/machairakopisfalcata.pdf
- Heurgon, J. Daily Life of the Etruscans. Phoenix, 2002.
- Warry, John Gibson, and John Warry. Warfare in the Classical World: An Illustrated Encyclopedia of Weapons, Warriors and Warfare in the Ancient Civilisations of Greece and Rome. University of Oklahoma Press: 1999.
- Bradford, Alfred S. With Arrow, Sword, and Spear: A History of Warfare in the Ancient World. Praeger Publishing: 2001.
- F. Quesada (2008, 2nd. ed. 2014) Armas de Grecia y Roma. Madrid, La Esfera de los Libros
- Connolly, Peter. Greece and Rome at War. Greenhill Books: 1998
- Mª Cruz Cardete (ed), La Antigüedad y sus mitos. Narrativas históricas irreverentes, Madrid, Siglo XXI, 2010
Notas:
[1] F. Quesada (2010): Armas de la Antigua Iberia. De Tartesos a Numancia. Madrid, La Esfera de los Libros pp. 29-30
[2] Mª Cruz Cardete (ed), La Antigüedad y sus mitos. Narrativas históricas irreverentes, Madrid, Siglo XXI, 2010 pp. 97-114
[3] Quesada (2010): Armas de la Antigua Iberia. De Tartesos a Numancia. Madrid, La Esfera de los Libros pp. 63-70
[4] J. Remesal, O.Muso (eds.) (1991) La presencia de material etrusco en la Península Ibérica. Barcelona, pp.475-541.
[5] F. Quesada, Machaira, kopis, falcata= https://web.archive.org/web/20090219135233/http://www.ffil.uam.es/equus/warmas/online/machairakopisfalcata.pdf pp. 75-92
[6] F. Quesada (2008, 2nd. ed. 2014) Armas de Grecia y Roma. Madrid, La Esfera de los Libros pp. 233-238