Soldados y aventureros, diplomáticos y conspiradores, estudiantes y monjes, mendigos y comerciantes…la naturaleza itinerante de los emigrantes escoceses ha sido objeto de interés para muchos historiadores de la Edad Moderna. Escocia era entonces un territorio rico en hombres, pero carecía de un ejército permanente, por lo que pudo desarrollar toda una tradición expedicionaria sin ataduras. El presente artículo se centrará en la expansión del servicio militar extranjero entre estos individuos durante el siglo XVII, para lo cual resultan especialmente interesantes los trabajos de Steve Murdoch, David Worthington y Alexia Grosjean. Hoy os hablamos de los mercenarios escoceses durante la Guerra de los Treinta Años
El país emisor: Escocia y la profesión de las armas
El recurso a tropas de este tipo será un fenómeno muy característico de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), en la que se usaron mercenarios de forma generalizada en todos los ejércitos contendientes, inaugurándose así la edad dorada de los «empresarios militares”. A menudo, se habla de mercenarios pese a que, mientras que algunas levas eran reclutadas por capitanes particulares, muchas otras eran sancionadas por la Corona británica y promovidas desde el poder por intereses de política exterior. Pese a todo, la palabra resulta conveniente para describir a los soldados que luchaban por un comandante o un Estado distinto al que por su lugar de nacimiento podría considerarse suyo.
Pero un mercenario a menudo se caracteriza por estar libre de vínculos u obligaciones sociales tanto como por el hecho de no participar en un conflicto sin el incentivo de la soldada y el botín, condiciones que no se aplican a todos los escoceses que lucharon en el continente. A menudo, su implicación respondía, más allá de las perspectivas de enriquecimiento, a la defensa de la fe o a la búsqueda de un alivio ante las persecuciones y censuras políticas y religiosas existentes en su tierra natal.
Robert Monro, que escribió la primera historia de un regimiento en lengua inglesa, afirmaba que altos motivos confesionales explicaban por qué “tan pocos de nuestra nación se ven impulsados a servir a potentados católicos”. No por ello pesaban menos las relaciones de sangre, dependencia y parentesco imperantes en toda sociedad de clanes. Es posible que muchos hombres se viesen inducidos al servicio por considerarse obligados a alistarse si su señor se lo pedía (Parker, 2014: 255-256).
Aunque muchos soldados eran de origen humilde, la oficialidad estaba ocupada por hijos de nobles y lairds, especialmente por aquellos sin posibilidad de herencia o por descendientes ilegítimos, que veían en la carrera militar el vehículo eficaz hacia la promoción social tanto en casa como en el exterior. A menudo tenían que competir entre sí o con contratistas extranjeros y costeaban el alistamiento a crédito personal, además de proveer a sus soldados de equipamiento, sustento y del transporte al destino señalado.
Un oficial no nativo siempre tendría más posibilidades de encontrar su lugar en un ejército continental si acudía con su propio contingente de hombres, razón por la que el endeudamiento se convirtió en un verdadero problema. El coronel de caballería Daniel Hepburn se vio obligado a pedir dinero prestado a Wallenstein. A su muerte, dejó una deuda de 8000 taleros que el general luego le cobró a su viuda. (Brockington, 1968: 58)
Encontrar empleo como soldado en el continente se convirtió casi en tradición dentro de unas pocas familias extensas, por ejemplo, el décimo Lord Forbes perdería a todos sus hijos, tres hermanos y al hijo ilegítimo de uno de estos últimos en la Guerra de los Treinta Años. Además, existía un alto grado de empleo hereditario y una predisposición a casarse entre escoceses incluso después de dos o tres generaciones en el extranjero. Los coroneles a menudo compartían apellido con los oficiales bajo su mando, como James Ramsay, que tenía a siete subordinados del mismo nombre en su regimiento sueco. Los más novatos quedaban al cuidado de sus familiares o padrinos dentro de la unidad y vinculados a través de relaciones clientelares de adopción y protección (Murdoch & Grosjean, 2014: 174).
La emigración de tantos soldados representa la pérdida, ocasionalmente temporal, pero a menudo permanente, de una proporción sustancial de los hombres jóvenes y sanos del país. Pero los incentivos para emigrar eran altos debido a las dificultades socioeconómicas en casa, así como por el afán de gloria y fortuna. El gobierno también alentaba el reclutamiento como una forma de enfrentar la escasez, deshacerse de elementos indeseables y como un instrumento de política exterior. Entre 1550 y 1650 el gobierno de Escocia, ya fuese el propio monarca o su Consejo Privado, permitió más de 70 levas destinadas a la Europa continental (Miller, 2013: 169). Pero cuando la actividad mercenaria de los escoceses pudo haber tenido un efecto negativo en las relaciones con otros reinos, se tomaban medidas para restringirla o evitarla. Por supuesto, atraer a soldados fuera del servicio real estaba prohibido.
Todo esto resultaba más sencillo por la existencia de una costumbre militar doméstica con una propensión a pelearse entre sí. En la Escocia medieval y moderna los nobles mantuvieron bandas privadas de hombres armados en su propio servicio. Mención especial merece una clase de soldados surgida de entre los clanes hiberno-normandos de las Islas Hébridas, los gallowglass, término anglicanizado de la palabra gaélica galloglaigh, que significa «guerrero extranjero». Estos mercenarios profesionales encontraron su lugar en las comitivas de los jefes irlandeses entre los siglos XIII y XVI, despertando la curiosidad de artistas como Durero.
Además, ciertos historiadores han defendido la idea de que las regiones montañosas y las fronteras políticas plagadas de conflictos internos produjeron muchos más mercenarios que las monarquías asentadas sobre llanuras porque sus gentes tendieron a ser más duras. Este sería el caso de los territorios subalpinos de Alemania, los Balcanes, los cantones suizos y partes de Escocia, en contraste con los de aquellos hombres “flácidos, suaves y borrachos”, que era la forma en que algunos reclutadores militares describían a los habitantes de los llanos de Renania (Glozier, 2004: 25).
El tratadista romano del siglo IV, Flavio Vegecio Renato, uno de los referentes clásicos de los primeros teóricos militares modernos, destacaba la existencia de una división básica campo-ciudad cuando dijo que:
Los mejores soldados de todos son los criados en el campo. Están endurecidos contra la fatiga y acostumbrados a cavar en el suelo, y han sido educados para soportar los alimentos toscos y el rigor de las estaciones.
Al menos así lo cita el Marquès Silva en su obra Pensées sur la tactique, et la stratégique (Turín, 1778).
La propia Escocia presentaba notables diferencias internas en el contraste entre las Lowlands y las Highlands. Las Lowlands tuvieron la preponderancia inicial como campo de reclutamiento. Era la zona más estable y poblada, que además aportaba la mayor parte de la caballería y tenía a su favor la proximidad de los puertos de la costa este. Por otra parte, el alistamiento en las Highlands no llega a ser significativo hasta bastante más tarde, con la creación del regimiento de Mackay en 1626. El altiplano norte tenía una cultura más gaélica y rural, caracterizada por un marcado ethos guerrero, y su implicación muestra la facilidad con que se podía movilizar una sociedad clánica.
A pesar de todo, esta unidad empieza a tener problemas para encontrar hombres a finales de la misma década. Desde entonces se vuelve cada vez más común la oferta de indultos a delincuentes a cambio de servicio militar, por ejemplo, en 1629 el coronel Sir James Spens recibió a 47 reos (incluida una mujer) de la prisión de Londres (Parker, 2014: 254).
Cada vez hay pruebas más claras de resistencia, también entre sectores respetables de la comunidad, que denuncian la arbitrariedad de las tácticas de los oficiales de reclutamiento en su desesperación por captar a “hombres sin amo” (desempleados), borrachos, vagabundos, agitadores públicos, “egyptians” (gitanos) y fugitivos de otras levas. En julio de 1627 los principales burgueses de Edimburgo protestaron porque sus hijos en la universidad estaban siendo inducidos a alistarse (Miller, 2013, 187).
Armamento, equipamiento y condiciones del soldado
Para mantener un cierto grado de preparación existían las llamadas wappenschaws, levas reunidas en alardes para ver el estado de las armas, que se realizaban unas cuatro veces al año en los distritos locales desde 1424. Esta costumbre consistía en un llamado a todos los hombres en edad para que comenzasen a practicar el tiro con arco o, luego del cambio tecnológico, el uso armas de fuego, oficialmente al menos desde 1535. El que careciese de la habilidad necesaria para su manejo siempre podía acudir con picas, hachas o alabardas. Pese a todo, la industria flechera gozaba de buena salud todavía a principios del XVII. De hecho, el último uso de arquería en Escocia está registrado en una batalla entre clanes en Maol Ruadh (1688) (Murdoch & Grosjean, 2014: 22)
En esta época también empieza a generalizarse la espada con empuñadura de cesta de uno o dos filos, que sustituye a los mandobles (claymore) permitiendo una mano libre con la que sostener una daga o el targe (escudo pequeño redondo de las Highland). Además, las armas de fuego escocesas tenían algunas particularidades, como el estar hechas enteramente de metal o la carencia de guardamonte (la parte que rodea al disparador o gatillo), cuando no eran adquiridas en Holanda. En cuanto a su indumentaria, otro anacronismo llamativo es la pervivencia de la cota de malla.
Algunos historiadores han especulado acerca de que el nombre de la llamada Brigada Verde dentro del ejército sueco se debiese al color del tartán que vestían sus hombres. Sin embargo, más allá de un puñado de oficiales y soldados, muchas de las tropas de esta unidad eran alemanas. Los oficiales extranjeros se quejaban a menudo de que los coroneles escoceses no se preocupaban por vestir apropiadamente a sus reclutas antes de embarcarlos, razón por la que era común referirse a estos mercenarios como «redshank» por el rubicundo color de sus piernas. De esto se deduce, que si en muchas ocasiones iban a la guerra en tartán, no era por una especie de orgullo nacional, sino por no tener otra cosa que ponerse (Brzezinski, 1991: 40).
La ausencia de contratos por escrito frente a los acuerdos verbales muestra la prevalencia de las condiciones existentes de confianza y jerarquía. El soldado que sirve en el extranjero generalmente puede esperar una paga regular y la provisión comida, ropa nueva y alojamiento. Unas condiciones aceptadas en ese momento como razonablemente justas, pues los salarios rurales a menudo se complementaban de la misma manera, aunque las penurias de la servidumbre civil parecían mucho menores en comparación con lo que los soldados podían esperar.
Además, el alistamiento no alejó necesariamente al mercenario de la vida familiar. Ya en julio de 1581 el Consejo Privado se quejaba de que las mujeres que seguían a las tropas en el extranjero estaban trayendo deshonor al país e instó a los capitanes de los barcos a permitir que solo las esposas legítimas de buena reputación se embarcasen con los hombres (Miller, 2013: 198-199).
Por lo demás, no hay muchas evidencias de lo que realmente le sucedía al soldado ordinario cuando se hacía demasiado viejo para continuar o debía abandonar el servicio activo por lesiones. Algunos encontraron un papel detrás de las líneas como cocineros u ordenanzas, pero muchos pudieron verse obligados a recurrir a la mendicidad o a profesiones inferiores. También hubo intentos de ocuparse de los que lograban regresar a Escocia, por ejemplo, en el proyecto de Robert Monro para crear un hospital para veteranos heridos en 1633.
La Brigada Escocesa en las Provincias Unidas: Semillero de soldados
El destino de servicio estuvo en buena medida definido por las preocupaciones confesionales. La solidaridad con otros miembros de la misma religión es un factor determinante que lleva a muchos a tomar las armas, por ejemplo, la caída de Haarlem ante los españoles en 1573 inspira a un número desconocido pero considerable de escoceses de las Lowlands a ofrecerse como voluntarios en la causa holandesa.
La segunda gran fase del reclutamiento escocés estará motivada por la simpatía hacia los calvinistas en apuros de Alemania y la irrupción de Gustavo Adolfo de Suecia como nuevo campeón de la causa protestante. En 1627 la Iglesia de Escocia celebraría un ayuno general para mostrar su solidaridad con “the distress and cruel persecution of the members of the reformed Church of Bohemia” (Murdoch & Grosjean, 2014: 40).
Tras la Guerra Civil Mariana (1568–1573) los soldados escoceses fueron destinados intencionadamente a los Países Bajos o Suecia dependiendo de a qué bando habían servido durante la misma. Así, los simpatizantes de la reina María serían enviados a un servicio más remoto en Suecia, mientras que los partidarios de la regencia protestante se transfirieron a sus hermanos calvinistas en la República Holandesa.
En 1586 las compañías escocesas separadas en este teatro se fusionaron en dos regimientos que recibieron la denominación colectiva de Brigada Escocesa (Scots Brigade o Scots-Dutch Brigade). Una prestigiosa unidad que se gana el título honorífico de «Baluarte de la República» por su participación destacada en acciones como el sitio de Bolduque (1629) y que continúa como parte permanente de la estructura militar de las Provincias Unidas hasta su disolución con el estallido de la Cuarta Guerra Anglo-Holandesa en 1780. Probablemente no existió un cuerpo militar en el que los miembros de las mismas familias fueran tan constantemente empleados durante generaciones.
Una característica muy atractiva del servicio en los Países Bajos era que las viudas y los hijos de los oficiales muertos en combate recibían una pensión de los Estados Generales. Sin embargo, en 1587 se produce una rebaja de las escalas salariales y son despedidas las compañías que no se podían pagar. Las autoridades holandesas preguntaron a los agentes escoceses sobre la garantía de un acuerdo futuro para no solicitar los atrasos, siempre y cuando la guerra continuase, de modo que los soldados aceptasen esperar 48 días (a los oficiales se les daban 32) y la asignación de guarniciones a diferentes provincias de acuerdo con la capacidad de cada una para pagarles (Miller, 2013: 192).
Pese a todo, aunque los holandeses valoraron la contribución de estos voluntarios y existían posibilidades de ascenso dentro de la Brigada Escocesa, siempre se negaron en rotundo a permitir que tuviesen un general de su propia nación con título de General of Scots. Ellos, como los franceses, aplicaban un límite de promoción a través de la virtud. En cambio, en Suecia no existía un techo de cristal que limitase el ascenso de extranjeros, por lo que una posición de mando era accesible para cualquier militar competente.
Migrantes y mercenarios en la Europa continental
El compromiso británico en la Guerra de los Treinta Años se orquesta en buena medida a través del apoyo a la causa de la princesa escocesa Isabel de Estuardo en los intentos de recuperar y restituir las posesiones de su marido, autoproclamado rey de Bohemia, en sus territorios patrimoniales del Palatinado del Rin. De esta manera, los súbditos de Jacobo lucharían por su hija y su yerno sin necesidad de que Gran Bretaña declarase directamente la guerra al emperador.
El primero en alzar el estandarte del “Rey de un invierno” fue el católico Sir Andrew Gray, que reclutó a 1500 escoceses y 1000 ingleses en 1620 para luchar junto a otros 1000 soldados británicos procedentes de las Provincias Unidas. Como ya era común, el Estuardo hace llamar a estos últimos directamente de entre la Brigada Escocesa para asegurar su calidad y su rápida llegada al territorio en conflicto (Murdoch, 2010: 153).
La mayoría de los escoceses que sirvieron en los distintos teatros europeos durante la primera mitad del XVII habían recibido su bautismo de fuego en los Países Bajos. Además, Jacobo siempre hizo valer su derecho de retirar a las tropas británicas cuando le resultó conveniente, pues, aunque recibiesen paga en el extranjero, aún debían lealtad a su soberano.
Un ejemplo de ello es el uso que les dio durante la disputa de Jülich-Cléveris (1609-1614), vinculándose así las acciones escocesas en Alemania y los Países Bajos con la agenda más amplia de los Estuardo en Europa. De igual manera, cuando expira la Tregua de los Doce Años (1609-1621), las fuerzas expedicionarias presentes en Bohemia serán empleadas en la defensa de plazas holandesas.
El servicio exterior era muy útil porque proporcionaba a la Corona un grupo de profesionales militares veteranos y bien entrenados para hacer uso de ellos si fuera necesario. El tamaño de cada leva podía variar mucho, desde unos 50 hombres hasta varios miles. Teniendo en cuenta la precisión y confiabilidad de estas cifras, se estima que, por aquel entonces, cuando el reclutamiento de soldados para el servicio en el extranjero estaba en su apogeo, hasta 50.000 escoceses portaban armas en los conflictos europeos (Miller, 2013: 169).
Las primeras levas se orientaron a reforzar al ejército protestante del conde Ernst von Mansfeld, pero pronto empezaron a desviarse hacia el desplegado por Christian IV de Dinamarca-Noruega o por sus rivales suecos. Las complicadas relaciones entre las dinastías Vasa y Oldemburgo habían llegado a un punto crítico durante la Guerra de Kalmar (1611-1613), sin embargo, pese a las presiones diplomáticas, los súbditos de Jacobo continuarían estando presentes en los contingentes de estos dos reinos. Por un lado estaban los escoceses reclutados de forma privada en Suecia, por el otro, una fuerza oficial británica enviada por el Estuardo a su cuñado el rey danés. Una parte de los escoceses que se dirigían al servicio sueco encontraría un triste final a manos de los campesinos noruegos que les emboscaron en la Masacre de Kringen de 1612.
En marzo de 1627 el rey y el Consejo Privado otorgarían permisos para alistar a unos 9000 escoceses en tres regimientos al mando de Robert Maxwell (conde de Nithsdale), Alexander Lindsay (Lord Spynie) y el barón Murckle. Estas tropas terminaron sumándose a los 2000–3000 hombres reclutados por Donald Mackay para el regimiento que llevaba su nombre, de modo que entre 1625 y 1629 más de 300 oficiales escoceses llenaron las filas del ejército de Christian IV. Superaban en número a los oficiales daneses y noruegos combinados por una asombrosa proporción de tres a uno (Murdoch & Grosjean, 2014: 43).
Pero este cuerpo de oficiales no estaba libre de disensiones visibles, por ejemplo, en la negativa de Lord Spynie a ponerse bajo las órdenes de Nithsdale por su adhesión al catolicismo o en las resistencias iniciales a lucir la cruz danesa (el Dannebrog) en la parte superior izquierda de los colores escoceses (la Cruz de San Andrés o Saltire). Un breve episodio de lealtad étnica que se disipó cuando los oficiales de la Corona les recordaron quién les estaba pagando. A pesar de todo, la confianza depositada en estos hombres se manifiesta en el hecho de que una compañía escocesa custodiara a la reina madre danesa en su residencia de la ciudad de Nykøbing (Falster) durante la ofensiva imperial.
Alexander Leslie y la conexión sueca
En este sentido tiene mucha importancia la creación del ejército del marqués de Hamilton, que había portado simbólicamente la Espada del Estado en la coronación de Carlos I y luego haría lo propio en Europa. Inicialmente, el reclutamiento había quedado en manos de Sir James Spens, enviado a Londres por Gustavo Adolfo con este propósito en 1629 como parte de una oferta para una alianza sueco-británica más amplia. En marzo de 1630 se aprobaron permisos para el alistamiento de 6000 soldados en Inglaterra y al año siguiente para sacar a otros 6000 de Escocia. Sin embargo, del total prometido de 12.000 hombres solo llegarían la mitad, un tercio de los cuales perecería consecuencia de la peste y otras enfermedades.
Spens, nombrado General of British por los suecos, tuvo que someterse a las convenciones jerárquicas y transferir ese título a Hamilton, quedando él como General of Scots en un rol bastante separado de la estructura de mando. Por su parte, el marqués solo obtuvo el dinero suficiente para mantener a sus hombres durante un par de meses, creyendo que una vez en territorio alemán recibirían apoyo financiero de Suecia. También se esperaba que Isabel Estuardo y su marido sostendrían económicamente el esfuerzo bélico desde su exilio en las Provincias Unidas, pero no fue así.
Gustavo Adolfo, sabiendo de la falta de experiencia militar de Hamilton, nombraría a un hombre del servicio sueco para respaldarlo: Alexander Leslie, que debido al retraso de la expedición británica había sido reasignado a la costa báltica para barrer las guarniciones imperiales asegurando el terreno de cara a la llegada del grueso de las tropas suecas, el Ejército Real o Huvudarmé, con el rey a la cabeza. Leslie encontraría un apoyo inesperado con la llegada de tres compañías de escoceses desde Riga y otras dos más desde Prusia. De los 12.000 soldados que desembarcaron con Gustavo Adolfo en Pomerania en 1630, aproximadamente el 25% eran escoceses y servían en tres regimientos reestructurados liderados por Donald Mackay, James Spens y James Macdougall. El ejército sueco contaba por aquel entonces con al menos 20 coroneles de esta nacionalidad (Murdoch & Grosjean, 2014: 52).
El 28 de mayo de ese año siete compañías del regimiento de Mackay habían llegado con el teniente coronel Alexander Seaton y Robert Monro para colaborar en la defensa de la estratégica isla danesa de Stralsund tan pronto como comenzó su asedio por los imperiales. Pero Seaton mantuvo la posición de gobernador solo por un breve período antes de que Dinamarca llegase a una paz aparte con el emperador, dejando la defensa de la plaza en manos de los suecos con una guarnición a expensas de la ciudad. Esto le lleva a ceder su posición de mando a Leslie, de modo que la guarnición allí presente pasa de un escocés a otro.
Es en Stralsund donde estos veteranos, desprovistos de interferencias de cualquier tipo, tuvieron la oportunidad de mostrar cualidades de liderazgo que facilitarían su ascenso a los niveles más altos de la élite militar. Los hombres de Mackay defendieron un punto crucial de las murallas, exponiéndose al fuego enemigo durante seis semanas. Monro recuerda en sus memorias que los soldados se llevaban la ración a sus puestos de combate porque no se les permitía abandonar la posición ni para dormir. Como resultado, de los 900 hombres del regimiento, 500 fueron muertos y 300 más (incluido el propio Monro) heridos (Parker, 2014: 266).
Las tensiones entre la guarnición y los ciudadanos eran constantes, entre otras cosas, porque muchos soldados carecían de alojamiento y quedaron en las calles. Al menos cinco hombres del regimiento de Monro fueron ejecutados por un pelotón, y varios más, condenados a muerte por un juez militar por maltratar a la población civil.
Tropa y oficiales habrían de interiorizar la disciplina y la doctrina militar sueca, un estricto código militar que permitió a estos coroneles perfeccionar sus habilidades castrenses. El reino de Vasa era rico en recursos, vasto y poco poblado, por lo que las autoridades suecas estaban ansiosas por desarrollar sus territorios e invitaron abiertamente a los extranjeros a que lo hicieran. Sin ningún obstáculo burocrático, los escoceses se infiltraron rápidamente en el ejército.
El primer oficial escocés en obtener el rango de generalfältvaktmästare había sido Samuel Cockburn (comúnmente llamado Cobron) en 1615. Su carrera militar se desarrolla al servicio de Suecia y Moscovia en las campañas contra los polacos en Livonia. Allí se convirtió en gobernador de la plaza de Dunaw, en el río Daugava, llamada «Fortaleza Cobron» (Skance de Cobron) en su honor, un nombre que sobrevivió mucho más tiempo después de su prematura muerte a causa de la peste en 1621. Spens y él habían sido unos pioneros en el servicio escandinavo, pero después vinieron muchos más: Patrick Ruthven, James King, John Hepburn, Robert Douglas, Patrick Ruthven o David Drummond son algunos de los más destacados.
Ciertos comandantes de campo como Åke Tott y Johan Banér abrigaron celos personales hacia estos coroneles extranjeros, pero la regencia sueca encabezada por Axel Oxenstierna después de la muerte de Gustavo Adolfo continuaría depositando una gran confianza en los escoceses como comandantes de regimientos y brigadas, gobernadores de fortalezas y ciudades e incluso como líderes de grupos de ejércitos enteros.
No solo estarían al mando de unidades integradas por compatriotas de las islas británicas, sino también al frente de muchas de las principales unidades nativas. Algunos también se ocuparon de labores de reclutamiento en la propia Escandinavia, como Alexander Gordon y su regimiento de dragones finlandeses. Por supuesto, la disposición nepotista de los oficiales superiores con sus familiares se mantiene incluso en regimientos plenamente escandinavos o alemanes.
Muchos oficiales y soldados regresaron a casa para participar en las Guerras Civiles, abandonando temporalmente el servicio exterior. En total, se produce la pérdida de más de 300 oficiales escoceses en los años comprendidos entre 1636 y 1639. Una parte de estos, como Patrick Ruthven, respondería a la llamada de Carlos I y lucharía por el bando realista, mientras que otros, como Alexander Leslie, comandarían las tropas de los Covenanters. Para algunos, esta fue la oportunidad de conseguir el ascenso a general que les había sido negado en el extranjero, siendo el caso de Robert Monro (Suecia), James Livingston (Holanda) y Robert Moray (Francia), entre otros.
John Cunningham y el gobierno militar en la frontera escandinava
La monarquía de Oldemburgo regía un gran territorio dividido en unas unidades administrativas llamadas len. Puesto que una parte del salario de los oficiales se pagaba en tierras, estas constituían uno de los caminos hacia el ennoblecimiento. Además, dado que muchos len noruegos estaban en la frontera disputada con Suecia, habrían actuado como un incentivo adicional para que sus titulares se involucrasen en la defensa del reino. Y aunque su posición no era hereditaria, tendrían derechos sobre las rentas e impuestos.
El matrimonio entre Jacobo VI de Escocia y Ana de Dinamarca-Noruega en 1589 sirvió para reforzar una alianza que hasta entonces se basaba en vínculos comerciales. Gracias a esto, de los cerca de 30 escoceses patrocinados en la monarquía danesa hubo cinco que se convirtieron en nobles, varios que ascendieron a lensmand y alguno hasta ingresó en el Rigsråd o Consejo Privado del rey (Mackillop & Murdoch, 2003: 27).
Uno de ellos va a ser el coronel Alexander Lindsay, Lord Spynie, que desde finales de 1627 se hizo cargo de la región de Skåne, una de las provincias más ricas, ubicada en el este del país. Como nuevo gobernador general asumiría el mando de las guarniciones de la zona, que a juzgar por las misivas reales estaban constituidas mayoritariamente por regimientos escoceses, pero también por soldados daneses.
Además, entre 1580 y 1660 Escocia produjo al menos 35 oficiales navales alto rango para la marina de Dinamarca-Noruega. Es el caso de Andrew Mowatt, almirante originario de Shetland que terminaría sirviendo a Christian IV en el Mar del Norte hasta su muerte alrededor de 1610. Fue además el iniciador de una especie de dinastía naval, puesto que muchos de sus hijos y nietos se convirtieron en altos oficiales de la armada.
Otro marino de renombre va a ser John Cunningham, que empieza como capitán tras abandonar Escocia en 1603. Durante sus más de 15 años de servicio participa en expediciones navales a Groenlandia en 1605 y 1606, al archipiélago Svalbard en 1615 y a las Islas Feroe e Islandia en 1616. Incluso se ha propuesto que realizó un desembarco en la península del Labrador. En todo este tiempo adquiere un excelente conocimiento del equilibrio de poder marítimo en la región del Atlántico Norte y lidia eficazmente con balleneros ilegales, contrabandistas y piratas.
De hecho, en uno de sus viajes a Groenlandia toca tierra en un lugar todavía conocido como «Monte Cunningham». Sin embargo, al reclamar este territorio en nombre de Christian IV irónicamente colocó a sus dos benefactores en situación de rivalidad. La agria disputa comienza con las protestas de Jacobo Estuardo contra la prohibición de su cuñado a que los extranjeros pescasen o cazasen ballenas en las aguas que consideraba suyas, y no se llegó a un acuerdo entre los dos monarcas hasta 1621.
En una ocasión los expedicionarios capturaron a cuatro inuit e intentaron llevarlos a Copenhague por la fuerza para exhibidos como criaturas exóticas del archipiélago norte. En el viaje de regreso uno de ellos es asesinado por el mismo Cunningham tras resistirse creando gran alboroto: “they screamed and behaved like trolls”. Además, uno de los marineros daneses fue abandonado en una isla desierta como castigo por su papel durante un motín a bordo. Podría decirse que este tipo de comportamiento draconiano hizo del almirante escocés un hombre ideal para el puesto que le esperaba en el norte de Noruega. (Mackillop & Murdoch, 2003: 35)
En 1619 John Cunningham es nombrado lensmann de Finnmark (Vardøhus Len), cargo en el que permanece durante 32 años. Durante este tiempo se le permitió gobernar con escasas restricciones desde Copenhague, ejerciendo una autoridad parecida a la de un señor feudal. Este hovedlen (condado) de Laponia cubría la parte más septentrional del reino, reclamada tanto por Suecia como por Rusia. También era una región problemática por otros motivos, como el temor de una parte de la población noruega a la hechicería sami. Cunningham participó activamente en la caza de brujas, acusadas de crímenes como ahogar a los pescadores en el mar, celebrando 52 juicios de este tipo durante sus años como gobernador del distrito (Mackillop & Murdoch, 2003: 45).
También tuvo que hacer de árbitro en otro conflicto existente con las élites locales. En Finnmark el comercio era administrado monopolísticamente por unas pocas empresas mercantiles privilegiadas de Bergen orientadas al mercado europeo en un contexto de crisis de subsistencia. Mientras tanto, el pescador individual estaba sujeto por deudas a estos comerciantes y era víctima de hambrunas periódicas. En algunas aldeas pesqueras de la costa podría haber contado con la cooperación de escoceses, ya que durante la primera mitad del siglo XVII hubo entre 15 y 20 familias de dicho origen asentadas en la zona de Finnmark.
Durante el período post-jacobeo solo en las ocasiones más raras un escocés pudo obtener un len o un puesto de prestigio. La Casa de Oldemburgo había perdido cuatro guerras consecutivas libradas constantemente a la defensiva. Con el final de la Guerra de Escania (1675-1679) los días del gobierno militar escocés en Dinamarca-Noruega habían terminado y para finales del siglo XVII otros lugares ofrecían posibilidades más atractivas.
Los otros escoceses: el servicio exterior en las fuerzas pro-Habsburgo
Hombres como William Semple en Madrid, James Maxwell en Bruselas y Walter Leslie en Viena, desafían la idea de que Francia fue invariablemente el vínculo más fuerte de Escocia con la Europa católica durante el siglo XVII. La presencia de escoceses en los tres principales centros de gobierno de los Habsburgo responde en buena medida a que muchos de ellos compartían una fe y una devoción que no era menos sincera que la de sus compatriotas presbiterianos, aunque en comparación, su número era menor.
Ahora bien, como ya se ha visto, un grupo de comandantes católicos destacados entre los que destacan los coroneles Andrew Gray y John Hepburn o el general Robert Maxwell, conde de Nithsdale, lucharían en el lado protestante. Sus motivaciones a este efecto son interesantes, pues desafían los supuestos sobre la importancia de las consideraciones confesionales contra las de la lealtad dinástica, que también demostró ser un catalizador a tener en cuenta para todos los involucrados en los conflictos del Imperio.
En el lado español destaca la figura del coronel William Semple, verdadero decano de los arbitristas del mar y padrino de la Armada de Flandes, reconstituida para a principios de la década de 1620. Entonces tenía unos 70 años y había estado al servicio de la Monarquía Hispánica durante más tres décadas. Sus inicios se remontan a 1582, cuando estando a cargo de la guarnición de Lier (Brabante) en nombre de la Unión de Utrecht, protagoniza un acto de traición notorio entregando la plaza al duque de Parma y poniéndose a su servicio (Stradling, 2003: 25).
Desde entonces, él y un grupo asiduo de hispanófilos participaron en varias intrigas diplomáticas buscando una intervención en los Tres Reinos para restaurar el catolicismo romano. Otra faceta de su legado está en el mecenazgo de instituciones como el Colegio de Escoceses (1627) de Salamanca, que tenía su contrapartida en el Scots College de Douai en los Países Bajos españoles. Por otra parte, la tasa de deserción entre los escoceses en el Ejército de Flandes aumentó dramáticamente a partir de 1626, un movimiento presumiblemente vinculado al comienzo de la ofensiva Estuardo-Orange contra España el año anterior (Worthington, 2004: 87).
De la veintena de escoceses que recibieron el patrocinio de las Cortes de los Habsburgo en estos años, uno de los más destacados es Walter Leslie, que había cruzado el Mar del Norte en 1624 para inscribirse en el ejército de las Provincias Unidas. Más tarde estuvo en Stralsund, sirviendo tanto a daneses como a suecos, pero en el verano de 1630 sería transferido al servicio imperial. Primero tomará partido en la Guerra de Sucesión de Mantua y al año siguiente en las campañas contra los protestantes.
Entre 1618 y 1633, unos 5 o 6 oficiales procedentes de Escocia habían ascendido al puesto de Inhaber en el ejército imperial, un término que designa una forma de «propiedad» o «cuasi-propiedad» de un regimiento. En este contexto, un pequeño grupo de oficiales escoceses e irlandeses tomaría un gran protagonismo por su papel en el asesinato de Albrecht von Wallenstein, quien tras sus desavenencias con el emperador se convierte en prófugo y emprende una huida hacia Sajonia seguido por los pocos que le eran leales. Aunque los principales conspiradores en el plan para capturar y matar al general eran casi todos militares italianos procedentes de las dependencias españolas, entre sus asesinos figuran apellidos británicos como Leslie, Devereux, Geraldine y Butler.
En Cheb (actual República Checa) los hombres de Wallenstein serían recibidos por un oficial calvinista llamado John Gordon, que recientemente había ascendido a la posición de teniente coronel del regimiento NeuTr’ka y comandante de la guarnición local con Leslie como su agente o portavoz (vertreter) en la Corte de Viena. Durante el banquete celebrado en honor del general la partida de dragones del coronel Walter Butler de Roscrea irrumpiría al grito de “¿Quién es un buen imperial?”, a lo que este último, Gordon y Leslie se levantaron rápidamente proclamando “¡Larga vida al emperador Fernando!”. Comienza así una masacre que acaba con el círculo de partidarios de Wallenstein, quien muere a manos del irlandés Walter Devereux (Wilson, 2018: 98).
Los asesinos serán recompensados con importantes sumas de dinero, tierras y castillos confiscados a sus víctimas, promociones militares y hasta con títulos nobiliarios. Tanto Leslie como Gordon recibieron una serie de extensas propiedades en Austria y Bohemia que antes habían pertenecido al conde Adam Erdmann Trčka von Lípa, cuñado de Wallenstein, mientras que Butler obtiene una parte de las tierras del propio general.
Pese a todo, con la guerra aún en su apogeo, tuvieron pocas oportunidades para acostumbrarse a la vida fácil y debieron esperar bastante hasta que el emperador finalmente les permitió hacerse cargo de sus propiedades. Butler no disfrutó de su nueva situación durante mucho tiempo, al morir de una peste ese mismo invierno, mientras que Gordon, ascendido a barón imperial (Freiherr) poco después, abandonaría para pasarse al servicio neerlandés tras enemistarse con todos sus camaradas (Wilson, 2018: 99).
Walter Leslie, por otro lado, se convirtió en el personaje más rico e influyente de todos los implicados, pues obtiene de Fernando II un puesto en el Consejo de Guerra Imperial e importantes ascensos como Teniente Mariscal de Campo (Feld Marschall-Leutnant), Capitán de la Guardia Personal de Fernando de Hungría, conde imperial (Graf) y chambelán con el mando de dos regimientos. Más tarde se convirtió en comandante de la llamada Frontera Militar Croata (Vojna Krajina o Krabatische Gränitz), quedando a cargo de los territorios más expuestos a los turcos en los Balcanes, es nombrado caballero de la Orden del Toisón de Oro y se convierte en un diplomático clave en las relaciones con Escocia y el Imperio otomano.
Este grupo de escoceses se había beneficiado directamente del programa de confiscaciones que había afectado a la mayoría de los terratenientes no católicos huidos de las tierras de la Corona, que ahora eran escenario de una ola de agentes ambiciosos que buscaban convertirse en miembros de la nobleza palatina (Hofadel) de Viena. Los imperiales habían alentado la participación de estos oficiales extranjeros, pues el establecimiento de grupos cosmopolitas de parientes no afiliados políticamente formaba parte de un programa más amplio diseñado para erradicar la oposición protestante en la Bohemia multiconfesional (Worthington, 2012: 108).
Pero lo cierto es que fue precisamente una comprensión astuta de la naturaleza maquiavélica de la política internacional lo que permitiría a los conspiradores de Cheb demostrar que podían convertirse en algo más que hombres de armas. Si hubiesen escapado a Sajonia con Wallenstein para unirse a los suecos, se habrían encontrado con un ejército lleno de compatriotas, pero ellos tenían sus propias motivaciones y buscaban influir en el curso de la guerra europea.
Sus conexiones dentro de la Corte desde 1633, sus matrimonios estratégicos o sus vínculos con las actividades de las distintas fundaciones religiosas escocesas en Praga, Viena y otros lugares dentro de los límites del Imperio demuestran que no eran ni mucho menos unos marginados entre la nobleza austro-bohemia. Su legado en estas tierras lejanas perduraría más de lo que cabe esperar. En su obra Further notes on some Irishmen in the Imperial service. Irish Sword (1963-1964) Micheline Kerney Walsh elaboró una lista de 244 individuos irlandeses o escoceses, de los cuales casi todos habían estado en el servicio imperial durante las posteriores Gran Guerra Turca y Guerra de Sucesión Española. Algunas de estas familias todavía vivían en las antiguas tierras de los Habsburgo al estallar la Primera Guerra Mundial.
John Hepburn y la renovación de la Vieille Alliance
Los orígenes del servicio militar escocés en Francia se remontan a la Edad Media, con la creación de la Garde Écossais du Corps du Roi en 1449, a partir de los soldados que quedaban de entre los que habían luchado contra los ingleses en la Guerra de los Cien Años. Durante el reinado de María Estuardo y con la irrupción de la Reforma, esta institución comienza a ser percibida por el Parlamento como un instrumento del catolicismo. Pero incluso entonces mantuvo un poderoso atractivo retórico y simbólico para los escoceses residentes en Francia, que gustaban de atribuirse antepasados pertenecientes a la misma.
La reina de los escoceses velará por la llamada Vieille Alliance como liga perpetua e indisoluble entre las dos naciones, aunque esta unión pierde fuerza tras la retirada de las guarniciones francesas presentes en Escocia bajo los términos del Tratado de Edimburgo de 1560. Como consecuencia, el flujo de soldados se resiente y Francia no tendrá un papel demasiado relevante en la contratación militar a gran escala hasta la década de 1630, cuando la incorporación del reino a la coalición anti-Habsburgo hizo necesario un replanteamiento de su política de reclutamiento hacia los extranjeros (Murdoch & Grosjean, 2014: 29).
Si bien es cierto que la Garde Écossais admitía principalmente a hombres de confesión católica, durante las Guerras de Religión el goteo de escoceses se mantuvo en buena medida gracias a las simpatías protestantes por Enrique IV de Borbón. De igual manera, el elemento escocés de la unidad se fue extinguiendo gradualmente, siendo sustituido por franceses o escoceses nacidos en Francia con el consecuente efecto en la identidad del cuerpo. De hecho, el último comandante procedente de Escocia va a ser Gabriel, conde de Montgomery y señor de Lorges, que en 1559 había matado por accidente en un torneo a Enrique II de Francia y unos años después lideraría a los hugonotes contra la Liga Católica tras convertirse al calvinismo.
En 1612 el rey Jacobo trataría de revivir la institución insistiendo en el nombramiento de su hijo menor, Carlos Estuardo, como capitán nominal de la guardia, pero la muerte del Príncipe de Gales ese mismo año frustró el proyecto. En 1621 Luis XIII se plantearía despedirla en su totalidad, decisión que a ojos de los británicos parecía estar relacionada con la persecución en curso de los hugonotes en Francia. Finalmente, la guardia se mantuvo, pero su membresía será significativamente menos escocesa a partir de esta década.
En consecuencia, la situación de su personal ante ambos reinos era cada vez más ambigua. Así, cuando el teniente John Seton volvió a Escocia en 1628 para resolver algunos asuntos personales terminó bajo arresto como extranjero. Sus amargas quejas ante el Consejo Privado no impidieron que mientras tanto fuese cesado de su cargo. Pese a todo, la oficialidad continuaba estando compuesta por franco-escoceses por aquel entonces. El último teniente de dicho origen será Jacques Seton, señor de Lavenage, reemplazado de su puesto en 1658, mientras que el último alférez será Jacques de Melville, destituido en 1651. Después de 1699 no habrá más apellidos escoceses en la unidad (Glozier, 2004: 35).
Pese a su continuidad, existe cierta confusión en cuanto a qué unidad tenía realmente el título de Garde Écossaise de entre todos los regimientos franco-escoceses que hubo en activo durante la Guerra de los Treinta Años. Solo en el periodo de 1624-1642 ingresaron hasta 10.400 soldados de este origen en el ejército borbónico.
Mas tarde, con el estallido de las Guerras Civiles en Gran Bretaña, el servicio en Francia se convirtió en un gesto realista. Por aquel entonces la Garde Ecossaise había sido puesta al mando del Grand Condé, tomando parte en Rocroi, Thionville, Tüttlingen y Lens. Tras estas batallas queda severamente mutilada y se une al Régiment de Douglas. El origen de este último hay que buscarlo en las gestiones diplomáticas de Carlos I con su hombre en el país: Sir John Hepburn.
Hepburn había iniciado su carrera como parte de una compañía de piqueros que hacía las veces de guardia personal de Federico V del Palatinado. Más tarde ingresa en el servicio sueco, convirtiéndose en coronel de su propio regimiento durante las campañas contra los polacos en Prusia, para luego tomar el mando de la célebre Brigada Verde, un cuerpo sobredimensionado de 4500 hombres compuesto casi por completo de escoceses, alrededor de un tercio de todos los que prestaban servicio en el ejército de Gustavo Adolfo en ese momento. (Brockington, 1968: 37)
Por sus dotes como comandante sería nombrado gobernador de ciudades bávaras como Landshut, Ulm y Munich, un papel apropiado para un católico como él. Sin embargo, esta pudo ser también la razón de su desencuentro con el rey sueco. Otro motivo pudo ser el polémico arresto de un teniente o el desdén mostrado hacia el marqués de Hamilton, pues muchos de sus camaradas consideraron que se le debería haber dado otro ejército después de que el primero se desintegrase.
Sintiéndose insultados, Hamilton y Hepburn regresaron a Escocia en 1633, el primero para volver a la política y el segundo para levantar un regimiento de 1200 hombres para el ejército borbónico (Brockington, 1968: 45). Esta nueva unidad, el llamado Régiment d’Hepburn, absorbió a muchos de los escoceses que habían luchado para Suecia entre 1625 y 1632, procedentes de las bandas bohemias de Sir Andrew Gray, de la Brigada Verde, del ejército de Bernardo de Sajonia-Weimar y de muchos otros regimientos de Gustavo Adolfo que se combinaron en una fuerza de 8000 soldados.
Los hombres de Hepburn tomaron Nancy (1633) y participaron en la conquista del rebelde ducado de Lorena, tras lo cual serían puestos al servicio del marqués de La Force, ocupando con éxito varias plazas a lo largo del Rin. Este escenario brindó la primera oportunidad real para una cooperación franco-sueca coherente, que quedó en manos de Hepburn y de otros tres coroneles presentes en el ejército de Johan Banér: Patrick Ruthven, James King y Alexander Leslie. En el sitio de Lovaina (1635) llegarían a colaborar con la Brigada Escocesa de Holanda.
En marzo de 1636 Hepburn alcanza el puesto de Maréchal de Camp por su papel en el asedio de La Mothe y poco después se le otorga el rango todavía más prestigioso de Mariscal de Francia, aunque antes de recibir noticia de ello lo mató una bala de mosquete durante en el sitio de Saverne. Sería sustituido en el mando por su hermano George y su primo James, que mueren en combate al año siguiente, tras lo cual la unidad es puesta bajo James Douglas. Con el liderazgo de este coronel y sus familiares pasa a llamarse Régiment de Douglas hasta 1751.
Entre 1639 y 1642 Francia recibe al menos tres regimientos escoceses gracias al buen hacer de la reina consorte Enriqueta María. Uno de ellos estuvo comandado por Andrew Gray como teniente de la gens d’armes écossais, una unidad montada, bajo el mando de George Gordon. Su regimiento inicial constaba de una fuerza de 1200 hombres (700 de ellos católicos).
El regimiento de Douglas continuaría formando parte del ejército francés a lo largo de las décadas de 1640-1650, pero no recibió reclutas de Escocia ni tuvo conexión con este reino durante el periodo del Protectorado de Cromwell debido a las simpatías realistas de sus oficiales. Con la Restauración sería transferido a Gran Bretaña, dando lugar al embrión del Royal Scots o Royal Regiment of Foot, el regimiento de infantería más antiguo del ejército británico.
Bibliografía
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