El Imperio Otomano es uno de los más extensos y longevos de la tierra. Como todo Imperio, tiene su auge y caída, y en este caso nos centraremos en la última. Hablaremos de su retraso en la ciencia, su consecuente derrota en la guerra, y como el islam y Rusia tuvieron mucho que ver en ello.
EL FIN DE UNA ERA
Habitualmente, cuando pensamos en grandes imperios, por el eurocentrismo común en la historia, pensamos en los europeos. Por ejemplo, el británico y su entramado financiero, el español y su defensa del catolicismo o el francés y su amor por los valores de la Revolución Francesa. Y con gran facilidad nos olvidamos de otros colosos históricos, como la dinastía Ming china, el imperio a caballo de los mongoles…Y de los otomanos.
Probablemente no haya habido nación europea que no haya tenido enfrentamientos cruentos con el Turco. Desde España en Lepanto, Rusia en Crimea o incluso Inglaterra en Galípoli. Dispares países que lucharon contra el mayor exponente del poder islámico en el mundo, y uno de los imperios más antiguos y duraderos que ha habido. Por si esto fuera poco, llama mucho la atención su capacidad de recuperación de los golpes, siendo que en Lepanto recuperaron su flota en apenas meses. O que se permitieran financiar levantamientos de moriscos en España mientras arrinconaban Viena en un lapso de treinta años. Y aun así, entre la segunda mitad del siglo XVII y el XVIII se fueron convirtiendo en un gigante con pies de barro, brazos agarrotados y sangre contaminada por la corrupción.
¿Cómo fue esa decadencia tan larga? ¿Cómo se pasaba de amenazar Viena a tener que encerrarse en sí mismos? Pues en general podremos distinguir muchas causas, algunas más prosaicas y otras más idealistas. Entre las intelectuales, podríamos identificar el Islam y su rechazo frontal al progreso europeo. Esto cultivó una xenofobia y un atraso que provocó el cierre de la Sublime Puerta. Ésta estaba defendida por sultanes que, debido a la poligamia, se veían enfrascados en luchas palaciegas retorcidas, y que impedían su adecuada preparación para continuar la tarea de Solimán el Magnífico. Así pues tenemos una sociedad cerrada, y encima mal dirigida.
A su vez habrá razones más de andar por casa. Aunque los otomanos no lograron expandirse por las estepas como si sus vecinos abasíes, no fue por falta de ganas, lo que les granjeó muchos enemigos. Entre estos rivales estaba el soberano Abbas I de Persia, que en muchas ocasiones fue financiado por los españoles. Y es que por mucha diferencia religiosa que hubiese, el enemigo del enemigo es amigo. ¿Por qué es relevante este ejemplo? Porque desde luego que con tantos enemigos poderosos como Austria, España, Persia, Polonia, Rusia o los Balcanes era difícil mantener tantos frentes abiertos. ¿Y que suele ocurrir en estos casos? Pues que se gasta más en soldados, cañones y provisiones de lo que se ingresa en impuestos. Es decir, un enorme déficit fiscal. Y como en cualquier familia o empresa, cuando eso ocurre hay problemas, en eso no hay diferencia con los estados.
Y es así como obtenemos las tres causas del abandono turco de la esfera de poder mundial, tal y como el chino la abandonó tras la dinastía Ming. La lenta agonía del “enfermo de Europa” se alargará con altibajos e inestabilidades hasta el año 1918. Ahí Mustafá Kemal Ataturk certificaría su defunción. Comenzaba Turquía, y se terminaba el Imperio. Pero aquí nos centraremos más en la Edad Moderna. Específicamente en el periodo tardío, pues en el quinientos están a la vanguardia del mundo. Es a partir de la Revolución Científica, y más tarde de la Ilustración donde los otomanos no pueden subirse al tren del progreso. Y aquí explicaremos las múltiples razones.
CUANDO MAHOMA CERRÓ LOS OJOS
En general se puede hablar de que en el Islam, la ciencia iba mucho más adelantada durante la Edad Media que en el mundo occidental. Como ejemplos concretos podemos poner el primer manual algebraico, denominado Libro recopilatorio sobre el cálculo por compleción y equilibrio del persa Muhammad Ibn Musa al-Jwarizimi, en el 820. Un siglo después aparece el primer científico experimental, Abu Ali Al Hasan ibn Al Haytham. Su gran obra Tratado de la óptica demuestra que no vemos porque nuestros ojos emitan luz. Además, desarrolla la idea en la que se basarán los proyectiles de años venideros, es decir, que un cuerpo impactará con más fuerza en una pared si impacta perpendicularmente. Y explicó que las estrellas eran probablemente cuerpos gaseosos. Se había anticipado siglos a la ciencia europea. Como diría Roger Bacon centurias después “le debemos la filosofía a los árabes”.
Mientras tanto en Occidente se abría camino el Renacimiento y el Barroco, que originarían la Ilustración. Realmente tiene su origen en la separación de Iglesia-Estado, “pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Esta frase no es baladí, pues permitió a Agustín de Hipona dar una distinción clara entre lo espiritual y lo terrenal. Esto dará legitimidad (ley de los hombres) a los reyes para oponerse a la iglesia (ley de Dios). Así pues, el Renacimiento y el Barroco (la Reforma) consistirán en discutir los preceptos sagrados, hasta retirarles a la esfera de lo privado (Ilustración). Es decir, primero un renacentista como Erasmo de Rotterdam denuncia el oscurantismo de la doctrina eclesiástica. Luego Lutero, iniciador de la Reforma, separaba a millones de personas con sus ideas, creando una gran diversidad dentro de Occidente. Y por último Voltaire, Jefferson, o Montesquieu llegaban a la conclusión de que la religión era en el mejor de los casos, un instrumento útil para los gobernantes. Ese es el resumen del papel de la religión en la Edad Moderna y su progresiva debilidad.
Pero ¿qué tiene que ver esto con lo anterior? ¿por qué es tan importante la religión y su relación con la ciencia? Pues que si cogemos los 369 logros científicos que se citan en toda obra de divulgación científica el 38% se da entre el periodo de la Reforma y la Revolución Francesa. Y es que si atendemos a la teoría de Charles Murray sobre el desarrollo humano, la libertad de pensamiento y religiosa es clave para el progreso científico. Y esta es exactamente la razón por la que el Imperio Otomano no se pudo subir al tren de la ciencia durante los siglos XVII-XVIII. El Islam no se despegó de la vida política en la práctica.
Al Ghazzali escribía en la Edad Media que “pocos se consagran a esta ciencia sin dudar de Dios y soltar los fundamentos de la piedad dentro de sí». Pero centrándonos en el mundo otomano, tan variopinto, diverso y plural que homogeneizarlo con la religión era una locura, tendría horribles consecuencias. Ya por todos los califatos árabes durante el cuatrocientos y quinientos se había empezado a restringir la enseñanza en las madrasas, perseguir librepensadores y quemar obras grecolatinas. Pero en el Imperio Otomano, en el año 1515, Selim prohibió la imprenta. Toda persona a la que se le viese con una sería ejecutada sin lugar a objeción. Al fin y al cabo “la tinta de los escritores es más sagrada que la sangre de los mártires”. En el exótico mundo turco se le daba una importancia sagrada a la escritura. El problema es que sin imprenta sería muy difícil transcribir y sobre todo transmitir los avances científicos y políticos a una velocidad decente. Y como se demuestra en recientes estudios, la imprenta es clave para el crecimiento de las ciudades. Alguien podría argumentar que Estambul era tan importante o más que las urbes europeas, pero renunciar a la ciencia se demostró una irresponsabilidad histórica a la larga. En 1724 se trajo una imprenta privada europea, que por las continuas restricciones dejó de funcionar al no ser rentable al empresario. Apenas había superado la decena de libros publicados, y es que para llegar a la primera imprenta otomana tenemos que esperar a Egipto en 1798. La trajo Napoleón Bonaparte, un extranjero invasor por la fuerza. Y solo el 3% de los ciudadanos del aún extenso imperio sabía escribir.
Y es que hay que recordar que, en el plano económico, el auge de la Escuela Clásica (Adam Smith, David Ricardo, etc.) fue clave para el desarrollo finaciero del XVIII. Las ideas de Montesquieu fueron esenciales para la mejora en la administración, sobre todo la separación de poderes. Y la aplicación de los principios de Lavoisier en la química o Newton en física cambiaron para siempre el mundo militar, pues al fin y al cabo en el disparo de un cañón hay una parte química (pólvora) y una parte física (trayectoria). Sin estas nociones, la larga decadencia era absolutamente inevitable, la ciencia era necesaria.
Yendo a ejemplos concretos dentro del mundo otomano, tras la prohibición de la imprenta volvieron a sucederse castraciones del ímpetu científico. Es decir, prohibiciones que desalentaron el ansia de seguir la estela europea con los logros en las distintas ramas de la ciencia. En 1664 el jefe de artillería de los Habsburgo, Raimondo de Montecuccoli escribe que la artillería turca es efectiva si acierta, pero tan imprecisa y complicada de mover que no compensa. Montesquieu, en sus Cartas Persas se ríe de los otomanos, asegurando que esos “bárbaros” necesitan que se emplee cien veces un arma contra ellos para que piensen en adoptarla. Y con el ejemplo puesto de la imprenta, lo cierto es que tenía, dentro de su arrogancia, cierta parte de razón. El primer libro occidental traducido por los otomanos fue a finales del siglo XVIII, trataba sobre la curación de la sífilis, que debía ser la gran preocupación en un estado que se caía a trozos. Otro ejemplo ilustrativo es que en 1570 el más talentoso de los científicos otomanos, Taqi-Al-Din, convenció al sultán de que se construyese un observatorio de astronomía. Una construcción muy compleja pero útil, pues los secretos de la astronomía en plena era de navegación y descubrimientos, podrían valer su peso en oro. Pero en 1577 este astrónomo se atrevió a interpretar un cometa como una señal de victoria turca. Y el mayor clérigo del reino convenció al sultán cuando esta no se produjo, que Taqi-Al-Din escudriñase en el cielo buscando sus secretos era blasfemo, un insulto al Islam. El Sultán en 1580 mandó su derribo, no habiendo más observatorios hasta 1819. Y entre sus escombros estaba el saber otomano, carcomido por la teología extrema y la xenofobia hacia lo exterior.
LA CIMITARRA PARTIDA: DEMASIADOS FRENTES
Podemos decir que hay un momento de cambio en las tornas de la política exterior del Imperio Otomano. En 1683, a 11 de septiembre, las tropas de Kara Pachá, que suman más de cien mil efectivos, asedian Viena. La capital europea vuelve a estar en peligro, como lo estuvo en 1529. El Emperador esta vez no es Carlos V con sus ejércitos, sino Leopoldo I, que huye dejando sola a la población. Cuando parece que Kara el Negro (llamado así por su crueldad) va a vencer, aparece un actor inesperado. Juan III Sobieski, rey de Polonia, carga desde las colinas con sus húsares alados. La batalla es corta pero sangrienta, en treinta minutos los otomanos han tenido decenas de miles de bajas. Viena está a salvo, y Kara el Negro ha huido. El Imperio Otomano ha sido derrotado clamorosamente, ha perdido sus fuerzas de élite, y a partir de entonces nunca más será hegemónico en los Balcanes. Y el corazón de Europa no volverá a ser amenazado.
Tampoco podemos exagerarlo, puesto que ya habían tenido derrotas duras como Lepanto. Pero tras esta, no volverían a recuperarse como lo hicieron en la guerra contra la Santa Liga. Y es que este fracaso era la consecuencia de muchos errores cometidos desde el siglo XVI, tapados por las victorias ante enemigos más débiles. Ya hemos comentado antes los defectos de la artillería musulmana tan pesada e inmóvil. También deberíamos indagar en cómo los jenízaros fueron destrozados de semejante forma, siendo como eran una fuerza de élite tan temida. Y la respuesta está en la relajación de sus costumbres y su lenta pero inexorable degradación como unidad.
En 1648, se anulaba a petición de los jenízaros el sistema de devshirmeh. Este consistía en el reclutamiento forzoso de niños cristianos balcánicos, eslavos a menudo, y muchas veces albaneses. Su entrenamiento desde niños les hacía muy efectivos, y pocas líneas soportaban su carga. Pero con el siglo XVII los jenízaros empezaron a aceptar regalos, prebendas, y sobornos. Y empezaría su etapa de pretorianismo, es decir, interferir en la vida palaciega. Sin ir más lejos en 1622 cuando el sultán Osmán II quiso ponerles coto, se rebelaron y lo asesinaron. Es el primero, pero ni mucho menos el último que sufre tal destino. Claro que tras 1648, su eficacia como fuerza militar real bajó. Aunque uno pensase que anular el devshirmeh era lo más humanitario, lo cierto es que sirvió para que los jenízaros fueran cargos hereditarios y de ventas. Esa corrupción en la administración les hizo relajar sus dotes marciales, bajando ampliamente su efectividad. Como explica Wittek, a partir de entonces serían un cuerpo cada vez más conflictivo y más empeñado en luchas palaciegas que en las que realmente importaban.
Aun así, los jenízaros no eran el único cuerpo del ejército, pero lo cierto es que cada vez se quedaba más atrasado. Los sipahi, jinetes de la estepa, empezaban a no acudir a la llamada del Sultán, en vez de ser una tropa regular como las europeas. Las filas de la Sublime Puerta empezaban a estar cada vez más en desventaja, y el último asedio de Viena así lo constataría. No solo eso, tras 1683, Europa entera comenzaba a recuperarse del nefasto siglo XVII, plagado de enfermedades y guerras como la de los 30 años. Así pues, aunque antes solo tenían que preocuparse de los Habsburgo de España y Austria, ahora Polonia-Lituania, los rebeldes balcánicos, y sobre todo el despertar de Rusia iban a suponerles un problema. Y por supuesto el problema de Persia como ese molesto enemigo en la retaguardia que nunca dejará desplegar bien sus efectivos. Aquí iría muy bien enlazada la opinión de Bunes Ybarra, que destaca la cantidad de frentes que tenía el Imperio Otomano. Simplemente nunca tuvieron más de diez años en paz para prosperar. Y como dice Goethe, el carácter se forja en la tempestad, pero el talento en la calma.
Es especialmente clave y paradigmático el despertar de Rusia. Aunque Austria había sido una grandísima enemiga, estaría demasiado ocupada en las guerras contra los franceses, tradicionales aliados de los turcos. Pero Rusia tenía un choque de intereses continuo como el Mar Negro, una vocación de ser la heredera del Imperio Bizantino, y sobre todo una abundante demografía. Podrían permitirse luchar contra cuatro potencias a la vez, o ser ampliamente derrotadas, que los números estaban a su favor. Además de eso fomentó las rebeliones de los ortodoxos, la Madre Rusia les protegería de la tiranía del turco. Su primera intervención contra el Imperio Otomano no fue exitosa, pues los turcos les sorprendieron durante la Gran Guerra del Norte. Pese a que la Sublime Puerta se planteó invadir Moscú, sus habituales problemas internos lo impidieron. Quizá habiendo arrasado Moscovia hubiesen evitado su decadencia. Desde luego la tesis de historiadores como Isabel de Madariaga, que defiende que Catalina la Grande fue la auténtica verdugo del imperio otomano.
Esto no significa que el Imperio Otomano no tuviese voluntad de cambio. Lejos de eso, aunque no puedo ponerme a enumerar y explicar todos los reinados reformistas, los hubo. Un caso muy interesante fue la Época de los Tulipanes.Mehmet III, convencido por sus dos esposas francesas, comienza a llamar a embajadores europeos. En la arquitectura, las artes plásticas y el trato a la mujer se cambian algunas cosas. Hablamos así de la década de 1720, década de esperanza, pues se intentan introducir mejoras políticas, para lo que recorta funcionariado corrupto, jenízaros, abre la antes mencionada imprenta, y escuelas militares. Pero la política económica torpe hace que las reformas de Ahmet III nunca terminen de calar, pues aprovechan los sectores reaccionarios califales para el desorden. Una vez más es el fundamentalismo del islam, el que impide el progreso en el Imperio.
El nuevo sultán, Mahmut I, entiende que no podrá abrir así como así el estado, así que empezará a hacer reformas militares sin tocar a los jenízaros. Contrata a un general francés, conde de Bonneval, al cual hace convertirse al islam para evitar recelos en los más fundamentalistas. Contratará mercenarios escoceses y franceses, e incluso construirá acueductos. Esto le servirá para paliar hambrunas, y tener soldados fiables con los que dará la sorpresa al derrotar a Rusia y Austria. Los europeos creerían que sería un paseo militar, y fueron vencidos. Parecía que el Imperio Otomano volvería a recuperar su prestigio internacional, pero lo cierto es que apenas fue un espejismo. Tras la Época de los Tulipanes, cualquier cambio radical implicaba enfrentarse con jenízaros y ulemas. Podrían derrotar a Persia, pero no a acosta de un alto despliegue de efectivos por las estepas. Incluso ocasionalmente sorprender a algún reino europeo, pero desde luego, nada permanente. El atraso en la ciencia afectaba ahora al ejército y a la administración.
Lo más nefasto de todo era que durante aquella época se quiso homogeneizar el Imperio a través de la religión. Los intentos de imponer el islam suscitaron el rechazo en Serbia, Grecia y algunas regiones del Rum. Esto no iba a provocar otra cosa que problemas, y Rusia supo verlo. Comandada por Catalina la Grande, soberana muy capaz y diligente, infiltró agentes rusos. Con el pretexto de la religión se alzaban como protectores de las minorías ortodoxas, iniciando su trayectoria como sustituto del Imperio Bizantino. Las previsiones de la zarina fueron acertadas. Por un incidente trivial el Kanato de Crimea, vasallo otomano, declaró la guerra a Rusia. Con ellos los otomanos y algunos nobles polacos, en contra de que Augusto II, amante de Catalina, fuese su soberano. En primer lugar, los ortodoxos se rebelaron en Serbia y Grecia. Aunque ambas fueron aplastadas, ya implicó que el desorganizado Imperio Otomano no pudiese unir sus tropas con los polacos. Estos no aguantan el envite ruso y Cracovia cae. Mientras tanto, los turcos pensaban que al menos con apoyo marítimo sería fácil defender Crimea. Craso error, pues los rusos movilizaron su flota desde el Báltico, cruzaron el estrecho de Gibraltar y hundieron las anticuadas naves mahometanas. Una maniobra inverosímil y absolutamente humillante.
En la guerra en tierra no fue mucho mejor, los generales rusos estaban bien preparados, tenían mapas del terreno muy efectivos, y una artillería mejorada. Los otomanos cayeron una y otra vez ante el fuego de sus cañones. Se demostró lo que todos sospechaban en las cortes europeas, que la Sublime Puerta ya no era de hierro sino de cristal. Las pérdidas de Crimea (que pasó a ser estado satélite y luego anexionado por Rusia), y más regiones ucranianas, fueron absolutamente devastadoras. Pérdida de preeminencia en el Mar Negro, y por fin una derrota sin paliativos, en teórica superioridad, que activó cierta autocrítica y un periodo de reformas en Turquía. La ciencia occidental había demostrado barrer el valor de los hijos de Alá, como haría con casi todos sus enemigos. Catalina la Grande sería temida y odiada por los otomanos. Su némesis, su pesadilla. Y si a finales del XVIII Rusia no tomó Estambul, absolutamente indefensa, fue por la Revolución Francesa, que hizo ver que Occidente tenía problemas más urgentes. La Mezquita fue salvada por la campana revolucionaria.
LAS NUBES TAPAN LA MEDIALUNA: INFLACIÓN Y DERROTAS
Durante la Edad Moderna se darían dos sistemas económicos claramente enfrentados. Por una parte, el librecambismo, sistema basado en el libre comercio, no intervención estatal… Esto producía economías marítimas, y sociedades con gran presencia burguesa. Los grandes ejemplos son las Provincias Unidas (actual Holanda) e Inglaterra algo posteriormente. El mercantilismo en cambio consistía en la acumulación de metales preciosos, utilización de aduanas e impuestos indirectos para proteger a los comerciantes internos. Grandes adalides de tal movimiento serán Francia o España. Consiguen un mercado interno más estable, pero con gran riesgo de estancarse, debido al acomodamiento productivo por la protección estatal. Este es un resumen de andar por casa de la ciencia económica del momento.
Y luego está el caso otomano, que claramente se quedó entre dos aguas. Primero hay que entender que el anterior es un criterio muy eurocéntrico, pero útil para observar la incoherencia otomana. Nunca supieron controlar la afluencia de metales preciosos y sus intercambios comerciales, pese a dominar la Ruta de la Seda, no fueron excesivamente poderosos. No explotaron la India como si harían magistralmente los ingleses, o iniciaron la globalización al conectar América con Asia y Europa como los españoles. Pero sí que sufrirían la inflación como los chinos. La dinastía Ming en 1630 caía entre otros factores por la inflación provocada por la afluencia de metales preciosos traídos por los españoles. Si el comercio hispánico pudo desequilibrar el lejano monolito chino, evidentemente pasaría lo mismo con el otomano.
La cosa es que los océanos de plata que entraron les hizo subir los precios en exceso, mucho más que unos salarios en estancamiento. Una vez no hay dinero suficiente para el consumo (la demanda agregada decae), los pequeños comercios son los primeros en quebrar. Y a eso le sigue hambrunas, desabastecimiento, pobreza, y motines en último caso. Eran muy habituales durante el siglo XVIII en la siempre convulsa península de Anatolia, a menudo azuzados por temas étnico-religiosos (kurdos). Eso se podía evitar con una política de acuñación de moneda adecuada, pero era francamente imposible. Para empezar porque, a diferencia de los estados europeos, no tenían una moneda común como el escudo francés o el thaler austríaco. Los sueldos, impuestos, etc. se basaban en la unidad de cálculo Aqce. Esto dificultaba el comercio interno, pues la moneda común es la base para el mercado de un territorio. Ni siquiera en los territorios donde había mayoría del Islam tenían su moneda común. Aquí no era un problema tanto de religión como de oligarcas.
El golpe clave fueron las guerras que iban perdiendo, pues le quitaron su placa base de la economía. El timar era un reparto de tierras a sus funcionarios sipahi, que servía para recompensar a sus militares. Esto era un gran sistema de promoción social, como lo era el devshirmeh. Pero el timar se terminó porque con las derrotas sucesivas, el Imperio perdía tierras y no las ganaba. En resumen, podríamos decir que la rapiña era necesaria para el territorio, dado que era una economía netamente imperialista. Uno podría argumentar que los ingleses, españoles o franceses también. Pero lo cierto es que los estados europeos tenían una moneda única, si bien una fiscalidad difusa por aquellos tiempos. Y que además, supieron fomentar el comercio un par de siglos antes que los otomanos.
En resumen, era una economía blanda, frágil incluso en época de Solimán el Magnífico. Dependía en exceso de los triunfos militares, y ni siquiera habían llegado a la moneda común, un estadio ya superado en la Europa moderna. Sostener un imperio con tantos territorios de facto independientes era algo muy complicado. Las reformas tardaban mucho en llegar a los territorios dominados por familias como los Pachá o los Bey. En la práctica eran casi confederados, en el aspecto de autogestión.
Y CUANDO DESPERTÓ, TURQUÍA SEGUÍA AHÍ
Ha sido un trabajo muy enriquecedor para mí debido a que es un tema desconocido. Pocos historiadores se animan a ver qué hay detrás de la Sublime Puerta, esa especie de enemigo de todos en Europa. El Imperio Otomano y su larga y dolorosa aventura es algo que podríamos calificar de impresionante. Creo que muchas veces olvidamos que mientras el Imperio Ruso se derrumbó en apenas diez años (guerra ruso-japonesa 1905 y Primera Guerra Mundial 1917). Que el Imperio Francés no soportó diez años desde su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Y que el español tardó desde 1659 a 1823. Un siglo, y ya fue una cuesta abajo especialmente prolongada. Pues es curioso cómo no nos fascina que el Imperio Otomano desde 1683 se siga manteniendo hasta 1918, cuando es desmembrado.
Entre las conclusiones, haría un añadido a las tesis de Ferguson. El escocés mantiene que el problema fue el visceral rechazo del islam a la ciencia y a lo extranjero. Eso les mantuvo fuera del tren del progreso. Yo añadiría que en general cualquier estado teocrático siempre va a tener esos problemas. Incluso en un ejemplo más suave como la España de los Austrias, les fue más difícil aplicar mejoras bancarias debido a la condena de la usura. Las ideas liberales fueron más difíciles de implantar por la Inquisición. Aunque no es comparable el grado de opresión, debido a la mencionada separación iglesia-estado, en general parece que basar la política en un libro de centurias de dudosa autoría nunca es bueno. Eso les hizo caer en el anquilosamiento y la falta de eficacia.
La tesis de De Bunes Ibarra es bastante diferente. Pone mucho énfasis en la aparición de nuevos y más poderosos enemigos en el XVIII. Sobre todo, parece que Austria y en especial la Madre Rusia fueron las que le derrotaron. Me parece interesante poner énfasis en la legendaria diplomacia de Austria y en la demoledora demografía rusa. Por mucho que los otomanos resistiesen con valor halagado por los occidentales, esas dos herramientas eran demasiado. Así que el exceso de guerras y sus costes humanos y económicos hicieron que el Sultán nunca pudiese llevar a cabo sus reformas.
Según Wallerstein el problema fue su falta de adaptación económica. Como ya hemos citado, fue su incorporación tardía e insuficiente al capitalismo lo que le lastró. No sólo eso, fue su fragmentación administrativa la que le impidió tener unas reformas más profundas. Así pues, fue la política exterior, la administrativa y la económica lo que les hizo caer. Aun así, si hablamos de Larga Decadencia, fue porque siempre hubo gobernantes que con cabeza aplicaron parches. Así que debemos, además de ser críticos, concederles cierta capacidad de reacción a una civilización que vive a caballo entre la islámica y la europea.
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Muy interesante
Gracias por el ensayo. Estoy de viaje en Estambul y me sirvio bastante para entender cuáles son las diferencias escenciales de la cultura europea de la musulmana. Creo q logra dar opinión fundada sin intentar dar una verdad absoluta