Al contrario de lo que ocurre con otomanos y mogoles, la historia militar de la Persia safávida es todavía hoy un terreno por explorar, y salvo honrosas excepciones no ha recibido la atención merecida. Los debates sobre si el concepto de Revolución Militar establecido por Michael Roberts puede aplicarse o no a los imperios islámicos asiáticos pasaron de incluir a rechazar la experiencia safávida, aunque la cuestión aún permanece abierta a falta de una investigación más profunda.

Entre el liderazgo tribal y el mesiánico

A diferencia de otros imperios, la Persia de los safávidas no experimentó un proceso de expansión gradual. Por contra, alcanzó la máxima extensión a los pocos años de su fundación y luego luchó por mantener esos límites durante doscientos años. Su origen debe buscarse en dos componentes. Uno sería la tariqa Safaviyya, una orden religiosa militante de la vertiente más mística del islam, adscrita al chiismo imaní o duodecimano. Otro lo aportaría la adhesión de las tribus nómadas de Azerbaiyán y Anatolia Oriental ante la activación de las reclamaciones mesiánicas en la persona del shah Ismail I (r. 1501-1524). Su ideología fue mezcla ghuluww de las concepciones turco-mongolas de la realeza y el sufismo popular de la zona del Caúcaso. Esta dinamizó a estas tribus uniéndolas en torno a una causa común (Streusand, 2011, 135).

Ismail se dotaría de una autoridad casi teocrática como descendiente del santo-asceta Safi al-Din Ardabilí (1252-1334), al tiempo que se decía emparentado con Mahoma a través de la rama de Alí. También se le proclamaría abiertamente como encarnación divina del imán Mahdi o Mesías. Como consecuencia, estaría menos limitado por los dictámenes de los religiosos que el sultán otomano, además de ser objeto de culto y veneración. En realidad, su linaje era producto de una mezcla bastante variada, siendo que por parte de padre era azerí (su lengua de nacimiento) y por parte de madre nieto de Uzún Hasán (r. 1453-1478), un antiguo líder turcomano, y de la princesa bizantina Teodora Megale Comnena, hija del emperador de Trebisonda.

El historiador griego Theodore Spandounes diría del nuevo shah:

Lo adoran como profeta y la alfombra en la que se arrodilló para la Pascua fue hecha pedazos para que sus seguidores la usaran como reliquias cristianas...Se dice que Ismail fue enviado por Dios para anunciar que su secta era la única verdadera, cuyos miembros serían admitidos en el Paraíso. Zuan Moresini, un observador veneciano contemporáneo, cuenta en 1507 que: Estos, a su manera, adoran al sufí, y no se le llama rey o príncipe, sino santo o profeta...Él es el santo de los santos, lleno de poder adivinatorio, porque no toma consejo de nadie, ni lo hizo de niño, y debido a esto todos creen que el chiíta, en cada uno de sus actos, está divinamente inspirado (Yildirim, 2008, 593).

Shah Ismail
Ismael Sophy Rex Pers (Cristofano dell’Altissimo, 1552-1589). Moresini llegaría a decir: «Desde Jerjes y Darío nunca ha habido un rey de Persia, ni tan adorado, ni tan amado por su pueblo, ni tan belicoso, ni con un ejército tan grande, ni una fortuna tan agraciada».

El nuevo poder safávida incorporaría a los remanentes del imperio de los Timúridas y de las confederaciones Aq Qoyunlu y Qara Qoyunlu (turcomanos de la Oveja Blanca y Negra). Sus gobernantes habían sido tradicionalmente los líderes de una tribu o un clan familiar. El rasgo más innovador de la política del shah, que no pertenecía a una tribu específica, será precisamente tomar como elemento sustitutivo el vínculo religioso. Por lo demás, se caracterizó más por la continuidad que por el cambio en estos primeros años. A excepción, claro, de la imposición de la ulema chií en los territorios anexionados. Cabe decir que cuando se habla de «tribu» en este contexto, en realidad se está partiendo de una traducción bastante libre del término turco-mongol «oymaq». Este es empleado con frecuencia por los especialistas.

Por otra parte, las huestes con las que Ismail estableció su autoridad en toda Persia no eran persas, estrictamente hablando. De hecho, había elementos iranios y kurdos entre los guerreros adeptos de la causa safávida. Pero sus principales seguidores procedían de las grandes oymaq turcomanas (Babaie et al., 2004, 24). Durante generaciones, estos combatientes estuvieron liderados por un jeque (sheik o seij). En tiempos del padre de Ismail, adoptaron un tocado de color carmesí (tāj o tark) con doce picos (indicando su adhesión a los Doce Imanes chiíes). También se dejaron crecer largos bigotes, recibiendo el nombre de Qizilbash o «Cabezas Rojas». Ante una amenaza externa o en los momentos previos a una campaña, el monarca podía invocar su apoyo. No solo por motivos de fidelidad tribal o feudal, sino también por el principio de shuhi-sevan o «devoción al shah» (Lockhart, 1959, 89).

Una espada de dos puntas: el Qizilbash y las «oymaq» turcomanas

El Qizilbash se materializó en un ejército por primera vez en el 1500. Ismail apenas contaba 12 años de edad. Había pasado parte de su infancia oculto en Guilán (costa del Mar Caspio) con un reducido séquito. En estos momentos, convocó a 7.000 de sus partidarios en Erzincan para vengar la muerte de su padre y su abuelo a manos de los Shirvanshah de Bakú, la antiquísima dinastía local. Esta fue vencida y reducida a un estatus vasallático (Yildirim, 2008, 304).

Estos acontecimientos quebraron profundamente la tranquilidad social del dominio otomano. Ocasionaron revueltas entre los súbditos del sultán, pues muchos de los devotos gāzis (combatientes) del shah procedían de Anatolia, Turquía y Caramania. Ejemplo de esta gran conmoción es un rumor que se extendió a principios de 1502. Según este rumor, había quinientos qizilbashes dentro de la misma Constantinopla. Todas las puertas de la ciudad se cerraron durante cinco días para evitar su huida (Yildirim, 2008, 304).

Ya entonces comenzaba a manifestarse la división existente entre turcomanos y tayiko-persas. El carácter dual de la población afectaría profundamente a la administración civil y militar del nuevo imperio. Los burócratas y ulemas tayikos ostentaron el poder político. Rivalizaron con el liderazgo militar de los turcomanos en una disputa que acabó con el asesinato de tres de los cinco wakīles o vakiles persas que Ismail nombró durante su reinado. Cuando el shah eligió al tayiko Najm-i Sani para este cargo y le puso al mando de las tropas que envió contra el Kanato Uzbeko en 1512, los emires del Quizilbash, considerándolo un deshonor, le abandonaron ante los enemigos en el campo de batalla. La derrota de Ghazdewan puso en evidencia la frágil unidad del orden creado por el chií (Streusand, 2011, 140).

Prisionero turcomano
Dibujo de un prisionero turcomano con la mano atada a un yugo y todas sus armas (Anónimo, segunda mitad del siglo XVI). Un tema bastante común en las ilustraciones del periodo que muestra el atuendo típico de un guerrero del Qizilbash.

Sin embargo, a pesar de la insubordinación natural en el Qizilbash y del apoyo prestado por los otomanos a los nómadas uzbekos, las próximas campañas fueron favorables a los persas. La victoria en Merv permitiría la captura y ejecución de Muhammad Shaybani, un descendiente de Gengis Kan. Su cráneo sería convertido en una copa enjoyada con la que brindó el shah y la piel de su cabeza, rellenada de paja y enviada a su aliado Bayaceto II. Estos hechos sentarían un precedente para la larga rivalidad entre safávidas y otomanos. El cauteloso sultán era partidario de evitar un enfrentamiento directo. Pero su muerte, y la victoria de Selim I sobre su hermano Ahmed (apoyado por los persas), llevaron a una cruenta guerra entre los dos imperios.

En 1514, tras un penoso avance sobre las montañas armenias, donde los safávidas habían aplicado una política de tierra quemada, los otomanos obtuvieron una gran victoria en la batalla de Chaldiran. Los vencedores se sirvieron de una táctica poco sofisticada pero eficaz, conocida como tabur jangi (en turco) o wagenburg (en alemán). Esta consistió en disponer una barrera de carros unidos por cadenas y dotados de morteros desde los que la infantería podía protegerse y disparar contra la caballería enemiga (Savory, 1967, 73).

Un método tomado de los húngaros, que a su vez lo aprendieron de los antiguos husitas. Las tropas del sultán ocuparían la ciudad de Tabriz, aunque no pudieron retenerla. Geográficamente, los persas safávidas perdieron solo la provincia de Diyar Bakr (Alta Mesopotamia). Pero el impulso de su expansión inicial desapareció. Ismail, que había sido un líder carismático y agresivo, nunca volvió a liderar a sus tropas en la batalla.

Estas primeras derrotas ocasionarían una pérdida de prestigio que alteró el equilibrio de poder dentro del imperio. Además, gradualmente fortaleció lo suficiente la posición de las tribus como para permitirles manipular a aquellos monarcas más débiles e influenciables. Esto terminó por ocasionar varias guerras civiles. Más allá de los guerreros que hacían las veces de guardia del shah, todavía no existía una fuerza permanente bajo su control directo. Los soldados del Qizilbash no tenían vínculos directos con el gobernante y su lealtad era para con el emir de la oymaq a la que pertenecían. Excepto por las dos revistas militares que solían celebrarse anualmente, la administración central, si puede hablarse de tal cosa, tenía poco o ningún control sobre el tamaño, el equipo o la composición de estos contingentes.

Batalla de Chaldiran
La batalla de Chaldiran en la sala de audiencias del palacio de Chehel Sotún en Isfahán (Muhammad Sadiq, c. 1740-1790).

En cuanto a sus dimensiones, para el reinado de Ismail suele citarse la célebre revista de 1530, momento en el que el Qizilbash proporcionó 84.900 hombres de un total de 105.800. La mayor parte de estos soldados montaban buenos caballos o camellos y eran expertos jinetes, al igual que los persas y partos de la Antigüedad, dotados de cota de malla y armadura ligera, pero de buena calidad. Acudían a la batalla armados con lanza, arco, mazas y hachas de guerra, aunque también había algunos escuadrones que contaban ya con mosquetes de llave de mecha y ánima lisa (Roy, 2012, 105).

El historiador Laurence Lockhart, uno de los pocos autores que han escrito sobre el ejército safávida, habla también de la existencia de una caballería diferente, que vestía armaduras pesadas y estaba armada con espadas anchas (ghaddara). En apariencia, estos hombres deberían haber guardado similitud con los catafractos, pero no otorga mucha más información (Lockhart, 1959, 89).

La mayoría de los emires del Qizilbash eran también gobernadores provinciales y muy pocos residían en la Corte. En algunos casos podían situar a uno de sus jefes o dignatarios en ella. Tampoco eran extraños los matrimonios entre estos y los miembros de la familia real, cuya descendencia gozaba de una posición destacada. A los tres títulos de honor para la aristocracia militar que eran en orden descendente: Kan, Sultán y Beg; los hijos de madre safávida solían añadir el de Mirza o «príncipe real» (Szuppe, 1996, 79).

Un imperio de pólvora y nómadas: la cuestión de la primera artillería persa

Desde que Marshal Hodgson introduce el concepto de «imperios de pólvora» para otomanos, safávidas y mogoles ha existido un consenso sobre que estos estados, como sus homólogos europeos, habrían mantenido un cierto monopolio sobre la producción y dotación de las armas de fuego y la artillería. Si no en sus orígenes, al menos en el momento álgido de su poder. Por otra parte, la discusión en torno a la idea de la Revolución Militar ha llevado a plantear si los imperios asiáticos experimentaron este proceso y en qué términos. Los escasos trabajos dedicados a la estructura militar safávida han cuestionado la validez de este modelo teórico para el caso de Persia. Pero debe tenerse en cuenta que la mayoría adolecen de una dependencia casi absoluta de las fuentes europeas, como relaciones de viajeros y misioneros.

Que la adopción de las armas de fuego por los persas se produce de manera paralela a su uso por rusos, otomanos y mogoles está fuera de dudas. Términos como ra’d-anclaz (del persa «lanzador de truenos») y qara bugra (del turco «camello negro») aparecen en las crónicas timúridas de finales del siglo XIV. Pero no está claro si connotan una balista o mangonel como las que proyectaban piedras y nafta inflamable o a cañones propiamente dichos (Matthee, 1999, 619).

El primer uso incontrovertible de artillería data de los tiempos de Uzún Hasán. En 1471 y 1473, la Signoria de Venencia le envió mosquetes de llave de mecha, cañones y bombardas. Pero el destino de estas remesas es incierto y probablemente nunca se benefició de ellas. Sus turcomanos cayeron derrotados en la batalla de Babkent, ante el fuego concentrado de los otomanos. Tampoco se sabe si los cien artilleros venecianos cedidos en 1478 llegaron alguna vez a su destino (Matthee, 1999, 619).

En una serie de asedios dirigidos contra ciudades de Anatolia Oriental a principios del siglo XVI aparecen ya los primeros testimonios del uso de cañones por parte de los safávidas. Sin embargo, será una constante entre los observadores europeos señalar la escasez de cañones en los arsenales persas. También la poca pericia de los artilleros locales a la hora de manipularlos y la tendencia a descuidar incluso las piezas que resultaban adecuadas. Uno de ellos, el emisario papal Giovanni Battista Vecchietti, fue testigo de los combates en torno a Tabriz en 1585. Dio cuenta de que estas armas solo se utilizaban adecuadamente cuando contaban con artilleros indios. El cronista Giovanni Tomasso Minadoi llegaría decir que los persas temían a la artillería y consideraban un pecado vergonzante utilizarla. También que ignoraban cómo hacerlo y estaban desprovistos de materiales para producirla (Lockhart, 1959, 90).

Muchos historiadores asumieron estas ideas acríticamente, aun cuando la constitución de pequeños cuerpos de artilleros ya en 1516 contradice el argumento de que los persas ignoraban el valor de las armas de fuego. Como los mogoles, se sabe que también emplearon mercenarios portugueses y venecianos para auxiliarles en estas tareas. Sin embargo, al contrario que sus vecinos de la India, que contaban con numerosos expertos artilleros y asesores otomanos, las constantes hostilidades entre los dos imperios impidieron a Persia beneficiarse de sus conocimientos militares al separarles de la principal fuente de tecnología militar innovadora.

En cualquier caso, las huestes safávidas de aquellos días constituían fundamentalmente una fuerza de caballería que dependía mucho de la movilidad y la capacidad para llevar a cabo rápidas maniobras tácticas. Un tren de artillería, tan extremadamente pesado y engorroso como eran entonces, limitaba mucho esta concepción tradicional de la guerra, que exceptuando a otomanos y mogoles, era compartida por muchos de sus principales rivales. Y es que a excepción de los uzbekos, que entre 1510 y 1540 recibirían armamento y ayuda de los otomanos, los pueblos nómadas que amenazaban las fronteras del norte y el este del imperio persa carecían de armas de fuego. Baluchis, lezguinos, calmucos y buena parte de los kurdos y de los tártaros combatían aún arco en mano y a caballo y rara vez emprendían un asedio.

Artillería
Las dificultades de un tren de artillería en una miniatura india que muestra a hombres y bueyes arrastrando los cañones del Gran Mogol durante el asedio de Ranthambore por Akbar (Abu’l-Fazl ibn Mubarak, 1590-1595).

El comerciante y viajero francés Jean Chardin llegaría a asegurar que los persas no tenían fundiciones. Cierto es que durante el mencionado asedio de Tabriz por los otomanos, los artesanos safávidas experimentaron problemas para la elaboración correcta de los moldes que necesitaban y que les llevó mucho tiempo terminar las piezas. Estos problemas serían una constante, por ejemplo, durante la captura de Bahrein en 1603, los cañones portugueses que cayeron en manos de los persas no pudieron ser aprovechados al verse estos últimos incapacitados para fabricar proyectiles del enorme tamaño requerido por esas armas.

Pero no es cierto que careciesen de fundiciones ni de materias primas para ponerlas en marcha. Persia contaba con numerosos depósitos de salitre, sulfuro, carbón y metales varios, además de una importante fundición en Lar, que se mantuvo en activo durante los siglos XVII y XVIII. Una de las principales dificultades estaba en el transporte, debido al terreno accidentado, los malos caminos y la ausencia de ríos navegables como en Moscovia o el Imperio otomano, donde el Tigris y el Éufrates permitían mover las pesadas piezas hacia ciudades como Mosul y Bagdad. Las urbes más pobladas del interior del imperio persa estaban demasiado lejos del litoral, mientras que las minas se encontraban en áreas remotas del país (Matthee, 1996, 396).

Artillería
Batalla entre safávidas y otomanos en un fresco del palacio de los Kanes de Şəki (Anónimo, 1762). Los soldados persas aparecen aquí retratados al estilo azerí y dotados de unos cañones.

Mosquetes y arcabuces para el shah: las tropas regulares y los qurchis

La compleja inserción de la artillería contrasta con la rapidez de los persas en armar a sus hombres con mosquetes y arcabuces. Esto los situaba más en igualdad con los otomanos. Sin embargo, estas armas resultaban pesadas, incómodas y degradantes a ojos de la aristocracia guerrera tradicional que combatía montada. Cierto es que no pudieron utilizarse de este modo hasta la generalización de la llave de chispa o pedernal. Pero además, los ideales del honor marcial de la caballería en el mundo persa o Javānmardi (literalmente: «joven virilidad») constituían un obstáculo más a la modernización.

Fue el interés de los sucesivos shah, siempre involucrados en negociaciones para adquirir tecnología militar europea, lo que más contribuyó a la generalización de las armas de fuego. Los portugueses proporcionan los primeros testimonios que nos hablan de mosqueteros (tofangčī) tras la derrota de Chaldiran. Sin duda, la dura lección aprendida en esta batalla tuvo mucho que decir en ello. En 1517 se contaban ya 8.000 mosqueteros entre los soldados de Ismail. Informes venecianos de 1521 y 1522 hablan de más de 12.000 arcabuceros aproximadamente, cifra que se mantendrá hasta mediados del siglo XVII. Portugal, Venecia, España, Rusia y la Compañía Inglesa de las Indias Orientales destacan como los principales proveedores en distintos momentos (Matthee, 1999, 619).

Estos tofangčīs procedían de las levas campesinas, organizadas tanto para la defensa local como para las expediciones imperiales, y eran de origen fundamentalmente tayiko o persa. Pero sin un retorno a la base agraria anterior a los tiempos abasíes y con una meseta iraní que siguió favoreciendo el nomadismo pastoral, el potencial militar de la población establecida era todavía bastante reducido. La difusión de las armas de fuego entre estos súbditos tendría escasas consecuencias políticas en el dominio safávida y su oficial al mando, el tofangčī-bashi, ocupará un lugar modesto entre los emires y altos oficiales.

Detalle de un mosquetero persa en una miniatura titulada Bandidos atacando la caravana de Aynie y Ria’ en una edición del Haft Awrang (Siete Tronos) de Mawlanā Jami, terminada en 1557.

Dentro de los contingentes que hacían uso de mosquetes destacan los llamados qurchis o qorchis. Eran soldados procedentes de las oymaq del Qizilbash y presumiblemente conservaron sus afiliaciones tribales. Su número varía entre los 1.000 y los 3.000 en tiempos del shah Ismail, y los 5.000 con su sucesor Tahmasp I (r. 1524-1576). Los qurchis eran reclutados por los agentes del shah y recibían su salario directamente del tesoro real, lo que no impidió enormes retrasos en los pagos. El estallido de munificencia real que acompañaba el ascenso de un nuevo sha, a menudo permitía a los soldados recuperar parte de su salario.

Con la entronización de Muhammad Khudabandah (r. 1578-1587) los qurchis recuperaron los atrasos de una década. Existe poca información disponible sobre su posición económica. No obstante, se sabe que se beneficiaron de concesiones de tierras y asignaciones de rentas (hameh-saleh) al menos desde 1617. Cuando un qurchi prominente moría, el shah solía permitir que se le enterrase dentro de los recintos del santuario dinástico en Ardabil (Blow, 2009, 37), constituyendo una especie de guardia real. Eran, por tanto, el séquito del shah en la batalla, guardias de palacio y correos reales. Ocasionalmente realizaban expediciones independientes. Las posiciones dentro de este cuerpo eran a menudo hereditarias. hasta el siglo XVII su comandante, el qurchi-bashi, procedía de la oymaq dominante en ese momento. No obstante, todavía no gozaba de la influencia política que tendría en el futuro (Streusand, 2011, 169).

Algunos gobernantes locales también tenían qorchis a su disposición, aunque en números más limitados. El vali (equivalente a «virrey») de Georgia tenía un cuerpo propio de tropas de este tipo para servirlo, incluyendo a un qurchi-bashi (Floor, 2001, 149). Con muy pocas excepciones, se sabe que eran reclutados entre las oymaq y desde el comienzo del período safávida es posible encontrar en las fuentes expresiones como «qorchi de tal o cual tribu» o como «centurión (yuzbdshi) de tal o cual tribu». Este último término hace referencia a que cada grupo qorchi del mismo origen tribal constaba de una unidad teórica de 100 hombres (Haneda, 1998, 67).

Qurchi
Guardia de palacio qurchi (Engelbert Kaempfer, 1683).

En ocasiones, cuando un emir del Qizilbash era ejecutado por traición o corrupción algunos de sus hombres se incorporaban a otros cuerpos como el qorchi según era costumbre. Después del intento otomano de reconquistar Bagdad en 1627, el Sofí inscribió a varios de los guerreros que se habían destacado en la batalla como qorchi. Además, sus filas también crecieron por la incorporación de rebeldes arrepentidos que eran perdonados por el shah (Haneda, 1998, 76).

El nuevo sistema safávida para la «esclavitud militar»

Las primeras referencias en las crónicas persas a los esclavos (obviando a los domésticos) pertenecientes a la casa del shah (ghulaman-i khandan-i Safaviyya) teniéndose conciencia de su uso militar, se asocian al historiador Hasan Beg Rumlu (mediados del XVI), que habla del sistema esclavista otomano (ghulaman-i khwandigar) y de los mamelucos de Egipto (ghulaman-i misri) como modelos comparables. A menudo suele decirse que la creación de los ghulams corresponde al reinado de Abbas I el Grande (r. 1588-1629), concretamente tras el asesinato en 1588-1589 de una poderosa figura del Qizilbash, Murshid-Quli Khan, que había sido su tutor o lala. Sin embargo, el título de su comandante, el llamado qollar-aghasi, se menciona ya desde 1583-1584 en la documentación existente, cuando todavía gobernaba su padre.

La introducción de esta «tercera fuerza» en el aparato del Estado se remonta en realidad a las cuatro expediciones del shah Tahmasp I al Cáucaso entre 1540-1541 y 1553-1554. Durante esta serie de incursiones, los safávidas tomaron gran cantidad de prisioneros georgianos, armenios y circasianos, buena parte de los cuales eran mujeres y niños, que se llevaron a las tierras iraníes. Por lo tanto, la mayor parte de los cautivos varones no entraron en el servicio militar hasta alcanzar la edad adulta, durante los reinados siguientes. Para entonces ya habían recibido una educación y entrenamiento especiales y constituían una institución oficialmente reconocida. Todos ellos, al igual que los jenízaros del sultán de Constantinopla, carecían de raíces sociales y familiares (Yildirim, 2008, 603).

La extraordinaria lealtad y confiabilidad de los esclavos militares y su proximidad al soberano, unidas a la costumbre de servir en el centro de la formación de batalla, reafirman este símil. En palabras de Chardin: Estos esclavos del rey tienen en la Corte de Persia aproximadamente el mismo empleo que los gentilhombres comunes tienen en Francia (Lockhart, 1959, 92).

Dichos soldados aparecen además en un momento en que los shah se sentían amenazados por el poder excesivo del Qizilbash dadas las experiencias pasadas y podrían haberse formado con la idea de consolidar su hegemonía sobre las tribus. Sin embargo, también hay casos particulares de comandantes turcomanos recurriendo por iniciativa privada a soldados esclavos. El emir Qazaq Khan compró 10.000 ghulams a los que armó y entrenó para funciones militares y burocráticas. Esto representaba claramente un nuevo tipo de amenaza para el precario equilibrio entre los safávidas y el Qizilbash (Sussan Babaie, Kathryn Babayan, Ina Baghdiantz-McCabe, Massumeh Farhad, 2004, 27).

Para contrarrestar la influencia de los emires se favoreció a los ghulams introduciendo a sus elementos más destacados mucho más allá del ámbito militar. En los últimos años del reinado de Abbás, los ghulams gobernaban ocho de las catorce provincias más grandes y ocupaban una quinta parte de los altos cargos administrativos. El shah incluso les dio el mando de contingentes tribales y les permitió cubrirse con el sombrero escarlata de los doce picos, que hasta entonces había sido un distintivo único y característico del Qizilbash. Destaca por encima de todos el caso del georgiano Allahverdi Khan, que sería el primer gobernador provincial de este origen en la hasta entonces rebelde ciudad de Fars y más tarde comandante en jefe (surge así una nueva magistratura militar: el sipahsalar) del todo el ejército (Blow, 2009, 39).

Esclavos
Cortesanos safávidas con cautivos georgianos en un textil de mediados del siglo XVI.

El novedoso patrón de administración territorial, con persas-tayikos étnicos, qurchis y ghulams suplantando a los líderes Qizilbash no puso fin al papel de los miembros de las tribus en las huestes provinciales. Sin embargo, mermó su capacidad considerablemente durante un tiempo. También cabe mencionar aquí el crucial protagonismo económico de estos extranjeros. El tutor de los ghulams en tiempos de Abbás, Muhibb Ali Bek Lala, era además su principal agente en el comercio de la seda y negociaba con la EIC y con la VOC. De la misma manera que no había una división clara entre la clase tribal y militar, tampoco lo había entre la clase militar y mercantil (Babaie et al., 2004, 51).

Según lo mencionado por la Encyclopaedia Iranica, desde el año 1600 en adelante, Allahverdi Khan, auxiliado por el aventurero inglés Sir Robert Sherley, emprendió la reorganización del ejército. Esto significó, entre otras cosas, aumentar dramáticamente el número de ghulam desde los 4.000 existentes hasta los 25.000. El cronista de la Corte, Iskandar Bek Munshi, cifra en 330.000 el desorbitado número de esclavos capturados por el shah en su campaña georgiana de 1614–1615. Resulta difícil de creer y aún lo es más verificar estos números, pero en cualquier caso, sus efectos son claros. El Qizilbash recibe menos tierras y pierde su privilegio de elección sobre el tutor de los jóvenes príncipes. Se trata de elementos clave en su apuesta por la participación equitativa en la política safávida.

Además, el nombramiento de un kurdo, Ganjali Khan Zik, como gobernador de Kirman en 1603 es bastante esclarecedor. Muestra que, a pesar de la inclusión de este pueblo en el sistema del Qizilbash, un individuo podía ser reclutado dentro de un orden alterado. En él se invitaba a los miembros de las oymaq a separarse de su jerarquía y jurar lealtad por separado a la persona del shah. Los hijos de notables kurdos, árabes, calmucos (pueblo mongol) y luros (pueblo iranio de ascendencia casita) se habrían educado en la Corte. Lo hicieron desde que, en 1554, Tahmasb I los tomase como rehenes, también a modo de impuesto religioso o khums (Babaie et al., 2004, 28).

Chardin escribió sobre el particular afecto que tenía el Sofí por estos hombres, a los que se refería como janissaires à cheval. Y es que esa era su manera de luchar, pues acudían a la batalla montados aunque usaban armas de fuego, por lo que presumiblemente lucharon como los dragones primigenios, actuando así como una especie de infantería montada. La historiografía contemporánea sobre los safávidas presta poca atención a la historia militar. Por esta razón, la evaluación de los roles precisos y la efectividad de las nuevas unidades ghulam está aún por conocer.

En la práctica, ni esta ni otras unidades estaban cerradas a la colaboración con otros contingentes. Sirva de ejemplo el caso de Firaydun Khan, qurchi-i zirih de origen ghulam y gobernador de varios distritos, que lideró 20 campañas contra rebeldes y bandidos turcomanos bien documentadas por una crónica titulada Futuhat-i firayduniyah (Muhammad Tahir Bastami, 1613). Las tropas bajo su mando incluían una mezcla de ghulams, qurchis, tufangchis o mosqueteros, jinetes del Qizilbash y levas locales. Del mismo modo, entre sus oficiales encontramos tanto ghulams como a «turcos y tayikos» (Rota, 2017, 3-5).

Reformismo y expansión en tiempos de Abbás I el Grande

Las perdidas territoriales durante los débiles reinados anteriores respondieron a una indefensión y una incapacidad que, unida a la conquista del Jorasán por los uzbekos durante la guerra de sucesión de 1588-1589, tuvieron importantes y negativas consecuencias para la situación económica del imperio, mermando el comercio y la industria, y repercutiendo gravemente en las condiciones de vida de la población (Almeida Borges, 2015, 28). Además, la Paz de Estambul (1590) obligaría a los safávidas a renunciar a Azerbaiyán (incluyendo la antigua capital de Tabriz), parte de Georgia, las provincias de Shirvan y Daguestán, el Kurdestán y la ciudad de Bagdad, debilitando su frontera occidental con los otomanos. La toma de la plaza de Qandahar por los mogoles en 1594 cerraría un periodo de desastres militares que obligaron a emprender reformas profundas.

Abbás I
Detalle de un retrato del shah Abbás I al estilo mogol (Atribuido a Bishandas, c. 1613-1619).

Enfrentarse al turbulento legado de sus predecesores supuso para Abbás resolver el problema de los poderes locales. Esa solución vino mediante la transferencia de distritos de la administración mamalik (provincial) a la administración khass (gobierno central). Esta trasferencia aportaría nuevos ingresos que financiaron la construcción de una nueva capital imperial en Isfahán (lejos de la frontera con los turcos) desde 1597-1598 y sus ambiciosas reformas militares. Estas coincidieron con períodos de evidente debilidad tanto en el Imperio otomano como en los principados uzbekos. Los levantamientos de Jalali y la Guerra Larga distrajeron a los turcos. A la muerte de Abdullah Khan en 1598 puso fin a la unidad uzbeka. Abbas lideró su ejército desde Isfahán hasta Mashhad. Derrotó a los uzbekos en las afueras de Herat el 5 de agosto de 1622. También en este año recuperó Qandahar aprovechando la débil salud del Gran Mogol.

Para obtener los ingresos necesarios, Abbás estableció su dominio directo sobre las regiones productoras de seda de Gilan y Mazandaran, al sur del Caspio. También sobre Qarabagh y Shirvan, más al oeste. Estas operaciones duraron desde 1593 hasta 1607. De este modo, se aseguraba la mayor parte de las ganancias de la exportación más valiosa del imperio para la tesorería central (Streusand, 2011, 152). Cuando llegó el inevitable choque con los turcos otomanos, las nuevas tropas de Abbás se cubrieron de gloria y expulsaron al enemigo de todas las provincias ocupadas. Las hostilidades cesaron en 1618, pero la guerra se reanudó cinco años después. En esos momentos, el shah conquistó una gran parte de Mesopotamia, incluyendo Bagdad, Mosul y varias plazas más. También Diyarbekir en Anatolia. En el Golfo Pérsico, recuperó Bahrein, Ormuz y Qishm con ayuda inglesa (Lockhart, 1959, 94).

El papel de Sir Robert Sherley: mito y realidad

Vista la problemática en torno a cuándo y hasta qué punto se produjo la introducción de las armas de fuego en Persia, es conveniente examinar el protagonismo que hasta hace poco venía atribuyéndose a la misión de los hermanos Sherley en dicho proceso. El shah nombraría al menor de los dos, Robert, «Maestro general contra los turcos». Y como tal, le otorgaría el mando de sus tropas en las campañas de 1604-1605, donde se distinguiría por su valor. Es complicado evaluar hasta qué punto sus consejos tuvieron peso en las reformas militares de Abbás I. No obstante, se reconocen los esfuerzos del inglés en dotar al ejército de un cuerpo de artillería con suficiente personal.

Entre los principales testimonios que indujeron a esta confusión destaca el de Pietro della Valle. Este atribuye a Sir Anthony el haberle dado al shah la idea de crear un regimiento de mosqueteros, algo que ya existía para entonces. Además, su mayordomo llegó a asegurar que en el momento de su llegada los persas no tenían artillería ninguna. Pero sin duda, el principal culpable de este mito es Samuel Purchas. El elogio que el cronista prodigó a los hermanos es extremo:

El poderoso otomano, terror del mundo cristiano, tiembla de «Sherley-fever» [Fiebre de Sherley] y da esperanzas de acercarse a sus designios. El persa prevaleciente aprendió las artes de guerra sherleianas, y el que antes no conocía el uso de artillería, ahora tiene 500 piezas de bronce y 6000 mosqueteros; de modo que ellos, que antes estaban a la mano con la espada, eran terribles para los turcos, ahora también en golpes más remotos y en artes sulfúricas terribles.

Robert Sherley
Retrato doble de Sir Robert Sherley y su esposa circasiana Teresia, pistola en mano (Anónimo, c. 1624–1627).

Sin embargo, el intérprete de la misión, Angelo Corrai, declaró en Roma, en 1599, que Abbás tenía algunos cañones: habiendo capturado muchas piezas de los tártaros. Además, no faltan maestros para fabricar nuevos, maestros que se han vuelto contra los turcos y han venido a servir al rey de Persia. Angelo diría también que existía en Persia una cantidad exagerada de arcabuceros. Otro de los miembros de la misión, George Manwaring, proporciona información sobre la fabricación de armas blancas y de fuego. Pero, sin duda, el testimonio definitivo para cerrar esta cuestión es el del propio Anthony. Haciendo referencia a la victoria sobre los uzbekos de 1598 habla de: doce mil arcabuceros que desenvainaron piezas largas, medio pie más largas que nuestros mosquetes [… ] que usan bien y certeramente (Savory, 1967, 78).

La pregunta sigue siendo, si los Sherley no fueron los responsables de la introducción de las armas de fuego en Persia, ¿Quién fue? Para el historiador Roger Savory la respuesta es, como ya se ha señalado, que en primer lugar fueron los venecianos y en segundo los portugueses. Solo en 1548, coincidiendo con la invasión de Solimán el Magnífico, los portugueses proporcionaron 20 cañones, y el embajador español García de Silva y Figueroa (1618-1619) explica en las memorias que hizo sobre su viaje que la artillería persa era manipulada por europeos y particularmente por los portugueses. La descripción del asedio de Tabriz por el reverendo John Cartwright hablaría de nuevo de artilleros lusos llegados desde Ormuz.

La erosión y el declive de las armas safávidas en el siglo XVII

Numerosos relatos sostienen que después de Abbás I el ejército safávida pasó de una posición de fuerza a un estado de lamentable debilidad. El reinado de su sucesor, shah Safi (r. 1629-1642), es clave para entender el papel del debilitamiento financiero en este proceso. En 1631 a los soldados se les pagaba con telas y paños de muy mala calidad. Eran importaciones inglesas que habían estado almacenadas durante mucho tiempo a falta de compradores. Pero el pago en especie no era nada nuevo. Hacia el final del reinado de Tahmasb I se debían 14 años de soldadas, que se retribuyeron de este modo (Matthee, 2011, 115-116).

Un informe veneciano de 1580 afirmaba que miles de soldados iraníes reducidos a la indigencia se habían refugiado en la India y Asia Central, atribuyendo este estado de las cosas a la avaricia del shah. En 1619 la situación se repite. Varios reclutas safávidas desertaron a los portugueses por falta de pagos. Durante su expedición contra Bagdad en 1623, Abbás I se había visto igualmente obligado a remunerar a sus soldados con dinero impreso en cuero (Matthee, 2011, 115-116).

En este contexto de problemas hacendísticos se produce el ascenso del eunuco Mirza Muhammad «Saru» Taqi como Vazír-e Azam o Gran Visir. Sus medidas contra los oficiales corruptos, el incremento de los ingresos reales y su duro estilo de negociación con los agentes de las compañías marítimas europeas le valieron el favor del shah Safi y de la propia historiografía. Sin embargo, otras políticas como la reducción de los salarios y la retención de los fondos del ejército tuvieron dramáticas consecuencias para el estamento militar, lo que le enfrentó con varios comandantes que hasta entonces habían sido muy competentes y leales.

Ali Mardan Khan, el gobernador kurdo de Qandahar, se rebeló cuando supo que el Gran  Visir pretendía forzar su despido. Por ello, ofreció esta estratégica plaza a los mogoles en 1638. Imam Quli Khan, hijo del ya mencionado Allah Virdi Khan, sería eliminado por conspiración en 1632. Con ello, dejaba la región sureña del país que este administraba completamente desprotegida y vulnerable a la piratería árabe. En un esfuerzo por socavar el poder del ejército, el Gran Visir había dejado al país indefenso. De este modo, cuando en 1635 los otomanos lanzan una campaña para recuperar Mesopotamia no solo se produce la pérdida de Bagdad, sino que el Sofí tuvo que endeudarse con los holandeses y hubo deserciones masivas.

Qandahar
La guarnición persa de Qandahar se rinde en 1638 ante los mogoles liderados por Kilij Khan, en una miniatura del Padshahnama (Jalaluddin Tabatabai, 1648).

Otra de las causas más señaladas que sirven para explicar la decadencia militar es el largo periodo de paz que siguió al Tratado de Zohab (1639). Con él, las interminables guerras entre los safávidas y los otomanos llegaron a su fin. Esta situación, unida a las importantes barreras naturales que fortificaban los márgenes del imperio, dieron una sensación adicional de falsa seguridad. Pero lo cierto es que, tras apenas una década de reinado, el shah Safi había perdido la mayor parte de las conquistas de su abuelo.

Durante el reinado de Abbás II (r. 1642-1666) se produce un ligero intento de rearme, que aunque no resuelve los problemas de fondo, permitirá algunas ganancias territoriales. En 1648 recupera Qandahar a costa de graves pérdidas y deserciones en un durísimo asedio. Pero después de su reinado, también hubo paz en las fronteras orientales. No parecía haber una necesidad apremiante de competir con el desarrollo militar de los estados vecinos. Sus reformas tendrían un alcance parcial.  Destacó la organización de un cuerpo de 600 guardias armados (los Jaza’iris) con el pesado y largo mosquete jazayer o jezail. Era similar en longitud a una espingarda, en 1654. Se trata de un arma que iba a aparecer de manera recurrente en las campañas de Nader Shah, ya en tiempos de la dinastía afsárida (Axworthy, 2007, 636).

Por otra parte, el déficit de soldados empezó a manifestarse cada vez con más fuerza. Muchas de las tropas solo existían en el papel. Durante una revista militar realizada en la década de 1660 el shah Abbas II descubrió que las mismas armas, caballos y hombres habían pasado ante él hasta 10-12 veces. En la década de 1670, buena parte de los soldados vivían en sus casas en lugar de en barracones o presidios. Además, rara vez maniobraban juntos, apareciendo simplemente una o dos veces al año para las inspecciones pertinentes. La Corte toleró esta disminución del volumen del ejército, viéndolo como un gasto excesivo (Foran, 1992, 292).

La estructura institucional del ejército safávida no cambió mucho después de la muerte de Abbas I. Sin embargo, su poder combativo degeneró considerablemente. Si algo se le puede achacar a Abbás II en este sentido es no haber tomado medidas para revivir el ya moribundo cuerpo de artillería. Cuando Husain Quli Khan, el último tupchi-bashi o «maestro artillero», falleció en 1655, el shah no designó un sucesor. Un par de años antes había desaparecido también la magistratura del sipahsalar. Sin embargo, se recuperará en la década de 1690. Probablemente lo hizo como respuesta a las nuevas amenazas que se avecinaban en la frontera oriental.

El Qizilbash, como término, perdería gradualmente sus connotaciones tribales. Comenzó a utilizarse cada vez más para hacer referencia a las tropas safávidas en general. Además, se hizo cada vez menos influyente en la política ante la competencia de los funcionarios de palacio, los burócratas y los ulemas. No obstante, circunstancialmente recuperó algunas funciones de las que había sido desposeído. En algunos casos, los gobernadores tribales eran reinstalados en los territorios incorporados al patrimonio del Sofí cuando surgían graves amenazas militares. Así ocurrió, por ejemplo, en 1668-1669. En esos momentos, los cosacos procedentes del Caspio asolaron Guilán y Mazandarán y los uzbekos lanzaron incursiones sobre el Jorasán y Azerbaiyán (Foran, 1992, 290).

Mosqueteros persas (Engelbert Kaempfer, 1683).
Mosqueteros persas (Engelbert Kaempfer, 1683).

Colapso y final del imperio safávida

Los últimos dos monarcas de la dinastía safávida, Solimán I (r. 1666-1694) y Husséin I (r. 1694-1722), mostraron pocas cualidades de gobierno. La soberanía residía en el harén, donde eunucos, princesas y concubinas intrigaban sin cesar y los abusos burocráticos se multiplicaron. La desaparición completa del núcleo teocrático alrededor del cual los shah habían construido su poder, sin la sustitución por alguna otra ideología dinámica, provocó la desafección de los súbditos. Muchos grupos étnicos o tribales, como las propias oymad, participaron en un tipo de movimiento local de independencia conocido como qazaq. Unas rebeliones que a menudo ocurrían en la periferia del imperio: el Cáucaso, Kurdistán, Jorasán, Baluchistán, etc.

Para colmo, en medio del vacío de poder creado por la muerte de Abbás II en 1666, los gobernadores de Kirman, Sistan y Qandahar instigaron una guerra contra los mogoles.  Estos habían instituido un boicot comercial contra Persia. Durante el año siguiente, mientras el shah se divertía en su harén de mujeres armenias, sus oficiales organizaron una expedición. Ssin embargo, los kanes de Asia Central se constituyeron en una alianza que invadió el país, obligando a despachar tropas al Jorasán. Al mismo tiempo, los ataques de los cosacos llevaron a los gobernadores de Astarabad a organizar nuevas levas. Isfahán enviaría una caravana para financiar la operación, pero fue interceptada y saqueada por un ejército de 3.000 uzbekos (Matthee, 2011, 127).

Afortunadamente, todos estos conflictos disminuyeron en unos pocos años. Lo hicieron debido a que los enemigos de los safávidas carecían en ese momento de la fuerza necesaria para realizar un asalto total contra su territorio. Los iraníes tuvieron suerte. Para entonces su ejército estaba en un estado ruinoso tanto en términos numéricos como financieros y mal servido por un liderazgo incompetente. Además eran años de malas cosechas y escasa recaudación.

El viajero, naturalista y cirujano alemán Engelbert Kaempfer (autor de algunas de las ilustraciones presentes en este artículo) da cifras muy altas para los soldados de las revistas militares que presenció en la Corte persa en 1684. Sin embargo, criticaría la venalidad de los oficios y los engaños de los gobernadores provinciales encargados de las reclutas. Existía entonces un sistema basado en los barat (pagarés) que había provocado atrasos de meses y numerosas corruptelas. Un clérigo francés, De la Maze, escribió sobre la pobreza de los soldados que vio en el norte del país. En 1681, las tropas estacionadas en torno a Bandar ‘Abbas no habían recibido ningún pago durante cinco años.

Además, a diferencia de sus contrapartes europeos y otomanos, que recibían una asignación diaria de alimentos, los soldados safávidas debían costearse por sí mismos su aprovisionamiento. Lo hacían en el bazar urdu, el mercado ambulante que acompañaba al ejército en campaña. La población local soportó la peor parte. En Armenia, el pueblo sería obligado a pagar los salarios del ejército que se reunió para resistir a los cosacos en 1668. A ello se sumaron los casos de robo y violencia que acompañaban a las demandas de contribuciones. Esta situación contrasta bastante con lo descrito por Pietro della Valle. Él, 50 años antes, había observado que, a diferencia de en Europa, donde los campesinos huían ante la llegada de los soldados por temor a los saqueos y extorsiones, las tropas de Abbás I se comportaban ejemplarmente y pagaban en efectivo cada artículo que adquirían (Matthee, 2011, 129).

Este mapa, sacado de la obra "Atlas Histórico Mundial. La Historia del mundo en 317 mapas" (Georges Duby, 1990), da una idea aproximada de la máxima extensión alcanzada por el imperio safávida y del estado de sus fronteras en el momento de la revuelta afgana que le puso fin. Las estrellas blanca y negra sitúan los principales centros de poder de las confederaciones turcomanas medievales.
Este mapa, sacado de la obra «Atlas Histórico Mundial. La Historia del mundo en 317 mapas» (Georges Duby, 1990), da una idea aproximada de la máxima extensión alcanzada por el imperio safávida y del estado de sus fronteras en el momento de la revuelta afgana que le puso fin. Las estrellas blanca y negra sitúan los principales centros de poder de las confederaciones turcomanas medievales.

Cuando en 1698-1699 los baluchis atacaron varias provincias, sus razias no serían reprimidas por un emir del Qizilbash ni por un comandante ghulam. Fueron reprimidas Giorgi XI de Kartli, un príncipe georgiano que contaba con sus propios contingentes y se puso al servicio de la dinastía safávida. Figura clave durante los últimos años de este imperio, ascendió a comandante en jefe de todo el ejército iraní. Entre entre 1700 y 1703 ejerció como gobernador de la extensa provincia de Kirman. En 1704 sería nombrado vali de Qandahar. Su opresivo gobierno en esta provincia provocaría auténtica indignación entre los afganos. Esta vino motivada por el secuestro y la violación de bienes, mujeres y niñas, así como por la profanación de sus mezquitas suníes.

Entre 1717 y 1719 se gestaron otras tantas revueltas entre pueblos como los kurdos. Estos llevaron sus ataques hasta zonas próximas a Isfahán, así como las de los árabes del Muscat en el Golfo. Llevaron a caboincursiones baluchis en Bam y Kirman, disturbios en la capital… Una de las más relevantes será la de los lezguinos. Lo hicieron impulsados por el deseo de saqueo, pero también como reacción a la política religiosa de los ulemas chiítas de Shirvan.

Esta tribu del Daguestán se enfrentó a los ejércitos georgianos a principios de 1720. Obtuvieron solo un estrepitoso fracaso: 400 cabezas serían enviadas como trofeos al shah por el sobrino y sucesor de Giorgi, el futuro Vakhtang VI de Kartli. Más adelante, sin embargo, cuando todo parecía presagiar un éxito rápido y completo, los georgianos recibieron una orden perentoria para cesar inmediatamente las hostilidades. Enfurecido por este mensaje, el príncipe desenvainó su espada en presencia del correo del Sofí. Juró no volver a usarla al servicio de la dinastía (Lang, 1952, 535).

El triunfo de la facción de los eunucos y los mulás en la Corte, opuesta a los líderes militares georgianos, y su influencia sobre el devoto monarca había motivado esta decisión. Por otra parte, el gobierno persa estaba al tanto de las inclinaciones pro-rusas de Vakhtang. También de los designios de Pedro el Grande sobre Transcaucasia. Esta revolución palaciega provocó, asimismo, la caída en desgracia, prisión y tortura del Gran Visir, Fath-Ali Khan Daghestani. Ocurriría como represalia por sus convicciones religiosas suníes y su origen lezguino, incrementando la ira de los rebeldes. Unos hechos que privarían a Irán de dos de sus jefes más capaces en vísperas de la gran rebelión afgana, disgregando sus ejércitos y principales apoyos.

En este punto, es necesario señalar que las diversas expediciones militares del periodo continuaron comprendiendo la típica mezcla de elementos tribales y no tribales del siglo pasado. El último ejército safávida fue enviado contra las fuerzas afganas en la batalla de Gulnabad, en marzo de 1722. Este incluía caballería árabe, levas de georgianos y otras tropas ghulam y a la caballería de las oymad. Esta hueste contó entre 30.000 y 80.000 hombres, algunos experimentados. Sin embargo, muchos otros eran campesinos reclutados apresuradamente. Estos marcharon hacia su derrota dirigidos por el nuevo Gran Visir y líder del poderoso clan turcomano de los Shamlu, el qullaraqasi georgiano, los gobernantes locales de Arabistán y Luristán y algunos jefes del Qizilbash (Newman, 2008, 106).

Retratos de Vakhtang VI de Kartli (Anónimo, c. 1737) y Husséin de Persia (Mohammad-Ali, 1721)
Retratos de Vakhtang VI de Kartli (Anónimo, c. 1737) y Husséin de Persia (Mohammad-Ali, 1721).

Conclusiones y actual estado de la cuestión

En 1722, el imperio iniciado por Ismail I cayó ante un grupo invasor relativamente pequeño de tribus afganas. Esto constituyó un punto de inflexión crucial en la historia iraní, ya que en el siglo XVIII se sucedieron una serie de guerras civiles y graves conflagraciones políticas y económicas. Pero el colapso safávida no se produce tanto como resultado de la falta de una modernización militar más completa, de hecho, sus enemigos afganos no tenían una gran ventaja en ese sentido, y luchaban e iban armados de una manera muy similar. Los principales motivos se deben en cambio a una serie de fracasos políticos y desafecciones que restaron al último shah el apoyo de comandantes habilidosos y de la vital ayuda georgiana.

Persia estaba generalmente mal preparada para los problemas que se cernieron sobre la monarquía a principios del siglo XVIII. No hubo una revisión exhaustiva de los patrones de guerra anteriores para adaptarse como lo había hecho el Imperio otomano o como ocurriría en la propia Persia más tarde, ya bajo el liderazgo de Nader Shah. Más bien, las tradiciones de la guerra nómada se adaptaron a las armas de pólvora y continuaron. Es por esto que el término «imperio de pólvora» resulta engañoso en el caso del régimen safávida, porque el uso de armas de fuego fue tan constante como limitado.

Quizás lo más significativo es que no hubo una «tecnificación» (otro término empleado por Marshall Hodgson) de la guerra de asedio ni una refortificación enormemente costosa de pueblos y ciudades estratégicas para adaptarse a las condiciones cambiantes de la guerra de asedio con cañones. La «Revolución Militar» de Irán se quedó a medio hacer y los desarrollos militares que reforzaron la autoridad de Abbás I el Grande y sus sucesores no lograron una transformación más profunda que esa.

Detalle con la batalla de Pasha en una miniatura persa del Shahnama (Libro de los Reyes) hecha en tiempos de Tahmasp I ('Abd al-Vahhab, c. 1530-1535).
Melé de arqueros en un detalle de la batalla de Pasha, miniatura persa del Shahnama (Libro de los Reyes), hecha en tiempos de Tahmasp I (‘Abd al-Vahhab, c. 1530-1535).

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