En toda América ha existido desde tiempos precolombinos una latente tradición o tendencia por el culto o el tratamiento de cabezas y cabelleras humanas. Ya sean estas cabelleras representadas en el arte, modificadas físicamente en vida o utilizadas ritualmente una vez cercenadas, lo cierto es que resulta evidente la pluralidad de ejemplos diseminados cronológica y espacialmente. Se trata de cabezas reducidas como las tsantsas amazónicas, secadas como las cabezas-trofeo de Nazca o de estructuras como el tzompantli mesoamericano. Todas ellas llevan a una reflexión sobre cómo se concibe la corporalidad en las distintas culturas donde este fenómeno sucede. También en torno a cuáles son los objetivos o las funciones que justifican el porqué de que fuese una práctica tan común en tantos territorios diferentes.

En Archivos de la Historia ya hemos hablado previamente sobre la amplitud de este tipo de ejecución a lo largo de la Historia y el mundo, pero su simbolismo entre los grupos amerindios difiere en complejidad y significado ritual. Por ello, en este artículo os hablaremos del simbolismo de la caza de cabelleras o escalpelamiento entre los indios del centro de Norteamérica. Para ello, se toma como ejemplo a los comúnmente conocidos como pueblo sioux.

Muchas culturas han ocupado históricamente la región central de EEUU. Se trata del territorio que abarca desde el Norte en las Montañas Rocosas hasta el Sur siguiendo el curso del río Mississippi. En este sentido, las zonas más orientales corresponden a las llanuras, con mayor variedad de recursos y la posibilidad, gracias a la orografía del terreno, de poder optar a un sistema agrícola incipiente.

Por otro lado, la zona occidental, caracterizada por las praderas, estuvo históricamente ocupada por poblaciones dedicadas casi enteramente a la caza. En este caso, de grandes mamíferos como el bisonte o el muflón. La disponibilidad de recursos y por ende, el sistema de subsistencia, determinó en gran medida los patrones de asentamiento de estos grupos. Los agricultores orientales tendieron a la sedentarización. Por contra, los indios de las praderas seguirían siendo pueblos nómadas con bandas formadas por familias extensas matrilineales.

Sin embargo, con la introducción del caballo y de las armas de fuego debido al proceso de aculturación tras la llegada europea, muchos asentamientos pre-agrícolas empezaron también a variar su subsistencia inclinándose hacia la caza. En parte, se debió a las evidentes mejoras que la domesticación de este nuevo mamífero permitía. Por tanto, a partir de los siglos XVIII y XIX hablamos de una «sociedad de jinetes», inscrita en redes comerciales inglesas y francesas de intercambio de recursos, animales y armas de fuego (Demallie 2001: 34).

 

Los Sioux, un pueblo guerrero

Para entender el simbolismo de la caza de cabelleras entre los indígenas norteamericanos es indispensable entender sus condiciones socio-económicas, políticas y rituales. Las tribus sioux habitan actualmente asentamientos en territorios estadounidenses y canadienses. Este pueblo se encuentra históricamente formado por tres grandes grupos culturales: los santee o dakota, los nakota y los lakota (Palmer 2008: 12).

A la altura del siglo XVIII y previamente a la política de reservas estadounidense, seguían destacando pueblos mayormente nómadas. Mantenían la disposición de bandas matrilineales exógamas. Sin embargo, en algunos casos se reconoce la sucesión de posiciones de status vía paterna -como en el caso de ciertos cargos socio-políticos cuya denominación se mantenía de forma honorífica (Hans 1907: 58)- y de residencia bilateral. Debido a esto, las comunidades distinguían grupos (teton) formados por tribus (unaoyates), conformados a su vez por bandas que se separaban estacionalmente (untiyospayes) (Hassrick 1988: 92).  Cada banda se encontraba formada por aproximadamente de diez a veinte familias nucleares (Demallie 2001: 801).

Económicamente destaca la importancia que tenía la caza en estas poblaciones, especialmente la del bisonte americano. El bisonte suponía para estas tribus más que una mera fuente de recursos. Era un verdadero «dador de vida», del que se aprovechaba absolutamente todo, desde las pieles para la confección de ropa o cobijo, hasta la cornamenta, la carne o como abono (Palmer 2008: 91). La caza propició el nomadismo de estas tribus, no sólo por la necesidad de perseguir las manadas de bisonte y sus variaciones estacionales. También por el deber de delimitar las zonas de movimiento de cara a permitir la alimentación y reproducción de los caballos en zonas de abundante vegetación invernal.

En estas épocas del año las bandas se separarían para superar hambrunas estacionales. Por contra, en verano se trasladaban juntas a las zonas donde existía mayor caza de bisontes, coincidiendo con la época de cría (Paz Torres 2014: 228). Por tanto, podría decirse que la relación o el binomio caballo-bisonte fundamentaba todo el sistema socio-económico y de creencias de estas comunidades. Sin embargo, la tendencia al nomadismo y a la caza del bisonte no impedía que estas bandas contaran con rudimentarias técnicas de conservación de alimentos. Puede mencionarse el secado y el pulverizado de la carne. Lo utilizaron bien para concentrarse en comida sólida y homogénea (pemmican), bien para mezclarse con agua en forma de sopa (Hans 1907: 100).

En términos de sociedad debemos remitirnos a una población construida por medio del parentesco, con la familia como unidad social básica. Existía una división sexual del trabajo. Los hombres perseguían y cazaban los bisontes. Mientras, mujeres y niños los acompañaban realizando labores de cerramiento o de apoyo en grandes cacerías. Sin embargo, el principal trabajo femenino era el despiece del animal cazado y la recolección de frutas, bayas y otros tubérculos. También la confección de la ropa y de la piel de los tipis o viviendas temporales (Hassrick 1988: 212). Por otro lado, los hombres también fabricaban los objetos ceremoniales y de guerra, como las armas. Además, trataban las cabelleras de los enemigos, conservadas mediante diferentes técnicas posteriores por manos femeninas (Palmer 2008: 136).

Pese a la matrilinealidad, los distintos líderes políticos (traducido en inglés comúnmente como cabecillas o chiefs) eran hombres y temporales en el tiempo. Eran elegidos de manera transitoria según su prestigio debido a sus habilidades en la caza, su éxito en la batalla o el número de caballos (Demallie 2001: 809). El cabecilla hablaba en nombre de su tribu cuando éstas confluían entre sí o con otros pueblos. Representaba a ésta en el conocido como Consejo de los Siete Fuegos (Hassrick 1988: 6). Dentro cada grupo existía a su vez un consejo de tribu compuesto por los hombres adultos de mayor edad. Este consejo estaba destinado a elegir tales representantes y de decidir sobre diversas cuestiones. Por ejemplo, el movimiento de los asentamientos temporales, la celebración de ciertos ritos o las relaciones con otras poblaciones (Hassrick 1988: 3).

Generalmente, algunas subdivisiones como los lakota contaban en tiempos de guerra con caudillos jóvenes, elegidos de la misma forma y con atribuciones únicamente militares. Junto a estas instituciones encontramos a los akicita o guerreros, quienes vigilaban los asentamientos y controlaban las cacerías de bisontes para que éstas siguieran su curso tal y como el líder temporal ordenase (Palmer 2009: 829). Por tanto, sí tenemos que hablar de una latente organización social con cargos delimitados por el prestigio y las acciones individuales.

Esta dedicación a las armas y la caza nos introduce en uno de los aspectos más comentados de estas poblaciones, como es su carácter bélico. El hombre sioux era, ante todo, cazador y guerrero, un jinete con la capacidad del manejo excepcional del arco y la flecha, del cuchillo, o del conocido como tomahawk (Hans 1907: 113). Salvo con los indios cheyenne y arapaho, con quienes les unió durante el siglo XIX ciertos lazos de alianza, todas las otras tribus eran consideradas adversarias (t’oka, que no necesariamente enemigos), así como también el hombre blanco (wasicus) o los mestizos (iyeskas) (Paz Torres 2014: 223).

Este carácter guerrero cuenta con una gran importancia, primero, en el sistema de creencias. Existe un ritualismo constante vinculado al conflicto que tiene mucho que ver con la caza de cabelleras. Por otra parte, también confluye con la propia dimensión político-social. No obstante, el prestigio y la posición se adquieren por méritos de caza o, sobre todo, de guerra. En algunas subdivisiones como los dakota, frente a la figura personal del caudillo militar, contaban con «sociedades de guerreros» (Hassrick 1988: 84) o asociaciones militares por edad o linaje. Expresión de pertenencia a estas sociedades o a posiciones de prestigio eran observables en la propia indumentaria del guerrero. Estos portaban objetos de todo tipo. Desde elementos exóticos comerciados de origen europeo, hasta cornamentas, dientes animales o incluso restos humanos (Hassrick 1988: 90).

Como se ha mencionado, su sistema de creencias se encontraba plagado de elementos relacionados con la caza o el conflicto. Tal es así en conceptos como el Wakan Tanka, fuerza creadora del universo y todas las realidades cognoscibles, repartida entre los seres y fuerzas naturales (Paz Torres 2014: 236). Este rico y complejo sistema no remite como tal a entes o a seres, sino a fenómenos animados u energías espirituales. Wakan, por tanto, es una fuerza presente en multitud de elementos, desde espíritus, a los bisontes o las propias mujeres (pues, como el Wakan Tanka, poseen la capacidad de crear y concebir). El propio mito creacional sioux remite a la mezcla de varias de estas energías en relación con su modo de vida, al confluir mujer (matrilinealidad) y bisonte (recursos) en la figura de la Bisonte Blanca (Paz Torres 2014: 237).

Esta figura de la tradición, como se recogió en los testimonios de Alce Negro, constituía el héroe cultural de estas tribus. Les enseñó a ser «humanos», en el sentido de aportarles la tecnología sioux y sus rasgos culturales identitarios mediante siete ritos principales (Alce Negro 1986: 13). Estos iban desde ceremonias del matrimonio como el Hunkapi hasta el rito de paso de la pubertad femenino (Ishna Ta Awi Cha Lowan), o la conocida como Danza del Sol o Wiwanyag wachipi (Alce Negro 1986: 47). En estos ritos tiene gran importancia la conocida como Pipa Sagrada, con la cual los asistentes pueden comunicarse o conectar con los wakan (Paz Torres 2014: 242).

Cadáver con la cabellera escalpada encontrado en 1868, en Kansas.
Cadáver del cazador Ralph Morrison con su cabellera escalpada por los indios Cheyenne, encontrado en 1868, en Kansas.

El pueblo Sioux asistió a lo largo de los siglos XIX y XX a un genocidio que diezmó su población en el continente. La política de reservas, masacres como la de Wounded Knee en 1890, la casi total extinción del bisonte americano y las enfermedades a causa de las bajas condiciones de vida fueron decisivas en este declive (Bosch 2005: 549). Incluso este conflicto por la tierra comunal sigue patente en casos como los de la Reserva de Standing Rock. Esta se considera sagrada por pertenecer a las Black Hills o Colinas Negras. En los últimos años ha protagonizado protestas a raíz de los planes de construcción de varios oleoductos (Carrie Wong 2017).

Por otro lado, las diversas políticas de protección llevadas a cabo en el último siglo fueron propuestas desde la concepción de la asimilación o la segregación de la población indígena. Esto ha derivado en la percepción nativa de fracaso, al no haberse dado verdaderas medidas de conservación cultural con la consecuente desaparición de ciertas prácticas y procedimientos (Estívaliz 2016). El escapelamiento, por supuesto, se encuentra entre estas prácticas desaparecidas. En caso de pervivir, la caza de cabelleras ha sido modificada para adecuarse a la legalidad actual, utilizándose cabezas animales, y no humanas.

 

El escalpelamiento y la caza de cabelleras: procedimiento y variedades

Se conoce como escalpelamiento a la técnica consistente en desollar o arrancar premeditadamente el cuero cabelludo de una persona, parcial o totalmente, con un posterior tratamiento que permite su conservación. Observamos evidencias de esta práctica en la zona central norteamericana desde antes de la llegada europea. Cabe destacar sitios arqueológicos como Crow Creek, datado aproximadamente en torno al 1300 d.C. Allí se han encontrado restos de más de quinientas personas de diverso género y edad, la mayoría mutiladas, torturadas y escalpadas (Axtell 1980: 465).

Por otro lado, el acto de arrancar el cuero cabelludo o las cabelleras (scalp) de la persona no se remite únicamente a territorios de los indios de Norteamérica, sino también a otras culturas como los chulupíes del Gran Chaco sudamericano (Sterpin 1993: 33). El escalpelamiento en culturas como los Sioux era realizado en situaciones de conflicto, ya fuese entre tribus o respecto a tropas wasicus (blancos). Podía ejercerse sobre guerreros y también sobre el resto de la población (mujeres y niños incluidos), ya que entonces se consideraba que la persona había podido adentrarse exitosamente en territorio enemigo (Hiltunen 2011: 121). La víctima solía ser escapelada estando moribunda y no muerta, aunque estos casos también eran comunes.

Sin embargo, existe un gran debate a propósito de si esta práctica era realizada por las comunidades amerindias norteamericanas previamente a la llegada del hombre blanco. Como hemos podido ver, el simbolismo de la caza de cabelleras entre los indígenas de Norteamérica se remonta a yacimientos arqueológicos de siglos anteriores a la colonización, pero lo cierto es que sí encontramos un crecimiento exponencial de ésta durante el siglo XIX. Fue propiciada muchas veces por los propios colonizadores, que pagaban a los indígenas a cambio de cabelleras para favorecer el conflicto entre los propios nativos (Hiltunen 2011: 132). De ahí que muchas veces, frente al término escalpelamiento, se conozca como la caza de cabelleras o del enemigo.

Una vez que el hombre había visto a su adversario caer en batalla, sacaba su cuchillo de escalpelamiento (antiguamente de sílex u obsidiana, posteriormente de hierro), y retorcía la trenza decorada del adversario con su mano izquierda, mientras que con la derecha realizaba dos pequeñas incisiones semicirculares siguiendo la dirección del sol (Burton 1864: 51). Después de esto, la piel se iba separando utilizándose la punta del cuchillo. El vencedor se sentaba seguidamente, colocando sus pies a la manera de una palanca frente a los hombros del moribundo, y sujetando el cuero cabelludo, giraba poco a poco la carne seccionada hasta que finalmente se separaba del cráneo (Burton 1864: 52).

Existen evidencias fotográficas de personas que sobrevivieron a esta práctica, superando no sólo el momento crítico de la extirpación de la cabellera, sino también las evidentes heridas e infecciones posteriores. Tal fue el caso de Robert McGee, un comerciante que se encontraba vigilando una caravana de harina a través de Great Bend (Kansas) en 1864, cuando ésta fue asaltada por sioux lakota (Hans 1907: 298). El cuero cabelludo de Robert, así como el de sus compañeros, fue escalpado, siendo él el único superviviente.

Fotografía de Robert McGee, cuya cabellera fue escalpada por los sioux
Robert McGee (1864). Fotografía tomada por E. E. Henry en Kansas.

Dependiendo de la porción retirada, el escalpelamiento podía considerarse de mayor o menor importancia. Asimismo, cada tribu tenía sus propias tendencias estéticas a la hora de realizarlo. Por ejemplo, si todo el cuero cabelludo era eliminado, se consideraba total, y si no, nos encontrábamos ante un escalpelamiento parcial (Nadeau 1941: 180). Si todo la cabellera era retirada en una misma porción, era único. Pero si se extraía en varias partes se consideraba múltiple, actuando todas ellas como un trofeo en sí mismo (Chacon 2008: 234).

Además, la manera de separar carne y pelo era diferente dependiendo de las características del individuo. A veces se realizaba sin los cortes previos, simplemente tirando. Era así en el caso de personas con el pelo muy corto o calvas. Se trataba en este caso de hombres blancos sobre todo. No obstante, la mayoría de indígenas amerindios llevaban, por cuestiones simbólicas, el pelo largo. Se trataba de una cabellera muy resistente y poco tendente a caerse (Nadeau 1941: 181). En el caso Sioux, algunos estudios documentan que muchas veces se arrancaba la piel llevándose consigo también las orejas (Burton 1864: 52).

Tras conseguir los cueros cabelludos y habiendo ganado la consiguiente batalla, los guerreros volvían a sus asentamientos. Allí eran recibidos por las mujeres, quienes tomaban los trofeos y los ensartaban en altos palos. Antes los secaban y trataban como si fuese piel de bisonte, de la misma manera que hacían para fabricar la ropa o la protección de los tipis (Hans 1907: 90). Esto contaba con gran importancia para la tribu, ya que después eran portados como estandartes en una danza ritual. A partir de ella se convertían en aptos para ser expuestos públicamente, condecorándose a aquellos que lo hubiesen llevado a cabo (Grinnell 1919: 304).

En estos festines, donde se comía el ya mencionado pemmikan de bisonte y carne de perro y se fumaba la Pipa Sagrada, todo el mundo se pintaba las manos y la cara de negro, bailando alrededor del fuego con las cabezas escalpadas en alto hasta el amanecer, durante varias noches (Hassrick 1988: 93). Cada noche, el festín-danza se sufragaba por cada familia de los guerreros que conseguían el honor de escalpar a alguien. Claramente, a más cueros cabelludos, mayor prestigio, realizándose ofrendas a los antepasados y fuerzas como Wakan Tanka, situando los cabellos escalpados sobre cráneos de búfalo o pequeñas porciones de tierra negra y ramas de sauce (Goodrich 1997: 42). En estas ofrendas, muchas veces también se añadían «cabelleras» de animales como bisontes, conseguidas de la misma manera cuando la cacería resultaba excepcionalmente difícil (Grinnell 1910: 297).

Una vez que los días de danza y festín acababan, el destino de las cabelleras era diverso. Algunos guerreros las sujetaban a las bridas de sus caballos; otros a la espalda de sus vestimentas, y otros en los cinturones o cosidas a las polainas. El respeto ante estos objetos seguía siendo fundamental en el seno de las comunidades amerindias norteamericanas, algunas veces incluso llegando al status de personas. En este sentido, Polly Schaafsma llegó a caracterizar a estos objetos rituales como «creadores de un parentesco sobrenatural» (Schaafsma 2008: 95).

Destacaba algunos casos donde una mujer anciana cogía una de las cabelleras conseguidas por la tribu durante uno de los festines y la besaba preguntándole si quería casarse con ella (Chacon 2008: 646). Otros expertos como Robert Hall también mencionan la práctica de «adoptar» en términos de parentesco estas cabelleras (Hall 1997: 33). En obras como la de Royal Hassrick, por ejemplo, se recoge cómo uno de los guerreros, en una de estas celebraciones, cogía uno de los cuellos cabelludos enemigos e informaba a toda la tribu de que era su hijo, vuelto a la vida en forma de cabellera (Hassrick 1988: 89).

Como es de suponer, la actividad del escalpelamiento fue desapareciendo desde mediados del siglo XIX, cuando la consiguiente variación de técnicas en los conflictos entre tribus y respecto al gobierno estadounidense y canadiense provocaron la pérdida simbólica de tales actos (Grinnell 1919: 296). Por otro lado, frente a la importancia del combate cuerpo a cuerpo, la introducción de las armas de fuego, el genocidio amerindio y las políticas de reservas terminaron por neutralizar estos conflictos o, al menos, reduciéndolos al castigo de la población indígena más que a una verdadera batalla entre guerreros.

Aunque encontramos en el pasado siglo algunos escalpelamientos anecdóticos en contextos excepcionales -como los que soldados Sioux y Winnebagos, alistados en los ejércitos estadounidenses, realizaron a algunos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial (Chacon 2007: 625)-actualmente es una práctica extinta en Norteamérica. Pese a esto, a finales del XIX y a lo largo del XX, ciertas tribus se dedicaron a manufacturar «cabelleras» falsas de burro o caballo. Después, las vendieron a aquellos buscadores de tesoros que pagaban altos precios por enorgullecerse de sus exóticos tesoros (Burton 1864: 51).

Sea como fuere, asomándonos a todo el complejo procedimiento que suponía conseguir una cabellera (acción que mecánicamente no tendría por qué ocupar más allá de cinco minutos), es evidente que esta actividad conlleva mucho más que una mera forma curiosa de acabar con el contrario. Incluso podría decirse que la consecución de este objeto no se encuentra únicamente relacionado con la ritualidad en torno a la guerra y el conflicto, ni mucho menos con la idea de venganza u ojo-por-ojo entre tribus o poblaciones. Por contra, remite a conexiones simbólicas mucho más profundas relacionadas con la cosmovisión y el sistema de creencias de quienes lo realizaban.

Ante esto, sólo nos queda preguntarnos qué es una cabellera para los pueblos amerindios norteamericanos. O mejor dicho, qué simboliza, por un lado, el cuero cabelludo en estas poblaciones como para ser tan apreciado, perseguido e incluso tratado muchas veces como seres humanos con los que casarse o conversar. Por otro, por qué el cambio de las creencias de estas tribus debido a la aculturación ha provocado el fin del escalpelamiento.

 

Funcionalidad del escalpelamiento. Cuerpo, conflicto y prestigio de las cabelleras entre los grupos indígenas americanos

Como se comentaba previamente en este artículo, existía cierta fijación no sólo por la cabeza sino más concretamente por el pelo en estos grupos amerindios. Esta lleva a concebir la práctica del escapelamiento como algo mucho más complejo de lo que pudiera parecer en un primer análisis. Es interesante analizar las diversas funciones que estas cabelleras tienen en las tribus y en sus respectivos sistemas socio-políticos.

Abordando estas cuestiones, diversas etnografías han señalado históricamente la importancia que estas tribus dan estéticamente al pelo, ya sea por sus largas trenzas decoradas o por el tiempo que empleaban en embellecerlas (Palmer 2008: 539). Esto estaría claramente relacionado con la creencia nativa de que es en la cabeza, y concretamente en el cabello, donde reside el wakan o fuerza vital del individuo (Hiltunen 2011: 125).

Por tanto, la captura de la cabellera tendría una gran implicación ideológica y simbólica. Significaba la propia captura del alma del contrario, humillado en batalla y ofrecido en las posteriores danzas a las fuerzas sobrenaturales de la comunidad. Las divinidades receptoras no requerirían así sacrificios pertenecientes a la propia tribu o banda, porque la regeneración de las manadas y la protección del asentamiento serían prolongadas gracias a la moneda de cambio de ofrecer al adversario.

Por otro lado, ante la idea de presentar la fuerza vital en la cabeza, tenemos que retomar un tema mencionado anteriormente. ¿Qué sucedía entonces con el grupo reducido de personas que sobrevivían al escalpelamiento en estas tribus? No existía una actitud generalizada respecto a estas circunstancias, sino que ésta dependía en gran parte de cada comunidad. Según Georg Friedrici, un destacado etnólogo alemán, en algunas poblaciones eran tratados como parias o incluso como fantasmas, prohibiéndose su regreso tras el conflicto a la comunidad tribal (Friedrici 1993: 34). Esto podría explicarse porque la humillación de la derrota tribal quedaría marcada y recordada de por vida en el cuerpo de la víctima. Sin embargo, también puede remitir a una concepción mucho más compleja de qué sucede cuando las personas pierde en estas comunidades sus cabelleras. Es decir, su fuerza vital.

Por tanto, ¿consideraban que la humanidad de la persona residía en su cabello? ¿Acaso no eran considerados estos supervivientes como personas? No siempre era así. En este sentido, Gabriel Nadeau señaló justo lo contrario respecto a lo comentado por Friedrici sobre los guerreros escalpados. Parece ser que en otras tribus eran tratados con gran respecto, siendo vistos como figuras liminares entre la vida y la muerte. Se les atribuía la capacidad adicional de contactar fácilmente con los espíritus y antepasados (Nadeau 1941: 187).

Pese a las diferencias etnográficas, lo que es evidente es que existe una tendencia a considerar el pelo como puerta del alma a otros mundos. En todo caso, como lugar receptor de la fuerza vital en sí misma, arrancable y trasportable. Sólo así puede comprenderse la importancia que el escalpelamiento supone como práctica ritual. Aquel que lo portase de vuelta a su poblado portaba una insignia de honor. Pero también un signo de victoria frente al contrario y un símbolo de vida en sí mismo.

Esto explicaría por qué se han registrado casos donde las cabelleras son tratadas como parientes. Se usaron ya fuese para bromear con casarse con ellas o para adoptarlas tras el fallecimiento de un hijo biológico. La cabellera sería un cautivo, no un objeto más. Conservaría en ella las fuerzas anímicas que caracterizaron a un cuerpo antes. De ahí que, aquellos que lo han perdido en vida, no sean considerados vivos completamente. Por ello fueron en algunos casos marginados de la vida social de la tribu por ello. En otros, apreciados por sus propiedades sobrenaturales de posición respecto a otras realidades.

Conociendo la importancia de la cabeza y el cuero cabelludo en las cosmovisiones de indígenas norteamericanos como los Sioux, es lógico considerar que arrancarlas en batalla supone un gran prestigio para aquel que lo realiza. Este vence al contrario físicamente, pero sobre todo anímicamente como consecuencia. De ahí que el guerrero porte estas «fuerzas vitales» tras su ofrenda a las divinidades como trofeo en sus polainas o cinturones, demostrando al resto su poder.

Además, el hecho de que estas cabelleras se utilizasen, como hemos visto, como ofrenda ante las más importantes divinidades (como la Bisonte Blanca o el Wakan Tanka) permite la protección del grupo y su éxito a la hora de cazar. Dotaba de abastecimiento y supervivencia a éste, es decir, fuerza vital wakan a cambio de otra fuerza vital wakan.

La necesidad de conseguir tal fuerza vital genérica, no siendo necesario que pertenezca a un guerrero, permitiría poder ofrecer también otras cabelleras. En este caso, cabelleras de niños y mujeres, como encontramos en el yacimiento de Crow Creek. Por ello, por norma general aquel que consigue escalpar mayor número de cabezas es considerado el hombre más fuerte y valeroso. Gozaba, por ello, de un prestigio social que le conducía a ocupar los más altos puestos de los consejos tribales.

Es este poder sobrenatural o anímico sobre el contrario lo que justo aportaría el prestigio al individuo. Como es evidente, este prestigio debe continuarse posteriormente una vez conseguida la cabellera. Es el motivo por el que se financiaban en estos casos los festines donde se consagran los escalpelamientos. Se celebraban una vez retornados los guerreros del campo de batalla, ya que de él depende que la persona se mantenga mayor o menor tiempo como figura carismática o cabecilla de la tribu.

 

Cabelleras dakota de Cuervo Pequeño, líder sioux (1862)
Cabellera escalpada del líder dakota Little Crow (1862). Fotografiada por Charles Zimmerman en Minnesota.

 

Conclusiones finales

En definitiva, al igual que en otros ejemplos amerindios, las cabelleras escalpadas entre los Sioux y el resto de tribus centrales norteamericanas contaban con un gran número de atribuciones simbólicas. Primero, como moneda de cambio u ofrenda respecto a los ancestros y entidades tutelares/divinidades. Se usaban a cambio de protección y “fertilidad” (éxito en la caza y regeneración de la manada del bisonte). En segundo lugar, como símbolo de dominación anímica frente al adversario y de prestigio social como consecuencia. En este sentido, se conserva la cabellera porque ésta aún mantendría su impulso vital interior. Se portaba como trofeo de guerra y símbolo de poder, determinante a la hora de organizar la vida política del grupo.

Esto no significa que alguien superviviente de un escalpelamiento no fuese considerado persona. Sin embargo, sí tenía importantes consecuencias sociales al concebirse como un ser con un impulso vital nulo o reducido. El jefe tribal lo es porque la comunidad sanciona que, de la misma manera que es buen akicita y ha escalpado a tantos enemigos en batalla, su poder y carisma también se reflejarán en la dirección y organización de la tribu o banda. En esa relación reside el carácter guerrero con el que siempre se ha caracterizado a esta serie de culturas norteamericanas, Sioux incluidos.

Por tanto, vemos como la práctica del escalpelamiento se encuentra íntimamente relacionada no sólo con la idea de conflicto, sino con la propia dimensión anímica de la cosmovisión sioux. Esta tiene a su vez relación con una dimensión sobrenatural o “cósmica” del ser humano respecto a su propio entorno, medio físico y comunidad social. De nuevo, aparece esa tendencia, tan presente en diferentes puntos del continente americano, al culto de las cabezas por su simbología en tanto se las considera puertas de salida o receptáculo de almas.

Esto tal vez tenga relación con la expresión de los sentimientos mediante los gestos faciales y la capacidad de ver, escuchar, saborear y oler gracias a órganos sensoriales presentes en nuestra cabeza. Ahí radica su importancia con fines rituales y de ahí nace la pluralidad de representaciones relacionadas con cabezas y cabelleras. Son símbolos y objetos de gran poder, vida y fertilidad que pueden volverse “portables” si se seccionan, reducen o escalpan. En este sentido, el escalpelamiento permite apropiarse y familiarizarse con el adversario. Hasta el punto de empezar a formar parte de la vida comunitaria de la tribu que lo asesinó y dotar de coherencia y continuidad al sistema socio-político de ésta.

Si bien actualmente esta práctica se encuentra lógicamente extinta en la legalidad estadounidense y canadiense, la importancia con la que estos grupos siguen tratando al cabello, a la cabeza y al cuerpo nos evidencia que, por debajo de los ritos y sus desapariciones, se mantienen ciertas continuidades respecto a su cosmovisión nativa.

 

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3 COMENTARIOS

  1. Hola.
    Me gustaría que pudierais relacionar este tema con la «caza de cabezas» ritual que se daba entre los pueblos andinos. En Tiahuanaco y los mochicas aparecen cabezas-trofeo, portadas por guerreros y dioses, hasta el punto de que uno de ellos, Aia-Paek lleva como sobrenombre «el descabezador»
    También entre los mochicas se producian, al parecer, combates rituales en los cuales un guerrero conseguía la victoria cuando era capaz de derribar el casco de su contrincante y agarrarle por el mechón frontal de sus cabellos
    Saludos cordiales y muchas gracias

    • Buenos días! La verdad es que me decidí por ejemplificar la simbología de las cabezas amerindias con el ejemplo de los sioux porque es el caso más conocido de cara a la cultura popular y así lo decidimos entre la comunidad de la web; pero justo yo estoy especializada en antropología andina. Como bien mencionas, la importancia de las cabezas rituales en culturas como la mochica, tiwanaku, nazca… es también fundamental; aunque tiene ciertas diferencias con la cosmovisión sioux que provoca que ambos «usos» de las cabezas sean relativamente diferentes, a mi modo de verlo (aunque parten de una forma de aprehender el mundo parecida, o incluso común). Intentaré redactar una continuación a este artículo reflexionando sobre el mismo tema en los Andes.

      Saludos y gracias a ti por leerlo.

  2. Hola.

    Es una lástima, que todas las fuentes que nos han quedado, vengan de mano de los antropólogos evolucionistas. Ojala, que en ese momento de máximo esplendor de la nación Siux, hubiesen existido el método etnográfico, tal y como hoy lo conocemos. De esa manera, aprendiendo/comprendiendo sus lenguas, y haciendo un buen trabajo de campo, hubiésemos interpretado esas culturas con todo lujo de detalles Pero bueno, siempre nos queda la Etnohistoria, una parte fundamental de la Antropología social. Impecable trabajo, Lara. Gracias. Hoy te agregaste a mi Instagram, espero que te guste. Miguel Ángel.

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