Al hablar de los zares y del padre de Rusia, un imprescindible es Pedro I el Grande. Gran bebedor, mejor Zar y excelente monarca ilustrado, supo entender el papel de su país como árbitro del mundo eslavo. Libró y ganó la Gran Guerra del Norte a Suecia en la Edad Moderna, e introdujo grandes reformas. Además siempre tuvo fama de excéntrico, lo que acrecienta su leyenda.

EL DURO CAMINO DEL OSO: SANGRE E INTRIGAS

Pedro I es hijo del piadoso Zar Alexei I y su segunda esposa Natalia Naryshkina. A la muerte de Alexei le sucedió Fiódor, que a sus veinte años murió sin descendencia. Esto era una desgracia, pues el sucesor al trono sería Iván. Este niño era débil, tímido y con gran dificultad en el aprendizaje. Todo lo contrario que Pedro, que crecía muy rápido para su tamaño, y preguntaba continuamente cosas de gobierno. Y sobre todo acerca de ejercicios militares, desde el rango de fuego de un cañón hasta la formación óptima militar. Vivían ambos en una burbuja de juegos y lujos en palacio.

Pero los zares deben ser fuertes para dominar el país diverso, caótico y desestructurado que era el zarato. Moscovia y Ucrania eran sus principales regiones, pero no tenían salida real al mar. Los Streltsi, guardia pretoriana creada por Iván IV el Terrible, domina el palacio y no al revés. Estos mosqueteros son cada vez menos valientes en el campo de batalla pero sí para mangonear a la familia real. Y desde luego había que ocuparse de enemigos exteriores, desde el Imperio Otomano a la poderosa Suecia. Mientras tanto los numerosos rusos que poblaban las ciudades occidentales, andaban sumidos en el atraso que dan los años de cierre, y la incertidumbre que da el interregno.

Los boyardos, nobles alrededor de la corona, deciden que Iván no puede ser Zar, no tiene fuerza, ni inteligencia ni salud. Pero el pequeño Pedro, de diez años, prometía…o al menos no producía desconfianza. Y entonces Sofía, mujer de veinticinco años, convence a los streltsi y a algunos boyardos discrepantes de levantar turbas y armas contra el palacio, bajo la falsa premisa de que iban a asesinar al pobre Iván. Sin dudarlo, exigieron la cabeza de los Naryshkin, familia de Pedro. Sofía, hábil como una raposa, aprovechó y pidió diálogo con los mosqueteros (que secretamente había convocado). Los Naryshkin confían en que solucione las cosas.

Los mosqueteros entonces piden solo una cabeza, la del mayor de todos, el tío de Pedro, Matveyev. El niño de diez años tendrá que ver como su querido tío es torturado, destrozado en las extremidades y empalado. Aun así, en un ejemplo de entereza no confesó el crimen del que era inocente. Seguramente el jovenzuelo aprendiese bastante de este asunto, y almacenase un gran odio a Sofía, cuando con los años se viese quien era la gran beneficiada. “Era una princesa con todas las virtudes del cuerpo y de la mente rayanas en la perfección, de no ser por el ansia de gobernar y su ambición”, diría Pedro años después.

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Pedro de joven. Pequeño, y vestido a la forma ortodoxa rusa, pronto cambiaría sus hábitos…en todos los sentidos. Anónimo, siglo XVII.

Así que cerramos el telón de estos tumultos , y comenzamos con lo que sería el   doble zarato. Dos muchachos en un trono literalmente agujereado (para que Sofía escuchara sus reuniones), de quince y diez años respectivamente. Tenían muy poco poder de decisión, Sofía viajaba, apoyándose en boyardos para quitarse de encima a sus sediciosos mosqueteros, ya le eran inútiles. Iván bastante tenía con lo suyo el pobre, y Pedro era un crío desatendido. Así que podemos decir que el doble zarato en la práctica no era ni medio.

Pasaban los años, Sofía gobernaba hábilmente mientras vigilaba a los Naryshkin, y Pedro crecía de forma atípica. Su tutor nunca pudo enseñarle nada de griego o mitología, pero sí le descubrió sus dos grandes pasiones: la pólvora y el vodka. Mientras Iván V veía como las decisiones eran tomadas por él, Pedro I pasaba revista a tropas, pedía de regalo cañones para jugar a ser artillero, y escuchaba historias de las campañas contra los polacos. Convencía a hijos de criados y nobles venidos a menos de formar sus antiguos regimientos. Su tamaño iba creciendo, y pronto alcanzó los dos metros, un hombre enorme. Un oso para Rusia.

Y cuando de regalo recibió un sextante, un útil instrumento para la navegación, buscó en el barrio extranjero quien sabía como funcionaba. Así que conoció a un holandés comerciante, que le enseñó secretos de la navegación, en la cual reinaba su tierra. Haría después migas con otros dos de sus grandes amigos. Lefort, veterano mercenario suizo, y Gordon, un escocés que había luchado en las guerras jacobitas. Dos hombres curtidos que le maravillaban con sus campañas, y descubrían otros placeres. Al vodka y a los cañones se le sumaron el whisky y las mujeres alemanas, bastante más liberales que las rusas según cuenta en sus cartas. Y aun más importante, estos hombres le enseñaron a manejar un ejército. Cuantas líneas era lo ideal en el fuego frontal, cuando usar exploradores, cuantas balas debían tener los jinetes y el buen posicionamiento de la artillería.

Y así, entre pueblos cercanos a Moscú, Pedro iba construyendo campamentos. Juegos infantiles, creían los ingenuos. Pronto consiguió diez mil soldados, perfectamente uniformados a la occidental, con sus fusiles, bayonetas y jinetes. Sólo Sofía se dio cuenta de que algo tramaba, pero ya era tarde. Pedro asistía al consejo, tenía su camarilla, impresionaba al resto de boyardos, y los mosqueteros se resistían a coronar a una mujer. Ambos zares se casaron, pero Iván solo tenía hijas de dudosa procedencia (su esposa ya había expresado que quería morirse antes de casarse con él). Pedro tuvo un hijo, Alexei, y Sofía le contempló reuniendo a las tropas para celebrarlo. Intentó convocar a los mosqueteros, pero estos, al ver los organizados soldados de Pedro, no intervinieron. El enorme oso ruso encerró a su medio hermana en un monasterio, ocupándose de que solo fuese vista en festivos. Iván murió poco después por su mala salud, y Pedro gobernaba ya en solitario. El nuevo Zar de Rusia. Era un espléndido verano de 1689.

EL SÍNODO DE LOS BORRACHOS Y LA GRAN EMBAJADA

Para gobernar, pronto los más tradicionales de sus coertesanos se quedaron impresionados, quizá no para bien. En la corte de Pedro, las decisiones se tomaban de resaca, y tener buen aguante para el alcohol era necesario. A su corte se le llamaba el Sínodo de los Borrachos, o la Alegre Compañía. Disfrutaban de varias excentricidades que compartía el Zar con ellos entre tanto alcohol. Claro que no era algo opcional. Si uno quería que el Zar le aceptase en su camarilla, debía libar hasta que sangrase el hígado. Incluso si se faltaba a la etiqueta impuesta por el Romanov corría uno el riesgo de recibir un puñetazo. Y ya era irónico, pues nadie faltaba a la etiqueta como Pedro.

Baste decir que en una corte tan religiosa como la rusa, se burlaba de la religión como si no importase en absoluto. Y sus especímenes favoritos eran un gigante (que sufre de gigantismo) francés y una finlandesa. A esta le hacía que enanos (acondropláxicos) simulasen ser sus niños de pecho, entre las risas y aplausos de los cortesanos. Tanto cariño les tenía que cuando morían los disecaba. Pero desde luego lo peor eran las mascaradas, y los nombres que ponía a los cargos ficticios que daba a quien le caía en gracia.

Es decir, uno podía participar de estos “oficios sagrados” donde se “veneraba” a Baco, bebiendo y teniendo sexo sin parar, al estilo de las orgias romanas. Pues los susodichos cargos ficitios a menudo tenían nombres relacionados con el vocablo –khui– que significa textualmente “polla”. Es una palabra especialmente soez, y así mientras el Príncipe –Papa, un sacerdote de su confianza, completamente desnudo, oficiaba la ceremonia, era ayudado por los archidiáconos Metepolla, Tocatelapolla, o Atomarporculo. Y peor era si les daba por montar en trineo y gritar en casas ajenas. El Sínodo de los Borrachos era mucho más importante de lo que parece, pues por sus filas pasaron todos los generales, funcionarios y políticos de en medio. La que nunca estuvo fue su esposa, pronto muy odiada, con la que duró diez años de matrimonio infeliz.

Allí decidió su ataque al Imperio Otomano, pues necesitaba una salida al mar, y ansiaba probar su valía. Aunque el primer asalto falló, el segundo lo dirigió bien contra Azov. Gordon, su mercenario escocés apodado el Gallo, le enseñó todo lo que había que saber sobre sitios. Necesitaba barcos para bloquear y bombardear el interior. Cañones para destrozar los lienzos de las murallas, y un campamento y fortificaciones para evitar que se rompiese. Los otomanos estaban enfrascados en guerras contra Polonia y Austria, así que no pudieron enviar ayuda. La fortaleza Azov cayó en manos de Pedro, quien lo celebraría con un triunfo en Moscú, al estilo romano. Y es que nadie más satisfecho que un ruso con una política de prestigio exitosa.

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Pero no bastaba con eso. Pedro I quería más y para ello planeó algo histórico: la Gran Embajada. Gordon, Lefort y algunos nobles con él harían un viaje por toda Europa. Lo cierto es que aunque el Zar iba de incógnito, con sus dos metros y sus constantes muecas como para no distinguirle. La Gran Embajada era en principio una expedición diplomática para forjar alianzas contra el turco. Pero de paso Pedro I quería aprender como eran esos sitios de donde provenían sus viejos amigos del extranjero, y sobre todo, como eran tan superiores. Como era posible que un mercenario como Gordon, supiese más del arte de la guerra que sus beligerantes boyardos.

Antes del viaje debemos aclarar que el atraso de Rusia era latente en todos los sentidos. Mientras los europeos llevaban peluca y maquillaje, los rusos tenían largas barbas y sus ropas eran mucho menos vistosas. Sus modales eran animalescos en comparación con lo refinado de los occidentales. Y desde luego eso tuvo sus consecuencias, aunque la idea era imitarles. Sin embargo, en seguida zarpó el viaje. “Soy un discípulo y necesito que me enseñen”. En vez de peces, quería aprender a fabricar cañas.

En Riga, propiedad de los suecos y actual capital de Letonia, se puso a hacer dibujos en las murallas, lo que le valió una reprimenda de los altaneros bálticos. Por si ya les tenía poca tirria, Pedro les declaró nación maldita. En Hannover, al ver las frivolidades de palacio, se quedaba mudo. Simplemente no sabía tener conversaciones banales de protocolo. Incluso cuando quiso tocar a una mujer, olvidó que llevaban corsés, y musitó “estas alemanas tienen cuerpos rematadamente duros”. La Princesa Electora Sophie, supo calarle: “este hombre es extraordinario, muy bueno y muy malo al mismo tiempo”.

Ya en Ámsterdam la cosa cambiaba. Contrató gente de toda clase y nación para ayudarle a diseñar planos de barco. Pronto entendió que Rusia necesitaba su propio conocimiento, y se quedó con varios nobles a aprender por su cuenta. Otra curiosidad es que se aficionó a la anatomía, asitiendo a las cirugías forenses. Cuando uno de sus acompañantes se mostró asqueado en el quirófano, Pedro le agarró del cuello y le hizo probar la carne. Rusia no quería débiles, y Pedro era Rusia.

Pero llegaron a Inglaterra, y allí quedaron en evidencia (más) sus bárbaros modales. Tras agenciarse una cortesana, alquilaron una mansión, donde volvieron a interpretar el Sínodo de Borrachos. No habían viso en su vida una carretera, así que empezaron a hacer carreras, destrozando el cuidado jardín. Los sofisticados muebles y las delicadas pinturas fueron utilizadas para sus ejercicios de tiro al blanco. Pese a ello les dejaron pasarse por la Academia de las Ciencias, la Universidad de Oxford, el Castillo de Windsor, el Arsenal de Woolwich, los muelles, una constructora de cañones y la casa de Newton. Cogía ideas para su patria, y la moda lampiña le gustó tanto que al volver aplicó un impuesto sobre las barbas. Pero entonces entendió que las potencias occidentales estaba esperando a repartirse España tras la muerte de Carlos II. A nadie le interesaban sus ideas contra el turco…

Mas cuando tenía que volver debido a una rebelión de sus mosqueteros, tuvo que pasar por Polonia. Y la gran potencia que era sí que le cogió simpatía. Augusto el Fuerte, hombre del que se contaban cosas tan turbias como del Zar, se entrevistó con él. Hombre erotomaníaco, le mostró con intención de escandalizarle una joven desnuda en su cama. Pero menudo era Pedro I, aceptó el regalo sin dilación. El caso es que bebieron juntos, charlaron juntos, y decidieron acabar con el Imperio Sueco. El jovenzuelo de Carlos XII había tomado las riendas, por tanto era vulnerable. O eso creían…

GRAN GUERRA DEL NORTE: VA A SER UN LARGO INVIERNO

A su vuelta en 1696, los mosqueteros rebeldes fueron torturados personalmente por Pedro. Construyó catorce cámaras de tortura, y para probar la lealtad de sus boyardos, les hacía ejecutarles ellos mismos. Claro que a menudo eran muy patosos, cortándoles en dos, o errando el hachazo. Pedro mismo ejecutó a cinco mosqueteros personalmente. Como anécdota, cuando un mosquetero llamado Orlov pateó la cabeza de su compañero, y ofreció el cuello, Pedro le dejó ir por valiente. Su nieto sería amante de Catalina la Grande.

ejecucion streltsi
Ejecución de los streltsí en 1698, pintado por Suríkov en 1881. Una matanza para anunciar que el Zar no toleraría anteriores desmanes.

     El caso es que tras estas ejecuciones, nadie más debería rebelarse contra el Zar, al que se le avecinaba un gran problema. La Gran Guerra del Norte, su mayor empresa, iba a empezar. En frente tenía a su némesis y antítesis. Suecia, monarquía protestante, tenía muy poca demografía, pero era un país muy avanzado. Su ejército era pequeño pero experto, como demostraban siempre. Y su rey era alguien que no gustaba de lujos, muy religioso y distante. Un auténtico monarca absoluto, pues se coronó él mismo. Aunque compartía algo con Pedro, la devoción por lo militar. Y pronto podrían probar quien era el más devoto de la religión de la pólvora y los sables.

       Pedro I declaró la guerra, invadiendo Ingria, y poniendo sitio a Narva, fortaleza cercana al Báltico. Fue allí fue donde experimentó la bien merecida fama del mejor ejército del Norte. El rugido del león sueco se escuchó cuando Carlos XII sorprendió a todos, se plantó con 10.000 hombres (los rusos eran tres veces más) y les aplastó. Atacó rápidamente el campamento el joven Carlos, al frente de sus tropas. Las tropas aprovecharon la ventisca que cegaba la visión rusa, y los oficiales, extranjeros muchos, no entendían la lengua de los campesinos. Encima Pedro les había dejado hace poco. Los campesinos inexpertos rusos fueron barridos, veinte mil quedaron en el campo de batalla. Los suecos solo perdieron 667. La Batalla de Narva fue un desastre, y si Carlos XII no remató a Rusia, fue por su desprecio…Y por la oportuna aparición de Augusto de Polonia atacando Suecia. Los escandinavos volvían para derrotar a su otro enemigo. Y Pedro entendió que no podía luchar, pues sus tropas no estaban a la altura. Para más inri, cuando mataron al tercer caballo de Carlos, este ironizó entre la metralla “parece que el enemigo no desea que practique equitación”.

Ocho años duró Augusto antes de ser derrotado, y en ese tiempo Pedro I salió virtualmente de la guerra. Volvió a Ingria, donde fundó San Petersburgo. Prohibió que se construyese nada alrededor para que todos se centrasen en su nueva capital. Ordenó repoblaciones con campesinos escoltados a latigazos para llenar su ciudad, su “ventana al mar” como él la llamaba. Incluso participó personalmente en su construcción. Auténticos ejércitos de campesinos perdieron la vida, como si de un faraón cruel en el hielo se tratase.

Pero en 1708 Carlos XII volvería a las andadas, esta vez con 40.000 hombres. Quería dar un golpe definitivo. “Voy a expulsar a los moscovitas a Asia de donde provienen» declaró. El mal clima, los refuerzos interceptados, la falta de logística y las tropas rusas lo destrozaron en Poltava. No es que los suecos no lo hubiesen hecho bien, al contrario. Pero Rusia tenía incontables hombres, un clima infernal y una determinación de su Zar de hierro. Ningún invasor volvería a triunfar sobre ella.

brindis Pedro
Pedro I brindando tras su triunfo en Poltava. Los suecos vestidos de azul claudican, llegando así el fin de su imperio y supremacía militar. Como suele ocurrir, dos soles no caben bajo el mismo cielo.

Aunque Carlos XII huyó al Imperio Otomano, solo pudo convencerles de un ataque sobre Moldavia. Pedro I commando el ejército, que fue superado en número por los otomanos, y rodeado en la Batalla del Prut. Parecía que era imposible salir bien, pero logró negociar una tregua con la Sublime Puerta. Aunque este mérito debemos dárselo a Catalina, su antigua amante y entonces esposa, de origen plebeyo y sinceramente enamorada de él. Nunca pudo hallar mejor aliado. Carlos XII huyó a Suecia, donde encontró la muerte en una trinchera en extrañas circunstancias. Así, en 1721 se acababa la guerra, con victoria de Rusia. El oso de Moscú sustituía al león sueco como rey del Norte.

EDUCANDO A LA NACIÓN: ÚLTIMOS AÑOS.

La victoria en la Gran Guerra del Norte fue un premio a su astucia, paciencia, pericia y altitud de miras. Incluso tenemos cartas de embajadores afirmando que el trato había cambiado.Merecidamente se proclamó emperador. Ya no se trataba de una nación bárbara del Este, sino de un nuevo reino a tener en cuenta. Pasar de nuevo en la clase a matón tuvo sus consecuencias. Pedro I no podia dejar que cuando llegasen los embajadores extranjeros viesen un país atrasado. Así que en su última etapa se puso manos a la obra.

Pedro I moda
Pedro I enseñando la moda francesa a unos extrañados Patriarca y Zarina. Buena metáfora de la actitud escéptica de sus más allegados a los cambios que pretendía introducir.

Pero claro, debía implicar a los altos estratos de la sociedad, los que sabían leer y escribir, en esta hercúlea tarea. Y creó así la Tabla de Rangos. Dependiendo de los méritos, el servidor del Zar (desde un general a un secretario) iría a uno u a otro. Es decir se basaba en el servicio (sluzhba) y no en el linaje (mestnichestvo). Según el rango tendrían un tipo de privilegio. Los cinco primeros eran nobleza hereditaria. Los tres siguientes se referirían a cargos como Consejero de Educación. Fue un intento de que no hubiese una clase acomodada como los boyardos, que hiciesen más bien poco por el país.

Creó a su vez para San Petersburgo la Escuela Politécnica y la Academia de Ciencias. Y para seguir ordenando el territorio, dividió el Imperio en provincias, luego en distritos y cantones. Impulsó monopolios sobre la sal, el tabaco y la resina. Además de ello favoreció desde lo público la industria privada, y la explotación minera en los Urales. Quería un Imperio autosuficiente. Y lo más importante, a la muerte del Patriarca, en vez de sucederle impulsó la creación de un  Santo Sínodo, que haría sus funciones. Una hábil jugada, pues así podía controlar a la Iglesia Ortodoxa más fácilmente influyendo en sus miembros. Claro que esto no hizo gracia a muchos sectores conservadores, entre ellos su hijo Alexei. Fue muerto a sus propias manos, según se dice, en una cámara de torturas. Sea cierto o no, Pedro I iba a modernizar Rusia a sangre y hierro.

A su muerte sus herederos fueron mediocres, hasta llegar a Catalina la Grande. Se le juzga a menudo como un «mal necesario», como si hubiese sido demasiado violento. En mi opinión eso es no tener en cuenta ni el momento ni el lugar. Recordemos que en aquella época Luis XIV expulsaría a los protestantes de sus reinos por influencias de su amante, pues «El estado soy yo». Que Carlos III de España diría «Quien discuta mi gobierno merece la muerte, tenga o no razón». Era una época de autócratas, los reinos eran posesiones, y seguían una misión divina. Y si algo nos enseña la historia rusa, es que en ese país los hombres débiles se congelan.

BIBLIOGRAFÍA

Ferguson, N.: Civilización. Occidente y el resto. Madrid: Cátedra.

Montefiore, S.S.: Los Romanov. 1613-1918. Madrid: Crítica.

Voltaire, F.: Historia del Imperio ruso bajo Pedro el Grande.

 

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