Desde el inicio de la sublevación militar de julio de 1936, la ciudad de Madrid, sede de la Administración del Estado, era un lugar codiciado para el Bando Nacional y, para la República, era primordial su defensa, pues la capital y urbe más poblada del país suponía un verdadero símbolo para ambos bandos.

¿Iba a ser Madrid realmente la tumba del fascismo? En los últimos días de 1936, con el ejército de África llamando a la puerta de la diosa Cibeles y, con un ejército republicano que había conseguido frenar en Guadarrama y Somosierra a las tropas de Emilio Mola, venidas desde Navarra, lo más habitual habría sido que la capital cayera frente a un ataque de semejantes dimensiones.

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La Columna de Durruti entrando en Madrid por la Calle Alcalá (octubre de 1936)

El gobierno de Largo Caballero, que se había formado el 4 de septiembre, tenía la imperiosa necesidad de idear un plan para frenar a un ejército de mayores dimensiones y mucho más ducho en combate que el que tenía para su defensa. Viendo como imposible una batalla en campo abierto, las milicias anarquistas y comunistas, junto con los voluntarios extranjeros, acordaron que lo mejor sería una lucha en el casco urbano de la ciudad, desplegando todos los recursos disponibles con los que poder exprimir todas las posibilidades de victoria.

El 22 de octubre, Largo Caballero nombra a Sebastián Pozas Perea jefe del Ejército de Operaciones del Centro y pone al general Miaja al mando de la Primera División Orgánica, quien pone en marcha la fortificación y defensa de las líneas exteriores y de acceso a Madrid, construyendo trincheras, colocando nidos de ametralladoras y habituando edificios en la zona sur y oeste de la ciudad, que servirían como posiciones defensivas.

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General Miaja (izquierda) junto al comandante Juan Perea (derecha) y Vicente Rojo (detrás en el centro)

Durante el 6 de noviembre, un día antes del estallido de la batalla, el gobierno de la República se había trasladado a Valencia con la intención de alejarse del frente. La Junta de Defensa de Madrid, presidida por Miaja y que contaba con la presencia de miembros de otros partidos como Santiago Carrillo o José Cazorla, asumieron el mando de la ciudad.

En los primeros enfrentamientos del día 7 en los arrabales de Madrid con la columna del comandante Castejón, los soldados republicanos capturaron las órdenes que Varela había dado a las tropas nacionales el día 6, pues se las arrebataron al capitán Vidal-Cuadras, abatido en un carro de combate italiano modelo Fiat Ansaldo.

Así pues, Miaja pudo conocer los planes ofensivos de los sublevados, que tenían pensado distraer a los republicanos en el Manzanares, entre el puente de Segovia y el de la Princesa, para llevar a cabo un feroz ataque sobre su flanco izquierdo por la Casa de Campo. Tras estas maniobras, las tropas nacionales debían cruzar el río por el puente de los Franceses y el de San Fernando para desplegarse por Ciudad Universitaria y el Parque del Oeste, donde instalarían una base que serviría de punto de partida para tomar Madrid.

Vicente Rojo, conocedor de estos planes, reforzó el centro de la linea defensiva y la Casa de Campo, para poder contraatacar por los flancos y frenar el avance enemigo. A su vez, las columnas de Barceló y José María Galán, apoyarían el flanco izquierdo desde Pozuelo Húmera con carros de combate. Los voluntarios extranjeros, fueron colocados al norte de la Casa de Campo, junto a Ciudad Universitaria. Al sur de la Casa de Campo, fue enviada la columna de Clairac, al interior a Enciso con el Batallón Presidencial junto con los hombres de Fernández Cavada; Líster y Bueno protegerían el flanco derecho y Escobar, Mena, Rovira y Prada, la otra orilla del Manzanares.

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Barricadas en las calles de Madrid

Varela ataca por la Casa de Campo

Tras los combates del día 7, las tropas de infantería (unos 20.000 hombres) del general Varela distribuidas en cinco columnas y apoyadas por 26 piezas de artillería, asaltaron las lineas republicanas a través de la Casa de Campo. La Junta de Defensa de Rojo y Miaja, contaban con un número de soldados que oscilaba entre 20.000 y 30.000, dependiendo la fuente consultada, en su mayoría milicianos, mucho menos disciplinados y entrenados que las tropas nacionales.

Las columnas de los nacionales de Asensio y Castejón, penetraron por el centro de la linea de la Casa de Campo y la de Serrano por la Puerta del Batán, mientras que Maximino Bartomeu lo hacía por el flanco derecho. A su vez, las tropas de Varela eran frenadas en Carabanchel por Vicente Rojo, ayudado por la IV y la XI Brigada Mixta (1.900 hombres) de voluntarios internacionales al mando del general Emilio Kléber, que frenaron el avance de los sublevados hacía el Manzanares.

Voluntarios internacionales: los antecesores de las Brigadas Internacionales

Desde julio de 1936, habían llegado a la Península multitud de gentes de todo el mundo para incorporarse tanto a las filas del Bando Nacional como a las de la República. A partir de septiembre, la Komintern comenzó a formar centros de reclutamiento, traslado y adiestramiento de estos hombres, que más tarde constituirían las Brigadas Internacionales. Los cuarteles de instrucción e inteligencia de estos hombres estarían repartidos por la provincia de Albacete desde octubre de 1936. Al frente de todo este operativo se situaría el francés André Marty, conocido como «el Carnicero de Albacete», debido a que dio orden de fusilar a 500 civiles y brigadistas durante la guerra.

El 22 de octubre, los cuatro primeros batallones de voluntarios se ponen en marcha. Por lo tanto, la anteriormente mencionada, XI Brigada Mixta de Kléber, estaba formada por tres de estos: el Thaelman, el Dombrowski y el Franco-Belga, enviados a Madrid el mismo 7 de noviembre, cuando desfilarían por la Gran Vía.

Continúa el ataque a la Casa de Campo

Los días 9 y 10 de noviembre, las tropas del general Varela avanzaban progresivamente sobre Carabanchel y a través de la Casa de Campo. Para intentar frenarles, desde la sierra llegaron los hombres del comunista Etelvino Vega, la columna del PSUC Llibertat y un batallón de la CNT.

Después de estar combatiendo durante 4 días, las fuerzas republicanas intentaron llevar a cabo la táctica diseñada por el Estado Mayor que pretendía envolver a los nacionales desde el sur de Madrid, que apenas tuvo éxito.

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Milicianos abriendo fuego desde una trinchera situada en la Casa de Campo

Durante el decimotercer día de combate, las tropas del Bando Sublevado lograron ocupar el Cerro de Garabitas, situado en la Casa de Campo, pudiendo acercarse así a la orilla del Manzanares. En el transcurso de este día, también tuvo lugar el primer gran enfrentamiento aéreo en el cielo de Madrid. Sobre el Paseo Pintor Rosales, 13 Fiat CR.32 Chirri, pilotados por 9 italianos y 4 españoles, se enfrentaron a 14 Polikarpov I-15 Chato tripulados por pilotos soviéticos y españoles. La victoria se saldó a favor de la aviación del Bando Nacional que, al regresar a la base, avistaron y atacaron a 5 bombarderos Tupolev SB Katiuska, que se encontraban bombardeando Getafe a 5.000 metros de altura.

En tierra, la ofensiva republicana que tenía el objetivo de rodear a las tropas nacionales, estaba fracasando, siendo frenada la XII Brigada Internacional en el Cerro de los Ángeles (Getafe). No obstante, los hombres de Vicente Rojo seguían presionando sobre el foso del Manzanares para recuperar el Cerro de Garabitas, fracasando también esta operación.

Varela, rompió las lineas republicanas por esta posición, logrando cruzar el Manzanares por el Puente de los Franceses, logrando así internarse en la Ciudad Universitaria con las columnas de los coroneles Cabanillas, Delgado Serrano y Barrón, que llegaron hasta el Hospital Clínico.

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Estado del Hospital Clínico tras la batalla

Inicio de las hostilidades en Ciudad Universitaria

Los guardias de asalto capitaneados por el teniente Romero, obligaron a las tropas de Varela a recular a la par que destruyeron el Puente Nuevo, obligando a los soldados del Bando Nacional a vadear río arriba en dirección al Hipódromo, quedando muchos carros de combate varados en las orillas del Manzanares. Pese al intenso fuego de artillería que los republicanos lanzaban sobre sus lineas, la 2ª Compañía del II Tabor de Alhucemas y el III Tabor, capitaneado por Joaquín Ríos Capapé, lograron cruzar el Manzanares y superando a la columna Llibertat del PSUC, a la de la UGT catalana y la de Durruti, llegando a hacerse ese mismo día con las instalaciones de la Escuela de Arquitectura. Esto supuso la ruptura de las líneas republicanas ya que, durante este día, comenzaron las obras de unión entre la retaguardia y vanguardia de los sublevados que confluían en la pasarela de la muerte, una endeble construcción de madera que fue destruida y asaltada en varias ocasiones por los republicanos.

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Empuje del Bando Nacional (azul) sobre las líneas republicanas (rojo)

Del 15 al 17 de noviembre, los combates tuvieron lugar en la Ciudad Universitaria, concretamente en las inmediaciones de las instalaciones del Hospital Clínico. Para los soldados que componían las filas republicanas, defender Madrid suponía la salvación de la España Republicana.

Tras las primeras maniobras exitosas de Varela, Vicente Rojo y el general Miaja prepararon una contraofensiva, ordenando a las columnas catalanas atacar a las plazas de las tropas nacionales, apoyándose en la XI Brigada Mixta de Kléber, en la IV Brigada Mixta y en un batallón del V Regimiento. No obstante, en esos momentos, Asensio acababa de tomar la Escuela de Ingenieros Agrónomos, a través de la carretera de La Coruña, en las inmediaciones de la Puerta de Hierro.

El coronel García Escamez y Varela, mandaron el día 17 de noviembre a sus tres columnas a tomar el Hospital Clínico. El avance comenzó a las 9 de la mañana, dando lugar a una serie de cruentos y fieros enfrentamientos por cada centímetro de terreno, llegando a darse lucha cuerpo a cuerpo. Contando con el apoyo de la artillería y de la aviación,  las tropas nacionales sobrepasaron y desbordaron a las republicanas, demostrando una gran efectividad y contundencia. Como resultado de estas acciones, Asensio tomó el Asilo de Santa Cristina y el Hospital Clínico, Delgado Serrano la Fundación del Amo y el Instituto Nacional de Higiene, Barrón la Residencia de Estudiantes y parte del Parque del Oeste. Algunos regulares que hicieron una incursión sobre el Paseo del pintor Rosales, fueron rápidamente derribados por tiradores republicanos.

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Así quedó la Escuela de Arquitectura tras la Batalla de Madrid

Sin cesar los enfrentamientos, el 18 de noviembre, el Estado Mayor de la República dio el mando de la XI y la XII Brigada Mixta a Kléber, siendo el hombre al frente de todo el oeste de la Ciudad Universitaria. Sin embargo, las tropas nacionales, bien asentadas en todos los puestos que habían tomado, repelieron con facilidad en un primer momento a las fuerzas republicanas, que todavía conservaban Moncloa y las facultades de Filosofía y Medicina.

Además, la aviación de los sublevados, apoyada por la Legión Cóndor, iniciaron un bombardeo de Madrid con cerca de 50 aviones Junkers Ju-52 y Savoia SM.81, lanzando aproximadamente unas 40 toneladas de bombar sobre el suelo de la capital. No obstante, estos bombardeos que continuaron hasta el día 22, que acabaron con la vida de 133 personas y destruyeron 110 viviendas, no afectaron apenas a la moral de las tropas republicanas, que seguían obcecadas en defender Madrid.

El día 19, una bala de dudosa procedencia puso fin a la vida de Buenaventura Durruti cuando se le había encargado la labor de defender las posiciones del Hospital Clínico. Estos combates se extendieron hasta el día 23, llevándose más tarde al palacete de la Moncloa y a la Casa de Velázquez tras un intento de ofensiva republicana desde las facultades de Filosofía y Medicina. El III Tabor de Tiradores de Ifni y el I Tabor de Regulares de Tetuán lograron tomar el palacete de la Moncloa infringiendo gran daño en las filas de las XI y XII Brigadas Mixtas de Kléber. Dicen que los enfrentamientos llegaron a ser tan fieros, que se combatió en los mismos pasillos, habitaciones y quirófanos del Hospital Clínico. Sin embargo, los republicanos apoyados en las milicias internacionales, lograron frenar el avance franquista.

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Fotografía de Robert Capa de Ciudad Universitaria (1936)

Se detiene la toma de Madrid

El 23 de noviembre, Franco, Mola, Varela y Saliquet, tras reunirse en el cuartel de ferrocarriles de Leganés, deciden poner fin a la ofensiva sobre Madrid tras 17 días de feroces enfrentamientos en las calles de la capital, que costaron una enorme cantidad de recursos materiales y humanos a ambos bandos. Por ende, la toma de Madrid por parte del Bando Sublevado se podría considerar como un fracaso, pese a estar bien armadas y dirigidas.

Por lo tanto, queda claro que un ejército de 20.000 hombres no iba a poder tomar una ciudad de 1.000.000 de habitantes, pues el factor sorpresa que había favorecido a otros generales como Queipo de Llano en la toma de Sevilla, no iba a extenderse a ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia.

Además, se demostró tras los combates en Ciudad Universitaria, la efectividad de los milicianos tras la creación del Ejército Popular de la República por el gobierno de Largo Caballero a finales de septiembre de 1936, pues tras la militarización de las milicias, estos hombres demostraron que podían luchar como auténticos soldados. Además, esto supuso el ascenso de Vicente Rojo y la consolidación de los voluntarios internacionales. Del mismo modo, la incansable defensa de Madrid estuvo cargada de un gran simbolismo para las filas republicanas que mantenían la férrea esperanza de conseguir la victoria en la guerra.

No obstante, la población de Madrid fue la gran damnificada de esta batalla, pues tuvo que aguantar 3 años más a los ataques, bombardeos y continuos enfrentamientos entre soldados de ambos frentes, así como el constante hambre, que se intentaba solventar con el raciocinio.

Novedades en la guerra: el uso de las minas

Durante estos primeros enfrentamientos en la capital, se introdujo un elemento bélico novedoso hasta el momento en los campos de batalla de España: el uso de las minas. Este, llegó a Madrid de manos de Barreneros andaluces y asturianos que ya habían participado en la defensa del Alcázar. La primera detonación que se conoce es la que se llevó a cabo el 11 de diciembre a las 09:30 en el ala sur del Hospital Clínico y que sepultó a 39 legionarios de la IV Bandera y que fue seguido de un ataque de las tropas republicanas desde las trincheras de Ataúlfo e Isaac Peral.

Surgió así en ambos bandos la figura de los «topos humanos» o «destripacerros»,  cuya labor era trabajar «bajo tierra» minando las posiciones enemigas o localizando las cargas explosivas ocultas de sus enemigos. El Ejército Republicano, contó con el Batallón de Servicios Especiales del Ejército del Centro, que operaban en Carabanchel y en el Parque del Oeste, colocando cargas de manera sistemática y exhaustiva de entre cuatro y diez toneladas que eran capaces de destruir edificios enteros. Dicho Batallón, renombrado más tarde como Batallón de Minadores nº1, también llevó a cabo labores de construcción de galerías de contramina.

Por parte de las tropas nacionales, trabajaron en Ciudad Universitaria los hombres de la 7ª Compañia del 7º Batallón de Zapadores, acompañados  desde noviembre de 1937 de la 8ª Compañía de Minadores del capitán Luis Barber. En verano de 1938 se constituiría el Grupo de Minadores del I Cuerpo de Ejército que aúnaba a todas las compañías de especialistas en minas que había en Madrid.

Este uso de las minas por ambos bandos, no hizo más que destruir un gran número de estructuras tanto de la Ciudad Universitaria como de Madrid en general, sumiendo la ciudad prácticamente en ruinas. Se detonaron más de 200 minas en la zona de Ciudad Universitaria, el Parque del Oeste, Moncloa y Argüelles. En cuanto a bajas, las más numerosas se cuentan en las filas del Bando Nacional, cifrándose en 798 con 314 muertos.

Madre, anoche en las trincheras…

La ofensiva sobre Madrid se había detenido momentáneamente para desviarse hacia otros objetivos como Toledo y para posteriores maniobras para envolver a la capital sobre la carretera de La Coruña, Guadalajara, Jarama o Brunete. Al más puro estilo de la Primera Guerra Mundial, la estrategia de movimientos militares dio paso a la de posiciones, reforzando las tropas nacionales las defensas del terreno tomado y asegurándose de no ceder más terreno las republicanas, enterrándose por lo tanto en inmensas lineas de trincheras que se repartían por toda la ciudad y que se hacían especialmente notables en la Casa de Campo y en la Ciudad Universitaria, complementadas con nidos de ametralladoras, alambradas, terrenos minados y todo tipo de elementos defensivos.

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Trincheras excavadas en la Ciudad Universitaria junto a la Residencia de Velázquez

Pese al estancamiento de los frentes, el Ejército Republicano intentó hasta la estación estival de 1937, diversos ataques sobre las posiciones de los sublevados para intentar recuperar el terreno perdido durante la primera ofensiva, sin tener unos resultados demasiado exitosos. Por ejemplo, durante julio de 1937, el intento de avance de las fuerzas republicanas desde Usera, acabaría provocando la Batalla de Brunete.

No obstante, entre el verano de 1937 y abril de 1939, pese a que las líneas continuaron prácticamente inmóviles, el acoso mutuo de artillería y de bombardeos aéreos se sucedieron casi a diario, brevemente interrumpidos por los intentos del Ejército Popular de la República de asaltar el cerro Garabitas para destruir la artillería nacional o el intento de neutralizar la llamada pasarela de la muerte, que comunicaba la vanguardia y la retaguardia de los sublevados.

La población en Madrid durante el año 1939 tenía prácticamente asumido que la capital no tardaría en ser tomada por las tropas de Francisco Franco, sobre todo ante la pasividad y huida de responsabilidades del gobierno de Juan Negrín, que propiciaron el golpe de estado del general Casado, jefe del Ejército del Centro, el 5 de marzo de 1939, llegando este a emprender negociaciones con el Bando Nacional, obteniendo como respuesta de Franco que solo aceptaría la rendición incondicional de los vestigios del maltrecho Ejército Republicano.

Sin embargo, como hemos escuchado en el famoso y último parte de guerra de esta fratricida contienda, el 1 de abril de 1939 y prácticamente sin encontrar resistencia, las tropas franquistas tomaron Madrid sin disparar un solo proyectil. Días antes, durante el 28 de marzo, el coronel Adolfo Prada, en representación del Consejo Nacional de Defensa,  se rindió a las 13:00 horas en Ciudad Universitaria frente al coronel Eduardo Losas, que estaba al frente de la 16ª División Nacional.

BIBLIOGRAFÍA

BEEVOR, Antony: La Guerra Civil Española, Crítica Editorial, Barcelona, 2005.

CALVO, Fernando: La Guerra Civil en la Ciudad Universitaria, La Librería, Madrid, 2012.

GONZÁLEZ, Óscar; MOLINA, Lucas; SAGARRA, Pablo: Grandes batallas de la Guerra Civil Española 1936-1939, Editorial La Esfera de los Libros, Madrid, 2016.

REVERTE, Jorge M. : La Batalla de Madrid, Crítica Editorial, Barcelona, 2007.

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