Al recorrer la historia de la guerra de Independencia Española, parece inevitable relacionar su significado con aquellos episodios que despertaron el espíritu de resistencia del pueblo español contra el invasor francés. Y es que los sucesos acaecidos en Madrid el 2 de mayo de 1808 exaltaron un incipiente sentimiento patriótico. De esta narrativa, sin embargo, no se pueden excluir otros escenarios como la batalla de Bailén.
Una parte de la recién nacida nación española no solo anhelaba expulsar a los ejércitos napoleónicos. También restituir a Fernando VII como rey de España. No obstante, como se mencionaba, no se puede perder de vista que, ante todo, fue un conflicto bélico en el que se produjeron numerosas batallas. Estas, junto a las acciones de hostigamiento de las guerrillas y la ayuda militar proporcionada por Gran Bretaña, modificaron el curso de la contienda en varias ocasiones e hicieron del escenario peninsular un frente de continuo desgaste para las huestes de Napoleón I.
Seguramente las batallas de Vitoria o San Marcial, combates que tuvieron lugar en junio y agosto de 1813 respectivamente, sean, por sus repercusiones políticas, dos de los enfrentamientos más conocidos del conflicto. No obstante, en los primeros compases de la guerra, concretamente en la jornada del 19 de julio de 1808, se produjo uno de los choques a campo abierto más relevantes del periodo: la batalla de Bailén.
Aprovechando que se han cumplido 213 años del comienzo de las hostilidades en aquel campo de batalla próximo al municipio jiennense, en este artículo vamos a narrar los principales acontecimientos de la batalla. Si queréis saber más sobre las guerras napoleónicas, podéis consultar otros artículos sobre la temática pinchando aquí y aquí.
Antecedentes: el contexto militar y político en la Península
Las noticias del levantamiento 2 de mayo en la capital pronto se extendieron a lo largo del territorio español. Apenas tres semanas después de los acontecimientos de Madrid, se desencadenaron otras insurrecciones en diferentes partes de España. Asimismo, se formaron Juntas de ámbito local que no reconocían la abdicación de Fernando VII y desafiaban la autoridad de Napoleón I reclutando tropas.
Para coordinar mejor las decisiones políticas y militares, se instauró en Sevilla la Junta Central o Suprema que declaró la guerra Francia el 6 de junio de 1808. Inmediatamente se dieron instrucciones para reclutar soldados, especialmente en la región de Andalucía, porque los ejércitos franceses aún no tenían presencia en aquel territorio.
A comienzos de la guerra, el ejército español contaba con unos efectivos de unos 100.000 hombres. Sin contar los 20.000 efectivos del marqués de La Romana, que se encontraban en Dinamarca, ni los 9.000 hombres de la guarnición del archipiélago balear, la cifra de soldados disponibles, por tanto, se reduce drásticamente: unas 30.000 tropas en territorio andaluz, concretamente en las guarniciones de Cádiz y Gibraltar, y otros 27.000 soldados acuartelados en Galicia, región a la que se habían desplazado tras acometer la invasión de Portugal en octubre de 1807.
Sin embargo, la ubicación de estas fuerzas era dispersa: el enemigo tradicional había sido Inglaterra, por lo que los ejércitos estaban pensados para defenderse de posibles invasiones o desembarcos en puntos costeros, pero no para luchar contra un enemigo que ya ocupaba el centro de la península (De Diego, 2008: 213).
En virtud del Tratado de Fontainebleau firmado entre España y Francia en octubre de 1807, los ejércitos franceses pudieron cruzar los Pirineos para emprender la conquista de Portugal. Una vez finalizada la anexión, las tropas se mantuvieron en territorio peninsular. Este contaba con un número de fuerzas similares al del ejército español, y estaba compuesto de cinco cuerpos de ejército y un destacamento perteneciente a la Guardia Imperial. La ubicación de las fuerzas francesas se extendió a lo largo de Pamplona, San Sebastián, Madrid, Toledo, parte de Aragón, Cataluña, Castilla la Vieja, Cataluña y Lisboa.
Como los dos contingentes españoles de importancia se encontraban en Galicia y Andalucía, Napoleón dio órdenes concretas de neutralizar ambas amenazas. El mariscal francés Jean-Baptiste Bessières, con apenas 13.000 hombres, logró vencer a los 25.000 soldados procedentes de Galicia dirigidas por el general español Joaquín Blake y Joyes en la batalla de Medina de Rioseco (Valladolid).
Solventada la situación en el norte, los franceses se centraron en Andalucía. La ofensiva estuvo dirigida por el general de división francés Pierre-Antoine Dupont de l’Étang. Napoleón confiaba en que su lugarteniente pudiera controlar y sofocar rápidamente las insurrecciones de Córdoba y Sevilla y neutralizar los efectivos españoles de la región. Para cumplir su objetivo, el emperador designó 20.000 soldados (Sañudo Bayón, 2008: 79). bajo las órdenes del general y se sintió profundamente seguro del éxito: si Bessières había logrado destruir a un contingente armado ampliamente superior en número, Dupont sería capaz de derrotar a cualquier enemigo que se le pusiera en frente. Pero, como señala Chandler, «se iba a llevar una desagradable sorpresa, el desastre se cernía sobre los franceses» (Chandler, 2005: 658).
La campaña de Dupont en Andalucía y el «plan de Porcuna»
Otra de las misiones del ejército de Dupont era la de llegar a Cádiz lo antes posible para intentar liberar a la escuadra del almirante François Étienne Rosily-Mesros. Desde octubre de 1805, fecha en la que tuvo lugar la batalla de Trafalgar, había permanecido en el puerto de la ciudad junto a los restos de la flota española. Se trataba de cinco navíos de línea, una fragata y más de 3.600 marineros. A ello hay que sumar 442 cañones pesados, así como otras armas menores (Sañudo Bayón, 2008: 79 y 80).
Con los objetivos estratégicos en mente, el 31 de mayo el general francés cruza Despeñaperros con la intención de llegar a Córdoba. El 7 de junio, tras una marcha sin incidentes a través de La Carolina, Guarromán, Bailén y Andújar, se produjo un breve choque en el puente de Alcolea. Este obligó a la guarnición española de la ciudad a retirarse a Écija. Por tanto, ya nada obstaculizaba el paso a Dupont y a su cuerpo. De este modo, derribó la Puerta Nueva de la muralla de Córdoba e inició un brutal saqueo irrumpiendo en todo tipo de edificios religiosos y privados de la ciudad (De Diego, 2008: 221).
Entre tanto, las juntas de Sevilla y Granada estaban organizando un ejército. Francisco Javier Castaños y Aragorri, comandante del Campo de Gibraltar, puso a disposición de Francisco de Saavedra, presidente de la Junta de Sevilla, sus más de 9.000 hombres. Obró, de igual modo, la capitanía general de Granada, a cuyo mando estaba don Ventura Escalante, quien movilizó más de 7.500 soldados.
Estos, a su vez, se establecieron también bajo de la dirección de la Junta de Granada. Poco después de que la Junta de Sevilla declarara la guerra a Napoleón, se decretó el reclutamiento en ambas juntas obedeciendo a tres niveles por orden de prioridad. En primer lugar, se procedería al alistamiento de voluntarios. En segundo lugar, a los solteros, casados y viudos sin hijos; y en tercer lugar, a los casados y viudos con hijos (De Diego, 2020: 13). Estas disposiciones rápidamente aumentaron el número fuerzas españolas disponibles en más de 70.000 hombres (Vidal Delgado, 1999: 52).
No obstante, fue prácticamente imposible la incorporación de todos los reclutas a filas, ya que no había suficiente equipamiento militar para armarlos ni suficientes medios económicos para mantenerlos. Además, se debía tener en cuenta que se necesitaba mano de obra suficiente para no descuidar las labores agrícolas (De Diego, 2020: 13 y 14).
El 11 de junio los presidentes de las juntas de Sevilla y de Granada decidieron agrupar sus fuerzas. Las tropas de Granada y las de Córdoba, dirigidas por Teodoro Reding y Castaños respectivamente, se reunieron a principios de julio en Córdoba y se entrevistaron con Escalante. Acordaron que Castaños sería el comandante en jefe del Ejército de Andalucía, que aglutinaba a unos 29.000 hombres, divididos en cuatro divisiones, y veintiocho piezas de artillería (De Diego, 2020: 17).
A estas fuerzas, hay que sumar los destacamentos del teniente coronel Cruz Mourgeon, que contaba con unos 2.000 hombres y 400 jinetes; y de don pedro Valdecañas, con más de 3.000 soldados. Ambos se posicionarían en los flancos del ejército español como fuerzas de apoyo encargadas de hostigar y confundir al enemigo (De Diego, 2020: 17).
Las noticias de que se estaba formando un ejército no pasaron inadvertidas para Dupont. Es más, le llegaron rumores de que las fuerzas españolas sobrepasaban los 50.000 hombres. Asimismo, el 16 de junio le informaron de que el almirante Rosily-Mesros había capitulado, por lo que el avance hacia Cádiz ya no era prioritario.
Ante esta situación, consideró que la acción más correcta sería la de esperar refuerzos procedentes de Madrid para intentar asegurar, al menos, el otro objetivo estratégico y trasladarse desde Córdoba a Andújar, enclave al que llegó el 18. Allí creía que se encontraba a salvo debido a su posición estratégica: ofrecía cierta seguridad por estar emplazada entre el río Jándula por el oeste y el Guadalquivir por el sur (De Diego, 2008: 222).
Los refuerzos que recibió el cuerpo de Dupont se limitaron a las fuerzas, no completas (alrededor de 1.500 hombres y 700 coraceros), de la división del general Jacques-Nicolas Gobert, lo que amplió el número de efectivos franceses a poco más de 20.000. Tras la llegada de Gobert, el despliegue del ejército francés el 12 de julio era el siguiente. 2.000 soldados se encontraban entre La Carolina y Despeñaperros para no perder las frágiles comunicaciones con Madrid.
Cerca de 9.000 hombres dirigidos por los generales de división Gobert y Antoine Vedel, que se encontraban distribuidos entre las posiciones de Guarromán y Bailen, junto a un destacamento ubicado en Mengíbar, dirigido por el general de brigada Louis Liger-Belair; y otro en Linares, comandado por el general de brigada Guillame Henri Dufour. Ambos tenían la misión de proteger los accesos del río Guadalquivir que pudieran poner en peligro los flancos de las tropas galas. Por último, en Andújar se encontraban unos 10.000 hombres bajo el mando directo de Dupont (De Diego, 2008: 223).
Como se puede apreciar, la gran extensión de la línea de comunicaciones que pretendían cubrir, desde Andújar hasta Despeñaperros, era un grave problema. A esto hay que añadir la hostilidad constante a la que estaban expuestos por parte de los lugareños: la escasez de recursos (principalmente de agua), el calor asfixiante de verano y, sobre todo, la desinformación sobre las verdaderas intenciones del ejército español.
Si bien es cierto que conocían que las posiciones del enemigo se encontraban al sur del Guadalquivir, Dupont estaba convencido de que Castaños atacaría Andújar. Sin embargo, no podía estar más equivocado: los españoles contemplaban otra estrategia mucho más audaz.
En efecto, el Ejército de Andalucía, aunque sabía de la posición defensiva de Dupont, no consideraba la opción de atacar Andújar, ya que hubiera supuesto un gran número de bajas. En estas circunstancias, el 12 de julio el ejército de Castaños se concentró en la población jiennense de Porcuna, donde idearon un plan de ataque ─el conocido como «plan de Porcuna»─ que consistía en un gran movimiento desbordante a través de los enclaves de Mengívar y Bailén para romper las comunicaciones de Dupont con Madrid, y obligar, de esta manera, al oficial francés a abandonar su posición en Andújar y presentar batalla (Sañudo Bayón, 2008: 85).
Castaños ordenó a Teodoro Reding, al mando de la 1ª División, dirigirse a Mengívar, al sur de la posición de Bailén, el día 14. La intención era llevar a cabo un ataque el 16 e intentar ocupar Bailén. Para ello, además, debería contar con el apoyo del mariscal de campo y comandante de la 2ª División, el marqués de Coupigny, que también atacaría las posiciones francesas en Bailén, pero desde Villanueva.
Mientras tanto, el general Castaños, con las restantes divisiones, ─la 3ª División dirigida por el mariscal de campo Félix Jones y la División de Reserva comandada por el teniente general Manuel de la Peña─, simularía varios ataques a Andújar para distraer a Dupont y conseguir, así, que el general francés se mantuviera firme en sus posiciones. Es decir, que creyera que los españoles tenían la intención real de atacarle en las inmediaciones del citado enclave.
Dupont, ante esta situación, envía un mensajero a Vedel solicitándole refuerzos, por lo que el general se pone en marcha hacia Andújar la mañana del día 14. Entre tanto, el mariscal de campo Reding, sin mostrar sus verdaderas fuerzas (avanzó con tan solo dos batallones), inició su ataque a las posiciones de Mengíbar, que estaba bajo control del general francés Liger-Belair. El choque obligó al francés a retirarse.
Pero Vedel, que fue informado de los movimientos españoles, acudió en su ayuda la noche del 14 al 15 de julio, lo que desencadenó un fuerte tiroteo que cesó a las 08:00. Vedel, entonces, decidió replegarse hasta Bailén para abastecerse de víveres y reanudar la marcha hasta Andújar. Tan solo dejó como refuerzo un batallón, considerando que las fuerzas de Reding eran, en realidad, muy escasas (De Diego, 2008: 234).
A las pocas horas, Reding, en un intento de confundir al enemigo, decide cruzar el Guadalquivir por el valle del Rincón, a unos 3 kilómetros río arriba, en vez de tomar la ruta de la barca a través de Mengíbar. Sin embargo, no lo logra ya que Liger-Belair decide retirarse hacia Bailén y agruparse con los refuerzos recién llegados de la división de Gobert.
A las 06:00 del 16 de julio se reúnen a pocos kilómetros de Bailén, concretamente en el cerro de la Harina. Allí, a pesar de que contaban con tan solo 2.000 soldados, presentan batalla a Reding, que ya había mostrado su verdadera fuerza: unos 8.500 hombres. El oficial suizo se lanza al ataque, pero el ejército francés resiste en su posición.
Coupigny, que podía haber flanqueado las líneas de Gobert y Liger-Belair, se mantuvo inmóvil en su posición de Villanueva. Por ello, perdieron una oportunidad de haber rodeado y destruido al enemigo. No obstante, el precio para los franceses fue elevado: más de 600 bajas y la captura de dos cañones de ocho libras. Asimismo, el general Gobert fue alcanzado por un proyectil y falleció poco tiempo después del combate. En el lado español, por otro lado, hubo que lamentar 400 bajas (Sañudo Bayón, 2008: 88).
A las 16:00, Reding, preocupado por la posible aparición de Vedel con refuerzos y frustrado por la incompetencia de Coupigny, decide no proseguir el ataque y regresar a Mengíbar. Las fuerzas francesas, por su parte, se asentaron en Bailén, pero no terminaban de entender el porqué de la retirada de los españoles, ya que seguramente habrían podido tomar Bailén. A lo largo de la tarde del día 16, a los generales Dufour, que había sustituido a Gobert, y Liger-Belair les llegaron noticias de un pequeño contingente de dragones que había huido de Linares ante el avance del destacamento del teniente coronel Valdecañas (Sañudo Bayón, 2008: 88).
Asimismo, los lugareños les comentaron que el oficial español poseía más de 7.000 hombres, por lo que podía poner en serio peligro las comunicaciones con Madrid si se disponía a avanzar hasta Sierra Morena. Además, concluyeron que Reding, en realidad, no se había retirado, sino que estaba avanzando hacia Linares con la intención de sumarse a Valdecañas. Ante esta amenaza, los generales franceses deciden abandonar Bailén y dirigirse, ya en el atardecer, a las posiciones de La Carolina, Guarromán y Santa Elena para reforzar los citados enclaves y evitar, con ello, la ruptura de sus comunicaciones con Madrid (De Diego, 2008: 235).
Como se puede comprobar, la desinformación de los mandos franceses era notoria. Tal y como se ha apuntado, el destacamento de Valdecañas no contaba con tantas tropas. Tampoco suponían una seria amenaza debido a la pobreza de su equipamiento. Durante la noche del 16, Dupont recibe las noticias del enfrentamiento en las inmediaciones de Bailén, por lo que ordena a Vedel dirigirse nuevamente al enclave para expulsar a los españoles de Mengíbar, y reforzar con varios batallones las posiciones de La Carolina y Guarromán.
En la mañana del 17 de julio, en efecto, Vedel entra en Bailén, donde es informado por los habitantes de que los oficiales franceses habían partido el día anterior hacia Linares para bloquear el avance de Valdecañas y Reding. Por lo tanto, Vedel consideró que la mejor opción sería la de apoyar a sus compañeros: abandonó Bailén, se dirigió a Guarromán para asegurar las comunicaciones con la capital y envió varios batallones para reforzar a Dufour en Santa Elena.
Al día siguiente por la mañana, Reding y Coupigny, que seguramente conocían de antemano que los franceses habían abandonado el enclave de Bailén, la tomaron sin necesidad de combatir. En total, sumaban más de 17.000 soldados, por lo que Dupont se encontraba ahora en serios aprietos: sus comunicaciones quedaban totalmente cortadas y no le quedaba más remedio que abandonar su posición en Andújar, enfrentarse al Ejército de Andalucía en Bailén para intentar abrir nuevamente sus líneas de comunicación y reunirse con Vedel.
La gloriosa jornada del 19 de julio en Bailén
El mismo día 18, por la tarde, el general Vedel fue consciente de su error. Ya era demasiado tarde: el general Dupont se encontraba completamente rodeado por las fuerzas españolas. Dupont, que había recibido noticias de su exploradores acerca de que un gran número de efectivos españoles ocupaban Bailén, decidió, sobre las ocho de la tarde, movilizar rápidamente a su ejército y abandonar Andújar.
Sin embargo, la marcha era muy lenta debido a que transportaban a más de 1.500 heridos y enfermos, así como cientos de carros en los que se encontraba el botín procedente del saqueo de Córdoba y provisiones. Por si fuera poco y según Chandler, la distancia que en estos momentos separaba al ejército de Dupont de Vedel era de aproximadamente 48 kilómetros (Chandler, 2005: 659).
Por otra parte y debido a un error de los servicios de reconocimiento del Ejército de Andalucía, Castaños no fue consciente de la marcha de Dupont hasta pasada la medianoche. Una inadvertencia que provocó que Castaños no pudiera llegar a la batalla hasta siete horas después de haberse iniciado las hostilidades (Sañudo Bayón, 2008: 94). Reding, por otro lado, había desplegado sus tropas sobre el camino Real de Madrid, emplazando a sus hombres en las elevaciones al este y oeste de Bailén. Aunque es conocedor de que el general Vedel, que cuenta con unos 7.000 soldados, había marchado al este, le inquieta dejar desprotegida su retaguardia.
Por ello, sitúa siete batallones y varios escuadrones de caballería al mando del coronel Juan Naghten, alrededor de 3.500 hombres, en las posiciones de San Cristóbal y en el cerro del Ahorcado. Aunque se ha criticado la insuficiencia de efectivos para hacer frente un posible ataque de Vedel, lo cierto es que Reding no pensaba mantener sus posiciones en el enclave, sino avanzar hasta Andújar y atacar, junto a las divisiones de Castaños, al ejército de Dupont desde dos frentes (Vidal Delgado, 2015: 302).
Así, consideraba que la presión a la que estaría sometido Dupont obligaría al general francés a rendirse. Esta acción, según sus predicciones, no debería prolongarse más de una jornada. Por tanto, esto permitiría acudir rápidamente a Bailén para reforzar a los batallones y repeler una hipotética ofensiva de Vedel por el este.
Como se puede percibir, Reding creía que Dupont permanecía en Andújar, pero la desinformación también era notoria en el lado francés. Dupont siempre había mantenido la certeza de que el grueso de las fuerzas españolas se encontraba al sur de las posiciones de Andújar, más allá del Guadalquivir, y que los efectivos españoles al este no eran más que pequeños destacamentos que no constituían una seria amenaza. En este sentido, lo que encontramos en realidad es que ningún bando esperaba un enfrentamiento a gran escala en las inmediaciones del municipio jiennense (Vidal Delgado, 2015: 304).
A las 03:00 del 19, la vanguardia del ejército francés dirigida por el comandante Teulet cruzó, sin resistencia, el puente del río Rumblar. Un kilómetro al norte de sus posiciones, cerca del cerro de Zumacar Chico, se encuentra con un compañía de Guardias Walonas, que ocupaban el Ventorrillo del Rumblar y posiciones aledañas. Los combates se suceden y la compañía se ve obligada a retirarse, lo que advierte a la vanguardia española dirigida por el brigadier Francisco Venegas que decide bloquear el avance de los franceses en la zona de la Cruz Blanca (Vidal Delgado, 1999: 71).
El general Reding, que estaba perfilando las instrucciones a sus lugartenientes para emprender la marcha hacia Andújar, ordenó el despliegue de forma inmediata y se preparó para la batalla. Concretamente, el ejército español de Reding y Coupigny formaron en dos líneas compuestas de dos alas y un centro en el que se desplegó la mayor parte de las dotaciones de artillería (Vidal Delgado, 1999: 71 y 72).
Con el objetivo de expulsar a los franceses de su posición en el cerro de Cruz Blanca, Reding ordenó un ataque conjunto desde dos direcciones. Venegas se dirigiría desde el norte, mientras que el brigadier Pedro de Grimarest atacaba desde el sur. Los españoles tuvieron éxito y capturaron dos piezas de artillería francesa. No obstante, poco tiempo después, un contraataque francés dirigido por Teulet recuperó la posición, aunque, debido a su inferioridad numérica, finalmente optó por retirarse de forma ordenada hacia las posiciones del Rumblar (Vidal Delgado, 1999: 72).
Dupont, que está al corriente de los enfrentamientos de su subordinados. Todavía no es consciente de que se está enfrentando a más de la mitad del Ejército de Andalucía, por lo que decide mantener las formaciones en columna e intentar abrirse paso con la vanguardia de Teulet y los escuadrones de la 2ª División de Caballería del general Maurice Ignace Fresia. Lo único que tiene en mente es reiniciar la marcha lo antes posible para reunirse con Vedel y alejarse lo máximo posible de Castaños, a quien sigue considerando como la principal amenaza.
Y es que aquí se pone de manifiesto, además, la debatida cuestión sobre número real de efectivos que se enfrentaron la jornada del 19 de julio en Bailén. Sin entrar en demasiados detalles que descoloquen la intención de este artículo, Sañudo Bayón, apoyándose en los datos proporcionados en la documentación del Archivo Histórico Nacional, relata que las divisiones de Reding y Coupigny, sin contar con los batallones desplegados en la retaguardia al mando de Naghten, estaban formadas por 12.947 hombres, 997 caballos y 16 cañones; mientras que las divisiones y las brigadas de las que disponía Dupont incorporaban 10.018 hombres, 3.005 caballos y 23 jinetes.
Respecto a la artillería, si bien era más numerosa la del ejército de Dupont, la española era más potente. Disponía de 8 cañones de 12 libras, 4 cañones de 8 libras y 4 obuses de 7 libras. Frente a ello, los 6 cañones de 8 libras, 14 cañones de 4 libras y 3 obuses de 7 libras con los que contaba el ejército francés (Sañudo Bayón, 2008: 95).
A las 05:30 la brigada de caballería del general Claude Francois Duprès, perteneciente a la 2ª División de Caballería de Fresia, cruza el puente del Rumblar. Estableció combate con el regimiento de Caballería de Línea de Farnesio. Este último fue severamente castigado. Esto le obligó a retirarse, permitiendo a los franceses avanzar hacia la Cruz Blanca y atacar las posiciones de artillería española en el centro. Sin embargo, los regimientos de Infantería de Línea de Ceuta y de la Reina, junto al rehecho regimiento de Farnesio, contraatacaron. De ese modo, salvaron la situación e hicieron replegarse a Duprès, cuyo escuadrón había sufrido bastantes bajas (Vidal Delgado, 1999: 72).
Dupont, entonces, ordenó al general de brigada Théodore Chabert, al mando de tres batallones, que, junto a la brigada de caballería del general de brigada Privé, avanzara sobre la línea del Rumblar. A las 6:30 Dupont despliega 4.500 soldados y 10 piezas de artillería. Lo hace a la espera de las brigadas de los generales suizos Joseph Pannetier y el conde de Schramm, que se habían quedado rezagados escoltando el convoy. Pero se encuentra con la terrible realidad: los españoles disponen de más del doble de efectivos, así como una artillería más potente.
Ante esta situación, Dupont, que al igual que Reding teme por su retaguardia, lanza un ataque con cuatro batallones, flanqueado por caballería y apoyados por artillería, que es desplegada sobre la posición de Cruz Blanca sobre las 07:00. Sin embargo, Reding no permanece inmóvil y ordena a los regimientos de órdenes Militares y de Guardias Walonas ubicados en el flanco derecho avanzar sobre el ala contraria enemiga.
Ante el peligro de desbordar las líneas francesas con el avance español, Dupont ordena a la brigada de caballería de Duprès, que cuenta en ese momento con unos 400 jinetes, que rechace la maniobra española. Aun con bastantes bajas, la caballería francesa obliga a retroceder a los españoles a sus posiciones iniciales (Vidal Delgado, 1999: 73).
Por otro lado, el general Privé, con su brigada de caballería, procedió a atacar el flanco izquierdo español, desbordando las posiciones españolas a través de Portillo de la Dehesa. Coupigny, en ese momento, se vio obligado a intervenir personalmente enviando a varios regimientos correspondientes a las unidades suizas y al de Infantería de Jaén, junto a un batallón de zapadores que se encontraba en la segunda línea.
Esto permitió rechazar el ataque de Privé y recomponer el flanco izquierdo en la primera línea. Al mismo tiempo, el centro español soportaba el ataque del general Chabert: varias dotaciones de artillería española hicieron mella en los batallones franceses.
Inmediatamente después, a 300 metros de las posiciones francesas, los regimientos de Farnesio y Borbón cargan contra los batallones franceses. Estos se vieron obligados a replegarse en desorden. Si el desastre se evitó fue porque Privé acudió desde la izquierda española al centro. Allí pudo detener la carnicería que se cernía sobre la infantería francesa. Tras esto, Privé consigue arrollar a los regimientos españoles y logra alcanzar las baterías españolas. Estas se salvarán, en el último momento, gracias a la rápida intervención de los batallones de Voluntarios de Granada apostados en la segunda línea. Estos, además, harán retroceder a la brigada de caballería de Privé, que había sufrido cuantiosas bajas (Vidal Delgado, 1999: 73).
A las 08:30, era evidente que los sucesivos ataques franceses habían concluido en un rotundo fracaso. Sobre todo, porque no habían conseguido avanzar. Seguían manteniendo las mismas posiciones en las que se habían logrado asentar la madrugada del 19. Sobre las 09:30, las brigadas de los generales Pannetier y Schramm llegan al Rumblar. Tras más de diez horas de marcha, Dupont ordenó a la brigada de Pannetier que se posicionase en el flanco izquierdo y resistiese la embestida del brigadier Venegas. Venegas había recibido instrucciones de Reding de avanzar desde el cerro Valentín y flanquear la izquierda enemiga atravesando el cerro de Zumacar Grande.
La brigada de Pannetier ha de hacer frente a cuatro batallones y tres escuadrones de Venegas, que poco tiempo después toma posiciones en el cerro de Zumacar Chico, poniendo en peligro las líneas francesas. Pannetier intenta neutralizar la amenaza, pero fracasa en su intento de liberar el cerro. Dupont, por tanto, se ve obligado a pedir a la caballería del general Privé que se dirija al flanco izquierdo y cargue sobre las posiciones españolas, que se ven obligadas a retroceder en orden hacia sus bases iniciales (Vidal Delgado, 1999: 74).
A las 10:00, el ejército francés comienza a desmoralizarse. Dupont espera noticias de Vedel, que se encuentra, en estos momentos, en La Carolina, muy alejado del combate. En este sentido, Dupont, que desconoce la posición de su lugarteniente, confía en que este haya logrado escuchar los sonidos de la artillería y acuda pronto en su auxilio, por lo que intenta animar a sus tropas con la noticia de que muy pronto llegarían los refuerzos. Asimismo, ordena a los cuatro batallones de la brigada del general Chabert atacar nuevamente al centro español.
Sin embargo, las baterías españolas consiguen otra vez detener a los franceses, que se ven obligados a replegarse, pero Dupont no se da por vencido y ordena al regimiento montado de Duprès, cuyos efectivos apenas alcanzan los 150 jinetes como consecuencia de las bajas sufridas en los combates previos, que cargue contra la batería central y la neutralice. La brigada de caballería, así, gana a su vez tiempo para que la infantería de Chabert se retire ordenadamente, pero las pérdidas francesas son graves. Más de 100 jinetes, incluyendo al general Duprès, mueren, lo que provoca casi la total aniquilación de la brigada (Vidal Delgado, 1999: 74).
A las 12:00 del mediodía, en un último intento desesperado por romper las líneas españolas, Dupont forma una gran columna con las tropas de élite de su ejército, los Marinos de la Guardia, posicionados en la vanguardia. Dupont y sus generales se ponen a la cabeza del ataque y se lanzan contra el centro del mariscal de campo Reding. Los españoles, lejos de amedrentarse, concentraron toda la potencia de fuego de la artillería sobre las columnas francesas.
Estas se vieron obligadas a frenar el ataque. Además, Dupont fue herido, por lo que, finalmente, ordenó retroceder a la posición inicial, es decir, a la Cruz Blanca. Al mismo tiempo que sucedía el ataque francés al centro de las posiciones españolas, el general Schramm avanzó sobre el cerro de Haza Walona, que estaba defendido por el batallón suizo Reding n.º 3 en el flanco izquierdo.
Los dos regimientos de Schramm, que en su mayoría eran suizos, se niegan atacar a sus compatriotas y deciden pasarse al bando español. Ante esta situación, el general francés no tiene más remedio que retroceder con las pocas unidades francesas que tenía bajo su mando (Vidal Delgado, 1999: 75).
A la 13:00, el destacamento del teniente coronel Cruz Mourgeon aparece en la retaguardia y en el flanco izquierdo de los franceses. Dupont, que en realidad cree que es la vanguardia del ejército de Castaños, decide solicitar a Reding un alto el fuego. Con él, un permiso para que sus tropas pudieran retirarse a través de Bailén. El mariscal de campo accede a la primera demanda. Sin embargo rechazó la segunda petición, ya que corresponde a su comandante en jefe tomar la decisión más adecuada al respecto.
A las 14:00, la vanguardia del general de la Peña, al mando de la división de Reserva del Ejército de Andalucía, atravesaba el Rumblar. Iban dispuestos a atacar la retaguardia enemiga. Dupont, por su parte, ordena que un mensajero se dirija a la posición de la Peña para informarle de que se ha decretado un alto el fuego y le implora que suspenda el ataque. Poco después comenzaron las negociaciones para definir los términos de la capitulación, un proceso que duró varios días.
Respecto al número de bajas de los contendientes, estas, al igual que los efectivos con los que contaban ambos ejércitos durante la batalla, son objeto de debate. Sin ánimo de ser exhaustivo con las cifras, podemos mencionar, por ejemplo, las que describe el coronel Sañudo Bayón basándose en la documentación procedente del Archivo Histórico Nacional. En este sentido, las bajas españolas fueron las siguientes: 192 muertos, 664 heridos y 1013 desaparecidos, es decir, un total de 1869.
En el bando imperial se produjeron 1.800 bajas entre muertos y heridos. El resto de las fuerzas francesas, alrededor de 20.000 efectivos si se suman los de la división del general Vedel y Dufour, fueron tomados como prisioneros de guerra (Sañudo Bayón, 2008: 96).
Pero, ¿qué había ocurrido con el general Vedel? Como se apuntó anteriormente, el general Vedel fue consciente de su error demasiado tarde. El 18 de julio pudo comprobar que, en realidad, el destacamento de Valdepeñas no suponía una amenaza seria y que aún se ubicaba repartido entre los enclaves de Baeza, Úbeda y Linares. El general francés, por ende, podía regresar a Bailén e intentar reunirse con Dupont.
Sin embargo, tras numerosas horas de marchas continuadas, sus tropas necesitaban descansar. No obstante, ese mismo día le llegaron noticias de que Dupont había entablado batalla con Reding en las inmediaciones de Bailén, lo que precipitó a Vedel a preparar la marcha, pero no sin antes solicitar a Dufour que incorporase a su división el mayor número de efectivos que le fuera posible.
Hasta la noche del 18 al 19 de julio, ambos generales no pudieron reunirse en La Carolina, y ya durante la madrugada emprendieron el camino hacia Bailén. A las 12:00 aproximadamente del 19, Vedel contaba con unos 9.000 hombres, momento en el que el combate en Bailén aún se estaba desarrollando. Sin embargo, Vedel decide que sus soldados descansen varias horas antes de reanudar el trayecto.
Cuando comenzó nuevamente la marcha, la batalla de Bailén ya había finalizado. Aproximadamente a las 17:00, Vedel alcanzó las posiciones de los cerros de San Cristóbal y el Ahorcado, donde Reding había situado a más de 3.500 soldados. Los franceses iniciaron las hostilidades, pero un oficial entregó un mensaje a Vedel informándole de que se había acordado un alto el fuego.
Vedel, que no estaba seguro de la veracidad de los datos, prosiguió el ataque a la espera de que se confirmaran las noticias. Poco tiempo después, Dupont le ordenó que frenara el ataque. A partir de aquí, Vedel fue fruto de la incertidumbre y de la duda: ¿debía capitular junto a su comandante en jefe o aprovechar la oportunidad para retirarse hacia Despeñaperros?
Ante el peligro de que Castaños reforzara al destacamento de Valdepeñas en Linares y pusiera, ahora sí, en peligro las comunicaciones con la capital, Vedel decide retirarse hacia Santa Elena, enclave al que llegó el 21 de julio. Sin embargo, mientras se estaban negociando las capitulaciones entre Dupont y Castaños, los españoles lanzan un ultimátum a Dupont por el que si Vedel no retorna con su división, se procedería al fusilamiento sistemático de las fuerzas francesas prisioneras en Bailén.
Dupont, ante tan drástica amenaza, se ve obligado a solicitar a su lugarteniente que regresara a Bailén, bajo la promesa de que serían, al igual que las fuerzas de Dupont, repatriados a Francia (De Diego, 2008: 241). Vedel, tras convencer a sus tropas, emprendió el regreso a Bailén para rendirse junto a su comandante en jefe. Una decisión que, por otro lado, Chandler no ha dudado en catalogar de «cobarde» (Chandler, 2005: 659).
En virtud de las capitulaciones, firmadas el 22 de julio de 1808, se decidió que el ejército francés ─compuesto por los 8.242 soldados de Dupont junto a los 9.393 efectivos de las divisiones de Vedel y Dufour─ sería repatriado a Francia (De Diego, 2008: 241). Se trasladarían hasta los puertos de Rota y Sanlúcar para embarcar, y, posteriormente, ser conducidos hasta el puerto de Rochefort. El ejército español debía escoltar y garantizar la seguridad de los soldados franceses durante el recorrido a los citados puertos.
No obstante, y con todo el pesar de Castaños, la Junta Suprema de Sevilla, ordenó al Ejército de Andalucía que no se repatriara a los prisioneros a excepción de los oficiales (Ruiz García, 2020: 53). Las causas de esta decisión radican en la presión por parte del pueblo español a la Junta, que exigía venganza por el saqueo de Andújar; así como por la injerencia de Inglaterra, que quería evitar que el apresado cuerpo del ejército francés pudiera volver a combatir en un futuro.
El destino de los prisioneros fue traumático. Al principio y ante la escasez de medios para mantener a casi 20.000 soldados franceses, se habilitaron pontones en el puerto de Cádiz para confinar a los soldados. Muchos de ellos, debido a las enfermedades y a los parásitos, fallecieron. Tras la derrota española en Ocaña a finales de noviembre de 1809 y la posterior expansión francesa en Andalucía, los riesgos de que Cádiz pudiera capitular eran cada vez más altos.
Esto suponía que las fuerzas francesas apresadas en el interior podrían convertirse en una seria amenaza. Se decidió trasladarlos, con ayuda de la flota británica, hasta la isla de Cabrera. Allí fueron alojados más de 9.000 soldados. El resto, alrededor de 7.000, fueron enviados a las Islas Canarias.
En el caso concreto de Cabrera, casi tres cuartas partes de los soldados franceses, unos 5.000, morirán por los efectos del cautiverio, la desnutrición y las enfermedades. Solo regresarán a su país unos 4.000. En cambio, tuvieron más suerte aquellos que fueron destinados al archipiélago canario. Una vez firmada la paz de Valençay en 1814, muchos de ellos ni siquiera se plantearán volver a Francia. Durante su cautiverio pudieron contraer matrimonio e, incluso, formaron una familia (Ruiz García, 2020: 55).
Consecuencias de la batalla de Bailén
Si ha habido una decisión que ha sido objeto de amplio debate historiográfico, esta ha sido, sin lugar a duda, la que tomó el general francés. Concretamente la de permanecer en Andújar durante prácticamente un mes. Es posible que Dupont, un oficial veterano que participó en las batallas decisivas de Austerlitz y Jena, no pudiera aceptar el fracaso de la pacificación de la región andaluza. Por este motivo es por lo que seguramente fue presa de una imprudente indecisión. Esta, finalmente, causó la perdición de su ejército y el fracaso total de la campaña francesa (Lafon, 2020: 27).
Sea como fuere, el hecho es que la victoria española en Bailén permitió no solo proseguir con el esfuerzo bélico. También permitió desencadenar muchos de los acontecimientos que se enmarcan en este periodo tan trascendental de la historia de España. En efecto, el historiador Moreno Alonso defiende que sin la victoria española en este enfrentamiento «no se hubieran reunido las Cortes en Cádiz ni hubiera tenido lugar el proceso previo a la convocatoria, que se llevó a cabo en Sevilla» (Moreno Alonso, 2008: 19).
Pero el interés de la batalla no solo radica en los efectos militares y políticos que la victoria española logró fraguar en el territorio peninsular. Radica también en las terribles consecuencias que, desde el punto de vista internacional, suponían para la reputación de invencibilidad que, hasta ese momento, mantenía la Grande Armée.
En este sentido, las potencias beligerantes de las continuas Guerras de Coalición renovaron su esperanza y acudieron nuevamente a las armas (la Quinta Coalición) para intentar contrarrestar la hegemonía que el Imperio francés había establecido en el continente. La importancia de Bailén, por tanto, resulta decisiva. Sobre todo, si se quiere abordar no solo el estudio de la Guerra Peninsular, sino también la evolución de las guerras napoleónicas en el resto de Europa.
En definitiva, la batalla de Bailén provocó que se encendiera aún más la mecha de una guerra que presentaba unas características diferentes de aquellas con las que Napoleón ─que se vio obligado a intervenir personalmente en la Península después de que su hermano, José I, tomara la decisión de abandonar Madrid y replegarse hasta el Ebro ante el avance de Castaños─ hubo de lidiar en otros estados europeos.
Un conflicto en el que las victorias en las batallas no iban a conducir a una paz decisiva como ocurrió tras las victorias francesas en Austerlitz o Friedland, sino al recrudecimiento del conflicto. Y es que, realmente, los enemigos a batir del Imperio francés no fueron solamente las bayonetas, los sables o los cañones de los españoles, sino también el irreductible compromiso patriótico de un pueblo que, al final, logrará, junto a la ayuda angloportuguesa, la expulsión de los ejércitos franceses del territorio peninsular y el retorno de Fernando VII.
Bibliografía
CHANDLER, David: Las campañas de Napoleón. Un emperador en el campo de batalla: de Tolón a Waterloo (1796-1815), La Esfera de los Libros, Madrid, 2005.
De DIEGO, Emilio: «La formación del Ejército de Andalucía», Desperta Ferro: Historia Moderna, 45, Desperta Ferro, (2020), pp. 12-17.
De DIEGO, Emilio: España, el infierno de Napoleón, La Esfera de los Libros, Madrid, 2008.
LAFON, Jean-Marc : «La acción de Mengíbar y el cerco al ejército francés», Desperta Ferro: Historia Moderna, 45, Desperta Ferro, (2020), pp. 26-32.
MORENO ALONSO, Manuel: La batalla de Bailén. El surgimiento de una nación, Sílex, Madrid, 2008.
RUIZ GARCÍA, Vicente: «El destino de los prisioneros. La odisea de los soldados derrotados en Bailén», Desperta Ferro: Historia Moderna, 45, Desperta Ferro, (2020), pp. 52-55.
SAÑUDO BAYÓN, Juan José: «La batalla de Bailén: mitos y errores históricos». En Francisco ACOSTA RAMÍREZ (coord.): Bailén a las puertas del bicentenario: revisión y nuevas aportaciones. Actas de las séptimas jornadas sobre la batalla de Bailén y la España contemporánea, Universidad de Jaén, Jaén, 2008, pp. 71-97.
VIDAL DELGADO, Rafael: «La batalla de Bailén». En la batalla de Bailén. Actas de las primeras jornadas sobre la batalla de Bailén y la España contemporánea, Universidad de Jaén, Jaén, 1999, pp. 27-93.
VIDAL DELGADO, Rafael: Operaciones en torno a Bailén (la caída de los mitos), Foro para la Paz en el Mediterráneo, Málaga, 2015.
Saludos, excelente entrada, estoy encantado con la historia de la batalla de Bailén. Fue el verdadero infierno de Napoleón con las consecuencias, que luego se materializarían en la derrota de Waterloo.
Buenas noches, Juan:
Muchas gracias por tu comentario. Me alegro mucho de que te haya gustado. Sin duda el teatro peninsular fue un gran error estratégico de Napoleón, pero sobre todo pecó de imprudencia ante la falsa creencia de que podía doblegar la extensa y hostil región andaluza con apenas un cuerpo de ejército. A esto, hay que sumar la falta de decisión por parte del general Dupont y la enorme línea de comunicaciones que pretendía cubrir. Esto mismo obligó a un despliegue de tropas desmesurado desde Andújar hasta prácticamente Despeñaperros que impidió la concentración de fuerzas del ejército francés. Por lo tanto, la gran vulnerabilidad del contingente francés era evidente y Castaños supo explotarlo de manera magistral.
En efecto, las consecuencias de Bailén no solo se limitan al escenario español, sino que los demás estados europeos volverán a las armas ante la evidencia de que los ejércitos del Emperador no eran invencibles. Quizá esa arrogancia de Napoleón y ese exceso de confianza jugaron un papel crucial a la hora de medir la magnitud del desastre de Bailén, aunque, como ya sabrás, no tardó mucho en intervenir personalmente para solventar la situación y mantener más o menos bajo control la Península (al menos hasta 1812).
De la batalla de Waterloo, se podría discutir mucho y analizar los múltiples factores militares (desde el pano táctico y estratégico) que ocasionaron la derrota francesa; pero está claro que Napoleón también cometió errores de percepción que tal vez se debieron a ese exceso de confianza en la victoria. Sin embargo, en aquella ocasión, no se adherían los resultados y la evolución de la campaña a la responsabilidad de otras figuras militares del Imperio francés (como en el caso de España), sino en sí mismo.
De nuevo, muchas gracias por tu comentario.
Saludos cordiales,
Rubén.
Excelente post, y muy nutrido de información, definitivamente uno de los mejores que he leído.
Saludos.