Para muchos historiadores, César es el personaje fundamental de la transición de la República al Principado. Gracias a la obra que dejó escrita, y la obra de los que escribieron sobre él, podemos conocer mucho más de su vida que del resto de los personajes de la antigüedad, con permiso de Cicerón. Los Comentarii de Bello Gallico suponen una de las obras clásicas más importantes y difundidas, siendo estudiada a día de hoy. A pesar de que la figura de César haya sido tratada en profundidad durante siglos, el foco suele ponerse a partir del comienzo de sus campañas en la Galia (58 a.e.c.- 50 a.e.c.) y en adelante, prestando menor atención a su vida anterior a este período. Por esto, es posible pasar por alto la vida temprana de César y su ascenso en política, de suma importancia para entender tanto los sucesos que llevarían a la guerra civil que le enfrentó contra Pompeyo y el senado como la propia figura de César.
En el presente artículo trataremos tanto la política temprana como su primer consulado, y discutiremos la actitud de César durante este tiempo. Para llevar a cabo esta tarea dividiré el artículo en partes: primero, su vida entre el nacimiento y el comienzo de su cursus honorum (carrera de magistraturas); segundo, su entrada en la política hasta su pretorado; finalmente, veremos su llegada a la cima del Cursus Honorum y la creación del Primer Triunvirato.
Política temprana (100 – 73 a.e.c)
La fecha del nacimiento de Julio César es aún discutida, siendo la más aceptada comúnmente por los historiadores el 13 de Julio de 100 a.e.c. [1]. César nació y creció en el seno de una familia patricia y, aún más importante, de antepasados consulares, lo que le convertía en parte del selecto grupo de la nobilitas (Gelzer 1968, p. 2 & Syme 2010, pp. 21-23) [2]. A pesar de proceder de una familia tan ilustre como los Julios, que se hacían llamar descendientes de Venus, la familia había caído, hacía tiempo, en la oscuridad política. Los Julios, tal y como nos recuerda Christian Meier, no habían producido cónsules desde el 157 a.e.c., y a partir de entonces sus integrantes habían llegado, como mucho, al rango de pretor (Meier 1996, p. 53). Este hecho hacía que los Julios, a pesar de su alta alcurnia, fuesen políticos de segunda o tercera clase, agravados por el hecho de no poseer una amplia fortuna.
La familia de César, con el objetivo de mejorar su situación político-económica, decidieron unir su suerte a la de un ambicioso y acaudalado homo novus (hombre sin antepasados consulares) llamado Cayo Mario. Este contrajo matrimonio con la tía de César, Julia, unión que tendría una gran importancia en la vida del joven César (Plut. Vida de Mario 6). Mario se convirtió en uno de los romanos más prominentes de su era, ocupando el consulado en 7 ocasiones. Sin embargo, la política romana de principios de siglo I a.e.c. era extremadamente competitiva y violenta, y mantenerse en la cima era sumamente complicado. Tras una década de victorias, Mario comenzó a caer a un segundo plano de la política, solo volviendo al frente durante la Guerra Social contra los italianos (91 a.e.c. – 88 a.e.c.) [3].
No obstante, el intento de Mario de volver al foco de la política romana no fue bien recibido. Además, la situación de la república era complicada. En el este, el rey Mitrídates VI del Ponto había invadido territorio romano, y la perspectiva de una campaña en Asia era extremadamente atractiva. En un comienzo esta campaña le fue confiada a Sila, un patricio de los Cornelios que se había distinguido durante la Guerra Social y había alcanzado el consulado en 88 a.e.c. Mientras este se preparaba para salir de Italia hacia Grecia, Mario se alió con un tribuno populista llamado Sulpicio. Este tribuno armó a sus seguidores y se hizo con el control de Roma por la fuerza, dominando las asambleas y forzando a Sila a huir de Roma. Tras la huida de este último, Sulpicio logró que se votase el traspaso del mando contra Mitrídates de Sila a Mario. Este hecho no sentó nada bien a Sila. Este sabía que si se dejaba vencer su vida política habría acabado. Ante esta situación Sila tomó una decisión sin precedentes: marchó sobre Roma con su ejército. Así comenzó una época de guerras civiles que acabarían con la muerte de Mario y la victoria de Sila (Christ 2006, pp. 67-70 y 85-104).
Tras las guerras civiles que enfrentaron a Mario y Sila, este último logró hacerse con el control absoluto de la ciudad de Roma (82-79 a.e.c.). Durante la dictadura de Sila se llevaron a cabo proscripciones mediante las que el dictador pretendía limpiar la élite romana para hacerla afín a sus objetivos, así como reestructurar la economía de Roma. Estas proscripciones mataron a cientos de senadores y miles de caballeros, algunos por el simple hecho de poseer un amplio patrimonio [4].
Dentro de la limpia de enemigos políticos entraban aquellos asociados a Mario, entre los cuales estaban César y su familia. Por aquel entonces César contaba con unos 18-20 años, y estaba casado con Cornelia, hija de uno de los aliados de Mario. Debido a la corta edad de César, este no presentaba un peligro para el dictador, por lo que Sila se contentó con exigir el divorcio de los jóvenes. No obstante, César se negó rotundamente y huyó para evitar represalias. Ante la negativa del joven de los Julios, Sila puso precio a su cabeza y César se vio obligado a esconderse de los seguidores del dictador e incluso tuvo que sobornar a algunos para que no le entregaran cuando fue descubierto (Plut. Vida de César 2.1-8).
Finalmente, los familiares de César que tenían buena relación con el dictador lograron convencerle, tras muchos intentos, de que retirase la recompensa. Una vez hubo cedido, Sila profetizó: “Regocíjense, más sepan que llegará un día en que ése, que tan caro les es, destruirá el partido de los nobles, que todos juntos hemos protegido; porque en César hay muchos Marios” (Suet. César 2.3-4).
A pesar de haber sido perdonado por Sila, César no se arriesgó a volver a la ciudad, por lo que, sin demorarse un segundo, marchó al este para ponerse al servicio del propretor de Asia. Una vez allí mostró su gran capacidad militar y su valentía al ser galardonado con la corona cívica (Suet. César 2.5), un reconocimiento que suponía un honor incalculable para alguien tan joven. Al portador de este galardón se le reconocían ciertos privilegios, entre los que destaca el hecho de que los presentes a cualquier evento (incluso los senadores) debían levantarse al entrar este, como señal de respeto (Freeman 2009, p. 44).
En Asia, César recibió la noticia de la muerte de Sila. Acto seguido, volvió a Roma, donde un antiguo seguidor de Sila trató de reclutar al joven César para dar un golpe de estado, a lo que César se negó por no considerarlo favorable (Suet. César 3). Una vez el insurrecto fue vencido, César comenzó una carrera en los tribunales, mostrando una gran habilidad oratoria. Tras perder el caso en el que había acusado a un viejo excónsul, César decidió marchar a Rodas a entrenar en oratoria. No obstante, su viaje se vio interrumpido por unos piratas cilicios que abordaron su barco y secuestraron al joven político (Suet. César 4).
Los piratas exigieron un rescate de 20 talentos de plata por él, y fue enorme la sorpresa de estos cuando César se mostró indignado ante tan bajo precio y exigió que subiesen el rescate a 50 talentos de plata. Además, cuentan las fuentes que, mientras estuvo secuestrado, César trató a los piratas con condescendencia, mandándolos callar cuando quería dormir o llamándoles ignorantes cuando no apreciaban su poesía. Finalmente, cuando fue liberado, reclutó una flota y capturó a los piratas, crucificándoles como castigo y recuperando el dinero de su rescate (Plut. Vida de César 2).
Una vez se hubo hecho cargo de los piratas, César volvió a encaminarse a Rodas para continuar con sus estudios. Sin embargo, Mitrídates VI entró en guerra con Roma una vez más, y César abandonó Rodas para participar en el conflicto. Fue en esta campaña en la que César mostraría, por vez primera, su gran capacidad de mando. Viendo que el gobernador del territorio romano bajo amenaza no respondía con presteza ante la invasión, César reclutó a las milicias locales y se enfrentó a las avanzadillas del ejército de Mitrídates, haciendo que retrocediesen (Suet. César 4.7).
En el último siglo a.e.c., la competencia en política era, en palabras de Sir Ronald Syme, “fiera e incesante” (Syme 2010, p. 24). Este hecho hacía que los hombres ambiciosos buscasen destacar entre el resto de la élite senatorial de alguna manera o de otra. César, mediante su desobediencia a Sila se había desligado de su régimen y se había postulado como heredero del legado de Mario, quien había sido un héroe del pueblo romano.
Además, con la aventura con los piratas, así como ganando la corona cívica, logró labrarse la reputación de hombre valiente y marcial, dos valores que el pueblo romano veía con agrado. Y, como guinda a esta reputación, logró repeler una parte del ejército de Mitrídates, lo que aumentaba su reputación como militar, creando nuevos paralelismos con Mario. De este modo, antes de entrar en política, César ya era un joven conocido para los votantes, que había demostrado su capacidad en el campo de batalla, que había mostrado valentía y, aún más importante, que se había postulado como heredero político de Cayo Mario al enfrentarse a el que fuera su enemigo. Así, César estaba preparado para comenzar con su Cursus Honorum.
El ascenso de César (73 – 62 a.e.c)
A los veintisiete años, César recibió la noticia de que había ingresado en el colegio de los pontífices por votación interna para suplir a un familiar de su madre, recientemente fallecido. Esta elección suponía un gran honor, pues el colegio de pontífices era una de las instituciones religiosas más importantes de Roma y, lo que es más importante, pertenecer a esta institución no suponía ninguna tara para la carrera política o militar (Freeman 2009, p. 51). Al conocer de su elección, César marchó rápidamente en dirección a Italia, con el objetivo de embarcarse en el Cursus Honorum, aprovechando la buena reputación de la que gozaba ahora.
A su llegada a Roma, César se presentó a las elecciones de tribuno militar. Esta magistratura era un preámbulo a la carrera política de cualquier joven romano. Para poder comenzar el Cursus Honorum era necesario haber cumplido 10 años de servicio militar en el ejército romano (Poma 2009, pp. 83-84). Además, la elección a tribuno militar servía para tantear el terreno electoral con vistas hacia la futura carrera política. El tribunado militar de César es poco conocido; Goldsworthy defiende la tesis de que, al no tener información de que César fuese destinado a ninguna provincia, podemos deducir que sirvió en la misma Italia contra el ejército de Espartaco en la Tercera Guerra Servil (73 – 71 a.e.c.). De este modo, es posible que fuese en esta campaña durante la cual César entablase relación con Marco Licinio Craso, quien comandaba el ejército (Goldsworthy 2007, pp. 109-110).
Craso había sido uno de los lugartenientes de Sila durante la guerra que le enfrentó a los partidarios de Cinna y Mario. Gracias al reinado de Sila, Craso recuperó la fortuna familiar arrebatada por los partidarios de Mario y pronto se convirtió en uno de los hombres más ricos de Roma, aunque a través de medios cuestionables (Goldsworthy 2007, p. 110). En los 70, su carrera política estaba en pleno ascenso, había sido elegido pretor en el 73 a.e.c. y nombrado por el senado para hacer frente a la amenaza de Espartaco en el 72 a.e.c., después de que los sublevados hubiesen derrotado a varios ejércitos romanos. Craso logró vencer a Espartaco en el 71 a.e.c., tras lo cual crucificó a una gran cantidad de supervivientes a lo largo de la vía Apia, como castigo y para disuadir otras posibles revueltas (Goldsworthy 2007, p. 111).
A pesar de la fama, dinero y poder que estaba acumulando Craso, cuando llegó el año 71 a.e.c., el increíblemente rico aristócrata no podía afirmar de sí mismo que era el primer hombre de la ciudad. Ese honor le pertenecía a Cneo Pompeyo, llamado Magnus (Watts 2018, p. 159). Pompeyo suponía un caso sumamente particular en la política romana. Su familia pertenecía a las familias con antepasados consulares (nobilitas) pero desde hacía muy poco tiempo. Tras la muerte repentina de su padre durante las guerras civiles, un muy joven Pompeyo se escondió en su tierra natal del Piceno. No obstante, a la corta de edad de 23 años reclutó tres legiones por cuenta propia para apoyar los intereses de Sila – quien acababa de desembarcar en Italia – y los suyos propios (Syme 2010, pp. 43-44).
Con este apoyo al dictador logró posicionarse para el futuro, llevando a cabo varias campañas a favor de Sila y logrando que este le concediese un triunfo. Tras la muerte de Sila, Pompeyo fue enviado a Hispania con el objetivo de derrotar a Sertorio, el último de los enemigos del dictador. Tras varios años de difícil campaña, Pompeyo logró la victoria, con lo que se aseguraba una enorme popularidad. Volvió a Italia en el 71 a.e.c., a tiempo para acabar con los pocos esclavos que quedaban de la revuelta de Espartaco y así colgarse la medalla de haber sido el que acabó con la revuelta. Este apropiamiento del mérito hizo que la relación entre él y Craso se tornara en una terrible enemistad. No obstante, Pompeyo era, indiscutiblemente y a su cortísima edad de 35 años, el primer hombre de Roma (Plut. Vida de Pompeyo 17-21).
Pompeyo y Craso fueron, ambos dos, elegidos para el consulado de 70 a.e.c. Durante este tiempo desmontaron la constitución Silana, colaborando en muchas de las medidas que se tomaron a tal efecto. Sin embargo, la enemistad que sentían el uno hacia el otro no tardaría en mostrarse, y pronto ambos comenzaron a pelear y a bloquearse uno a otro. Las consecuencias de este bloqueo fueron que ambos hombres terminaron su consulado insatisfechos por las medidas que había prometido llevar a cabo y que no habían podido aprobar (Watts 2018, p. 166-167).
Durante todo este tiempo, César había sido un personaje menor en el teatro de la política. Había desempeñado su término como tribuno militar y ahora se presentaba a la primera magistratura oficial del Cursus Honorum, la de cuestor. Los cuestores eran los encargados de administrar el tesoro de Roma o de las provincias, donde servían como lugarteniente del gobernador (Lintott 1999, p. 133) [5]. A César le fue encomendada la misión de servir, durante el 69 a.e.c., bajo el mando del propretor de una provincia en Hispania. Es aquí donde se cuenta que lloró frente a una estatua de Alejandro Magno, lamentando no haber logrado nada digno de su edad (Suet. César 7.10-12).
Sin embargo, antes de marchar a Hispania César sufrió dos terribles pérdidas. Murió primero Julia, la tía de César y viuda de Mario, y más tarde la mujer de César, Cornelia. César celebró funerales públicos para ambas damas romanas, y aprovechó la ocasión para reivindicar, una vez más, el legado de Mario. En aquella época, la vieja aristocracia Silana estaba debilitada, pero aun gobernaban los antiguos aliados de Sila. Por este motivo, no estaba permitido mostrar públicamente imágenes de Mario o sus aliados, como Cinna. César, haciendo oídos sordos, sacó a pasear las máscaras funerarias de Mario y su familia, así como las de Cinna (padre de su difunta mujer), provocando así a la facción Silana del senado (Plut. Vida de César 5.1-6). No obstante, en una muestra más de la enorme complejidad de la política romana, apenas hubo vuelto de Hispania, César contrajo matrimonio con una mujer llamada Pompeya, nieta de Sila (Plut. Vida de César 5.7 ; Suet. César 6.9).
Tras su servicio como cuestor en Hispania, César volvió a Roma en 68 a.e.c., dispuesto a continuar con su carrera política. Tras la cuestura, era común que los políticos populares, como lo era César, optasen al cargo de Tribuno de la Plebe. Esta magistratura, no obstante, estaba reservada para hombres de familia plebeya, y César era un patricio. Debido a esto, César buscó otra forma de congraciarse con el pueblo de Roma y aumentar su popularidad, poniendo la vista en las futuras elecciones a las magistraturas mayores (pretor y cónsul). La otra opción que tenía César – aun demasiado joven para presentarse a las elecciones a pretor – fue la de postularse candidato a edil curul. Los ediles eran los encargados de la administración de la ciudad de Roma, como si de un alcalde moderno se tratase, o un concejal. No obstante, la responsabilidad más importante de los ediles, por sus consecuencias para con el pueblo, era la organización de juegos y espectáculos (Lintott 1999, pp. 129-131) [6].
Dada la inclinación de César hacia la búsqueda del apoyo popular, la elección a edil curul fue una de fácil explicación. Ejerció como tal durante el 65 a.e.c. junto a un hombre llamado Marco Calpurnio Bíbulo, con el que compartiría la senda de los honores durante el resto de su vida. Bíbulo era un componente de la facción conservadora del senado, con estrechos lazos con hombres de familias pro-silanas. César eclipsó de forma absoluta a Bíbulo durante el año de edil, sumiéndose en colosales deudas para pagar los juegos. El eclipse ante la plebe fue tal, que Bíbulo llegó a comparar su caso con el de Cástor y Pólux. El templo de ambos era comúnmente conocido como el Templo de Cástor para ahorrar tiempo y saliva y, del mismo modo, su año de edil era únicamente el año de César (Canfora 2014, p. 24).
Cuenta Suetonio que, durante su año como edil, César conspiró junto con Craso para hacerse con el poder de forma sangrienta:
“En efecto, poco antes de tomar posesión de la edilidad, conspiró, según se dice, con M. Craso, varón consular […] para que al comienzo del año atacasen al Senado, diesen muerte a parte de los senadores y concediesen la dictadura a Craso, que nombraría a César jefe de la caballería” (Suetonio, César 9)
No obstante, la conspiración no se llevó a cabo. Philip Freeman descarta la posibilidad de que César formase parte de esta conspiración si es que llegó a existir (Freeman 2009, p. 72), lo cual tiene bastante sentido. César había seguido, hasta el momento, una carrera política perfectamente común. Es muy posible que esta historia fuese inventada más tarde, años después de la muerte de César y echando la vista atrás, viendo la guerra civil que surgiría 16 años más tarde.
Lo que sí que intentaron César y Craso fue hacerse con un mando extraordinario en Egipto, donde el pueblo había expulsado al rey aliado de Roma. Con este mando podrían lograr prestigio, honor y grandes cantidades de dinero. Sin embargo, su plan se vio frustrado por los esfuerzos de los conservadores del senado, que no veían con buenos ojos a César ni a Craso y que ya habían tenido que ceder con los mandos extraordinarios de Pompeyo [7]. Ante esta negativa, César se encargó de castigar a quienes habían recibido dinero público durante las proscripciones (Suet. César 11).
Al llegar el año 64 a.e.c., César se había postulado como una de las mayores promesas de la política romana, aunque aun le quedaba mucho por recorrer y muchas pruebas por superar. Al mismo tiempo, Pompeyo se encontraba en Asia batallando contra Mitrídates VI, mientras que Cicerón comenzaba a preparar su campaña para su consulado. Entre estos grandes nombres, comenzaba a surgir uno que sería de los más importantes en un futuro no muy lejano: Marco Porcio Catón. Catón había sido elegido cuestor para el año 64, siendo 5 años menor que César, y ya se presentaba como uno de los líderes de la facción conservadora, siempre enemiga de César y sus aliados (Freeman 2009, pp. 74-75).
Tras un año de relativa tranquilidad, llegó el 63 a.e.c. Este fue, como os conté en un artículo anterior, el año del consulado de Cicerón, pero para la vida de César fue también un año muy importante. En el ámbito familiar, se produjo el nacimiento de su sobrino-nieto, Octavio, el futuro Augusto. Fuera de este ámbito, por otra parte, César actúo como uno de los protagonistas de la política romana. Nada más comenzar el año, César se posicionó a favor de una reforma agraria para repartir tierras a los pobres, ley de la que, muy posiblemente, fuese artífice. Esta ley no salió adelante (Meier 1996, p. 156). Poco después, un aliado de César, bajo sus órdenes, llevó a juicio a un anciano senador por el asesinato sin juicio de otro romano. Este juicio fue suspendido mediante una estratagema religiosa, pero sirvió como aviso a los pro-silanos (Meier 1996, p. 157) [8]
A continuación, se produjo un suceso del que se han hecho eco los libros de historia. El Pontifex Maximus (Pontífice Máximo) había muerto. Este era el cargo religioso de mayor importancia en Roma, se encargaba de liderar al colegio de los pontífices – del que César formaba parte – y era un cargo de gran honor que solía recaer en uno de los más ancianos pontífices. Otrora, el Pontifex Maximus era elegido por votación dentro del mismo colegio; no obstante, en un esfuerzo populista, se había pasado esta prerrogativa al pueblo romano. Aun si la elección como Pontifex Maximus era popular, este cargo solía ser otorgado a un senador ya consagrado, un ex-cónsul. A la elección se presentaron dos senadores de renombre, Publio Servilio Vatia Isáurico y Quinto Lutacio Catulo. César, que solo había sido edil, decidió presentarse al cargo, asumiendo elevadas deudas para realizar regalos a los votantes. Ante la posibilidad de que César lograse vencer, Catulo mandó recado a César, tratando de convencerle de que desistiese y ofreciéndole una suma de dinero, sabedor de los apuros económicos del joven político. Lejos de abandonar, César redobló sus esfuerzos y se endeudó aun más, dispuesto a luchar hasta el final. Cuando el día de las elecciones llegó, César se despidió de su madre diciéndole que volvería a casa como Pontifex Maximus o no volvería. Contra todo pronóstico, César fue elegido (Plut. Vida de César 7 ; Canfora 2014, pp. 27-29 ; Meier 1996, pp. 160-161).
La victoria de César supuso un gran impulso para su vida política. Poco después de su elección como Pontifex Maximus, a mediados de 63 a.e.c. se presentó y fue elegido pretor para el año 62 a.e.c. Con esta elección, César lograba su primera magistratura mayor, y podría gobernar una provincia tras su término, lo que le brindaría la oportunidad de obtener gloria militar y de enriquecerse, así como pagar sus monumentales deudas. Pero antes de adelantarnos a su año de pretorado, un último momento clave sucedió a finales de año del consulado de Cicerón. Como ya conté en el artículo sobre la Conjuración de Catilina, Cicerón había tenido que hacer frente a una revolución liderada por un senador empobrecido, Catilina. No me detendré a explicar los eventos de esta conspiración en detalle, pues está ya explicado, pero las acciones de César durante este tiempo son dignas de estudio.
Tras largo tiempo de acusaciones y de tensión en Roma, Catilina huyó ante las pruebas que se presentaron ante él y se reunió con el ejército que pretendía tomar Roma. En la ciudad quedaron algunos de sus aliados, aun por descubrir. Estos seguidores de Catilina se pusieron en contacto con una tribu de galos para unir sus fuerzas contra Roma. Los galos, que en un principio habían visto con buenos ojos la idea, se echaron atrás y revelaron toda la información a Cicerón. Con esta información, el cónsul logró atrapar a los culpables y mandó reunirse al senado para debatir qué hacer con ellos. Cicerón, que había sido investido con poderes extraordinarios bajo el Senatus Consultum Ultimum [9] podía tomar medidas extremas, pero por precaución prefirió darle la decisión al senado, no sin antes apostillar que su opinión era que debían ser ejecutados. Los consulares que hablaron a continuación apoyaron la propuesta de Cicerón, pero cuando llegó el turno de los pretores y pretores electos, César se levantó a hablar. Con un discurso elocuente y sagaz, pudo convencer a la cámara de que cambiase de parecer y se decidiese por encerrar a los acusados hasta poder garantizar un juicio justo (Everitt 2003, pp. 108-109) [10].
Cuando parecía que la situación estaba decidida, le llegó el turno a Catón. Catón sospechaba que César estaba involucrado en la conspiración, y no iba a permitir que los conjurados se salvasen. Por ello, se levantó y con un imponente discurso exacerbó a los senadores, acusándoles de pusilánimes y convenciéndoles para que volviesen a apoyar la pena de muerte. Fue un hecho increíble que un senador tan joven y de tan bajo rango fuese capaz de convencer a la cámara, pero la moción de Catón se aprobó (Salustio, La Conjuración de Catilina, LII-LV). César había tratado de evitar la ejecución sin juicio de ciudadanos romanos, pues él mismo había sido el ideólogo tras una acusación por el mismo delito unos meses antes. No obstante, César no fue capaz de convencer a sus compatriotas, y los conspiradores fueron ejecutados (Odahl 2010, pp. 65-66).
Otra interpretación, más crítica hacia la figura de César podría hacerse, siendo esta que creyésemos que él mismo hubiese sido parte de, o al menos hubiese simpatizado con, la conspiración, y que por tanto quería salvar a sus compañeros. No obstante, no parece probable que César, recién elegido pretor y Pontifex Maximus, amigo y aliado de Craso (que había dado la espalda a Catilina) y hábil político, estuviese dispuesto a arriesgarse y apoyar a Catilina y su desesperado intento por hacerse con el poder.
El 1 de enero de 62 a.e.c. César tomó posesión de su cargo de pretor. Los pretores eran los encargados de administrar la justicia y actuar de jueces en los tribunales de Roma, así como de servir como ayudantes de los cónsules [11]. En el primer día de su año, cargó contra Catulo – el hombre quien le había tratado de sobornar para que se retirase de la carrera de Pontifex Maximus – por no haber terminado la reconstrucción del templo de Júpiter en el Capitolio. Había tenido muchos años para hacerlo, pero no había llevado a cabo dicha empresa y César llegó a insinuar que se estaba embolsando el dinero destinado a la reconstrucción. Como alternativa, propuso que se le encomendase la tarea a Pompeyo a su regreso de Asia. Catulo y el resto de los senadores se dirigieron a la asamblea y César, viendo que iban a usar violencia para disolverla, decidió desistir, habiendo dejado claras sus intenciones (Suet. César 15 ; Freeman 2009, pp. 89-90).
Más tarde ese mismo año, César se alió con un tribuno de la plebe, Metelo Nepos, que había sido comprado por Pompeyo. El objetivo de la pareja era darle el mando de la campaña contra el ejército de Catilina – que aun seguía en pie de guerra en Italia – al general picentino. Con tal objetivo en mente, se dirigieron a la asamblea arropados por sus seguidores, matones y gladiadores para protegerse a ellos mismos y a su propuesta. Los dos senadores contaban con la oposición de los conservadores, pero no contaban con la bravura de Catón. Catón, también tribuno de la plebe, subió a la plataforma de los oradores y vetó la propuesta. Nepos trató de ignorar el veto y siguió recitando la propuesta de memoria, lo que generó una reyerta. Los matones y gladiadores entraron en la refriega y todos, menos Catón, huyeron despavoridos. Viendo la situación, Nepos huyó de Roma para reunirse con Pompeyo, que se dirigía de vuelta a la ciudad. A su vez, el senado aprobó el estado de emergencia para sofocar las revueltas. César, viendo que se había excedido, despidió a sus lictores y se despojó de la toga, renunciando a su puesto y yéndose a casa. La multitud, aun soliviantada, se presentó en la puerta de la casa de César, pidiéndole que los liderase contra el senado y que se hiciese con el control del gobierno. En vez de hacer eso, César dispersó a la multitud. Viendo esto, el senado pidió a César que se presentase ante ellos al día siguiente y le alabaron por su prudencia, restituyéndole en el cargo (Suet. César 16 ; Freeman 2009, pp. 91-92). La habilidad política que mostró César al transformar una situación que debería haber supuesto su caída en una victoria política es uno de los mejores ejemplos de los que disponemos para entender la verdadera capacidad del entonces pretor. Era capaz de convertir un fallo suyo en victoria, haciéndose aun más popular después de haber provocado disturbios.
Tras esta reconciliación con el senado, César se limitó a pasar el resto de su pretorado de forma tranquila. No obstante, un escándalo religioso le afectaría directamente ese mismo año. Publio Clodio Pulcher era un joven aristócrata populista de actitudes escandalosas. Este era un aliado lejano de César y Pompeyo, por ser parte de la facción popular del senado. No obstante, en la fiesta de la Bona Dea – festividad estrictamente femenina – que se celebraba en casa de César (como Pontifex Maximus), Clodio se coló vestido de mujer con el objetivo de seducir a la mujer del pretor. El escándalo que esto suscitó cuando fue descubierto fue de dimensiones titánicas. Clodio fue imputado por delitos de carácter religioso y la mayor parte del senado apoyó a la acusación. No obstante, Clodio logró ser absuelto gracias a colosales sobornos y al apoyo del pueblo, que infundió miedo en el tribunal. El propio César se negó a testificar contra Clodio y se divorció de su mujer con suma celeridad, aduciendo que su mujer no debería ser siquiera objeto de sospecha (Plut. Vida de César 10 ; Goldsworthy 2007, pp. 192-196). Poco después terminaba el pretorado de Julio César.
La llegada a la cima (61 – 59 a.e.c)
A los pretores y los cónsules se les daba el mando de alguna provincia del territorio romano para gobernar tras su año. Este reparto se hacía al azar – aunque muchas veces estaba amañado para lograr provincias más favorables –, y a César le tocó por suertes la Hispania Ulterior, la misma provincia en la que había servido de cuestor en 69 a.e.c. Cuando se preparaba para partir, sus acreedores le impidieron la salida, posiblemente preocupados tras su destitución como pretor el año anterior. No obstante, César apeló a Craso y este actúo de aval, lo que calmó significativamente a los acreedores (Plut. Vida de César 11.1-2 ; Goldsworthy 2007, p. 196). Una famosa anécdota que encontramos en Plutarco dice que César, mientras cruzaba los Alpes, vio un pequeño poblado y dijo “Más querría yo ser el primero entre éstos que el segundo entre los romanos” (Plut. Vida de César 11.4). Esto es un claro ejemplo de la visión que tenía César de si mismo; pretendía ser el primer hombre de Roma, y no se dejaría eclipsar.
A su llegada a Hispania, César se dio cuenta del estado en el que estaba la provincia, que aun sufría las consecuencias de la guerra de Sertorio. Irónicamente, el primer problema al que se tuvo que enfrentar cuando llegó fue el de las deudas generalizadas en el territorio. Para solventar este problema hizo que los deudores pagasen dos tercios de sus ingresos a sus acreedores (Goldsworthy 2007, pp. 196-197). Poco después, César decidió concentrarse en la guerra. La conquista de territorios y el saqueo eran medios comúnmente utilizados por los gobernadores para alcanzar gloria y obtener riquezas. Estos actos eran, normalmente, consentidos por los senadores, que hacían la vista gorda ante la extorsión y la guerra ilegal mientras no se excediesen. El mismo César había procesado a algunos senadores por sus extralimitaciones en las provincias, pero ahora necesitaba la guerra y el pillaje para pagar sus deudas y enriquecerse si quería optar al consulado (Gelzer 1968, p. 61).
Las campañas de César contra los lusitanos fueron provechosas. El gobernador reclutó nuevas legiones y marchó contra los hispanos que no se decidían a rendirse a los romanos. Evitando emboscadas y trampas, logró vencerles en batalla e intimidarles hasta la rendición. Tras esta victoria, los soldados de César le proclamaron Imperator. Todos los generales romanos eran llamados Imperator, pero la aclamación por parte de las tropas era un enorme honor que daba derecho a un triunfo (Meier 1996, p. 182). El triunfo era un desfile militar por la ciudad de Roma en el que se celebraba la victoria de un general y sus tropas sobre un enemigo (Beard 2012, p. 7). Este honor era el mayor al que un general podía aspirar, por el que sería recordado eternamente. En este desfile se mostraban las riquezas obtenidas, los esclavos atrapados y los reyes vencidos. Todo mientras el general victorioso era expuesto como una suerte de dios en la tierra, aunque fuera solo durante ese día. A César, este honor le suponía la mejor forma posible de hacer campaña en Roma antes de presentarse al consulado. [12]
El episodio de César y la petición del triunfo es otro en los que César sorprende tanto a sus coetáneos como a los historiadores. Con la vista puesta en las elecciones a cónsul, así como la celebración de su triunfo, César volvió a Italia antes de tiempo. A su llegada a Roma, espero a las afueras del límite sagrado de la ciudad – el Pomerium –, puesto que no podía cruzarlo mientras estuviese al frente de su ejército. Ningún general romano podía entrar en Roma, a excepción del general triunfante.
Entrar a la cabeza de un ejército suponía un sacrilegio penado con la muerte, por lo que César tenía que esperar en el Campo de Marte a que el senado decidiese la fecha del triunfo. El problema radicaba en que mientras que no podía entrar hasta celebrar su triunfo, para presentarse a cónsul era necesario estar dentro de Roma. Sus enemigos vieron en esta situación la oportunidad perfecta para infligir una derrota política sobre César (Plut. Vida de César 13.1-2).
Catón, uno de los más firmes opositores de César, usó la táctica de hablar hasta que se cerrase la sesión (no había límite de tiempo para el orador) con el objetivo de que no se pudiese votar el triunfo de César. De este modo pretendía privarle del honor de presentarse al consulado en el año que le correspondía [13]. Viendo esta estratagema, César trató de conseguir una exención a la norma que le obligaba a presentarse físicamente en Roma para optar al consulado. No obstante, el senado no estaba dispuesto a escuchar. De este modo, haciendo lo absolutamente impensable – y no puedo dar suficiente énfasis a la importancia de este acto – César renunció a su triunfo y entró en Roma como ciudadano privado, presentando su candidatura enseguida (Plut. Vida de César 13.2 ; Suet. César 18.17 ; Meier 1996, p. 183).
Las elecciones a cónsul eran un asunto sumamente complejo, rodeadas de alianzas secretas, apoyos clandestinos, sobornos y extorsiones. César era increíblemente popular entre el pueblo, pero eso podía no ser suficiente si sus rivales eran capaces de hacer una campaña lo suficientemente eficiente. Podemos ofrecer el símil de Catilina que, a pesar de su popularidad, perdió varias elecciones, lo que le llevó a la bancarrota y la rebelión. César no era un Catilina, y no iba a dejar que le venciesen.
Para las elecciones, César se unió con Lucceio, un senador rico pero poco carismático, al que sería fácil controlar y que se encargaría de los sobornos (Suet. César 19). Cuando llegó el día de las elecciones, César salió elegido en primer puesto, pero el segundo puesto no fue para Lucceio, sino para Bíbulo, el archiconservador pariente de Catón y el que fuera su compañero en el año de edil de César (Goldsworthy 2007, p. 215). Esto suponía un golpe para César, pues tendría enfrente a un cónsul enemigo, apoyado por la facción que lideraba Catón y que estaba dispuesta a cualquier cosa para frenar sus pretensiones.
El primer golpe contra César lo dieron pronto. Antes incluso de las elecciones – celebradas a mediados de 60 a.e.c. – se decidían las provincias a las que irían destinados los cónsules y pretores electos tras su año en el cargo. Con el objetivo de hundir la carrera de César, puesto que sabían que saldría elegido, los conservadores lograron sacar adelante una moción por la que los cónsules de 59 a.e.c. no gobernarían una provincia tras su consulado, sino que se encargarían de supervisar los bosques y pastos de Italia. Esto era un terrible golpe para César, que se veía impotente… por ahora (Freeman 2009, p. 100).
Pompeyo había vuelto de Asia un héroe conquistador. En septiembre de 61 a.e.c. había celebrado un triunfo que sería recordado como uno de los más vistosos de la historia de Roma (Plut. Vida de Pompeyo 45). Tras este triunfo, Pompeyo se había propuesto, como era costumbre en la época, asentar a sus veteranos de las campañas en tierras italianas. No obstante, el senado temía que tener tal cantidad de veteranos asentados cerca de Roma diese un poder sin control a Pompeyo, por lo que dedicaron todas sus fuerzas para impedir tal medida (Goldsworthy 2007, p. 207). Pompeyo se encontraba con que no conseguía las tierras que había prometido a sus veteranos, un hecho que disminuía su dignitas ante los soldados y que suponía un atentado contra su honor.
Al mismo tiempo, surgió un enorme problema con los publicani de Asia. Los publicani eran los encargados de recolectar los impuestos en las provincias en nombre del senado. Con este objetivo, pujaban entre ellas por obtener el mando de la colección de impuestos apostando por una cantidad que creían podían obtener. A continuación, los publicani exprimían todo lo que podían de las provincias para recaudar el dinero prometido al senado más ganancias para su propio bolsillo, lo que daba lugar a terribles extorsiones [14]. Los publicani de Asia se encontraban en un aprieto tremendo. Debido a las guerras de Pompeyo en la zona, no habían logrado llegar a la suma prometida al senado. Craso tenía aliados entre los publicani más importantes y, muy posiblemente, era accionista de varias compañías. Por este motivo, trabajó para conseguir que se bajase la deuda de dichos publicani, pero se encontró con la firme oposición de Catón y sus aliados, que criticó la avaricia de los colectores de impuestos (Goldsworthy 2007, p. 208).
Con esta oposición a César, Pompeyo y Craso, Catón había logrado alienar a tres de los políticos más importantes del momento. Ambos tres necesitaban controlar al senado para sus objetivos, fuesen los que fuesen, y veían cómo solos no podían vencer. César fue el primero en darse cuenta y, haciendo gala una vez más de sus increíbles capacidades políticas y diplomáticas, logró acercar a los otrora archienemigos. César les expuso su plan: él, como cónsul, se comprometía a asentar a los veteranos de Pompeyo y a solventar la situación de los publicani. A cambio, Pompeyo y Craso apoyarían el resto de la legislación de César y de este modo podrían imponerse al senado (Plut. 13.4-14.1 ; Meier 1996, pp. 188-189). Así nacía el Primer Triunvirato [15].
El 1 de enero de 59 a.e.c. los cónsules tomaron posesión del cargo, César estaba decidido a actuar rápida y contundentemente. Apenas unos días después de haber comenzado su año, César propuso una ley agraria. Con esta, el cónsul pretendía comprar parcelas de tierra a algunos campesinos para repartirlas entre los más desfavorecidos en Roma. La compra se realizaría con el dinero del botín de Pompeyo en Asia, y los beneficiarios de esta ley serían, en gran parte, sus veteranos. De esta forma, César pagaba a Pompeyo su apoyo además de llevar acabo una ley que era la ambición de la mayoría de los políticos populares. César abrió el debate en la cámara y con el apoyo de Craso, Pompeyo y otros senadores parecía que la ley saldría adelante. Luego llegó el turno de Catón.
Catón no estaba dispuesto a permitir que los veteranos de Pompeyo se asentasen por Italia, puesto que esto le daría una influencia colosal en las elecciones, así que decidió usar la misma estratagema que le sirvió para privar a César de su triunfo: hablar. Habló durante tanto tiempo que la sesión se iba a acabar sin poder votar la moción, lo que enfureció sobremanera a César que no fue capaz de controlar su rabia y mando arrestar a Catón. Esta acción no gustó nada al resto del senado, por lo que César tuvo que retractarse. Parecía que Catón había vencido (Meier 1996, pp. 207-208).
Pero César no se iba a dar por vencido tan fácilmente. Ignorando la convención – aunque no la legalidad – omitió la votación en el senado y presentó la propuesta directamente a la asamblea. El pueblo, que apoyaba a César, estaba dispuesto a aprobar la moción. Ante esta amenaza, Catón y Bíbulo fueron a la asamblea rodeados de guardaespaldas con el objetivo de vetarla. Esto enfureció a la plebe, que cargó contra los enemigos de César. César, lejos de suspender la reunión, dejó hacer a sus seguidores, que vertieron heces en la cabeza de Bíbulo y lo obligó a retirarse de la asamblea para salvar la vida.
La moción fue aprobada (Freeman 2009, pp. 108-109). Bíbulo, sintiéndose ultrajado, convocó al senado al día siguiente para denunciar a César. Sin embargo, el senado temía ahora al cónsul, quien sabían se había aliado con Pompeyo y Craso. Bíbulo fue ignorado y, ante tal humillación, se recluyó en su casa el resto del año, entorpeciendo con augurios la labor de César, que simplemente le ignoró. Ante esta retirada de la política, algunos llegaron a hacer bromas a costa de Bíbulo, hablando no del consulado de César y Bíbulo, sino del consulado de Julio y César (Suet. César 20).
Envalentonado por su victoria, César decidió proponer una nueva ley de reparto de tierras para incluir algunas zonas que había dejado fuera de su primera propuesta. Para asegurarse de que su legislación se llevaba a cabo, hizo que, en adelante, los cónsules de años venideros tuviesen que jurar preservar dicha ley. Además, aprovechando el control absoluto que disfrutaba, César ratificó las conquistas en Asia logradas por Pompeyo, dándose entonces un encontronazo con el general al que el general picentino había sustituido.
Lúculo había sido un lugarteniente de Sila y el general de la guerra contra Mitrídates hasta que fue depuesto por Pompeyo. Este respetado consular se enfrentó ferozmente a la idea de ratificar las conquistas de su sucesor, ante lo cual César amenazó con imputarle por una gran cantidad de crímenes. En ese momento, el respetado Lúculo se postró ante los pies de César como un esclavo y suplicó su perdón (Suet. César 20.22 ; Freeman 2009, p. 109-111). Estos eventos no hicieron más que alimentar las sospechas de los enemigos de César de que el cónsul era, en el fondo, un tirano.
Poco después, César devolvió el apoyo a Craso, tomando medidas sobre el problema con los publicani de Asia. Para solventar el problema de sus deudas, decidió que se les perdonaría un tercio de la deuda, no sin antes advertirles que en el futuro no pujasen tan alto. En el ámbito familiar también hubo nuevas; César casó de nuevo, esta vez con una mujer llamada Calpurnia, hija de un importante senador y con buenas alianzas familiares. Pero más importante fue aun el matrimonio de la hija de César, Julia, quien fue entregada en matrimonio al mismo Pompeyo. De esta forma, la alianza política entre César y Pompeyo se convertía en una alianza de carácter familiar (Suet. César 21 ; Goldsworthy 2007, pp. 227-229).
Habiendo pagado el apoyo recibido a Pompeyo y a Craso, César centró sus esfuerzos en su propia carrera. Como sabemos, antes de su consulado, los conservadores habían tratado de sabotearle al entregarle los bosques y pastos de Italia en lugar de una provincia que exprimir. En su momento César no pudo defenderse, pero ahora tenía todo de su parte. A través de un tribuno de la plebe, a César se le entregaron dos provincias, no solo una: Iliria y la Galia Cisalpina.
Este mando se le entregó por un tiempo de 5 años, cuando lo normal era 1 o 2 años. Además, estos territorios contaban con una fuerza de 3 legiones y la posibilidad de reclutar más. Pero la suerte de César no acabó ahí. El gobernador de la Galia Transalpina murió de forma repentina y esta provincia se le añadió a las de César, junto con una legión más, además de la potestad de nombrar a sus propios lugartenientes. César se había vengado del boicot conservador a su carrera, ahora podría lanzarse a la conquista de nuevos territorios y alcanzar gloria y fama, además de riquezas sin igual (Goldsworthy 2007, pp. 230-231).
El resto del consulado de César fue menos agitado. A finales de año surgió el rumor de que un senador pretendía asesinar a César, o a César y Pompeyo según otra versión. Este episodio se resolvió con la misteriosa muerte del acusador y pronto se olvidó el tema. Durante los últimos meses de su consulado, César se dedicó a prepararse para marchar a sus provincias, nombrando a sus lugartenientes y fortaleciendo sus amistades en la ciudad. Mientras estuviese ejerciendo de gobernador no podía ser procesado, pero necesitaba apoyos en la ciudad para asegurarse de que no se le obligaba a dimitir.
Con este objetivo, había supervisado la adopción de Clodio – joven patricio acusado de seducir a la exmujer de César – por una familia plebeya para poder presentarse a tribuno de la plebe. Clodio le pagó este favor el último día de su consulado. Ese día era costumbre que los cónsules se dirigieran al pueblo con un discurso de despedida, y Bíbulo, que había pasado el año sin aparecer en público, apareció el 31 de diciembre con el objetivo de leer su discurso. Clodio, no obstante, fue rápido en vetar el discurso del segundo cónsul, convirtiendo el año de Julio y César en toda una realidad (Freeman 2009, p. 121).
Hemos visto en este artículo el comienzo, ascenso y encumbramiento de César en la política romana. Logró conquistar la cima del Cursus Honorum a la edad de 40 años, tras una infancia complicada y una carrera política de grandes riesgos. La habilidad política y diplomática de César habían sido sus más valiosas armas, que usó tanto para derrotar a sus enemigos como para elevarse a sí mismo y a los suyos. César era un hombre capaz de convertir una reyerta de la que él era responsable en una victoria política, así como lo suficientemente paciente y hábil como para darle la vuelta a un boicot contra su carrera y hacerse con tres provincias para gobernar.
Desde el adolescente que se había enfrentado a Sila, pasando por el joven adulto que sobrevivió a los piratas y a Mitrídates hasta llegar a pretor y cónsul, César se había convertido en uno de los indiscutibles protagonistas de la obra que era la política romana. Pero incluso esta historia de ascenso tiene sus sombras. Para llegar hasta donde llegó había tenido que conspirar, sobornar e incluso arrestar ilegalmente a enemigos políticos.
No era, en ningún caso, la excepción dentro de su época, pero sí era el que más lejos estaba dispuesto a llegar. Al momento de marchar a la Galia César era un simple consular, odiado por muchos y temido por otros tantos, pero aliado de los más grandes. No obstante, volvería, 9 años después, a la cabeza de uno de los ejércitos más curtidos de la historia y convertido en uno de los generales más laureados de Roma; todo, para hacerse con el poder absoluto y morir en la cúspide de su carrera, a los 56 años y apuñalado por los que se decían sus amigos.
Notas
[1] Matthias Gelzer ‘Caesar: Politician and Statesman’ p. 1, Christian Meier ‘Caesar’ p. 51 y Adrian Goldsworthy ‘César: La biografía definitiva’ p. 49, son algunos de entre la gran mayoría de historiadores modernos que aceptan esta fecha. Otros, como Mommsen, R.G. 3. 16. 1, optan por fechar el nacimiento en 102 a.e.c., pero no han logrado convencer a la mayoría de los historiadores. El comienzo de las obras de Plutarco y Suetonio no han sobrevivido, por lo que no podemos saber qué fecha indicaron ellos exactamente. No obstante, en Plut. Caes. 69, el autor indica que César murió a los 56 años de edad (en marzo de 44 a.e.c.) y debido a que los Romanos no conocían el número 0, podemos deducir que Plutarco opta por el 100 a.e.c. como la fecha de nacimiento de César. Por razones de simplicidad, mantendremos la fecha del 13 de Julio del 100 a.e.c.
[2] Para mayor discusión sobre la nobilitas véase el cap. 2 de ‘La Revolución Romana’ de Ronald Syme y/o ‘Die Nobilität der römischen Republik’ de Matthias Gelzer.
[3] La Guerra Social enfrentó a Roma contra sus aliados en Italia (Socii), quienes reclamaban la ciudadanía romana. Con el asesinato de su adalid, el tribuno de la plebe Marco Livio Druso, en 91 a.e.c., los aliados italianos se levantaron en armas contra Roma. La guerra civil italiana se resolvería con una victoria romana, pero con la concesión de la ciudadanía a los italianos. Para una narración más completa, ver Apiano, Guerras Civiles, 5-6.
[4] Para mayor discusión sobre las proscripciones de Sila: Veleyo Patérculo, Historia Romana 2.28.1-4; Apiano, GC 1.95-96; Plutarco, Vida de Sila 31; Hinard, Les proscriptions de la Rome républicaine (Rome: École Française de Rome, 1985).
[5] Para más información sobre la labor de los cuestores, véase Andrew Lintott (1999) The Constitution of the Roman Republic pp. 133-137. Asimismo el artículo de Thompson, L. (1962). ‘The Relationship between Provincial Quaestors and Their Commanders-in-Chief’. Historia: Zeitschrift Für Alte Geschichte, 11(3), pp. 339-355 explica de forma muy acertada la relación entre el cuestor y su comandante en las provincias.
[6] Sobre los ediles, véanse Andrew Lintott (1999) The Constitution of the Roman Republic pp. 129-133, así como el artículo: Ryan, X. (1998). ‘The Biennium and the Curule Aedileship in the Late Republic.’ Latomus, 57(1), pp. 3-14.
[7] En un esfuerzo por reducir la carga narrativa no he mencionado que, durante los años 60, Pompeyo disfrutó de una serie de mandos extraordinarios, primero para luchar contra los piratas del Mediterráneo y luego para hacerse cargo de la campaña en Asia contra Mitrídates VI. Para más detalles sobre estos mandos extraordinarios véase Edward J. Watts (2018) Mortal Republic: How Rome Fell into Tyranny pp. 170-175.
[8] Para una visión más detallada sobre el juicio de Rabirio y los cargos, véase Liou-Gille, B. (1994). ‘La perduellio: Les procès d’Horace et de Rabirius’. Latomus, 53(1), pp. 3-38.
[9] Sobre este término hablo en mi artículo sobre Cicerón:
“Este acto del senado les daba la autoridad a los cónsules de hacer todo aquello que estuviese en su mano para salvaguardar la Res Publica (Cicerón, Filípicas, 5.34; 8.14) (Lintott 1999, p. 89.). El problema que nos encontramos con esta fórmula es que alentaba a los senadores a usar la fuerza de forma abusiva sobre ciudadanos romanos sin tener en cuenta la estricta legalidad y la protección de la que estos últimos disfrutaban en circunstancias normales. En una situación de normalidad un ciudadano romano tenía el derecho de recibir un juicio justo y podía ser protegido por los tribunos de la plebe ante la violencia de un magistrado. Este decreto tenía por objetivo desalentar a los tribunos de interponerse entre aquellos ciudadanos considerados peligrosos para el estado y dichos magistrados (Lintott 1999, p. 89.).”
[10] Para el discurso de César: Salustio La Conjuración de Catilina 51.
[11] Los pretores y sus funciones: Andrew Lintott (1999) The Constitution of the Roman Republic pp. 104-109 y Erich Gruen (1995) The Last Generation of the Roman Republic pp. 163-177.
[12] Sobre el triunfo romano véase la obra de Mary Beard (2012) El triunfo romano así como la obra de Henk Versnel (1970) Triumphus: An Inquiry Into the Origin, Development, and Meaning of the Roman Triumph.
[13] La edad en la que César ocupó las magistraturas mayores parece ser menor a lo permitido. Sobre este tema lease: Badian, E. (1959). ‘Caesar’s cursus and the Intervals between Offices.’ The Journal of Roman Studies, 49, pp. 81-89.
[14] Sobre la colección de impuestos en el territorio romano véase Kiser, E., & Kane, D. (2007). The Perils of Privatization: How the Characteristics of Principals Affected Tax Farming in the Roman Republic and Empire. Social Science History, 31(2), pp. 191-212.
[15] Sobre la creación del Primer Triumvirato, veáse Fezzi, L., & Dixon, R. (2017). THE ARRIVAL OF THE ‘FIRST TRIUMVIRATE’. In Crossing the Rubicon: Caesar’s Decision and the Fate of Rome (pp. 53-66).
Bibliografía
- FUENTES PRIMARIAS
- Apiano Guerras Civiles
- Plutarco: Vida de César
- » «:Vida de Mario
- » «:Vida de Pompeyo
- » «:Vida de Sila
- Salustio La Conjuración de Catilina
- Suetonio César
- Veleyo Patérculo Historia Romana
- FUENTES SECUNDARIAS
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- Watts, E.J. (2018) Mortal Republic: How Rome fell into tyranny. New York.
Qué bien explicado!!! Me ha encantado y he aclarado muchos conceptos gracias al artículo. Grandioso, gracias!!!
Fabuloso!