El artículo que a continuación se desarrolla trata de hacer una síntesis sobre la historia de una parte de Europa (fundamentalmente la actual Francia) a través de una longeva dinastía como son los merovingios, cuyos reyes gobernaron entre el siglo V y el VIII. Analizando los orígenes de la dinastía, sin los que es imposible entender su historia, se dará paso a una breve historia política basada más en las tendencias que en los nombres propios. Por último, se analizará la configuración del reino y las principales características de los poderosos,
Los orígenes.
La historia de los francos, como la de los otros pueblos que invadieron el Imperio Romano, es una historia compleja. No sabemos cómo se denominaban a sí mismos, ni qué pensaban que eran. Posiblemente no se viesen diferente de otros germanos occidentales, aunque su proximidad geográfica les hiciese relacionarse entre sí. Sin embargo, los romanos, en su afán de clasificar las cosas le otorgaron el nombre de “franci” a un conglomerado de tribus que residían en la ribera oriental del Rin (Wallace-Hadrill 1982: 148). Este pueblo a su vez era dividido en otras comunidades más reducidas, como por ejemplo los Salios, término que alude a aquellos francos que vivían cerca del mar, en la desembocadura del Rin.

Pese a ser uno de los último pueblos en penetrar en la Galia, los francos llevaban largo tiempo teniendo contacto con los romanos. Es difícil saber a ciencia cierta en qué saqueos, intentos de invasión etc. pudieron participar, por lo difícil que resulta aislarlos del resto de pueblos germánicos, pero en este caso no es necesario precisar tanto. Sea como fuere, este pueblo, como tantos otros, se convertirá en un cliente semisometido a los romanos, situado en las fronteras del Imperio (Heather 2009: 354). Pero en el siglo V todo cambia y el Imperio ya no puede mantener a raya a los pueblos germánicos asentados en sus fronteras.
A partir del 460, Childerico, el primer merovingio sin orígenes míticos, comienza a aparecer en las fuentes, sus actuaciones se enmarcan dentro de esas luchas de todos contra todos que caracterizan al siglo V. Su vida permanece en buena medida en la sombra, habiendo muchas dudas y pocas certezas acerca de este personaje. A grandes rasgos se define como uno de los caudillos militares más exitosos de entre los que surgieron de la vorágine en la que se encontraba todo el solar imperial occidental (Heather 2009: 356).
Pero la verdadera transformación del mundo franco llegó con el hijo de Childerico: Clodoveo. En este caso las líneas maestras de su reinado están mucho más claras que en el caso de su padre y se basan en la expansión de los dominios francos y la conversión. Clodoveo derrotará a Siagrio, líder galo-romano que controlaba buena parte del norte de la galia, en la batalla de Soissons. También luchará contra otros rivales políticos de origen germánico como los alamanes, a quienes derrota en Tolbiac expandiendo su poder hacia el este, o los visigodos, que tras su derrota en Vouillé abandonan sus posesiones en el sur de Francia. A todo ello hay que añadirle los esfuerzos que hizo para acabar con otros cabecillas francos que podían ser rivales potenciales. El resultado es una espectacular expansión del poder franco, reforzado por sus vínculos diplomáticos con los ostrogodos y su rey Teodorico, pero también por la conversión del rey al cristianismo. De hecho, esta conversión selló la alianza con las élites galorromanas, en especial con aquellas de origen eclesiástico. El papado y Bizancio también se pusieron de parte de los francos, lo que demuestra que la conversión fue un movimiento acertadísimo.

El reino franco: dinastía y evolución política.
Así pues, a principios del siglo VI (Clodoveo muere en el 511), el reino franco se ha extendido por toda la Galia así como por otras zonas adyacentes, haciendo de este reino una poderosa entidad política. Pasados ya los años de la gran inestabilidad del siglo V, la situación es completamente diferente respecto a la un siglo antes: el Imperio de Occidente se ha dividido en diferentes unidades políticas a cuyo frente se encuentran caudillos, ahora reyes, de origen germánico. Pero no solo cambia el mapa político, sino también buena parte la ideología que rodea al poder, así como las bases sociales y económicas de los territorios.
Una de las mayores peculiaridades del reino franco respecto al resto de reinos “sucesores” es la supervivencia en el trono de la dinastía merovingia. De hecho, hasta el siglo VIII no encontramos ninguna reclamación al trono que no relacione al candidato al trono con la dinastía merovingia. En otros lugares de Europa esto es completamente inusual. Esto no significa que no haya inestabilidad política en el reino franco, que de hecho es más bien al contrario, sino que se admite y se respeta que la dinastía que gobierna es y debe ser la merovingia (Wickham 2013: 164). Aunque unas líneas más arriba se comenta que es Childerico el primero de los merovingios que destaca, él no es el fundador de la dinastía, sino que lo será su mítico padre Meroveo, de quien se decía que era el vástago de un monstruo marino denominado Quinotaur y de la esposa de otro líder franco, Clodio (Wallace-Hadrill 1982: 37). De esta manera, los reyes merovigios se arrojaban a sí mismos un origen sobrenatural, como en el pasado habían hecho otros como César o Augusto. Pero además, los merovingios relacionaron la realeza con el pelo largo, hasta el punto de que durante un tiempo, el corte del mismo era sinónimo de la destitución regia (Wickham 2013: 164).
La evolución política del reino merovingio no tiene nada que envidiar a la ficción; y si el argumento de Juego de Tronos puede parecer complicado, las luchas intestinas de los merovingios harían perder la cabeza a cualquiera que quisiese seguir el hilo. Si bien es curioso que al conspirador Rauchingo lo arrojasen desnudo por una ventana o que a Brunilda la despedazase un caballo en público, no dejan de ser efemérides curiosas que apenas dicen nada por sí mismas. Lo realmente importante son las formas de evolución política que a grandes rasgos siguieron estos territorios y en ningún caso la sucesión de anécdotas.

Una vez muerto Clodoveo, su decisión fue dividir el reino entre sus hijos. Una práctica que a todas luces no hacía sino debilitar el reino y desgastarlo en eternas guerras civiles, se puso en práctica durante más de dos siglos. La fragmentación territorial fue constante, y apenas hubo momentos en los que la unidad territorial de los dominios francos fuese una realidad y no una quimera. También es preciso mencionar que otros agentes actuaron a favor de esa fragmentación, a saber: los obispos y su notabilísimo poder, las diferencias entre grupos francos…A grandes rasgos, esa política de reparto de los territorios se explica a través de la concepción patrimonialista del reino desarrollada por la dinastía. Sin embargo, ese constante movimiento de división/reunificación no hizo sino reafirmar esa concepción. Y aunque la lógica indique que esa situación no podía hacer sino abocar al reino franco al fracaso y la desaparición, su poder se extendió no solo por la Galia (Francia) sino que la hegemonía franca era firmemente reconocida en el reino burgundio, al sur de la actual Alemania; mientras que en otras zonas como la Germania central, el este de la Turingia o el norte de Italia esa hegemonía era menos efectiva, más laxa (Wickham 2013: 163).
Durante el siglo VI las guerras civiles fueron una constante, pero el rey seguía siendo la figura central del poder, situación que comienza a cambiar en el siglo VII y que se recrudece con la muerte de Dagoberto I en el 639, quien llevará a cabo el último intento de restaurar el poder regio. Fue a partir de entonces cuando las aristocracias se hacen con cada vez mayores cuotas de poder, pero en especial fueron los mayordomos de palacio quienes fueron situándose en la centralidad del juego político y a organizarlo. Adquiriendo cada vez más poder, los reyes fueron convirtiéndose en marionetas que ocupaban el cargo de forma testimonial, siendo los mayordomos quienes ostentaban el poder. A su vez, los mayordomos de Austrasia (todos estos conceptos se desarrollan líneas más abajo) consiguieron el predominio, que se convertirá en incontestable una vez que las dos ramas familiares más importantes de Austrasia se unan dando lugar a los arnúlfidas-pipínidas, una verdadera dinastía de mayordomos.
La ambición de estos maior domus no tenía límites, y bajo su influencia cayeron las mayordomías de Neustria y Borgoña, quedando unificadas ambas con la de Austrasia. Será Pipino de Herstal quien lo consiga a finales del siglo VII. También se dedicó a conquistar Frisia (un territorio en torno a la desembocadura del Rin) y a evangelizarla, es decir, que llevó a cabo las actuaciones propias de un monarca. A su muerte le sucede su hijo ilegítimo Carlos Martel, conocido por todos por derrotar a los musulmanes en Poitiers en el 732. A éste le sucederá su hijo Pipino, llamado el Breve, quien terminará deponiendo a Childerico III, último monarca merovingio, con la venia del Papa (Wood 1994: 300). A partir de entonces se inaugura una dinastía mucho más conocida por todos: los carolingios. Por su parte, esa sustitución apenas tiene consecuencias prácticas puesto que desde hacía varias décadas, quienes ostentaban el poder no eran los reyes, sino los mayordomos, quienes los mantenían o eliminaban prácticamente a su antojo.
Organización política y élites.
Todos los reinos sucesores del Imperio occidental se encontraron con una situación política y social muy similar puesto que a aquellas estructuras propias del Imperio Romano tardío, se añadiría una nueva élite de corte militar a cuya cabeza se encontraba un rey de origen germánico. En primer lugar cabe mencionar las diferencias socio-políticas entre el norte y el sur de la Galia, también es preciso explicar un elemento fundamental para la comprensión de la política merovingia: la existencia de múltiples cortes.
En cuanto a las diferencias entre el norte y el sur, podría decirse que el Loira ejercía una especie de barrera natural entre esos dos espacios. De hecho, las realidades al norte y al sur de dicho parece ser que eran notables. Para empezar, la zona meridional no sufrió de la misma forma la crisis del siglo V, que afectó de una manera más agresiva a aquellas zonas al norte del Loira; esta situación da lugar a que el “organigrama” administrativo romano y sus clases sociales sufriesen una erosión mucho menor en esta zona que en aquella otra septentrional. Por otra parte cabe mencionar que hay un cierto acuerdo entre los estudiosos en cuanto a que la presencia de gentes de origen franco en esta zona fue realmente escasa, lo que contrasta con la zona al norte del Loira. En contraposición a todo esto nos encontramos una región septentrional mucho más “bárbara” en tanto en cuanto se ha documentado la presencia de pobladores germánicos y la existencia de una cultura material puramente germánica. (Heather 2009: 360 y ss.). Sin embargo, en los últimos años se ha ido matizando esa radical separación entre ambas regiones, aportándose diferentes evidencias que niegan la desaparición de las aristocracias galo-romanas al norte del Loira (Wickham 2009: 270 y ss).

En cuanto a las cortes, su importancia en lo que se refiere a la articulación del sistema político merovingio va a ser capital. La corte fue el lugar central de la acción política durante buena parte del tiempo que gobernó la dinastía merovingia. Incluso cuando los reyes habían dejado de ser los líderes de facto, estos espacios siguieron siendo fundamentales. En relación a lo comentado en el párrafo anterior, los centros de poder siempre se situaron en la zona más septentrional, y desde ahí se gobernaba el sur a través de las aristocracias laicas y eclesiásticas: condes, duques y obispos. La existencia de diferentes cortes, así como las propias diferencias internas del reino franco fueron dando lugar a una división del reino en varias zonas; las principales eran Austrasia y Neustria, mientras que Borgoña ocupaba un lugar secundario (y con frecuencia aparece ligada a Neustria) y Aquitania era un espacio prácticamente marginal (en cuanto a la política) (Wickham 2009: 99).
Los actores principales de este régimen político fueron el rey y las aristocracias. Los reyes merovingios ya se ha comentado que tuvieron especial fuerza hasta mediados del siglo VII; hasta entonces, los monarcas fueron caudillos tremendamente ricos cuyas cuotas de poder eran elevadas. De hecho, es esta riqueza lo que ejemplifica la evolución respecto a épocas romanas, en concreto su origen. Mientras que el fisco fue una herramienta fundamental para la articulación del Imperio (a todos sus niveles), los reyes merovingios recibieron un sistema fiscal maltrecho cuyos males no hicieron sino empeorar (Wickham 2013: 171). Sin embargo, el fisco había dejado de ser clave ya que los ingresos provenían de otras fuentes, por ejemplo de la propiedad de grandes cantidades de tierra. Por otro lado, nunca fueron grandes legisladores siendo la Ley Sálica de Clodoveo el mejor ejemplo de esa faceta.
Por debajo del rey en principio, pero a su mismo nivel e incluso por encima de este a partir de mediados del siglo VII, encontramos a las aristocracias. Las élites estarán conformadas por nuevos miembros de origen germánico, y por aquellas familias galo-romanas que habían conseguido sobrevivir al caótico siglo V. Pese a la inestabilidad y las luchas de bandos el sistema político se mantuvo estable y ni siquiera con la llegada de los carolingios se produjeron cambios radicales en las élites (Wickham 2009: 292). Para estas aristocracias la base de su poder estuvo fundamentalmente radicada en las cortes. Esto significa que los aristócratas buscaban acercarse a las cortes, primero articuladas en torno al poder regio y más adelante en torno a los maior domus. La concesión de un cargo, o situarse en el entorno de quien dirigiese de facto la política eran los objetivos primordiales de estas clases altas. De esta manera a diferencia de la plena Edad Media, el poder no es local, los nobles aspiran a situarse en el centro de la acción política y no en sus dominios, donde fuese que los tuviesen.
Todo esto no significa, ni con mucho, que los aristócratas no fuesen terratenientes. De hecho, se ha especulado con el hecho de que buena parte de esas tierras fuesen concesiones regias, realizadas principalmente en el siglo VI; donaciones que se combinan con grandes expropiaciones a los rivales. De hecho este es un lugar común, ya que tanto en el norte como en el sur los dominios aristocráticos son muy extensos, más de lo que se ha podido comprobar en la práctica totalidad de la Europa de aquel momento (Wickham 2009: 285). Por último, cabe destacar la militarización que experimentó toda la élite. Las túnicas de época romana dejaron paso a los uniformes militares, así como también la ostentación de oro y joyas; en la práctica, ese cambio de aspecto se relaciona con una política marcadamente más agresiva y belicosa. Todo lo relatado tiene su contrapartida en la forma en que usaba la aristocracia su riqueza, a saber: en vivir mejor, acercarse al rey y mantener clientelas militares. En el caso de las aristocracias eclesiásticas, cabe destacar que su poder fue notable y vigoroso, pero sobre todo que su base se situó en las ciudades, a las que representaban, y no tanto en el campo y en la corte como los aristócratas laicos.
Conclusión.
Decía Marc Bloch, el célebre fundador de la escuela de los Annales, prominente medievalista y gran teórico de la historia, que se tiene con frecuencia una cierta fijación con los relatos que se remontan a los orígenes. En este caso, lo que aquí se expone se puede observar de dos formas: la primera, como un tema que trata aquellas épocas en las que Europa comenzó a formarse. Es decir, el tipo de historia que gusta a los nacionalismos. Pero la segunda forma de aproximarse a este tema se encuentra bajo la influencia de las ideas renacentistas, es decir, que la Edad Media es un tiempo que se encuentra entre dos épocas doradas siendo este intervalo un tiempo oscuro. Sin embargo, la historia debe quedar desprovista de este tipo de argumentaciones, de ambas. De este modo las aproximaciones al tema serán más rigurosas y fiables, y permitirán que el lector entienda que este tiempo fue una época de cambios y transformaciones que dejando atrás al mundo clásico avanzaba hacia la consolidación de un mundo nuevo que terminará por definirse en ese sistema tan mentado, pero tan poco conocido, que es el feudalismo.
Bibliografía
Heather, P., 2009. Emperadores y Bárbaros. El primer milenio de historia de Europa. Barcelona: Crítica.
Wallace-Hadrill, J. M., 1982. The long haired Kings. s.l: Universty of Toronto press.
Wickham, C., 2009. Una nueva historia de la alta Edad Media. Barcelona: Crítica.
Wickham, C., 2013. El legado de Roma: una historia de Europa de 400 a 1000. Barcelona: Pasado&Presente.
Wood, I., 1994. The Merovingian kingdoms 450-751. s.l: Longman.
El artículo es excelente, da gusto leer textos tan brillantes. Gracias
Muchas gracias, Miguel Ángel. Me alegro de que te haya gustado y que nos lo hayas hecho llegar!