En el anterior artículo asistimos al surgimiento del cuerpo de jenízaros, el que empezara como una guardia pretoriana al servicio del sultán otomano y que acabaría convirtiéndose en una poderosa infantería de élite. Los jenízaros eran la única división de infantería dentro del ejército otomano cuya misión principal en la batalla era proteger al sultán, pero también estaban enfocados sostener el centro del ejército contra el ataque enemigo durante la falsa estrategia de lanzar a la caballería turca. El cuerpo de jenízaros también incluía equipos de expertos en explosivos, ingenieros y zapadores. En cuanto a las armas, existía una gran variedad. Si bien, en un principio, predominaron hondas, arcos y ballestas, el desarrollo de las armas de fuego no fue ajeno a estos soldados que en algún momento del siglo XV pasaron a incorporar una buena proporción de pistolas y mosquetes demostrando ser muy diestros en su manejo. En cuanto a las ar mas blancas destacan los sables cortos denominados yataghan y kilij.
El acuartelamiento de un ejército permanente hacía que el aprovisionamiento, el reparto de suministros y la alimentación tuvieran una importancia fundamental, que se percibe no solo en la organización interna de cada orta, sino también en el nombre que recibían los oficiales, todos relativos a las cocinas y a la gastronomía. Así, a la cabeza de cada orta se encontraba un oficial denominado corbaci basi (repartidor de sopa) auxiliado en el mando por el asci basi (jefe de cocina), que se ocupaba del aprovisionamiento y en ocasiones actuaba como verdugo.
Para muestra de la importancia que se daba a la alimentación está la significación que daban al caldero en el que cocinaban y comían. Este objeto era tan importante y tenía tanta carga simbólica como podrían tenerlo las águilas de los estandartes en las legiones romanas. La explicación viene dada de que el caldero había sido un objeto de veneración casi divina por parte de las tribus nómadas del Asia Central, de donde eran originarios los turcos otomanos. Cada grupo de 25 o 30 soldados poseía su propio caldero y a su vez cada orta disponía de un gran caldero de bronce, el kazan, sobre el cual existían una serie de rituales. Cada mañana, en solemne procesión, dos jenízaros llevaban el caldero desde los barracones del cuartel hasta las cocinas seguidos por otro que portaba un gran cucharón. Este ritual se cumplía todos los días excepto el viernes, cuando las ortas de Constantinopla marchaban con sus respectivos calderos hasta el serrallo del sultán, donde les llenaban el caldero con una gran cantidad de pilaf, un guiso a base de maíz y cordero salido directamente de las cocinas del gran señor. Este era siempre un momento de gran tensión, ya que si los jenízaros se negaban a aceptar la comida del sultán indicaban que estaban descontentos con alguna medida tomada por este o por sus otros superiores. Si además los jenízaros salían del serrallo con el caldero vacio y lo mostraban a las gentes constituía un signo manifiesto de rebelión, a menudo seguido por algún altercado.
La pérdida del caldero en batalla o por robo era la mayor humillación que podía caer sobre la orta. En esos casos, los oficiales eran expulsados deshonrosamente del ejercito y a la unidad que había perdido el caldero se le prohibía exponer el nuevo caldero a la vista del público. Así, cuando una orta desfilaba sin caldero delante de la población, era objeto de burlas e insultos por su cobardía en el campo de batalla o incompetencia en tiempo de paz, todo por haber permitido el robo del caldero.
Como en cualquier ejército profesional los jenízaros recibían comida, uniformes y paga de las arcas imperiales. Pero el imperio solo proveía a los jenízaros de pan y cordero, las demás provisiones eran proporcionadas por el jefe de cada orta. En tiempos de paz, cada jenízaro solo recibía su soldada a partir del tercer año de servicio. La paga crecía cada año y se incrementaba exponencialmente según el rango adquirido o según los méritos realizados en el campo de batalla en tiempos de guerra. Los ascensos funcionaron de manera similar, inicialmente por antigüedad y más tarde por méritos.
La paga del jenízaro varió a lo largo de la historia del cuerpo. En los primeros años recibían un máximo de 3 asper diarios que ascendían a 10 en el caso de las tropas montadas. Los incrementos se conseguían por medio de motines y revueltas hasta que Solimán el Magnífico decidió terminar con el caos y la ruina monetaria que causaban los diferentes niveles de paga e instauró un sistema de clases y pensiones. Siempre se retiraba un 12 % de sueldo, que iba destinado a engrosar las arcas de la tesorería general del cuerpo para adquirir uniformes, comprar armas, acondicionar barracones o rescatar prisioneros de guerra.
El uniforme consistía en una casaca larga llamada dolarma, de colores diversos aunque con el mismo corte para todos, por lo que se podría considerar como el primer uniforme de infantería de la Edad Moderna. El gorro, denominado ketsche, debía adquirirlo cada jenízaro por su cuenta y se caracterizaba por llevar una «cuchara» de madera en el frontal, otra muestra de la extrema importancia que los jenízaros daban a la correcta alimentación. Con el tiempo, la cuchara del gorro evolucionó hacia otros objetos de adorno cada vez más ostentosos y sin la más mínima utilidad militar.
Aunque en camapaña los jenízaros marchaban desordenados cuando se aproximaban al campo de batalla cada hombre sabía exactamente en qué lugar exacto de la formación debía colocarse y cuál era su función. Lo que aparentaba ser una chusma desorganizada se convertía en una formación perfecta, muy disciplinada y con una preparación militar difícilmente igualable. Los otomanos emplearon a los jenízaros en todas sus grandes expediciones militares, destacando su papel en la caída de Constantinopla en 1453.
Poco a poco los jenízaros toman conciencia de su posición privilegiada, no en vano la vida del sultán dependía de ellos, y comenzaron a desarrollar intereses políticos tomando partido en intrigas palaciegas. En un par de ocasiones, los jenízaros llegaron a forzar un cambio de sultán en el trono otomano. Además, como tenían prioridad en el acceso a los cargos más importantes de la administración, se convirtieron en los principales agentes del imperio, lo que les haría rivalizar con la vieja aristocracia turcomana que basaba su poder en la gran propiedad de la tierra.
Un factor que explica la decadencia del cuerpo fueron los cambios que se produjeron en su estructura social y organizativa. Inicialmente, el comandante del cuerpo (aga), era quien tenía la potestad de conceder los permisos de matrimonio a los soldados, siempre con la condición de que continuaran formando parte del cuerpo. Normalmente, cuando un jenízaro obtenía permiso para casarse era enviado a una de las fortalezas fronterizas del imperio. Pero en 1556 uno de los hijos de Solimán el Magnífico, el sultán Selim II, llegaría al trono apoyándose en la ayuda de los jenízaros y como recompensa se vio obligado a garantizarles permisos de matrimonio sin ningún tipo de restricción. Con este derecho, los jenízaros que se casaban adquirían también la posibilidad de dormir en sus hogares y no en los barracones con sus compañeros de armas, lo que rompía con el espíritu del cuerpo.
Las consecuencias fueron funestas, pues los jenízaros comenzaron a exigir nuevas prebendas ya que con la paga que recibían cada uno podía mantenerse a sí mismo pero no a una familia. Aprovechando que el sultán los necesitaba para detener una serie de disturbios exigieron que el Estado otomano se comprometiese a mantener a sus hijos. La siguiente exigencia estaba clara: permitir que los hijos de los jenízaros pudieran convertirse en miembros del cuerpo, una práctica estrictamente prohibida durante 300 años. Con esto el acemi oglan pasó de ser una academia a un simple centro de reclutamiento para pasar directamente al cuerpo sin los conocimientos militares necesarios, concebido como un paso intermedio hasta llegar a conseguir un puesto en la administración. Ello llevó a un empeoramiento progresivo en la calidad militar de los integrantes del cuerpo que degeneró en una casta ineficiente en combate pero dotada de grandes riquezas e influencia política, dedicada muchas veces a actividades ajenas a la milicia como el comercio y otros negocios que poco tenían que ver con su cometido inicial.
La situación fue a peor en los siguientes años, pues el gran número de bajas sufridas por los soldados del imperio otomano en una serie de desastrosas derrotas, entre ellas el calamitoso fracaso naval en Lepanto, hacía imposible su sustitución tanto cuantitativamente como sobre todo cualitativamente. Los jenízaros se vieron entonces obligados a aceptar entre sus filas a reclutas de origen turco sin ningún entrenamiento, ya que los acemi oglan seguían siendo reservados para jóvenes de origen cristiano. Esta situación se mantuvo hasta el año 1638, cuando para mejorar la formación de los jóvenes turcos se abrieron los acemi oglan para todos. Todas estas medidas hicieron que la institución fuera progresivamente perdiendo sus antiguas costumbres y el espíritu de camaradería entre sus miembros. Finalmente, el sistema de la devsirme fue abolido en el 1648, lo cual dañó más todavía el poder militar de todo el cuerpo.
Ciertas ocupaciones civiles comenzaron a ser masivamente ocupadas por jenízaros, que contaban con una serie de ventajas comerciales y exenciones fiscalesl, entre ellas, el monopolio del café. La corrupción comenzó a crecer de forma descontrolada. Cualquiera que quisiese ganar dinero fácil solo tenía que sobornar a cualquier oficial jenízaro para que incluyese su nombre en el registro de la orta. En 1622 se produciría el primer intento para recuperar el antiguo espíritu militar y reducir la influencia de los jenízaros por parte del joven sultán Osman II, gravemente preocupado por los adelantos técnicos de los ejércitos europeos que había observado durante su intento frustrado de ocupar Polonia. Tras ser derrotado en la Batalla de Chocim (1621) acusó a los jenízaros de cobardía y trató de limitar sus poderes cerrando sus salones de café (puntos de encuentro para conspiradores) y trasladando tropas leales a la capital. Pero las intenciones del sultán fueron percibidas por estos como una amenaza a sus privilegios ganados años antes y fue asesinado en un motín. A partir de entonces y durante los próximos 100 años, los jenízaros impedirían cualquier intento de reformar las fuerzas armadas. Para ello contaron además con el apoyo de los derviches bektasíes, que no querían perder el prestigio y poder que habían adquirido por su relación con el cuerpo.
La situación se mantuvo hasta finales del siglo XVIII cuando la invasión de los eyalatos de Egipto y Siria por parte de un tal Napoleón influyeron en la decisión del sultán Selim III de modernizar el ejército, que se había quedado obsoleto en comparación a los ejércitos de Europa Occidental. Este aprovechó un respiro para abolir la ocupación militar de los feudos otomanos e introdujo una serie de reformas denominadas bajo el nombre de Nizam-ı Cedid (del persa Nizām-e Jadīd o «Nueva orden») que tuvieron una especial repercusión en la organización militar, sirviéndose para ello de oficiales extranjeros contratados como instructores de un nuevo tipo de tropa. Este término se utilizó después para nombrar a una nueva fuerza militar surgida de estas reformas. Estas tropas estaban tan bien organizadas que fueron capaces de defenderse contra los jenízaros rebeldes en las provincias europeas, donde algunos ulemas descontentos no dudaron en usarlos como arma arrojadiza contra el nuevo sultán reformista, al que terminaron deponiendo para nombrar otro más proclive a sus intereses, Mustafá IV, quien luego sería depuesto por los mismos jenízaros.
El hermano de aquel subiría al trono en el 1808 con el nombre de Mahmut II. Dispuesto desde un principio a no correr la misma suerte que sus predecesores planeó la destrucción definitiva un cuerpo que no ya respondía a las necesidades de los tiempos modernos. Para ello tuvo que sobornar a los ulemas y acusar a los jenízaros de herejía para poner de su lado al pueblo. En 1826, tras la humillante derrota en la Guerra de independencia de Grecia, el sultán Mahmut II emitió un edicto informando de que se estaba constituyendo un nuevo ejército y ordenó a cada una de las 51 ortas acuarteladas en Constantinopla aportar 150 de sus mejores hombres para unírsele. Su verdadera intención era provocar una sublevación de los jenízaros, que jamás aceptarían la formación de una nueva tropa de élite, aprovechado esto para quitárselos de encima definitivamente. Los oficiales se vieron privados de sus mejores hombres y en los cuarteles comenzaron a oírse voces llamando a la rebelión, animadas en muchos casos por espías del sultán, que se habían infiltrado en las ortas para incitar a otros a la rebelión.
El 14 de junio de 1826 tendría lugar el llamado Incidente Afortunado. Todo comenzó con el anuncio de un cambio en el uniforme de los jenízaros, que abandonarían el uso del tradicional pantalón ancho para sustituirlo por uno más estrecho a la manera occidental. Todos los jenízaros deberían llevar el nuevo tipo de pantalón en un desfile celebrado en la explanada de At Meydani, donde estuvo situado el hipódromo construido por el emperador Constantino. Esa misma noche comenzó la revuelta cuando oficiales de cinco ortas llevaron sus calderos a la explanada y los colocaron boca abajo como desafío al sultán. Para el mediodía más de 20.000 jenízaros se habían reunido allí ataviados con el tradicional pantalón ancho. El primer intento de los rebeldes para asaltar el serrallo del sultán fracasó, dando a este la excusa que deseaba. Mahmut II ordenó colocar la artillería en las colinas que rodeaban At Maydani y dispuso las tropas leales tapando cualquier salida. Los jenízaros, aunque rodeados y prácticamente desarmados, tuvieron el atrevimiento de enviar una delegación al sultán exigiendo la ejecución de los oficiales reformistas y la retirada de las tropas. Cuando se negaron a rendirse el sultán dio la orden de ataque y la artillería comenzó a descargar contra ellos causando una tremenda mortandad. Durante tres días tuvo lugar una persecución por toda la ciudad en la que perecieron 4000 jenízaros y de la que participaron gustosamente muchos civiles. Los estandartes jenízaros y sus sacrosantos calderos fueron pisoteados y cubiertos con estiércol por el populacho. Por su parte los derviches bektasies fueron tratados con severidad por su apoyo a los rebeldes, las mezquitas, cuarteles y centros de reunión de estos fueron demolidos, se expropiaron sus bienes y se pronunció una maldición eterna sobre cualquiera que pronunciara el nombre de los jenízaros. Los supervivientes fueron exiliados a regiones periféricas del imperio o fueron migrando discretamente a otros oficios.
Este fue el final de uno de los cuerpos de infantería más sobresalientes de la historia, terminaba así la historia de quienes habían llevado el terror por todo el occidente cristiano durante quinientos años, aunque su recuerdo prevalecería por mucho tiempo.
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